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Repita lo que yo repito de otro que repite. (El pensamiento crítico en educación)

 

En algunas escuelas suelo gambetear las salas de profesores. Además del módico beneficio de estar antes en el aula, me salvo de unos cuantos chismes y otras cosas menos gratas. Pero el motivo principal de esas gambetas (no en todas las salas, insisto) es justamente algo relacionado con el “pensamiento crítico”.  

Lo que me supera es asistir al grado en que tantos colegas repiten el “sentido común”, generalmente construido por los medios y su lógica empresarial. Uno escucha esas conversaciones y va enumerando: esto es Laje, esto es Majul, esto es la mezcla de fulano con mengano, etcétera. 

Repetir no es pensar. Pensar es el arte de la sospecha. Preguntarse cuáles son los supuestos que implican nuestras afirmaciones y si esos supuestos resisten un análisis serio. Los medievales, en sus famosas y apasionadas disputas filosófico-teológicas, tenían una fórmula muy breve para responder en ciertos casos: “nego suppositum”, es decir, “niego el supuesto”. Y listo. A otro tema. El que recibía esa réplica tenía que demostrar su supuesto o dedicarse a otro asunto… 

Veo escuelas en las que se repite mucho y se piensa poco, pequeños reinos del memorismo más servil y ornitológico. 

Hay docentes que se consideran satisfechos cuando sus estudiantes pueden repetir lo que ellos dijeron (o repitieron). De esa manera, creen que “enseñan”. Es decir, las “virtudes” del loro siguen gozando de un notable prestigio pedagógico. El docente repite a otro que repite y su tarea termina haciendo repetir al último eslabón de la cadena de repetidores. Muchas veces la “enseñanza” termina como el conocido juego del “teléfono descompuesto”, es decir, el saber fontal (Chevallard) ha ido a parar hacia el lado incierto de los tomates.  

Todos los años realizo investigaciones educativas en algún instituto de nivel medio. Durante 2003 me propuse abordar la cuestión de las dificultades más comunes en el aprendizaje. Un cuestionario preguntaba a los estudiantes, entre otras cosas, si era frecuente que sustituyeran con memoria aquello que no comprendían. El “sí” fue abrumadoramente mayoritario. Imagino lo desagradable que debe ser memorizar aquello que no se ha entendido. Pero el concepto de aprendizaje que “suponen” muchos colegas naturaliza esas prácticas y pasan por normales, cuando –en realidad- ellas están denunciando una anomalía pedagógica importante. ¿Hará falta aclarar que no estoy postulando una antinomia entre memoria y comprensión? Entiendo que hay disciplinas en las que la memorización es una instancia cardinal, pero jamás debería desconocerse que la secuencia más razonable reza así: comprender, retener, transferir.  

Vuelvo al comienzo. Si los colegas repiten el “sentido común” construido por las empresas que concentran cada vez más los medios, ¿qué “pensamiento crítico” podrán enseñar? Llenar un vaso desde una jarra vacía es tan difícil como hacer gárgaras contra el piso. 

El “sentido común” no se discute ni se pone a prueba. Y se “construye”. Y cumple una función social muy precisa: lograr que aceptemos como “el orden natural de las cosas” lo que no es “orden” ni mucho menos “natural”. “El sol sale, las plantas crecen, hay ricos y hay pobres”. Queda naturalizada la inequidad y, por lo tanto, fatalizada. ¿Usted puede impedir que amanezca? 

“Y así dormimos en todas las vigilias del hombre”, se dolía Leopoldo Marechal. Y compramos cuanto buzón estaba en venta: “por algo será, en algo habrá andado”; “los argentinos somos derechos y humanos”; “aquí hace falta mano dura”… ¿Sigo? 

José María Cabodebilla ha escrito un estupendo libro titulado “Las jirafas tienen ideas muy elevadas”. Es un ensayo filosófico-teológico sobre el humor. En esa obra, como al pasar, escribe que “el escepticismo es la castidad del entendimiento”. Por cierto que se refiere a un escepticismo moderado, no al de aquellos que dicen “no existe la verdad” y creen candorosamente que están diciendo la verdad.  

Pensar críticamente quizás tenga que ver con la posibilidad de desfatalizar lo fatalizado. Desmontar los supuestos, dilatar horizontes, contagiar la capacidad de sospecha acerca de lo “evidente” y sus feligreses, sembrarle miles de caminos a la libertad y, sobre todo, abrir, expandir la cabeza para que mire y descubra lo silenciado, lo ocultado, lo no sospechado todavía.  

Educar no es jibarizar. Evangelizar y conducir una Iglesia local tampoco.

 

Prof. Guillermo Eduardo González


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Última modificación: 30 de July de 2010