Un artículo de Osvaldo Bayer publicado recientemente por Página 12 construye respetuosamente una alternativa para una frase del conocido rabino Daniel Goldman, contrariando una afirmación del escritor israelí Yoram Kaniuk. Éste había escrito: Se puede ser demócrata o religioso. Goldman corrige: se puede ser demócrata y religioso. El escritor y periodista argentino, desde Bonn expresa su respeto por los razonamientos con que el rabino defiende su postura. Pero con un estilo que le es propio, estrenado en “La Patagonia rebelde”, el de los testimonios orales en paralelo con los documentos de la historia oficial, muestra las objeciones con que se enfrenta esa afirmación de que es posible ser demócrata y religioso, a la vez.
El caso de la bruja reina de Bruchhausen aparece en estos días casualmente evocado y descrito por un diario de Bonn. El atrevimiento de aquella mujer noble, de casarse con un peón de campo, produjo su degradación por parte de Roma, el sometimiento a cruelísimas torturas y finalmente la condena a la hoguera, hace 370 años. Bayer lo utiliza como argumento síntesis y signo de un pasado difícilmente ocultable, que tiene hoy manifestaciones menos cruentas pero que traducen la misma tendencia.
Creo que resulta clave, para terciar en la discusión, una especificación de lo que se entiende por “religioso”. Habitualmente hablar de religión es referirse a una relación con Dios que, primero, afirma su existencia, y segundo, mantiene una comunicación con El que revela lo que es de su agrado. La absolutización de estas dos afirmaciones llevan a cada grupo”religioso” a considerar la pertenencia por la aceptación, como única opción, de lo que se propone como revelación de Dios y camino para estar “con” El. Así se convierte en grupo proselitista y, a la vez, excluyente. A la seguridad del grupo (nadie tiene contacto directo con Dios) contribuye el que sean muchos los que se adhieren, y los que no lo hacen, queden excluidos. Esta adhesión se gratifica con premios y la exclusión por castigos (de origen divino). Con procederes diversos, que usan el miedo a castigos temporales o eternos, o la exigencia de sumisión absoluta con la alternativa de expulsión o venganza, la historia ha sido y es testigo de tremendas violaciones de derechos humanos fundamentales y de situaciones de violencias y guerras entre “fanatismos” rivales. Por eso, cada una de las grandes religiones es, en realidad una monarquía. Desde la absolutización del poder como venido de Dios (Vaticano) o la de los libros sagrados interpretados literalmente como Palabra de Dios (Biblia, Corán, Upanishads.).
Eso establece la distinción entre religioso y creyente. La actitud de este último admite racionalmente un principio originario y misteriosamente ordenador del cosmos que se expresa en la grandiosidad de una obra superadora de todo producto humano y va descubriendo a través de éxitos o fracasos cuál es el camino mejor para el logro de la realización personal y comunitaria o social. El participar con todos de esta actitud de búsqueda, es fundamento de la democracia. Hay ciertamente otros conjuntos que absolutizan intereses materiales o posiciones ideológicas y se fanatizan hasta obstruir las democracias. Pero el “fanatismo” religioso es el más peligroso `porque es sagrado, intocable. Creo absolutamente necesario hacer notar que el cristianismo no es una religión (sí lo es el catolicismo) sino una cosmovisión desde y hacia la valoración del ser humano, por lo cual, si no se desfigura, es compatible con la democracia en sentido pleno. Una cosa es valorar la democracia, otra resistirla con todo, y otra aguantarla. Sólo es auténtica la primera postura pero la historia avala en las religiones sólo lo que impulsa a llegar hasta la última. Y el sólo aguante, no es democracia.