Una pregunta recorre la larga noche de la Historia: “¿ Dónde está tu hermano?” Según el mito bíblico originario de Caín y Abel, esa es la pregunta que Dios dirige a Caín, el hermano homicida.
Esa pregunta revela cómo se concibe bíblicamente al ser humano: como un ser responsable por su hermano, como alguien que debe responder por el otro.
La misma pregunta resuena hoy y rebota en cada esquina de nuestro país: ¿dónde está Mariano ?Ferreyra?
La respuesta de Caín en la saga bíblica es: “¿Acaso soy el guardián de mi hermano?” Esa respuesta revela la postura de algunos seres humanos que se desentienden de la suerte de su hermano. Son irresponsables. “Yo no tengo nada que ver. No soy el guardián de mi hermano”.
Tirarle el muerto. Esa parece ser la lamentable versión contemporánea de Caín de un sector de la dirigencia que “le tira el muerto a otro”, pero no es capaz de dar una respuesta, de hacerse responsable. Muchos de los que deberían ensayar una respuesta salieron a deslindar responsabilidades, a decir que los culpables son otros. Ni el Gobierno ni los gremios que protegen –y a veces alimentan– a los violentos, ni la Policía, ni la Justicia. No faltan quienes pretenden hacer política con esta tragedia. Algo realmente bajo.
Pero, como sociedad, no podemos eximirnos así nomás y mirar el drama desde afuera, como si no tuviéramos nosotros también una respuesta que dar. Porque este hecho de violencia tremendo no es un hecho aislado, algo así como un rayo en pleno día soleado.
Hace rato ya que venimos asistiendo a una violencia social creciente: aprietes, palos, discursos excluyentes y cada vez más agresiones contra los adversarios políticos… y no respondemos nada. No nos hacemos responsables.
Se escucha –eso sí– el grito por la inseguridad. Eso sí interesa, y es comprensible, pero interesa porque toca a lo nuestro: nuestras familias, nuestros bienes, nuestra propia seguridad personal.
Pero, ya se ha dicho, hay otra violencia perversa que se oculta tras buenas maneras y lugares lujosos, ante la que no respondemos tampoco. Es una violencia sorda, de guante blanco, que hace estragos. No utiliza revólveres, pero excluye; asesina de hambre y desnutrición, deja fuera de condiciones de vida digna a un número cada vez mayor de argentinos. Es la violencia de la exclusión.
Esa violencia se escuda en oficinas muy bien decoradas, en directorios ejecutivos muy pulcros, en algunas bancas con dietas, detrás de balances y rentabilidades excesivas. Por allí merodea Caín. Pero no decimos nada.
Esta violencia fratricida de Caín se ha cobrado una nueva víctima. Abel se llama Mariano Ferreyra. Pero la pregunta sigue resonando acuciante. Es hora de que comencemos a escuchar… y a responder.
Desde la sangre derramada junto a las vías del tren, en Barracas, se levanta –para todos– una pregunta, como un clamor, como una demanda con nombre y apellido: “¿Dónde está tu hermano Mariano Ferreyra?” .
Fuente: La Voz del Interior