El “Via crucis” se ha ido convirtiendo a través del tiempo, en la devoción central de semana santa. Es de esa celebración (extralitúrgica), de la que se esperan mayores beneficios y favores de Dios, identificándose con el sufrimiento, que es supuestamente el mayor mérito de Jesús de Nazaret, y se presenta como el mejor y gratuito limpiador de nuestras conciencias.
Este acto devocional, basado en algunas citas evangélicas y algunas circunstancias históricas, pero ampliado exhaustivamente con una cantidad de pasajes legendarios para hacerlo más conmovedor (al estilo de Mel Gibson), desfigura, o al menos oculta, el verdadero sentido de la historia, el testimonio y el mensaje de Jesús de Nazaret.
Cuando uno habla de un camino, fija instintivamente la meta a que espera llegar. Un camino como camino no tiene importancia, si no lleva a alguna parte. Pero peor aún es si desfigura su importancia haciéndolo concluir en una meta falsa. Y de eso se trata en este caso. Una espiritualidad cristiana basada en el sufrimiento y en el miedo, ha desviado la dirección libertaria y salvadora de la buena noticia del evangelio, hacia la trampa del poder eclesiástico, que domina humillando y atemorizando a la gente, con la perspectiva de un después de gozo o castigo compensatorio. Así se ha exaltado hasta el extremo el valor del sufrimiento en sí, justificándolo, como la Inquisición, con la muerte horrenda de los reos, para que alcanzaran la vida eterna. Y peor aún, presentando el sufrimiento y muerte de Jesús como una exigencia de Dios, para disculpar los errores o pecados de la humanidad. Un padre mandando a su hijo querido a la tortura y la muerte para sentirse satisfecho… El camino de Jesús no es el Via crucis (camino de la cruz). La meta de ese camino es la resurrección, (Via vitae) la vida, prolongada en la marcha de la humanidad hacia su realización, misteriosamente anticipada por ese triunfo sobre la muerte que lo convirtió en mensaje esperanzado para toda la creación.
Y ese “camino hacia la vida” está trazado con los detalles de la historia cotidiana de Jesús de Nazaret: señalando la superioridad del hombre sobre la Ley, sanando toda clase de males físicos y psíquicos, consolando las tristezas, igualizando los niveles sociales, reintegrando a los excluidos, denunciando las opresiones, oponiéndose a los abusos del poder imperial y el religioso, favoreciendo a los necesitados de toda condición, abriendo caminos de felicidad, exigiendo la justicia en la distribución de los bienes, mostrando el amor del Padre al perdonar las transgresiones que no lindaran con las hipocresías. Hacer de un “via crucis” un “via vitae” (de una camino hacia la cruz, un camino hacia la vida) es entonces, poner las cosas en su lugar.
Eso trató de ser el que partió del arzobispado el Viernes por la tarde y concluyó en la catedral de Córdoba. Presentando las situaciones que en la historia de Jesús son el sentido de su compromiso con la vida y con la felicidad del ser humano. El compromiso que nosotros podemos y debemos asumir siguiéndolo. Pero los “medios” más influyentes o lo ignoraron o lo criticaron con acidez. Porque prefieren un via crucis alienante, un camino de sufrimientos válidos en sí mismos, no un camino hacia la vida, elegido por un hombre que había descubierto que la voluntad de Dios era recuperar la dignidad del ser humano y ponerlo así en el camino de la liberación y la felicidad. Ese hombre que, para nosotros, es la mejor revelación de lo que Dios quiere de nosotros, y se llama Jesús de Nazaret.
Para Luis Moya, el creativo animador de ese proyecto, el equipo que lo acompañó y los actores que lo llevaron a cabo, mi felicitación y aliento.