Despenalizaciones. Por Guillermo “Quito” Mariani

La iglesia católica es experta en penalizaciones. Casi se podría afirmar que es mucho más conocida por sus prohibiciones acompañadas de castigo que por sus impulsos para acometer proyectos beneficiosos. El libro del derecho canónico que determina la legitimidad o el delito de los actos de los católicos dedica de sus 1752 cánones,  88  a establecer delitos y penas, si no tenemos en cuenta  todas las obligaciones graves fijadas en cada capítulo, referidas a las actividades que allí se describen. Si bien en todos los casos hay especialistas que le buscan la vuelta para lograr una interpretación benigna, desde la jerarquía suele elegirse como norma, la más severa.

Sin embargo, todo lo establecido por el Derecho canónico es nada si se compara con la actitudes penalizantes asumidas frente a determinadas conductas referidas al orden privado, que no dañan al orden público y constituyen un derecho de la libertad individual y una valoración de la conciencia como última medida de la responsabilidad personal. Y la institución eclesiástica es absolutamente reacia a despenalizar una cantidad de conductas que se califican como pecado y se asocian a ese fracaso definitivo del destino humano que se ha designado como INFIERNO descrito  siempre con una  truculencia superior a la del Dante.

A esta altura de la marcha de la humanidad en que, desde la investigación y la experiencia, se han recogido tantos datos para determinar lo conveniente y lo dañoso para el ser humano, para especificar lo que es humano y antihumano en una cantidad de cuestiones, la iglesia debiera proceder a una rápida despenalización de muchos considerados delitos. Debiera primero, despenalizar el placer, absolutamente condenado en cualquiera de sus niveles corporales. A continuación debían ser abarcadas por esa despenalización, la limitación responsable del número de hijos, la educación sexual considerada impulso excitante, los métodos anticonceptivos modernos, el uso de preservativos entre otras cosas para evitar el SIDA, la situación de los divorciados que han contraído nuevo matrimonio, la acción reivindicativa de los derechos y dignidad de los pobres cuando traspasa los límites de la limosna caritativa, la libertad para pensar y exponer el pensamiento con argumentación y debate, la  democracia inadmisible en su estructura monárquica…y ¡cuántas cosas más!

Pero la inclinación manifiesta es a penalizar. Porque penalizar disminuye al individuo por el temor y lo hace presa fácil del autoritarismo. Afirma un prestigioso historiador latinoamericano Enrique Dussel que ninguno de los grandes descubrimientos científicos a través de la historia ha dejado de darse el lujo, en sus comienzos, de ser condenado por la iglesia.

Está sobre el  tapete la despenalización del aborto. No es extraño que la Iglesia como en tiempos de torturas, dictaduras y represiones carcelarias, insista en el respeto a la vida no nacida justificando su indiferencia frente a las violaciones más crueles de los derechos humanos. El argumento simple es que un delito contra la vida no puede quedar impune. No se puede despenalizar un delito. Pero no se atiende a una razón que destruye la fuerza teórica de ese argumento. Todos los empeños penalizantes han fracasado en el logro de la disminución de los abortos. Y han logrado que en los realizados clandestinamente se pierdan muchas vidas de madres que se deben a muchos hijos. Estas afirmaciones están apoyadas estadísticamente. ¿Por qué no desclandestinizar una práctica que todos deseamos que disminuya, para que pueda recurrirse a todos los medios que hoy suministran la medicina, la psicología, la sociología, las instituciones que se responsabilizan  de la atención a los recién nacidos? ¿Por qué no aprovechar las conclusiones científicas acerca de la humanización de los pre-embriones para proceder inmediatamente en casos de violación?

Estamos pisando un terreno muy frágil. Pero evitar el debate y optar por la penalización es, a mi entender, una tendencia peligrosa y antisocial.

José Guillermo Mariani (pbro)

Los pobres en danza. Por Guillermo¨Quito¨Mariani

Los pobres. Digamos primero que hay seguridad de que existen, en diferentes grados y niveles, porque todo el mundo habla de ellos y opina eligiéndolos como punto de referencia para promesas, críticas políticas, acusaciones de vagancia, delito de portar caras,  lugares donde viven o modos de vestirse.

La afirmación evangélica “a los pobres los tendrán siempre con ustedes”, que no es el planteamiento de una cosa necesaria o justificable, sino la condena de cualquier desigualdad social, y el empujón para comprometerse en su remedio para que lleguen a ser “bienaventurados”, parece haberse puesto de moda.

Revisamos un poco lo que se oye, no sólo en conversaciones “de mate”, sino en discursos que aparecen como muy serios y fundamentados. Así entenderemos el mensaje que nos trasmiten.

Comenzamos por los más resonantes. El presidente de la Sociedad rural en su alocución tan  comentada de la 124 exposición, señaló que las características dolorosas de este bicentenario son la exclusión y la pobreza, y aseguró que desde el Campo hay un plan para eliminar la pobreza.

Es de esperar que ese PLAN no sea el que se está cumpliendo hace bastante tiempo, que defrauda al Estado en miles de millones de pesos por evasión de impuestos, mediante maniobras fraudulentas que complican a abogados, contadores, escribanos y otros profesionales, que mantiene un 70% de trabajadores en negro y salarios menores en un 50% a los que se manejan como promedio.

El Cardenal Bergoglio primado de Argentina, utilizando un mensaje papal para la colecta anual que se denomina “Más por menos”, repitió tardíamente las palabras usadas por el Pontífice para describir la situación mundial: “el escándalo de la pobreza”. Y lo aplicó, con todas sus letras, a la Argentina de hoy, en la fiesta de S.Cayetano del año pasado. En el informe en la visita “ad límina” al Vaticano el cardenal habló del peligro de disolución social por los escándalos de la exclusión y la pobreza que se dan entre nosotros, añadiendo los ataques a la familia y la educación. No es difícil asociar esas declaraciones tardías a un clima eleccionario, tanto más cuando resultaron repetidas con pocas variantes por Cassareto y otros obispos.

Calificar la pobreza como escándalo y afirmarlo eufóricamente supone o que recién se la descubre, o que se ignora la lucha real de distintos sectores por remediarla, o que se está dispuesto a tomarla en serio estudiando y procurando erradicar sus causas. O por lo contrario, que se quiere culpar exclusivamente a los gobernantes del momento, para cambiarlos por otros, que según el Sr.Cardenal  llevarìan a cargo el propio plan alternativo llamado “Contrato Social para el desarrollo” que  propone como puntos salientes: eliminar las retenciones de soja, minimizar las políticas sociales y reprimir el conflicto social.

En realidad ¡hay bastantes coincidencias entre la Rural y la Sede cardenalicia!

Otras opiniones brotan clandestinamente y no trascienden.- Lo que hay que hacer con los pobres es exigirles que trabajen porque son unos vagos.- ¿Qué  es esto que ahora quieren quitar a los grandes empresarios los frutos de su trabajo para entregarlos a las clases improductivas?.- En realidad uno se preocupa por darles limosna para que la aprovechen y lo que pasa es que la gastan en  vino.- Yo estoy tranquila delante de Dios porque doy a los pobres todo lo que me sobra.-

Pero, por otra parte, no se puede dejar de nombrar a los pobres en los discursos políticos porque son un excelente marketing.

El cambio de estructuras económicas, que es indispensable para que se disminuya la pobreza, suscita necesariamente indignación, cortes de rutas y desabastecimiento, golpismos,  discursos encendidos y descalificantes, ira defensiva de todos los monopolios y en especial el de los medios de difusión. Hace falta entonces, mucho coraje para que, aún lentamente, ese proceso se vaya cumpliendo sin  marcha atrás. Cuando los pobres tengan su espacio disminuirá esta danza verbal que los utiliza.

Aplausos y sonrisas. Por Guillermo “Quito” Mariani

Es muy lindo compartir momentos en que la alegría se escapa de los corazones por los labios y las manos y las exclamaciones se juntan a los aplausos aprobando espectáculos artísticos, afirmaciones valiosas, originalidades ingeniosas, valentía de denuncias peligrosas, optimismos esperanzadores y muchas otras cosas del mismo estilo. Así compartir es una fiesta y el espíritu se alienta para superar momentos difíciles e inevitables.

Pero  cuando las sonrisas y aplausos son “comprados” (clack) o expresión de falta de argumentos, o burlas de la historia y la realidad, uno tiene la sensación de que se está apoyando en un tronco hueco que transforma las sonrisas en fisuras y los aplausos en quejidos del árbol que se derrumba.

Porque, cuando todo está preparado y en el entorno de quien se juzga protagonista principal del espectáculo o la historia, ocupan puestos de privilegio, los que, condicionados por su necesidad de contar con el apoyo del que dispone de medios para favorecerlos, no pueden dejar de asentir, sonreír y aplaudir en momentos determinados, es inevitable sentirse molesto si se tiene una dosis de sentido crítico. Porque esa situación exalta y euforiza como una droga a quien la provoca, y entonces las agresiones, los errores históricos, las amenazas y las arengas triunfales saltan como resortes sin freno y no se tienen en cuenta los excesos.

Que cada uno, sobre todo en política y tiempos eleccionarios, presente un programa racional y lógico, y descalifique así los proyectos de quienes considera opuestos a sus propios planes, es absolutamente natural y  necesario. Pero no es admisible que se desfigure impunemente la historia para aparecer sin culpas.  Y más aún para mostrarse como únicos constructores de todos sus valores y riquezas.

Lo hemos vivido y lo vivimos en diversos contextos. Así, por ejemplo, con los que se consideraron desde la dictadura militar opresora, héroes de la paz y del progreso argentino. Hoy, ante los tribunales y millares de testigos que los condenan, o se duermen indiferentes, simulando que tienen tranquila la conciencia o defienden descaradamente los excesos que cometieron contra los derechos humanos más fundamentales.

Con esto, la afirmación de que los vencedores son definitivamente los que escriben la historia, ya no puede ser sostenida, a Dios gracias, como ley sin excepciones. Aunque los crímenes del franquismo queden cubiertos por la niebla de una España “nacionalista y católica”. Aunque los delitos del capitalismo financiero hayan sumido a gran parte de las naciones en una crisis cuya solución está exigiendo dilapidar una cantidad de recursos de los que se debiera disponer para solucionar el hambre  en el mundo, que tantos de los que lo producen gustan usar  como argumento sentimental para redimirse, entre nosotros la Justicia y la Memoria se han unido para combatir la impunidad. Ya, aunque se pueda escribir una historia diferente contando con la complicidad mediática, Martínez de  Hoz y  Cavallo han sido señalados por la Justicia como delincuentes económicos.

Y en esta línea aparecerán otros seguramente. Ya los pequeños productores o arrendatarios que habían cedido a la seducción de patrones ricos enriqueciendo a sus trabajadores, reclaman por sus derechos conculcados. Ya se decide aceptar los reclamos de esa gente postergada. Y todo esto sí es para sonreír y aplaudir.

José Guillermo Mariani (pbro)

Por qué nos quedamos. Por Guillermo “Quito” Mariani

Muchos se lo preguntan. ¿Por qué varios entre  ustedes los curas que se manifiestan absolutamente  conscientes de las deficiencias de la Iglesia, no se apartan definitivamente de ella en lugar de criticarla tan duramente?

Si se mira a la Iglesia como un Club con reglamento aceptado por todos, la pregunta sería muy lógica y también indicaría lo razonable que sería abandonarla.

Pero,  se trata de una comunidad de seguidores de Jesús de Nazaret que por distintas circunstancias históricas, institucionalizándose, se ha confundido en muchos aspectos con el poder temporal, sin renunciar a presentarse como continuadora del mensaje y el testimonio de Jesús. En ella el “reglamento” establecido, a pesar de todas las irregularidades que contiene, no se extiende más allá de la aceptación de las verdades evangélicas fundamentales y del establecimiento de normas que son consecuencia directa de las mismas. Cada cristiano que ha ratificado su bautismo como inserción a esta iglesia y cada sacerdote que ha sido ordenado para el servicio de la comunidad, no tiene por qué someterse a otros requisitos. Quedan entonces exceptuadas todas las disposiciones o conductas que excedan o contraríen aquellos principios. Ya esto, de por sí, constituye una causa para defender el derecho a permanecer, con disentimientos, en la Iglesia.

En el caso de los sacerdotes, la misión de servicio aceptada no como una función sino como un compromiso de vida, supone una actitud muy firme en defensa de la verdad, la fraternidad y la justicia como valores de la sociedad designada en el N.T como “reino de Dios”. Y éste compromiso se cumple más eficazmente desde el ejercicio del ministerio, desde adentro, porque se está más en contacto con la realidad eclesiástica y todos sus pormenores y  también en relación más íntima con la comunidad cristiana, que tiene derecho a pensar con adultez. Éste es un segundo motivo muy importante.

¿Pero no será que preferimos permanecer como curas porque la iglesia nos mantiene y sería muy duro empezar de nuevo, sobre todo cuando se tiene cierta edad límite para acceder al campo laboral o profesional? Efectivamente aquí hay otro motivo, cultivado por la misma iglesia oficial, ya que en la formación de los sacerdotes ha evitado cuidadosamente toda capacitación y título que no se redujera a lo estrictamente cultual y al conocimiento de las ciencias eclesiásticas. Además, no tiene previsto, o mejor es absolutamente excluyente de la opción de conceder algún beneficio parecido a jubilación o subsidio, para quienes hayan servido pocos o muchos años, cuando se apartan del ministerio. Éste motivo muy fuerte de por sí, no influye demasiado para los más jóvenes con posibilidades de inserción en la sociedad civil y, generalmente, liberados por el enamoramiento, de la disciplina del celibato.

Para mí personalmente, que entre mis 26 y mis 30 años, estuve muy próximo a abandonar no sólo el ministerio sino también la iglesia, permanecer en ella como sacerdote, a los 83, aunque sin someterme a muchas disposiciones que creo claramente erróneas e interesadas, y poniendo corazón en cada una de las que realizo a pedido de quienes me conocen, significa no querer desprenderme de 50 años de comunicación y búsqueda compartidas con tantos hermanos que han dado a mi historia personal un sentido muy particular y profundo.

José G. Mariani (pbro)

Domingo 29 de Agosto de 2010 – 22 durante el año litúrgico (ciclo “C”)

Tema: (Lc.14,1 y 7-14)

Cuando te invitan a  un banquete no busque colocarte en el primer lugar  porquen puede llegar un invitado más importantes y entonces, con vergüenza deberás obedecer al dueño de casa que te invita al último lugar disponible. Si haces lo contario, el dueño se acercará para colocarte más arriba y esto te atraerá la alabanza de los presentes. Quien se ensalza a sí mismo termina humillado y quien se considera poco, termina siendo exaltado.

Recomienda además Jesús que cuando invites a un banquete no convoque a amigos, parientes o vecinos ricos sino a pobres, lisiados, paralíticos y ciegos. Los ricos te recompensarán  invitándote a su vez. Los pobres no podrán retribuirte y así gozarás de felicidad interior.

Síntesis de la homilía

Jesús parece recomendar una “avivada”: mostrarse pequeño para  ser alabado y reconocido como importante. No es eso. Basándose en ese hecho real, que  quizás estuviera aconteciendo también en ese banquete, expone la conclusión de que quien se agranda demasiado, termina empequeñecido y al revés el que se considera tal como es en su pequeñez concluye considerado como importante.

No hay que olvidar que todos los “discursos de mesa” de Jesús, se encajan en la perspectiva del banquete final del reino. Así pues, esta recomendación es válida para considerarse a sí mismo como trabajador u obrero del Reino. Los puestos elevados con su majestad y su pompa, adornos y expresiones del poder, no son expresión del reinado de Dios, a pesar de que los cristianos de los siglos que siguieron al reinado de Constantino el Grande, vivieron ese estilo de “cristiandad” como realización del reino anunciado por Jesús. La valoración de la riqueza contagiada por el mundo del capital consumista ha concluido anulando muchos valores y personas muy valiosas en la construcción de un mundo mejor. El papel de los pequeños no puede ser relegado por los cristianos aunque en nuestro mundo su contribución para que las cosas marchen mejor es casi invisible. Sin embargo, en los campesinos y en los pobres que no han caído en manos de capitalistas, subsisten verdaderas riquezas que constituyen la auténtica felicidad.

Asimismo, cuando nos sentimos tentados al desaliento porque nuestros esfuerzos sinceros tropiezan con la incomprensión y hasta el ridículo, cuando  en contra de la corriente seguimos defendiendo los valores de la justicia, la amistad, la comprensión o la solidaridad, cuando nos embarcamos en causas que llevan el objetivo de mejorar el mundo  para todos, aunque lo nuestro parezca muy pequeño y hasta pueda ser calificado de ineficaz, no podemos desistir. Hay raíces que muchas veces tardan en brotar pero finalmente traspasan la coraza y se convierten en árboles. Jesús ha comparado el reino con esas raíces.

La enumeración concreta de quienes deben ser invitados al banquete abarca todas las limitaciones humanas naturales y producidas. Las naciones de nuestro mundo, con sus responsables de gobernarlas no alcanzarán progresos de felicidad real, mientras sus objetivos primordiales no se coloquen en ese lugar para determinar los primeros invitados.

Domingo 8 de Agosto de 2010 – 19 durante el año litúrgico (ciclo “C”)

Tema: (Lc.12,32-48)

Jesús indica a sus discípulos que no teman porque a pesar de ser pocos  el Padre les ha confiado  su reino. Los incita a vender sus bienes y hacer limosnas haciéndose bolsas que no se desgasten y acumulando tesoros para el reino. Les advierte que su corazón estará allí donde ellos depositen su tesoro. Los previene de que deben estar preparados esperando el regreso de su señor para que cuando llame imprevistamente los encuentre despiertos y trabajando. Así el mismo se pondrá a servirles. Porque si el dueño de casa adivinara la hora de llegada del ladrón, no lo dejaría perforar las paredes. Y ellos mismos deben hacerlo así ante el regreso del hijo del hombre.

Pedro pregunta si esa parábola tiene que ver algo con ellos y Jesús le responde situándolos como lo que han sido puestos al frente para distribuir sus bienes entre todos. Si el señor que llega los encuentra cumpliendo esta misión los asociará a la administración de sus bienes. Pero si los encuentra siendo injustos con sus servidores el señor los castigará severamente en la medida que corresponda a los bienes que les fueron confiados.

Síntesis de la homilía

La pregunta de Pedro acerca de si ellos también, los más cercanos, deben  tener en cuenta las advertencias de Jesús es una manera de disminuir la responsabilidad que les corresponde habiendo sido constituidos, como Jesús lo dice, depositarios de las riquezas del reino. No es ni era raro que habiendo sido señalados con el privilegio del Padre, ellos y nosotros nos hagamos la imagen de que siendo elegidos, se disminuyen nuestras responsabilidades y exigencias.

Quizás esto fue en algunas oportunidades lo que permitió a gente ordenada en la misión sacerdotal con todo su prestigio de santidad y renuncia, se permitiera desahogos ocultos y reprochables con la seguridad de estar colocados en un lugar especial.

La parábola de Jesús tiende directamente a proscribir esa ilusión. Quien recibe más es quien debe comportarse mejor porque el reino no es una construcción para una elite (les decíamos “elegidos”) sino para beneficiar a todos con un profundo cambio de la modalidad de las relaciones interpersonales y sociales.

Y la parábola hace referencia, para que no queden dudas, del trato que esos servidores escogidos dan a todos los demás. La injusticia social queda entonces denunciada claramente al afirmar que aquellos que han recibido más (en bienes materiales, cualidades intelectuales o artísticas, poder o lugares más expectables en la sociedad), deben estar más atentos para una generosa y justa distribución de lo recibido personalmente o de lo administrado como perteneciente a otros.

Para que  esa delicada misión de administrar los bienes recibidos pueda cumplirse, Jesús indica nuevamente la  necesidad de desprenderse de los bienes materiales para repartir limosnas a los pobres. La propuesta es muy simple y adecuada a esos tiempos en que las relaciones interpersonales eran muy intensas. Entonces la limosna podía cumplir con un deber de compartir y significaba un enriquecimiento espiritual para quien la hacía. Hoy, dar limosnas a los pobres no siempre es un acto de compartir sino una excusa para no compartir en serio. Poner parches a la realidad de la injusticia social resulta un modo de  eximirse de la responsabilidad del cambio de estructuras.  Saborear la satisfacción de ser  generoso y superior a quienes necesitan de todo y aceptan cualquier cosa es tranquilizarse frente a una verdadera tragedia. Y también, en ocasiones, exponerse la utilización o aprovechamiento de  los pobres de diversos modos y con diversas tácticas, lo que destinamos a ellos vaya a parar a otros bolsillos y beneficie a quienes están detrás enriqueciéndose a su costa.

Practicar el desprendimiento de los bienes materiales para construir el reino significa hoy (sin perder la valoración de la sensibilidad frente a los problemas o sufrimiento personales) preocuparse en serio por atender a las causas de las injusticias sociales en la distribución de los bienes y el respeto a los derechos humanos, de manera que aun en nuestras acciones privadas y en nuestra opinión no nos hagamos cómplices de esas actitudes. Es igualmente buscar modos de participación para acabar con las causas sociales de la pobreza colgándonos de todo lo que en ese aspecto proviene de cualquier grupo humano o de cualquier poder constituido.

Domingo 22 de Agosto de 2010 – 21 durante el año litúrgico (ciclo “C”)

Tema: Lc.13,22-30

Mientras Jesús enseñaba, una persona se acerca a preguntarle si serán pocos o muchos los que se salvarán. Traten, responde Jesús, de entrar por la puerta estrecha porque muchos no lograrán entrar. Cuando el dueño cierre la puerta gritarán “somos nosotros ábrenos la puerta! Y el dueño les dirá “No sé de dónde son ustedes”. Entonces insistirán: hemos comido y bebido contigo y enseñaste en nuestras plazas. Y él les dirá: Váyanse todos los que han elegido el camino  del mal. Habrá llanto y rabia cuando vean a los patriarcas y profetas entrar al reino y ustedes queden fuera. Y vendrán muchos de oriente y occidente a ocupar sus lugares en el banquete del reino. Resultará así que los primeros serán últimos y los últimos primeros.

Síntesis de la homilía

El concepto de salvación ha sido desfigurado considerando que se trata de un final agradable premio de Dios para quienes se han considerado buenos en este mundo. Una especie de lugar final de gozo al que hemos llamado cielo. A eso apunta la pregunta de esa persona anónima que detiene a Jesús para interrogarlo sobre las probabilidades de llegar a ese final.

La perspectiva de Lucas no tiene que ver con ese cielo, sino con la salvación como el banquete del reino, es decir el resultado de una convocatoria universal al que se llegará por un camino. Es un camino que hay que recorrer, no un lugar que se conquista. Y el recorrido está identificado con la práctica de la  justicia que no puede ser suplida ni con influencias, ni con promesas, ni con cumplimiento de  deberes cultuales, ni con aceptación devota de apariciones y mensajes esperanzadores  de otra vida.

Como se trata de un camino, es necesario permanecer atentos, vigilantes, para no tropezar, para no equivocarse.   Se trata para Mateo de un camino estrecho. Lucas habla sólo de la puerta estrecha. Pero ambos, de distintos modos hacen referencia a las dificultades de ese camino. Dificultades nacidas de la propia tendencia al egoísmo y del contexto social que desde la injusticia de determinadas estructuras empuja y seduce para tratar de entrar por la puerta ancha de las comodidades, la explotación de los demás, la soberbia de sentirse privilegiados, el acaparamiento de los bienes de la tierra arrancados de diversos modos de quienes también tienen derecho a gozarlos. Cuando esto sucede, no bastan donaciones generosas a los templos ni a obras de caridad, como las invocadas por los que no pudieron entrar que “comieron con él” y “escucharon en sus plazas las enseñanzas”

En Lucas y en general en los evangelios la comida tiene mucha importancia. No sólo como alimentación necesaria sino como expresión de amistad y comunión. El “haber comido y bebido contigo” es entonces un argumento fuerte. Esa vecindad y proximidad espiritual que tiene la comida en común es ciertamente una presencia del reino, cuya realización final es repetidamente descrita como un gran banquete. Pero aún ese gesto puede ser hipócrita y entonces aleja en lugar de afirmar el camino de la salvación, no lo construye sino que lo imposibilita.

La referencia a los excluidos en Lucas se orienta particularmente a los judíos que, amparados en la  ley,  menospreciaban las reglas elementales de la convivencia humana. Pero tanta fuerza como ese rechazo de Jesús a la actitud  de los dirigentes religiosos del pueblo, tiene la afirmación de que sus puestos serán cubiertos por multitudes que vengan de oriente y occidente. Lo cual habla no de hombres y mujeres perfectos o alineados en una iglesia sino de buenas personas que se alejan de las seducciones del espíritu del mal y buscan con debilidades y errores ir construyendo una salvación que les llegue a todos.

Domingo 1 de Agosto de 2010 – 18 durante el año litúrgico

Tema (Lc.12,13-21)

Un hombre pide a Jesús que convenza a su hermano de compartir la herencia. Jesús dice que nadie lo ha puesto de árbitro en ese asunto y aprovecha el hecho para una parábola, aconsejando cuidarse de la avaricia porque las abundantes riquezas no aseguran la felicidad. Un hombre rico cuyas tierras habían producido abundantemente no sabía qué hacer con la cosecha y se decidió a guardarlo todo para disfrutarlo durante una larga vida. Pero recibió seguridad de que iba a morir esa noche con la pregunta angustiante de cuál sería el destino de esos bienes. Esto sucede, concluyó Jesús a quien acumula riquezas para sí mismo y no es rico a los ojos de Dios.

Síntesis de la homilía

Las disensiones familiares por cuestiones de distribución de herencia son más frecuentes de lo que aparece. Aquellos hermanos pensaban que Jesús lo podía arreglar. Y Jesús, a pesar de darse cuenta de que  había un problema de justicia, se negó a proponer ninguna solución. Pareciera una actitud de prescindencia y falta de compromiso. Pero, inmediatamente,  añadió una reflexión muy importante. Hay que cuidarse de la ambición y el acaparamiento porque es un engaño pensar que la abundancia de riquezas produce la felicidad del hombre ni su seguridad. La parábola del hombre que ya no sabía qué hacer con tanta riqueza y decidió reservarla toda para sí con la perspectiva de una larga vida, es en sí misma elocuente. Y en realidad toca el punto fundamental y sin aparecer como juez, determina cuál debe ser el proceder en el caso de los dos hermanos.

La clave es la frase final. Esto sucede al que se preocupa sólo de acumular para sí y menosprecia la riqueza interior que significa compartir, que es la que produce el crecimiento del reinado de Dios entre los hombres.

Cuando uno tiene oportunidad de internarse en  las disputas entre familiares a propósito de una herencia importante, constata muy pronto que con la preocupación de sacar el mayor provecho justificado con una cantidad de excusas (haberse preocupado más que los demás en el cuidado del poseedor originante, tener más necesidad que los otros por cuestiones laborales, ser presionado por su familia…etc) se pierden otros bienes que, de momento, no se tienen en cuenta. Se enfrían las relaciones afectivas, se pierden las expresiones de solidaridad que hacen bien a todos, se producen intranquilidad de conciencia y enredo de proyectos, se engendra un estado de tensión que muchas veces daña gravemente la salud.

Compartir no es solamente dar de lo propio. Aunque lo que se posee haya sido conquistado trabajosamente a través de un duro trabajo. Mucho más si se ha recibido gratuitamente como regalo  o herencia. Compartir es agrandar el corazón llenándolo con ese contenido irremplazable que es el acto de amor hacia los otros

En nuestro mundo capitalista, esto ya no se tiene en cuenta. A veces se produce un despedazamiento inclemente de las relaciones familiares y de amistad por cuestiones de dinero. Pero con mucho más frecuencia y sin que nadie o a muy pocos les llama la atención, el acaparamiento priva a muchos de sus derechos elementales y es fuente de actitudes irreconciliables. Se da en las relaciones entre patronos y obreros o entre empresarios y asalariados en que solamente una parte (como la del hermano que se quedaba con todo) se ve beneficiada. Así se hieren las relaciones sociales, se vive la crispación que brota de una venganza acallada o impotente y se daña finalmente a toda la sociedad. No hace falta buscar demasiados argumentos, porque en varias ocasiones corporaciones  con diversos interese se han adueñado del panorama social y con sus negativas a compartir, expresas o disimuladas han enrarecido nuestro clima social hasta hacerlo para muchos irrespirable.

La Iglesia ha recurrido muchas veces al argumento de Jesús en este pasaje de Lucas, de que no puede ser árbitro en cuestiones de distribución más justa y equitativa de los bienes terrenales. Aún aceptando este criterio, lo que ciertamente no debiera darse es la complicidad con los grandes explotadores en el orden nacional e internacional en base a sentirse protegida y segura con la salvaguarda de sus propios intereses materiales. Si intentamos sensibilizarnos ante las necesidades reales de los que nos rodean encontraremos más paz en nosotros mismos y produciremos más justicia a nuestro alrededor.

¡A buscar otro ring! Por Guillermo “Quito” Mariani

Había un actor entre bambalinas al que de cuando en cuando se lo veía analizando las reacciones del público y que a último momento, previendo que la obra no iba a resultar un éxito como el esperado, decidió ser también el apuntador y desde la casilla que protegía su anonimato, comenzó a dictar los textos que debían pronunciar los actores bajo su dirección. Finalmente decidió jugarse todo por el todo y comenzó él mismo a sobreactuar llamando a la lucha con todos los medios a disposición. Miró hacia el cielo y supuso que contaba con la aprobación y ayuda de Dios y  comenzó a reclutar soldados para la “guerra de Dios”, sin pensar que toda guerra supone un derrotado y eventualmente el resultado adverso podía ser “la derrota de Dios”.

La aprobación de la Ley de matrimonio entre los hasta hoy discriminados en muchos de sus derechos esenciales, y de modo particular en la necesidad de no reprimir sus tendencias naturales (que si Dios es autor de la naturaleza son absolutamente respetables), calificados como “raros”, homosexuales y lesbianas.

Y con una clara mayoría el senado de la nación aprobó la ley después de un largo debate en que todos pudieron exponer sus razones, apartándose en varios casos de las decisiones partidarias y  haciendo oídos sordos a los diversos apuntadores.

Así el Sr. Cardenal primado perdió una batalla y debe estar seguro de que también Dios la perdió. Pero sobre todo que su prestigio en el Vaticano, logrado a través de pronunciamientos en favor de la permanencia de la Vicaría castrense y su vicario Antonio Basseoto, y en contra de la educación sexual en las escuelas, y de la aprobación de la ley de medios, como al uso de preservativos para evitar la epidemia del SIDA y,  por supuesto del debate sobre un método más eficaz para disminuir los abortos y sus consecuencias fatales, hablando de “legalización” cuando se está pensando en “despenalización”, como  alternativa frente al fracaso de los métodos represivos. Y el conflicto, en muchos casos artificial con el Gobierno, a propósito de la retenciones, de la inseguridad ciudadana, del aumento de la pobreza, de la defensa de los opositores con cruz en el pecho o ligados ideológica y económicamente a la Curia, le conquistó cierto lugar y prestigio sintiéndose autorizado para dictarles, desde la casilla del apuntador, un proyecto para el gobierno futuro.

La oportunidad de la propuesta de igualización de los homo con los heterosexuales le brindó la oportunidad para afirmar su dominio sobre la sociedad argentina. Excelente carta de presentación frente al Vaticano que con Benedicto XVI  ha vuelto a las posiciones más conservadoras para mantener el poder eclesiástico.

Pero, se manchó  la carta. Toda la sumisión temerosa del personal y alumnos de los colegios católicos no alcanzó,  con las agresivas pancartas en la marchas, para hacerlo exitoso en esta empresa. Toda la presión  sobre los Obispos recomendando severidad para enfrentar todas las oposiciones al pensamiento jerárquico dentro de la iglesia, se estrellaron contra una cantidad de adhesiones a esos criterios diferentes de muchos sacerdotes y laicos.

¿Se convencerá el Sr.Cardenal de que ha sido derrotado por la ciudadanía, abierta a una mayor democracia y ansiosa por defender los derechos de todos? O seguirá maquinando argumentos y acciones para obstaculizar la mejor distribución de los bienes, o la actualización de la iglesia?  Es difícil. Ya, desde el nockout puede ir buscando otro ring para probar suerte.

José Guillermo Mariani  (pbro)