Los extremos… se tocan? Por Miguel Berrotarán

Existen frases que revelan posturas, son como análisis o lecturas condensadas de lo que acontece. Abarcarlas, cuestionarlas, llegar a la raíz de su visión de la realidad, es parte de lo que intentaremos aquí. Estas son frases que entran y hacen mella en los que las escuchan, más si son pronunciadas en el ámbito de lo eclesial, ya que allí, en más de una ocasión,  se da una especie de recepción acrítica  más atenta a la autoridad “del que las dice” que a la veracidad “de lo que dicen”.

Vamos abordar una frase (y solo una), con sus planteos derivados, que surgió en nuestra comunidad católica  para echar luz a los conflictos intra-eclesiales que estábamos  y aun estamos viviendo en Córdoba (signo y reflejo del conflicto global de la Iglesia toda). La frase dice: “los extremos se tocan”, y de algún modo, “nosotros estamos intentando no perder el equilibrio, no bandearnos ni para un lado ni para el otro”. Esta es una lectura comprimida de la realidad, como decíamos,  vamos a ver si es correcta, es decir, si contiene argumentos de peso que la sustenten.

Dichos extremos son, en este caso, ideológicos, y podemos encontrarlos en  frecuentes expresiones  como: progresistas y conservadores, aperturistas e integristas, derecha e izquierda, teologías desde arriba o desde abajo, y muchos otros. Lo que se está diciendo, en primera instancia, es que  estas visiones, en más de una ocasión, pueden tornarse extremas, es decir, pecar de cierto fundamentalismo. La tentación de la intolerancia y la falta diálogo está siempre a nuestro acecho. Cabe entonces pensar que en cierto sentido estos extremos pueden tocarse, es decir, perecerse en lo intransigente de sus modos. Ahora bien, llegar solo hasta aquí sería simplista e injusto. Nos falta mucho por “des-hacer” en esta frase demasiado “hecha”.

Continuando con nuestro análisis debemos afirmar que las visiones  son extremas, no solo por su ocasional posibilidad de intransigencia (cuestión de forma), sino porque son sustancialmente diversas (cuestión de fondo), y lo son porque parten de principios diversos, y porque parten de principios diversos, en lo esencial “no se tocan”. Podrán converger en algunos aspectos accidentales, mas no en lo esencial. Entonces aquí, y desde esta perspectiva, debemos poner en cuestión  la afirmación de nuestra frase y decir que “los extremos no se tocan”, y que no intentemos que lo hagan porque sería abordar una misión imposible. Podrán estar juntos, reunirse a tomar un café y dialogar horas, pero no se tocarán.

Veamos entonces como varía el análisis de la significación de una frase. De la expresión “los extremos se tocan”  hasta ahora podemos decir que en algún sentido puede llegar a ser cierta en cuanto a las formas y la posibilidad de sus vicios “morales”, pero se torna incorrecta si miramos a los principios ideológicos que la sustentan.

Avanzando un poco más en el análisis, debemos decir que hay visiones que pueden llegar a complementarse porque sus fundamentos son compatibles, pero otras veces no, sencillamente, porque no lo son. Algo de eso sucede con las izquierdas y las derechas (tanto en la política cívica como eclesial), parten de presupuestos tan diversos que son incompatibles, hay diferencias esenciales e irreconciliables. En este sentido son extremos que no se tocan precisamente por tratarse de extremos “opuestos” o “antagónicos”. Aquí no cabe el discurso simplón de “aceptar las diferencias” y aprender a asumir lo diverso. Esta postura implica negar  o desconocer la complejidad de lo que está en juego. Respetar lo diverso no significa aceptarlo, porque en la aceptación se estarían negociando los principios. Lo de la unidad en la diversidad, habría que decir que es absolutamente cierto y necesario, en tanto las diversidades sean compatibles, en caso contrario, hay que optar por alguna de las diversas  posibilidades ante la imposibilidad de optar por todas como si todas dieran lo mismo. Para poner un ejemplo, más que burdo, pero bastante claro: podemos  hacer dialogar para llegar a puntos convergentes a Evo Morales, Tosco, Guevara y Marx, pero no cabe esa posibilidad cuando intentamos hacer converger alguna de estas personas con Videla, Macri, o Menem. En el plano eclesial sería intentar conciliar a Romero, De Nevares, Cámara, Casaldáliga, Castillo, Boff, etc. con Balaguer, Aguer, Lopez Trujillo u otros. Pedirles que juntos lleguen a un acuerdo esencial es, simplemente, pedirles un imposible.

Es válido que existan estas diferencias, lo cual nos obliga a tratarlas de analizar en sus postulados para ver y elegir desde donde partimos. Lo que no es válido es pedirles que se toquen, que construyan juntas en pos de la comunión y de la unidad,  ese pedido parte  simplemente de una negación de las diferencias y de la seriedad de sus convicciones. Es, en pos de una caricatura de la comunión y la unidad, no tomar en serio la complejidad de las diferencias que existen en la diversidad y ahorrarse así, la siempre conflictiva tarea de optar. Aquí entramos en la gran tentación de las posturas intermedias (algo de esto nos pasa a nosotros aquí en la Iglesia de Córdoba).

Estas posiciones intentan ser un “centro” de “equilibrio”, “el justo medio del varón prudente” diría Aristóteles, el espacio del “sano juicio” ante el “desquicio” de los extremos. El sagrado lugar de la asepsia y  la neutralidad ¿Será así? Solo en un plano absolutamente teórico, no en la dimensión de lo real e histórico.

Estos cuestionamientos, estos planteos, no son exclusivos ni privativos de lo eclesial, son análisis que se hacen en la filosofía,  en la sociología, los realizan los politólogos, historiadores, porque son fundamentales para entender los procesos históricos y sus avatares.

Volviendo a las posturas moderadas, a los centros del equilibrio, debemos decir que esta moderación insípida, aunque la sintamos transida por la tibieza de lo indefinido, de hecho son posturas definidas, y lo son generalmente a favor de los extremos más reaccionarios. En más de una ocasión, los centros han jugado a favor de la derecha, han sido funcionales a ella, son, por decirlo con mayor plasticidad, la derecha edulcorada. Esta pareciera ser la postura hoy,  de nuestra Iglesia de Córdoba.

Aquí entramos en lo neurálgico del debate. Frente a una Iglesia claramente restauracionista (pensar en los últimos nombramientos de Obispos, por poner solo un signo, y más que claro): ¿qué postura hay que asumir?, ¿cómo hay que pararse?. Ahora bien, si no vemos  que a nivel universal hay un retroceso respecto al Vaticano II, que la política es efectivamente de restauración, ya estamos ante un nuevo (y doble) problema. A este retroceso hoy lo ven infinidad de teólogos, congregaciones religiosas enteras (que ya han asumido sus políticas de resistencia), movimientos laicales, exégetas, y muchos miembros más de nuestra Iglesia. Claro que no pueden expresar lo que ven, “abiertamente”, en un lugar tan “cerrado”, porque saben que en una estructura con rasgos tan fundamentalistas, se vive actualizando el “error galileo” en donde el que “ve pierde” y si “hace ver… muere”, pero si calla (por un supuesto y caricaturesco “amor” a la Iglesia (¿?) o por “obediencia debida”)… se salva.

Acá estamos ante el gran desafío de discernir, con el evangelio en la mano y con nuestra historia pasada y presente, en cómo pararnos ante una jerarquía que ha decidido retroceder, no avanzar, sofocar el espíritu del concilio. Hasta ahora han decidido “algunos” esta postura “moderada” y claramente funcional al “retroceso” provocado por los sectores más reaccionarios, integristas y conservadores de nuestra comunidad. Conflictos habrá siempre, incomprensiones también, aún con la autoridad (pensar en Jesús sino). Si la conflictividad es fruto de nuestra opción por el Reino, bendita sea, no hay que “gambetearle a la cruz”. Obviamente no se trata de “quemar naves” a locas y sueltas, pero tampoco retroceder ni ser funcionales a un proyecto anti-evangélico.

Por lo pronto de esto “no se habla” y,  por tanto, no hay posibilidad de discernimiento  “comunitario” y menos aun, “libre” (rasgo ideal de nuestro plan pastoral). A lo sumo, y por debajo, se hacen análisis muy epidérmicos,  desde una moralina simplista o desde una psicología barata, como si se tratara simplemente de una puja entre eternos adolescentes que no conocen de límites, y eternos inseguros que solo entienden de límites. Así se llegó a la frase “los extremos se tocan” como un modo más que “básico” de abordar una problemática “compleja y profunda”. Es por eso que “pongo” el tema en la mesa y así, me “expongo”, con la esperanza de que esto genere algún tipo de diálogo, aunque más no sea de pasillo.

Pbro. Miguel Berrotarán

 

 

 

 

Sobre el poder en la Iglesia. Por José Comblin (In Memoriam)

Hoy 27 de Marzo llegó la noticia desde Brasil, ha muerto José Comblin, una de las mentes más brillantes y más valientes de la Teología de la Liberación, y uno de los ideólogos detrás de lo mejor que produjo la Iglesia en America Latina, el gran Documento de Medellín.

Su fino humor, su ironía y agudeza, así como su insistencia en que estudiáramos para liberarnos del poder opresor de  la jerarquía antievangélica quedarán en mi memoria y en mi corazón por siempre.

Recomendamos la lectura de

Cristianos Rumbo al Siglo XXI . Nuevo Camino de Liberación. Ed. San Pablo 1997

Vocación a la Libertad. Ed. San Pablo 1999

Paz y Bien José.

 

Sobre el poder en la Iglesia. Por José Comblin (1923-2011) In Memoriam

INTRODUCCIÓN

Siempre más queda claro que la cuestión fundamental para los cristianos hoy día es la cuestión del poder. La cuestión del poder es la principal novedad, el principal reto que la cultura contemporánea dirige a la Iglesia después de Vaticano II. El Concilio no trató de la cuestión. Trató de evitarla, porque en aquel tiempo la cuestión del poder todavía no era un tema dominante de la cultura occidental.

En Lumen Gentium el Concilio trató de evitar la palabra poder cuando se refiere a la jerarquía. Usa la palabra “munus”, oficio o palabras que dicen servicio. En esa forma se evita abordar la cuestión del poder. Es evidente que evitó voluntariamente la palabra poder (salvo en algunos pocos casos como en 18, a, en donde la palabra “poder sagrado” es inmediatamente suavizada por la palabra servicio).

La jerarquía trata de apartar el asunto pensando que es una cuestión irrelevante, pero su relevancia está siempre más evidente. El clero, formado para manipular conceptos edificantes, rechaza la idea de que algo pudiera ser motivado por cuestiones de poder en la Iglesia. Se presume que todo se hace por amor. Aún la condenación de los herejes se hace por amor. Es un servicio a la Iglesia. Sucede que, como en cualquier sociedad humana, la cuestión del poder es relevante en la Iglesia. Más aún: ella es inevitable.

La actual relación de poder todavía es la relación definida en la cristiandad medieval. Las formas han cambiado, pero el fondo quedó igual.

En la eclesiología tradicional, desde los orígenes en el siglo XIV, la palabra poder ocupa el centro del tratado. Pues, la Iglesia se define por los poderes que la constituyen. Lo que hace la Iglesia son los poderes de la jerarquía. La palabra poder siempre tiene un sentido positivo y únicamente positivo. El poder es uno de los principales atributos de Dios, tal vez el atributo más importante, por lo menos en la devoción católica. En la misma liturgia siempre se añade el adjetivo poderoso o todo-poderoso a la invocación de Dios. Dios es el Todo-poderoso. El poder de Dios es puramente positivo. Es creador y salvador. Es lo que produce todo lo que existe y conduce la creación, actuando por los medios de salvación.

Ahora bien, el poder de Dios actúa por medio de poderes humanos. Dios no actúa sin la mediación de hombres. Estos mediadores revestidos de una participación del poder de Dios para realizar las obras de Dios son la jerarquía de la Iglesia. El poder de la jerarquía es también puramente positivo, porque es el mismo poder de Dios. Se dice que la jerarquía es la causa eficiente de la Iglesia. Ella produce la Iglesia pues la acción salvadora de Dios pasa por esa mediación. El poder de la jerarquía solo se compara con el poder creador de Dios: ellos crean a la Iglesia. Es el poder salvador de Dios: ellos realizan la salvación. Dios eligió a algunos hombres para ser los salvadores de la humanidad. Los laicos se salvan por la intervención de la jerarquía. Sin la jerarquía no son nada. Todo reciben y nada producen.

Este poder sobrenatural de la jerarquía tiene su punto culminante en la eucaristía. Como el Papa recién lo recordó, el sacerdote ordenado pronuncia las palabras de la consagración como si fuera el mismo Cristo. Cristo habla por su boca y produce por la boca del sacerdote el milagro de la transubstanciación, el mayor milagro que se puede imaginar. El ministro ordenado tiene la misma fuerza de Dios cuando celebra la eucaristía. Los laicos miran, admiran, adoran, y reciben a Dios por las manos del sacerdote.

Esta teología es la imagen de la Iglesia en la eclesiología tradicional que todavía es común hasta Vaticano II aunque haya sido refutada por los mejores biblistas y los mejores historiadores católicos. Es todavía la teología del Papa.

Este poder es el servicio de la jerarquía. Ejercer su poder divino es el servicio que el ministro ordenado ofrece a la Iglesia a la que dio vida. No puede haber ninguna oposición entre poder y servicio. El poder es el mayor servicio.

Es evidente que esta identificación entre poder y servicio no viene del Nuevo Testamento. Ella procede de la ideología imperial. En esta ideología, todo poder es positivo porque todo poder es servicio a la sociedad. “Dominar para servir”, es la definición de todo los colonialismos, hasta de la guerra de Irak que es el mayor servicio prestado al pueblo irakiano.

Los teólogos de aquél tiempo conocen muy bien todos los defectos personales de la jerarquía y de los presbíteros y diáconos. Pero esto no cambia la teoría. Los peores sacerdotes continúan creando la Iglesia por medio de sus sacramentos, de sus palabras y de su gobierno. Los abusos de poder son tratados como si fueran puros problemas personales que se solucionan por medio de la conversión del sacerdote. No reconocen que esta situación no es inevitable, que está ligada en gran parte al modelo de sociedad que se quiso imponer a la Iglesia y que por lo tanto se trata de un problema de política en la Iglesia.

Ahora bien, los miembros de la jerarquía no pueden ser puros representantes del poder de Dios. Al ejercer su poder, no comunican sencillamente el mensaje de Dios, sino también toda una teología. Al administrar los sacramentos, manipulan la religiosidad popular con su magia y sus supersticiones. Al gobernar sus parroquias o sus diócesis actúan como patrones de empresas. Crean una cierta orientación de la Iglesia, no crean la Iglesia que es producto del Espíritu Santo, por medio de la mediación de todos los cristianos, cada cual con su carisma. Si la orientación dada por el clero no es corregida y mejorada por el pueblo cristiano, ella se transforma en dominación. Entonces, el poder se hace dominación, como en todas las instituciones humanas. Por eso existe siempre un problema político en la Iglesia, que es el problema de que los miembros del clero son seres humanos y no puros depositarios del poder de Dios. Su poder no es como el poder de Dios pura fuerza creadora, no es puro don de la vida. Es también imposición, arbitrariedad, dominación del hombre sobre el hombre. No solo por vicios personales, sino por estructuras de pecado.

La concepción medieval del poder en la Iglesia, y el consecuente abismo entre el clero y el pueblo están en crisis desde hace dos siglos, aunque la jerarquía haya negado la crisis hasta Vaticano II y muchos la nieguen todavía hoy en día.

Ahora bien, esa relación está en crisis desde hace tiempo, y la crisis se acentuó siempre más en el siglo XX. Millones abandonan la Iglesia católica, y la causa fundamental, consciente o inconsciente, es la cuestión del poder. Con el Papa actual ni siquiera se puede levantar la cuestión porque su poder es más absoluto que el poder de cualquier Papa del pasado, incluso que el poder de Pio XII. La jerarquía niega el problema porque siente que sería el primer objeto de la contestación. Sin embargo, está claro que la nueva sociedad urbana, alfabetizada y desarrollada culturalmente no acepta más el tipo de relación de poder que nació en la edad media. No puede aceptar que Dios reserve toda su mediación a algunos cuando el Nuevo Testamento anuncia que el Espíritu es dado a todos. Que haya diversidad de funciones y de servicios, es lo que todos afirman. Que haya personas destinadas a gobernar, no se discute. Pero no se acepta la identificación de un poder humano con el poder de Dios.

No se puede negar que la Iglesia, como cualquier grupo humano, necesita una organización de poder, pero no eternamente la organización nacida en determinada época histórica en virtud de una situación histórica limitada en el tiempo. Nadie ignora que la autoridad es necesaria. Pero el actual sistema de autoridad hace que millones de católicos, exactamente los que participan en la nueva cultura urbana, se apartan de la Iglesia, o sencillamente pierden inconscientemente el sentimiento de pertenencia a ella.

Es necesario ver y examinar críticamente el sistema de poder que existe en la Iglesia, regido por un derecho canónico siempre relativo. Es necesario ver claramente la diferencia entre lo que es permanente en la Iglesia y lo que la historia ha hecho en los siglos ulteriores. De lo contrario seremos prisioneros de la historia, prisioneros de un pasado muerto.

LA ECLESIOLOGÍA DEL NUEVO TESTAMENTO Y EL PODER

La eclesiología de Pablo está centrada alrededor del concepto de pueblo de Dios que es el cuerpo de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Este concepto es subyacente en todos los capítulos de sus cartas. Todo lo que dice de la Iglesia ser refiere a este pueblo de Dios. La doctrina del poder de Pablo se encuentra implícita en su doctrina sobre la Ley y el Espíritu. El pueblo de Dios pasa por dos etapas. Primero, hubo el régimen de la Ley, y ahora, con Jesús comenzó el régimen del Espíritu. En el régimen de la Ley, la relación con Dios es una relación de sumisión. El pueblo de Dios es el pueblo que se somete a la Ley. La obediencia a la Ley es la virtud suprema. Ahora bien, la Ley no entraría en la realidad, si no fuera presentada por dirigentes humanos. La Ley no existiría como Ley, si no hubiera en la tierra, por encima del pueblo una autoridad que obligue a respetarla. Esta autoridad estaba representada por los doctores y los sacerdotes que fueron los que condenaron a Jesús. La sumisión a la Ley se traduce por la sumisión a sus representantes. Obedecer a Dios se traduce en la práctica por obedecer a las autoridades que la imponen.

Para Pablo la Ley – o sea todo el sistema centrado en la Ley- no salva, porque no cambia el ser humano. Hace que la persona se someta por miedo al castigo, pero no se renueve personalmente. Solo el Espíritu puede renovar la humanidad. Para el régimen de la Ley, la autoridad actúa imponiendo la Ley. Por el Espíritu, la persona se siente movida, empujada por una fuerza interna que la hace capaz de seguir el camino de Jesús sin ninguna imposición. Hace el bien de fuente propia, no por imposición.

En el régimen de la Ley, los representantes de la Ley hacen uso de ella para imponer su propia voluntad. Interpretan, aumentan, cambian los preceptos de la Ley para que coincidan con su voluntad y con sus ventajas, aún materiales.

Con su doctrina del Espíritu, Pablo no da atención al problema del poder, ya sea el poder de la Iglesia en la sociedad, ya sea el poder dentro de la Iglesia, o lo que se llama actualmente los ministerios. Para él, el poder apostólico consiste en la autoridad para anunciar el evangelio de Jesús con fuerza al mundo. Es el poder de Dios, que es poder de conversión y de vida nueva. Pero el mismo no elabora una doctrina del apostolado como poder en la Iglesia.

Para Pablo, en la comunidad cristiana, el poder de Dios se manifiesta en la abundancia de los carismas, que son fuerzas donadas a algunos miembros o a todos. Los carismas parecen tener una fuerza intrínseca que hace que los miembros de la comunidad se dejan llevar por ellos. El mismo Pablo, como apóstol de Jesucristo, ejerce el poder de denunciar, exhortar, orientar, el poder de recordar las enseñanzas de Jesús. El mismo no define ese poder de los apóstoles.

Pero, la eclesiología de los evangelios, ella sí, está centrada en la cuestión del poder. En la mente de Jesús el problema del poder es el problema esencial y prioritario de la Iglesia. La misma palabra Iglesia está casi ausente de los evangelios, pero la realidad está presente en los discípulos. Cuando Jesús se dirige a los discípulos como conjunto, él enuncia su eclesiología.

Los textos principales están en el capítulo 18 de Mt (sobre todo 1-7;12-35), en Mt 20,20-28, 23, 8-12 y Jn 13.

No es necesario hacer una exégesis muy minuciosa para ver que Jesús instala un nuevo modo de ejercer la autoridad, una nueva relación de poder. Durante siglos se leyó estos textos como consejos morales, como recomendaciones hechas a todos los jefes para que sean mejores en sus comportamientos.. Pero, Jesús no vino para hacer exhortaciones morales, sino para cambiar las estructuras del pueblo de Dios. Para las exhortaciones morales había los sabios que dejaron muchos escritos de sabiduría. Jesús vino a destruir la estructura de poder que había en su pueblo y a construir una nueva estructura de relaciones dentro de ese pueblo.

Durante siglos se interpretó las palabras de Cristo en el sentido que el discípulo de Jesús debía ejercer las mismas estructuras de poder de siempre con un espíritu nuevo, de una manera diferente. El resultado fue que se ejerció la autoridad como siempre pero con buenos sentimientos. La Iglesia cayó en la misma deformación que afecta las sociedades civiles o el pueblo de Israel, es decir, cometer la injusticia con buenos sentimientos. Dio a la destrucción de personas un sentido edificante. Así fue la Inquisición y todas las imitaciones de la Inquisición. Todo se justifica por el bien de la persona perseguida, torturada o muerta. El ser cristiano actuaría como todo el mundo, y añadiría solo buenos sentimientos y sentido religioso: todo por el bien de Dios y de su Iglesia.

Jesús no viene a cambiar solamente la subjetividad, sino la misma estructura de las relaciones sociales. Su ejemplo enseña la estructura de autoridad que debe prevalecer.

Jesús no usa ninguna forma de coerción para imponer su voluntad. No tiene armas, no puede amenazar, no quiere castigar (Lc 9,51-56). No tiene medios de defensa contra sus adversarios ni siquiera a la hora de la prisión, de la condenación o de la ejecución. Está incapacitado de ejercer la más mínima violencia. No solo no practica la violencia, sino que no tiene los medios de practicarla si quisiera. No tiene los medios de violencia en la reserva, lo que constituye una amenaza. Una sabiduría política tradicional dice que se necesita mostrar las armas para no tener que usarlas. Jesús no puede mostrar las armas que no tiene.

Este es el sentido de la comparación con los niños (Mt 18,1-4). Los niños no tienen poder para imponer su voluntad. En aquel tiempo no existe todavía el poder de chantaje que ejercen hoy día los niños de las familias ricas. El niño es el ser débil. Jesús eligió la debilidad.

Jesús no define leyes ni impone su autoridad por medio de leyes. Las leyes son hechas para imponer una voluntad superior a una persona que no quiere ejecutarla y solo lo hace por medio del castigo. La ley gobierna por medio del miedo del castigo. La ley está basada en el miedo.

Esto no quiere decir que Jesús todo lo acepta. No se acepta que se proceda como hacen las autoridades de Israel. Con los pecadores la regla es el perdón, perdón sin límite. En realidad su autoridad es tal que las personas hacen lo que él enseña con total libertad y con mucho gusto. No lo hacen por miedo, sino por amor. La autoridad de Jesús está basada en el amor que despierta. No necesita definir leyes porque las personas lo siguen voluntariamente y con convicción. No amenaza porque las personas quieren lo que él quiere por convicción.

Su autoridad está en su misma persona y en su modo de actuar en el que se manifiesta su valor absoluto: ¡esto viene de Dios¡

La autoridad de Jesús se manifiesta en la búsqueda de la oveja perdida, en el perdón de las deudas. En lugar de imponer el castigo, se propone el perdón. Esto sería considerado en la sociedad como anarquismo, desorden y desintegración de la sociedad. Sin embargo no consta que sea así. Todos saben que los pequeños pagan sus deudas. Solo las grandes corporaciones no pagan. El problema es la existencia de grandes corporaciones, las cuales de todas maneras no se inclinan ante la ley, sino que más bien cambian la ley para que les sea más favorable.

Jesús quiere que entre los discípulos las relaciones de poder sean diferentes (Mt 20-28). La diferencia no está solo en la subjetividad, sino en las mismas estructuras del poder. De lo contrario no cambiaría nada. Pues en todas las sociedades hay príncipes buenos que hacen más tolerables las relaciones de poder sin cambiar las estructuras y así dejan la puerta abierta para que un sucesor venga a ejercer un poder riguroso.

Cuando Jesús dice: “No os dejéis llamar “Rabí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque solo uno es vuestro Padre: el del cielo. No tampoco os dejéis llamar “Doctor”, porque uno solo es vuestro doctor: Cristo”(Mt 23, 8-10), las autoridades de la Iglesia que quieren estos títulos, dicen que es una cuestión sin importancia, o bien, que Jesús habla así para dar un ejemplo de humildad, más no quiere definir un modo de ser. Suprimen sencillamente la instrucción de Jesús. Sin embargo en la cultura de Jesús, los nombres son muy importantes porque representan la realidad. El que tiene el nombre de doctor cree que tiene una autoridad superior que le permite imponer sus ideas a otros. Con esta cuestión de nombre, Jesús quería cambiar las estructuras.

El problema de las estructuras está claro en la Iglesia de hoy. Hay obispos más humanos, párrocos más humanos – cristianos- que no insisten en su poder, que consultan o toman en cuenta las opiniones de los otros, que gobiernan con paciencia y tolerancia, que abren espacio para la libertad y responsabilidad de los laicos. Pero, a cualquier momento, puede venir otro que se contenta con la aplicación rigurosa de la ley canónica que le atribuye poderes exclusivos. Las estructuras del actual código atribuyen a la autoridad un poder absoluto, sin derecho de defensa, un poder exclusivo sin participación. Cualquier obispo o párroco puede destruir toda la libertad que un antecesor había creado. Los casos no son pocos en América latina. Los autores de tales destrucciones pueden invocar la ley que les atribuye un poder absoluto, dictatorial.

El mismo Jesús denuncia la forma como los escribas y los fariseos ejercen la autoridad. “Atan cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).

Como las palabras de Jesús no definen en forma jurídica las relaciones que quiere establecer entre sus discípulos, en el decorrer de la historia fue posible tratar sus palabras como puros símbolos o formas literarios sin contenido jurídico. De hecho en 20 siglos muchas de las antiguas relaciones de dominación en las sociedades humanas, han entrado en la Iglesia. Las relaciones de poder que existen hoy no proceden de la voluntad de Jesús sino de la penetración de estructuras de dominación propias de las culturas en las que la Iglesia se estableció.

LA IGLESIA Y EL PODER EN LA CRISTIANDAD

No es necesario recordar toda la estructura de poder construida en la cristiandad, sobre todo la occidental. Hubo cuatro etapas principales que dieron como resultado aquello que conocemos hoy en día.

La primera etapa ya empezó en la tercera generación cuando se destacaron los presbíteros y al frente de ellos siempre más los obispos monárquicos. Era una imitación de la estructura de las sinagogas y de las hermandades romanas. Pero en el nombre de los apóstoles los obispos conquistaron una autoridad siempre mayor sobre los presbíteros y sobre la organización de las Iglesias. En el 4º siglo los obispos ya han concentrado casi todo el poder y todos los carismas. El Concilio de Nicea, convocado por el Emperador, excluyó todos los que no eran obispos y dio a estos la totalidad del poder.

La segunda etapa vino con Constantino y sus sucesores que hicieron de la Iglesia la religión oficial y obligatoria. En ese momento se creó el clero como casta separada y aislada del pueblo, El clero concentró todo el poder en la Iglesia, suprimió las comunidades y sometió a los laicos a una pasividad total sin ninguna responsabilidad. Se creó un abismo entre el clero y el pueblo, aunque los textos evangélicos sobre el servicio siempre se recordaban, pero sin ninguna conexión con la realidad. Siempre más la Biblia sirve como libro de símbolos que justifican el sistema dándole una ideología con la cual se trataba de convencer a los pueblos. La liturgia del lavatorio de los pies es de una piadosa ironía.

La tercera etapa comenzó con los Papas benedictinos o gregorianos desde el siglo XI. Comienza la movilización progresiva, que durará 10 siglos del clero para que se transforme en ejército del Papa por lo cual el Papa ejerce un poder total sobre la cristiandad. El clero se hace ejército en manos del Papa. Sobre todo los Mendicantes a los que los Papas imponen la ordenación sacerdotal, van a favorecer esta exaltación del poder del Papa ejerciendo presión sobre todo el clero diocesano. Desde entonces se hace una concentración creciente el poder del clero en manos del Papa.

La cuarta etapa vino con el Concilio de Trento que consagra la estructura del clero, afirmando con fuerza sus fundamentos y aumentando el poder centralizador del Papa. Siempre más el Papa es el jefe del clero. Después de la Revolución francesa esta concentración del poder del clero en manos del Papa relaciona el auge que conocemos hoy en día.

Todo esto es muy conocido. No hay necesidad de repetir lo que se encuentra en los libros de historia de la Iglesia.

Nuestra cuestión es la siguiente: ¿cómo fue que se legitimó este crecimiento de la concentración del poder en manos del clero y después en manos del Papa?

Hubo tres grandes motivaciones: la defensa de la ortodoxia de la fe, la defensa de los sacramentos y la defensa de la unidad de la Iglesia.

En primer lugar, se invocó la necesidad de defender la ortodoxia. Para eso era necesario concentrar la autoridad en el clero y en el Papa que solos podían defender la autenticidad de la fe. Aparecieron innumerables herejías y para defender la fe contra las herejías se necesita un poder fuerte: el poder de condenar hasta la muerte en muchos casos. Se montó todo un sistema que incorpora ese poder del clero y del Papa. La Inquisición fue la manifestación histórica más visible y más temida.

La concentración del poder está aumentando todavía hoy en día con los documentos del cardenal Ratzinger. Según estos documentos aparecieron herejías totales que niegan todo el contenido de la fe: así fue la teología de la liberación, y así es la teología de las religiones.

La experiencia de la historia muestra que después de algunos siglos se hace siempre más evidente que las dichas herejías no eran tan distantes de la ortodoxia. El acuerdo entre católicos y luteranos al respecto de la doctrina de la justificación es un buen ejemplo. Las herejías podían expresar otra manera de decir la doctrina de la fe. ¿No será que doctrinas enunciadas en forma diferente fueron tratadas como herejías por la necesidad de tener herejías? Sin herejías el poder del magisterio no se manifiesta y no tiene oportunidad para crecer. Las herejías son necesarias para justificar y aumentar el poder del magisterio. ¿Las herejías no serían inventadas para aumentar el poder del Magisterio?

Por otro lado, la mayoría de las herejías medievales son contestación de lo que confiere tanto poder al Papa y al clero. Es una acusación dirigida al poder del clero. Es una contestación de todo lo que sirve para aumentar el poder del clero. Fue lo que sucedió en el segundo milenio. La herejía es la manera como los laicos se defienden de la dominación intelectual y cultural el clero y del Papa que siempre más está al frente del clero. La herejía es una contestación de poder. ¿Y la defensa contra las herejías no será la defensa del poder del clero? Por detrás de tantas condenaciones – que más tarde se revelan muy relativas, históricas y situadas – no habrá una defensa del poder del clero que se siente amenazado cuando pierde el control de las palabras y no permite que se diga lo mismo con otras palabras? ¿Tantas condenaciones no eran antes de todo una afirmación de poder de la jerarquía y de todo el clero con ella? ¿Las luchas de doctrina no eran en realidad luchas por el poder y por la definición de los poderes?

La segunda motivación del poder del clero es la defensa de los sacramentos. También aquí las herejías atacan los sacramentos, el sistema completo de siete sacramentos. ¿Por qué condenan ese sistema? ¿No será porque los sacramentos son el fundamento del poder clerical? Gracias a los sacramentos que, solo los sacerdotes pueden administrar, los laicos no pueden salvarse sin pasar por las manos del clero, o sea sin someterse a todas las condiciones impuestas por el clero.

En teología rigurosa los sacramentos son signos de la fe, signos del amor de Dios. Sin embargo los sacramentos fueron vividos durante siglos como obligaciones. Los sacramentos son los ritos necesarios para la salvación. Sin ellos no hay salvación. Esta es la ley que los cristianos deben aplicar, y si no la aplican, cometen pecado mortal y pierden la salvación. Los sacramentos siempre son acompañados por amenazas. Son recibidos con temor.. Incluso el clero toma nota de aquellos malos cristianos que no reciben los sacramentos en su debido tiempo. Los sacramentos son el sistema por el que los sacerdotes hacen el paso por su ministerio indispensable. Ellos tienen el monopolio de los sacramentos y todos deben someterse a su monopolio. El sacramento es lo que hay que recibir para evitar el infierno. Los predicadores sabían despertar el terror ante las penas del infierno, y en esa forma lograban empujar a los recalcitrantes para los sacramentos.

Por lo demás los sacramentos son también uno de los principales fundamentos del poder financiero del clero. Este es otro motivo por el que los laicos se resisten a los sacramentos. Con el tiempo el miedo al infierno fue disminuyendo y las personas más formadas se declararon independientes. Antes de la Revolución francesa más del 90% de los franceses iban a misa todos los domingos. Veinte años después el número era de 20%. Habían perdido el miedo al clero que ejercía un control. Antes de la Revolución, los que no recibían los sacramentos eran fichados en la policía y tratados como sospechosos. Después de la revolución ese poder del clero desapareció.

Hoy en día ya no se frecuentan tanto los sacramentos, lo que muestra la poca comprensión del valor de señal, y el sentido de dependencia o de obediencia que tiene en la mente del pueblo. El pueblo ya no teme el infierno como antes, en esa forma pierde la motivación para recibirlos.

En la mente del clero, esta situación es una decadencia. Para el clero los sacramentos son su vida, la manera como se relacionan con el pueblo y su razón de ser. Están allá para celebrar los sacramentos. Para un gran número la vida clerical son los sacramentos. Por eso son también su actividad profesional, su búsqueda de los medios de sobrevivencia. El padre es el que celebra los sacramentos: este es su trabajo profesional. Los sacramentos son la fuente principal del poder del clero y pueden reducirse a eso.

En tercer lugar existe el poder de gobierno. Todos los seglares tienen que subordinarse al clero en todos los actos de una vida cristiana, sobre todo en su comportamiento moral y social. También aquí reina el temor al infierno. En principio esa sumisión tiene por finalidad defender al pueblo cristiano contra el peligro de sus enemigos. En la práctica el gobierno del clero tiende siempre a aumentar su poder. El principio de León XIII prevaleció desde el momento en que la Iglesia se desligó de las monarquías: en materia política hay siempre que buscar alianza y apoyo entre los que más favorecen a la Iglesia, es decir al clero o al Papa. Este principio es de un oportunismo total y muestra la actuación política que es sumisión a los intereses del clero.

Esto nos lleva a contemplar el poder del clero y del Papa en la sociedad. En la cristiandad, el clero constituye la primera clase, la clase más privilegiada, la que tiene más poder, que interviene en todos los asuntos. Controla la economía, controla el poder de los reyes, domina toda la cultura. Este era el ideal. En la práctica, muchos reyes y príncipes no aplican lo que el clero manda: durante la mitad del tiempo los reyes católicos y los emperadores fueron excomulgados. Siempre hubo una cultura subterránea crítica del poder sacerdotal. Y había el poder económico de los judíos, de los banqueros, que no se sometían a las leyes condenando la usura. Pero el clero siempre permaneció fiel al mismo sistema, tratando de recuperarlo siempre, y trató de mantenerlo aún después de las revoluciones liberales del siglo XIX.

El clero no aceptó fácilmente la ruina de la cristiandad que para él significaba una pérdida de poder y una derrota política, económica, cultural. Después de haber dominado durante 15 siglos, él está ahora expuesto a todas las críticas que permanecieron clandestinas durante los 15 siglos. Pues la acusación hecha al clero de que a nombre de Jesucristo, quería dominar la sociedad, se repite incansablemente desde los últimos siglos. Por supuesto jamás el clero aceptará esa acusación, porque siente que sus intenciones son diferentes. El clero invoca sus buenas intenciones en lugar de contemplar los hechos y las estructuras. En sus intenciones, se trata de defender el pueblo cristiano contra el poder económico (de los otros) el poder político (de los otros) y contra las amenazas de corrupción que emanan de una cultura no controlada por el clero. Sin embargo los seglares miran las cosas con más objetividad.

Esta objeción se ha hecho al clero durante siglos. Siempre fue rechazada con indignación por el clero. Este no acepta un examen objetivo y crítico del significado objetivo de sus actos. Cree que está viviendo una vida de servicio y su vida puede ser una vida de dominio en la que los seglares practican el servicio de modo permanente y no los sacerdotes.

Siempre más se repitió la acusación de que el clero quería dominar las conciencias. Que quisiera dominar la sociedad, era todavía soportable. Pero el dominio sobre el pensamiento, la conciencia moral, los valores, esto era insoportable y engendró una reacción terrible. Por que se sabía que el control de las conciencias era aceptación del orden establecido, de la sociedad establecida. El control de las conciencias tenía por finalidad la sumisión de los católicos a la sociedad establecida, la sociedad de cristiandad. Era esencialmente conservador y muchos laicos lo sentían así. En lugar de ser un fermento de libertad, la Iglesia era el principal obstáculo a la libertad. El clero aparecía como clase ligada a la mantención de los poderes constituidos.

La cristiandad ya no existe como totalidad. Sin embargo subsiste en fragmentos de la sociedad, los fragmentos más conservadores que mantienen un pequeño mundo en el que todavía se practica la fidelidad a los comportamientos tradicionales de la sociedad rural medieval. Todavía el clero se preocupa con mantener y fortalecer lo que le queda de poder en la Iglesia. Mantiene por los mismos medios su poder sobre la fracción de la población que le permanece fiel.

VATICANO II

Vaticano II recibió durante sus asambleas muchas denuncias de clericalismo, juridicismo, burocratismo etc. No pudo ocultar las críticas que se hicieron durante 15 siglos y nunca fueron acogidas. De allí salió una teología renovada del pueblo de Dios y del papel de la Iglesia en el mundo. Sin embargo, cuando se trata de definir el papel de los obispos, del clero ya sea en Lumen Gentium o en los documentos dedicados explícitamente al clero, la doctrina es tradicional y no se toma en cuenta los problemas levantados. Se multiplican las exhortaciones morales, pero nada cambia en las estructuras. No se toca el problema del poder y la relación entre la búsqueda del poder y la definición del clero que prevaleció durante 15 siglos. Volvieron a la doctrina conservadora tradicional. En esta todos los problemas sociales se reducen a problemas morales. Si los sacerdotes tuvieran más virtudes, no habría problemas. En realidad si tuvieran más virtud no soportarían la actual estructura. Es imposible imaginar un clero hecho de puros santos. El comportamiento del promedio depende de las estructuras. Si estas estructuras son estructuras de dominación que no conceden al pueblo cristiano ninguna participación en el poder, la exhortación moral será inútil. Se convertirán los que no necesitan conversión y los que la necesitan no irán a darse cuenta de la dominación que ejercen.

Los textos de Vaticano II no entran en el mayor problema que en la mente de muchos obispos, era el mayor problema del siglo: el problema del clero. Muchos otros no podían liberarse del modelo que tenían en la mente y era el rol tradicional del sacerdote como miembro de la clase privilegiada, como funcionario de los sacramentos y defensor del poder de la Iglesia. Dada esta división en el episcopado, no se tocó en el problema.

No se tocó tampoco en la cuestión de la relación entre el clero y el poder político. En realidad muchos pensaban que el partido demócrata cristiano iba a solucionar todos los problemas, restituyendo a la Iglesia una posición privilegiada e impidiendo un cambio de las leyes que fuera desfavorable al clero, o sea, que signifique una reducción del poder del clero en la sociedad, tanto en los códigos, como en la cultura, la educación, los servicios de salud. Contaban con el apoyo de partido políticos católicos para evitar que la Iglesia tuviera que renunciar totalmente a su poder en la sociedad. El mundo cambia, pero la estructura histórica de la cristiandad se mantiene por lo menos como ilusión en la mente del clero.

Una vez que el Concilio no quiso o no pudo entrar en la cuestión del clero, lo que sucedió era previsible. En el primer mundo las vocaciones desaparecieron: no había más credibilidad. En el tercer mundo las vocaciones son numerosas pero basadas en el principio de cristiandad: el sacerdocio ofrece poder en la sociedad y en la Iglesia, lo que es un atractivo grande para los pobres que tienen pocos canales de ascensión social.

IDEALISMO Y REALISMO

Juan Pablo II tuvo como una de sus prioridades la restauración del poder social del clero. Creyó que uno de los medios más eficientes sería la restauración de la disciplina tradicional, lo que restablecería la auto-estima del clero. Por lo menos trató de hacerlo y lo logró en parte por lo menos. Restauró la separación entre el clero y los laicos, y entre el clero y la sociedad, para evitar las tentaciones. Incansablemente hizo todo lo posible para elevar el status del clero. Multiplicó los documentos dirigidos al clero, por ejemplo, con ocasión del Jueves Santo de cada semana santa.

Estos documentos manifiestan siempre una concepción idealista del sacerdocio. No toman en cuenta las condiciones materiales, sicológicas y sociales de la vida sacerdotal. Ignoran los problemas de los sacerdotes de los años 60, nunca superados, y que continúan produciendo los mismos efectos (abandono del sacerdocio, crisis de identidad). Toda esa problemática es tratada como una deficiencia moral. Se soluciona por una afirmación más fuerte de la doctrina, o sea, por una acentuación de la ideología tradicional del clero.

El Papa toma como punto de apoyo los movimientos sacerdotales como Opus Dei, Legionarios de Cristo, Sodalitium y otros movimientos sacerdotales. Todos son integristas en la doctrina, rigoristas en la moral, inflexibles en la disciplina. Son la encarnación de la ley total. Su motor es la ideología clerical, tal como ella fue definida después del Concilio de Trento. Estos movimientos deben mostrar el ejemplo a la masa de los sacerdotes. Serían los conductores del clero. El Papa les concedió el papel que tuvieron los jesuitas en la Iglesia tridentina.

Sucede que estos movimientos son fascinados por el poder. Manifiestan una voluntad férrea de acumular riqueza material, prestigio social, poder político, poder cultural. Fundan instituciones poderosas supuestamente destinadas a la evangelización. No se dan cuenta del espectáculo que ofrecen a la sociedad, espectáculo de sectas religiosas a la conquista del poder. No ven que les va a pasar lo que les pasó a los jesuitas en el siglo XVIII. Hacen alianza con los poderosos, con las instituciones dominantes de la sociedad occidental. Son absolutamente ignorantes de la voz que se levanta desde el mundo de los oprimidos. Ignoran este mundo porque su mundo es el de los dominadores.

En este momento en América latina estos movimientos sacerdotales están de hecho conquistando grandes poderes en todos los sectores, sobre todo en la economía y en la política. Actúan por intermedio de elites laicales que les están totalmente subordinadas. Se crean un laicado fanático totalmente desproveído de espíritu crítico y de libre iniciativa.

El clero inspirado por tales ejemplos se hace puramente oportunista. Cree que el marketing religioso va a solucionar los problemas de la evangelización. Creen que por medio de la manipulación de los medios de comunicación será posible rehacer una nueva cristiandad en la que la Iglesia de nuevo podrá gobernar el mundo.

Como en la cristiandad, creen que van a evangelizar con el poder, por medio del poder, y aumentando su poder. Creen que su poder va a convencer a los cristianos y someterlos a su dominio. No ven que el mundo ha cambiado y que los laicos de hoy no son todos como los laicos de otros tiempos. Creen que el ejemplo de los movimientos sacerdotales integristas va a conquistar la sociedad y fundar un nuevo clero semejante al antiguo y basado en la misma teología. Y creen que los laicos van a someterse a la disciplina del integrismo.

¿Cuáles serían las orientaciones nuevas con relación al poder en la Iglesia hoy día?

1. En primer lugar se necesita reconocer el poder de los laicos, basado en los carismas y dones espirituales que recibieron, las responsabilidades evangelizadoras que asumen, etc.

2. En todas las instancias, desde el concilio ecuménico hasta los consejos parroquiales los laicos deben tener voz deliberativa y pueden decidir con el clero en todo lo que no se refiere a la doctrina definida definitivamente.

3. Los laicos deben tener voz activa en las elecciones en todos los niveles desde la elección del Papa hasta la elección de los párrocos.

4. Los laicos deben tener voz deliberativa en lo que se refiere a la liturgia, a la catequesis y la organización de la Iglesia.

5. El principio básico es que el poder no puede ser concentrado en una sola persona.

6. La base de toda la reforma del sistema de poder es la publicidad. La preparación de las decisiones debe ser abierta, publicada y los documentos necesarios deben estar a disposición de todos. No puede haber secreto de los nombramientos, ni de las decisiones prácticas tomadas por una sola autoridad.

7. Es necesario crear una instancia jurídica independiente en la que las personas que se sienten víctimas de injusticia puedan recurrir. En la actualidad, un laico no tiene defensa frente al clero o a los religiosos; las religiosas no tienen defensa frente al clero; los sacerdotes no tienen defensa frente al obispo; y los obispos no tienen defensa frente al Papa.

El principio básico es que el poder está en todos los cristianos aunque en grados distintos y que la estructura debe reconocer esta situación.

El segundo principio es que ninguna persona humana representa sencillamente el poder de Dios y por lo tanto puede ser corregido en todo lo que no es poder de Dios, sino afirmación de sí mismo. Para eso debe haber una corrección fraterna que debe ser pública.

El poder de Dios crea, construye, edifica, aumenta, confiere más libertad.. Todos los poderes eclesiásticos que no actúan en ese sentido, no son poder de Dios y deben ser contenidos, limitados, corregidos estructuralmente. Las estructuras deben sacar las oportunidades de abusos de poder. Pues, en la Iglesia hay abusos de poder como en cualquier sociedad, y para disminuirlos es necesario que haya normas que equilibran los poderes de todos.

 

COMBLIN, JOSEPH (1923- 2011)

(X. Pikaza, Diccionario de Pensadores cristianos)

Teólogo católico de origen belga, que ha trabajado en América Latina. Estudió en la Universidad de Lovaina, donde ha enseñado en diversas ocasiones. Ha sido también profesor en la Universidad de Campinas (Brasil) y en la Católica de Chile. Ha creado diversas instituciones al servicio de la extensión de la Palabra de Dios y de la liberación social y cultural, siendo expulsado de Brasil y Chile por su labor a favor de los pobres.

Sigue siendo una figura de referencia básica para la conciencia teológica de América Latina. Comenzó trabajando en la línea de la Teología del Desarrollo (vinculada a la Populorum Progressio de Pablo VI, 1967), inclinándose después por una liberación integral del hombre.

Ha elaborado un importante discurso teológico, pero ha dado siempre más importancia al aspecto práctico de la inserción en el mundo de la vida, superando así la ideología liberal del pensamiento de occidente. A su juicio, la opción por los pobres, con el protagonismo liberador de ellos mismos, constituye el centro de la antropología cristiana. La liberación ha de afectar al ser humano en su integridad, personal y social, en diálogo con el mundo, superando de esa forma un neo-integrismo católico que quiere cerrarse en el carácter sacral de la Iglesia entendida como una sociedad jerárquica y separada del mundo.

Ha escrito numerosas obras, en diversos idiomas (francés, portugués, castellano). Entre ellas:
La Résurrection de Jésus-Christ (Paris 1959);
Le Christ dans l’Apocalypse (Tournai 1965; version cast. Cristo en el Apocalipsis, Barcelona 1969);
La théologie de la ville (Paris 1968);
A Igreja e a su Missao (Sâo Paulo 1985);
O Povo de Deus (Sâo Paulo 2002);
Um novo amanecer (Sâo Paulo 2002) ;
Cristianismo y desarrollo (Quito 1970 y Madrid 1985);
Teología de la ciudad (Estella 1972);
Enviado del Padre (Santander 1977);
Teología de la práctica de la revolución (Bilbao 1979);
El Espíritu Santo y la liberación (Madrid 1987);
Jesús de Nazaret (Santander 1989);
Hechos I-II (Estella 1991);
Pablo, apóstol de Jesucristo (Madrid 1995).

Fuente: El Blog de Pikaza

Diálogo entre monseñor Oscar Arnulfo Romero y el Papa Juan Pablo II. Por María López Vigil

Radialistas Apasionadas

El 24 de marzo no sólo renueva la historia del sangriento golpe militar argentino que se inició en el año 1976, es también el aniversario del asesinato del padre Oscar Arnulfo Romero en El Salvador a manos del mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson, fundador del partido ARENA, que hoy gobierna en ese país.

A continuación se reproduce el diálogo entre el recién asumido Papa Juan Pablo II y Monseñor Romero, a propósito de una América Latina sitiada por totalitarismos militarizados a fines de los ‘70.

25 DE MARZO DE 2005

Desde Caracas (Venezuela)

El 24 de marzo no sólo renueve la historia del sangriento golpe militar argentino que se inició en el año 1976, es también el aniversario del asesinato del padre Oscar Arnulfo Romero en El Salvador a manos del mayor del Ejército Roberto D’Aubuisson, fundador del partido ARENA, que hoy gobierna en ese país.

A continuación se reproduce el diálogo entre el recién asumido Papa Juan Pablo IIy MonseñorRomero, a propósito de una América Latina sitiada por totalitarismos militarizados a fines de los ‘70.

Curiosamente, a treinta años de iniciada la ola de persecuciones, torturas y muertes se escucha nuevamente ’la voz de los sin voz’ mientras en el Vaticano se apaga el icono religioso preconciliar que revivió la época de las cruzadas. El ángel del Señor anunció en la víspera…

 

El corazón de El Salvador marcaba

24 de marzo y de agonía.

Tú ofrecías el Pan,

el Cuerpo Vivo,

el triturado cuerpo de tu Pueblo,

su derramada Sangre victoriosa,

¡la sangre campesina de tu Pueblo en masacre

que ha de teñir en vinos de alegría la aurora conjurada!

Estamos otra vez en pie de testimonio,

¡San Romero de América, pastor y mártir nuestro!

Romero de la paz casi imposible en esta tierra en guerra.

Romero en flor morada de la esperanza incólume de todo el

Continente.

Romero de la Pascua Latinoamericana.

Pobre pastor glorioso, asesinado a sueldo, a dólar, a divisa.

Como Jesús, por orden del Imperio.

San Romero de América, pastor y mártir nuestro.

¡Nadie hará callar tu última homilía!

(Pedro Casaldáliga, Poema San Romero de América)

Diálogo

– Compréndame, yo necesito tener una audiencia con el Santo Padre…

– Comprenda usted que tendrá que esperar su turno, como todo el mundo.

Otra puerta vaticana se le cierra en las narices.

Desde San Salvador y con el tiempo necesario para salvar los obstáculos de las burocracias

eclesiásticas, Monseñor Romero había solicitado una audiencia personal con el Papa Juan Pablo II. Y viajó a Roma con la tranquilidad de que al llegar todo estaría arreglado.

Ahora, todas sus precauciones parecen desvanecidas como humo. Los curiales le dicen no saber nada de aquella solicitud. Y él va suplicando esa audiencia por despachos y oficinas. – No puede ser -le dice a otro-, yo escribí hace tiempo y aquí tiene que estar mi carta…

– ¡El correo italiano es un desastre!

– Pero mi carta la mandé en mano con…

Otra puerta cerrada. Y al día siguiente otra más. Los curiales no quieren que se entreviste con el Papa. Y el tiempo en Roma, a donde ha ido invitado por unas monjas que celebran la beatificación de su fundador, se le acaba.

No puede regresar a San Salvador sin haber visto al Papa, sin haberle contado de todo lo que está ocurriendo allá.

– Seguiré mendigando esa audiencia -se alienta Monseñor Romero.

Es domingo. Después de misa, el Papa baja al gran salón de capacidad superlativa donde le esperan multitudes en la tradicional audiencia general. Monseñor Romero ha madrugado para lograr ponerse en primera fila. Y cuando el Papa pasa saludando, le agarra la mano y no se la suelta.

– Santo Padre -le reclama con la autoridad de los mendigos-, soy el Arzobispo de San Salvador y le suplico que me conceda una audiencia.

El Papa asiente. Por fin lo ha conseguido: al día siguiente será.

Es la primera vez que el Arzobispo de San Salvador se va a encontrar con el Papa Karol Wojtyla, que hace apenas medio año es Sumo Pontífice. Le trae, cuidadosamente seleccionados, informes de todo lo que está pasando en El Salvador para que el Papa se entere. Y como pasan tantas cosas, los informes abultan.

Monseñor Romero los trae guardados en una caja y se los muestra ansioso al Papa no más iniciar la entrevista.

– Santo Padre, ahí podrá usted leer cómo toda la campaña de calumnias contra la Iglesia y contra un servidor se organiza desde la misma casa presidencial.

No toca un papel el Papa. Ni roza el cartapacio. Tampoco pregunta nada. Sólo se queja.

– ¡Ya les he dicho que no vengan cargados con tantos papeles!

Aquí no tenemos tiempo para estar leyendo tanta cosa.

Monseñor Romero se estremece, pero trata de encajar el golpe. Y lo encaja: debe haber un malentendido.

En un sobre aparte, le ha llevado también al Papa una foto de Octavio Ortiz, el sacerdote al que la guardia mató hace unos meses junto a cuatro jóvenes. La foto es un encuadre en primer plano de la cara de Octavio muerto. En el rostro aplastado por la tanqueta se desdibujan los rasgos indios y la

sangre los emborrona aún más. Se aprecia bien un corte hecho con machete en el cuello.

– Yo lo conocía muy bien a Octavio, Santo Padre, y era un sacerdote cabal. Yo lo ordené y sabía de todos los trabajos en que andaba. El día aquel estaba dando un curso de evangelio a los muchachos del barrio…

Le cuenta todo al detalle. Su versión de arzobispo y la versión que esparció el gobierno.

– Mire cómo le apacharon su cara, Santo Padre.

El Papa mira fijamente la foto y no pregunta más. Mira después los empañados ojos del arzobispo Romero y mueve la mano hacia atrás, como queriéndole quitar dramatismo a la sangre relatada.

– Tan cruelmente que nos lo mataron y diciendo que era un guerrillero… -hace memoria el arzobispo.

– ¿Y acaso no lo era? -contesta frío el Pontífice.

Monseñor Romero guarda la foto de la que tanta compasión esperaba. Algo le tiembla la mano: debe haber un malentendido.

Sigue la audiencia. Sentados uno frente al otro, el Papa le da vueltas a una sola idea.

– Usted, señor arzobispo, debe de esforzarse por lograr una mejor relación con el gobierno de su país.

Monseñor Romero lo escucha y su mente vuela hacia El Salvador recordando lo que el gobierno de su país le hace al pueblo de su país. La voz del Papa lo regresa a la realidad.

– Una armonía entre usted y el gobierno salvadoreño es lo más cristiano en estos momentos de crisis.

Sigue escuchando Monseñor. Son argumentos con los que ya ha sido asaeteado en otras ocasiones por otras autoridades de la Iglesia.

– Si usted supera sus diferencias con el gobierno trabajará cristianamente por la paz.

Tanto insiste el Papa que el arzobispo decide dejar de escuchar y pide que lo escuchen. Habla tímido, pero convencido:

– Pero, Santo Padre, Cristo en el evangelio nos dijo que él no había venido a traer la paz sino la espada.

El Papa clava aceradamente sus ojos en los de Romero:

– ¡No exagere, señor arzobispo!

Y se acaban los argumentos y también la audiencia.

Todo esto me lo contó Monseñor Romero casi llorando el día 11 de mayo de 1979, en Madrid, cuando regresaba apresuradamente a su país, consternado por las noticias sobre una matanza en la Catedral de San Salvador.

Testimonio de María López Vigil, autora del libro PIEZAS PARA UN RETRATO, UCA Editores, San Salvador 1993

(Información recibida de la Red MUndial de Comunidades Eclesiales de Base)

Fuente: RedesCristianas

Iglesias sin curas. Por Manuel de Unciti

Hasta un ‘sabio distraído’ como Rafael Sánchez Ferlosio lo ha advertido y lo ha proclamado, con total desparpajo según su costumbre, a los cuatro vientos: «Su problema más grave es la desesperación porque no tiene vocaciones». Se refería -fácil es de entender- a la Iglesia. Y hay que añadir que son muchos los católicos que, con mayor o menor acierto, comparten este juicio o esta aprensión. «La Iglesia, dicen, se queda sin curas, sin sacerdotes».

Tal vez sería bueno recordar a estos temerosos y preocupados por el futuro de la fe que el término ‘sacerdote’ no aparece en los textos del Nuevo Testamento y que solo a partir del siglo III las comunidades cristianas le conceden carta de ciudadanía ¡y de qué manera, válganos Dios! Durante los doscientos primeros años de la Iglesia nadie habló de sacerdotes ni de curas. La denominada ‘Carta a los hebreos’ es el primer documento cristiano en que se habla de ‘sacerdocio’; lo hace, como es sabido, con referencia explícita a Cristo. Pero este importantísimo documento canónico no tiene al apóstol Pablo como autor -según se ha creído durante siglos- sino que es de una época posterior, redactado por cristianos admiradores del ‘Apóstol de las gentes’ y entre los que figuraban, por lo que parece, levitas y sacerdotes de la Antigua Alianza llegados al cristianismo con una exagerada añoranza del esplendor que tuvo en su día el templo de Jerusalén… Y no son obra de Pablo, igualmente, las cartas a Tito y a Timoteo, documentos canónicos que suelen citarse en apoyo del ‘orden sacerdotal’. Las comunidades cristianas contaban, como es natural, con personas que las presidían y ordenaban -que celebraban la Eucaristía del Señor- pero que no eran ministros consagrados. Tertuliano afirma resueltamente, a la altura del siglo III, que cualquier bautizado bien visto por la comunidad de los hermanos solía presidir la ‘Cena del Señor’ o Eucaristía. Y de hecho, el diccionario de uso corriente en las comunidades de los primeros siglos echa mano de términos de la vida civil para designar los diferentes cargos que dirigían y servían a los seguidores de Jesús. El bien conocido teólogo José María Castillo enumera no menos de diez cargos y servicios habituales en el seno de las comunidades cristianas; y todos ellos con nomenclatura profana o civil. Más aún: hasta el mismo término ‘orden’ -que con el adjetivo de ‘sacerdotal’ ha llegado hasta hoy- tiene su origen y uso en la esfera social romana. Se hablaba así del orden de los senadores y del orden de los caballeros; y tanto en un caso como en el otro, la pertenencia al ‘ordo’ comportaba prestigio, riqueza, boato, separación de la masa… Cuando las comunidades cristianas se apropiaban de este término, ¿eran conscientes de que estaban dejando a un lado la enseñanza de Jesús, «el que sea mayor entre vosotros, muéstrese como el menor», o se estaban contagiando de las pompas y vanidades de este mundo?

Estaba a un caer el reconocimiento del cristianismo en la esfera de lo civil con la llamada ‘paz constantiniana’ (año 313) y sabido es cómo son muchos los que sitúan en ese reconocimiento -en sí mismo positivo- el comienzo de una cierta mundanización de la Iglesia que con el tiempo le llevaría a más de un exceso. Es de toda justicia subrayar la inmensidad de bienes que ha reportado a las comunidades cristianas la fórmula del ‘orden sacral’; pero también es obligado subrayar el veneno que la dicha fórmula ha inoculado en el cuerpo de la Iglesia: el gran contingente de los laicos se ha ido configurando poco a poco como masa que oye y calla, obedece a lo que se le manda y espera cruzada de brazos hasta un nuevo mandato… La participación activa de los seglares en la marcha de la Iglesia ocupa ya, por fortuna, un primer plano de actualidad en la literatura cristiana de nuestro tiempo, pero -por desgracia y salvo contadas excepciones- la tan traída y llevada participación laical no pasa de ser un pío desideratum. La fórmula del ‘ministerio sacro’ u ‘ordo sacerdotal’, por el contrario, se fue expandiendo y consolidando a lo largo de la historia; y ha llegado hasta el día de hoy imponiendo una nítida distinción entre clérigos y laicos. Persistirá, ay, esta distinción mientras las comunidades estén presididas día y noche por un ministro consagrado que tiene ‘la sartén por el mango y el mango también’.

Y surge la pregunta: ¿no sería cosa de retornar al estilo de los primeros tiempos de la Iglesia en que los ‘liberados’ -sin más ‘sacralidades’- se dedicaban a dar vida a nuevas comunidades, a ser testigos de la fe de unas comunidades ante otras, a servir de vínculos de caridad de todas las comunidades entre sí? A cuantos se sientan confundidos, perplejos y tal vez escandalizados ante estas propuestas, habrá que recordarles la magnífica expresión del jesuita padre Rahner: «Jesús no es el fundador de la Iglesia sino su fundamento». Cada generación, cada tiempo tendrá que ver cómo organizarse al servicio del Reino de Dios.

 

Manuel de Unciti es sacerdote y periodista.

Fuente ElCorreo.es

Carta a un seminarista. Por Andrés Muñoz

Querido seminarista: No tengo el gusto de conocerte, porque hace tiempo que no voy por el seminario, debido a problemas alérgicos. Pero deseaba ponerme en contacto contigo, ahora que llega el Día del Seminario, para ofrecerte el Servicio de Atención de la Comunidad, (S.A.C.), que se ocupa del cuidado, participación e igualdad entre todos sus miembros, y del que no creo que te hayan hablado tus formadores.

El S.A.C. ha lanzado el Plan Integral de Refundación de la Iglesia Católica (P.I.R.I.C.), en el que se incluye una Campaña de Prevención de Riesgos Laborales, dirigida expresamente a seminaristas que, como a ti, los están modelando en la actual estructura eclesial para ser futuros profesionales de la religión.

A través de estudios, investigación, encuestas y diagnóstico popular se han detectado riesgos, accidentes y/o enfermedades en el clericalato que perjudican a varones célibes y, por extensión a toda la sociedad, por lo que urge su prevención.

Los riesgos profesionales clericales más agresivos son, como se sabe, la pederastia, la pedofilia, el abuso de menores y la discriminación de la mujer, víctima del celibato impuesto, de cuya gravedad y prevención no hace falta insistir.

Pero hay otra serie de peligros igualmente dañinos como la “Robotitis”, virus que se inocula por la demasiada exposición y contacto con materiales de chatarra y desecho provenientes de la teología escolástica, el derecho canónico, el magisterio eclesiástico, la moral sexual vaticana o la espiritualidad pietista, que pueden degenerar en ceguera o dependencia.

También está “El síndrome de poder”, popularmente conocido como “Cojonitis Aguda”, que es la inflación de los ganglios machistas por ponerlos encima de la mesa reiteradamente, que producen exclusión, ordeno y mando y la parroquia es mía.

El “Mobbing Celibatario” es la opresión que sufren muchos curas, localizada en la zona cardiaca y lumbar baja, utilizándose como falsos paliativos el ocultamiento o el apaño sentimental.

Otro riesgo es el “Mal de Sacristía” que se objetiva en una claustrofobia a lo social, reivindicativo, político y laical, para refugiarse en lo ritual y sagrado. Este problema se somatiza en el ombligo.

“Feminalergia” es otra dolencia eclesial y clerical de tipo crónico que se produce por el endoparásito institucional que contagia a los más cercanos y cuyos efectos colaterales lo sufren el 50% de los creyentes, es decir, las mujeres.

El “Traumatismo Múltiple” son las lesiones en los órganos y tejidos vitales de profesionales como teólogos, investigadores, exegetas, profesores, curas casados, homosexuales…, provocadas por prácticas jerárquicas abusivas.

Sin querer ser exhaustivo, te menciono, por último, otros cuantos riesgos de forma abreviada, a los que tendrás que estar atento para no ser víctima de ellos, como pueden ser una parálisis doctrinal, miopía comunitaria, estados climatéricos, asfixia ortodoxa, modorra litúrgica, numismática febril, manía persecutoria, morbosidad privilegiativa y otras manifestaciones curiales que pueden derivar en sarpullidos, eccemas y pruritos sociales.

Para evitar todos estos riesgos, problemas, conflictos, accidentes y/o enfermedades del clero te remito al Plan Integral de Refundación de la Iglesia Católica (P.I.R.I.C.), anteriormente mencionado, que consiste básicamente en un cambio radical del modelo productivo eclesial: cambio estructural, teológico y litúrgico, que da como resultado que otra Iglesia es posible y necesaria.

Para ser eficaz este plan se apoya en estos presupuestos: la comunidad antes que la institución, todos creyentes y no curas y laicos, la vida antes que el culto, Dios antes que ortodoxia, el espíritu por encima de la ley, igualdad varón-mujer, el amor en lugar de derecho canónico, ministerios y no privilegios, el reino de Dios y su justicia y después, mucho después la Iglesia.

De este planteamiento se deduce que no se trata de una reforma, ni una renovación, ni una restauración sino de una refundación o vuelta a la Iglesia de los primeros tiempos, en la que, entre otras cosas, no existía el status clerical o ministerio ordenado como casta y se daba el protagonismo a la comunidad, grande y pequeña, para repartir funciones y ministerios según la necesidad y los carismas.

No me puedo extender más en la descripción detallada de esta otra Iglesia, porque sería objeto, no de una carta, sino de un diálogo en profundidad, pero me gustaría que pensaras esta propuesta y la dieras a conocer a tus compañeros, porque se evitarían todos los riesgos, accidentes…propios de los clérigos y porque creo que esta visión eclesial tiene futuro.

Te puedes informar con más detalle en estos lugares de referencia: Teología de la Liberación, Comunidades de base, Redes Cristianas o movimientos como Somos Iglesia, Comunidades Populares, Moceop, Mujeres y Teología entre otras. Aquí encontrarás personas que te acogerán y te mostrarán sus experiencias comunitarias y en donde verás que no solo Otra Iglesia es posible sino que Otra Iglesia es ya realidad.

Espero verte por aquí. Nos conoceremos.

Fuente: Eclesalia

Alternativas para una iglesia de altares vacíos. Entrevista al Obispo Fritz Lobinger

(Entrevistado por Emilia Robles)

El obispo Fritz Lobinger (Passau, Alemania, 1929) lleva más de 50 años en Sudáfrica. Titular de la diócesis de Aliwal de 1988 a 2004, continúa viviendo en Durban. Fue cofundador en África de los Institutos Lumko de Misionología, con el modelo pastoral de pequeñas comunidades cristianas y el método de la ‘Biblia compartida’. Ha viajado por varios continentes, particularmente África, Asia y, recientemente, América Latina. La falta de presbíteros y la maduración de las comunidades cristianas son su principal preocupación pastoral.
Ante esto, propone que no se dejen solos a los obispos y al Papa en esa difícil tarea de dar salida a la “falta de vocaciones”, y que la comunidad de discípulos se implique activa y dialogalmente, buscando el consenso y la comunión corresponsable. Sus propuestas para la solución al ministerio presbiteral siempre están conectando con la gran tradición de las primeras comunidades paulinas.
Ha escrito varios libros en alemán, inglés y portugués. En primavera podremos leer en español sus dos últimos libros, Equipos de ministros ordenados y El Altar vacío (ambos en Herder). Su propuesta, reflexionada hasta en los detalles, fundamentada y abierta al debate, va encontrando cada vez más eco en una grave preocupación eclesial. Un gran tema pendiente para ser abordado en un amplio y corresponsable clima conciliar.

Lleva años pensando y escribiendo sobre esta propuesta de dos formas complementarias de ministerio presbiteral en la Iglesia católica. ¿Cuándo y cómo comenzó a reflexionar sobre esta propuesta?

Empecé ya a reflexionar sobre ello en la década de 1970, cuando vi con mis propios ojos cómo muchas comunidades sin curas residentes estaban ansiosas de poder ejercer los ministerios desde ellas mismas, haciendo voluntariamente ese trabajo. No sólo lo he visto de forma aislada, sino en muchísimas ocasiones. Y no sólo en mi diócesis, sino en muchos países de África, Asia y América Latina. He visto que estos ministros voluntarios han funcionado bien durante muchos años. Ante esta realidad, me pregunté: si las comunidades pueden ejercer tantos ministerios, ¿no es nuestro deber confiarles también el ministerio ordenado?

Al tiempo, vi que los sacerdotes habían asumido un nuevo papel de formadores de los líderes locales. Era imposible que pudieran estar presentes todo el tiempo en las diez, veinte o cincuenta comunidades a su cargo, pero sí podían estar presentes a través de los líderes locales capacitados. Así que el cura-proveedor (de servicios) se había convertido en cura-formador, con gran satisfacción por su parte. Todo esto me llevó a pensar que es posible, de manera realista y consensuada, ordenar a los líderes locales.

¿Cree que este proyecto es apto para ser aplicado en cualquier comunidad? ¿Cuáles serían las condiciones previas para su aplicación?

Este proyecto no puede desarrollarse de forma inmediata en todas las comunidades, pero sí, con el tiempo, en la mayoría de ellas. Hay muchas parroquias en las que predomina una actitud pasiva. Nunca han oído hablar –ni piensan– en la posibilidad de que ellos mismos hayan de ejercer los carismas que han recibido. Ni siquiera son conscientes de que los tienen. Piensan que todo el ministerio tiene que ser ejercido sólo por un sacerdote a tiempo completo que les envía el obispo. En ellas no deberíamos ahora ni siquiera mencionar la posibilidad de ordenar líderes.

El primer paso –en ellas– es transmitirles el mensaje del Concilio Vaticano II, que dice que todos los fieles tienen carismas y que éstos deben ser desarrollados. Hay que comenzar por poner los cimientos de un fuerte espíritu comunitario. Las comunidades deben, primero, superar el sentimiento de que “todo lo que se hace en la parroquia lo tiene que hacer el sacerdote; el sacerdote es la Iglesia”. Las miles de comunidades de las que hablé anteriormente ya han desarrollado esta convicción: “Somos la Iglesia. Las tareas de la Iglesia son nuestras propias tareas”. Este cambio de conciencia no se logra a través de sermones, sino dialogando entre todos y planteándonos qué estamos haciendo y qué podemos hacer, es decir, tomando decisiones juntos. El consejo parroquial debe convertirse en un lugar donde se escucha la voz de toda la comunidad y donde esta voz es respetada.

Otra manera sencilla de empezar a crear espíritu de comunidad es a través del Evangelio compartido entre pequeños grupos de vecinos. Basta con que el sacerdote asista un par de veces para iniciar el grupo; después, funcionan solos. Este método de trabajo ayuda a convencer a todo el mundo de que todos somos receptores del mensaje, que todos nosotros podemos comentar el Evangelio y que todos somos hermanos y hermanas en la Iglesia.

¿Esta propuesta de ordenar presbíteros en las comunidades es algo nuevo o ya existía en la gran tradición de la Iglesia?

La ordenación de los líderes locales voluntarios ha sido la norma en la Iglesia durante algunos siglos. Leemos en la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, cómo san Pablo lo hizo cuando él y sus compañeros visitaron las comunidades de reciente formación: “En cada una de estas comunidades a las que visitaron, ordenaron ancianos”. Esto significa que en cada pequeña comunidad cristiana no sólo había uno, sino varios líderes ordenados. Ninguno de ellos era asalariado de la Iglesia, sino que todos siguieron en su trabajo secular. Durante algunos siglos, era evidente que había presbíteros que no se enviaban a la comunidad, sino que surgían de dentro de ella.

En la práctica oficial de la Iglesia, lo que una vez ha sido aceptado, puede volver a ser aceptado hoy día. Es un modelo que se nos permite seguir. Es, además, muy conveniente para nuestros tiempos. En estos días se observa un afán nuevo de los laicos para participar activamente en la Iglesia, y también sufrimos una grave escasez de sacerdotes. Por tanto, es imperativo para nosotros retomar esa tradición venerable de la Iglesia de ordenar a los líderes locales probados.

¿Qué aspectos de la propuesta podrían propiciar un consenso entre los diversos sectores de la Iglesia?

El consenso sólo será posible en la Iglesia si queda claro que la propuesta no destruye el sacerdocio existente. En este momento, muchos obispos tienen miedo de que la ordenación de los líderes locales ponga en peligro a los sacerdotes actuales. La forma actual del sacerdocio seguirá siendo como es, incluso puede salir beneficiada, si una segunda forma emerge junto a ella, de tal manera que las dos formas se necesiten y se refuercen mutuamente. Tampoco pedimos “sacerdotes casados”, contraponiéndolos a lo que algunos pueden vivir como elevado ideal de entrega total y espiritualidad específica del sacerdote célibe. Nosotros pedimos la ordenación de los líderes locales. Por supuesto, estos líderes locales son gente madura, en general, casada, pero nuestro objetivo es que sean personas que procedan de la comunidad. Y los actuales sacerdotes seguirán junto a ellos, como hasta ahora.

De los dos últimos libros que usted ha publicado sobre este tema, uno, ‘El Altar vacío’, es un libro ilustrado. ¿Qué se pretende con este formato, bastante novedoso para tratar temas en la Iglesia?

El uso de imágenes hace que sea mucho más fácil hablar de este asunto tan complejo. El problema de las comunidades sin presbíteros no se puede resolver respondiendo a una sola pregunta. Abordar en profundidad la cuestión requiere responder a un conjunto de preguntas. Y no podemos responderlas todas a la vez. Es más fácil concentrarse en una de esas muchas preguntas si en la imagen que se tiene ante los ojos aparece sólo este único aspecto. El uso de imágenes reduce los malentendidos. Las imágenes son también un estimulante para la mente. Nos ayudan a imaginar lo que sucedería si esta propuesta se llevara a cabo.

Insiste en que los nuevos “ministros ordenados” no traten de imitar la forma actual del sacerdocio. ¿Por qué?

Sí, eso me parece muy importante. Y por varias razones. Una es que los presbíteros voluntarios –con una vida similar a la del resto de los fieles en cuanto a familia, trabajo, etc.– quedarían sobrecargados, porque la gente esperaría, entonces, demasiado de ellos. Por otra parte, los actuales sacerdotes se sentirían degradados, porque entenderían que los presbíteros voluntarios harían lo mismo que ellos, sin tanta formación y sin la renuncia que implica el celibato. Además, tal vez, entre los jóvenes no se diferenciaría una vocación específica como la del presbítero célibe con total disponibilidad. Y la comunidad seguiría siendo pasiva, porque los nuevos ministros ordenados otra vez iban a hacer todo por ellos. Por ello, creo que ayuda a la diferenciación el criterio de que no se ordene nunca sólo a un líder, sino siempre a dos o tres en cada comunidad, es decir, a un equipo pequeño.

¿Cuáles son las ventajas del “equipo de ministros ordenados” en comparación con un solo ministro ordenado?

Si sólo se ordenara a una persona en cada lugar, este ministro local ordenado puede parecer demasiado similar a un sacerdote a tiempo completo. La gente esperaría tanto de esa persona como del cura actual. Esto significa que la propia persona ordenada se sentirá frustrada, y lo mismo ocurrirá con el resto de la comunidad. Esto aligeraría de tareas a cada miembro del equipo, que de esta forma no quedarían sobrecargados. Además, a muchos líderes que trabajan muy bien no les gusta ser la única persona ordenada en la comunidad. Prefieren unirse a un equipo, asumir la responsabilidad juntos y seguir siendo como el resto de los habitantes.

¿Cómo cree que los sacerdotes actuales aceptarán mejor esta alternativa complementaria dentro del ministerio presbiteral? ¿Qué puede ayudar a que reciban la propuesta con mayor confianza y positividad?

A los sacerdotes que ya hoy se dedican a la formación de los líderes les gustará nuestra propuesta, porque también en el futuro podrán hacer lo mismo, y mejor. También a los que les gusta sentirse entre la gente y trabajar juntos con el pueblo. Le disgustará a los que acostumbran a hacer todo solos, sin contar con los demás. O a los que quieren que se les distinga como alguien muy diferente, porque esta propuesta da mayor relieve a los líderes locales. Pero, incluso en estos casos, entiendo que eso no ocurre sólo por la manera de ser de algunos sacerdotes, sino que ciertas tendencias personales se ven potenciadas por la actual estructura de funcionamiento.

En cuanto a la segunda cuestión, creo que ayudará mucho el que los sacerdotes actuales ejerzan directamente el rol de formadores de los líderes. No deben delegar esta tarea en ningún centro diocesano. Esto les proporcionará mayor satisfacción personal y sentido de su ministerio.

¿Cuáles son las principales objeciones y los obstáculos en contra de este proyecto? ¿Por dónde podrían empezar a sortearse estas dificultades?

Tristemente, vemos algunos obispos y sacerdotes que quieren volver a los viejos tiempos, mientras que la gran mayoría de los laicos quiere seguir hacia delante. Esta tensión, si no se aborda bien, resulta peligrosa porque puede abrir brechas insalvables en la Iglesia. Algunos se opondrán también a la propuesta porque piensan –erróneamente– que el sacerdocio no ha cambiado nunca ni puede cambiar. Pero la realidad es que, en la historia, ha cambiado muchas veces y puede volver a cambiar.

Otros pueden poner objeciones porque subestiman a los laicos y no van a creer que los líderes locales puedan ser ordenados como presbíteros, dedicados a tiempo parcial. Pero tenemos la prueba ya, en comunidades sin sacerdotes, de que líderes de muchas de estas comunidades activas y maduras son capaces y están dispuestos a ejercer muchos ministerios, también el ministerio ordenado. Entiendo que todas éstas y otras dificultades han de sortearse a través de un debate amplio de todos estos aspectos en nuestra Iglesia, siempre en un clima de diálogo y colaboración.

Usted ha visitado y compartido durante muchos años la experiencia de varias Iglesias cristianas que ya combinan estas dos formas de ministerio presbiteral. ¿Qué es lo que podemos aprender, pues, de esas experiencias?

Sí, de eso hablo extensamente también en mis dos últimos libros. Al implementar estos cambios no debemos considerar únicamente un aspecto, por ejemplo, la necesidad de más sacerdotes. También debemos considerar otras cuestiones como la necesidad de hacer las comunidades activas. Por otro lado, es definitivamente posible combinar dos cosas: una profesión secular y el sacerdocio. Hay miles de presbíteros a tiempo parcial en varias Iglesias cristianas. Y, luego, es necesario que haya mucho diálogo en toda la Iglesia para desarrollar la propuesta.

 

Fritz Lobinger es Obispo emérito en Sudáfrica y autor de ‘Equipos de ministros ordenados’
Fuente Revista Vida Nueva

Canciller del Cielo. Por Guillermo “Quito” Mariani

Desde las monarquías los soberanos acostumbraban a tener un canciller que era tan poderoso como el mismo monarca aunque actuaba en su representación. En caso de errores diplomáticos o tácticos los cancilleres o secretarios eran  destituidos.

Los pontífices romanos son considerados como una especie de cancilleres de Dios, a perpetuidad. No es posible destituirlos a no ser que el mismo Monarca del cielo ordene su desaparición. Como cancilleres del cielo, ellos tienen la potestad de abrir o cerrar las puertas, de sellar los decretos, de orientar autoritariamente las políticas del reino.

El 1ro de Mayo, Benedicto XVI, canciller del cielo, entreabrirá la puerta a un antecesor absolutamente identificado con él en la política anticonciliar de la iglesia actual. De eso viene a tratarse una “beatificación”. Con un permiso especial otorgado por él mismo, abrevió el tiempo de cinco años para comenzar el llamado “proceso de beatificación”. Acaba de concluir con la constatación de un milagro, dificultosamente aprobado como tal, que se debería a la influencia que Juan Pablo II tiene frente a Dios. Es curioso que este anticipo del tiempo prudencial para iniciar un proceso que se denomina como “heroicidad de virtudes”, haya sido violado en los últimos tiempos, de acuerdo al criterio pontificio. Sucedió con la madre Teresa de Calcuta y ahora con Juan Pablo II. Anteriormente Juan  Pablo II después de una valiosa colaboración del Opus Dei para salvar las finanzas pontificias, apresuró la canonización de su fundador José María Escrivá de Balaguer beatificado en 1981 y canonizado ( lo que significa abrirle por completo las puertas entornadas ) en el 2002.

Es conocido que, como prueba definitiva agregada a todos los testimonios de “heroicidad de virtudes” se necesitan uno o dos milagros, constatados científicamente por los expertos del Vaticano. Esos milagros, certificados por el Canciller como de autoría divina, aseguran que el integrado a la lista oficial (canon) está en el Cielo. El apresuramiento de Benedicto XVI es explicable si se piensa que él fue el personaje más influyente en el pontificado anterior y esto significará su propia pequeña beatificación. Aquí es preciso detenerse para dos reflexiones muy simples. Primero: ¿puede alguien arrogarse el privilegio de conocer perfectamente lo que pasa en ese espacio de Dios que llamamos “trascendencia” o Cielo? ¿No es atrevimiento juzgar que Dios interrumpe las leyes naturales, como en una especie de diversión juvenil, para mostrar que premió a un ser humano con su presencia celestial? Y segundo ¿No sería legítimo exigirle a este Dios que se preocupara de hacer otros tantos milagros como hacen falta para remediar tantas flagrantes injusticias y sufrimientos de inocentes (entre otras cosas)?

Me vienen a la memoria dos títulos “Los santos vienen marchando” la famosa melodía de Louis Armstrong y “Los santos van al infierno” el libro de G. Cesbrón. Aunque no haya sino una referencia lejana, creo que los dos títulos sirven para mostrar una realidad. Por una parte, que en ese Cielo ya tiene que haber preocupación porque son tantos los santos que mandan sus cancilleres (previa organización de grandes peregrinaciones y contratos con las compañías de viajes), que ya se produce superpoblación. Por otra parte los verdaderos santos, con heroicidad de virtudes, como Angelelli, Romero, Casaldáliga, Samuel Ruiz, Helder Camara, y los que con claridad y limpieza construyen una teología humanizada, son enviados al foso, condenados y excluidos. Al infierno, como Küng, Castillo Sánchez, Pagola, Alvarez Valdés, Boff, Gutiérrez, Tamayo, Fiorenza…

Juan XXIII  hizo demasiado bien a la Iglesia, actualizando su diálogo con el mundo. Y esto es imperdonable para el actual pontífice. Por eso el proceso de su beatificación no marcha.

Nadie tiene por qué cargar con pecados de sus amigos, pero sobre Juan Pablo II pesa la responsabilidad de no haber aclarado la muerte de Juan Pablo I y la de haber detenido en más de una oportunidad la investigación sobre el abusador Marcial Maciel fundador de los Legionarios de Cristo, su amigo íntimo. El 1ro. de Mayo el Canciller de Dios firmará y afirmará solemnemente la condición de beato de Juan Pablo II, y si se produce otro milagrito, próximamente llegará la canonización.

La Iglesia católica optó por los ricos. Por José Comblin

Es tan buena esta entrevista a nuestro querido José COMBLIN, habla con tanta libertad y tanta clarividencia, que no nos permitimos privar a nuestros lectores de se lectura ni un día más, aunque hoy ya hayamos publicado un artículo extenso. En síntesis dice Comblin:  el problema es el Papa, o sea la función del Papa, una dictadura implacable con muchas formas de dulzura y amabilidad, pero implacable. Y esto se vio, después del Vaticano II, antes en Europa que en América. Pero ahora nos damos cuenta que la dictadura romana está destruyendo lo que por aquí se había adelantado como “iglesia de los pobres, de base, de liberación”.

ENTREVISTA publicado en revista El Periodista, edición Nº 200, 30 de diciembre 2010

JOSÉ COMBLIN, CREADOR DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN: “LA IGLESIA CATÓLICA OPTÓ POR LOS RICOS”

José Comblin nació en Bruselas en 1923. Hoy, con 87 años, llegó a Chile a visitarnos, ver nuestra realidad y mostrar su pensamiento. Lo hizo como en 1972, cuando expulsado de Brasil, lugar donde residía, este cura belga, uno de los creadores de la Teología de la Liberación, se vio obligado a salir y buscar refugio en el país de la Unidad Popular.

Hace 60 años que es sacerdote, fue unos de los creadores de la Teología de la Liberación y se vino a América porque estaba frustrado de la iglesia europea, “con una fachada todavía poderosa pero donde el evangelio estaba ausente”, y encontró su oportunidad cuando Pío XII pidió sacerdotes “para luchar contra el comunismo de America Latina

Tras su paso por Chile, volvió a Brasil. Escribió un libro denunciando la doctrina estadounidense de la seguridad nacional lo que le valió una nueva expulsión. Regresó a Brasil, donde vive desde 1980.

Entrevista

P: Usted conoce bien Chile y las almas de los chilenos ¿estamos bien, nos encuentra felices o despreocupados?

R: “Felices. A lo mejor porque he estado con personas felices, no parece haber preocupación. No hablaron mucho del bicentenario, no sé si tal vez no hubo fiestas animadas, pero los chilenos son los ingleses de América del Sur. No son tan exuberantes”.

    P: En los años 60 y 70, con todo el auge de la teología de la Liberación, ¿se imaginaba este mundo?

    R: “Hubo mucha concentración en la economía. No se pensaba, así mismo, que el porvenir sería un culto a esa concentración. Nadie se podía imaginar una evolución así”.

      P: ¿Qué queda de la teología de la liberación?

      R: “El promedio de edad es de 80 años, los teólogos de la liberación son mayores de 80 y no apareció una nueva generación. La represión fue muy fuerte, terrible y la dictadura del Papa aquí en América Latina es total y global. Acá se puede criticar a Dios, pero no al Papa. El Papa es más divino que Dios. Cualquier cosa que venga de Europa se aplica radicalmente, por otra parte, el papa Juan Pablo II, nombró toda una serie de  obispos disciplinados, sumisos, obedientes, de tal modo que es difícil encontrar en América Latina algún obispo con cierta personalidad, fueron elegidos justamente porque no tenían personalidad. Ahí las consecuencias: sumisos.

        La Teología de la Liberación no ha sido bien vista y el Papa ha sido el gran enemigo y adversario. Ni en los seminarios ni en las facultades de teología se puede hablar de eso. Entonces, apareció una nueva generación que considera que eso es ya del pasado, que ya ha muerto, se terminó. No interesa más. Para la nueva generación de obispos y sacerdotes, ya no existe”.

        P: ¿Cómo ve la situación de las comunidades cristianas de base, tienen fuerza hoy?

        R: “Es igual, donde hay un sacerdote anciano, continúan. Los jóvenes no se interesan ni entienden. Subsisten donde todavía hay sacerdotes que han vivido eso, que lo han creado”.

          P: ¿Qué va a pasar con esta Iglesia, dónde está poniendo el acento hoy y cuál es la proyección de esto en la medida que ustedes no pudieron transformarla?

          R: “En el mundo popular, en América Central el 50 por ciento de la población es evangélica. En otros países, el 30 por ciento. La Iglesia Católica ha abandonado a las clases populares, salvo los viejos, algunas reliquias del pasado como Mariano Puga, en las nuevas generaciones no se encuentran personalidades así. No se interesan más, salvo en algunos discursos o palabras bonitas. En la práctica, no. Hoy las universidades y colegios católicos son para la burguesía. El porvenir de América Latina es ser un continente evangélico protestante, salvo su clase alta. Así el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, y todas esas asociaciones que hay de ultra derecha, van creciendo en ese sector”

            P: ¿Cuál es su opinión sobre estas asociaciones que mencionó?

            R: “Estos tienen la confianza de la curia romana y después representan la plena libertad dada a personalidades que son como los grandes Rockefeller, los conquistadores, como Escrivá de Balaguer que era un capitalista, el hombre que va a triunfar, que va a disfrutar el mundo, que va a ganar, ser rico, poderoso y que es capaz de crear gente totalmente subordinada, soldados con mentalidad de soldado, estos son todos hombres deformados psicológicamente, cómo son los futuros dictadores, Maciel de los Legionarios de Cristo, que se descubrió que tenía una vida paralela, fue un hombre que ha logrado reunir una fortuna  de 50 mil millones de dólares. Su chantaje, su palabra y su exigencia, llegaron a los millonarios.

            Hoy, los que han trabajado con él, sus colaboradores, todos dicen y afirman, que no sabían nada de la vida paralela. Cómo, trabajan 40 años con él y no saben nada, que tiene una familia, tres hijos, que practicó la pedofilia con los niños, alumnos de formación, de sus colegios, que tenía un mundo de amantes. ¿Todo eso no lo sabían? Se supone entonces que ellos son cómplices y también tienen una vida paralela”.

            P: ¿Cómo mantienen el poder y el secretismo?

            R: “Donde hay uno o dos obispos del Opus Dei en el Episcopado, intimidan a todos los demás. Los otros se quedan callados y uno solo habla, eso es un problema de psicología social típico de dictaduras”.

              P: ¿Cómo esta transición de Juan Pablo II a Benedicto XVI, a usted le ha llamado la atención el camino recorrido por Benedicto o es más de lo mismo?

              R: “Es lo mismo”.

                P: ¿Pero no esperaba que fuera peor?

                R: “Es que han sido elegidos por los mismos. Fue el Opus el que eligió a Juan Pablo II y al actual, practicando el chantaje, intimidando a los cardenales. El próximo Papa será igual porque el Opus tiene un poder muy fuerte. Es una continuación con pocas variaciones. El papa actual tiene más preocupaciones de doctrina y naturalmente no tiene la simpatía, el carisma, de Juan Pablo II, que era una cosa excepcional, pero globalmente es la negación del Concilio Vaticano II”.

                  P: ¿Dónde está Dios que ha permitido todo esto?

                  R: “Dios, ¿sabe dónde está? Está en la población La Victoria, está en La Legua, en la cárcel, pero de Roma ha desaparecido hace mucho tiempo. Hay algunos obispos excepcionales, gente buena, amable, gentil, acogen bien, pero no se puede entrar ningún problema, allí no, es lo que dice el Papa. No se discute siquiera top secret”.

                    P: Más allá de la represión fuerte de esta dictadura vaticana que usted menciona ¿cuál es la autocrítica que hace como creador de la Teología de la Liberación, que no pudieron generar una herencia, un desarrollo, qué pasó ahí?

                    R: “Es claro que hubo la ilusión de que el Concilio Vaticano II entraría en la práctica y no entró. Eso fue una confianza grande,  entonces merecería un cambio, era subestimar las fuerzas dominantes en la Iglesia Romana. Ahora siempre queda más claro que el problema es el Papa, o sea la función del Papa, una dictadura implacable con muchas formas de dulzura y amabilidad, pero implacable.

                      Como latinoamericanos, no hemos criticado la sumisión tradicional al Papa ni destacar que el problema de la Iglesia Católica es el Papa, y a veces Pablo VI se daba cuenta, pero tenía miedo de las consecuencias y Juan Pablo II, a veces, se daba cuenta de lo mismo. Cómo el Papa va a conocer la realidad de cada país y el asunto es quién lo aconseja. La autocrítica es haber confiado en el Concilio Vaticano II”.

                      P: ¿Y qué debieron haber hecho, quebrar a la Iglesia en su momento?

                      R: “En ese momento, en Europa, la crítica se centra en el Papa pero en América Latina, diga eso en la Iglesia chilena, quién va a entender qué significa eso. Algunos jesuitas sabrán, algunos otros religiosos, algunos viejos sacerdotes, pero no van a decirlo, pero lo pueden descubrir y pensar, pero todavía falta. Es difícil prever qué va a pasar. Creo que va a haber un shock cuando se den cuenta de que el continente se transforma en un continente protestante.

                      Hay una resistencia psicológica, miedo de tener que ver algo, entonces no se toca. Es ese el desafío principal y es por que habría que reconocer que han escogido a los ricos, han escogido permanecer con la clase alta, con la burguesía y eso es evidente pero no quieren verlo. En Chile eso es más que evidente, aquí es espectacular, el desarrollo que tiene en las universidades católicas, los colegios del Opus y los Legionarios.

                      Por mi parte considero que el porvenir del cristianismo está en China, Corea, Filipinas, Indonesia. Se estima que sólo en China hay 130 millones de cristianos, martirizados porque prácticamente están perseguidos. En Brasil no hay esa cifra, sería difícil encontrar a 30 millones. Casi todos son evangélicos”.

                        P: Si tuviera la posibilidad de decirle algo a cientos de sacerdotes jóvenes, si pudiera hablar directamente con ellos y abrirle los ojos en esta situación ¿qué les diría?

                        R: “Yo les diría: “váyanse a vivir a las poblaciones para conocer la realidad, porque si no conocen todo es palabras. Nuestra aliada es la realidad, el que no ve la realidad no ve lo que es la humanidad. Se queda con palabras y discurso, pero no puede crear nada. No hay receta pero si se van, porque tienen cabeza y corazón, descubrirán lo que hay que hacer”

                          P: ¿Y qué le parece que canonicen a Juan Pablo II, como él lo hizo con monseñor Escrivá de Balaguer?

                          R: “El papado de Juan Pablo II fue catastrófico. Todos los que han hecho su carrera con él han podido ser cardenales, a pesar de su mediocridad personal. No merecían nada pero él los promovió,  ¡claro que ahora quieren canonizarlo! Una vez  que han canonizado a Escrivá, todo el mundo sabe que se puede ser santo sin tener virtud alguna”.

                            ENVÍA ESTE DOCUMENTO PARA SU DIFUSIÓN, HOY 5 DE ENERO DE 2011:

                            Movimiento TeologìaS de la Liberaciòn – Chile

                            Cuadernos Opciòn Por los Pobres-Chile

                            Correo: opcion_porlospobres_chile@yahoo.com

                            Rosas 2090. Santiago – Chile

                            Fuente: Atrio.org

                            CURSO – TALLER: EL EVANGELIO DE JESUS Y LA IGLESIA EN ESTE SIGLO.

                            CURSO – TALLER en La Cripta Para profundizar en nuestra reflexión crítica sobre el cristianismo Para no perder la esperanza Para reunirnos y confraternizar Para poner en funcionamiento las neuronas…

                            Participá de nuestro próximo Curso – Taller en La Cripta.

                            Tema: EL EVANGELIO DE JESUS Y LA IGLESIA EN ESTE SIGLO. Nos guían: los sacerdotes Juan Carlos Ortiz y Nicolás Alessio (un lujo…!) Cuándo: 19 y 20 de Octubre del 2010 Horario: de 20,30 a 23 hs. Dónde: en el Salón Terraza de La Cripta El tema es de sumo interés y los expositores nos darán un valioso aporte. LOS ESPERAMOS!!!!

                            “El rol de Bergoglio es nefasto”. Entrevista a Fortunato Mallimaci. Por Nestor Leone

                            ¿Cuál es su primer análisis, luego de la sanción de la ley?

                            Que la Iglesia jugó a todo o nada, y se quedó con nada. Perdió porque pasó lo que tenía que pasar. La ley de matrimonio igualitario, si no se sancionaba este año, se hubiese sancionado el próximo. O el otro. Estamos en una etapa de nuestra vida democrática en donde el tratamiento de estos temas ya no se puede posponer. El problema es que tenemos una Iglesia que todavía no lo entiende. Pero se están quedando solos. El hecho de que ciertos sectores políticos tomaran distancia es relevante, porque se dieron cuenta de que, a pesar de las presiones, votar a favor de esta ley les generaba más simpatías públicas que votar en contra.

                            ¿Por qué jugaron a todo o nada y endurecieron sus posturas?

                            La jerarquía está en estado febril. Prefiere el enfrentamiento y dejar atrás el discurso del consenso y la unidad nacional para mostrarse como una institución de poder. Pero nada muestra mejor ese estado febril, que la prohibición al cura Nicolás Alessio de dar misa. Una verdadera locura, y sólo por hacer pública una disidencia.

                            El lobby sobre los legisladores también puede ser otro punto.

                            Sobre los legisladores, sobre los medios… El lobby fue muy fuerte, es cierto. Pero muy burdo. En lo personal, pienso que han optado por hacer público su reclamo para hacer crecer el miedo y ganar en legitimidad. El problema para ellos es que, al ser tan burdo, perdieron entre el conjunto de la población por la multiplicación que hicieron los medios de algunas declaraciones inadmisibles. Y esto se relaciona con otra cosa que no es menor. Al no tener movimientos laicales fuertes, al no tener gente porosa en el resto de la cultura social, política y sindical fueron los mismos obispos quienes tuvieron que salir al ruedo. Y a los obispos no les gusta eso. Les gusta estar en las sombras, ser comandantes en jefe, conducir desde el patio trasero. De lo que no se dieron cuenta es que la sociedad argentina cambió mucho en los últimos años en temas de derechos y respeto de la diversidad.

                            ¿Hubo un quiebre, un corte, respecto de lo que venía sucediendo?

                            Los pronunciamientos hablan de eso. La movilización de los niños en las escuelas es un hecho gravísimo. Parecía un límite infranqueable y, sin embargo, se lo traspasó. Que se haya apelado a eso habla de ese estado febril y habla, también, de que entendieron mal lo que estaba en juego, como leyeron mal lo que pasó con el divorcio y están leyendo muy mal lo que sucede en la cultura dominante. Por ejemplo, los nuevos valores que imperan y el proceso amplio de individuación que atravesamos. Tanto insistir con la ley natural, casi como única manera de entender la misión de la Iglesia, los llevó a callejones sin salida, porque si hay sólo ley natural, no hay historia ni hay presencia de Dios en la historia. Y esto, me parece, ha descolocado a mucha gente internamente.

                            ¿Qué implican, en este contexto, que haya apelado a términos como “guerra de Dios”?

                            En lo personal, les agradezco esta frase porque me permite insistir con que ese modelo integralista, antiliberal, superortodoxo, conservador, que reacciona contra la modernidad sigue muy vigente. El problema que tienen es que concita mucho rechazo. No sólo de parte de la Presidenta, sino también de la sociedad civil. La sensación es que actúan como si estuviésemos viviendo en época de dictadura. No es casual que hace unos días Videla también hablara de guerra.

                            ¿Piensa que todo esto tendrá consecuencias aún más gravosas para la Iglesia como institución?

                            Por supuesto. La Iglesia ya viene con un cuestionamiento no menor desde la época de la dictadura, por el tema de los derechos humanos y su complicidad. Ahora, durante estos días también se dio un cuestionamiento importante de parte de sacerdotes y comunidades de base. “No encontramos a Jesús en las posturas de ustedes”, han dicho y es muy fuerte. Y que se haga público es más fuerte todavía. La mayoría de los medios, que son condescendientes con estos obispos, no han tenido otra que empezar a publicar estas cosas… Otro obispo, en estos días, dijo algo muy claro sobre lo que la Iglesia todavía sigue pensando: “el matrimonio merece la tutela del Estado”.

                            Lo dijo Héctor Aguer.

                            Lo dijo Aguer, pero lo piensa la mayoría. Es una Iglesia Católica que no puede pensarse sin el Estado, que no distingue entre esfera estatal y propuesta para sus fieles. Claro, si cada vez sus fieles son menos y, de esos que siguen siéndolo, son pocos los que se apegan al dogma…

                            ¿Cómo evalúa el rol jugado por Jorge Bergoglio?

                            Nefasto. El rol que juega Bergoglio es nefasto.

                            Fue un abanderado de esta cruzada.

                            Fue un abanderado, un monje negro, todo junto. No comprende lo que sucede en la sociedad. Creyó que su presencia en el mundo de la política partidaria le iba a dar apoyos, y quedó demostrado que no es tan así. Esta estrategia me recuerda mucho a la que tuvieron los militares durante la Guerra de Malvinas. No sólo repiten el lenguaje militar, como hizo Bergoglio, sino que replican su lógica. Los militares pensaron que, como eran aliados de los norteamericanos, éstos nos iban a ayudar en la guerra. Acá pasó lo mismo: no entendieron la lógica que gobierna lo político-partidario.

                            ¿Cuánto tiene que ver esto con el juego interno de la Iglesia a nivel mundial y las apetencias papales de Bergoglio?

                            Difícil saberlo. Además, desconozco cuántos votos sacó en la elección papal. Él dice que no lo sabe; su vocero, tampoco. ¿Por qué tendría que confiar en lo que dijeron algunos medios? ¿Cuáles fueron esas fuentes? No dejo de impresionarme por el modo en que se trabajan estas cuestiones. Lo mismo pasó con este tema. Es cierto, la Iglesia tiene un poder simbólico muy fuerte, pero es más lo que ha perdido y lo que siguen perdiendo con manifestaciones de este tipo. La misa de Bergoglio, en Constitución, por ejemplo, por la trata de personas, es otra lectura retrógrada, premoderna de la realidad. ¿Qué dijo? Que la ciudad es el lugar del pecado, cuando, hoy, el noventa por ciento de los argentinos vive en ciudades…

                            ¿Se puede pensar en una sobreactuación?

                            Si sobreactúa es porque está perdiendo legitimidad y fieles. Sobreactúa para imponerse, porque es su autoridad la que está en tela de juicio. Hasta Mauricio Macri le dijo que no en varias oportunidades. Hasta Macri, y en su propia diócesis. Lo mismo pasa en la Conferencia Episcopal, de la que Bergoglio es presidente. Les repartieron un documento a los sacerdotes para que lo leyeran desde el púlpito, porque no son capaces de mantener una discusión racional en el espacio público. Le están hablando a un pequeño grupo de católicos movilizados, un núcleo duro que pretenden consolidar, pero no le están hablando al resto de la sociedad. Hasta no hace mucho tiempo tenían un discurso para el conjunto de la sociedad, mientras trataban de que esos grupos duros quedasen adentro. Ahora es al revés. Alquilaron ómnibus para que la gente se movilizara. Y actuaron con la misma lógica que dicen ver en otros. Sólo les faltó la chorihostia.

                            Clientelismo, digamos.

                            No me gusta utilizar la categoría clientelismo con tanta facilidad, pero si vamos a hablar de clientelismo también les cabe a ellos. Se conciben por encima de la sociedad y del conjunto de los partidos, y terminan actuando como cualquier grupo partidario en búsqueda del poder.

                            En el caso de Bergoglio, esa lógica política se puede rastrear. Su cercanía con Guardia de Hierro es apenas un primer antecedente.

                            Pero si piensa seguir con esa lógica está equivocado. Bergoglio está llevando a la Conferencia Episcopal a una de sus mayores pérdidas de credibilidad y derrotas en la historia argentina. Los demás tienen todo el derecho de acompañarlo. Lo que no pueden hacer es querer trasladar eso a la democracia, al Estado.

                            ¿Qué distancia separa a Bergoglio de sectores más integristas, como el que representa Héctor Aguer?

                            Mi profesor de Historia del Catolicismo, Émile Poulat, le hubiera dicho que ésa no es la pregunta correcta, sino qué los une, qué le permite que sigan estando juntos. Bueno, los une la idea de que la familia es el centro de la sociedad, la concepción patriarcal de la familia, la idea de que la mujer debe permanecer en una segunda posición, la concepción de que los trapitos sucios hay que esconderlos. Y, ahora, los une la condena al sacerdote Alessio, como antes los unió el silencio ante el caso Christian von Wernich, condenado por asesinatos, torturas y crímenes de lesa humanidad. A ver si nos entendemos: tanto Aguer como Bergoglio no sólo no le piden al sacerdote Julio Grassi, condenado por violar a niños, que se vaya de la Iglesia, sino que ponen dinero para pagarle sus abogados. Con el arzobispo Storni hicieron algo parecido.

                            Son más las cosas que los une, entonces.

                            Desde ya. Los une la idea de que esto subvierte los valores de la sociedad, una idea de jerarquía que llevan al extremo, la idea de que la obediencia es lo principal y, por supuesto, la idea de que hay que afirmar certezas y que el relativismo es el principal enemigo a combatir. Muchos católicos no entienden este manejo partidario de Bergoglio, de Aguer, de Jorge Casaretto, ese juego en las sombras. Uno hace de bueno y busca sindicalistas. El otro hace de malo y busca tipos más conservadores.

                            ¿Qué pasará de aquí en más?

                            Los mariscales de la derrota deberían dar un paso al costado y reflexionar por qué perdieron. Deberían preguntarse, por ejemplo, si quieren quedarse con un pequeño núcleo duro que les dé certezas a ellos y a sus afirmaciones o si prefieren dialogar con el conjunto de la sociedad argentina que, sobre estos temas, quiere más derechos, más participación y más pluralidad.

                            Que esos mariscales de la derrota den un paso al costado, supongo, debe ser más bien una expresión de deseos.

                            Por cierto. En esta Iglesia no pasan estas cosas, pero no estaría mal que lo hicieran. No estaría mal que esos mariscales guardasen silencio, porque cada vez que hablan atentan contra aquellos que quieren construir diálogo en la diversidad. Por eso valoro mucho la autonomía que se dieron los partidos políticos para votar. Dejaron de lado la amenaza concreta que hizo la Iglesia y eso me parece un paso fundamental para la democracia argentina.

                            El rol del Opus Dei

                            ¿Qué rol jugó y qué peso tuvo el Opus Dei en la discusión?

                            En su momento, el Opus Dei, como movimiento laical, denunció cierta clericalización del catolicismo argentino. Incluso, se enfrentó a ese clericalismo porque no los dejaba crecer. Hoy, esas críticas quedaron atrás, en un segundo plano, porque el que estaba en juego era un tema que, para ellos, resulta central. Cuando se trata el tema de la familia y ven que pueden imponer la concepción que ellos tienen del tema, dejan todo lo demás de lado. Por eso, hoy, esa afinidad es muy fuerte. Además, no hay que olvidar que los dos obispos del Opus, el de Santiago del Estero y el de San Juan (ndr: Francisco Polti y Alfonso Delgado, respectivamente), fueron quienes más incitaron a la movilización. Hay una razón instrumental, tantas veces criticada en los demás, que hoy se cumple tanto para el Opus Dei, como para Jorge Bergoglio o Héctor Aguer.

                            Página/12 informó, en estos días, que a la cruzada se había sumado el supernumerario español Benigno Blanco.

                            No lo pude chequear, pero puede ser. La transnacionalización de los grupos católicos es un hecho. Los grupos ProVida son los mismos aquí, en Estados Unidos, en España.

                            Los disensos y los miedos

                            ¿Qué pasa entre los obispos, más allá de Héctor Aguer y Jorge Bergoglio?

                            En la Iglesia argentina no hay opinión pública posible. Una institución que es incapaz de escuchar el disenso interno, que es incapaz de escuchar la opinión de la sociedad y que, ante algún tipo de declaración pública de un sacerdote, lo único que hace es sancionarlo, está muy dificultada de comprender los cambios en la sociedad y actuar en consecuencia. Es cierto, así como la sociedad contemporánea no vivió nunca tanto tiempo en democracia, la Iglesia tampoco. Pero no se acostumbra. Por eso no entienden, por ejemplo, que los medios tengan su lógica propia y hagan su juego, más allá de sus presiones. Que no entiendan esto los lleva a enojarse con esos medios, porque los creían aliados eternos.

                            ¿Hasta dónde llega el disenso interno, entonces?

                            Hay cualquier cantidad de obispos que están en contra de que Bergoglio sea el jefe simbólico, mediático o material de la oposición. Pero se animan a decirlo y hablan por debajo. El miedo predomina sobre la libertad o la posibilidad de hacerlo público.

                            ¿Qué pasa con las comunidades de base, con los laicos?

                            Hay desconcierto. Por eso me parece que lo de Nicolás Alessio es muy importante. Ahí hubo un grupo de sacerdotes muy valientes que hizo pública la diferencia con la autoridad, que es el corazón del poder de la Iglesia. La Iglesia Católica no castiga a un asesino ni a un pederasta mientras diga que respeta la autoridad. Bueno, que haya surgido un grupo de sacerdotes que haya salido a decir en el espacio público y por los medios que estaba en desacuerdo, me parece importante. Pero, más todavía, me parece importante que los medios hayan tenido que difundirlo. ¿Por qué paso? Porque expresó un sentir de muchísima gente que, hasta ese momento, no tenía una expresión pública.

                            Una historia de enfrentamientos.

                            No es la primera vez que la Iglesia se enfrenta al poder político. ¿Qué diferencia encuentra con otros hechos?

                            Es cierto. La Iglesia Católica tuvo conflictos con el mundo liberal cuando se sancionó la educación pública, gratuita y obligatoria. Tuvo conflictos cuando salió la Ley del Matrimonio Civil, la Ley de Registro Civil, la Ley de Cementerios. La diferencia con ese momento es que era una Iglesia con menos peso. En los conflictos con el primer radicalismo y con el peronismo la cosa fue distinta. Y la cosa terminó peor. La quema de Iglesias y el bombardeo a la Plaza con los aviones que tenían la inscripción “Cristo Vence” es un ejemplo. Lo que vino después fue décadas de paz militar-católica, que se interrumpió con el gobierno de Raúl Alfonsín y la Ley del Divorcio, con un nuevo conflicto.

                            Los argumentos, en cada caso, fueron más o menos similares, ¿no?

                            Sí, en buena medida: que peligraba la familia, que llegaba el acabose. Como dije, la diferencia es que, en 1880, la Iglesia que se resistía a los cambios era una institución débil. La de estas épocas es una Iglesia más poderosa, sobre todo, luego del proceso de militarización y catolización que vivió nuestra sociedad. Y como tal, no quiere perder los privilegios conseguidos. Yo espero que los obispos, ahora, digan que no aceptan más el salario de este Estado corrupto y pecaminoso, que distorsiona la familia…

                            No lo van a hacer.

                            Claro, porque son hipócritas. ¿Por qué este discurso sobre la sexualidad y la familia no penetra tanto? Porque en los últimos dos o tres años lo único que hemos escuchado de la Iglesia son casos de abusos sexuales de curas y obispos. ¿Qué autoridad moral tiene la Iglesia para levantar el dedo? Hay algo ahí muy profundo que habrá que ver si quieren cambiar o no.

                            Respecto de este gobierno, está el antecedente del caso Antonio Baseotto.

                            Es cierto, fue casi un símbolo del cambio en el vínculo con el poder político. Por eso es importante lo que pasó con la votación en el Senado. La política debía acompañar las posturas de buena parte de la sociedad para que se diferenciase lo político de lo religioso, para que quedase clara la diferencia entre los preceptos de la Iglesia y las leyes del Estado. Por suerte, hoy estamos en otra era, donde la consolidación de la democracia no deja otra cosa que el debate respetuoso. Pero recuerdo cuando Bergoglio acusó de blasfemo a León Ferrari, calificativo en desuso y totalmente desatinado para un artista. Dijo “blasfemo” y el núcleo duro de fieles rompió toda la muestra. (PE/Debate)


                            Fortunato Mallimaci: Doctor en Sociología y especialista en temas ligados a la historia del catolicismo y las distintas formas de religiosidad popular, Fortunato Mallimaci analiza en esta entrevista la forma en que la jerarquía eclesiástica encaró la discusión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Además, hace un poco de historia y repasa continuidades y rupturas respecto de la relación entre la Iglesia Católica, los poderes políticos y las cuestiones de Estado. “No comprende lo que sucede en la sociedad”, dice Mallimaci acerca del cardenal primado Jorge Bergoglio. “Creyó que su presencia en el mundo de la política partidaria le iba a dar apoyos, y quedó demostrado que no es tan así”, señala entre las razones de la derrota eclesiástica.

                            (*) Publicado en la revista Debate, de Buenos Aires, en la edición del 16 de julio de 2010.

                            Fuente: Prensa Ecuménica