Gobierno del pueblo por el pueblo y para el pueblo, es una definición de democracia que debemos a Abraham Lincoln. Se funda en la visión de Juan Jacobo Rousseau que en su Contrato social, la imaginaba como la forma más perfecta de gobierno, en que la situación de igualdad y libertad de los ciudadanos permitía que todos intervinieran en la toma de decisiones que les interesaban. Esta democracia directa, hoy imposible de practicar, fue evolucionando poco a poco hacia la participativa en que el pueblo gobierna por sus representantes elegidos libremente. La experiencia de ese régimen fue decepcionando paulatinamente, en la medida en que los elegidos ya no se consideraron representantes del pueblo y sus intereses, sino obedeciendo a las instrucciones de los “partidos” políticos, es decir a una parte de la sociedad. Así nació la democracia de las mayorías, en que el objetivo de quienes se proponen como representantes del pueblo, consiste en enfocar sus energías a lograr la mayoría en los períodos eleccionarios. Generalmente, en las democracias de este tipo, faltan los mecanismos de permanente participación popular (a no ser algunos plebiscitos) que impidan que los elegidos como representantes, se transformen en prescindentes de los intereses de la población. La búsqueda de las mayorías que consagran a los representantes, se convierte entonces en el principal y a veces único objetivo. No importan engaños, falsedades, denuncias infundadas, promesas gigantescas. Se trata de obtener mayorías para ser árbitros de los destinos de una sociedad. Eso se denomina “campaña política”
Pero las condiciones explícitas o tácitas de todos los defensores de la democracia, implican igualdad y libertad. El capitalismo ha renunciado a esos principios estableciendo diferencias y presiones despersonalizantes en base a la posesión y acaparamiento de bienes materiales, con aprovechamiento y exclusión de los más débiles.
Las monarquías que, en realidad, fueron dictaduras envueltas con un sentido religioso y hasta piadoso de acercamiento de las majestades al pueblo, se deslizaron hacia las aristocracias fundadas también en desigualdades y falta de libertad.
Y aquí aparece un paralelismo con nuestras democracias, que en base a los capitales de que se dispone en determinados sectores, suprimen o ensombrecen la igualdad y la libertad. Ambas condiciones se basan en la capacidad del hombre para pensar. Y así lo que daña o contraría esa capacidad impide radicalmente la democracia y la degenera. Si la necesidad de tener dos o tres trabajos no permite a los individuos ni descansar ni compartir; si por la influencia omnipotente de los medios de comunicación monopolizados, los juicios sobre la realidad son inyectados lenta y permanentemente en los oídos y la inteligencia; si el ascenso y el prestigio social dependen casi absolutamente del dinero, en el campo científico, laboral, artístico y hasta educacional, las democracias conservan un paralelismo lamentable con las otras formas de gobierno. Anulando la igualdad y la libertad del razonamiento propio, se deterioran y resultan a veces contra y no para el pueblo.
La propuesta entonces, no es volver a las monarquías (aunque la iglesia ha encontrado en este régimen el modo de mantener su poder) ni a las aristocracias y mucho menos a las dictaduras. Hay que tomar conciencia de las deficiencias democráticas para subsanarlas y superarlas.
José Guillermo Mariani (pbro)