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Modelos de familia en una Sociedad laica. Por Benjamín Forcano, sacerdote y
teólogo
Antes que la sociedad, desde sus diversas entidades e instituciones, comience
a manipularlos con interesadas ideologías, conviene señalar si no tenemos un
punto de partida común, obligatorio y universal, desde el que desarrollar
nuestra reflexión.
En la plural convivencia de una sociedad democrática, se dan ciertamente
ciudadanos de mil clases, colores e ideologías, pero olvidamos que todos somos
de una misma clase humana, de un mismo color humano esencial, de un mismo pensar
humano esencial.
Laicidad es la condición del que es laico, y laico es quien nace en un pueblo
-pequeño o grande ( aldea o ciudad)-, siendo acreedor por tanto a que se le
llame pisano, laico, popular, ciudadano. Ciudadano, además, de índole personal,
con capacidad para convivir reconociendo y afirmando la alteridad del otro.
Se trataría , por tanto, de reconocerse como laicos,
ciudadanos para convivir como personas. Lo hacemos así porque la historia
heredada nos ha llevado a valorar lo que nos contrapone y no lo que nos une.
Creo que la manifestación del 30 de diciembre fue un foco de luz que denuncia
por sí mismo la descolocación de quienes entronizaban como válido un único
modelo de familia cristiana.
La manifestación pretendía afirmar algo contra alguien: un modelo de familia
cristiana como él único válido frente a otros tipos de familia y defenderla
contra todo un movimiento laicista, propio del gobierno actual, que negaría la
trascendencia, buscaría desterrar a Dios de la sociedad y marginar y atacar a la
Iglesia católica.
La manifestación no representaba la cara total de la Iglesia y de la
sociedad, pero sí pretendía ser la cara más conforme con Dios, alertando contra
otros modelos extraviados. Revivía una mentalidad preconciliar, que en los
primeros tiempos de nuestra democracia no habría sido objeto de apoyos y
movilizaciones oficiales.
El fenómeno era nuevo sobre todo por el respaldo político otorgado por la
jerarquía católica. El fenómeno tenía dos caras, pero no era un fenómeno
confluyente sino excluyente.
Obviamente, tras las dos caras, se escondían causas y motivaciones distintas,
pero sólo la conservadora exigía reivindicaciones. La mentalidad conservadora,
soterrada por tiempo, gritaba a los cuatro vientos: no al laicismo rampante, no
al retroceso de los derechos humanos, no a legislaciones inicuas. La jerarquía
no integraba dos mentalidades, enaltecía una de ellas. Modelo de familia
cristiana integrista
En el sentimiento de los manifestantes, bullían en un grado u otro estas
ideas:
La familia, basada en el matrimonio, tiene como finalidad primaria la
procreación. - Ningún medio natural o artificial debe impedir la apertura de la
relación exual conyugal a la vida.
El matrimonio es absolutamente indisoluble.
El matrimonio civil entre bautizados es nulo.
El óvulo fecundado tiene derecho a la vida, de modo que cualquier interrupción
del embarazo es un asesinato.
Cualquier relación sexual entre personas del mismo sexo o cualquier
excitación en solitario es algo que va contra la naturaleza (La homosexualidad
es un vicio nefando y la masturbación un vicio contra naturam).
La educación de los hijos depende de la familia y no es competencia directa de
la sociedad ni del Estado.
La asignatura de educación para la ciudadanía propuesta por el Estado es
ilegítima .
Contrarias a Derecho e ilegítimas son las leyes democráticas que legalizan el
divorcio, el aborto, la educación no confesional para la ciudadanía, la venta
libre de anticonceptivos (aunque sea para evitar el contagio del sida) y el
matrimonio de personas del mismo sexo. El Estado debe proteger a la familia
castigando a cuantos abandonan el hogar y a cuantos intentan cualquier tipo de
aborto, aun aquel en que peligra la vida de la madre (aborto terapéutico).
Modelo de familia cristiano, moderno y conciliar
Basado en el matrimonio, este modelo no tiene como finalidad primaria la
procreación, sino que es “una comunidad intima de vida y amor”, con plena razón
de ser aun cuando falte la descendencia.
La paternidad responsable hace que los esposos puedan elegir medios
contraceptivos (no abortivos) que les permitan asegurar su amor cuando éste es
valor mayor y entra en conflicto con otros valores.
La indisolubilidad no aparece en el Nuevo Testamento como un valor absoluto
inderogable en toda pareja, sino como un ideal al que hay que tender. La
economía salvadora de Dios sabe compaginar la misericordia con la fragilidad y
limitación humanas, entendiendo que el ideal es muchas veces enemigo de lo
mejor.
El matrimonio civil es el único que estuvo vigente en la Iglesia durante
siglos. La apropiación que de él ha hecho la Iglesia para administrarlo entre
católicos, no niega el matrimonio como realidad natural, creada por Dios, del
que derivan propiedades comunes con el matrimonio cristiano. El amor,
inspiración fundamental, es la misma en ambos y autoriza a mantenerlo como
cristiano cuando surjan fallos irrecuperables y a que pueda tener significado
cristiano aun cuando sea matrimonio civil.
La cuestión del aborto, con determinación del momento en que hay vida en el
proceso de la concepción, no pertenece al dogma ni a la fe; es una cuestión
humana que hay que dirimir con la ayuda de las ciencias. Todos estamos por la
vida, a favor de la vida, pero observando los pasos necesarios antes de concluir
cuándo se da esa vida. Una hipótesis científica, quizás la más generalizada hoy,
afirma que el embrión no es individuo humano hasta las ocho semanas.
La homosexualidad es también un problema humano, sobre el que no hay normas
cristianas específicas. Es, en todo caso, un hecho existente en todos los
pueblos y culturas y , en la actualidad, ya no se la puede calificar de
enfermedad, anomalía o perversión, sino que puede ser considerada de variante
legítima, aunque minoritaria, de la sexualidad humana. Una sociedad democrática,
con gobierno democrático, tiene poder moral para debatir el tema y
democráticamente darle un estatuto jurídico con leyes oportunas. Si se lo llama
matrimonio no es equiparable exactamente al matrimonio tradicional, entendido
como matrimonio entre un hombre y una mujer, por su imposibilidad de tener hijos
biológicos, pero sí es un proyecto de vida entre dos personas, que pueden
ejercer una paternidad - maternidad fecundas en otros aspectos.
La condena de la masturbación estaba basada en el supuesto precientífico de
creer que el varón con el gameto masculino era la causa total de la vida, y
frustrarlo equivalía a frustrar una nueva vida. La valoración de la masturbación
parte hoy de otros planteamientos.
Es una abstracción partir de que, en la educación de los hijos, el derecho
pertenece en exclusiva a los padres. El derecho a ser educado es de los hijos y,
en una escuela, sociedad y estado democráticos, ese derecho es compartido de
diversa manera por unos y por otros. Tan es así que no son pocos los casos en
que, ante el abuso o irresponsabilidad de los padres, intervienen instituciones
sociales o el mismo Estado para asegurar la salvaguarda de ese derecho.
En una sociedad democrática, plural, el contenido educativo se extrae
básicamente de la naturaleza de la persona, que incluye propiedades, objetivos y
consecuencias que atañen a todos, independientemente de la religión que se
profese o de que no se profese ninguna. Las exigencias morales de una u otra
religión no son materia para proponer a todos mediante leyes vinculantes.
El ciudadano es libre de ser creyente o no, o de ser creyente de una u otra
religión; un Estado democrático no les podrá negar nunca ese derecho. Pero
ningún creyente o ateo podrán exigir que su fe o no fe sea impuesta a los demás
por el Estado mediante ley.
Las leyes en una sociedad democrática se debaten y aprueban en el Parlamento
y promulgan por el gobierno. Atendiendo a la racionalidad y ética humana civil,
esa sociedad democrática puede legislar las leyes que considere más justas y
oportunas para temas humanos, incluidos los del aborto, divorcio, etc. En la
preparación de esas leyes, los católicos tienen todo el derecho del mundo a
intervenir con cuantos argumentos crean conveniente.
La herencia cultural sociopolítica
Resulta más que obvio que en la manifestación estaban en pugna dos modelos de
familia, imbuidos al mismo tiempo por otras ideas sociopolíticas de arraigada
tradición: 1.La religión católica es la única verdadera: “Fuera de la Iglesia no
hay salvación”. 2. La libertad de conciencia es un error venenosísimo. 3. La
libertad religiosa es un delirio. 4.La libertad de pensamiento, de prensa, de
palabra, de enseñanza o de culto no son derechos concedidos por la naturaleza
del hombre. 5.La conciliación entre socialismo y catolicismo es imposible. No se
puede ser socialista y católico a la vez .
6. El comunismo es intrínsecamente perverso. 7. La existencia de clases en la
sociedad es voluntad de Dios. 8. La Iglesia católica, depositaria de los valores
espirituales y morales, está por encima de los valores temporales y humanos y
tiene derecho a recabar la sumisión y subordinación de los Estados.
Estas pautas, propias de un régimen de Cristiandad y de un
nacionalcatolicismo, serían las que la Iglesia católica debe mantener.
(Estas afirmaciones están literalmente sacadas de encíclicas o documentos
como Concilio de Florencia 1452, Quod aliquantum 1791, Mirari vos 1832, Syllabus
1864, Libertas 1888, Vehementer 1906, Quanta cura, etc.)
Conclusión, ¿laicidad unitaria universal o confesionalismo dualista
excluyente?
Los hechos expuestos apuntan a que, entre uno y otro modelo de familia,
parece querer establecerse una incompatibilidad. Yo creo que no se trata de
incompatibilidad, sino de realidad compleja, dialéctica e integradora. La
realidad no es así de incompatible.
Averiguar los presupuestos de esta incompatibilidad nos da la clave de la
comprensión y solución del problema. Apunto tres:
Primera: Fuera de la Iglesia no hay salvación En sentido
estricto creo que podríamos reducir a una la causa fundamental de la
incompatibilidad que estamos viviendo. Una mentalidad católica, que no comparte
la laicidad como consecuencia de la modernidad y que sigue profesando como única
doctrina que puede entender al ser humano, guiarlo y salvarlo, la católica. El
catolicismo se reserva la explicación y salvación del ser humano y descarta
cualquier otra concepción. El hombre por sí mismo, desde su propia estructura y
condición, sería impotente para realizarse éticamente, liberarse y salvarse. Esa
liberación la ofrece únicamente la religión católica.
Segunda: El estado no tiene poder moral para legislar Si la
religión católica se coloca en la sociedad como cima moral, está claro que no
admitirá que el Estado, por más democrático, laico y aconfesional que sea, pueda
atribuirse el poder de enseñar, transmitir moralidad y promulgar leyes que
aseguren el bien y perfeccionamiento de los ciudadanos.
Este oficio se lo reserva para sí la Iglesia católica , por varias razones:
porque el saber perfecto es el saber “revelado” o católico; porque el saber
racional no puede desligarse ni independizarse del teológico; porque el hombre
no se basta a sí mismo para realizarse y salvarse: la salvación humana es
imposible sin la revelación cristiana; porque la Iglesia católica
institucionalmente hablando y en su área de influencia, se ha aliado con el
poder, residente casi siempre en la derecha; porque un gobierno socialista
proviene de tradición más bien revolucionaria y atea, lo que le hace más incapaz
para formular leyes moralmente justas.
Tercera: Las realidades humanas no son admitidas en su
autonomía y valor Y, finalmente, la historia vivida, larga historia, demuestra
que esa mentalidad católica, hasta el Vaticano II, no fue capaz de reconocer la
inviolable autonomía y dignidad de las realidades terrenas. La Iglesia ejerció
siempre una superior tutela y de ahí surge ahora espontánea la misma tendencia.
No se ha liberado de ella, la añora y, al perderla, cree que el mundo se
precipita a la ruina.
En vez de admitir como natural los cambios legítimos del mundo moderno y de
nuestra época, de admitir la emancipación ocurrida en tantos y tantos lugares
como fruto de la racionalidad, de la justicia y de la solidaridad humanas; en
vez de adaptarse y colaborar, como prescribe el Vaticano II, con los nobles
anhelos, propósitos y metas de la sociedad actual, persiste en hacer valer su
imperialismo religioso de antaño y en no admitir ni tratar evangélicamente la
realidad maravillosa pero débil y pecadora al mismo tiempo del ser humano.
En todo caso, el hombre es libre, tiene derecho a equivocarse, y no se lo
puede entender, en buena teología católica, como perdido y constitutivamente
corrupto, viéndose constreñido a buscar fuera de sí la liberación y salvación.
Sí que se puede, y ojalá sea el nuevo camino, partir de lo que a todos nos
une y añadir entonces en diálogo, como oferta de una mayor plenitud posible, lo
que las religiones, y entre ellas la católica, proponen como programa de
realización y felicidad.
Fuente www.RedesCristianas.net
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