1° Domingo de Adviento: PREPARARSE
SITUACIÓN DESAFÍO: hay obras de la noche, pero hay destellos de luz
LAS LECTURAS:
1° Lectura Isaías 2,1-5: Un pueblo nuevo… que cambiará la guerra en trabajo
Esta visión del “fin de los tiempos” del Profeta, se nos presenta como un anticipo de Pentecostés. Allí todos serán llenos del Espíritu de Dios y la diversidad de las lenguas comprenderán el nuevo lenguaje, contrariamente a la confusión de Babel con su soberbia y con la confusión de las lenguas. El cerro de Yahvé es la casa de Dios, hacia él acuden la multitud de los pueblos en una ascensión que lleva a la comunión de todos en el Señor y de la cima e desciende para llevar el mensaje, pues la ciudad de Dios irradia su palabra.
Es el pueblo nuevo reunido por el señor que será el mensajero y artífice de un nuevo orden mundial, donde reinarán la paz y el trabajo.
2° Lectura Romanos 13, 11-14: Despertar y dejar las obras de la oscuridad.
Han llegado los tiempos nuevos y por eso hay que estar “despiertos”. La salvación nos viene de Dios en Jesucristo, pero hay que salir al encuentro del que viene, por eso hay que dar signos nuevos, hay que dejar las obras de las tinieblas y generar las obras de la luz.
Evangelio Mateo 24, 37-44: Estar despiertos: prevenidos y preparados
Tanto la referencia a lo sucedido en tiempos de Noé, como el ejemplo de los dos hombres y dos mujeres trabajando, o el del dueño de casa atento, se presentan como imagen de la atención y vigilancia que deben caracterizar al creyente que aguarde la venida del Señor.
Se reitera lo que escuchamos en la carta a los Romanos: estén despiertos. Se afirma por un lado que el Señor vendrá, pero a la vez se alerta que no se puede estar dormidos cuando El llegue, que no podemos vivir desprevenidos o indiferentes.
¿Qué tiene entonces de original, de único, esta “venida del Señor” que requiere tal atención? Parece que no es un acontecimiento más, aquí hay algo nuevo que merece toda la atención. Seguramente se trata de algo que interesa a la esencia de la vida del creyente.
La conclusión es simple y taxativa: estén preparados.
REFLEXIONES
Como en tiempos de Isaías o cuando Pablo escribe a los romanos, también ahora hay obras de la noche y hay destellos de luz. Por eso la invitación del evangelio tiene plena vigencia: hay queprepararse.
En todo tiempo se han encontrado entremezcladas tinieblas y luz, pero tenemos derecho a preguntarnos ¿hasta cuando durará esta confusión de bien y mal, de luces y oscuridades?
Para el creyente de la palabra de Dios, es vigente en todo tiempo. Cualquiera sea la dimensión de las crisis, en cualquier situación la presencia del Señor es novedad, es esperanza, es camino.
Los acontecimientos políticos, económicos, sociales de nivel nacional y mundial a los que asistimos asombrados, perplejos, desconcertados, nos pueden paralizar, o doblegar, o derrumbar definitivamente. Así sucede con tantos emprendimientos que se abandonan, con tantos proyectos que se caen con tantas personas que se sumergen en la depresión o se suicidan…
Es preciso reconocer que son comprensibles estas reacciones fatalistas y desesperanzadas, pero no podemos renunciar a buscar respuestas superadoras. En cada persona, en las mismas instituciones de la sociedad, en el conjunto de los pueblos, hay reservas suficientes para reaccionar y encontrar nuevos caminos.
Es razonable pensar que este cambio de siglo y de mileno que recién comienza, pueda ser uno de aquellos cambios en la conciencia colectiva y en la cosmovisión de la humanidad, que nos introduzcan en una nueva cultura universal. En todo caso, si es posible un tiempo nuevo, será creación nuestra. Por eso este, como todo tiempo en la historia humana, necesita protagonistas conscientes, lúcidos y esforzados. No hay lugar para la tibieza, la mediocridad o la indiferencia. Todo nos invita al protagonismo.
En este contexto podemos situar los textos de este primer domingo del Adviento. Escuchando el mensaje de Isaías, decíamos que el pueblo nuevo reunido por el Señor, será mensajero y artífice de un nuevo orden, donde reinarán la paz y el trabajo.
Hablar hoy de un nuevo orden en la sociedad, nos lleva a pensar en un nuevo orden planetario, universal. ¿Será posible semejante propuesta?
Solo es imposible lo que no se sueña. Las afirmaciones de los textos de hoy se sitúan en esta perspectiva: plantean sueños, utopías, los anhelos de un futuro posible.
Es el horizonte hacia el cual hay que marchar imaginando, creando, aportando con propuestas y acciones, porque aquellas utopías tienen que abrirse paso en un escenario donde parecen estar enquistados todos los males, violencias y corrupciones y entre otras cosas “paz y trabajo” parecen ser anhelos imposibles.
¡Qué resonancias tan fuertes tienen esos vocablos en el tiempo presente! Tiempo en que asistimos justamente a una profunda crisis de la paz y del trabajo en el mundo globalizado.
Si por la fe adherimos a Jesucristo, por la fe también debemos establecer una nueva manera de pensar y de vivir que nos hace optimistas en el mundo, aún en medio de sus contradicciones, de sus tinieblas.
De este modo la palabra de Dios es esperanza. Sale al cruce de muchas angustias y frustraciones, para decirnos que no se ha perdido todo. Que es necesario nuestro protagonismo para generar un mundo con nuevas posibilidades, un mundo donde la paz siga siendo un legítimo anhelo y el trabajo una merecida realidad.
Por eso decíamos arriba, que hay destellos de luz. Porque la humanidad sigue teniendo reservas de creatividad y de protagonismo. ¡No hay que “borrarse”! Esa es la clave. Puede alguien decir con razón, que “nos quieren borrar”. Entonces no hay que resignarse y hay que buscar y recrear espacios para sobrevivir y para comenzar a vivir tiempos nuevos.
Habrá que construir la paz desde el protagonismo de todos en las calles.
Felizmente, parece que se está recuperando esta capacidad de reaccionar y manifestar, de crear colectivos y expresarse en los espacios públicos.
Es que la calle es el lugar del pueblo, es el lugar cotidiano de la comunicación, de los movimientos, el que vincula lo particular y privado con lo social y comunitario. Y si en el ámbito de las mesas del diálogo discernimos y definimos propuestas para el cambio social, luego es necesario salir para manifestar, en el espacio público que es “la calle”, los anhelos, las esperanzas, los derechos que defendemos, las “utopías” que aún creemos posibles.
Una de esas utopías es el anhelo de paz que está siempre vigente, pero si entendemos la paz no como ausencia de conflictos o de guerras, sino como armonía de las relaciones entre los pueblos, como integración comunitaria que implique igualdad de posibilidades para todos, como distribución equitativa de los bienes de la tierra, como justicia social que asegure los bienes y beneficios que son derecho de todos, entonces iremos construyendo la paz en el hacer cotidiano y con el protagonismo “en la calle”.
Y por otra parte, habrá que recrear las formas del trabajo y de la distribución de los bienes. La desocupación y el desempleo, se han convertido en un problema mundial, tanto en los países del norte como del sur. El alto desarrollo tecnológico que no ha sido acompañado de políticas adecuadas, sumado a la vigencia de lo que se ha denominado capitalismo salvaje, junto a otros factores, todo esto ha instalado en el mundo el drama de la desocupación y el desempleo.
Como problema global necesita también respuestas estructurales que deben provenir tanto de las instancias nacionales como de los organismos y espacios de relaciones internacionales. Pero de manera semejante a lo que se decía respecto a la construcción de la paz, se necesita del protagonismo de todos para que los reclamos de las víctimas se instalen en los medios, para que la participación en las mesas de diálogo haga posible que la perspectiva de los trabajadores sea escuchada, para que la situación bochornosa de los desocupados y sub ocupados se instale en los medios. Estas u otras formas de participación son imprescindibles para que sea posible la recuperación del trabajo como hecho social y como valor humano.
En este contexto la invitación del evangelio tiene una vigencia: hay que prepararse. Es una constante siempre que se presenta la llegada o la próxima venida del Señor que se invite a estar preparados, a ponerse de pié, a estar alertas y dispuestos. Pero ¿Cuándo viene el Señor? ¿Cómo llegará? ¿Dónde se lo encontrará?
No se trata de un momento puntual de la historia, ni de una forma preestablecida de presentación, ni de un lugar determinado. Su ingreso en nuestras vidas y en nuestra historia se puede concretar siempre en todo tiempo y en todas partes.
El evangelio sugiere lo sorpresivo, lo inusitado e inesperado de su llegada y concluye “estén preparados, porque el Hijo del hombre vendrá cuando menos lo esperen”.
Y San Pablo reinterpretaba esta invitación diciendo “hay que estar despiertos”. Entonces ¿Cómo estar preparados y despiertos? Las respuestas son escuetas, simples pero profundamente comprometedoras y esperanzadores:
- Sabiendo, asumiendo, que hoy estamos mas cerca que cuando llegamos a la fe. Hemos crecido no solo como creyentes, también como humanidad, como sociedad. Tenemos hoy una conciencia mayor de nuestra condición y nuestros derechos que en tiempos pasados; poseemos mayores recursos y posibilidades que nunca; se ha abierto camino que nunca transitó la humanidad;
- Si bien es cierto que el mundo parece sumido en profundas tinieblas de violencias, injusticias y corrupciones, hay que aceptar que mientras más avanzada está la noche, más cerca estamos de la aurora. No podemos renunciar a vivir el día que se viene, por más que la noche nos asuste y nos angustie ¡ya hay que despertar! Hay que unir sueños, proyectos y esfuerzos para generar las obras de la luz;
- A la lista de obras tenebrosas que detallaba el apóstol (banquetes, borracheras, prostitución, vicios, pleitos y envidias), bien la podemos actualizar hoy con las nuevas formas de pecado personal y social que la humanidad se ha esmerado en inventar. A éstas antiguas y nuevas formas de muerte hay que superarlas “revistiéndonos de una coraza de luz… revistiéndonos del Señor Jesucristo”.
- Actualicemos la alabanza del Salmo 122.
- ¡Qué alegría cuando me dijeron: “Vamos al encuentro del Señor!”
- Ahora nuestros pasos se detienen antes las puertas de un mundo nuevo. Son las puertas de la ciudad del Señor ¡es una ciudad nueva!
- Una ciudad en la que todo se funde en la unidad.
- En ella se reúnen los que se han preparado para alabar al Señor promoviendo todo lo humano.
- Una ciudad donde triunfa la justicia y donde se construye la paz, donde disfrutan los que aman, donde la seguridad despierta la confianza.
- Una ciudad donde hermanos y amigos decimos:
- “¡La paz contigo!”, porque marchamos codo a codo construyendo la paz a fuerza de reclamos de justicia
- A las puertas de la casa del Señor, que es la ciudad nueva que anhelamos, pido para ti hermano, para los tuyos y para todos ¡la felicidad!