Domingo 12 de Septiembre de 2010 – 24 durante el año litúrgico (ciclo “C”)

Tema(Lc.15,1-33)

Los fariseos se escandalizan de ver a Jesús compartiendo con descreídos y recaudadores de impuestos y sentarse a su mesa. Jesús les dice dos parábolas: Un pastor tiene cien ovejas y se le pierde una ¿No la va buscar y se alegra de encontrarla? Una mujer tiene cien monedas de plata y pierde una ¿No va revolver y barrer toda la casa hasta encontrarla? Luego añade un relato que presenta a un padre a quien el hijo menor reclama anticipo de herencia, a lo que el padre accede. El hijo se marcha y gasta todo el dinero hasta vivir en la miseria de aceptar un trabajo de cuidado de cerdos. El hambre lo mueve a volver a casa de su padre. Éste que lo está esperando sale a recibirlo y le impide expresar su pedido de disculpas manifestando su alegría con la orden de prepararle un banquete. Cuando el hijo mayor vuelve de trabajar se enoja y cuando su padre se acerca para invitarlo a la fiesta de la vuelta de su hermano le reprocha la desigualdad de trato ya que a él como obediente perfecto nunca le regaló ni siquiera un cabrito y a éste que gastó su dinero en prostitutas lo recibe con una fiesta. La respuesta del padre le advierte que él pudo siempre disponer de todo lo de la casa y que la fiesta es porque recupera a un hijo que había muerto y ha resucitado.

Síntesis de la homilía

Hay un fondo y un mensaje común en las tres parábolas de este hermoso y tierno capítulo de Lucas. Son especialmente de notar, como gestos de ternura, el del pastor que pone la oveja sobre sus hombros y el del padre que recibe al hijo perdido con abrazos, alegría y banquete.

También en los tres casos, extractados de la vida real, se pone de manifiesto la preocupación de la búsqueda esforzada de lo que se ha perdido. En el primero, haciendo el camino hacia la oveja extraviada, en el segundo barriendo la casa hasta encontrar la moneda y en el tercero esperando con impaciencia y cariño la vuelta del hijo. Nos fijaremos ahora en las razones de esa alegría y esa búsqueda.

Siempre se habla de la alegría por un pecador que se convierte. ¿De qué clase de pecadores se trata? Ni la oveja ni la moneda tienen otro mal que haberse separado del rebaño o caído de la bolsa. En cuanto al hijo, el pecado que aflige al padre profundamente es haberlo perdido, (como si se hubiera muerto), que se haya ido, usando de la libertad que é mismo como padre, respetó. En los tres casos, la conversión, el cambio, consiste en volver al rebaño, al conjunto de ahorros en la bolsa, y a la casa paterna. Si la “conversión” consiste en volver, el pecado consiste en abandonar, el rebaño, la bolsa y la casa. No se trata entonces de que sean pecadores, como los califican los fariseos, los que comparten y comen con Jesús. La alegría de la conversión (que es alegría del cielo), es por la vuelta a casa. El pecado entonces es la ruptura de la comunión. Nada que ver con la acusación del hijo mayor calificando a su hermano como gastador en prostitutas. El resultado final de este análisis es. Entonces, que el pecado es la ruptura de la comunión, del calor de rebaño, de la importancia de las otras nueve monedad, del afecto familiar. Muchos de los otros actos calificados oficialmente como pecados, no son calificados así por Jesús. Ni los que comían con Jesús dejaron de recaudar impuestos ni de divertirse a sus anchas. Ni el hijo menor rescató el dinero de herencia de los gastos con que lo había dispendiado.

Éste para Jesús es el verdadero pecado, el de la ruptura de la comunión por la injusticia, la opresión, la descalificación, la discriminación. Porque estas actitudes nunca pueden brotar del amor a nadie, y mucho menos del amor a Dios-

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