Tema: Mc.(13,33-37)
Palabras de Jesús a sus discípulos. “tengan cuidado y estén prevenidos porque no saben cuándo llegará el momento. Será como un hombre que se fue de viaje y deja su casa al cuidado de sus servidores asignando a cada uno su tarea y recomendando al portero que permanezca en vela. Estén revenido entonces, porque no saben cuándo llegará el dueño de casa. Si al atardecer, al canto del gallo o por la mañana. No sea que llegue de improviso y los encuentre dormidos. Y esto que les digo a ustedes se lo digo a todos ¡Estén prevenidos!”
Síntesis de la homilía
El aviso de “estar prevenidos” ha quedado sonando en la atemorizada conciencia de quienes pensando en lo imprevisto de la muerte, recuerdan aquella sentencia tremenda inventada por el autoritarismo religioso de que “se merece el infierno por un sólo pecado mortal no confesado”. El contexto es “escatológico”. Con la mirada bíblica de Jesús trasmitida a los discípulos, de un final apocalíptico del mundo y de la historia y como un aviso para quienes tuvieran la dicha o la tragedia de vivir en esos últimos tiempos.
Desde ya podemos pensar que de ser así no se trata de un aviso al que tengamos que dar mucha importancia. Aunque se han repetido ya varias oportunidades en que diversos grupos, con distintos intereses, han anunciado ese final terrorífico de la creación y la historia de la humanidad. Siempre hay una especie de satisfacción al profetizar calamidades como eficaz medio para proponer salvaciones, originadas en quienes con diversas ambiciones quieren ponerse en el centro de la escena.
Sin incurrir en ese clima terrorífico pero que adivinamos muy lejano, la propuesta tradicional se ha concentrado, posteriormente, en la afirmación de que hay que estar prevenidos para cuando nos llegue la hora definitiva y final de la vida.
El sentido común y la interpretación crítica de este pasaje ha de fijarse, en cambio, en la necesidad de vivir alertas, despiertos, prevenidos para no dejar pasar las oportunidades que se nos brindan para poner en marcha nuestro propósito de ser constructores del reinado de Dios, proclamado e instaurado en el camino de la humanidad por Jesús de Nazaret.
No hay momentos predeterminados para que en el transcurso de la vida se presenten ocasiones en que, conscientes de nuestras posibilidades, podamos complicarnos con emprendimientos, proyectos o realizaciones que fomente el mejoramiento de las relaciones interpersonales y sociales. La costumbre de esperar o exigir que de otros niveles se soluciones los problemas acuciantes, produce al mismo tiempo un clima de pesimismo general y una evasión de lo que podía ser nuestra colaboración para mejorar la relaciones humanas no solamente con nuestra acciones concretas personales o grupales sino con la adhesión en opinión y participación para con las iniciativas propiciadas por otros grupos o personas con influencia más amplia y profunda en el clima y la realidad social.
Para eso es indispensable tener bien afirmada nuestra escala de valores. Y en primer lugar, en situación defensiva y muy alerta para lo que significa, en un sistema impuesto sin contemplaciones y absolutamente visible para todos que es el capitalismo liberal, que coloca en la cima de los valores el dinero y su acumulación, como fuente primaria de sentido y felicidad para la vida de los seres humanos. No se trata entonces de un consejo inútil para quienes no lleguen a los últimos tiempos, que no es seguro que lleguen realmente, al menos como se prevén. Ni de un aviso de prepararse para la muerte. Sino de una advertencia para estar despiertos para darle a la vida sentido de solidaridad y felicidad.