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Diálogo con Ivonne Gebara: Mujer, teóloga y feminista. Por Hugo José Suárez
Una de las mujeres
que conoció en su historia personal la censura de la Iglesia es la religiosa
brasileña Ivonne Gebara. En 1994, al escribir temas relativos a la mujer, el
aborto, teología y otros, fue censurada por el Vaticano. Con la intención de que
reformulara sus planteamientos fue ‘invitada’ a trasladarse a Europa a realizar
estudios teológicos en una institución católica. Hoy, años más tarde, nos
encontramos con ella en la Universidad Católica de Lovaina en vísperas de
defender un doctorado con el tema de «El mal visto desde la mujer», como una
crítica a la teología occidental que organizó su pensamiento a través de la
jerarquización valorativa fundada en el patriarcado. Luego de un agradable
almuerzo en la «Grand Rue» de Lovaina La Nueva y de redescubrir a una mujer
fantástica de la que tanto habíamos escuchado hablar, iniciamos el diálogo.
¿Cómo es que te conviertes en una teóloga feminista?
Yo estudié en Lovaina y llegué a Recife, Brasil, en agosto de 1973; estaba en
plena efervescencia la Teología de la Liberación, así que volví a estudiar
teología a través de ella. Leía todo lo que publicaban Gustavo Gutiérrez,
Leonardo Boff y otros. Empecé de una manera muy entusiasta. En esos años
-1973-1975- no pensaba en ser feminista. Había escuchado algo de Betty Fridam en
Estados Unidos y en ese entonces no me gustaba nada; yo estaba interesada en la
opción por los pobres.
Al final de los años setenta empecé a percibir que muchas cuestiones
relativas a las mujeres no entraban en la reflexión de la Teología de la
Liberación. Por ejemplo, el tema del cuerpo, la sexualidad, los problemas como
el aborto, su culpabilidad, el trabajo en el hogar, etc., y comencé a ser más
sensible a eso. Me sentía mal, pero tampoco tenía valor y coraje para hablar más
fuerte de esto. Hasta que en 1980 leí en Concilium dos artículos; uno de Doroté
Sölle, un texto bellísimo sobre la cultura de la obediencia, donde explica cómo
el nazismo es fruto de la cultura de la obediencia, y nosotras, como mujeres,
por nuestra sumisión y «complejo de inferioridad», hemos subrayado esa cultura.
También leí el artículo de una estadounidense, Rosemary Radford, que habla de
las imágenes de Dios. Comencé a leer a las feministas de Brasil, que tenían un
periódico llamado «Mulherio». Empecé, de igual manera, a interesarme por la
lucha de las Madres de la Plaza de Mayo. Yo misma había vivido la represión de
la dictadura durante la cual una de mis compañeras fue asesinada. El feminismo
me dio algunas luces para entender en parte lo que pasó en aquel tiempo a muchas
mujeres.
Así, el feminismo ha sido para mí un encuentro, una conciencia, un encuentro
con mujeres del medio popular, un malestar, un aprendizaje … y de repente
procedí a hablar y no sé cómo me volví teóloga feminista. No puedo decir que fue
una determinada mujer la que me hizo cambiar, sino un movimiento, una conciencia
creada por periódicos, libros, artículos y por el cotidiano vivir en un barrio,
por mirar cómo vive la gente.
¿Cómo se ubica tu reflexión respecto a la Teología de la Liberación?
Me siento en la misma onda de la opción por los pobres, de las mayorías, de
la cuestión de las contradicciones de clase y todo ese análisis sociológico.
Este corte fundamental de la opción por los pobres sigue igual; pero lo que
introduzco (y por eso digo que hay diferencia y no oposición) es que, desde el
feminismo hago una crítica a la teología patriarcal que nunca ha considerado la
intervención del género (construcción social de género). ¿Cómo siguen sin
denunciar las injusticias que fueron cometidas sobre las mujeres? Por ejemplo,
¡cuántas mujeres han sido violadas en las revoluciones y guerras!, como en
Ruanda, Haití. ¿Por qué el cuerpo de la mujer se torna un arma de guerra? ¿Por
qué hacen la guerra sobre el cuerpo de la mujer? ¿Por qué nunca lo denuncian?
Denuncian siempre las injusticias sociales, pero en estas injusticias hay
cuerpos que son más injusticiados que otros.
¿La Teología de la Liberación se movía de todas maneras dentro del esquema
patriarcal de pensamiento?
Sí, aunque la Teología de la Liberación ha tenido el valor de introducir el
método sociológico y el análisis económico en la teología; ha explicado quiénes
son «los pobres», que salen de una abstracción y generalidad de pobres de
espíritu para convertirse en pobres concretamente hablando. En eso sí pienso que
la Teología de la Liberación ha dado una contribución valiosa, pero no ha
criticado el esquema teológico tradicional, la estructura del Dios creador, del
Hijo único que sufrió por nosotros, etc.; entonces creo que hay que hacerlo
ahora, porque vivimos en una sociedad muy sacrificial y la teología tiene una
responsabilidad en esto, cómo salir de este sacrificio que la sociedad nos
impone.
Luego de tus accidentales vuelcos por Europa y de la censura que te
impusieron, ahora estás a punto de defender tu trabajo sobre «El mal visto desde
la mujer». ¿Cómo desarrollas este tema?
Para abordar este trabajo, no tomo primero las teorías teológicas sobre el
mal, el pecado o el sufrimiento, sino más bien a los testigos, que son, en
primer lugar las mujeres que cuentan su dolor. Ellas no hacen un discurso
teórico y sistematizado sobre el dolor, sino que esto se encuentra mezclado en
sus vidas. Tomo así el libro de Isabel Allende, Paula, en el que el mal es
considerado como «mi país en el tiempo de la dictadura militar». La fuente de
salvación para Isabel es escribir, escribir para no morir, para continuar
aguantando el sufrimiento. Después tomo a una escritora india llamada Kamala
Marcandaya, quien sufre el mal en la vida cotidiana, en su lucha por buscar
comida, por sanar a su hijo enfermo, etc.; este tipo de dolor es para mí muy
propio de las mujeres. También tomo los testimonios que presenta un periodista
brasileño, Gilberto Dimestain, quien ha seguido la ruta de la prostitución de
niñas; él, como periodista, ha viajado por donde ellas están, ha hablado con
ellas y luego ha escrito un libro, y yo intento responder a la pregunta ¿cuál es
el gran mal que ellas viven? Además hablo de las mujeres del Movimiento por la
Vivienda de Brasil, de Domitila Chungara de Bolivia, de Sor Juana Inés de la
Cruz de México y de otros casos concretos. La pregunta es cómo experimentan eso
que nosotros llamamos «el mal». Ese es mi punto de partida. Luego tengo un
capítulo sobre mi experiencia personal y hago algo que no es muy común en la
teología en Lovaina: trabajar con la mediación de género. Y cuando digo género
quiero decir que hombre y mujer no son realidades biológicas, sino realidades
culturales, o sea que no se tiene un sexo biológico sino un sexo cultural;
porque nos dicen qué es un hombre y qué es una mujer, cómo se tienen que
comportar, etc. Mi preocupación es detectar el discurso plural del mal y
descubrir cómo esta pluralidad es vivida por grupos distintos de mujeres y entro
a lo que llamo el discurso teológico, donde planteo la pregunta, ¿cuál es el
Dios de las mujeres?
¿Desde el enfoque de género no existe una noción de lo femenino y lo
masculino? ¿Todo sería una construcción social?
Pienso que sí. Claro, está el hecho biológico, pero desde el momento en que
nace una chica, ella entra en la construcción social, el papá y la mamá van a
empezar a tratarla como a una hija. O sea que el hecho bruto de lo biológico no
significa nada, o significa algo, pero es un biológico ya culturalizado. No creo
que haya una esencia masculina o una esencia femenina preexistente al hombre
histórico y a la mujer histórica que somos; no hay algo preexistente, más bien
la diferencia biológica que tenemos es al mismo tiempo una diferencia cultural.
Te dicen que tú, como hombre, no puedes hacer determinadas cosas, te visten de
una manera, etc. Hay una construcción social de la cuestión biológica.
¿Cómo se desarrolla la interiorización del modelo jerárquico y masculino en
la vida cotidiana de las mujeres y en la institución eclesial?
Es clarísima la jerarquía presente en el discurso. Cuando escuchas a las
mujeres de Sao Paulo que trabajan en el movimiento por la vivienda, es
interesante, porque ellas sienten la jerarquía, dicen: «hay algo cuando uno nace
hombre o cuando nace mujer», y cuando se nace mujer te dicen «tú vas a aprender
a lavar la loza y limpiar la casa», y cuando se nace hombre le dicen «tú vas
afuera, a la calle, vas a ganar la vida»; al niño se le repite: «tú vas a
dirigir a las mujeres». Si bien el discurso no siempre se explicita en esos
términos, la cultura te educa de una manera en que son rarísimas las mujeres del
medio popular que no tienen la mentalidad de sumisión.
Y esta realidad es más fuerte todavía en las instituciones como la Iglesia.
Si tú preguntas cuántos son los sacramentos, son siete, pero en realidad son
siete para los hombres y seis para las mujeres. La desigualdad está presente,
las responsabilidades de poder y de decisión que tienen las mujeres dentro de la
Iglesia son casi nulas. ¿Cuál es la elaboración teológica reconocida por la
Iglesia que ha sido hecha por las mujeres? Sólo la de algunas que han repetido
la misma cosa que los hombres, pero si intentas hablar desde tu dolor, desde
cómo te sientes mujer, con tus sufrimientos, no te escuchan. El dolor de la
mujer no es normativo, el dolor del hombre sí. La crucifixión del hombre Jesús
tiene más sentido que el dolor de su madre María. La sangre de Jesús es
redentora, nunca se habló de la sangre de las mujeres, que más bien es
considerada como impureza. Yo quiero mostrar esas contradicciones dentro de la
religión.
En este momento la Iglesia católica vive un estancamiento doctrinal (si no
un retroceso) y son pocas las perspectivas de cambio. ¿Crees que existen
posibilidades del sacerdocio para las mujeres o se puede pensar, por ejemplo,
que alguna vez el Papa podría ser mujer?
Ahora no es posible, pero creo que el problema no es que nosotras como
mujeres accedamos a ser papas. El problema es que este modelo jerárquico
(jerarquía no sólo social sino también sexual) tiene que cambiar. La cuestión no
es que la Iglesia establezca que las mujeres sean ordenadas, sino más bien el
que exista una concepción distinta del ser humano. La salida no es ordenar a las
mujeres, sino empezar a cambiar las relaciones, contenidos y acciones. Por
ejemplo en los temas como el aborto, la sexualidad, los métodos anticonceptivos,
etc., la posición de la jerarquía católica es muy conservadora con todo lo que
es el cuerpo. En el caso de la planificación familiar, para ellos existe el
método natural y el artificial y entonces, desde esa perspectiva, no deberían
aceptar los marcapasos en el corazón, pues eso también es artificial; si haces
una separación tan rígida, el tema se complica. Existe entonces una idea de
naturaleza que hay que cambiar; el sacerdocio de las mujeres no es esencial,
sino que se reconozca su derecho a pensar, actuar, tener liderazgo, decir cosas
distintas que los hombres y que sean reconocidas por eso. Hay que crear nuevas
relaciones en la sociedad; eso quiere decir que también hay que repensar los
contenidos teológicos, porque hay cosas que ya no se pueden sustentar, que han
sido válidas en un mundo teocéntrico y medieval, donde todo era organizado desde
una imagen de Dios como «padre todo poderoso, creador del cielo y de la tierra»,
pero ahora ya no se tiene esa idea de Dios. Los nuevos paradigmas de la ciencia,
los movimientos ecológicos, feministas, etc., han hecho cambiar la mentalidad,
por lo que ya no se puede decir lo mismo que antes.
Fuente: Redes Cristianas
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