Cristina y Francisco. Por Luis Novaresio

El papa Francisco eligió a Roberto Carlés para que integre la Corte Suprema de Justicia y se lo sugirió a la presidente. No fue al revés. No hay propuesta presidencial para que luego fuera bendecida por el número uno de la Iglesia. El Pontífice desea ver a este joven jurista en el sillón de Raúl Zaffaroni y se ocupa diariamente de monitorear la elección.

El novel abogado penalista se reunió a solas con el jefe religioso cuatro veces en un año. Récord absoluto. El 19 de marzo de 2014 fue la primera vez y el encuentro duró una hora y media. Antes, Carlés había asistido al besamanos de los miércoles en donde el Papa saluda con deferencia pero con rapidez a los pocos cientos de privilegiados que acceden a una especie de tribuna en Plaza San Pedro y en donde suele entregar a los argentinos rosarios contenidos en un estuche verde con el emblema pontificio. Enterado de esa visita, y a sugerencia de un obispo argentino, Francisco mandó a llamar a Roberto Carlés y conversaron a solas por largos 90 minutos. Que se entienda: una reunión del Papa que exceda los 15 minutos, en el lenguaje Vaticano, es personal y de afecto.

El 20 de marzo del año pasado, el diario l ‘Osservatore romano le dedicó una nota muy elogiosa al jurista argentino destacándolo en una página relevante del periódico. ¿Alguien duda que el “house organ” de la Iglesia lo hace porque es visto con simpatía por el Papa?

Como le gusta decirlo en italiano a un cardenal de la curia, Francisco “s’impuntò” con Carlés. Traducción sencilla: está encandilado y obsesionado, es su caballo del comisario. El 21 de marzo de este año, el jurista fue recibido otra vez en la residencia de Santa Marta por una larga hora justo el día anterior a la participación del abogado en la Comisión Internacional contra la tortura. Otras pruebas de la bendición a la candidatura, no harían falta. Sin embargo, hay más.

El Papa sigue paso a paso el voto de los senadores argentinos que deben decidir en las próximas horas sobre el pliego propuesto por la presidente. Aquí, no hay metáfora. Consulta con Buenos Aires para saber si hay plafón para obtener las dos terceras partes de los sufragios en la Cámara alta y propone con discreción que sacerdotes o laicos de confianza conversen con senadores. Hasta ahora, el número no aparece. Es que la oposición representada por el radicalismo, el PRO, el socialismo y el peronismo no K firmó públicamente un compromiso de barrer el intento del gobierno de nominar a un ministro de la Corte. Ni los legisladores ultra católicos imaginan como saltar ese cerco. Hay algunos, dos senadoras para ser más específicos, que querrían hacerlo.

Cristina Kirchner quedó muy sorprendida por la propuesta vaticana. No porque no imaginara que el Papa podía involucrarse también en este tema. Se sabe que Francisco sigue leyendo los diarios locales (La Nación, el primero) y se ocupa de estar al corriente de lo que pasa en la Argentina. La sorpresa vino de la mano de lo directo de la propuesta. El Papa, cuenta una fuente religiosa irrefutable, se lo planteó en una de las visitas privadas de la presidente. La misma voz asegura que Cristina hizo mención a la juventud y a la poca experiencia del jurista y que el Pontífice le dijo que “era el tiempo de los jóvenes”. La doctora Kirchner lo propuso entonces, incluso sabiendo el fracaso al que se expondría, y para decirlo directamente, sin demasiado entusiasmo. Hoy corrobora que abrió un flanco de críticas por una decisión que no imaginó ella misma.

¿Por qué el Papa está obsesionado con Carlés? Es difícil entenderlo. Nadie duda de la inteligencia y brillantez del penalista. Pero ni el Papa puede desconocer que el propuesto para estar de por vida pensando la legalidad argentina jamás firmó un escrito ni para una información sumaria en los Tribunales, nunca despachó un expediente en mesa de entradas de un juzgado de paz y su limitación cronológica le impide haber ganado experiencia a la altura de cargo en las academias. A eso se debe sumar, mirado desde la óptica vaticana, una serie de reparos en el modo de pensar de Carlés. El asegura que la penalización del aborto no ha servido para defender el derecho a la vida y a la salud de las mujeres y lo propio con la criminalización del consumo de drogas para uso personal. Carlés no cree en el sistema punitivo duro como modo de sanción penal y abona la teoría de la corresponsabilidad social del delincuente que afirma, grosso modo, que el delincuente quiebra la ley porque la sociedad no le dio otra oportunidad para hacerlo. ¿El Papa quiere un juez supremo pro abortista, pro legalización de la marihuana y abolicionista? Suena un disparate, conociendo al entonces cardenal Bergoglio. Pero hoy, 2015, apoya a Carlés.

Sin embargo, lo más “ruidoso” a la hora de analizar esta situación no es el contenido ideológico de lo que piense un jurista o un pontífice. Lo que asombra en pleno siglo XXI es que siga habiendo tan manifiesta confusión entre la religión y el Estado. La Argentina es una república laica. Y hay que defender esa posición como modo de garantizar mejor la libertad de cada ciudadano. El sostenimiento del culto católico apostólico y romano del artículo 2 de la Constitución ya ha sido debatido largamente desde 1853 y no hay dudas que su redacción tuvo más que ver con una cuestión prosaica que con una definición política. Claro que hay que respetar y valorar a la inmensa mayoría católica de nuestro país. La fe es un don amoroso que debe preservarse. Y lo dice un agnóstico. Pero de ahí a que esa relación individual y privada (el cristiano ortodoxo Jacques Maritain definía a la religión como un vínculo de piedad único y personal –dice personal- entre el hombre y Dios) se transforme en ley para todos hay una distancia abismal: la que separa a la república de la teocracia.

Que el Papa auspicie, sugiera, pretenda influir –o lo que sea– a un candidato a la Corte Suprema de Justicia de la Nación es una clara intromisión del poder religioso sobre el poder temporal. Ya se sabe que eso no es novedad. Pasa y ha pasado mucho. Pero la repetición de una irregularidad es apenas consuelo de tontos y no valida insistir en la equivocación. Tampoco el carisma y el afecto por compartir la nacionalidad son argumentos para entender lo que se cuenta. Que el adusto Jorge Mario Bergoglio que pisaba las calles porteñas haya devenido en el afable, magnético Francisco no lo transforma en un ser infalible para las cuestiones de la política argentina. La infalibilidad ex cátedra del Papa rige en el derecho canónico que se aplica en tierra sagrada romana. En nuestro país, se impone la Constitución de Alberdi, los códigos de Vélez y todas las normas sancionadas en el órgano republicano llamado Congreso de la Nación.

Fuente: La Capital.com.ar

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