La debilidad de los países en desarrollo, que no es congénita sino producida por la avidez desconsiderada de los piratas de toda índole, ha sido durante mucho tiempo utilizada por los considerados GRANDES en la actualidad, para crecer con la rapiña y las armas. La riqueza en materias primas y en eficiencia humana fue aprovechada sólo para su propio desarrollo y prosperidad. Las cartas ya estaban echadas. Había que aceptar que la inteligencia y perseverancia de los que habían conquistado la superioridad y el dominio mundial, sólo accederían después de mucho tiempo, a extender la mano en forma de limosna bondadosa para seguir sosteniendo a quienes ellos mismos empobrecieron.
Hoy se están revolviendo en sus propios desechos que no son restos de capitales, sino restos de valores morales despreciados y desfigurados.
La opulencia de los países del Norte y de Europa a los que China y Japón venían haciendo sombra hace tiempo había elegido como víctimas necesarias de la globalización a Africa y América del Sur. De allí se surtían, allí compraban cómplices, allí imponían su voluntad por el espionaje y el armamento, allí establecían impunemente sus empresas para explotar y empobrecer, allí contagiaban su cultura del dinero por sobre cualquier otra. Todo parecía irreversible.
Pero los “pequeños” han comenzado a agrandarse uniéndose, alentados por el fracaso de las grandes promesas de colaboración para el crecimiento, por parte de los capitales internacionales radicados en sus territorios, y el fracaso de las tácticas de sus graduados economistas ortodoxos en el manejo de la productividad y el comercio.
La crisis desatada no puede dejar de afectar a todo el mundo, previamente invadido por la globalización excluyente. Pero no nos encuentra desapercibidos.
El proceso latinoamericano comenzó con fuerza extraordinaria en aquella cumbre de Mar del Plata hace ya seis años. El Alca significaba el gran engaño para establecer (sin agresividad y con el nombre de libertad de comercio) el perfecto dominio económico y político. Hubo entonces voces valientes e indignadas que denunciaron la trampa y lograron ese rechazo histórico que afirmó la potencialidad de los países hasta entonces sumisos y temerosos. Chávez, Lula y Kichner fueron los artífices visionarios de que aquel rechazo iniciaba una tarea de integración destinada constantemente a expandirse y fortalecerse. La tibieza de Tabaré Vázquez (con su ideal de un TLC propio) y la medida aprobación de los otros presidentes latinoamericanos, no disminuyó la eficacia de aquel rechazo. Luego las naciones fueron eligiendo con alardes democráticos ejemplares, presidentes comprometidos con la integración, que en repetidas cumbres dieron fuerza al proyecto original con la creación de nuevas organizaciones como la de UNASUR que acaba de constituir el CELAC (comunidad de estados latinoamericanos y caribeños) de la que participaron 33 países. Aacaba de emitir un valioso documento apoyando los reclamos de Argentina sobre Malvinas y Bolivia por la salida al mar. Expresó También, a través de diversas intervenciones, la urgencia de disminuir la influencia de la OEA en la región, la necesidad de crear un nuevo socialismo, el desafío de continuar la integración como único medio defensivo frente a las diversas formas de dependencia. Las presidentas de Argentina y Brasil especificaron, en la creación del MIP(movimiento de integración productiva) el especial esfuerzo de sus dos países vecinos.
La fuerza de la unión y la constancia, están mostrando, frente a los ideales de la impaciencia de la lucha armada, frutos reconfortantes de la democracia integracionista, para los hasta ahora considerados los “pequeños” de América. Y esto sigue molestando a la prensa aliada con los grandes intereses supranacionales.