La religión que se enseña es tan aburrida que
repele a los que quieren ser creyentes. Por Enrique Miret Magdalena
Enrique Miret Magdalena es poco
conocido en Argentina, pero sin duda uno de los teólogos laicos más lucidos de
España. Leerlo siempre es una fiesta.

Juan G. Bedoya entrevista a Enrique Miret Magdalena,
teólogo laico. Enrique Miret Magdalena acaba de publicar Creer o no creer.
Hacia una sociedad laica, editado por Aguilar, y prepara otro libro para
finales de este mes, aún sin título cierto, sobre el impacto de la ciencia en la
sociedad, la vida y la religión. Tiene 93 años, cumplidos el pasado 12 de enero,
y últimamente sale a libro por año, a veces dos, casi siempre en la lista de los
más vendidos.
Un asombroso ritmo para este
teólogo laico que fue imaginativo empresario en sus años mozos -incluso
presidente de la Confederación de la Pequeña y Mediana Empresa, Copyme-;
director general de Protección de Menores con Felipe González, allá por el año
83 del siglo pasado, y presidente de la Asociación de Teólogos Juan XXIII. Hace
unas semanas vivió el susto de una isquemia que le tuvo horas ingresado en la
UVI del hospital Clínico de Madrid. Ya está recuperado del todo, en pleno
trabajo, requerido con frecuencia para opinar o dar conferencias, con apenas
tiempo para mirar al pasado.
Ha acumulado 35.000 libros -sus joyas: la colección
de 1.500 catecismos en todos los idiomas, incluido uno de la China de Mao-, y
esta mañana, sumido en nostalgias por culpa de la entrevista, señala, además, su
foto preferida, entre las muchas que le acompañan en la habitación de trabajo.
Aparece a los 14 años junto a lo más granado de la muchachada del Liceo Francés:
hijos de Gregorio Marañón, de Ortega y Gasset, de Pérez de Ayala, de López
Roberts… Este último les financió un periódico titulado Juventud y, para
celebrar el primer número de aquellos animosos infantes dirigidos por un Miret
que iba a ser pluma famosa en tantos otros periódicos y revistas -Informaciones,
Cuadernos para el Diálogo, Triunfo, EL PAÍS…-, los llevó a comer al restaurante
Botín, foto incluida, la que ahora enseña con orgullo. Todos famosos, o hijos de
famosos; todos muertos, menos él.
Pregunta. Uno de sus libros se titula
Cómo ser mayor sin hacerse viejo. ¿Cómo es un día en la vida de Miret
Magdalena?
Respuesta. Me levanto y me pongo a hacer Hatha Yoga,
eligiendo las posturas que mejor me van. Luego hago una meditación Zen, para
relajarme y no dejarme influir por las impresiones preocupantes cuyo recuerdo
nos atenaza. Después, un desayuno sencillo y lectura de la prensa por Internet.
Hecho lo cual escribo en el ordenador parte de un libro, o un artículo, o
preparo una conferencia. Como con mi mujer y alguno de mis siete hijos,
intercambiando opiniones. Aprovecho la tarde para alguna gestión, y termino
cenando alguna verdura, y viendo algún programa televisivo interesante. A las
doce me acuesto. Una vez al mes voy al médico para auscultarme, medir la
tensión, el funcionamiento del corazón y los pulmones.
P. ¿Cómo se ve la vida a partir de los 90
años?
R. Miro al futuro, el pasado ya pasó. Lo que tenemos
que hacer es crear un mundo mejor, sin lamentarse de lo que pasó. Los recuerdos
sólo me sirven para no repetir el mal hecho, no quiero perder el tiempo en
repetir lo que ya pasó, sin fijarme en el futuro que está en mi mano.
P. ¿Se piensa en la muerte más que en otra
época de la vida? ¿Cómo se la imagina?
R. Sólo cuando va uno haciéndose mayor se piensa en
la muerte. Todos nos preguntamos entonces: ¿habrá otra vida después de morir?
Como cristiano que soy, creo en la Resurrección, me la figuro no como una
separación de alma y cuerpo, sino como una apertura a vivir en contacto con el
cosmos, disfrutando de todo lo positivo que hay en él.
P. ¿No es un tópico decir que la sociedad da
la espalda a los ancianos?
R. No es un tópico, sino una triste realidad, aunque
aumentan las atenciones de los ancianos y cada vez se aprecia más el
conocimiento de su experiencia en el trabajo y en la vida.
P. Usted es un superviviente de cuando
escribir era llorar, tiempos de censura y constantes persecuciones.
R. Aprendí a escribir cuando estaba la censura
franquista. Usaba citas respetables de autores de primera categoría, que no se
atrevían a suprimir, porque eran los antiguos escritores cristianos llamados
Santos Padres, o los autores del Siglo de Oro como el creador del Derecho de
Gentes, padre Vitoria. Así arropado pude escribir cosas que de otro modo estaban
prohibidas.
P. Hoy se habla mucho, muy ligeramente, de
la memoria, de la memoria histórica dicen algunos de mala manera. ¿Cómo es su
memoria, más allá de lo que ya escribió en sus memorias?
R. Escribí muy a gusto Luces y sombras de una larga
vida, pero hablar de lo presente es difícil. Hay riesgo de caer en el
enfrentamiento de todos contra todos que hoy existen. Prefiero escribir libros
de pensamiento abierto, sin referirme a los políticos del momento.
P. ¿Habrá un nuevo libro de memorias?
R. Mi familia y amigos me lo piden, paro estoy
remiso en hacerlo; no querría ofender a nadie del presente, sino sólo decir mi
pensamiento sin hablar bien ni mal de nadie actual.
P. Este Creer o no creer es una
colección de artículos suyos publicados en varios medios de comunicación, muchos
en EL PAÍS, algunos de hace ya 30 años. ¿Por qué el título?
R. Creer o no creer fue el título de uno de mis
artículos de EL PAÍS. Significa que estoy siempre a medio camino entre creer y
no creer, pues algo creo, pero no todo lo que se dice o me dicen. Somos seres
limitados y resultamos nada más que buscadores de la verdad, pero no plenos
poseedores de ella, sea en religión o en otras materias.
P. Suele decirse que ahora hay libertad,
pero pocas guías, pocos intelectuales en que creer o a quienes seguir. ¿Por qué
la incredulidad?
R. Los intelectuales, religiosos o no, han casi
desaparecido, porque la educación recibida por los jóvenes no enseña a pensar.
Por eso hay una carencia de pensamiento, sobre todo en la juventud. El defecto
está en que los intelectuales que debían hacernos pensar han desaparecido casi
por completo.
P. ¿Por qué tantos que dicen ser creyentes
obedecen cada día menos las normas que quieren imponer las jerarquías?
R. La religión que se enseña, o se intenta que
practiquen los cristianos, es tan aburrida e infantil que repele a la mayoría de
los que quieren ser creyentes.
P. Usted es un teólogo católico, además
laico. Y es, además, lo que suele llamarse un teólogo progresista. ¿Cómo ve a la
Iglesia católica en España?
R. La veo en total decadencia. Cada vez hay menos
católicos. La Iglesia tendría que modernizarse, pero nunca a base de cánticos
horteras en la misa y homilías que no saben poner el pie en la tierra. Se
necesitan, no más curas, sino mejores curas, que escuchen a los católicos que
piensan y quieren ser mayores de edad en la Iglesia, como pidió el Concilio
Vaticano II.
Fuente: Redes Cristianas
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