¿Tiene sentido hoy el Estado Pontificio del Vaticano? Por Benjamín Forcano

Si nos guía la voluntad de seguir a Jesús de Nazaret, no tenemos otra alternativa que la de Francisco de Asís: confesar que en no poco nos hemos apartado de él y convertirnos. Pero, esta vez, la conversión la voy a referir a algo que, sin ser inmediatamente nuestro, nos envuelve profundamente: el Estado Pontificio del Vaticano.

La razón es obvia: el Estado del Vaticano no proviene del Evangelio ni puede compaginarse con él. Tiene sus razones históricas y ha permitido que, a pesar de todo, muchos hayan podido seguir y vivir el Evangelio. Pero su configuración y funcionamiento real, su estructura organizativa y el modo como se la utiliza, hacen que no pueda expresar el espíritu de Jesús y realizar como conviene el proyecto del Reino de Dios.

Los Papas Juan Pablo II y Benedicto XVI encarnaron la lógica interna de ese Estado, preexistente a ellos, y en virtud de ella impusieron un control uniforme, que ahogó la libertad e hizo imposible el avance de la Iglesia en la dirección del Evangelio. Han sido 50 años en los que paralizaron el impulso de Jesús. Hoy podemos encarar la magnitud del problema y ver las causas que lo originan.

La base está en que el Papa, además de sucesor de Pedro, es jefe del Estado del Vaticano. Un Estado que, según el Derecho canónico, confiere al Papa una autoridad y un poder absolutos. El Papa tiene una potestad suprema, plena, inmediata y universal; puede juzgar y condenar a los jefes del Estado del mundo entero y no puede ser juzgado por nadie; ni admite apelación alguna, pues la autoridad la posee “por institución divina”; en ella no se da la división de poderes –base del Estado de Derecho- y se la sanciona como intocable. Como consecuencia de tal poder, la dignidad de cuantos pertenecen a la Iglesia desaparece, en el sentido de que nada ni nadie puede hacer valer sus derechos. En realidad, quedan preteridos o anulados pues ese poder, y quienes lo representan, pueden proceder con absoluta arbitrariedad sin que nadie los demande y pueda controlar su omnipotencia.

El poder supone una relación de subordinación y, por tanto , de desigualdad, entre uno que está arriba y otro que está abajo y el que está arriba manda y el que está abajo obedece.

Esto continúa en la Iglesia, en el siglo XXI, a contracorriente de la modernidad. Es tal y tan fuerte la sacralización de este poder, que no existe seguramente una cuestión que merezca ser analizada con mayor urgencia. Se trata simplemente de confrontar el pensamiento y vida de Jesús con el modo concreto de concebir y aplicar el poder en la Iglesia.

Jesús jamás manifestó comportarse como el que manda y exige obediencia, sino como el que nos invita a seguirle. La autoridad para Jesús no es un poder que se impone sino una actitud que se mantiene firme y humilde ante el enemigo y el fracaso y que, desde la debilidad y pequeñez del esclavo, denuncia las desigualdades e injusticias y subvierte el orden de quienes dominan y obedecen.

Este comportamiento de Jesús no entraba en la cabeza de sus discípulos y así vemos cómo entre ellos discuten sobre quién será mayor o menor en el Reino de Dios y, cuando Jesús aparece derrotado por sus enemigos, se vienen abajo por la manifiesta impotencia de su mesianismo. Los discípulos no entendieron que alguien como Jesús, que hablaba del Reino de Dios y era aclamado como Mesías, pudiera triunfar con su bondad desde la debilidad y derrota.

Y, en este asunto, como muy bien comenta el teólogo José Mª Castillo, Pablo tuvo una decisiva influencia en las comunidades cristianas primeras, por su modo de entender y aplicar la autoridad. El se consideraba “apóstol de Jesucristo” constituido directamente por Dios, investido de una autoridad especial respecto a los gentiles, de modo que negarle a él, era negar a Dios. El hablaba en nombre de Dios y trataba de imponer su doctrina de un modo radical como si se tratara de la doctrina misma de Dios. Autoridad que se aposentó en las comunidades y contribuyó a cambios importantes con respecto a los criterios y modos con que Jesús ejerció esa autoridad.

Lo explica y comenta como ningún otro Ives Congar: “Roma ya en el siglo II, basándose en Mt 16, 19, hace pasar los poderes de Pedro no a la ecclesia sino a la sede romana, de suerte que la ecclesía no se forma a partir de Cristo, vía Pedro, sino a partir del papa. Para la Iglesia estar constituida sobre Pedro significa, a los ojos de los papas, recibir consistencia y vida del papa, en el cual como en la cabeza, reside la plenitudo potestatis (potestas plena)” (Cfr. Exodo, ¿Es hora de otra Iglesia?, “El problema de la autoridad en la Iglesia católica” nº 118, , pp. 27-34)

Sería este, por tanto, el dato más preciso para explicar cómo la teología de la Curia Romana defiende que los poderes del papado provienen directamente de Dios, poderes incuestionables por llevar el sello divino. El tiempo se encargó de ir asignando a los papas un concepto de autoridad ejecutivo y jurídico, sacralizado, concentrado en ellos. Un desplazamiento que se contraponía a lo enseñado por Jesús: “Sabéis que los que figuran como jefes de los pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen pero no ha de ser así erntre vosotros; al contrario, el que quiera subir entre vosotros, sea servidor vuestro, y el que quiera ser el primero, sea esclavo de todos, porque tampoco este hombre Hombre ha venido para que le sirvan, sino para servir y para dar su ida en rescate de muchos” (Mc 10, 42-45).

La institución eclesial, tal como aparece estructurada, no responde al pensamiento de Jesús. Es cierto que la Iglesia necesita de una autoridad central que coordine al conjunto, pero tal coordinación no debe ser de naturaleza política, si se quiere salvaguardar el seguimiento de Jesús como principio determinante de la vida cristiana. Y, en todo caso, es al Colegio Episcopal –prolongador de la sucesión apostólica- a quien corresponde la tarea de organizar la diversidad de ministerios de la Iglesia en coordinación con la “cabeza” que es el obispo de Roma.

 

Fuente: Redes Cristianas

Los desafíos del primer Papa Latinoamericano. Por Adolfo Perez Esquivel

Celebramos el nombramiento del primer Papa latinoamericano en la historia de la Iglesia Católica y su elección del esperanzador nombre Francisco para llevar adelante su período papal.

Esperamos que pueda trabajar por la justicia y la paz más allá de las presiones y los intereses de las potencias mundiales. Esperamos pueda dejar de lado la desconfianza Vaticana al protagonismo de los pueblos en su liberación. Así como que también aliente las transformaciones sociales que se vienen llevando adelante en América Latina y en otras partes del mundo, de la mano de gobiernos populares que tratan de superar la noche del neoliberalismo.

Esperamos que tenga el coraje para defender los derechos de los pueblos frente a los poderosos, sin repetir los graves errores, y también pecados, que tuvo la Iglesia. Durante la última dictadura argentina los integrantes de la Iglesia católica no tuvieron actitudes homogéneas. Es indiscutible que hubo complicidades de buena parte de la jerarquía eclesial en el genocidio perpetrado contra el pueblo argentino, y aunque muchos con “exceso de prudencia” hicieron gestiones silenciosas para liberar a los perseguidos, fueron pocos los pastores que con coraje y decisión asumieron nuestra lucha por los derechos humanos contra la dictadura militar. No considero que Jorge Bergoglio haya sido cómplice de la dictadura, pero creo que le faltó coraje para acompañar nuestra lucha por los derechos humanos en los momentos más difíciles.

Me encuentro viajando a Italia para celebrar un nuevo aniversario del martirio de Mons. Arnulfo Romero, un pastor conservador que frente a la represión en El Salvador tuvo su “Camino de Damasco” hacia el pueblo y dio su vida por la justicia y la paz. Ojalá también que la opción por el nombre Francisco, uno de los santos más significativos de la Iglesia, se exprese en testimonios de opción y defensa de los pobres frente a los poderosos y en la defensa del medio ambiente.

Francisco no ha heredado un trono imperial sino la humilde silla de un pescador. Por eso esperamos que no olvide las palabras del Obispo mártir argentino, Monseñor Enrique Angelelli, cuando decía que “debemos tener un oído en el Evangelio y otro en el pueblo, para saber qué nos dice Dios”.

Paz y Bien

Adolfo Pérez Esquivel
Premio Nobel de la Paz

Tres gestos no solo simpáticos. Para comenzar nomás. Por Nicolas Alessio

1.Para caminar hacia una iglesia “pobre” que de verdad ponga en el centro de sus preocupaciones a los empobrecidos de este mundo, imitando al “buen samaritano”:

Nombrar a otra persona como Obispo de Roma que se haga responsable de esa diócesis, nombrar a un responsable laico del Estado Vaticano, exigir a todos los sacerdotes que son “embajadores”, los nuncios apostólicos, que trabajen en parroquias y que su lugar los ocupen también laicos y, sobre todo, como “Pater Pauperis” (Padre de los Pobres) ponga sus pies en una diócesis de algún país del tercer mundo y desde allí ofrezca su servicio de pastor de todos y todas.

 

2.Para caminar hacia una Iglesia “discípula” que no se crea dueña de la verdad y viva en un legítimo pluralismo teológico, siguiendo aquello de que “a nadie llamen padre, maestro, doctor”:

Levantar las censuras, las amonestaciones, las penas, las prohibiciones a todos los teólogos, biblistas, pastoralistas y fieles que hayan tenido procesos en la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe, por lo menos, desde el Concilio Vaticano II hasta ahora.

 

3. Para caminar hacia una iglesia “inclusiva” que  pueda abrirse a la libertad de conciencia, de pensamiento y de opinión ya que “el Espíritu sopla dónde y cómo quiere”:

Nombrar una comisión de expertos en ciencias humanas y sociales que propongan pronto un documento donde claramente se tome distancia la homofobia, se  rechace claramente a teoría que considera la homosexualidad como “desorden grave”, que se valore la ideología de “genero” como un aporte indispensable para el respeto de la diversidad y se ponga en discusión toda la moral sexual eclesial.

 

4. Para caminar hacia una iglesia “pueblo” que pueda abrirse a otros modos de celebrar la fe sin la hegemonía del sacerdote jerarquía abriéndose a un ministerio popular sin clericalismos porque Jesús no fue sacerdote:

Permitir que todos los sacerdotes que fueron reducidos al estado laical, si así lo deseen, puedan hacerse cargo de comunidades y parroquias para el servicio pastoral, poner en debate el tema del celibato en particular y de la figura del sacerdote en general y permitir que fieles laicos puedan también celebrar la eucaristía y demás sacramentos.

Estos gestos, más que simple gestos simpáticos, dejarían en claro que comenzamos a caminar en otra dirección.

Habemus !!!!! Por Guillermo “Quito” Mariani

Afirmar que “tenemos” es ya positivo. Si embargo, es prudente analizar lo que tenemos aunque la exclamación venga con muchos convincentes signos de admiración, y de paso, fijarnos también en lo que nos falta.

Hay signos muy fuertes en el evento de la elección de Francisco I.

-El más fuerte quizás, el de la elección del nombre, identificándose con un rebelde contra las estructuras, desde la pobreza.  “Il poverello”  El ideal es inmejorable.

-Se  trata del primer Papa no europeo, una especie de exaltación de la catolicidad de la Iglesia, pendiente de la universalidad del mensaje cristiano.

-Sucede a un  renunciante, vencido por la ineficacia de un estilo teológica y socialmente monárquico, ineficaz desde la concepción agustiniana de la Iglesia  (ciudad de Dios, sin  la que no hay salvación para nadie) y el mundo absolutamente pervertido, y desde el ejercicio  de un poder represivo y condenatorio.

-Es un latinoamericano. En contacto con una realidad fecunda en iniciativas de reformas hacia la justicia, la actualización eclesial, y la promoción humana a todos los niveles.

-La explosión periodística revelando parcialmente las  intimidades vaticanas realmente escandalizantes financiera y sexualmente, ha conmovido más que cualquier intento de reforma la estructura institucional, potenciando su desprestigio. Y esto, indudablemente ha sido la raíz del acuerdo cardenalicio, de promover  a un estratega habituado a evitar escollos y avanzar en sus objetivos.

-La sencillez antiprotocolar de su primer saludo “buona sera!”, de su sorprendente viaje en micro para el encuentro eucarístico con los cardenales, de su vestimenta y pectoral sencillos, de su presentación como obispo de Roma (primus inter pares) evitando los títulos de superioridad.

-La esperanza tantas veces acallada de una cantidad en aumento de gente de pueblo y de personas y grupos de los más calificados dentro de la Iglesia,  reclamando cambios fundamentales, se ha volcado en esta cantidad de signos producidos en conjunto e inesperadamente.

Los signos, sin embargo, deben llenarse de contenido y, si bien puede explicarse que con un cultivo de la sumisión completa y la vigilancia estricta del vaticano, la actuación del cardenal Bergoglio, entre nosotros haya producido signos claramente negativos, permanece la incertidumbre acerca de lo que será su proceder como cabeza de la Iglesia, necesariamente condicionado por la fuerza del colegio electoral.

Los signos negativos? La indefensión como superior de la orden,  de los sacerdote más comprometidos con la promoción de los necesitados; el mantenimiento de la vicaría castrense; la unidad con el episcopado en el apoyo a la dictadura; su alianza con sectores francamente destituyentes en el campo político;  la guerra santa declarada contra los favorecedores de la ley de matrimonio igualitario y otras, relacionadas con temas parecidos;   la estrictez y hasta agresividad frente a determinadas manifestaciones artísticas; la influencia activa para oponerse a leyes y decisiones que miran a la totalidad de la sociedad, como si todos tuvieran que someterse a la visión eclesiástica; hizo valer su influencia para ocultar y defender a pederastas; y, finalmente, esa escarapela vaticana que mostraron orgullos y triunfantes en una de las sesiones publicas de la megacausa de La Perla los imputados en esa causa. Sólo nosotros, argentinos, conocemos estos signos negativos. Y esto nos hace desear que no se proyecten hacia el  futuro de la iglesia y  nos mantienen en pie para caminar y proceder en la dirección opuesta.

El Cónclave, un anacronismo antievangélico. Por Jean Paul Richard

La figura actual del Cónclave, no sólo es anacrónica, sino antievangélica. Veamos.

Es anacrónico, en primer lugar porque procede de la Edad Media (le falta poco tiempo para completar un milenio), pero sobre todo porque ya no cumple los postulados mínimos de lo que debe ser hoy día una elección en el más alto nivel de una institución religiosa mundial. Dado que el «monarca» de la Iglesia Católica es célibe y no tiene hijos como herederos naturales, un procedimiento que correspondería bien a una «monarquía hereditaria» es precisamente éste: que el monarca designe personalmente a quienes habrán de elegir a su sucesor. Última monarquía absoluta de Occidente, todavía atada al Ancien Régime y a la Edad Media, rehén voluntaria de las mismas instituciones que crea, la Iglesia Católica tiene en el autoritarismo elitista del Cónclave uno de sus anacronismos más elocuentes y uno de los obstáculos más eficientes para su propia renovación.

Pero este carácter anacrónico, aun siendo obvio, no es lo peor, porque el procedimiento mismo del Cónclave es, además, antievangélico, por una suma de varios otros vicios graves, a saber:

– sexismo: de hecho –¡no de derecho!- sus componentes son sólo varones. Aun dejando aparte el tema de la posibilidad del sacerdocio para la mujer, es obvio y sabido que ella, incluso canónicamente, puede ser «electora» papal, como puede serlo cualquier cristiano/a no ordenado. El procedimiento vigente de los Cónclaves proclama clamorosamente y perpetúa la marginación de la mujer y su exclusión de las instancias en las que se comparte el poder, incluso en aquellas para las que no hay impedimento canónico, sino sólo un prejuicio ideológico sexista;

– clericalismo: todos los miembros del Cónclave son de hecho clérigos, funcionarios del estamento eclesiástico, en un grado de escalafón que les implica máximamente en la estructura burocrática institucional de la Iglesia. El Cónclave sigue mostrando y perpetuando a la Iglesia católica como una estructura clerical, una teocracia sacerdotal, una sociedad dual de clérigos y laicos que margina rotundamente a estos últimos;

– gerontocracia: por la llamativamente elevada media de edad de sus miembros, e indirectamente, por el carácter vitalicio que reviste la nominación cardenalicia;

– falta de representación: sus miembros no representan a nadie sino a sí mismos y a la autoridad que los nombró. En el Cónclave no hay representación orgánica de las Iglesias locales, de las Conferencias Episcopales, ni de las regiones o de los Continentes, perpetuándose todavía los privilegios regionales en la proporción de miembros procedentes del Primer Mundo y de Europa, en comparación a los del Tercer Mundo;

– cooptación: los electores son escogidos por la persona a ser sucedida, sin otro criterio que el suyo personal, sin contrapeso de aprobación por otra instancia (separación de poderes), según un reglamento que él mismo dicta y reforma libremente. Es natural que, por ello, sólo la ideología oficialista se haga presente en el colegio cardenalicio, sin posibilidad de visiones alternativas, sin la saludable presencia siquiera de una mínima «oposición»…

El procedimiento del Cónclave no es ningún dogma de fe, es una simple decisión eclesiástica, y puede ser abandonada en cualquier momento. Cualquier cristiano puede considerarlo superado, obsoleto, o incluso dañino, según su propio criterio, con entera libertad. El Cónclave es una institución antievangélica: marginar totalmente a la mujer, a los laicos, a los sin poder, a los que piensan de otra manera, y hacerlo todo ello por vía autoritaria absoluta unipersonal e inapelable… no es compatible hoy con el Evangelio. Si Jesús entrara en la Capilla Sixtina, volvería a derribar las mesas, electorales en este caso. Cualquier teología que pretendiera justificar los procedimientos actuales del Cónclave debería ser desechada como ideológica, por aquel criterio evangélico: «un árbol que da frutos malos, no puede ser bueno».

Juan Pablo II, que renovó en 1996 la legislación del Cónclave confirmándolo en estas sus seculares deficiencias, tuvo en esto «miedo de abrir las puertas»: a la mujer, a los laicos, a las Iglesias locales, a la participación del Pueblo de Dios, y en esa medida, a la voluntad de Jesús en definitiva. Mientras sigamos con «Cónclaves» de puertas realmente tan cerradas, los Papas elegidos probablemente continuarán dificultando abrir otras puertas en todos los niveles.

Que el Pueblo de Dios tome conciencia de estos vicios capitales del sistema actual del Cónclave, y de la urgencia de su superación, hará más fácil un próximo abandono de este anacronismo antievangélico superviviente, para bien de la Iglesia y del mismo Papado.

En el actual momento de la renuncia de Benedicto XVI, no es realista pensar que pueda ser obviado el procedimiento del Cónclave, reconfirmado precisamente por las últimas normativas que él le impuso. Pero sí es importante que los «electores» sepan que estarán utilizando un método rechazado por el sensus fideliumde una cantidad incontable de cristianos y cristianas del Pueblo de Dios, y de todas las sociedades que ya han dado la espalda mayoritariamente a estructuras monarquico-autoritarias, sexistas, clericales, gerontocráticas y no participativas, como el Cónclave.

 

Fuente: Church Authority

 

Modernidad y premodernidad en el Vaticano. Por Juan José Tamayo

En el Vaticano conviven hoy dos tendencias no fácilmente armonizables: la espectacular representación de la dimisión y despedida del Papa, y el funcionamiento premoderno de la institución eclesiástica. Es lo que llamaría el filósofo de la esperanza Ernst Bloch la “no-contemporaneidad”. Lo estamos viendo y viviendo estos días, y lo seguiremos comprobando hasta que se produzca la elección del nuevo Papa.Juan José Tamayo Acosta

La dimisión, contra todo pronóstico, y la despedida, producida con gran celeridad, han contado con un estética impecable, diseñada por el propio papa hasta los mínimos detalles: el nombre a dar al dimisionario, el tratamiento a recibir, la ropa a vestir, los zapatos a calzar, el servicio femenino por el que va a ser atendido, el juego de luz de la despedida del atardecer del 28 de febrero con el helicóptero sobrevolando la cúpula del Vaticano, las decenas de miles de personas despidiendo al papa en la plaza de san Pedro, las miles de personas para recibirlo en Castelgandolfo a su llegada.

Era lo más parecido a la despedida en vida de una estrella. Todo un espectáculo transmitido en directo donde nada desentonaba. El diseño fue perfecto con los medios técnicos más modernos, sin reparar en costes económicos. Pareciera que la crisis que azota a la sociedad italiana se hubiera detenido en el Vaticano y no le afectara. A todo esto cabe añadir la impresión de la gente más crédula que decía ver en el helicóptero sobrevolando el cielo romano el revoloteo del Espíritu Santo por la cúpula del Vaticano asistiendo a la Iglesia en sede vacante. ¡La tercera persona de la Santísima Trinidad, no en forma de paloma sino a modo de helicóptero: el extremo de la posmodernidad!

Esta representación contrasta con la premodernidad del Vaticano -cuyo reloj pareciera haberse detenido en el Medioevo-, que se manifiesta en la organización, la doctrina y la moral de la Iglesia católica, que es la monarquía más longeva de la historia. Ella conserva intactas las estructuras del Antiguo Régimen con un dirigente que detenta el poder absoluto, tiene el título de Vice-Cristo y está investido de un atributo que ningún otro poderoso ha osado reclamar: la infalibilidad. Tiene carácter estamental: clérigos-laicos, jerarquía-pueblo cristiano, Iglesia docente-Iglesia discente. Posee una estructura patriarcal: las mujeres no son consideradas sujetos morales ni eclesiales; a ellas no se les reconoce capacidad para ejercer funciones sacerdotes y directivas, alegando para ello que esa fue la voluntad de Cristo al “fundar la Iglesia”.

La mejor representación de la premodernidad de la Iglesia católica es la institución del cónclave: 115 príncipes de la Iglesia, nombrados por los dos papas anteriores, elegirán al “Vicario de Cristo”. No creo que, con esa forma de elección, el nuevo papa se considere representante de los cerca de 1200 millones de católicos de mundo. Si quiere serlo deberá cambiar las normas de elección e iniciar un proceso de democratización de la Iglesia desde abajo. De lo contrario sólo representará a los 115 que lo han elegido. Y esa me parece una representación muy exigua para lo numerosa que es la Iglesia.

 

Fuente: Redes Cristianas

Renuncia feliz. Por Guillermo “Quito” Mariani

Nos quedamos con la boca abierta y los ojos desmesurados al escuchar la noticia:

Renunció el Papa!!!   Preocupación, compasión, sorpresa, victimización, tristeza…

Recuperada la serenidad, creo que podemos decir que se trata de un “final feliz”.

Feliz para Joseph Ratzinger cuyo pontificado debió enfrentar más problemas que cualquier otro por acontecimientos escandalizantes públicamente como el manejo de la finanzas, el silencio absoluto, que su antecesor y él, habían prometido develar, sobre la muerte de Juan Pablo I, la pedofilia, la hipocresías cultivada como política eclesiástica, el rechazo expresado por la gente más calificada de la Iglesia de sus decisiones restauracionistas. Hacerse al lado de un edificio que se desmorona es una medida feliz aun cuando haya conciencia de haber provocado el desmoronamiento.

Feliz también porque este  gesto de valentía que implica indudablemente sufrimiento,

excita la comprensión y el afecto popular, llenando la Plaza de manos juntas, lágrimas y exclamaciones.

Feliz porque fija un antecedente que puede resultar crucial para la historia de la Iglesia: La novedad de que el Espíritu Santo (del que Benedicto XVI afirmó en su toma de posesión del trono pontificio que sería en adelante quien gobernara la Iglesia), no es tan monárquico vitalicio como parecía, y así otros sumos pontífices y sus Santidades, podrán renunciar sin contrariar a ese Espíritu.

Feliz, porque la firmeza con que sostuvo la línea dura restauracionista, puede aliviarse un poco, dejando respirar y expresarse a los teólogos, escrituristas, pastores, catequistas… y frenando la designación de nuevos obispos con tendencias ultraconservadoras, preparando quizás un futuro Concilio.

Feliz porque quizás( si el Espíritu divino tiene alguna intervención en el Conclave) el nuevo pontífice abra las puertas a todos los desplazados injustamente así como Benedicto la abrió para los lefevbristas, los legionarios y el Opus, que salvaron al vaticano de muchas irregularidades financieras

Feliz porque quizás hacia delante nadie tenga fuerzas suficientes para mantener una línea de oposición a la realidad actual ignorando las verdaderas necesidades, cortando las alas a sacerdotes, obispos y laicos que se comprometieron con los esfuerzos de disminución de la pobreza, las desigualdades discriminantes, y la solución de los complejos problemas sociales uniéndose a las luchas populares Y entonces, haya una decisión firme para recuperar la verdadera Iglesia del vaticano II. Y la reforma de la Iglesia, abarque la de la Curia romana (muchas veces prometida y nunca realizada) la supresión de vicios estructurales como la obligación del celibato eclesiástico, la regularización y transparencia de las finanzas, la democratización propiciada por el Vaticano II con organismos que pasaron a ser conformados sumisamente sin que cumplieran con la misión asignada.

Tenemos entonces muchas felicidades juntas.

Ya pocos mira los que fue, y todos esperan un resultado propicio para la Iglesia y el pueblo cristiano.

Habrá dos Papas (al menos en el título Papa “emérito” y Papa “electo” los dos de blanco y ninguno en negro), como ya hay dos Iglesias, la del Concilio y la de Juan Pablo II asociado con Benedicto XVI.

Tendremos que seguir rezando por la “unión de los cristianos”.