Preguntas que nos surgen en la situación actual

Ante el surgimiento de temas conflictivos en la sociedad, en medio de los debates, vemos que con mucha frecuencia las voces que se atribuyen a “la Iglesia” aparecen del lado de los que se niegan a “lo nuevo”, los que tienen miedo a la libertad, los que quieren que nada cambie. Es cierto que con mucha frecuencia hay quienes quieren mostrar la “peor cara” de la Iglesia, es cierto que no siempre “lo nuevo” es “lo mejor”, y que caminar caminos de libertad supone andar rumbos que a su vez nos hagan libres. Por eso, como miembros activos y plenos de la Iglesia, un grupo de curas de la diócesis de Quilmes quisiéramos formularnos algunas preguntas. No pretendemos tener todas las respuestas, pero sí creemos que interrogarnos nos ayuda a pensar con libertad y con paz.

1. Ante el clima de intolerancia, y en muchos casos de actitudes verdaderamente dignas de las peores Cruzadas, movidas por preocupantes fundamentalismos bíblicos, filosóficos y antropológicos, nos preguntamos: ¿Se puede seguir afirmando que la homosexualidad es una “enfermedad”, y desde una comprensión prejuiciosa de la misma, condenar tal identidad y sus eventuales derechos civiles? ¿Cuáles serían los argumentos serios, razonables y académicos para sostener semejante afirmación?

2. Ante el planteamiento de que un eventual matrimonio entre parejas del mismo sexo atenta contra la “ley natural”, nos preguntamos: ¿A qué se llama “natural” en estas discusiones? ¿No estará aquí una de las dificultades para poder clarificar este debate? “Ley natural”, “naturaleza”, “orden natural”, ¿no son expresiones a ser revisadas y actualizadas? ¿Pueden entenderse estas expresiones de manera absoluta, fijista y sin la dinámica propia de nuestra condición humana? Si en la historia de la Iglesia se consideraba “natural” el cauce de un río y se impedía canalizarlo, o se consideraba “natural” la esclavitud, ¿no estaremos ante una concepción claramente cultural? La concepción de “ley natural”, ¿no es más propia del helenismo que de la Biblia? Cuando san Pablo afirma que “es natural en el varón el pelo corto” (1 Cor 11) ¿no es esta una concepción evidentemente cultural?

3. En nuestros barrios hay muchos pibes y pibas que nacen y crecen con madres solteras, a cargo de tías y abuelas, de gente sincera que realizando la “función materna y paterna” les garantiza el afecto y el cuidado necesario para la vida. Comedores, hogares o simplemente vecinos y vecinas que hacen gratuitamente más amplia su mesa y su casa, logran que muchos chicos encuentren “familia” (la más de las veces sin su papá biológico y, a veces, hasta sin su mamá biológica). ¿No será necesario revisar el concepto burgués de “familia”, defendido detrás de slogans discriminatorios a la condición homosexual? ¿No han generado los pretendidos “sanos” matrimonios heterosexuales (“sanos” por el mero hecho de ser “hetero”) situaciones disfuncionales, abandono de hijos, abusos y violaciones a la vida?

4. Se ha afirmado que se quiere cambiar “la familia”. ¿No es evidente que “la familia” ha cambiado y sigue cambiando a lo largo de la historia? El modelo que actualmente se defiende, ¿no es propio del s. XVIII y muy diferente de las familias de las comunidades indígenas de América o de África? ¿La familia polígama de “Abraham nuestro padre en la fe” es igual a la familia ampliada en la que convivían no sólo padres, hijos, nietos, sino también esclavos y clientes, como era habitual en el imperio romano? ¿La familia patriarcal en el que la mujer era tenida por “propiedad de” un varón (¿no viene de allí el término “matri monium”?) es igual a la familia en la que una jovencita debe cuidar a sus hermanitos mientras su mamá trabaja porque su papá los abandonó? ¿cuál de todos estos y los muchos otros existentes en la historia sería el término adecuado para hablar de “familia”?

5. Si miramos el Evangelio de Jesús, es evidente que, Reino de Dios y familia son “fidelidades en conflicto” (S. Guijarro). Jesús dedica todas sus energías y entusiasmo a predicar “el reino de Dios”, y relativiza de un modo claro y evidente la familia; ¿no es sorprendente que muchas veces escuchemos y leamos sobre “la familia” como una expresión unívoca y sin relación a la búsqueda de la justicia y la opción por los pobres, propia del Reino? ¿Por qué tantos y tantas “cruzados/as” católicos/as que levantan sus voces y se movilizan no lo hacen para combatir la pobreza, la injusticia, la desocupación, la falta de salud, de vivienda digna, cosas que ciertamente “atentan contra la familia”? Si para Jesús, “el reino es lo único absoluto y todo lo demás es relativo” (Pablo VI), ¿por qué no es “el reino” el grito unánime de los “cristianos” (católicos o no) de hoy?

6. Si la Iglesia en su historia, en su predicación y en sus enseñanzas (Magisterio) enseña que se debe obedecer ciegamente la “conciencia”, y que el ser humano “percibe y reconoce por medio de su conciencia los dictámenes de la ley divina, conciencia que tiene obligación de seguir fielmente en toda su actividad para llegar a Dios, que es su fin” (“Dignitatis humanae”, nº 3) ¿Es posible, a esta altura de la historia, pretender condicionar la acción de nuestros legisladores en su labor parlamentaria con concepciones propias de la cristiandad medieval obviando su legítima libertad de conciencia en temas tan controvertidos? Es absolutamente justo y razonable poder decir una palabra y opinar, pero pretender legislar o que los legisladores “deban” seguir dictámenes eclesiásticos, ¿no es más propio de concepciones de “cristiandad” antes que de respeto y tolerancia democráticas?

7. Algunas voces eclesiásticas han reclamado un “plebiscito”. Siguiendo los propios criterios y argumentos que han enarbolado, ¿se podría plebiscitar la “ley natural”? La apariencia es que consideran que en ese supuesto plebiscito saldría ganadora su posición, ¿lo propondrían de no creerlo? ¿aceptarían un triunfo de la posición opuesta? Si se trata de reconocimiento de “derechos de las minorías”, ¿es sensato o justo proponer semejante plebiscito? ¿Se puede plebiscitar lo que es justo?

8. Si para Jesús el Reino de misericordia, justicia, e inclusión de los desplazados de su pueblo estaba por encima de toda otra concepción y valores culturales de su tiempo (la familia incluida); a la luz del evangelio del Buen Samaritano (cf. Lc 10,25-37) nos preguntamos, ¿cómo podríamos considerarnos discípulos de Jesús sin conmovernos con entrañas de misericordia ante los hermanos y hermanas excluidos del camino de la vida y la igualdad ante la ley? ¿podemos seguir “de largo” sin detenernos a escuchar lo que Dios nos está queriendo decir a través de tantos y tantas que se sienten “explotados y deprimidos” bajo un sistema discriminatorio?

En conciencia, queremos ser pastores según los sentimientos de Jesús, y estas preguntas son las que nos surgen en estos días.

Queremos ser Iglesia servidora del Reino, siempre del lado de los más pobres y sufrientes.

Florencio Varela, 6 de julio de 2010

Presbítero Ignacio Blanco, Marcelo Ciaramella, Eduardo de la Serna

Fuente Pagina 12

¿A qué llama ‘familia’ la Iglesia?. Por Jorge Jinkis

Hay una suposición: que existen expertos, especialistas científicos, de la psicología, de la biología, de la genética, de la jurisprudencia, que son llamados a decir sus ocurrencias con los vestidos de la ciencia. Cierta ingenuidad y también un poco de impostura alientan esta especie de bullicio democrático que la pobreza y mediocridad teológica que domina en nuestro medio confunde con un aquelarre.

No voy a apelar a documentos etnográficos ni recordar las múltiples estructuras de parentesco que existían y que persisten para subrayar el carácter social e histórico de algunas instituciones de las culturas, entre ellas el llamado matrimonio. Esta idea romana que adquirió un estatuto jurídico en nuestro Occidente, facilitaba que una mujer pasara de la tutela, protección o servidumbre respecto de su padre a la obediencia a un marido que garantizaba el carácter “legítimo” de sus hijos. Hay todavía huellas de este modo de dominación, pero también es cierto que existen muchas otras formas de convivencia social, también familiares, que no se reducen al matrimonio y están hoy reconocidas por el derecho.

No es imprescindible el matrimonio para “conyugarse”, para establecer un “enlace” o para “contraerlo”, como ocurre a veces con un resfrío. Hay innumerables palabras que hablan de aquellas huellas a las que hemos aludido. Por lo demás, el “matrimonio entre personas del mismo sexo” es una denominación poco feliz. En primer lugar porque suele ocurrir que cada una de las personas tiene el suyo y obligarlas a compartir “el mismo” me parece una extralimitación abusiva. Se agrega a ello que cualquier ojeada histórica sobre el matrimonio entre personas –como se decía hasta hace poco– de “sexo opuesto” deja ver que se trata de uno de los escenarios preferidos de la famosa disputa o guerra entre los sexos, gente extraña que muchas veces se encapricha, precisamente, en compartir el mismo sexo.

Es fácil advertir que no soy un fanático del matrimonio, del matrimonio a secas, aunque esa falta de humedad atenta contra institución tan respetable. Y como en nuestro país existe un casamiento civil, tampoco me parece conveniente instalar alguna instancia jurídica que supervise la fe, la buena fe como condición de un casamiento religioso, cualquiera sea la religión. Eso se conoce con el nombre de separación del Estado y la Iglesia.

La cuestión que se discute puede pasar desapercibida entre tanto ruido. No se trata de saber si hay formas psicopatológicas de la sexualidad, como de la injerencia de las autoridades de la Iglesia Católica argentina, que pretende legislar sobre nuestros amores y goces sexuales. Tiene todo el derecho a sostener su posición sobre esos asuntos y tratar de incidir sobre su grey; ningún derecho sobre esa pretensión.

Es difícil hablar de esto sin historiar las complejísimas relaciones que existieron entre la Iglesia y los gobiernos de Perón, en algún momento idílicas, en otros ásperas y hasta incandescentes. No hay lugar aquí para recordar esos antecedentes. Pero hay que decir que en aquellos tiempos la Iglesia acentuó su milenaria tendencia (que se remonta a los años 300) a recostarse en el Estado, en el poder secular, perdiendo confianza en su influencia espiritual para alcanzar sus fines. También es cierto que en nuestro país esto lleva el sello de estilo de la Iglesia española, que colocó la tarea de evangelización bajo el paraguas de lo que era el imperio nacional.

En febrero de 1929, Mussolini, por Italia, y el cardenal Gasbarri, en representación de Pío XI, firmaron un tratado político y un acuerdo económico por el cual quedó establecido el Estado soberano de la Ciudad del Vaticano. Más pequeño que la República de San Marino, pero con más predicamento, fue reconocido por la legislación internacional y mantiene relaciones diplomáticas con otras naciones. El jefe de ese Estado es el Sumo Pontífice, quien reúne en su persona funciones ejecutivas, legislativas y judiciales. Algo más efectivo que un mero DNU, lo que ahorra varios inconvenientes. Para ocupar ese cargo no se requiere haber nacido en ningún lugar específico: todos los cardenales que tienen residencia en el Vaticano tienen nacionalidad vaticana sin perder la de origen. Por dar un ejemplo, si Francisco de Narváez tuviera la vocación y aptitud adecuada, no encontraría en su nacionalidad un obstáculo para su candidatura. Se trata de un Estado propiamente dicho, que acuña su moneda, que dispone de sus servicios económicos, sanitarios, educativos, y como se le reconoce una misión espiritual, sus dignatarios intervienen en la política de otros Estados sin las trabas que encuentran o la prudencia que se espera de los diplomáticos de otros países. Gozan de una inmunidad ecuménica de límites insondables, como fue el caso, por dar otro ejemplo, del obispo castrense monseñor Baseotto, quien proponía medidas apocalípticas para proteger la salud pública.

Hace ya siete años circula en lengua italiana un Lexicón de la Iglesia Católica, que define a la homosexualidad como un “problema psíquico”, “contrario al vínculo social”. Fidelísima con la doctrina de Estado de la Santa Sede, la Conferencia Episcopal Argentina emitió en abril de este año un documento que declara: “La unión de personas del mismo sexo carece de los elementos biológicos y antropológicos propios del matrimonio y de la familia”.

Es difícil (pero ocurre) que un psicoanalista se haga el sordo a estas afirmaciones presentadas como consideraciones espirituales sobre instituciones sociales e históricas. Cuando los psicoanalistas escuchamos a sacerdotes homosexuales, no nos encontramos con una circunstancia clínica que no sea política. Resulta que llegan a la consulta por su condición de sacerdotes y no por su homosexualidad, convencidos de que la Iglesia no tiene la menor idea de cuáles son “los elementos biológicos y antropológicos propios de la familia”. Es cierto, como dice Juan B. Ritvo (Página/12, 3 de junio de 2010), que el inconsciente se presta poco a las discusiones parlamentarias, “a lo mejor porque conmueve las bases mismas de la sociedad civil en el particular ligamen del erotismo con la muerte”. Estoy de acuerdo, y ese plano no es ajeno a la política, así como la política no se reduce a las discusiones parlamentarias. Como el inconsciente, ella entra cada tanto a los consultorios de los psicoanalistas.

El cardenal Jorge Bergoglio no dejó pasar la oportunidad del Tedeum del Bicentenario para rechazar el matrimonio entre personas homosexuales durante su homilía. Y ya antes, el Arzobispado había declarado que: “Dado que el Poder Ejecutivo de la Ciudad de Buenos Aires es el garante de la legalidad en la ciudad, el jefe de Gobierno, a través del Ministerio Público, tiene la obligación de apelar el fallo”. Esta intervención de un argentino, y que es legítima para cualquier argentino sea o no jesuita, resultaría inadmisible para cualquiera que tuviese una investidura concedida por otro Estado, aunque fuera nativo de estas tierras y tuviera motivos espirituales análogos.

Pero, ¿a qué cosa llama “familia” la Iglesia? ¿Qué entiende por “matrimonio”? ¿Recordará que Israel fue la Esposa de Dios (antes de que se prostituyera)? ¿Tiene en cuenta que ella es “Esposa” de Cristo aunque Jesucristo tiene miles de “Esposas”? ¿Por qué llama “hermanos” y “hermanas” a personas que no están unidas por ningún lazo jurídico o de sangre? ¿No hay en la Iglesia “Padres”, “Madres”, “Hijos”? ¿Tendríamos que pedirles que concurran a los tribunales terrenales a legitimar esos títulos? Me disculpo, pero la pregunta me resulta irresistible: ¿no faltan abuelos y nietos? ¿O todo esto es un modo de hablar sin consecuencias? No lo creo.

Todo es más pobre. La Iglesia acepta más o menos llamar “familia” a la unidad de consumo burguesa compuesta por mamá y papá casados con hijos concebidos (no sólo pensados) dentro de un matrimonio consagrado (y extiende su benevolencia a formas cercanas). El problema es que quiere hacer pasar esta forma de la familia como la forma “natural”, base de la estructura social (también natural) y condición de la reproducción de la especie (aunque la especie se las arreglaba bastante bien antes de la existencia de la Iglesia).

El problema lo enunciamos al comienzo. Que una forma histórica (de cualquier institución) sea presentada como natural de la especie humana es plantear una exigencia de uniformar, de homogeneizar, de universalizar, una especie de “globalización” avant la lettre. Y para ello, ¿qué mejor recurso que apelar a una legislación que imponga o prohíba? Es por eso, entre otras razones –pero ésta es una razón un poco descuidada–, que las jerarquías eclesiásticas de la Iglesia Católica Argentina se han adaptado mejor al orden que impusieron los gobiernos dictatoriales en nuestro país que a los desórdenes democráticos.

Debe ser penoso para los cristianos convencidos que una de sus iglesias crea que la ley perfecciona al creyente mejor que la gracia.

Jorge Jinkis: Psicoanalista. Director de la revista Conjetural. Autor del libro Indagaciones, de reciente aparición (ed. Edhasa).

Fuente: Página 12

Declaración del Grupo Evangélico de Teología y Género sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo

Como evangélicas y evangélicos manifestamos nuestro decidido apoyo al proyecto de ley aprobado por la Cámara de Diputados de la Nación para reformar el Código Civil habilitando a todas las parejas a acceder al derecho al matrimonio, independientemente del sexo de los contrayentes.

Nuestra fe en Jesucristo nos llama a promover comunidades inclusivas, que celebren la diversidad, y a apoyar aquellos cambios normativos que apunten a proteger a las personas, parejas y familias que sufren discriminación social y desigualdad jurídica. Gays, lesbianas y trans ya conforman parejas y familias, que continuarán existiendo, pero desprotegidas de no ser reconocidas legalmente. Esto supone una situación de vulnerabilidad e incertidumbre para hijos e hijas, agravadas en caso de separación, enfermedad y/o muerte de uno de los cónyuges. Nadie puede invocar hablar en nombre de los niños y niñas y, simultáneamente, condenar a una ciudadanía de segunda a los hijos e hijas de estas familias.

Celebramos que cada vez más instituciones religiosas apoyen esta iniciativa,  pidiendo perdón por lo que han contribuido a provocar dolor en personas  homosexuales y reivindicando un Dios amoroso que ve con buenos ojos los  vínculos construidos desde el amor y el respeto mutuo. Asimismo, creemos que  las leyes de un Estado democrático deben equiparar los derechos para todas y  todos los habitantes del país, independientemente de las creencias religiosas  individuales y del peso corporativo de ciertas instituciones religiosas no  democráticas en su constitución. En este sentido, rechazamos como creyentes  cristianos toda campaña secular o religiosa que refuerce actitudes discriminatorias, y más aún, aquellas que manipulan a niños y jóvenes haciéndolos participar en actividades políticas cuyos alcances no pueden discernir.

Porque la base de nuestra fe es un Dios que envió a su hijo para darnos vida plena a todas y todos, y el reconocimiento legal, con plenos derechos de estas parejas y familias, es condición fundamental para esa plenitud.

Creemos que Jesús nos pide amar al prójimo. Él mismo nos mostró con su vida que el amor no hace distinción de persona. Por lo tanto, creemos que toda acción y toda ley que promueva la posibilidad de amor sincero serán una búsqueda de cada cristiano y cada cristiana.

Grupo Evangélico de Teología y Género de la Parroquia Evangélica Emanuel

Juan A. García 2048, Villa Mitre, Ciudad Autónoma de Buenos Aires

7 de Julio de 2010

Fuente: RIMA

El que calla, otorga. Carta abierta a lxs ministrxs religiosxs que defienden la diversidad y el Estado laico

Córdoba, martes 6 de julio de 2010

Carta abierta a lxs ministrxs religiosxs que defienden la diversidad y el Estado laico

El que calla, otorga.

Se viven en nuestro país momentos muy tensos en torno al debate por la modificación del (decimonónico) Código Civil para ampliar la figura del matrimonio a parejas formadas por dos personas del mismo sexo. Esta reivindicación, que forma parte de un conjunto más amplio de banderas por las que miles de personas vienen luchando con valentía desde hace décadas, alcanzó estado público en los últimos meses a raíz de su tratamiento y posterior aprobación en la Cámara de Diputados de la Nación.

Desde entonces se han multiplicado los debates, las manifestaciones a favor y en contra y las apariciones del tema en los medios masivos de comunicación, abriendo la puerta a la visibilidad –tan inesperada como repentina- de quienes formamos parte del colectivo de la diversidad sexual. Esto ha dado lugar, en no pocas ocasiones, a situaciones de dolor, ultraje y agravios múltiples hacia gays, lesbianas, bisexuales y personas trans, de parte de gente que se ha sentido autorizada a opinar sobre nuestras vidas, nuestra decencia y nuestra calidad humana.

Resalta, en los últimos ocho meses, la acérrima oposición a la igualdad de derechos por parte de la jerarquía católica y grupos evangelistas y pentecostales nucleados en la Asociación Cristiana de Iglesias Evangélicas de la República Argentina (ACIERA) y la Federación Confraternidad Evangélica Pentecostal (FECEP), estas últimas trabajando codo a codo con la mediática “diputada evangélica” Cynthia Hotton. Estas tres fuerzas han promovido recursos inconstitucionales de nulidad contra los matrimonios autorizados por juezas y jueces en respuesta a recursos de amparo, han organizado marchas y recolección de firmas contra la ley en nombre de una idea monolítica, esencialista y excluyente de “La Familia”, han operado a través de la senadora Liliana Negre de Alonso –perteneciente al Opus Dei- para filtrar y censurar las listas de oradorxs en las audiencias “públicas” del Senado en distintas provincias y fundamentalmente, han sostenido un discurso condenatorio y una serie de prácticas discriminatorias en nombre de Dios.

Esta ofensiva fundamentalista se ha profundizado en los últimos días, por sólo citar dos ejemplos, con la obscena utilización de niñas y niños que asisten a colegios católicos para forzar a sus padres y madres a firmar contra la ley, y con la distribución en la vía pública de material escrito que, tomando pasajes bíblicos de manera descontextualizada, condena toda expresión no heterosexual como “aberrante”.

Algunos ejemplos de pronunciamientos estigmatizantes y agresivos desde el ámbito religioso han sido los siguientes:

  • “El matrimonio homosexual destruye a la familia argentina” Guillermo Cartasso, asesor legislativo de la Conferencia Episcopal Argentina.
  • “[la legalización de las uniones entre personas del mismo sexo] atenta contra el fundamento biológico de la diferencia entre los sexos” Joseph Ratzinger.
  • “Existe una relación entre la homosexualidad y la pedofilia” Tarcisio Bertone, Secretario de Estado del Vaticano.
  • “El matrimonio gay busca destruir a la familia” Héctor Aguer, arzobispo de La Plata.
  • “En el judaísmo está muy claro (…) que no hay lugar para el matrimonio homosexual y que de acuerdo al judaísmo es una situación que puede ser superada trabajándola profesionalmente” Tzvi Grunblatt, rabino director de Jabad Lubavitch Argentina.
  • “Es una ley que quiere destruir la familia. Argentina es un país sano. A un enfermo no hay que darle derechos (…) es una enfermedad, no es normal, hay que curarla (…) Para eso se creó un hombre y una mujer, para multiplicarse. Por cosas como estas hoy existen los terremotos en el mundo” Rabino ortodoxo Samuel Levin.
  • “[las uniones entre personas del mismo sexo son] treinta veces más violentas que el matrimonio entre personas heterosexuales (…) padecen de más ansiedad, tienen más tendencia al suicidio, y consumen con más frecuencia estupefacientes”. Antonio Marino, obispo auxiliar de La Plata
  • “la homosexualidad es una desviación sexual. Comprobado está que el mayor porcentaje de quienes adoptan este estilo de vida tiene que ver con traumas infantiles y de la adolescencia. Estos traumas están ligados a violaciones, abusos, manoseos o malas experiencias sexuales (…) la adopción de niños y otras demandas efectuadas por personas gay, van en detrimento de la fe cristiana”, Miguel Gómez, pastor evangélico iglesia La Misión, Villa Allende, Córdoba.

En un contexto en que la intolerancia y el odio hacia nuestro colectivo siguen siendo fuertes, las expresiones condenatorias de este tipo deben ser repudiadas con la mayor firmeza por las y los creyentes de buena fe. A cuatro meses del asesinato de Natalia Gaitán, fusilada por el padrastro de su novia por ser lesbiana, está de más probado que el prejuicio social lleva a la violencia y la muerte, por más que no sea un hombre de sotana quien aprieta el gatillo.

Del otro lado de la vereda, destacan las declaraciones y el compromiso del cura Nicolás Alessio (grupo de sacerdotes Angelelli, Córdoba), el pastor Alan Elrid (Iglesia Evangélica Luterana Unida–IELU), el pastor Federico Schäfer (Iglesia Evangélica del Río de la Plata–IERP), el obispo Frank de Nully Brown (Iglesia Evangélica Metodista Argentina–IEMA), el pastor Andrés Albertsen (Iglesia Evangélica Luterana de Dinamarca), entre otras personas. Sin embargo, no sólo estas expresiones han sido silenciadas y censuradas por intereses corporativos oscuros, sino que muchas personas de bien del ámbito religioso se han abstenido de dar testimonio.

Como personas de fe, nos duele profundamente el silencio que muchas y muchos pastorxs, rabinxs, ministrxs en general y autoridades de las comunidades de fe presentes en Argentina han mantenido sobre los derechos de las personas LGBT y las embestidas fundamentalistas en su contra.

Este tiempo constituye una oportunidad histórica para dar testimonio de lo que es justo. Por eso, a una semana de debatirse en el Senado la alternativa entre la igualdad ante la ley y la ratificación del segregacionismo (al mejor estilo de la Sudáfrica racista), en un contexto de debate enrarecido por las apelaciones torcidas y odiosas a lo religioso de las que hemos dado cuenta en párrafos previos, convocamos a todas las personas de fe, y en especial a las y lxs ministrxs religiosxs, a condenar explícitamente las expresiones de odio que nos estigmatizan y matan cada día, y a manifestarse públicamente a favor de la modificación igualitaria de ley de matrimonio civil. Porque, tal como lo dijo antes Desmond Tutu precisamente en referencia al apartheid, “si permaneces neutral en situaciones de injusticia has elegido el lado del opresor”.

Quedamos a la entera disposición de todas las personas que de buena fe quieran trabajar en sus comunidades los temas vinculados a fe y diversidad, con la convicción plena de que el amor de Dios es primero y para todxs.

Un abrazo fraterno,

Jonathan Hauber

Coordinación de Diversidad Religiosa

Devenir Diverse Córdoba

devenir.diverse@gmail.com

Respeto y dignidad. Por Carlos Valle

La sexualidad humana, expresión vital de la persona, está íntimamente vinculada con lo afectivo, lo placentero y con las relaciones interpersonales. Su comprensión está modelada por todos los procesos de cambio cultural, social, religioso y científico. Su historia, que ha mostrado cambios drásticos en los últimos tiempos, está marcada por intransigencias, discriminaciones y contradicciones.

Desde que el emperador Constantino en el siglo IV adoptó el cristianismo como religión oficial, la llamada “cultura de la cristiandad” ha marcado la historia de Occidente. La concepción de una sociedad organizada por una particular y cerrada visión religiosa se prolongó por muchos siglos pero, poco a poco, se fue desmantelando por los reiterados cuestionamientos que fueron abriendo paso al desarrollo de la libertad religiosa, la tolerancia, a nuevas comprensiones del mundo y de la vida. Este proceso dio lugar a un creciente escepticismo religioso.

Esa religiosidad cristiana ha impuesto sobre la sociedad una férrea marca de control sobre la sexualidad humana. La limitación de la relación sexual en el matrimonio a la procreación, el desprecio del placer en las relaciones sexuales y el rechazo a toda manifestación de diversidad sexual fueron algunos de los postulados con los que se impuso y ejerció poder y dominación sobre la intimidad de las personas.

Hoy sabemos que ya no es posible imponer una comprensión única de la vida y de la sociedad. Las culturas y las religiones están seriamente afectadas por los cambios experimentados en el mundo y, en ese contexto, se ha relativizado su autoridad. Las verdades absolutas han dejado su lugar a posturas más modestas y tolerantes. Los desafíos de esta nueva era ponen de manifiesto que vivimos en una sociedad cada vez más pluralista en términos sociales, culturales, religiosos y étnicos.

La fe religiosa no puede imponerse. La gente recibe, selecciona e interpreta desde su propia óptica social y cultural, y sospecha cada vez más de las imposiciones autoritarias y dogmáticas.

La tendencia de varias confesiones religiosas sobre la homosexualidad ha sido la de estimar su posición como la única válida. En ese sentido, el uso tradicional que se ha hecho de la Biblia como fuente de autoridad indiscutida ha tendido a abusar de los breves textos que hacen referencia a la conducta homosexual aunque, en realidad, la Biblia no aborda la problemática de la homosexualidad como tal. Por otra parte, en la Biblia no se señala que Jesús haya hecho alusión alguna al tema, por el contrario, sí hay alusiones directas al tema de la infidelidad. La centralidad del respeto y la dignidad de todos los seres humanos están en el corazón de la fe cristiana. Una fe que se basa en el amor de Dios para todos los seres humanos sin distingos, que llama a amar a los demás seres humanos como a uno mismo. De esa manera, erradica la discriminación y la exclusión.

El concepto de matrimonio es una construcción social. Varía según la sociedad a la que nos referimos. En algunas, por ejemplo, se reconocen matrimonios monogámicos y, en otras, poligámicos. La base del matrimonio muda considerablemente según la sociedad de la que se trate, ya sea acentuando el amor romántico o el matrimonio por arreglo entre familias. En algunos lugares del mundo se prohibió el casamiento entre blancos y negros o entre blancos y asiáticos. Los derechos de las mujeres fueron cambiando hasta obtener igualdad legal. El divorcio vincular ha sido aceptado alrededor del mundo.

Algunas confesiones religiosas sostienen que el matrimonio es una institución sagrada que impone ciertas reglas a los contrayentes. En general, ceremonias o contratos matrimoniales –religiosos o no– involucran una serie de deberes y derechos, tales como el cuidado y la protección.

Sin embargo, el matrimonio religioso, no importa el carácter que se le otorgue, no tiene el mismo significado que el civil. El civil es un contrato social con repercusiones de variado tipo, pero sin consecuencias religiosas que lo determinen. Los fundamentos y requerimientos de un casamiento religioso deben resguardase para los creyentes, pero no corresponde imponerlos a la sociedad toda.

La convivencia en una sociedad pluralista sólo es posible cuando se preservan el respeto y la dignidad de todos los seres humanos. Para este fin, el Estado debe procurar que los derechos sean ejercidos sin ningún tipo de discriminación. Y esto es parte de nuestra propia historia.

El pedido de la modificación legal que permita a los homosexuales que lo deseen ejercer sus derechos como las parejas heterosexuales debería encuadrarse en el marco de esta sociedad plural, que busca preservar la libertad y la dignidad de todos.

* Pastor de la Iglesia Metodista argentina, ex presidente de la Asociación Mundial para las Comunicaciones Cristianas. Texto que el religioso no pudo leer en la comisión del Senado que debate el matrimonio gay.

Fuente: Página 12

Veinte preguntas acerca de la homosexualidad: Algunas respuestas desde una perspectiva cristiana. Por Roy H. May

Qué es la homosexualidad

1. ¿Cómo se define la homosexualidad?
2. ¿Por qué algunas personas son homosexuales?
3. ¿Es la homosexualidad una condición voluntaria?
4. ¿Es posible cambiar la orientación homosexual?
5. ¿Es natural la homosexualidad?
6. ¿Se puede identificar un homosexual a simple vista?

Cómo viven los homosexuales

7. ¿Hay homosexuales en América Latina?
8. ¿Cómo es la vida de los homosexuales?
9. ¿Les gusta cómo los trata la vida?
10. ¿Qué piensa de si mismo el homosexual?
11. ¿Por qué los homosexuales ostentan públicamente su orientación sexual?
12. ¿Los homosexuales seducen a los niños?
13. ¿Es el SIDA una enfermedad homosexual?

Cuál debe ser la ética cristiana frente a los homosexuales

14. ¿Qué dice la Biblia acerca de la homosexualidad?
15. ¿Es pecado la homosexualidad?
16. ¿Cómo deben responder los cristianos a los homosexuales?
17. ¿Es la tolerancia una virtud cristiana?
18. ¿Cómo se puede hablar de la homosexualidad en la iglesia?

Cómo debe responderles la sociedad a los homosexuales

19. ¿Tienen los homosexuales derechos civiles y humanos?
20. ¿Se les debe permitir a los homosexuales elegir cualquier trabajo y vivir en cualquier parte?

Introducción

Las siguientes preguntas y respuestas tienen el propósito de motivar discusión acerca de una de las cuestiones éticas más importantes de hoy: la posición cristiana frente a la homosexualidad y la actual discriminación, odio y violencia que experimentan personas homosexuales tanto en las iglesias como en la sociedad. Por una parte, las respuestas intentan aclarar la ignorancia acerca de la homosexualidad. Por otra, quieren estimular la reflexión moral en pro de una actitud justa,
humana y tolerante hacia los hombres y las mujeres que, en su preferencia sexual, son diferentes de la mayoría de nosotros. En el fondo, reflejan una preocupación pastoral y ética en busca de la justicia social, fundamentada en el amor universal de Dios.

La bibliografía está incluida al final y, en gran parte, las respuestas se basan en estas fuentes, sin la cortesía de indicar una por una. Para confirmar o identificar una fuente, se pueden consultar estas obras pero, de todos modos, no todo está basado en ellas. Sobre los años he tenido oportunidades de conocer homosexuales. En gran parte las respuestas nacen de esas oportunidades.

No hay duda de que el tema es muy controversial, pero hay que tomarlo. Espero que estas “preguntas y respuestas” contribuyan en forma positiva, sobre todo para generar nuevas actitudes hacia esa gran parte de la comunidad humana que es “diferente”.

Qué es la homosexualidad

1. ¿Cómo se define la homosexualidad? Se refiere a la preferencia sexual y erótica entre personas de un mismo sexo, aunque exactamente lo que constituye “homosexualidad”, especialmente la conducta sexual específica – por ejemplo, gestos físicos –, varía según la cultura. El Dictionary of Pastoral Care and Counseling (1990), define homosexualidad como “la orientación de la necesidad, deseo y respuesta sexuales hacia personas del mismo género”. Tal orientación puede reprimirse, es decir no tener concienca de ella, o bien puede actualizarse. Según el Dictionary, la definición “homosexual”, “gay” o “lesbiana”, se aplica “solamente a las personas cuyo deseo sexual y experiencia conscientes están dirigidos exclusiva o mayormente hacia personas del mismo sexo”, es decir, orientación actualizada. Por otra parte, orientación consciente no significa que se practica una conducta homosexual. Se pueden evitar relaciones homosexuales aunque se las desee. Podemos ver, entonces, que la homosexualidad puede manifestarse en forma reprimida, inconsciente; en forma actualizada, consciente; y consciente pero no actualizada. Es decir, hay que diferenciar entre “orientación” y “conducta”. En todo caso, significa atracción y deseo sexuales de preferencia entre personas de un mismo sexo. Sin embargo, es importante señalar que no hay un punto fijo, rígido, entre homosexualidad y heterosexualidad, como no hay sentimientos sexuales exclusivamente “masculinos” o “femeninos”. En verdad, las sensaciones sexuales, las atracciones sensuales y los sentimientos son relativos y flexibles y no son particulares de uno de los sexos. Los hombres tienen sentimientos “femeninos” como las mujeres tienen sentimientos “masculinos”. Los hombres pueden ser “tiernos” y “pasivos” como las mujeres pueden ser “duras” y “agresivas”, sin perder identidad y orientación sexuales. Un hombre heterosexual puede apreciar la musculatura del cuerpo masculino como también siente mucha atracción por la curvatura del cuerpo femenino. (Es decir, el heterosexual puede responder positivamente tanto a la sensualidad del “David” de Miguel Ángel como a la de “Venus de Milo”). El diccionario, Términos y conceptos psicoanalíticos (1997), informa que “la homosexualidad inconciente existe en mayor o meno grado en toda persona heterosexual”. Por eso es mejor reservar la identificación “homosexual” exclusivamente para el deseo y la conducta homosexuales actualizados.

2. ¿Por qué algunas personas son homosexuales? Es muy dificil contestar esta pregunta, porque sin duda no hay una única respuesta. Se sabe que la orientación sexual está presente desde muy temprano en la vida. No hay evidencia de que los modelos sociales influyan en la orientación sexual. Por ejemplo, los hijos de homosexuales no siempre son homosexuales. Un maestro o profesor homosexual no convertirá de manera automática a los niños y jovenes a su orientación sexual. Representar la homosexualidad en formas positivas en el cine no creará homosexuales. Que un joven prepare la mesa o lave los trastes, es decir, hacer “cosas de mujeres”, o juegue futbol y mande a las niñas, es decir haga “cosas de hombres”, en ninguna forma determinará su orientación sexual. No es la violación homosexual la causa de la homosexualidad como tampoco la violación heterosexual causa la orientación heterosexual. Esto no niega que tal experiencia tan traumática puede provocar confusión sobre el propósito y la naturaleza de la sexualidad y las relaciones sexuales, pero no “causa” una orientación sexual. De hecho, no se puede crear la orientación sexual de otra persona (ni la propia).

Entre los especialistas hay consenso en cuanto a que la orientación sexual, sea homo o hetero, es, en buena parte si no totalmente, producto social; es decir, adquirida por medio de procesos sociales. El diccionario Términos y conceptos psicoanalíticos explica que: “El criterio psicoanalítico es el de que cualquier manifestación de la sexualidad humana se halla multideterminada por diversos factores evolutivos y acontecimientos accidentales del entorno”. Pero el por qué y el cómo no están bien entendidos. Hay varias teorías, pero hasta ahora no se pueden comprobar, por lo menos como explicaciones generales. Por estas razones, se investiga cada vez más un posible orígen biológico; es decir, que la homosexualidad es innata. Algunos investigadores piensan que ciertos centros cerebrales y cierta actividad hormonal explican la homosexualidad, mientras que otros creen haber descubierto un orígen genético. No obstante, otros investigadores no avalan el vínculo genético, y aún otros están buscando respuestas en la interacción entre los procesos sociales, psicológicos y los orígenes biológicos. De todas formas, aunque no se sabe cómo, y se debate mucho entre ellos, los investigadores concuerdan en que la orientación sexual, sea homo o hetero, es muy compleja y está profundamente enraizada en los mismos orígenes de la persona.

3. ¿Es la homosexualidad una condición voluntaria? Como dijimos en la respuesta anterior, la orientación homosexual no es una condición voluntaria. Nadie decide conscientemente (léase, voluntariamentre) su orientación sexual. No hay un momento en la vida cuando se decide, “Quiero ser heterosexual” o “Prefiero ser homosexual”. Asumir la orientación sexual, sea hetero u homo, es un proceso natural, parte integral de la vida misma.

Aunque todos tenemos algún conocimiento de nuestra preferencia sexual desde muy jóvenes, “no estar de acuerdo con ella” puede causar trastornos psicológicos e indefiniciones personales. Así, se puede reprimir el conocimiento de preferencia, intentar crear otra preferencia o forzarse a vivir en forma contradictoria a su preferencia. Esto puede provocar problemas psicológicos, pero la homosexualidad en sí no es un trastorno psicológico pues, “la homosexualidad suele ser considerada normal”, dice el diccionario Términos y conceptos psicoanalíticos.

Es cierto que por muchos años se pensó que la homosexualidad era una enfermedad mental. Aunque Sigmund Freud escribió que la homosexualidad “no puede catalogarse como enfermedad”, no fue sino hasta los años cincuentas y sesentas cuando se realizaron investigaciones científicas acerca del origen y la naturaleza de la homosexualidad e investigaciones comparativas entre homosexuales y heterosexuales en cuanto a la salud mental.

Con base en la evidencia empírica, tanto la Asociación Americana de Psicología como la Asociación Americana de Psiquiatría dejaron de calificar la homosexualidad como trastorno o enfermedad mental. Tampoco recomiendan terapias encaminadas a cambiar la orientación sexual. La preferencia sexual está impuesta y, por lo tanto, no es voluntaria.

4. ¿Es posible cambiar la orientación homosexual? La gran mayoría de los homosexuales, aun los muchos que lo han intentado, reclaman la imposibilidad de cambiarse. Persiste el debate sobre esto. Hay psicólogos que intentan facilitar el cambio de orientación sexual y, especialmente en las iglesias, muchas otras personas insisten en la posibilidad de cambiar. Aun hay organizaciones cristianas dedicadas a ayudar a los homosexuales para que cambien su orientación sexual. Aunque hacen mucha propaganda sobre los cambios exitosos, repletos con testimonios personales, la evidencia empírica cuestiona los supuestos logros. Primero, hay un alto índice de regresión; es decir, “los cambiados” regresan a la vida homosexual (aun frente al rechazo social que su regreso significa). Segundo, “los cambiados”, que ya mantienen relaciones sexuales exclusivas con mujeres, admiten que también siguen siendo atraídos por los hombres.
No hay duda de que se puede cambiar el comportamiento sexual, pero es muy dudosa que se pueda cambiar la orientación sexual. Puede darse a sí mismo un pequeño “test”: si su orientación sexual es hacia el sexo opuesto, trate de imaginarse haciendo el amor con alguien de su propio sexo. ¿Podría cambiar? Probablemente le parece repugnante – así es también para los homosexuales. Se dice que si la homosexualidad se aprende por medio de procesos sociales, entonces se puede olvidar la homosexualidad y aprender otra orientación sexual que la sustituya. Pero el hecho de que algo sea aprendido socialmente, no significa que se pueda olvidar y aprender algo que lo sustituya. Por ejemplo, es imposible olvidar la lengua materna, aunque se puede aprender y usar otro idioma. De todos modos, la nueva lengua no borra el idioma materno. La orientación sexual, como la lengua materna, es permanente.

5. ¿Es natural la homosexualidad? La respuesta más adecuada es que “sí”. Las respuestas de las preguntas anteriores nos llevan a esta conclusión. Además, es bien claro que físicamente es posible la exitación sexual estimulada por personas de un mismo sexo. La respuesta fisiológica es evidentemente natural. La biología no conoce la moralidad. De todos modos, no es siempre fácil definir lo que constituye lo “natural”. Frecuentemente, lo que se define como “natural” es lo que enseña la cultura. Además, sobre los años se ha cambiado lo que se considera “natural”. Por ejemplo, la zurdera se había considerado anti-natural hasta tiempos recientes; en las escuelas se intentaba forzar a los niños zurdos cambiar, pero ¡sin mucho exito! (Muchos zurdos murieron en la hoguera de la Inquisición por ser “anti-naturales y cómplices del diablo”). En otros tiempos se pensó que los indígenas no eran seres humanos; que los negros eran biológicamente superiores para el trabajo en el sol; que la gente del trópico era naturalmente ociosa y débil por razones del clima; y que las mujeres eran inferiores a los hombres y biológicamente más aptas para ciertos oficios. También se creyó que las relaciones sexuales entre cristianos y judíos o musulmanes eran delitos contra natura. Al mismo tiempo enseñaron que sólo el coito entre hombre y mujer acostados “cara a cara” era natural. Toda otra posición fue declarada contra natura. Claro que tales ideas obedecían a una gran ignorancia, pero también eran mitos que justificaban prácticas sociales.

Hasta hoy se dice que los genitales humanos enseñan claramente que la homosexualidad es anti- natural. Sin embargo, mientras es claro que es “natural” que los genitales masculino y femenino se complementan (y necesariamente para la procreación), no se sigue – dado lo que hemos visto en las preguntas anteriores – que la relación homosexual no es natural (aunque no tiene como propósito o consecuencia la procreación). Además, el placer mismo está biológicamente programado. En este sentido, es interesante que los antiguos griegos pensaban que las relaciones homosexuales eran naturales.

La homosexualidad es natural porque es una condición involuntaria, enraizada en los recintos más profundos del desarrollo humano, producto de la naturaleza misma. Aunque diverge de la norma de la “mayoría”, no es una perversión de la naturaleza.

6. ¿Se puede identificar un homosexual a simple vista? No. No hay ninguna correlación entre características observables y orientación sexual. Es decir, las características personales llamadas “afeminadas” no indican que un hombre sea homosexual, ni tampoco las características “masculinas” señalan a una mujer lesbiana. Hay homosexuales que asumen características afeminadas, como hay hombres heterosexuales que también exhiben tales características. Al mismo tiempo, muchos homosexuales desarrollan características muy varoniles, como hay heterosexuales que también lo son. Referirse a los homosexuales como “afeminados” no sólo no tiene base, sino es una equivocación. En fin, los homosexuales no neceariamente presentan personalidades diferentes de los heterosexuales.

Cómo viven los homosexuales

7. ¿Hay homosexuales en América Latina? Sí, incluso siempre los ha habido. Por ejemplo, varios cronistas españoles y otros exploradores europeos observaron la homosexualidad entre los pueblos de Abya Yala. Incluso, la homosexualidad fue una de las “justificaciones” para la conquista. En algunas de las naciones de Abya Yala, los homosexuales eran respetados como sabios con dones divinos. En otras, eran reprimidos. Hoy también se encuentran homosexuales en las culturas autóctonas. Es difícil estimar números para toda América Latina porque no se han llevado a cabo investigaciones en tal sentido. No obstante, la población homosexual es evidentemente grande. Se observan concentraciones de homosexuales en ciudades, tales como México, San José, Lima, La Paz, Rio de Janeiro y Sao Paulo, Buenos Aires y otras. El considerable movimiento turista homosexual es otro indicio del tamaño de esta población en América Latina. En algunos países los números parecen ser considerablemente grandes. Sin embargo, esto puede ser una ilusión posibilitada por condiciones sociales que les permiten más presencia pública. Por razones historicas y culturales, los homosexuales se han podido abrir más espacio público en algunos países que en otros. De todas formas, en todos los países, el hecho de que muchos homosexuales se mantienen en el anonimato da la ilusión de un número menor que la población real. Se sabe que la homosexualidad está presente en todas las culturas del mundo y América Latina no es una excepción. No es un fenómeno exclusivo a los países desarrollados occidentales, como tampoco en América Latina es producto de estos países.

8. ¿Cómo es la vida de los homosexuales? En cierto modo, no es diferente de la de las personas heterosexuales. Las personas homosexuales participan en todos los ámbitos de la vida, todas las profesiones y las artes, todos los deportes y las múltiples formas de diversión. Ocupan cargos importantes y respetables en el comercio, la iglesia, la académia y el gobierno. Comen y duermen como cualquier otra persona. Claro, la diferencia reside en su preferencia sexual por personas de igual sexo. En esto hay una diversidad de estilos de vida. Muchos conviven con su compañero o compañera en forma estable, duradera y monógama. Otros tienen múltiples compañeros o compañeras y relaciones pasajeras. Pueden ser tiernos y amorosos como también pueden ser duros y abusivos – en esto, no son diferentes de los heterosexuales.

Pero hay una gran diferencia entre la vida de los homosexuales y la de los heterosexuales: los homosexuales casi siempre tienen que vivir en el anonimato. Frente al rechazo social, tienen que ocultar su homosexualidad. Sufren un estigma tan profundo que penetra todo aspecto de su vida. Como ningún otro grupo social, experimentan el odio hasta fóbico de las mayorías. La discriminación contra los homosexuales está ampliamente extendida en las sociedades. Aun, en algunos países, la actividad homosexual es ilegal. Viven con el miedo constante de ser descubiertos. Por ser homosexuales se les expulsa de su familia y de su iglesia, hechos que les causan enorme dolor emocional. Se les asocia con el anti-cristo. Se les ridiculiza. Se les despide de su trabajo o se les rechaza del empleo u otros trabajos. En todo lado enfrentan el odio y frecuentemente se ven forzados a vivir en un “ghetto gay”.

Lo peor de todo es la violencia física de que son víctimas. Las golpizas y los asesinatos de homosexuales – sólo por ser homosexuales – son algo habitual en América Latina. Esta violencia tiene una larga historia, desde la Inquisición hasta hoy. Varias dictaduras militares persiguieron a los homosexuales como persiguieron a los “comunistas”. Pero también la izquierda y los movimientos armados han perseguido a los homosexuales, por considerarlos “contrarrevolucionarios” o “productos de la decadencia burguesa”, y así han “justificando” su eliminación. Más recientemente, son los escudrones de la muerte los que practican la “limpieza social” y asesinan a los niños de la calle, los mendigos y los homosexuales. Casi siempre los que cometen tal violencia quedan impunes ante la ley. El asesinato de un homosexual no interesa a la policía ni al sistema judicial. No debe sorprender que muchos homosexuales hagan grandes esfuerzos para ocultar su orientación sexual.

9. ¿Les gusta cómo los trata la vida? Obviamente que no. Nadie quiere vivir clandestinamente, una especie de “doble vida”, expuesto constantemente al rechazo, la discriminación y la violencia. Sin duda alguna muchos homosexuales disfrutan una relación muy satisfactoria con su compañero o compañera. No quieren otra vida. Pero lo que la vida les da en público no es muy placentero.

10. ¿Qué piensa de si mismo el homosexual? Hay muchos homosexuales que han podido aceptarse a sí mismos. Investigaciones sugieren que los homosexuales no sufren más trastornos mentales que los heterosexuales. No obstante, es frecuente que una persona homosexual sufra de baja estima y auto-rechazo, o siente un gran desprecio por sí mismo. Es común entre ellos creer que son una malformación humana, una especie de error de la naturaleza. Entre los que conservan creencias religiosas, es frecuente creer que son malditos por Dios y que están condenados al infierno por razones más allá de su propia voluntad. Si Dios los creó homosexuales, ¿por que el mismo Dios los condena?, se preguntan muchos. Los acosa un sentido de vergüenza y culpa muy profundo. La homosexualidad motiva a demasiados, especialmente jovenes, a suicidarse. El miedo de ser “descubiertos” provoca altos niveles de ansiedad. Muchos sienten que su vida es una “mentira” porque tienen que tomar medidas deshonestas para encubrir su homosexualidad. Por ejemplo, si se le pregunta si es homosexual, hay que mentir; decir “no”, porque “sí” significaría el despido del empleo. No es infrecuente que un hombre homosexual se case con una mujer y procree hijos. Que mantenga relaciones homosexuales, mientras que la mujer, por medio del matrimonio, le ayuda a ocultar su homosexualidad. Se convierte en mentiroso tanto ante su mujer como ante la sociedad. Las razones son obvias, pero no cambian el hecho que tal contradicción social y moral incide en la auto-estima en formas negativas. Nadie quiere vivir así, pero en la vida real no hay otra opción.

11. ¿Por qué los homosexuales ostentan públicamente su orientación sexual? En verdad, muy pocos ostentan o se jactan de su homosexualidad. La gran mayoría mantiene en secreto su orientación sexual. Los que dejan la vida anónima y declaran su homosexualidad raras veces se jactan de ella. Simplemente llegan al punto psicológico cuando prefieren ser conocidos que tener que vivir la vida en secreto.

Ahora bien, es cierto que algunos ostentan y hasta se jactan de la homosexualidad. Son notorios algunos desfiles anuales en México, Brasil, Alemania, Estados Unidos y otros países donde los homosexuales se presentan en público y ostentosamente. Estos desfiles, como otros actos públicos, tienen el propósito de afirmar a los homosexuales. Quieren convertir el estigma en orgullo. Son declaraciones de que el homosexual no es malo ni merece la discriminación. Se convierten en un instrumento de auto-afirmación y de protesta contra la sociedad que los rechaza.

12. ¿Los homosexuales seducen a los niños? El homosexual no es más propenso a seducir y violar a un niño que un heterosexual a seducir y violar a una niña. Además, la gran mayoría de las seducciones y violaciones las cometen hombres heterosexuales contra mujeres y niñas. En términos numéricos, la violación homosexual es mucho menor que la violación heterosexual. Los homosexuales no representan una amenaza mayor contra la vida y bienestar de las mayorías en cuanto a violencia sexual.

13. ¿Es el SIDA una enfermedad homosexual? No. Afecta tanto a heterosexuales como a homosexuales, tanto a hombres como a mujeres. El SIDA es una enfermedad causada por el virus VIH y que se transmite por medio de la sangre y otros fluidos corporales. La infección se da cuando la sangre u otro fluido de la persona contagiada entra al sistema sanguíneo de la persona sana. Aparte de la transfusión de sangre y el uso de jeringas contaminadas, la infección se produce si existe una fisura en el cuerpo, la cual permite el contacto sangre a sangre. La relación sexual es la vía más apta para la transmisión tanto por el intercambio de fluidos corporales como por la posibilidad de abrir fisuras en el cuerpo que permiten el traspaso de sangre. Cuando el pene penetra la vagina, a veces se abre una micro fisura en la mujer. Si el hombre lleva el VIH, puede contagiar a la mujer. Por otra parte, si la mujer lleva el VIH y el hombre tiene una fisura en el pene, ella puede contagiar al hombre. En América Latina, estos casos son numéricamente menores aunque son cada vez mas frecuentes, especialmente el primero. En Europa y las Américas (a diferencia de África) la gran mayoría de los casos de contagio se encuentra entre hombres homosexuales, como consecuencia de la práctica de la penetración anal. Tal penetración tiende a abrir fisuras en el cuerpo del recipiente, y se presta para la transmisión del VIH. (Es notable que las lesbianas no padecen del SIDA, lo cual se explica por los genitales femeninos y, por lo tanto, las prácticas sexuales).

Por razón de la forma de transmisión se recomienda el uso del condón. Aunque no es ciento por ciento seguro, el condón obviamente puede evitar el traspaso de fluidos corporales de una persona a otra.  Cuál debe ser la ética cristiana frente a los homosexuales

14. ¿Qué dice la Biblia acerca de la homosexualidad? Casí nada. No hay más de media docena de textos bíblicos que se refieren a la homosexualidad. Ninguno de los Evangelios la menciona, ni la alude. Cuando un texto hace una mención, la hace en forma pasajera e ilustrativa, sin discusión. Su uso es más retórico que teológico. Obviamente, la homosexualidad no es un tema importante en la Biblia. Ciertamente no es una preocupación bíblica central.

Veamos algunos textos: Gn 19.1-29 (cf. Gn 18.20). Éste relata la experiencia de Lot en Sodoma. Según el relato, los varones de Sodoma demandan que Lot les entregue sus visitantes “para que los conozcamos”; es decir, tener relaciones sexuales con ellos. Lot los rechaza, aunque les ofrece sus hijas. (¡Aparentemente no era mal visto que un padre entregara sus hijas para que las violaran!) Después de un forceje, los hombres “se fatigaban” y se fueron. Para castigarlos por su maldad, Dios destruye la ciudad. Exegéticamente, no es claro lo que constituye la maldad o el pecado de Sodoma. Frecuentemente se lo identifica con la homosexualidad. Parece claro que ésta fue el detonante del episodio. Como tal, para el autor del texto, la homosexualidad no se acepta. No obstante, se sabe que en el fondo fue una afrenta contra la ley de la hospitalidad. Es probable que la preocupación fundamental haya sido la integridad de esa ley. Es decir, la ley de la hospitalidad exigía la protección de cualquier visitante. Una nota en la Biblia Reina-Valera sobre Gn 19.7-8 explica: “De acuerdo con las costumbres del antiguo [medio] Oriente, la obligación de proteger la vida de un huésped era aun más importante que el honor de una mujer”. Los hombres de Sodoma claramente fueron a la casa de Lot como una turba, con el propósito de cometer violencia contra los visitantes. Probablemente este fue el pecado que causó la destrucción de la ciudad. De hecho, no siempre se ha identificado el pecado de Sodoma con la homosexualidad. Una nota de la Biblia Reina-Valera con referencia a Gn 2.18.2 explica: “El pecado de Sodoma y Gomorra se identifica habitualmente con la práctica de la homosexualidad (cf. Jud 7). Sin embargo, los profetas lo asocian con toda clase de desórdenes de carácter social. En Is 1.10-17; 3.9, ese pecado es la injusticia; en Jer 23.14, el adulterio, la mentira y la incitación al mal; en Ez 16.49, el orgullo, la vida fácil y la despreocupación por los pobres”. Lv 18.22; 20.13: Esta referencia a la homosexualidad entre hombres obviamente es negativa y condenatoria. Dt 23.17- 18: No se trata de la homosexualidad. Más bien, condena a la prostitución cúltica. Como práctica cúltica común en el antiguo medio Oriente, varones prostitutos sagrados tenían relaciones sexuales con las mujeres adoradoras de Baal. También habían mujeres prostitutas sagradas para los hombres. Es esta práctica que el texto condena.

En el Nuevo Testamento se encuentran breves referencias a la homosexualidad. 1 Co 6.9-11: Esta es una lista de vicios generales que Pablo condena. No hay ninguna explicación de ellos, sólo una condena general a manera de ilustración del tipo de conducta no aceptable entre los cristianos. No se señala uno como “peor” o diferente de otro. Entre los vicios menciona “los afeminados” y “los homosexuales”. No hay duda que se refiere a relaciones sexuales entre varones. No obstante, no es claro cómo debe ser la traducción al castellano. La palabra griega que se traduce como “afeminado” quiere decir “suave”. Se usó en los tiempos de Pablo en referencia a niños y jovenes que tenían relaciones sexuales con hombres mayores. Eran “call boys” o compañeros regulares, hasta tener barba. Hoy, se llamaría pederastia a ese tipo de gratificación sexual. El problema con la traducción de la otra palabra es que el término “homosexual” no existía en ningún idioma sino hasta 1869. Por otra parte, la palabra que Pablo emplea no se encuentra en otros escritos de su tiempo. Pablo inventó la palabra. Viene del hebreo y combina “acostarse” con “varón”. Probablemente tiene su raíz en Lv 18.22. De todos modos, Pablo no explica lo que quiere decir con las palabras “afeminados” y “homosexuales”. Esto es problemático porque en el mundo griego, de los tiempos de Pablo, no necesariamente significaban lo que significan para nosotros hoy. Las relaciones sexuales entre varones eran una práctica muy extendida y aceptada en la sociedad. Las relaciones de tipo pederasta eran bien vistas, aunque obviamente no por Pablo. Ro 1.26-27: En este pasaje, además de mencionar la homosexualidad entre varones, también menciona a las mujeres lesbianas (el único lugar en toda la Biblia). Hay que leer estos versículos en el conjunto de los vv. 18-32. De nuevo, la homosexualidad aparece como un vicio entre muchos otros. Según Pablo en estos versículos, el problema ético y teológico de los vicios es que son altamente egocéntricos y distorsionan los propósitos de Dios. Representan la rebelión contra Dios. No obstante la gravedad de estos pecados, Pablo advierte a los que quisieran condenar: “porque al juzgar a otro, te condenas a ti mismo, pues tú, que juzgas, haces lo mismo” (Ro 2.1). Al fin de cuentas, es Dios quien juzga y no los seres humanos. En estos versículos, la homosexualidad no es el tema ni la preocupación ética. El tema y la preocupación es la rebelión contra Dios. Es claro que Pablo pensaba que la homosexualidad era una condición voluntaria y, por lo tanto, una rebelión contra los propósitos de Dios. 1Ti 1.10: Aquí hay otra mención de la homosexualidad como “los sodomitas”, sin duda con referencia a “Sodoma”. De nuevo, no hay discusión, sólo aparece en una lista general de vicios iguales en términos de la maldad. Fuera de estos textos, la homosexualidad no aparece en la Biblia.

Con tan pocas referencias, ¿puede ayudarnos la Biblia a responder éticamente ante la homosexualidad? Es frecuente reclamar la condena moral de la homosexualidad aduciendo que la obediencia a la Biblia la exige. Se citan estos textos como “prueba.” Sin embargo, no es tan sencillo. No siempre es claro lo que se debe obedecer. De hecho no se exige obediencia a todo lo que dice la Biblia porque han cambiado nuestra situación y conocimientos. Algunos textos son contradichos por otros. Finalmente, situaciones actuales frecuentemente no se responden con “respuestas bíblicas”. Es necesario entender que muchos textos bíblicos no son válidos para la ética de hoy. Esto no es una idea nueva. Desde hace tiempo no se practica mucho de lo se encuentra en la Biblia. Los ejemplos obvios son las leyes de pureza en Levítico y otros libros del Antiguo Testamento. Esto es importante en cuanto a la Biblia y la homosexualidad.

Hoy sabemos que la homosexualidad no es una condición voluntaria, como pensaba Pablo. No es una perversión ni una conducta contra la naturaleza (ver respuesta 5). La única manifestación de la homosexualidad que Pablo conocía era la pederastia y relaciones explotadoras. No pudo conocer la homosexualidad manifestada en relaciones amorosas y estables, sin afán de explotar. Sin embargo, hoy muchos homosexuales viven ese tipo de relación. Por razones como éstas, no podemos aceptar la condena de Pablo como válida para todo tipo de relación homosexual. No es una “regla” para hoy.

En verdad, la corriente que predomina en los escritos auténticos de Pablo, y en los Evangelios de Marcos, Lucas y Juan, no propone reglas como la base de la ética cristiana. La ética bíblica es contextual y no deontológica o de reglas. Más bien, propone modelos de relaciones: las parábolas del Buen Samaritano y el Padre Amoroso (“Hijo pródigo”), o el actuar de Jesús ante los pobres, enfermos y cojos. Pablo resalta la gracia y la libertad de la ley que hay que ejercer según la situación real. Para Pablo, la ética cristiana consiste en la respuesta adecuada al evangelio de Jesucristo, a partir de un contexto específico. Pablo jamás propone reglas universales. Toda su ética se explica a partir de situaciones específicas. Esto se ve en la manera como desarrolla sus cartas. Siempre va en función de los problemas específicos de las iglesias. Son modelos de acción, no respuestas rígidas, fijas, como leyes eternas. Para Pablo, el cristiano es libre de la ley. Al final de todo, Pablo enseña, como también lo hacen los Evangelios y la misma vida de Jesús, que el amor es “el mayor” de todos los valores de la fe (1 Co 13.13). Son el amor y la gracia los que han de orientar la conducta cristiana hacia los homosexuales y todas las demás personas.

15. ¿Es pecado la homosexualidad? No. El pecado presupone la opción de actuar en otra forma. Como hemos visto, el homosexual no tiene esa opción porque la orientación sexual no es voluntaria. Por esta misma razón, tampoco las prácticas homosexuales van en contra de la naturaleza. Aunque se reconoce la diferencia entre “orientación” y “actualización”, no es justo prohibirle al homosexual la actualización de su orientación sexual. Es lo mismo que decirle a un hambriento que no es pecado tener hambre pero que comer sí lo sería.

Para el homosexual, las relaciones homosexuales no son más pecaminosas que las relaciones  heterosexuales son para el heterosexual. El pecado sexual no reside en que las relaciones sean  homosexuales o heterosexuales, sino en las circunstancias en las que se tienen las relaciones. La  ética cristiana insiste en que la relación sexual ha de ser una relación expresiva del amor mutuo,  no explotadora, mucho menos violenta, que se reserva para la relación estable y duradera. Requiere la fidelidad exclusiva. El propósito fundamental de las relaciones sexuales es el cumplimiento pleno del amor, el placer integral y el bienestar existencial de la pareja. En la forma más íntima y profunda, simbolizan la unidad de la pareja. Por estas razones, la ética cristiana insiste en que el matrimonio es el estado moralmente aceptable para las relaciones sexuales. Esto, tanto para heterosexuales como para homosexuales. Aunque la ley secular no permite el matrimonio de personas de un mismo sexo, la iglesia bien podría santificar la unión de parejas homosexuales. Con esto, insistiría en que se respeten las exigencias del amor mutuo y la fidelidad, expresadas por medio de un relacionamiento estable y duradero.

16. ¿Cómo deben responder los cristianos a los homosexuales? Con amor y gracia. Como indicamos en las respuestas anteriores, la ética cristiana no se basa en la obediencia a ciertas reglas o normas “naturales” sino en el amor y la gracia. La ética cristiana, siguiendo la preocupación de Pablo por la koinonia o la comunidad fraterna y solidaria, tiene que ver con la conducta que mejor contribuya a la construcción responsable de la convivencia humana y el pleno desarrollo de las potencialidades de cada persona. Toda conducta hacia los homosexuales tiene que evaluarse en esa luz. Esto implica que el rechazo cruel y odioso que se expresa hacia ellos no cabe en la ética cristiana. Todo lo contrario. La respuesta cristiana ha de ser la aceptación y la afirmación de ellos, como integrantes plenos de la koinonia cristiana. Pastoralmente, se deben responder con amor hacia su sentido de culpa y vergüenza (ver respuesta 10). Socialmente, se deben defender sus derechos en la sociedad (ver respuestas 19 y 20). Es decir, los cristianos deben responder a los homosexuales como a cualquier otra persona. En todo, los cristianos tienen que recordar que los homosexuales son hijos de Dios, no menos de cualquiera de nosotros. Es saludable el lema ecuménico: “En los esenciales, unidad; en los no esenciales, libertad; y, en todos, caridad”.

17. ¿Es la tolerancia una virtud cristiana? Sí, pero no ha sido fácil para los cristianos. Esto se evidencia en una larga y triste historia de persecución de los herejes, de los “brujos” y las “brujas”; en las luchas contra los “infieles” y los judíos, y en la expulsión de todos los que piensan diferente o se rigen según distintas normas, entre muchos ejemplos.
No obstante, la tolerancia tiene que ser una virtud cristiana. Si el amor es realmente la base de nuestra fe, entonces la fe tolera mucho porque eso es la narturaleza misma del amor (1 Co 13.4). Un teólogo ha propuesto cuatro razones que fundamentan la tolerancia como virtud cristiana. Parafraseando, las razones son: (a) La tolerancia supone que uno es capaz de poner distancia consigo mismo y relativizar su propia posición. Al fondo, señala la capacidad de equivocarse y aceptar que otras personas pueden tener razón. Es comprender que ser diferente, tener ideas o interpretaciones diferentes no necesariamente significa estar en error. Por otra parte, si realmente se está en error, la tolerancia propone que se acepte eso como es: error y así no borrar la humanidad de la persona. También implica la capacidad de entender a la otra persona en forma objetiva, sin imponer los propios criterios. Teológicamente, quiere recordarnos que en el fondo es Dios quien tiene la última palabra y que no nos “borra” porque estamos equivocados. (b) La tolerancia presupone que uno ama al “otro”. Esto ya lo hemos comentado. Sobre todo, significa una profunda preocupación por el bienestar de la otra persona y un compromiso solidario con ella. Implica la empatía: el ponerse en el lugar de la otra persona para sentir lo que siente y ver las cosas desde su punto de vista. (c) La tolerancia es signo de la presencia de Dios. Sobre todo, nos recuerda que se es salva por la gracia y no por ciertos “méritos”. Es, como dice el teólogo, “la dinámica del amor que empalma con la dinámica de Cristo; quien se anonadó a sí mismo para hacerse uno de nosotros”. (d) La tolerancia presupone que se está empeñado en la construcción de comunidades no-totalitarias y no-violentas. Como dijimos en la respuesta anterior, la ética cristiana se preocupa por las relaciones y la construcción de comunidades como la verdadera koinonia. El modelo, según Pablo, es el mismo cuerpo de Cristo. Sin tolerar las diferencias y sin el reconocimiento de la necesidad de las partes más “débiles”, tal comunidad no será posible.

18. ¿Cómo se puede hablar de la homosexualidad en la iglesia? No será fácil. Probablemente se tendrá que hacer entre grupos pequeños y con mucha preparación de antemano. Ésta incluirá oración, conversaciones privadas con personas claves, transparencia en los objetivos o propósitos de la discusión y el establecimiento de un cierto nivel de confianza. Un teólogo con mucha experiencia pastoral sugiere diez “reglas” para facilitar en la iglesia la discusión sobre la homosexualidad: (a) Identificar donde hay acuerdo. Por ejemplo, quizás todos estarían de acuerdo en que toda relación humana debe tener su base en el respeto mutuo. Aunque es mínimo, esto va a servir de mucho en la discusión. (b) Evitar frases hechas y etiquetas. Sólo resaltan el irrespeto y la ignorancia. Imposibilitan el diálogo. (c) Explicar posiciones en forma correcta y justa . Aunque no esté de acuerdo, es necesario aclarar las ideas para ver sus diferencias y similitudes. (d) Distinguir la persona de la posición. Sin duda la persona quiere creer y hacer lo mejor, pero puede estar muy equivocada. Es importante distinguir entre la persona como ser humano y la posición que exponga. (e) Tratar de identificar lo que es la preocupación de fondo. ¿Se preocupa por “la autoridad de la Biblia”, “el matrimonio tradicional”, “la identidad sexual propia”, “el bienestar de los niños” o “la voluntad de Dios”? Esto ayudará a enfocar los asuntos de interés y las verdadedras preocupaciones. (f) Admitir debilidades en su propia posición. Quizás haya que reconocer, por ejemplo, que la Biblia no apoya sin ambigüedad ninguna posición específica frente a la homosexualidad y que la voluntad de Dios no siempre es cristalina. Siempre facilita la conversación porque no se puede dialogar con alguien que crea que no puede estar equivocado. (g) Diferenciar la preocupaciónfundamental de una formulación específica. Una regla moral siempre tiene que ser abstracta y general y frecuentemente no encaja bien en una situación específica. Siempre hay que preguntarse el propósito básico que la formulación específica quiere salvaguardar. (h) Separar una posición moral de las políticas públicas. Por ejemplo, puede ser que moralmente no se apruebe la homosexualidad pero se reconozca que los homosexuales tienen derechos humanos y civiles. (i) Separar la moralidad del cuidado pastoral. Claro que están bien relacionados, pero el cuidado pastoral no tiene como propósitos únicos la exhortación y la condena moral. (j) Incluir todas las perspectivas. Escucharlos a todos, incluso a los homosexuales mismos. Es importante tratar de comprender a la otra persona y por qué sostiene cierta posición. No será fácil, pero tal diálogo es necesario.

Cómo debe responderles la sociedad a los homosexuales

19. ¿Tienen los homosexuales derechos civiles y humanos? Sí, pero en muchos países la respuesta es No. En la mitad de los países del mundo, la ley prohibe la práctica homosexual. La transgresión de la ley puede penalizarse con varios años en la cárcel. En América Latina, las relaciones homosexuales son ilegales en Nicaragua, Cuba y Chile. Ecuador, que hasta recientemente prohibía estas relaciones, es la única nación latinoamericana que constitucionalmente asegura a los derechos de los homosexuales. Como hemos indicado, la discriminación contra los homosexuales es frecuente en todos países. Esto va desde el despido del empleo hasta el hostigamiento por autoridades policíacas y el rechazo de personería jurídica para sus organizaciones. Tales acciones se justifican aduciendo que cometen “actos que van en contra de la moral pública” o “socavan las buenas costumbres y la moralidad” (como en Costa Rica). Muy conocidos son los casos de prohibición de conferencias y celebraciones públicas organizadas por homosexuales. La cuestión de los derechos humanos y civiles de los homosexuales es sumamente descuidada y urgente. Merecen los mismos derechos humanos y civiles de cualquier persona. Los derechos no se basan en cualidades, tales como sexo, raza, clase u otras, sino en la humanidad y ciudadanía.

20. ¿Se les debe permitir a los homosexuales elegir cualquier trabajo y vivir en cualquier parte? Por supuesto que sí. En cuanto al trabajo, el único requisito debe ser la capacidad para ejercer la función y la demostración de la calidad adecuada. En cuanto a la vivienda, la discriminación en referencia al tipo o lugar no es aceptable en ninguna sociedad justa. Regresar al inicio

Conclusión

La iglesia y sus instituciones se preocupan excesivamente sobre quiénes son aceptables como seguidores de Cristo. Esa preocupación levanta con toda claridad la cuestión de comunidad — koinonia — y, por tanto, del cuerpo de Cristo. En esto enfrentan el problema moral central de la comunidad cristiana: la exclusión. Excluir personas por razones de diferencias en creencias u opciones de vida siempre es moralmente dudoso. Excluir personas por razones de condiciones innatas o impuestas involuntariamente a la persona es moralmente escandaloso. Precisamente frente a los homosexuales, la iglesia y sus instituciones confrontan ese escándalo. “¿Quién, pues, de estos tres te parece que fue el prójimo del que cayó en manos de los ladrones? Él dijo:–El que usó de misericordia con él. Entonces Jesús le dijo: –Ve y haz tú lo mismo”.

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Roy H May: El autor es doctorado en teología por la Universidad Libre en Amsterdam; pastor ordenado de la Iglesia Metodista Unida (Estados Unidos); y profesor de ética cristiana en la Universidad Bíblica Latinoamericana (San José, Costa Rica). El contenido del artículo representa exclusivamente el punto de vista del autor y no necesariamente representa la posición de sus afiliaciones institucionales.

Fuente: Universidad Biblica Latinoamericana