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La cruz de Jesús. Una estrategia de vida, un camino de muerte. Por Xabier PikazaComo buen israelita, Jesús creía en la llegada del Reino, que empezaría a instaurarse en Jerusalén, para extenderse desde allí al universo entero. Como profeta de los pobres y excluidos de Israel, Jesús estaba convencido de que ese Reino vendría a partir de los más pequeños, los hambrientos y expulsados de la buena sociedad israelita. En nombre de ellos, como enviado del Padre y representante de los pobres, subió a Jerusalén, al acercarse los días de pascua, rodeado de un grupo de discípulos y colaboradores. Esa subida fue un acto de fe en el Dios de las promesas y en el valor de su mensaje: subió desarmado y sin medios económicos para conseguir sus objetivos, porque el Reino de los pobres no se logra con dinero ni con armas, sino con la trasformación de las personas. Por eso, para trasformar a las personas desde el Reino (para el Reino), subió a Jerusalén, ciudad de la esperanza y las promesas. Esa subida formaba parte de su estrategia mesiánica, una estrategia cuyo final Jesús no podía conocer de antemano, aunque estaba convencido de que le esperaba el Reino de Dios, como vida de de amor ofrecida a los pobres y compartida con ellos. Desde este fondo quiero ofrecer algunas consideraciones, aceptadas por gran parte de la exégesis moderna. Ellas pueden ayudarnos a entender mejor las implicaciones y el sentido de la Semana Santa:
2. Subió confiando en que podrían
escucharle y aceptarle… Tenía la certeza de que Dios hablaría a través
de lo que él hiciera (y de lo que hicieran con él) en Jerusalén, pues ésta era
la última oportunidad para la ciudad de la promesas y del templo. Sus discípulos
y aquellos que le acompañaban desde Galilea apoyaban su proyecto. No llevó
consigo a todos sus amigos, ni a todos los itinerantes que le habían seguido,
mientras anunciaba el Reino por los campos y pueblos de su tierra, en Galilea;
pero vino con un grupo significativo, centrado en sus Doce enviados, que eran un
signo y anuncio de las doce tribus de Israel que se van a reunir en Jerusalén…
No vino para realizar una tarea privada, sino como pionero y representante de
aquellos que esperaban la llegada del Reino. Por eso, su venida, en ese tiempo
de Pascua, no fue un gesto privado, sino la expresión oficial de sus
pretensiones mesiánicas, en Jerusalén capital y principio de su Reino.
3. Jesús quería la trasformación o
“conversión” de Jerusalén… Conforme a los planes de Dios, era posible
que los jerarcas de Jerusalén cambiaran y que los sacerdotes del templo
abandonarán su poder sagrado, de tal forma que todos formaran un pueblo con los
pobres. Ciertamente, Jesús conocía los enfrentamientos de los sacerdotes con
otros grupos de judíos (como los esenios de Qumrán) y era consciente de los
problemas que su gesto podía plantear al gobernador/procurador romano (Poncio
Pilato), que también había venido a Jerusalén con un continente mayor de
soldados, para mantener el orden en los días de la fiesta. A pesar de eso (o
precisamente por eso), Jesús subió a Jerusalén, porque era tiempo de Dios,
tiempo para que los hombres y mujeres pudieran empezar a comunicarse entre sí en
gesto de paz, desde los más pobres, sin prepotencia o dominio religioso o
militar de unos sobre otros.
4. ¿Pudo haber pactado con los
sacerdotes? Sabemos por la Biblia que el pacto es una señal de Dios y
preguntamos: ¿Por qué no buscó Jesús un pacto con los sacerdotes del Templo? ¿Lo
habrían éstos aceptado? ¿Con qué condiciones? Pues bien, sabemos que los
sacerdotes habían pactado con Roma, que nombraba al Sumo Sacerdote, en el
contexto de una estrategia de poder, aceptada tanto por unos y por otros.
Lógicamente, ellos no podrían haber aceptado el pacto Jesús, pues ello
implicaría el abandono de este tipo de culto y de templo: en caso de aceptar a
Jesús, ellos deberían disolverse y abandonar sus poderes, cosa que no parecían
querer. Por su parte, Jesús no podía ofrecerles otro pacto que el signo de su
vida (el pan compartido) al servicio de los pobres, sin violencia, sin venganza.
Ciertamente él ofreció ese signo de pacto, pero los sacerdotes no lo aceptaron
(ni Jesús aceptó el pacto que los sacerdotes podían ofrecerle, desde su
situación de poder).
5. ¿Pudo haber pactado con
Roma? Desde nuestra perspectiva actual podría, y quizá debería, haberlo
hecho: podría haber mandado delegados a Pilato, para decirle que venía
desarmado, que no podía (ni quería) tomar la ciudad, ni provocar desórdenes
externos: que sólo intentaba cambiar la identidad de los judíos, de una forma
que no iba directamente en contra de los intereses de Roma. De todas maneras,
podemos suponer que Jesús no propuso ese tipo de pacto a Pilato, pues ni él
estaba dispuesto a pedir permiso al gobernador, ni el gobernador tenía ningún
interés en pactar con judíos de tercera o cuarta categoría, como era Jesús (un
gobernador romano sólo pacta con sacerdotes superiores o magnates). Sea como
fuere, Jesús no quiso provocar directamente a Roma, de manera que su entrada en
Jerusalén, aunque cargada de pretensiones mesiánicas (¡todos los judíos que
subían a Jerusalén por pascua soñaban en el Reino de David!), fue radicalmente
pacífica. Es evidente que Jesús ofreció a los romanos un pacto implícito de paz,
de no violencia externa, pero ellos no quisieron (o no pudieron) aceptarlo.
6. La subida de Jesús a Jerusalén
provocó una conmoción en los sacerdotes, que se sintieron amenazados,
porque Jesús no reconocía el valor de su mediación sagrada (¡materializada en el
templo!), sino que anunciaba y promovía la caída o final de este templo, para
que Dios pueda hablar directamente con los hombres y mujeres de la ciudad y del
mundo, empezando por los pobres. Así lo descubrió Caifás, el Sumo Sacerdote,
quien, conforme al evangelio, argumentó de esta manera: «Los sacerdotes decían:
¿Qué hacemos? Pues este hombre hace muchas señales. Si le dejamos seguir así,
todos creerán en él; y vendrán los romanos y destruirán nuestro templo y nuestra
nación. Entonces les dijo Caifás: Vosotros no sabéis nada; es mejor matar a un
hombre que dejar que perezca todo el pueblo» (cf. Jn 11, 47-50). Éste puede ser
un argumento muy capcioso pues está presuponiendo que el triunfo de Jesús
suscitará disturbios que conducirán a la intervención romana y a la destrucción
del templo y del pueblo. Pero eso es precisamente lo que habría que demostrar:
¿No hubiera sido posible que Roma se declarara neutral y dijera que el
movimiento de Jesús era un asunto privado (como se dice en Occidente ahora)?
Pero, en otro sentido, es un argumento verdadero: los sacerdotes y Caifás
suponen que el movimiento de Jesús constituye un riesgo público y por eso le
acusan a Pilato.
7. Pilato no necesitaba
demasiadas acusaciones y apoyos de los sacerdotes para apresar a Jesús.
Posiblemente no tenía gran devoción por el templo de Jerusalén, pero como
político tenía que defenderlo, pues se trataba de un templo reconocido y apoyado
por la ley de Roma, que se comprometía a mantener su funcionamiento (nombrando
incluso a sus Sumos Sacerdotes). Todo lo que pudiera interpretarse como un
ataque contra el templo era en el fondo un ataque contra Roma y Pilato tenía que
evitarlo. Por eso, aunque quizá hubiera prendido a Jesús por su cuenta (como
perturbador político), le prendió y le condenó también porque ponía en riesgo el
frágil “statu quo” del templo, que garantizaba las relaciones entre la
oligarquía sagrada del judaísmo y el poder de Roma.
8. Imaginemos que Jesús hubiera
logrado mantener su pretensión en Jerusalén, rodeado por un grupo de discípulos
y amigos ¿Cómo se habría comportado? ¿Habría recibido la corona de
rey no militar de los judíos, fundando así una especie de ONG mesiánica, como un
tipo de club privado, sin riesgo para el poder militar de Roma? Pero éstas no
son más que imaginaciones retóricas. Dentro del organigrama político de Roma se
podía hablar de un «Rey de los Judíos», pero sólo en clave de pacto político,
de sumisión imperial y colaboración militar. De esa forma, Herodes el Grande
había sido por muchos años (del 37 al 4 a. C.) Rey de los judíos y lo será poco
después su nieto, Herodes Agripa (39-44 d. C.). Roma podía aceptar a un Rey
judío y darle gran autonomía, pero sólo como rey vasallo (”amigo”) del imperio.
Pues bien, el reino de Jesús no iba en la línea de Herodes el Grande o de
Agripa, su nieto. En el proyecto de Jesús no cabía un rey político así, en pacto
con Roma. Jesús no era rey de esa manera. Posiblemente apeló a las promesas de
David, pero no quiso tomar Jerusalén por las armas, ni pactar militarmente con
Roma, sino que buscó y creó un espacio distinto de Reino, que en principio no
iba contra Roma, pero que, en el fondo, era mucho más peligroso para Roma que
los reinos de un posible Herodes levantisco.
9. A pesar de que
humanamente hablando era imposible que triunfara (ni los sacerdotes judíos, ni
los soldados romanos podrían aceptarle), Jesús subió a Jerusalén esperando
la llegada del Reino de Dios… Subió porque así lo exigía la estrategia de
Dios, que había protegido a sus profetas y que le había enviado precisamente
para anunciar y preparar el Reino entre los pobres y excluidos de Israel,
empezando por Galilea. Subió porque estaba convencido de que su mensaje y su
tarea venían de Dios y porque Dios le había confiado la tarea de instaurar con
su palabra y con su vida el nuevo Reino de los pobres, que se extendería desde
Jerusalén a todos los hombres y mujeres de la tierra. No podía apelar a la
violencia externa, porque ese Reino no era de violencia externa. No pudo buscar
pactos militares o políticos, porque ese Reino no era de pactos. Por eso vino,
desarmado y lleno de esperanza. 10. Subió a Jerusalén e hizo los últimos signos del reino, que son básicamente tres.
(a) Un signo social: entró a la
ciudad como pretendiente mesiánico, en la línea de David; muchos se habían
preguntado si era rey, ahora responde de manera afirmativa: es el Mesías, pero
en forma pacífica, sin armas, anunciando el Reino de Dios para los pobres. 11. Conforme a lo anterior, Jesús puede esperar dos cosas: una intervención histórica de Dios o una escatológica.
(a) Desde la historia de las promesas
judías, parecía más lógica una intervención histórica: en algún momento,
antes de su muerte, Dios intervendría avalando el camino de Jesús, que era el
camino de los pobres. Todo nos permite suponer que esto era lo que Jesús más
esperaba, lo mismo que sus discípulos. Pero Pilato le mandó crucificar y Jesús
murió gritando «¡Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?», sin que
sucediera externamente nada. Lógicamente, los discípulos huyeron. 12. Por su parte, los sacerdotes y Pilato pudieron descansar tranquilos. El problema de Jesús había terminado felizmente, sin grandes sobresaltos. Pilato le condenó a morir en la cruz, pues representaba un riesgo para la paz romana; le crucificó para escarmiento de posibles rebeldes y de otros partidarios mesiánicos, poniendo en la cruz un letrero que decía: ¡Rey de los judíos!. Pilato actuó como representante del imperio (¡por la paz de Roma!), pero lo hizo también como un gesto de buena voluntad en relación con los sacerdotes, a quienes Jesús molestaba. Los dos poderes, el religioso-nacional y el religioso-imperial, colaboraron bien en contra Jesús. No fue necesario matar o perseguir a los discípulos del pretendiente mesiánico, pues no parecieron peligrosos (en contra de lo que sucedió en otros casos, en los que fue necesario matar con el líder a muchos de sus partidarios). Por eso, Jesús murió sólo Jesús (sin que murieran a su lado algunos de sus partidarios), acompañado probablemente por otros dos “ladrones” (es decir, por otros dos nacionalistas judíos). Al acercarse la noche, fue preciso enterrarles, para que los cuerpos condenados, colgados y expuestos a la luz de la estrellas, no contaminaran la santidad de la tierra judía y de las fiestas de pascua que se seguían celebrando como si nada hubiera pasado (cf. Jn 9, 31-42). 13. Todo parecía terminado, pero todo estaba abierto. Jesús había escrito con su vida y con su muerte la historia de Dios en la tierra. No le había matado, pues Dios no mata, sino que es vida y da la vida. Pero había muerto en Dios, como enviado suyo, por defender su causa, que es la causa de los pobres. Por eso, todo seguía abierto desde Dios, que quiso seguir contando su historia (la historia de Jesús, que es historia del mismo Dios) en la vida de sus discípulos. Y de esta manera anunciamos la experiencia de la pascua, que nos permite descubrir el sentido y presencia de la muerte de Jesús. De ella trataré el próximo día.
Fuente: Eclesalia
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