¿Quién mató a Cristo?
(Reflexiones para el Viernes Santo por Quito Mariani)
El dolor humano es una realidad misteriosa. No menos que el amor. Nunca se puede
explorar completamente su sentido. El dolor como instrumento de fracaso y
sufrimiento. El amor, como camino a la felicidad . Este como fuente de sentido.
Aquel como contrasentido.
En la Cruz, Jesús de Nazaret, sufre. Quizás no más que muchos
seres humanos sometidos a torturas por distintas causas y distintos autores.
Pero el sufrimiento de Cristo es el sufrimiento del Mesías, del enviado de
Dios, del Hijo de Dios, para nosotros.
Tratamos por eso, de descubrir en él un camino para responder,
en algún nivel, a esta incógnita del dolor humano.
Y para esto es necesario responder a la pregunta que titula esta
reflexión.¿Quién lo mató?
¿Dios? que “lo entregó a la muerte” como mandante de los
que lo ejecutaron?
¿Los judíos? Que se rebelaron contra su mensaje desvalorizador
de la Ley?
¿El mismo? Que, en una especie de suicidio quiso entregar su
vida?
Ninguna de estas propuestas es correcta. Pero se han aceptado
muchas veces.
La primera para presentar a un Dios que no se satisface sino con
el sacrificio y la muerte de las víctimas. Dando así sentido al dolor humano
como reparación de los pecados o como castigo de los mismos.
La segunda, para cargar al pueblo judío con una denominación
tremenda: “pueblo deicida”, fuente indudable de un antisemitismo de
incalculables consecuencias.
La tercera, para darle sentido de resignación al sufrimiento,
por más injustas que sean las causa que lo producen, y convertirlo así en mérito
para un premio eterno.
NO! En estas propuestas no se contiene el camino para solucionar
la incógnita del sentido del dolor humano. Cristo sufre por amor. Defendiendo
hasta la muerte una conducta y un mensaje que devuelven plenitud de sentido al
ser humano reivindicando sus valores más profundos. Y ese sufrimiento, el de
tantos defensores de la causa del hombre, tiene sentido de heroísmo.
Sufrimiento por amor.
El otro sufrimiento, el causado por la enfermedad u otras causas
naturales, no tiene sentido en sí mismo. Hay que darle sentido. Aceptándolo
como instrumento de maduración. Como solidaridad con otros. Como acicate para
luchar por remediar sus causas. Y, cuando nada de esto es posible, tratando de
convertirlo en una situación de amor que se recibe y se entrega.
Es decir, asociarlo de algún modo al amor. Aunque con frecuencia pueda llegar a
superar nuestra fuerzas.
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