PENSAR LO
IMPENSABLE
EL ABUSO SEXUAL EN LA INFANCIA Y EL TRABAJO DE LA MEMORIA
Por María
Cristina Pisano.
Introducción
El abuso
sexual infantil como problemática nos enfrenta con lo irrepresentable hasta que
nos encontramos con el sufrimiento de aquellos que lo padecen ¿Por qué resulta
tan difícil comenzar a hablar del abuso sexual en la infancia? Tal vez porque
nos enfrenta con lo siniestro, es decir con lo irrepresentable por esta razón
sostengo que acudimos a la escritura para intentar metaforizar aquello que nos
excede.
Al elegir
este tema para este trabajo mi intención fue justamente indagar y responder
cuestiones de absoluta relevancia para mi práctica clínica con mujeres y niñas,
entre las cuales descubrí episodios de abuso sexual en la infancia. Esta
práctica me llevó a interrogar puntos nodales de la teoría psicoanalítica,
teoría desde la cual sostengo este trabajo.
De las
conclusiones a las que arribé en mi investigación tomaré aquí solamente la
cuestión de la inscripción del abuso en la memoria y sus efectos.
Memoria y transmisión
Jacques
Hassoun (Los contrabandistas de la memoria, 1996) sostiene que la
dificultad de transmitir la memoria tiene un efecto que recae sobre la
generación siguiente.
No se trata
de la operación altamente simbólica del borramiento de la huella como lo ha
descrito Lacan sino, por el contrario, de la desmentida que recae sobre un
acontecimiento. Se trata de un sepultamiento de la memoria.
Podríamos
pensar que, en estas condiciones, el único destino para el sujeto que padeció
semejantes experiencias es quedar sujeto a la nostalgia; sin embargo, los
avatares del camino son absolutamente singulares.
Tanto la
memoria singular como la memoria social son impensables sin relato, sin leyenda
constituyente. Es este collage de relatos y leyendas que forman el patrimonio
colectivo, lo que llamamos "memoria social" y que constituye nuestra identidad[1];
zona conflictiva y controversial entre diferentes estamentos sociales, entre
diferentes grupos de afinidad e intereses. Lo pasado y lo actual están allí en
permanente tensión.
Interrupciones de la
historia. Quiebres de la memoria
Elie Wiesel (Interrupciones
de la historia. Quiebres de la memoria,
1990) sobreviviente del exterminio judío, despliega en su obra literaria la
problemática de la memoria. "La memoria trasciende el tiempo, esto implica
aceptarlo, acogerlo y traspasarlo para conseguir una visión general del tiempo.
No se debe luchar contra el recuerdo porque aun cuando éste sea doloroso
ayudará, y más aún, no se puede vivir sin el recuerdo".
También en
las víctimas de abuso sexual la categoría del tiempo sufre especiales
perturbaciones. El impacto para el yo es tan conmocionante y tiene efectos tan
disociativos que las categorías espacio temporales, que ya habían sido
adquiridas, sufren una devastación importante.
Wiesel
también plantea que un suceso como Auschwitz es algo que está más allá de la
razón. Significó una interrupción de la historia, aunque hoy vemos que no se
produjo sorpresivamente, por lo que no es un más allá de la historia. Del mismo
modo, podríamos pensar que tampoco se produjo sorpresivamente el Terrorismo de
Estado en nuestro país. Situación que también significó una historia que se
interrumpe, continuidades que se quiebran, se cortan, se disuelven en un tiempo
sin referentes que permitan significar la experiencia.
El concepto
de interrupción de la historia es aplicable a los efectos que imprime el abuso
sexual en los niños/as que lo padecen. En ellos los referentes que hasta ese
momento funcionaban como tales se derrumban, no hay ley que ordene el caos que
los arrasa. Se produce un efecto de cataclismo en la vida psíquica que es
percibida como una sensación de vacío.
Todo esto
mostró la apertura de una perspectiva diferente para el abordaje de estos
traumatismos históricos: había que impedir que tamañas aberraciones se
naturalizaran, se explicasen, se perdonaran, se olvidasen.
No se pueden
reprimir hechos de tal envergadura. No asumir la confrontación consciente con el
pasado es algo peligroso psicológica y políticamente.
Wiesel
plantea que existen, frente a estos hechos, defensas de carácter estereotipado
que bloquean la toma de conciencia. Esto se aplica a todos aquellos enunciados
que minimizan hechos que involucran atentados contra los derechos humanos: el
abuso sexual en la infancia es uno de ellos.
Existen
formulaciones desde las cuales pensar cómo pueden producirse hechos tales como
la tortura o el asesinato, la crueldad sostenida por un ser humano sobre otro
ser humano. Por eso, retomaré algunas ideas de Hannah Arendt sobre el
Holocausto.
La idea
del mal radical
Hannah Arendt
(Eichmann en Jerusalén, 2001) sostiene que el mal radical puede ser pensado como
una manera histórica y políticamente cristalizada de reducir a los hombres a su
condición de superfluos. Esto equivale a aniquilar la espontaneidad y el
pensamiento del victimario para llevarlo a destruir, sin escrúpulos, a su
víctima. Ese mal radical es el que permitió que algunas personas secuestraran,
torturaran, mataran e hicieran desaparecer a otras por pensar diferente.
Respecto del juicio a Eichmann, dirigente de la Oficina de Seguridad Central del
Reich (proyecto de la Solución Final), Arendt señala que a lo largo de todo el
proceso judicial la impresionó la incapacidad absoluta de ese hombre para
distinguir el bien del mal; se manejaba con fórmulas estereotipadas y con un
lenguaje administrativo. Se manifestaba orgulloso de su buena conciencia de
alemán al cumplir con las órdenes recibidas.
Arendt
destaca que banalidad no es inocencia; sostiene que el derecho debe castigar los
crímenes cometidos más allá de la capacidad individual de distinguir el bien del
mal.
Sus aportes
deberían ser tenidos en cuenta para abordar el abuso sexual infantil ya que,
muchas veces, los profesionales se pierden delimitando complejos cuadros
diagnósticos de los abusadores que desdibujan la gravedad misma del hecho.
Cuando los
terratenientes del norte de nuestro país sostienen que las chicas abusadas y, a
veces, también asesinadas "no son más que unas chinitas", o los torturadores
relatan cómo desempeñaban su macabra tarea, ambos quedan incluidos dentro de una
categoría especial. Esta se caracteriza por una imposibilidad de identificarse
con el semejante, imposibilidad de conectarse afectivamente, de representarse al
otro como un ser humano que sufre, que siente, que vive. En lugar de eso,
reducen al otro convirtiéndolo en un objeto del cual servirse para cumplir sus
fines.
Si el Terror
puede caracterizarse, entre otras formas posibles, por ser lo opuesto al pensar,
resulta fundamental a la práctica clínica con pacientes que han sufrido este
tipo de situaciones que llamamos "extremas" revertir su condición de
impensables, tarea intra e interdisciplinaria que se juega en los bordes de las
disciplinas, tanto como en su interior.
En la
historia argentina reciente la desaparición forzada de personas y el robo de
niños han constituido un paradigma siniestro del Terror. Tal como lo plantea
Freud en "Duelo y Melancolía"[2],
una perspectiva del duelo consiste en trabajar exclusivamente con el sujeto que
sufre el duelo, con sus vínculos, con el objeto perdido. Todo proceso de duelo
requiere de un tercero en función del cual el duelo se haga posible.
Esto es lo
que se constata como la dimensión necesariamente pública que posee todo duelo y
que se añade a la dimensión íntima, privada. El duelo en relación a las
situaciones extremas, tales como la desaparición forzada de personas o la
denuncia de un abuso, subvierte el aislamiento privado mostrando la importancia
de un tercero que permita la emergencia de otro relato.
Es justamente
esta posibilidad de construcción de un relato (que nunca es uno) la que
consiente en estos sujetos el surgimiento de una narrativa que permite cercar un
espacio que antes era dominado por el terror y, por ende, por la imposibilidad
de pensamiento.
En el cuerpo
del niño/a (que no tiene la misma capacidad de decisión, de pensamiento, de
defensa ni de evacuación de las excitaciones sexuales) el adulto encuentra -en
el abuso- su propio goce.
El gran
descubrimiento del psicoanálisis nos remite a aquello que el complejo de Edipo
plantea: la interdicción del intercambio sexual intergeneracional. Esta
prohibición muestra el carácter universal de la asimetría niño / adulto y la
prohibición que rige sobre el adulto de utilizar al niño como objeto para
obtener placer sexual. Por lo tanto, el abuso sexual infantil involucra la
categoría de "perversión" (en un sentido general del concepto), es decir la
apropiación del cuerpo del otro para la obtención de placer. Si el abuso sexual
infantil además es incestuoso, la transgresión es doble: a la antes mencionada
se le suma la transgresión a la prohibición de intercambios sexuales
intergeneracionales.
No existe
ninguna posibilidad de escribir un texto, una historia, sin que las ausencias no
dichas sean puestas en acto. Si el relato se pierde y no existe ninguna
posibilidad de que encuentre un espacio de escritura o de inscripción (como
ocurrió con el Terrorismo de Estado cuando éste prohibió su transmisión), sucede
lo inevitable.
La dialéctica
entre el olvido y la memoria se derrumba; la historia entera es alcanzada por la
negación o la forclusión por el espacio de una o más generaciones[3].
El precio que se paga por un tiempo regido por la prohibición de transmitir es
muy alto. Así, podríamos pensar que los efectos de la negación de la memoria
puede obedecer a un mandato estatal o a una tentativa subjetiva de romper
amarras con lo que la precede por lo doloroso e irrepresentable de la historia.
Transmitir la vacuidad y el desconocimiento conduce por caminos oscuros: puede
convertirse en un acto de fijación y repetición casi automática y, muchas veces,
compulsiva.
Abuso, sometimiento y
registro psíquico
En un
comienzo, los actos que ejercen los abusadores son sentidos como estímulos
internos intrusivos. Sin embargo, en un segundo momento se produce una respuesta
en forma de reacción pulsional de manera que la misma no logra discriminarse de
ellos. Se trata de un sometimiento corporal sumado a la exigencia de silencio
que implica complicidad y contradice los mandatos de la cultura.
Los abusados
soportan dolor físico-psíquico, asombro, desconcierto y humillación que se
expresan a través de una sensación que podría describirse como de
aturdimiento.
Ese estado consiste en una percepción sin conciencia, una sensorialidad sin
registro representacional. A menudo, ellos no recuerdan las características del
episodio e intentan convencerse de que, en realidad, nunca pasó. Se trata de una
negación que, de sostenerse, afectará el psiquismo con efectos desastrosos.
En algunos
casos, las/os pacientes evocan las escenas de abuso de manera totalmente
desafectada insistiendo en el hecho de su ausencia en el acontecimiento. Se
ausentan de sus propias percepciones dado que les resulta imposible ligar el
afecto experimentado con cualquier pensamiento sobre lo que vivieron y que
muchas veces es negado por el entorno. Es como si quedara funcionando en el
sujeto una escena traumática que le resulta desconocida y de la que no encuentra
huellas organizadas en sus recuerdos.
Las víctimas
del abuso sexual infantil pasan a ser sólo cuerpos de los que el adulto puede
servirse para obtener placer sexual. Cuerpos dóciles que son sometidos
fácilmente por quien debería cuidarlos y sostenerlos[4].
Abuso, enigma y
mensaje
Recordemos
que tanto en el traumatismo histórico como en el traumatismo singular se juega
la categoría de mensaje. Es decir, el sujeto se pregunta: ¿por qué me lo hace?
Para las
víctimas es muy difícil aceptar que el episodio traumático que han padecido no
tenga una razón del lado del agresor. En el victimario existe una racionalidad;
empero no es una racionalidad universal que la víctima deba aceptar.
Se
trata de una racionalidad perversa que intenta transformar su racionalidad
privada en racionalidad pública e incluso en intencionalidad de la víctima. Esto
puede provocar que la víctima fantasmatice que produjo la situación porque esa
es una forma de control de lo azaroso.
Los
analistas, en nuestra praxis, no podemos convalidar la culpa que muchos de los
niños y niñas víctimas de abuso presentan; como si ellos hubieran provocado el
abuso.
Sólo la
confesión de los delitos cometidos, su juicio y castigo (su reconocimiento
social), permiten que la memoria se recupere y las redes simbólicas de la
historia vuelvan a entramarse alojando la subjetividad.
Dentro del
discurso social encontramos ciertos enunciados que, sustentados en prejuicios y
estereotipos ideológicos, dan cuerpo a importantes tergiversaciones. Se acusa a
las víctimas de precipitar la acción del agresor, siendo el ejemplo más
frecuente de esto la violación. Se llega a acusar de provocadoras a las mujeres
víctimas de abuso o violación, e incluso a las niñas, bajo la conocida lógica
condensada en el "por algo será". Lógica que también se utilizaba durante la
dictadura militar para intentar fundamentar la desaparición y asesinato de las
personas.
Es como si la
condición humana no pudiera admitir que se cometa un acto tan terrible como el
abuso sin intentar sostener, ilusoriamente, que habría alguna razón para ello,
entrando así en una lógica tan perversa como la del abusador.
Abusos,
fracturas de la memoria y transmisión
Jacques
Hassoun sostiene que la transmisión de una cultura, una creencia, una filiación
o una historia, no funciona de manera natural. Lo nuevo al destronar a lo viejo
pone en peligro la estabilidad. La transmisión de lo nuevo se constituye, a
pesar de todo, en una necesidad de transmitir íntegramente a nuestros
descendientes aquello que hemos recibido.
Pero la
cuestión de la transmisión se presenta más marcadamente cuando un grupo o una
civilización ha estado sometida a conmociones más o menos profundas. Frente a
conmociones como la caída de un estado de derecho, el incesto o el abuso en la
vida del menor, la sensación que el sujeto presenta es que todo lo que habría
podido ser transmitido se encuentra de golpe conmocionado y confundido. Lo
vivido queda marcado por el desajuste de las ideas y la pérdida de ilación del
pensamiento.
No queda nada
por transmitir de aquello que para un conjunto de generaciones había
representado un ideal de vida. Una generación sometida a semejantes desastres
puede alcanzar un límite tal que no le permite pensar en el futuro.
Esto
suscitará en generaciones venideras, nacidas de las que sobrevivieron a la
destrucción, una perplejidad que no podrá expresarse sino en términos de
negación, de desconocimiento de esa parte suya: acabarán siendo extranjeros en
su propia historia.
Retomando los
planteos de Hassoun, él señala que subjetivar es individualizar una herencia a
fin de reconocerla como propia. Pero pienso que es justamente esto lo que se
torna muy difícil en la generación venidera a las de las víctimas del incesto.
Antes deberán hacer el duelo por el padre perdido, el que no fue; luego
inscribir, desde la reconstrucción del incesto cometido, la posibilidad de
reconstituir su propia subjetividad fragmentada. Más adelante, vendrá la tarea
de recuperar la memoria y poder transmitir algo del doloroso secreto a la
generación venidera para que la historia no se agote en el sufrimiento padecido
y su identidad no sea sólo la de víctima.
Ningún duelo
puede efectuarse en relación a una historia familiar que fue narrada bajo la
forma del silencio o de la mentira y es probable que, a partir de ella, se
genere un "enduelamiento sin fin de una profunda melancolía".
Es necesario
incluir el abuso sexual infantil entre estos traumatismos. Para el niño todas
las garantías constitucionales han sido abolidas y la clandestinidad a la que el
adulto, con sus actos perversos lo somete, marcan la caída de toda legalidad.
Hay que sitar al adulto como alguien que debe proteger y cuidar al niño, y al
niño como un sujeto de derechos que hay que respetar. Por lo tanto, los efectos
del abuso en el psiquismo infantil pueden equipararse a la caída del estado de
derecho en una sociedad.
Por otra
parte, es evidente que los hijos de las víctimas son víctimas del secreto de un
origen perturbado, de una interrupción en la trama de una historia familiar
sacudida por los acontecimientos históricos. Sufren en su propio cuerpo un duelo
imposible de efectivizar y una dificultad de amar una novela familiar que les
permita construir un futuro.
La
construcción del relato
Para que un
traumatismo de esta índole pueda ser elaborado y metabolizado es necesario que
el sujeto pueda construir un relato. Habrá que realizar un trabajo sobre la
memoria. Debemos preguntarnos entonces qué es recordar. Luis Horstein (Lo que
la memoria trae al recuerdo, 1993), afirma: "Recordar no es sólo traer a la
memoria ciertos sucesos aislados, sino formar secuencias significativas. Es ser
capaz de construir la propia existencia en la forma de un relato del cual cada
recuerdo es sólo un fragmento" (...).
El relato es
también acontecimiento discursivo y como tal contribuye a la construcción de
identidades. El relato involucra el intercambio y la transmisión, es decir, que
alude necesariamente al diálogo y al futuro.
En tanto
interpretación de los hechos, el relato involucra una búsqueda de sentido, de
origen, de causa; en tanto enunciado, un lugar y un tiempo de la enunciación que
marca la relación de mutua determinación del relato con el lugar que el sujeto
que lo enuncia ocupa en el sistema de relaciones sociales.
Es claro que
la construcción de los diversos relatos -de las distintas memorias- no es un
proceso puramente lingüístico. La importancia del relato se centra en el hecho
de que él es justamente el que revela la existencia de distintas versiones del
pasado y se constituye en un sitio de conflicto y legitimación.
En el espacio
social, siempre conflictivo y heterogéneo, conviven dos procesos distintos: por
una parte, la acumulación de fragmentos, marcas, imágenes, "silencios" que
conforman una trama que alimentará las memorias individuales; por otra, la
construcción, reproducción y transformación de relatos diversos que tendrán
posibilidades desiguales de difusión y transmisión, de acuerdo con el lugar que
sus enunciantes ocupen en el sistema de relaciones sociales.
La memoria se
construye también mediante prácticas individuales, grupales o sociales que
contribuyen a la producción, reproducción o transformación de los relatos.
Las prácticas
privadas de rememoración, que por hallarse fuera del ámbito público pueden
conservar una independencia relativa del discurso dominante, brindan a los
sujetos el material con el cual re-construir la experiencia.
Sin embargo,
cuando la experiencia es de "catástrofe social", la búsqueda de sentido parece
una empresa imposible, pudiéndose sostener solamente si se comparte con aquellos
que son atravesados por la misma experiencia.
A modo
de conclusión: la singularidad de un traumatismo
Más allá de
los efectos fenoménicos que han sido profundamente investigados, el abuso sexual
en la infancia reviste un nivel de impacto en la subjetividad que le imprime un
estatuto singular.
Reviste la
imposibilidad de la transmisión que afectará a las generaciones futuras.
Se trata de
un traumatismo que quiebra la historia de la víctima y de la próxima generación:
la transmisión queda reducida al silencio o a la mentira, convirtiéndose en una
farsa que implosiona hondamente la subjetividad.
Si el
abuso aludido es un caso de incesto, toda la filiación resulta arrasada.
Las
fracturas en la memoria y los efectos sobre el pensamiento son cuestiones
comunes a las situaciones extremas.
Un ejemplo de
ello es el Terrorismo de Estado que implementó la desaparición de personas, la
tortura, el robo de niños y los asesinatos. En esos casos, no puede haber olvido
porque la memoria no podría ser trasmitida a las generaciones venideras. La
amnesia, al modo de un trauma acumulativo, cobra en su modalidad más peligrosa
la forma de la desesperanza y del escepticismo más radical.
Sólo la
confesión de los delitos cometidos, el juicio y el castigo permiten que la
memoria se recupere y las redes simbólicas de la historia vuelvan a entramarse,
alojando la subjetividad.
Al respecto,
Marta Ronga, quien fue víctima de la última dictadura militar argentina dice en
su libro Seda Cruda: "...con el tiempo y los amigos, el dolor se me ha ordenado,
entonces puedo darme permiso, hurgar en el pasado, caminar las cornisas
vertiginosas de mi propio espanto, y escuchando mis silencios más profundos,
contar esta historia retomando un viejo y postergado diálogo. (...) Sobreviví,
en este aire todavía viciado de iniquidades, de presentes sin consuelo y de
ausentes sin duelo, de impunidad inimaginable, que creeríamos de ficción, si no
fuera porque nos está pasando".
María
Cristina Pisano
Psicoterapeuta Psicoanalítica
Notas
[1]
La
versión singular de ese relato se torna conmocionante para las víctimas
de abuso sexual: una adolescente que sufrió abuso sexual por parte de un
familiar durante varios años, decía al respecto: "¿Qué les voy a contar
a mis hijos el día de mañana acerca de mi historia? No voy a poder
contarles nada".
[2]
Cf. S.
Freud,
"Duelo y Melancolía".
Obras
Completas, Tomo XIV, Bs. As., Amorrortu Editores, 1990.
[3]
Cf. Hassoun, J., Los contrabandistas de la memoria, 1996.
[4]
EI
concepto de cuerpos dóciles, desarrollado por Michel Foucault, en su
libro Vigilar y castigar.
Bibliografía
Hannah Arendt, Eichmann en Jerusalén, Barcelona, Lumen, 2001.
Michel Foucault, Vigilar y castigar, Barcelona, Paidós, 1976.
Sigmund Freud, "Duelo y Melancolía".
Obras
Completas,
Tomo XIV, Bs. As., Amorrortu Editores, 1990.
Jacques Hassoun, Los contrabandistas de la memoria, 1996.
Luis
Horstein, Lo que la memoria trae al recuerdo, 1993.
Marta
Ronga, Seda cruda, Rosario, Laborde Editor, 2003.
Elie
Wiesel,
Interrupciones de la historia. Quiebres de la memoria,
1990.
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