Tradición, Familia y Propiedad. Por Guillermo “Quito” Mariani

Hay una convocatoria insistente y hasta angustiosa, a la realización de marchas y actos en defensa de la familia. ¿Defensa de qué? ¿Del desempleo, del consumismo, de los programas de Tinelli, de la imposibilidad económica de mandar los chicos a la escuela, de la estructura laboral capitalista que obliga a estar ausente de la casa durante todo el día y muchas veces establece separaciones geográficas insuperables y sobre todo, desplaza y margina?
Es indudable que la familia sufre hoy todos esos ataques y necesita ser defendida porque constituye el núcleo de afectividad, educación y socialización de los niños y jóvenes que no sólo son la esperanza del futuro sino también la responsabilidad del presente.
Nunca hay que perder de vista la evolución seguida por la institución familiar. Sin hacer una larga historia de las diversidades culturales, notemos solamente que recién como un progreso notable del siglo pasado se da el hecho de que la pareja tenga como base el amor. Muchas otras motivaciones han influido culturalmente desde la aparición de la familia nuclear, para que esto no fuera así. La necesidad de un número suficiente de guerreros para defender, o de obreros para mantener las comunidades; los pactos políticos; el autoritarismo patriarcal; el mantenimiento de las tradiciones para dar seguridad al poder. Y creo que aún hoy las motivaciones para contraer matrimonio no se unifican con el amor. Tienen cabida intereses materiales, deseos y pulsiones sexuales temporarias e individuales, temor a la discriminación de “quedarse para vestir santos”, presiones sociales que por lo general son también económicas…etc
En definitiva, defender la familia es defender el amor como vínculo constitutivo de la misma. El amor que tiene su expresión corporal e intensa en el sexo, pero que no es, de ninguna manera solamente sexo por más que muchos le llamen a esa actividad, con absoluta liviandad, “hacer el amor”. Por eso muchísimas veces hay sexo sin amor y puede también existir un amor prologado y comprometido aunque no haya práctica sexual genital.
Si logramos dejar de lado el horror a la relación sexual genital antes del matrimonio o la practicada por los divorciados, o la que por el uso de preservativo busca sólo el placer de esa intensa comunicación, no nos asustaría tanto la homosexualidad que es, fundamentalmente una relación de amor humano, en muchas ocasiones tan comprometido como el auténtico amor de pareja heterosexual.
Y no seguiríamos cultivando esa odiosa y cruel discriminación de negarles derechos humanos elementales, como el de formar familia y adoptar hijos responsabilizándose de su educación sin prejuicios ni presiones indebidas.
¿Por qué entonces esta convocatoria a defender la familia como si estuviera en grave peligro porque además de los chicos sin familia y los hijos de separados o divorciados, se piensa en la familia homosexual? ¿Por qué esta guerra santa provocada por la jerarquía eclesiástica?
Hay una explicación de estos movimientos, fundamentalistas porque se oponen a todo cambio. Si nos fijamos bien, la “familia” no está sola en este reclamo. El movimiento brasilero nacido en el sesenta para defender la familia contra el comunismo que adoptó como consigna de lucha, la tríada “Tradición, Familia y Propiedad”, nos da una pista de lo que está pasando entre nosotros. No se defiende a la familia, atacada en muchos otros aspectos por los mismos que hacen y responden a estas convocatorias. Se trata de mantener unas tradiciones como inconmovibles porque favorecen sus intereses económicos o clasistas De mantener la familia cerrada a las preocupaciones sociales y, en último término de defender la propiedad privada que hasta hoy resulta barrera insuperable para la igualdad de derechos en el progreso social hacia una sociedad mejor.
José Guillermo Mariani (pbro)

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