Tema (Lc. 7, 11-17)
Jesús con sus discípulos llegan a un pueblo llamado Naím, acompañados por mucha gente. En las puertas de la ciudad se encuentran que llevaban a enterrar a un hijo de una mujer viuda. Gran parte de la población acompañaba el entierro. Viéndola Jesús se compadeció de ella y le dijo: No llores. Y se acercó a tocar el féretro. Los que lo llevaban se detuvieron. Y Jesús dijo : Joven! Te lo mando! Levántate! Y el que estaba muerto se sentó y comenzó a hablar y Jesús lo devolvió a su madre. La gente se llenó de asombro y hablaban de él diciendo que Dios había visitado a su pueblo con este gran profeta que les había llegado. Y su fama se extendía por la Judea y las regiones vecinas.
Síntesis de la homilía
Lucas es el único relator evangélico de este suceso, así como Juan es el único narrador de la resurrección de Lázaro. Dos hechos más que maravillosos, anticipatorios de la resurrección de Jesús, aunque con la diferencia de que éstos, como resucitación, se dan en personas que volverán a morir, y la resurrección de Jesús es para una vida permanente junto al Padre Dios. Con este hecho Jesús se anticipa para dar sentido a la respuesta de Jesús a los enviados del bautista que son enviados desde la cárcel para preguntarle si él es el enviado prometido o hay que esperar a otro. Jesús acudirá al testimonio de lo que los mismos enviados están viendo: el cumplimiento de la profecía mesiánica de Isaías (35,5):”Los ciegos ven, los paralíticos caminan…los muertos resucitan”
El que Jesús haya reparado en la mujer afligida constituye una muestra más de reconocimiento de la dignidad femenina tan disminuida en la tradición patriarcal judía. Y además, de esa dimensión tan humana de la compasión y la ternura con el dolor de perder un hijo, que difícilmente tenga superior en las relaciones afectivas humanas.
La interpretación literal de los hechos narrados en los evangelios, usando nuestros criterios modernos de historicidad, nos lleva con frecuencia a perder su significado más profundo. Lo que Lucas, como discípulo de Pablo, (que centra la vida cristiana en la resurrección de Jesús como anticipo de la nuestra), intenta fijar en la fe de sus comunidades, es que Jesús, como enviado del Dios de la vida, es restaurador de la vida de los hombres con un sentido de permanencia que supera la mentalidad judía de vida larga con la de plenitud de vida en Dios que es lo que él vivió y estamos también invitados y destinado a vivir nosotros.
Si para el amor de una madre no hay nada mejor que la recuperación de la vida de su hijo, cuánto más para el Dios padre y madre será la permanencia de nuestra vida junto a la suya en el misterio insondable de su amor sin medida.
No rechazar esta oferta supone aprovechar las huellas de Jesús, con el cuidado de todo lo que Dios ha puesto en nuestras manos para construir felicidad compartida, con el respeto a todo el entorno que nos rodea, con la disponibilidad para estar presentes en las oportunidades que se nos brinden para colaborar en la búsqueda de la verdad y la justicia. Esas huellas marcan el camino de un sentido profundo de la vida y de la relación con Dios que incluye de manera esencial la relación con los hombres como hermanos.