Modelos de Iglesia y Mons.
Enrique Angelelli. Por Quito Mariani 
Enrique, como todos los de nuestra
generación, se enfrentó al desafío de dar un salto entre dos modelos de Iglesia
claramente contrapuestos. El elaborado por el Concilio de Trento (s. XVI) y el
reelaborado por el Concilio Vaticano II (s. XX).
Si bien no hay que atribuir
exclusivamente a los documentos Conciliares de esas dos grandes Asambleas
eclesiales, las características que fue adoptando la institución eclesial,
ciertamente ellos son la fuente principal.
Voy a referirme a estos modelos de
Iglesia y a la trayectoria de Mons. Angelelli que resulta paradigmática para la
transición de uno a otro modelo.
Verticalismo vs. comunidad
El Tridentino alumbró una Iglesia
“disciplinada”, para lo cual remarcó la constitución jerárquica que, en un
proceso de crecimiento verticalista, culminó con la proclamación del dogma de la
infalibilidad pontificia en el Concilio Vaticano I (s. XIX).
El Vaticano II, identificó a la
Iglesia como el pueblo de Dios y a sus jerarquías como servidoras del pueblo,
inclinando hacia una disminución del autoritarismo y una recuperación de la
importancia de la comunidad y, consecuentemente, del papel del laicado.
Como Obispo Auxiliar de Córdoba
Mons. Angelelli convivió con el Arzobispo Castellano cuya visión era
absolutamente tridentina. Su autoritarismo llegó a resultar tan molesto, que una
gran parte del clero diocesano (170 sacerdotes) de los 250 que había entonces
aproximadamente, firmó una nota a la Nunciatura pidiendo que interviniera para
cambiar ese modo de conducción. Angelelli entendió nuestros reclamos y, al mismo
tiempo que los hacía conocer al Arzobispo, nos confidenciaba su coincidencia
con nuestros argumentos y criterios.
Fue un proceso largo y
doloroso. Se tocaba un punto crucial de un modelo enquistado. Finalmente se
logró la renuncia de Mons. Castellano. Detrás de él, su entorno, no eligió al
Obispo Auxiliar durante la “sede vacante”. Un modo de resistencia y sorda
desaprobación.
Cuando, desplazado a La Rioja,
ya como Auxiliar del Nuevo Arzobispo Mons. Primatesta, después de los
acontecimientos de la huelga estudiantil en Cristo Obrero, Angelelli recibió a
sacerdotes de distintas diócesis que buscaban un clima eclesial más evangélico,
constituyó el primer Consejo presbiteral realmente participativo. Comenzaba la
Iglesia comunitaria del Concilio con una de sus estructuras más importantes que,
sin embargo, a pesar del tiempo transcurrido, no funciona actualmente en muchas
diócesis
Aislamiento vs. apertura
Del Tridentino nació una
Iglesia concentrada en sí misma, en actitud de defensa, preocupada por
robustecer la cohesión interna en torno a reglas muy fijas y ajenas a todo lo
que significaba mezclarse con el mundo y sus problemas, considerados elementos
de corrupción. Había razones para ello. Muchas personas de altas jerarquías se
habían visto envueltas en situaciones muy poco evangélicas, absorbidas por los
ambientes de la nobleza y los poderosos. Esta actitud de cerrazón sostenía una
condenación permanente de las ciencias positivas y sus conclusiones.
Juan XXIII y el Concilio por él
convocado, abrieron las ventanas al mundo. Quisieron que la Iglesia se
enriqueciera con sus conquistas y su experiencia y adaptara el mensaje del
Evangelio a las necesidades y anhelos de la sociedad real. Y de allí nació una
Iglesia comprometida realmente con la sociedad. Con actitud positiva hacia los
conocimientos científicos. Valorativa de las costumbres y las culturas.
Siendo rector del Seminario de
Loreto, Angelelli se atrevió a que los seminaristas mayores completaran su
formación en parroquias especialmente escogidas, sacándolos del aislamiento
total que se vivía en el Seminario. Tenía conciencia de que la misión de la
Iglesia era ser sal y levadura, no al lado, sino adentro de los alimentos y la
masa.
Poder vs. servicio
Provocando una organización
piramidal de sujeción en todos los órdenes, el Tridentino fomentó las alianzas
con el poder y una vuelta al período clasificado como “cristiandad” que puede
describirse como una organización monolítica de toda la sociedad en torno a la
Iglesia. Estas alianzas tuvieron diversas formas y permitieron un proselitismo
abundante aunque, por cierto, no a favor de la vigencia de los principios
evangélicos sino de los intereses eclesiásticos.
El Vaticano II retomó la línea
del servicio desde la humildad como único medio de recuperar la libertad para
predicar y vivir los principios evangélicos.
Angelelli no admitió ninguna
alianza con el poder, denunció los abusos de autoridad y desconoció las
disposiciones que contrariaban los intereses y necesidades de los más
postergados. Su lucha por las Cooperativas para la posesión del agua y la tierra
que eran injustamente explotadas junto con los hombres y familias que las
trabajaban, le valió agresivos rechazos de los terra y aqua tenientes.
Culto vs. Compromiso humano
Del Concilio tridentino
nacieron disposiciones muy concretas para el restablecimiento del culto y,
promoviendo un alejamiento de la Biblia que no podía leerse por el peligro de
las interpretaciones individualistas o el “libre examen” propugnado por los
“protestantes”, fomentó el alejamiento de un cristianismo injertado en la
realidad y fomentó la multiplicación de devociones sin fin con las que el pueblo
paulatinamente fue perdiendo el sentido de la centralidad de Cristo y su
mensaje. De allí nace el concepto de que “cristiano práctico” es el que va a
Misa todos los Domingos.
El Concilio Vaticano II retornó
a la noción del sacerdocio bautismal, de toda la Liturgia como culminación y
fuente de la vida real, de la relativización de todo el culto de las imágenes,
de la purificación de prácticas mágicas y supersticiosas, proponiendo para todo
esto reformas y decisiones para llevar a cabo un cambio profundo.
Angelelli, respetuoso de una
tradición popular entroncada con la cultura aborigen, que había sido fomentada
sin ningún límite y sólo cambiando personajes, pero con el mismo sentido de
superstición y sobre todo de alienación, mantuvo las prácticas tradicionales.
Pero se esforzó paciente y constantemente en enriquecerlas con un sentido
liberador, como logró por ejemplo con las ceremonias del “tinkunaku”, encuentro
de San Nicolás con el Niño Alcalde, o la convocatoria del “Cristo de la Peña”...
Concilió la sencillez y profundidad de la religiosidad popular con la actitud de
compromiso con los derechos y la dignidad de cada ser humano.
Limosna vs. Promoción y
justicia
En la perspectiva del Concilio
Tridentino tienen cabida, las obras de caridad, pero la concentración exclusiva
en lo interno de la Iglesia, mantiene prácticamente al margen toda importancia
que pueda concederse a los pobres y desheredados, como no sea la pobreza
implicada en las Congregaciones religiosas por los votos de pobreza, castidad y
obediencia, que abarcan ciertamente un ámbito muy particular, distinto del de la
pobreza real.
En el Concilio Vaticano II la
preocupación por la Justicia muy destacada en la Constitución Gaudium et Spes y,
sobre todo, la Encíclica Populorum Progressio con el Documento de los 18 Obispos
del Tercer Mundo y las Conferencias Episcopales de Medellín y Puebla, importaron
una nueva actitud ante los pobres, pasando del concepto de caridad y limosna al
de promoción humana, reivindicación de sus derechos y dignidad hasta llegar a la
concepción de las Bienaventuranzas, que presentan a los pobres como dueños del
Reino y desde quienes tiene que comenzar y crecer la construcción de una nueva
sociedad.
Angelelli, como Obispo, usó
todo el peso de su figura para compartir y defender a los pobres. Impulsó a sus
sacerdotes a comprometerse en esta misma tarea y los cuidó defendiéndolos de
todos modos y denunciando con firmeza las persecuciones de que eran objeto. Le
dolió en el alma la prisión y el asesinato de algunos y adivinó que ése sería
también su destino final. Pero no retrocedió.
Llegó hasta esa instancia
rehusándose a dar un paso atrás en la defensa de la Justicia, de los derechos
humanos y de la dignidad de los pobres. Su asesinato es, por eso, “martirio” con
todas las letras. Mártir del amor y por eso mártir, testigo fiel y completo, de
la fe cristiana.
Desde luego que estas
reflexiones, acotadas por el límite que hay que ponerse en un escrito destinado
a comunicar lo esencial, puede ser completado con otros aspectos, atinentes al
modelo de Iglesia y de pastor que encarnó el “Pelao”, como le decíamos
familiarmente. Queda sin embargo claro que él es vanguardia de la Iglesia del
Vaticano II, y que ha regado con el elemento más fecundo, su sangre, las
semillas de evangelio que se sembraron desde esa magna Asamblea de la comunidad
cristiana, convocada por Juan XXIII, la irrupción del Espíritu en la Iglesia.
José Guillermo Mariani (Pbro)
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