Frente a las migraciones, facilitadas hoy por el clima de movilidad social y la idea de que los inmigrantes constituyen mano de obra barata, sobre todo porque son capaces de encarar las tareas más duras que ya los ciudadanos más encumbrados se resisten a desempeñar, de pronto las democracias occidentales, se dan cuenta de que los inmigrantes son seres humanos. Que tienen derecho a una dignidad fundamental. Y es entonces cuando comienzan a resultar un problema. ¿cómo solucionarlo?
Las migraciones en Europa, se producen generalmente desde las regiones que fueron colonias de las grandes naciones. Por eso Francia hierve con la africana, España e Italia con la latinoamericana y árabe, el imperio estadounidense con los hispano parlantes independizados relativamente de su dominio, Alemania con los turcos y el Islam…
La baja tasa de natalidad que preocupó a todas estas sociedades del bienestar, y provocó el fomento de la inmigración desde el siglo pasado, se ha convertido hoy, en la apreciación española e italiana, de que es causante de la disminución de puestos de trabajo y produce la baja del salario para los ciudadanos comunes. En Inglaterra y Alemania se denuncia que el esfuerzo de integración influye en el bajo nivel de la educación y la salud, y en Francia, de que la convivencia pacífica es imposibilitada por el enfrentamiento de culturas distintas.
La sociedad de bienestar creada por el capitalismo, con las consecuencias inevitables de exclusión y explotación del trabajo, ha perdido de vista las relaciones entre el respeto a la dignidad humana y la seguridad social; entre la orgía de bienes por unos pocos y la necesidad extrema o la miseria de la mayoría; entre el producto bruto interno como índice del progreso y el bruto peso que soportan los que no son tenidos en cuenta por la producción de bienes y servicios.
Por razones de índole intelectual, cultural o económica se está produciendo una reacción en cadena en contra de los inmigrantes, que se populariza gracias a las influencias de la prensa oficial, culpándolos del descenso de nivel de vida, seguridad y trabajo junto con otros de los problemas que se arrastran crónicamente.
Los gobiernos han intentado soluciones. O más bien han encarado la solución por la vía de las restricciones. Las manifestaciones multitudinarias frente a estas políticas de exclusión han sido desoídas hasta ahora por los poderes legislativos.
La expulsión directa realizada por Sarkozy o amenazada por Berlusconi a pesar de la reprobación general por parte de los países dañados y las expresiones, juveniles en su mayoría, producidas en oposición a estos criterios.
Pero esas decisiones de los países llamados del primer mundo, se contagian y crean moda.
Con oportunidad de los acontecimientos de Villa Soldati en que los intentos de desalojo produjeron ya cuatro muertes, Mauricio Macri jefe del gobierno porteño y Rodríguez Larreta al frente de su gabinete, han pronunciado sentencia contra los inmigrantes de países vecinos y han solicitado al gobierno un cambio de la ley de inmigraciones. Francia, Italia y España exigen ya ó dinero suficiente para permanecer largo tiempo, ó conocimientos y práctica del idioma, ó nivel intelectual constatado por documentación expresa. ¿Qué vamos a exigir nosotros?
¿Cambio del color del rostro, o desfiguración de los rasgos nativos? ¿Demostración de cultura o religión identificadas con las nuestras? ¿Dinero ahorrado como si fueran turistas?
La xenofobia se reviste de diversos matices y los latinoamericanos no nos tenemos que dejar engañar. Las soluciones han de encaminarse a lograr la convivencia mutuamente enriquecedora, la contención afectiva como en cualquier clase de sociedad pluralista, la solución de las desigualdades ya crónicas entre los mimos ciudadanos del país. En esa dirección se está marchando al buscar la integración de los países suramericanos en el Mercosur, el Alba o la UNASUR. La represión no solucionará sino que seguirá agravando el problema.
Y si la pretensión es hacer ingobernable el país en vistas a un futuro eleccionario, han de ser investigados los propiciantes de estas ocupaciones, que sospechamos, no son inmigrantes.