Ése fue el desencadenante de la represión estudiantil del Miércoles pasado. La resolución de no permitir estudiantes en las tribunas de la Legislatura mientras se discutía el proyecto. Los estudiantes pugnaron por entrar a pesar de los cercos, las cachiporras y los chorros hidrantes. Y los reprimieron, y tomaron presos a algunos (posiblemente los que animaban a sus compañeros) y golpearon hasta ensangrentarlos a otros. Las dos preocupaciones manifestadas con oportunidad de las tomas de Colegios, las dos más serias y legítimas, eran la cuestión de las pasantías (con experiencia de las presiones empresarias a propósito de poner a unos en ventaja frente a otros con indudables ganancias para las mismas empresas patrocinantes); y la negativa a admitir que un estado laico siguiera manteniendo la enseñanza religiosa en los Colegios oficiales. Indudablemente la presión de la Iglesia ha sido muy fuerte (como siempre) en ese sentido, aunque mantenida secretamente como para no mover demasiado el avispero. La diversidad de cultos admitida por la Constitución, y el reconocimiento de la católica como religión del estado, conceden privilegios a todos los grupos religiosos admitidos de acuerdo a la reglamentación vigente. Eximición de impuestos, subsidios para el personal, autonomía en la elección de programas al margen de los exigidos por ley. A esto se añaden los beneficios obtenidos por las recolecciones particulares de todas las instituciones religiosas. Sería hipócrita negar que la iglesia católica tiene posesiones suficientes en las reservas del Arzobispado y en los diversos institutos de educación para mantener sus colegios económicamente y cumplir todo lo que oficialmente se dispone desde los Consejos de Educación respectivos. ¿Por qué entonces recurrir a los Colegios oficiales, aunque sea fuera de las horas de clase, con absoluta voluntariedad de los alumnos y sin que haya compensación para los que dictan esas clases? ¿Se han valorado todas las dificultades que pueden surgir en compaginación de horarios para la utilización de las aulas, o las rivalidades entre diversos grupos (algunos francamente agresivos) que reclamen uso de las instalaciones? Creo que, atemorizados por una posibilidad de perder votos en las próximas elecciones (cosa muy presente siempre para todos los políticos) se ha obtenido la mayoría de la unicameral para la aprobación de esta ley. Pero no estuvieron los estudiantes para escuchar y señalar las personas y las argumentaciones que opinaron en representación de los diversos sectores. Se dispuso (para que abandonaran las tomas) que se les iba a dar participación. Y se dedicaron horas de clase a tratar el asunto. ¿Quién hizo una síntesis de opiniones y argumentos? Los legisladores son los que tienen el cometido de legislar, pero tienen también la obligación de escuchar al pueblo y sobre todo a los afectados por la ley de que se trate.
Es posible que se argumente que si se permitía entrar a los estudiantes no iba a ser posible tratar con equilibrio y moderación el asunto propuesto. ¿son los estudiantes los generadores de violencia? ¿No es argumento muy fuerte la cachetada de Camaño? Y si la ley no salía, ¿no se trataría de un asunto que no puede ser resuelto con urgencia, sino que exige mayor maduración social?
Tenemos la ley, e indudablemente no habrá quienes puedan obstaculizar desde posiciones de poder, el cumplimiento de esa ley. Todo lo contrario. Se puede afirmar que en una sociedad integrada en su mayoría por jóvenes no les es permitido llegar a los niveles de decisión. Son “chicos” que deben obedecer, cumplir y bailar hasta las 6 de la madrugada. El futuro es de ellos. Es muy cierto pero, sin ellos, estamos arruinando nuestro presente.