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COMPARTIENDO… “A CORAZÓN ABIERTO” Por Víctor S. Acha

Mi llegada a esta Comunidad ha sido algo intempestivo e inesperado para mi. En muy pocos días tuve que elaborar esta propuesta y asumirla. Sin haber salido yo mismo del asombro, me preguntaba ¿cómo definir este paso en mi vida? ¿Cómo dejar lo que tengo y empezar otra vez? ¿Cómo entenderlo al tratarse de ocupar el lugar de un Párroco con una historia tan particular y tan rica? ¿Cómo vivirlo en una comunidad grande, afianzada, segura de sí, fuerte en sus convicciones y en sus búsquedas?

Y hace pocos días me encontré, aquí en la Cripta con el lema que va a orientar el “día de la Comunidad” el próximo 13 de Agosto, que es una celebración ya tradicional en la Parroquia. El lema me entusiasmó: 

“Cambio de guardia para conservar el rumbo y la esperanza”

Me toca vivir un cambio no esperado en este momento de mi vida: un cambio de planes, de escenario, de condiciones, de espacio humano y vital. Pero el proyecto de vida es el mismo y con ese proyecto de vida en mis búsquedas personales, en la Iglesia y en el ministerio sacerdotal quiero asumir este cambio.

Me reconforta ver que a través de escenarios distintos, de planes diversos, de espacios sociales y eclesiales diferentes, pude ir cosechando amigos, ¡cuántos amigos! compañeros de camino, de sueños, de luchas; ver que la distancia no rompe vínculos; que los cambios no son pérdida sino crecimiento.

Es fuerte para uno, y sobre todo cuando los años nos aflojan las achuras, ver que espontáneamente se han reunido aquí amigos de Villa Libertador donde comencé mi tarea sacerdotal; amigos de Carlos Paz donde durante tantos años compartimos los mismos sueños y búsquedas; amigos de Cosquín donde en poco tiempo hemos crecido en amistad y cariño; amigos de Bs. As. que me han enviado sus saludos y augurios; mis amigos queridos de toda la vida; los que amo; mi hijo y los de mi familia siempre a mi lado.

Más allá de lo personal, es el signo de que solo perdura lo que se comparte y especialmente la vida.

Espero sepan disculpar todos ustedes, que en lo que voy a decir me extienda en una reflexión que seguramente excede el marco de un saludo, pero será un modo de expresar con qué convicciones llego y qué proyectos podemos seguir soñando y realizando juntos. En esta comunidad y también participando del intento que procura hacer la Arquidiócesis buscando criterios y caminos comunes ¡qué ojalá! sean nuevos y transformadores.

La experiencia personal y compartida, a la que hacía referencia, la vivimos en un momento particular de la humanidad. Estamos asistiendo a un cambio de época que nos ha sorprendido a todos y ha dejado perplejos y sin reacción a muchos. Hay que asumir que el cambio es inherente a la experiencia humana, a riesgo de morir si no se lo asume. Asumir que el cambio es inherente a todos los espacios sociales y también a la Iglesia, es condición imprescindible para que cualquier institución o conglomerado social sea significativo y relevante.

Algunos, indiferentes, pretenden ignorar los cambios pretendiendo vivir el presente como pasado y entonces se pierde la vida. No podemos vivir indiferentes;

Otros, conservadores, rechazan los efectos del cambio pretendiendo que el futuro sea una fotografía del pasado y terminan marginados de la historia. No podemos bajarnos del carro de la historia.

También hay conformistas, que se resignan al cambio pero añorando el pasado y sin comprometerse hoy, resultando un peso muerto en el proceso vital de la historia. No podemos ser contrapeso, para volar hay que estar ágiles;

Los hay integristas y reaccionarios, que hacen barricadas ideológicas para resistir al cambio a consecuencia de sus propias inseguridades y estrechez de miras. No podemos vivir miopes.

Pero también es posible vivir la responsabilidad histórica  de ubicarse constructivamente ante el cambio, asumiendo lo pasado y apostando al futuro; con transformaciones progresivas y constantes; avanzando coherentemente, sin atropellos ni avasallamientos, pero con firmeza.

A lo largo de los tiempos en los distintos procesos sociales se han dado cambios en forma de desarrollo, de progreso, de evolución y de revolución social.

La Iglesia que es un importante espacio social, también debe saberse en proceso de cambio y debe saber dar ritmo a esos distintos tipos de cambio en cada momento y en cada lugar, ya que cualquiera de esos modos de transformación pueden ser los más oportunos.

Creo haber llegado a una comunidad que no le teme al cambio, mas bien lo ha incorporado a su estilo de vida pastoral; creo también que estamos asistiendo a un proceso pastoral inédito en la Arquidiócesis de Córdoba y que depende de todos nosotros afianzarlo y hacerlo eficaz instrumento de cambio.

Lo lograremos desarrollando lo que está incipiente, haciendo progresar lo que ya está en marcha, evolucionando en los métodos y en los fundamentos antropológicos, teológicos y pastorales y dándole fuerza revolucionaria a las actitudes proféticas que reclaman los tiempos conflictivos que vivimos.

Me alegra y alienta llegar a una comunidad que le ha hablado al Obispo consciente de su “deber” de opinar, expresando lo que es y lo que espera como comunidad; que no ha pedido un “clon” del Párroco que se aleja, sino que ha propuesto un perfil de pastor que sepa sumarse al proceso de esta comunidad.

A pesar del dolor de la separación y el cambio de planes, también me alegra y alienta que la comunidad de Fátima en Cosquín, que ahora dejo, ante lo inminente está dispuesta a asumir su presente y su futuro inmediato afianzando responsabilidades, redistribuyendo tareas y asumiendo los Consejos pastoral y económico su rol y su responsabilidad.

En una y otra comunidad podemos ver signos de una Iglesia donde el laico asume su rol, al decir de Puebla, no solo en la ejecución, sino también  en las decisiones. Y esto también es muy alentador.

No deja de producirme “temor y temblor” el haber escuchado de las más variadas personas que yo soy la persona indicada para ocupar este lugar ¡demasiada expectativa! para uno solo. Por eso no me detengo a medir mis posibilidades y capacidades, quiero ponerlas a disposición de esta comunidad para trabajar juntos y para que se pueda decir: efectivamente “fue un cambio de guardia y hemos conservado el rumbo y la esperanza”.

Al Padre Carlos, nuestro Obispo, gracias por su confianza hacia mi y su respeto a esta comunidad y sus procesos; gracias a la generosidad de la comunidad de Fátima en Cosquín, por su comprensión y su compromiso; gracias  a esta comunidad de la Cripta que no llora lamentándose, sino que piensa, celebra y actúa comprometiéndose. Gracias a todos los que siguiendo el camino de Jesús, nos hicimos compañeros de camino por tantos años.

Y no puedo terminar estas palabras sin manifestar un sentimiento profundo que me ha  acompañado en estos días. Córdoba ha sido escenario de un acontecimiento histórico, con “las cumbres” de países del continente aquí celebradas. Todo hace pensar que en medio de las vicisitudes históricas, de las mezquindades humanas, de los intereses sectoriales, principalmente comerciales, y de las diversidades ideológicas que sin duda están presentes, estamos asistiendo a lo que puede ser el despertar de una nueva etapa del sueño fundacional de los próceres de la América emancipada de hace dos siglos. Si quiera caminemos hacia una América una en sus riquezas culturales, en el crecimiento equilibrado y justo del bienestar social, en el afianzamiento de los valores que nos identifican y especialmente en la transformación de las bochornosas diferencias sociales que claman al cielo justicia, para hacer especialmente de los más pobres protagonistas ciertos de la historia. América sigue esperando liberación.

Por otra parte, el próximo año la Iglesia del Continente también celebrará su “cumbre” en la Vª Conferencia del Episcopado. No podemos dejar de anhelar que sea una palabra y presencia profética como lo fueron Medellín y Puebla. Pero hoy soplan otros vientos y no veo tan firme y clara aquella voluntad profética y encarnada, en los prolegómenos de este nuevo encuentro Continental.

Es otro desafío para la Iglesia, estar a la altura de este momento histórico que vive el Continente; la Iglesia, llamada a leer los signos de los tiempos deberá dar respuesta a estos tiempos, con signos de vida nueva; con gestos proféticos acordes a los desafíos actuales; con compromisos francos y sin retórica ante los cambios.

Una vez más: a los hermanos de esta comunidad gracias por la bienvenida que me brindan y a los hermanos que nos visitan bienvenidos a nuestra casa.

Padre Obispo gracias por tu confianza fraterna.

Padre Quito, gracias por tu testimonio, por tu entrega y por tu valentía profética. Y que esta casa, siga siendo tu casa y la de todos los que quieran llegar.

 

Víctor S. Acha

23 de julio de 2006


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