| |
QUINTO DOMINGO DE CUARESMA. Por Victor Acha
Jeremías 31, 31-34; Hebreos 5, 7-9; Juan 12, 20-33
El texto comienza mostrando que la fama de Jesús ha llegado a unos griegos. El
no les ofrece perspectivas de éxito político, religiosos, social. El relato a
partir de este dato presenta otro anuncio del destino del Hijo del hombre.
Luces y sombras se entrecruzan para señalar que de las sombras de la muerte
surgirá la luz de una vida transformada. La imagen del grano de trigo que muere
en la tierra para dar vida y la invitación a quien quiera seguir al maestro a
compartir ese destino en el servicio y la entrega de la propia vida.
Esta convicción de la fecundidad de la entrega no exime de la turbación natural
de quien vislumbra no una muerte serena, sino un final conflictivo y trágico,
pero junto a esa misma conmoción por el sufrimiento aparece la fortaleza del que
se sabe seguro de su opción.
El autor del Evangelio completa el cuadro con un mensaje único: esa muerte no es
derrota sino glorificación. Cuando el Hijo sea levantado en alto, culminará la
obra redentora para la cual el Mesías ha sido consagrado. No es una muerte que
termina en derrota sino en la reunión de todos los amados de Dios para alcanzar
la liberación definitiva.
En la pequeñez del grano sepultado y abrigado por la ternura de la tierra, se
esconde la mayor esperanza de vida. Será brote tierno, será tallo vigoroso,
follaje vital, flor de esperanza y fruto noble para alimento y para semilla
nueva. Esta es la riqueza que se despliega del simbolismo del grano que muere en
la tierra.
El mensaje presenta dos imágenes contrapuestas aparentemente, pero que revelan
la totalidad del misterio de la muerte redentora: levantado para morir y
sepultado para ser fecundo.
En el mensaje Jesús invita al que quiera ser su discípulo a compartir esta
dinámica de muerte – vida. En cada entrega generosa de la propia vida, se
esconde un proceso vital y esperanzador. Esa entrega ha de ser la reacción de
todo discípulo y de toda la Iglesia.
Allí están también los criterios para una genuina evangelización: levantados en
el martirio y sepultados en la identificación con todos los sepultados de la
humanidad, los postergados, oprimidos, excluidos, pobres de toda condición.
En esa identificación somos el grano que no queda solo cuando muere e
identificados con Jesús somos semilla de integración, simiente de comunión, como
El que en la cruz atrae al morir a todos hacia El, para que todos encuentren su
salvación.
No podemos equivocarnos en la elección del camino y de los métodos. No podremos
gestar la liberación buscando ser testigos del poder , del dinero, del tener,
porque estamos llamados a elegir el camino del la cruz levantada y del grano
sepultado.
Muchas veces la Iglesia, los creyentes nos hemos resistido a ser semilla oculta
y esperanzadora porque prefiriendo la parafernalia de los triunfalismos fáciles,
de las componendas con el poder, quedando solo como un grano de adorno, pura
apariencia de contenido estéril.
Si los discípulos del redentor, si la Iglesia toda no acepta este camino, solo
siembra soledad y dispersión y nunca generará los ámbitos de encuentro, de
comunión, de solidaridad, en los que se madura la humanidad nueva.
La humanidad que construye paso a paso su propia liberación, debe ser
enriquecida con el testimonio de la entrega generosa de quienes hemos aceptado
por la fe el seguimiento del Señor que alcanzó la resurrección por el camino de
la entrega y de la cruz. Esa dinámica la vive el discípulo en la identificación
cotidiana con todos los proyectos de transformación que maduran en las entrañas
mismas de la sociedad. Allí estamos llamados a ser simiente de vida nueva.
|