Papa Francisco ¿Gatopardismo o Continuismo? Por Carlos Lombardi

La corporación religiosa denominada iglesia católica es conducida desde el 13 de marzo pasado por un nuevo líder cuya designación ha sido toda una novedad, entre otras cosas, por ser latinoamericano.

La institución concluyó el 2012 inmersa en una crisis terminal producto de la corrupción interna de la oligarquía de gerontes que la gobierna, la plaga de abusos sexuales del clero, falta de transparencia financiera del llamado vulgarmente Banco Vaticano (IOR), y una ideología clerical – con pretensiones de verdad absoluta – marcadamente desactualizada debido a los cambios sociales, por nombrar algunos ejemplos.

En apariencia, la designación del papa argentino estaría mostrando un cambio en los factores y circunstancias que conforman la coyuntura institucional. Sin embargo, si nos atenemos a las declaraciones y actos del pontífice, directamente relacionados con los problemas que desataron la crisis, claramente surge un continuismo con la política de los dos papas integristas que le precedieron.

Detrás de la máscara, los gravísimos problemas mencionados siguen visibles, aunque el papa argentino aplique la teoría del tero, pájaro que pone los huevos en un lugar, pero grita en otro.

1. Demagogia y sensiblería

Desde la elección de Bergoglio la nueva coyuntura no es otra cosa que un maquillaje compuesto de innumerables gestos demagógicos y culto al líder, todo canalizado por un aceitado aparato propagandístico.

Los innumerables gestos del pontífice están destinados, como es lógico, a “ganarse” a la opinión pública, y en segundo lugar, a producir en los creyentes una respuesta emocional que es característica de la religiosidad de nuestra época donde predominan las “sensaciones” como experiencia religiosa.

Si como sostiene el diccionario RAE por demagogia se entiende una “práctica política consistente en ganarse con halagos el favor popular”, la retahíla de gestos del papa Bergoglio confirma lo que sostenemos.

Besar niños, sentarse en el último asiento en una capilla durante una misa, solicitar que un famoso cardenal encubridor de pederastas no “pisara” más una iglesia, acercarle una silla y un sándwich a un guardia suizo, pagar de su bolsillo la cuenta del hotel, solicitar al pueblo que lo bendiga, antes de bendecir él, recibir la camiseta del club San Lorenzo, burlarse de un hincha del club Boca Juniors por los tres goles que le propinó aquél, son gestos que sirven para mostrar a la opinión pública el costado “humano” del pontífice, y que se multiplicarán con el tiempo por la profunda crisis de credibilidad que debe revertir la institución.

Aquellos gestos son un disparador perfecto para el sentimentalismo y la respuesta emocional, corazón de la experiencia religiosa en estos tiempos.

Fue José María Mardones quien analizó la “espiritualidad de la degustación”, que también se observa en el catolicismo romano. Se caracteriza por el predominio de las sensaciones, “centradas en la experiencia emocional, interior”, donde “todo está al servicio de la tranquilidad del creyente y de sus desbloqueos”, una fe a “medio camino entre el sentirse bien y los buenos sentimientos”. Mucho llanto, alta carga emocional, mucho abrazo, verdades de Perogrullo en el discurso papal, y en el caso de los argentinos, mucho sentimiento “patriótico” y chauvinismo. Para el sociólogo “una religiosidad ajustada al mercado”, que no extraña que se comercialice.

Una fe que, paradójicamente, necesita certezas frente a la pluralidad de culturas. Por ello, el autor destaca que nuestras épocas de pluralismo y relativismo numerosos creyentes “buscan refugios, protecciones, líderes, doctrinas seguras, grupos y grupúsculos donde se les asegure la ración de verdad y de certeza que necesita el espíritu humano para su equilibrio”. “Nuestro tiempo plural y relativista es, por eso mismo, tiempo de fundamentalismos… aunque sea al precio de la libertad y de la reflexión crítica” (1)

No extraña, entonces, que aquellas manifestaciones sean manipuladas por una cadena de gestos papales dirigidos a ganarse el favor popular; halagos clericales hacia un rebaño incapaz de criticar al ahora admirado papa argentino.

2. Culto al líder, marketing, y propaganda

Y acá entra a tallar el marketing que poco a poco va transformando lo que hace seis meses atrás era una crisis terminal, en una “esperanzadora” política de reformas asentada en el nuevo líder al cual se lo idolatra como a cualquier dirigente.

El culto al líder se observa, en nuestro país, en una invasión de “bautismos” de calles, paseos, plazas, monumentos, avenidas, y homenajes varios. También en las “visitas” al Vaticano que dirigentes y referentes políticos llevan a cabo, preocupados por aparecer junto al papa argentino en un año electoral.

La operación “marketinera” es clara y lleva su lógica, si se tiene en cuenta que, hasta diciembre de 2012, la corporación religiosa tenía ínfimos niveles de transparencia internacional y de credibilidad.

Viene a cuento un relato que Isaac Rosa hizo en su blog referido a la crisis de los abusos sexuales del clero católico, donde un bróker le daba consejos a un cardenal para salir del atolladero: “¿Crisis?”, responde el ejecutivo, sonriendo. “De eso yo sé mucho. ¡Crisis! Hace un año estaba yo como usted, hundido y pensando que era el final. Y míreme ahora. Tan tranquilo. Si quiere, puedo darle algunos consejillos”. El cardenal se gira y lo toma por los hombros: “Por favor, hijo, cuéntame cómo lo hicisteis.”

El bróker le da un primer consejo relativo a los abusos, y agrega un segundo: “… propósito de enmienda. Ya me entiende. Prometan algo grande, generen expectativas: digan que van a refundar la Iglesia, que han aprendido la lección, que no volverá a pasar.” (2)

El consejo de prometer “algo grande” y “generar expectativas” para revertir la crisis es el clima instalado por la propaganda vaticana, acompañada por una gran dosis de ingenuidad de no pocos sectores y comunicadores sociales.

Si bien es muy pronto para precisar que Bergoglio ha caído en el gatopardismo, los cambios son exiguos: sólo nombró una comisión de ocho cardenales para que lo asesoren en la reforma de la Curia cuya primera reunión será recién en octubre.

Y en el caso del Banco Vaticano (IOR), que administra fondos por 7.000 millones de euros, el “cambio” pasa por haber contratado una consultora que determinará “las transacciones y clientes sospechosos”, con promesa de publicar un informe para el 1° de octubre.

3. Continuismo a la criolla

Lo que sí puede observarse son notas continuistas a través de indicadores “sensibles”. Pueden mencionarse los siguientes:

a) No publicidad del informe secreto de 300 fojas que el papa renunciante le habría entregado en mano a Bergoglio. Tiene su lógica, por cuanto en la iglesia no hay plena vigencia del principio de publicidad; tampoco existen poderes separados que se controlen mutuamente. Mucho menos, los laicos tienen facultad de contralor. Como sostuvo alguien, en la última monarquía absoluta del planeta todo lo que no es sagrado, es secreto.

b) La cuestión de los abusos sexuales del clero. La orden es continuar con la política de “tolerancia cero” de Benedicto XVI. Cabe recordar que dicho papa, cuando fue cardenal y responsable de la moderna inquisición vaticana conocida como Congregación para la Doctrina de la Fe, fue uno de los responsables de los miles de encubrimientos de abusos sexuales contra niños/as, que de no haber sido por la acción de los medios de comunicación social y la valentía de las víctimas, la situación seguiría exactamente igual: encubierta y oculta.

La “tolerancia cero” no es otra cosa que la reacción a un problema descomunal que le “explotó” a Ratzinger. También es una respuesta falsa desde el momento en que siguen existiendo procesos judiciales y administrativos canónicos donde la garantía de defensa en juicio para las víctimas no rige en plenitud, donde se mantiene el secreto pontificio, y no existe orden de apertura de los archivos secretos que asegure transparencia y credibilidad. La “tolerancia cero” no pasa de ser el blanqueo de un sepulcro bastante podrido, no destapado en su totalidad.

Las nuevas normas dictadas por Benedicto XVI, el Congreso que se convocó al efecto, el encuentro con las víctimas “cuidadosamente seleccionadas”, y los pedidos de perdón, son otro maquillaje que ya fue advertido por las organizaciones que defienden a las víctimas del clero delincuente, que también alzaron su voz por la presencia de una decena de cardenales encubridores en el cónclave que designó a Bergoglio.

c) Censura y persecución contra la liga de religiosas estadounidenses. A poco de asumir, Francisco ratificó la “evaluación doctrinal” que la inquisición vaticana llevara a cabo contra la Conferencia de Liderazgo de Mujeres Religiosas (Leadership Conference of Women Religious, LCWR), la principal organización de religiosas de Estados Unidos que representan a más de 57.000 monjas.

La gerontocracia vaticana decidió una reforma integral de aquella agrupación, acusándola de “graves desviaciones doctrinales” violando, una vez más, la libertad de pensamiento y conciencia de los miembros de la institución, y reforzando la perspectiva patriarcal.

Como era de esperar el comunicado emitido por el Vaticano fue en un “tono amable”, “poniendo luz” al trabajo positivo de las monjas.

d) Falacia voluntad de Dios/visión clerical: en el mensaje que les dio a las integrantes de Unión Internacional de Superioras Generales (UISG), se refirió a la obediencia, la pobreza y la castidad, los tres votos de las religiosas, y afirmó que la obediencia es escuchar la voluntad de Dios, léase, lo que dice el clero.

Dejemos que hable Nietzsche para rebatir la idea del papa argentino: “… el grado de obediencia a la voluntad de Dios determina el valor de los individuos y los pueblos; que en los destinos de los individuos y los pueblos manda la voluntad de Dios, castigando y premiando, según el grado de obediencia”… “… al estado de cosas donde él, el sacerdote, fija el valor de las cosas le llama “el reino de Dios”, y a los medios por los cuales se logra y mantiene tal estado de cosas, “la voluntad de Dios”; con frío cinismo juzga a los pueblos, tiempos e individuos por la utilidad que reportaron al imperio de los sacerdotes o la resistencia que le opusieron” (3)

e) Visión sexista de Francisco: al mismo grupo de monjas les sugirió ser “madres espirituales, y no solteronas” ratificando, nuevamente, la visión machista y maniquea que cierto tipo de clero (y no pocos sectores de laicos), tienen de las mujeres. Utilizó la palabra “solterona” con toda la connotación disfórica que el término tiene. La perimida visión de la mujer, elaborada por varones célibes, sigue vigente.

f) Ideología integrista: las uñas integristas las mostró al recibir a los grupos autodenominados – eufemísticamente – “pro vida”. Segmento católico que lucha para que las leyes laicas se funden en sus principios confesionales. Tiene su lógica y es coherente: Bergoglio proviene de ese sector del catolicismo, aunque sea jesuita.

g) Comisión “reformadora” con miembros cuestionados: la comisión de ocho prelados encargados de asesorar la reforma de la Curia tiene un “vicio” respecto a dos de sus miembros. Hablamos del cardenal golpista Rodríguez Madariaga, principal garante espiritual del golpe de estado en Honduras en 2012; y el encubridor de curas abusadores, el australiano George Pell. Ambos prelados no son precisamente una garantía de progresismo.

Los breves indicadores mencionados, sólo a título indicativo, dejan ver por ahora que el continuismo con la política interna de los dos papas que lo precedieron prevalecería sobre el gatopardismo, aunque  se publiciten “cambios” relativos al estilo o forma de ejercer el rol de papa.

Al continuismo, se le agregan problemas anexos, aunque no menores, para solucionar: ¿qué modelo de institución impondrá? ¿Seguirá con el modelo clerical/jerárquico, marcadamente obsoleto, y principal causa de la debacle institucional? ¿U optará por un modelo profético/apocalíptico, siguiendo el pensamiento de Rubén Dri? ¿Militará por una iglesia separada del Estado, o continuará con una política parasitaria que necesita de aquel para satisfacer sus intereses políticos y económicos? ¿Podrán los sectores laicos generar pensamiento autónomo, o seguirá siendo el rebaño que obedece al clero? ¿Propondrá la “obediencia del cadáver” sostenida por San Francisco de Asís, o permitirá la creciente “protestantización” de los sectores católicos? ¿Se abrirá a la plena vigencia de los derechos humanos en el seno de la institución, o mantendrá ese esperpento jurídico llamado “Código de Derecho Canónico”, claramente violatorio de derechos humanos básicos? ¿Qué imagen de Cristo propondrá? ¿La del laico, no sacerdote, no católico, y que defendía la autonomía de varones y mujeres? ¿O la del autoritario que impone el infierno a quien “no cree” en él?

Las expectativas que el papa argentino ha despertado en numerosos sectores se transformaron rápidamente en reclamos concretos: fin del celibato sacerdotal, sacerdocio femenino, plena igualdad de varones y mujeres en su capacidad jurídica intraeclesial, colegiación y cogobierno con los obispos, mayor participación de sectores laicos en la dirección de organismos internos, por citar algunos.

La clave para determinar si el clero – y el propio Francisco – estarán dispuestos a reformar la institución pasará por compatibilizar creencias, doctrinas y dogmas con los derechos de los creyentes, eliminando sus permanentes conflictos. Lo contrario serán “migajas” clericales a favor del laicado.

Un ejemplo: ¿Alguien piensa que los obispos permitirán que laicos elaboren políticas familiares por fuera de la ideología clerical? ¿No fue Francisco quien “tiró las orejas” a las parejas católicas que deciden tener sólo un hijo, invadiendo su intimidad y conciencia?

4. Efectos en la sociedad laica

Plantear si el papa Francisco, a tres meses de gobernar, promete cambios para no cambiar nada, o si es una continuación del integrismo de Juan Pablo II y Benedito XVI, tiene que ver con problemas internos de la institución, de su organización, funcionamiento, normas, y prácticas.

El problema se presentará nuevamente si aquel continuismo integrista pretende expandirse a la sociedad laica para “recristianizarla”, utilizando al Estado como es su costumbre.

Ha sido Coral Bravo, refiriéndose a la realidad española, quien sostuvo que “A día de hoy en España la Iglesia católica sigue infiltrada en los asuntos de Estado. Interviene en las decisiones políticas, mediatiza la conciencia ciudadana con tendencias de pensamiento que frenan la evolución ética y el progreso de la sociedad, y mantiene buena parte de los anacrónicos y abusivos privilegios que están vigentes desde el Concordato que firmó Franco con el Vaticano, en 1953, y que se renovaron en los mismos términos en 1979. La religión, en España, no está en las iglesias, sino que está muy presente en todos los ámbitos de la vida ciudadana; en la política, en la educación, en la sanidad, en la asistencia social; manteniendo una presencia caduca y obsoleta que no le corresponde a ninguna confesión en ningún sistema democrático” (4)

En este escenario será importante evaluar la política de Francisco. Si continúa con la abusiva intromisión de sus predecesores en las políticas de los Estados, exigiendo y presionando para que se gobierne y legisle conforme la ley natural católica, sólo obligatoria para esa religión, o si respeta las libertades laicas.

¿Gatopardismo, o continuismo? Si prevalece el primero, será un problema interno de la institución, y una profundización de su crisis. Si es lo segundo lo que se ratifica, la sombra integrista y totalitaria del pensamiento de Wojty?a y Ratzinger se proyectará nuevamente hacia todos.

En definitiva, el mundo que lucha por buscar libremente el sentido de la vida, sin coacciones ni férulas religiosas, deberá tener en claro que – en línea con el pensamiento de Vattimo -, los integrismos religiosos siguen siendo un obstáculo para la civilización y la autonomía de los pueblos.

 

 

Notas

(1) Mardones, José María, Neoliberalismo y religión, 1998, Navarra, Editorial Verbo Divino, p. 73.

(2) Rosa, Isaac, Qué le dice un ‘bróker’ a un cardenal, en blogs.publico.es/trabajarcansa/…/que-le-dice-un-broker-a-un-cardenal/

(3) Nietzsche, Friedrich, El Anticristo, 2005, Edaf, Madrid, p. 49.

(4) BRAVO, Coral, Dimisión Papal y Laicismo, en www.redescristianas.net/…/dimision-papal-y-laicismocoral-bravo-doc...

¿Es el papa Francisco una paradoja?. Por Hans Küng

¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la pronta decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85º cumpleaños, supuse que el sueño que llevaba albergando durante décadas de volver a presenciar un cambio profundo en nuestra Iglesia como con Juan XXIII nunca llegaría a cumplirse en lo que me quedaba de vida.

Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.hans-kung

¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.

Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.

El pontífice no quiso ni la mitra con oro, ni los zapatos, ni el pomposo trono con la tiara

Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores (fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida “de acuerdo con el sagrado Evangelio”, basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático. Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de “vicario de Pedro”, él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de “vicario de Cristo” (Inocencio IV lo convirtió incluso en “vicario de Dios”). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad… hasta ahora.

Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegado hasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los “herejes” mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.

Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados “herejes” (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.

Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.

Con Inocencio III se manifestaron los primeros síntomas de nepotismo y corrupción del Vaticano

Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.

De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).

Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.

Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.

Las enseñanzas de Francisco de Asís de altruismo y fraternidad deberían ser actualizadas

1. ¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.

2. ¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.

3. ¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.

De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.

Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan que se les quite el poder acumulado

No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.

Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.

El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la “santa madre Iglesia”. Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano. Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.

En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.

Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.

Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.

Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de “obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa” encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios más que a las personas”.

Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas “desde arriba”, desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas “desde abajo”, desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica. Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de “¡indignaos! indignez-vous!” resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.

 

 

Traducción de News Clips / Paloma Cebrián.
Fuente El País

La Iglesia no se arregla sólo cambiando de zapatos. Por José Ma Castillo

En todo el mundo han sido noticia las nuevas costumbres que el papa Francisco ha introducido en la imagen pública que el sucesor de Pedro ofrece ante el mundo. Nadie duda ya que el papa se parece cada día más a un hombre normal, sin los zapatos rojos de Prada y cada vez con menos indumentarias de ésas, tan llamativas como trasnochadas. Por supuesto, esto es de elogiar, Y expresa que este papa tiene una personalidad fuerte, original, ejemplar. Un papa es importante, no por su imagen pública, sino por su ejemplaridad. Es evidente que el papa Francisco tiene esto muy claro. Por eso lo admiramos, lo aplaudimos, lo sentimos más cerca. Y esperamos mucho de él.zapatos-Papa-Francisco

Por supuesto, yo no soy quién para decirle al papa lo que tiene que hacer. ¿Quién soy yo para eso? De todas maneras, y con toda la modestia y humildad que me es posible, me atrevo a sugerir que solamente con simplificar la vestimenta y modificar algunas costumbres, se puede pensar que la Iglesia no se arregla. Será noticia, eso sí. Sobre todo entre personas y grupos más tradicionales. Algunos ya han puesto el grito en el cielo porque, el pasado jueves santo, el papa Francisco se atrevió a lavar los pies de dos mujeres. Da pena pensar que haya gente que, por semejante cosa, se alarmen tanto. ¿No sería más razonable pensar a fondo dónde está la raíz de los verdaderos problemas que sufre la Iglesia? Y, sobre todo, los problemas que sufre tanta gente desamparada, marginada y sin esperanzas de futuro?

Pues bien, planteada así la cuestión, lo que yo me atrevo a sugerir es que el la raíz de los problemas, que arrastra la Iglesia, no está en la imagen pública que ofrece el papa. La raíz está en la teología que enseña la Iglesia. Porque la teología es el conjunto de saberes que nos dicen lo que tenemos que pensar y creer sobre Dios, sobre Jesucristo, sobre el pecado y la salvación, etc, etc. Ahora bien, como sabe cualquier persona medianamente cultivada, la teología sigue siendo un conjunto de saberes que se han quedado demasiado trasnochados. Porque son ideas y convicciones que se elaboraron y se estructuraron hace más de ochocientos años. Y, como es lógico, en una cultura como la actual, cuando la mentalidad de la casi totalidad de la gente tiene otros problemas y busca otras soluciones, ¿nos vamos a extrañar de que las enseñanzas del clero interesan poco y cada día a menos personas? Yo estoy de acuerdo en que Dios es siempre el mismo. Y no se trata de que la gente de cada tiempo se invente el “dios” que le conviene a la gente de ese tiempo. Nada de eso. Se trata precisamente de todo lo contrario. Se trata de que nos preguntemos en serio si lo que enseñamos, con nuestras teologías y nuestros catecismos, es lo que Dios nos ha dicho. O más bien lo que enseñamos es lo que se les ha ido ocurriendo a una larga serie de teólogos, más o menos originales, que, en tiempos pasados, dijeron cosas que hoy ya sirven para poco.

Termino poniendo un ejemplo, que ilustra lo que intento explicar. En el “Credo” (nuestra confesión oficial de la fe), empezamos diciendo: “Creemos en un solo Dios, Padre todopoderoso”. Eso es lo que enseñó el primer Concilio ecuménico, el de Nicea (año 325). De otros calificativos, que se le podían haber puesto al Dios de nuestra fe, se escogió el de “todopoderoso”, Es decir, si optó por el “poder”, no por la bondad o el amor, que es como el Nuevo Testamento define a Dios (1 Jn 4, 8. 16). Pero no es esto lo que ocasiona más dificultades. El problema principal está en que, si se lee el texto original del concilio, el griego, lo que allí se dice es que los cristianos creemos en el “Pantokrátor”, que era el título que se atribuyeron a sí mismos los emperadores romanos de la dinastía de los “antoninos” (del 96 al 192), que dominaron la edad de oro del Imperio, y se igualaron a los dioses. Ahora bien, el “Pantokrátor” era el amo del universo, el dominador absoluto del cosmos. Una manera de hablar de Dios que poco (o nada) tiene que ver con el Padre que nos presentó Jesús. Y conste que este ejemplo, siendo importante, es relativamente secundario. Sin duda alguna, la teología necesita una puesta al día, que implica problemas mucho más graves que los zapatos del papa. Vamos a intensificar nuestra fe y nuestra esperanza en que el papa Francisco va a dar pasos decisivos en este sentido. En ello, los creyentes nos jugamos más de lo que seguramente imaginamos.

 

Fuente: Blog del autor.

Francisco de Asís y Francisco de Roma. Por Leonardo Boff

Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además, el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.leonardo-boff-2013

Hay un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le decía: “Francisco repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo representó bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado edificio de la Iglesia.

Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.

En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se presentaba como «representante de Cristo». Con él se alcanzó el supremo grado de secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi», de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica: una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús quería.

Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder, presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.

Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que reformar la Curia y los hábitos clericales ypalacianos de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.

Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, pero vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres, no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.

El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre Tierra y con sus bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como yo mismo he insistido fuertemente en varios de mis textos, la que va a salvar la vida humana y garantizar la vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma de una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie de la naturaleza.

Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor. Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo milenio. És una cuestión de justicia.

Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.

Leonardo Boff es autor de Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae

Fuente: Leonardo Boff Blog