Cuando las cabezas de las mujeres se juntan. Por Viviana Liptzis

 

“Si Dios es masculino, lo masculino es Dios”

(Mary Daly: Beyond God The Father)

 

Dice Florence Thomas: “Soy feminista para mover ideas y poner a circular conceptos; para reconstruir viejos discursos y narrativas, para desmontar mitos y estereotipos, derrumbar roles prescritos e imaginarios prestados”*

Entre esas narrativas, tal vez las más poderosas son aquellas que nos “regalaron” las religiones monoteístas y sus prescripciones patriarcales: historias de mujeres contadas por hombres y no por sí mismas, carentes de palabras propias, devenidas Marías o Evas según sea el caso.

En este contexto, el nacimiento y desarrollo de una teología feminista, de una exégesis feminista, de una liturgia feminista, tiene una importancia fundante: nos estamos metiendo en el corazón del poder masculino histórico, el ámbito del “no se toca”, desacralizando una mirada que contempla sólo a la mitad de la humanidad mientras oculta a la otra cuando la desempodera.

En el judaísmo, donde esta reflexión teológica no ha sido preponderante, las mujeres asumimos ese espacio y nos apropiamos de la búsqueda de una divinidad inclusiva que nos abra las puertas para hacer realidad la “imagen y semejanza”. Y también nos apropiamos de las palabras desarrollando interpretaciones alternativas a las tradicionales, leyendo entre líneas, sospechando y “haciendo conscientes los mecanismos y las implicancias de los modelos opresivos de producción de conocimientos”**

Dice Anita Diamant: “El judaísmo del siglo XXI comienza en un lugar radicalmente diferente. Es la primera vez en la historia del judaísmo que las voces de las mujeres (no sólo personajes extraordinarios sino un coro de lo más variado) se ha sumado al discurso público sobre todos los temas: Dios, la ley, el gobierno de sinagogas y comunidades, el casamiento, la educación, el dinero, etc.

Esta participación sin precedentes de las mujeres, es el resultado de la pasión de casi dos generaciones de adultas judías que entendieron que el feminismo no es nada más ni nada menos que una de las expresiones más profundas de la misión del judaísmo: el mandato de la Torá relacionado con la justicia y la santificación de la vida.

Como judías, hemos buscado en nuestras fuentes, prototipos que permitan enraizar nuestros cambios en esas tradiciones. Citamos textos para unirnos al pasado y legitimar nuestras innovaciones. Nombramos a Miriam, la profetiza, como sustento de nuestros roles actuales de liderazgo. Nombramos a Hanah, que en su búsqueda espiritual, inventó las plegarias personales que incluimos en nuestra devoción comunitaria y privada. Usamos a Ruth y Esther como ejemplos de mujeres corajudas.

Pero hay algo más: sólo en este tiempo, nuestro tiempo, gracias al desarrollo del judaísmo feminista (que es lo mismo que decir un judaísmo inclusivo), es posible imaginar y ver en una comunidad entera, sin importar su género, o su edad, o su orientación, a una nación de aprendices y maestras/os. Esto supone una democratización absoluta del aprendizaje.

Ahora que hemos logrado este nivel de conocimientos y posibilidades, es hora de aceptar el hecho de que no vamos a encontrar textos que prueben todas nuestras reflexiones e invenciones. Es hora de ser honestas respecto de que estamos creando la Miriam que necesitamos y le damos un lugar en la cena de Pesaj. Igual que a otras mujeres.

Esto ya se hizo antes, lo hicieron otros antes que nosotras. Es la parte jugosa de nuestro árbol de la vida, el que nos mantiene apartadas de la atrofia y la muerte.

Debemos hacernos cargo del hecho de que estamos santificando aquello que no era visto como sagrado en el pasado: las historias de nuestras vidas, el poder y la sabiduría de nuestras matriarcas, el sacrificio y el triunfo de estas contra-tradiciones, contra-narrativas, contra-teologías. Estamos transformando lo marginal en lo normativo”***

Las cabezas de las mujeres nos seguiremos juntando. Para hacer realidad para todas, y no sólo para algunas privilegiadas, la posibilidad de ser protagonistas también en estos ámbitos.

Dice el Talmud: “Unite a grupos para estudiar la Torá, dado que el conocimiento de la Torá sólo puede ser adquirido en asociación con otros” (Berajot, 63b). Y pienso que es en esto donde radica una parte de la enorme sabiduría de las mujeres: reunirnos para pensar, aprender, entender, reflexionar, asombrarnos.

 

 

http://sermujerhoy.com/2012/05/02/soy-feminista-florence-thomas-y-yo-tambien/

** Elizabeth Schüssler Fiorenza: Wisdom ways

*** Anita Diamant: New Jewish Feminism

“Me hice monja para buscar mi libertad”. Entrevista de Ana Ma Viera a Ivone Gebara.

La brasileña Ivone Gebara es una feminista declarada. Cree firmemente que los gobiernos deben despenalizar el aborto porque “el dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel”. El pensamiento no resultaría extraño en una feminista, si no fuera porque Ivone Gebara también es monja. Religiosa de la congregación Hermanas de Nuestra Señora y doctora en Filosofía y Ciencias Religiosas, sus pensamientos escandalizaron en 1994 a las jerarquías del Vaticano, que le exigieron un silencio de dos años y la trasladaron a Bruselas (Bélgica) con la esperanza de acallar su rebeldía. Gebara acató la orden y aprovechó el tiempo para trabajar sobre nuevos libros que posteriormente le permitieron continuar esparciendo sus ideas nacidas, según narró a La República de las Mujeres, del conocimiento de las mujeres pobres de su pueblo.

Escrito por: ANA MARIA VIERA

Hablas como un hombre ­le dijo a Ivone Gebara hace algunos años una mujer pobre de la vecindad.­ Hablas sobre política y economí­a y no tomas en cuenta nuestros problemas, lo difí­cil que es llegar con la comida hasta el viernes porque nuestros compañeros cobran los sábados y a veces no hay para comer”.

Fue entonces cuando Gebara resolvió³ “hablar como mujer” y a partir de la­ publicación de obras como “Teología a ritmo de mujer”, “Intuiciones ecofeministas”, “Ecofeminismo y liberación”, “Rompiendo el silencio”, “Mujeres en la experiencia de muerte y salvación” y “Las aguas de mi pozo. Reflexiones sobre experiencias de libertad”, ensayo que acaba de ser editado en Uruguay.

Aunque las crí­ticas desde su iglesia continúan, ella se niega a renunciar a su carácter de religiosa porque “ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme”.

– “Las aguas de mi pozo” refiere concretamente a la libertad. ¿Qué es para usted la libertad?

– Generalmente, cuando se habla de libertad se limita el tema a una experiencia social, pero cuando se pregunta a la gente directamente por sus propias experiencias no saben qué responder. La libertad aparece como un valor grandioso, público pero alejado de lo cotidiano.

En mi caso, para ser libre yo tuve que comenzar por negar el sueño que mi mamá tuvo para mi­, que era casarme con un hombre de origen sirio libanés, preferentemente de primera generación, igual que yo. Mi libertad comienza en forma fundamental con el conflicto con la figura materna y después con la paterna. También influyeron en mí­ las historias contadas por una empleada que habí­a en mi casa paterna desde que nací­. Ella era nieta de esclavos y fue en sus labios donde escuché por primera vez la palabra libertad.

Años después, ya joven profesora de Filosofí­a, inicié una amistad con una profesora de Quí­mica que luchaba contra la dictadura militar y me enseñó otra cara de la libertad. Ella fue presa y murió luchando por esa libertad.

 

– ¿No hay una contradicción entre la búsqueda de la libertad y la decisión de ingresar en una institución religiosa, con todas las limitaciones que ello supone?

– Cuando me preguntan por qué me hice monja, respondo que fue para buscar mi libertad aunque parezca contradictorio. Yo terminé la Universidad en diciembre de 1966, plena dictadura militar en Brasil, y en febrero de 1967 entré en mi congregación.

Ya cuando decidí estudiar Filosofí­a fui transgresora, porque mi familia no querí­a que estudiara. No habí­a dinero para pagar la Universidad y yo decidí­ trabajar para poder estudiar. Mis padres decí­an que si trabajaba, los muchachos ricos no iban a acercarse y perdería mi oportunidad de casarme “bien”; creían que me convení­a estudiar decoración.

Elegí­ trabajar y estudiando me convertí en lí­der estudiantil. Era presidenta del Centro de Filosofí­a y así tomé contacto con las religiosas de la Universidad, que iban a los barrios a trabajar con los pobres. Así me fui sintiendo atraí­da por un modelo de mujer intelectual, comprometida con los pobres y opuesta a la dictadura militar.

Yo no pensaba en los lí­mites de la institución religiosa ni en los curas. Lo único que pensaba era que querí­a vivir como estas mujeres, en forma muy distinta a lo que parecí­a ser mi destino.

– ¿Qué ocurrió cuando se encontró con esa otra Iglesia, la de los lí­mites y el patriarcado?

– Con esa Iglesia no me encontré hasta los años ochenta, cuando hice mis primeras incursiones en el feminismo. Yo viví­ feliz durante todos esos años, contenta porque tení­a un espacio pequeñito entre una elite de varones de la Iglesia.

 

– ¿Cómo se da ese pasaje al feminismo sin abandonar la religión?

– En 1979 empecé a leer cosas de las feministas y me caí­ del caballo. Esto me abrió los ojos y comencé a ver a las mujeres pobres con quienes trabajaba, su sumisión y su desprecio por su propio cuerpo, siempre relegadas para el final, después del marido y los hijos y la casa. Y junto con eso me di cuenta que yo hací­a lo mismo, poniendo en primer lugar la congregación, la Iglesia, los padres.

Ahí­ empecé a hablar de otros problemas, introduciendo los temas de las mujeres cada vez que se hablaba de determinadas luchas, de la búsqueda de justicia. El mí­o comienza siendo un feminismo medio tí­mido, limitado a cuestiones religiosas, pero dentro de la Iglesia no creen que sea tí­mida.

– Al volcarse al feminismo, ¿no pensó en dejar la Iglesia?

– No, porque para mí­ ser feminista significa plantear una lucha social para ser reconocida dentro de la Iglesia como ciudadana. Yo nunca busqué conciliar ambas cosas, sino que dentro de la Iglesia se abriera un espacio de igualdad de derechos.

Cuando decidí­ no ser una teóloga de conciliación, la Iglesia Católica me castigó enviándome a Bélgica. Yo lo acepté, pero lo interpreté no como una obediencia sino al contrario. Ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme.

De terca, me quedé. Hice lo que quisieron en forma aparente, pero en realidad hice lo que yo quise. En ese tiempo publiqué un libro, mi tesis sobre ciencias religiosas. Y obtuve el tí­tulo de Doctora en Ciencias Religiosas con la máxima calificación, otorgado por la misma institución que me condenó. Esto muestra la contradicción interna de la institución.

 

– Luego de los dos años en Europa, usted siguió manteniendo sus opiniones. ¿Cómo sigue ese conflicto con la Iglesia?

– Ahora el conflicto ya no es abierto, pero intentan ignorarme o decir que lo que yo hago no es teología católica sino filosofí­a de la religión. Esto me hace reí­r porque me parecen estúpidos. Su manera de decir las cosas es tan sin fundamento, tan distante de las preocupaciones reales de los cuerpos masculinos y femeninos, que me hacen reí­r.

– ¿A qué atribuye este distanciamiento de la Iglesia Católica de las “preocupaciones reales”? ¿Es esa la razón de la pérdida de seguidores que viene padeciendo?

– El catolicismo actual en América Latina no es más el de los contenidos dogmáticos. Ni siquiera quienes se dicen católicos están de acuerdo con los dogmas. La gente se inclina más hacia ese catolicismo de religión, más festivo y de cantos. La Iglesia Católica va dando paso a un catolicismo más pentecostal, que brinda a la gente una seguridad más sicológica. En esto influye también la globalización, que lleva a un catolicismo más mediático, que no invita a la gente a pensar.

Yo represento a un cristianismo absolutamente minoritario, que no tiene nada que ver con ese catolicismo de espectáculo que desgraciadamente se está imponiendo. Entonces los obispos y sacerdotes pueden seguir hablando y enseñar los mismos dogmas de siempre pero la verdad es que termina siendo una acción periférica, porque la gran masa popular ni siquiera entiende de qué se habla y solo lee la Biblia para sacar alguna orientación moral pero nada más.

 

-¿Cómo ha influido su relación con las mujeres pobres en su cambio de visión respecto ala Iglesia y el feminismo?

– Yo vivo en un barrio popular fuera de Recife y las mujeres de estos barrios han sido decisivas para mí­. Mi primera caí­da del caballo fue cuando una mujer pobre me dijo que usaba un lenguaje masculino. Eso me dejó enferma, porque yo me creí­a muy femenina.

Me reuní­a con un grupo de obreros en su casa, para tratar la problemática de los pobres y creía que abarcaba a todos, pero ella me dijo que yo nunca hablaba de la lucha de las mujeres para garantizar la comida. “Tu nunca dices que el viernes es el peor día de la semana para nosotras porque nuestros maridos cobran el sábado y el viernes no hay para comer. Nunca hablas de la problemática sexual ni de lo que sufrimos nosotras”, me dijo. Hasta ese momento yo nunca me habí­a preocupado por la problemática sexual y por la realidad de las dificultades que implica la falta de control reproductivo. Hasta ese momento mi sexualidad estaba en una nube, sabí­a que existí­a pero nunca se me habrí­a ocurrido leer la realidad económica, social y polí­tica desde la clave de la sexualidad de las mujeres pobres. Ellas me despertaron.

Fue entonces cuando descubrí­ que las mujeres no tienen elección en los procesos demográficos. Tienen que sufrir la manipulación de las polí­ticas poblacionales desde la esclavitud, con el rol reproductor de las esclavas, que debían dar placer y mano de obra a los amos. Se puede hacer la historia de un paí­s desde la vida sexual de las mujeres.

 

DE PRINCIPIOS ABSTRACTOS Y DOLORES CONCRETOS

– El aborto, ¿debe ser una decisión de la mujer o deben pesar más los principios planteados por la Iglesia Católica?

– El aborto no puede ser analizado en forma aislada, como un hecho abstracto y separado de las circunstancias que llevan al mismo.

No se puede ignorar que la sociedad globalizadora actual crece en exclusión y cada dí­a hay más pobres. Es verdad que el aborto es un problema. Como principio, yo estoy en contra de que se mate la vida pero también se está matando la vida con estos sistemas excluyentes. Por eso no se puede hablar del aborto en forma aislada, solo desde el punto de vista religioso o económico. Hay que ver el contexto, porque es una decisión muy personal.

La mujer no está obligada a abortar o no, pero debe tener derecho a decidir. La sociedad excluyente niega ese derecho a las mujeres pobres, desde el momento que les niega el derecho a una educación sexual. Entonces, si no hay condiciones de vida digna para la población, no se pueden criticar las actitudes como si fueran hechos aislados.

Si una niña de quince años dice que no puede tener a su hijo, la sociedad no tiene derecho a señalarla como culpable porque antes del embarazo la responsabilidad social no fue cumplida.

Por eso estoy a favor de la descriminalización del aborto pero acompañada por una educación sexual. Yo creo que los Estados deben descriminalizarlo y dar condiciones a las mujeres que necesitan abortar por su propia elección, para que puedan hacerlo en el menor tiempo posible.

Es muy fea la actitud de algunos movimientos que se autodenominan “Por la Vida” y toman el tema desde un principio abstracto, sin tener en cuenta el dolor concreto. Yo los principios los respeto, pero cuando el hecho ya está cometido, ¿qué hay que hacer? En mi opinión, hay que salvar la vida que ya está constituida, que es la de esta mujer en problemas. El dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel. Entonces, hay un proceso amplio de educación que hay que atender, pero también hay problemas inmediatos que deben ser contemplados con la justicia del corazón.

 

Fuente: Liberación de la Teología

 

Un nuevo conflicto en la Parroquia San Cayetano: no a la catequesis liberadora. Por Nicolás Alessio

Benedicto XVI exige orden y disciplina, lo demás, no importa
“…perseguidos, pero no abandonados; derribados, pero no destruidos…” II Cor. 4, 9

La comunidad de catequistas de la Parroquia San Cayetano, que han sostenido de manera excelente una de las pocas actividades que quedaron en pie luego de la intervención del Sr. Arzobispo Carlos Ñáñez, donde el proyecto de Iglesia Imperial una vez más se impuso al proyecto de Iglesia Pueblo, han sido ahora el blanco de una nueva y disimulada intervención, de un nuevo atropello autoritario.

Esa comunidad de catequistas ha llevando adelante una tarea con cientos de familias y sus hijos, con una experiencia que se puede contar en más de una década, con la capacitación profunda a través de cursos, talleres, jornadas, seminarios, debates, encuentros, publicaciones. La mayoría de las catequistas son egresadas del Seminario Catequético Arnulfo Romero de la Arquidiócesis de Córdoba. Otras son egresadas del Instituto Superior de Catequesis de Argentina, del Episcopado Argentino, e incluso algunas son profesoras, formadoras en estos institutos. Toda esta labor pastoral es un modelo de catequesis renovada, liberadora y popular, reconocido por diversas Juntas Diocesanas de Catequesis de todo el país y lo demuestran numerosas publicaciones en revistas especializadas en Catequesis y Pastoral, como por ejemplo Didascalia.  Esta comunidad ha producido centenares de materiales para catequesis de adultos, de jóvenes, de niños, de matrimonios, para comunidades de base, para sectores populares. Tal vez uno de los frutos mas preciados sea la edición, absolutamente original, del catecismo de iniciación en tres tomos, según los ciclos de Año Litúrgico, profundamente bíblico y por lo mismo centrados en el seguimiento de Jesús, con experiencias nuevas en las maneras de celebrar la comunión, la reconciliación, que respetan la edad de los niños y sus maneras propias de entender la fe, con el constante trabajo pastoral con los adultos, responsables de los niños, brindando una catequesis de adultos totalmente adaptada a las situaciones que hoy viven nuestras familias, entendiendo como inseparables la fe y la vida concreta, superando la tensión entre catequesis “tradicional” y la catequesis “familiar” en una síntesis superadora, atendiendo a la realidad de la teología renovada del Concilio Vaticano II, en el marco de la teología latinoamericana, que hunde sus raíces en Medellín y en la búsqueda constante de fidelidad al Jesús de los Evangelios… pues bien, nada de ésto absolutamente nada, parece importar a los nuevos inquisidores, a los nuevos interventores, nada de estos esfuerzos merecen ser reconocidos y valorados, nada de este camino de renovación vale la pena rescatar, nada de esto pareciera tener algún valor.

Benedicto XVI estará feliz, la Iglesia Monarquía ha puesto orden, disciplina y ha castigado a los díscolos. Obviamente, con el silencio cómplice o cobarde u obsecuente de muchos miembros de San Cayetano y sus Capillas que prefieren quedar bien con la autoridad eclesial aunque sea a costa de negar años de trabajos compartidos, años de fraternidad.

No son las únicas ni las primeras. Tampoco nos sorprende demasiado. No es el caso. Pero no deja de indignarnos. Queremos denunciarlo, queremos que se sepa, queremos que no se repita.

Otra Iglesia es posible y necesaria. Aunque sea fuera de los templos.

Pbro. Nicolás Alessio, Cuaresma 2012

¿Pero qué vida defienden? Por Antonio Fenoy, Rafael Villegas y Adriana Fernández

“Una sociedad que no puede garantizar el derecho al trabajo, a la alimentación, a la educación, es una sociedad abortiva. La Iglesia esto no lo denuncia, y las muertes por causa de la pobreza son infinitamente mayores que las producidas por abortar.”1

Como colectivo conformado por compañeros que militamos en espacios populares desde un cristianismo de base, acompañando la vida de los más pobres, queremos aportar nuestra mirada desde nuestra construcción y compromiso al debate sobre la despenalización de la interrupción voluntaria del embarazo. El histórico fallo de la Corte Suprema de Justicia de la Nación pone una vez más en el tapete esta cuestión.

No se puede más ocultar que el aborto es una realidad con la cual convivimos diariamente. Negarlo es una manera encubridora de sostener una desigualdad estructural que, a la sombra de la ilegalidad, sigue arrebatando anónimamente la vida de miles de mujeres, fundamentalmente las más pobres, ante la impávida mirada de los sectores más dogmáticos y conservadores de la sociedad que utilizan el discurso de la “defensa de la vida” de manera hipócrita, sesgada, negándolo cuando se trata de los pibes y pibas de nuestros barrios, avalando el discurso de los pibes chorros o la baja de edad de imputabilidad. Es evidente que “la consigna de la ‘defensa de la vida amenazada’ o el estar ‘a favor de la vida’ pueden tener significaciones bien distintas según quién sea el enunciador. Si el enunciador es de aquellos que han ‘optado por los embriones’ el significado de ‘vida’ tendrá contornos precisos. Si, en cambio, el enunciador es de aquellos que se esfuerzan por evocar la ‘memoria peligrosa y subversiva’ del Vaticano II, de Jesús de Nazaret, ‘vida’ deberá interpretarse centralmente a la luz de la realización de la justicia, de la inclusión social, de la participación política, del disfrute de los derechos humanos. Será preciso leer la ‘vida a la luz de la realización histórica del reino de Dios”.2

Siguiendo esta “Memoria peligrosa y subversiva” de Jesús de Nazareth, que está en el corazón de lo que llamamos “Reino de Dios” (el socialismo) creemos que la cuestión del aborto posee aristas sociales y económicas que es necesario puntualizar:

1. Es un tema de salud pública: no se trata de proponer un método de planificación familiar sino una ley de despenalización que iguale las oportunidades –para todas las mujeres, cualquiera sea su condición social– de poder acceder a una intervención en las condiciones necesarias de seguridad y salubridad, ya que toda mujer tiene derecho a decidir sobre su cuerpo sin influencias ni imposiciones de ningún tipo. Algunos sectores parecen ignorar o no querer ver las numerosas muertes que suceden día a día por prácticas de abortos clandestinos en condiciones totalmente precarias que conllevan trágicamente consecuencias físicas y psicológicas de por vida en aquellas que sobreviven.3

No ocurre lo mismo con los sectores sociales más altos que cuentan con los recursos económicos para pagar la intervención y la discreción del profesional que las atiende en una clínica privada, sin riesgos para su salud y protegidos de la presión social y psicológica que sí padecen quienes tienen que acudir de urgencia y al borde de la muerte a un hospital público.

2. Es un tema de autonomía del Estado: el Estado debe legislar para todos y todas, sin ajustarse a principios teológicos o filosóficos que limiten su capacidad de acción. El hecho de la identificación del Estado argentino con la Iglesia Católica no debe ser una presión en éste, ni en ningún otro tema, cuestión que quedó demostrada durante el debate y la sanción de la ley del matrimonio igualitario. Aprobar la despenalización del aborto no implica estar de acuerdo con éste ni que todas las mujeres vayan a abortar, sino que es un ejercicio de igualdad de oportunidades y acceso a la salud pública para todas.

3. Es un tema de libertades individuales: es fundamental que el Estado garantice la libertad de elección de la mujer o de la pareja en este tema. Pareciera que sobre la cuestión del aborto, la mujer es un ser sin capacidad de decisión, en donde “otros” deben elegir por ella. También se debe garantizar el acompañamiento médico y psicológico antes, durante y después de la interrupción del embarazo, imprescindible en este tipo de decisiones.

Por tanto, se hace imperiosa no sólo la sanción de una legislación a favor de la despenalización del aborto, sino también la aplicación de políticas públicas sobre educación sexual para brindar a la población las herramientas necesarias en la prevención de enfermedades de transmisión sexual, mediante métodos anticonceptivos, de embarazos no deseados y, por ende, la reducción de prácticas abortivas. Muchos de los que levantan la voz en contra del aborto son los que también, desde criterios moralistas y seudo-religiosos, impiden la educación sexual en las escuelas y la vigencia de la Ley Nacional de Salud Reproductiva, en otra muestra patética de hipocresía y falsedad. En este sentido, Ivone Gebara (teóloga feminista) observa: “Me pregunto: ¿pero qué vida defienden? ¿Por qué no defienden la vida de los niños de la calle que son abortados por la sociedad? ¿Y por qué no defienden la vida de la gente que no tiene tierra, que no tiene comida, que no tiene viviendas, que no tiene futuro? ¿Por qué sólo de los embriones se habla en nombre de Dios y por qué no se habla de otras vidas en nombre de Dios?”.4

En síntesis, creemos que en tanto no se sancione una ley a favor de la despenalización, el aborto seguirá siendo una fuente ilícita de enriquecimiento para muchos médicos y clínicas privadas que se oponen a este tema, enriqueciéndose en el ejercicio de estas prácticas. Por eso, acompañando a nuestro pueblo en la construcción de la justicia y la dignidad, procurando una vida plena para todos y todas, creemos que esta ley representa un avance en los derechos humanos.

1. Vuola, Elina y Solá de Guerrero Janeth (2000). Teología feminista: teología de la liberación: (la praxis como método de la teología latinoamericana de la liberación y de la teología feminista), Iepala Editorial, p. 214

2. Silva, Ezequiel (2011). “De pobres y embriones”, revista Vida Pastoral.

3. Anualmente se producen en Argentina de 460 mil a 500 mil abortos.

4. Gebara, Ivone, reportaje realizado por Edwin Sánchez.

 

*  Los autores pertenecen al  Colectivo Teología de la Liberación Pichi Meisegeier.

 Fuente: Página 12

Con Medellín Dios pasó por América Latina. ¿Con quién pasa ahora? Por Jon Sobrino

 Los diez años de Medellín (1968) a Puebla (1979) fueron únicos en la época moderna dela Iglesia católica en América Latina. Después comenzó un declive al que Aparecida (2007) quiso poner freno, aunque hasta ahora queda mucho por hacer.

Al hacer este juicio, no nos fijarnos en la iglesia tal como la analizan los sociólogos, sino que nos fijamos en “el paso de Dios”. Sin duda es más difícil de calibrar, pero toca la dimensión más honda dela Iglesia, y al servicio de qué debe estar. En definitiva qué aporta a los seres humanos y al mundo como un todo. Y obviamente hay que preguntarse “qué Dios” es el que pasa por la historia en un momento dado.

Medellín

Fue un salto cualitativo. Irrumpieron los pobres, y en ellos irrumpió Dios. Fue un hecho fundante que penetró en la fe de muchos y configuró ala Iglesia.

Sorprendentemente, para la asamblea de obispos la prioridad no la tuvo la Iglesiaen sí misma, sino el mundo de pobres y víctimas, es decir la creación de Dios. Sus primeras palabras proclaman la realidad del continente: “una pobreza masiva producto de la injusticia”. Los obispos actuaron, ante todo, como seres humanos, y dejaron hablar a la realidad que clamaba al cielo. Son los clamores que Dios escuchó en el éxodo, le hicieron salir de sí mismo y entró decididamente en la historia. De igual modo, con Medellín Dios entró en la historia latinoamericana.

Desde esa irrupción de los pobres, y de Dios en ellos, Medellín pensó qué es ser Iglesia, cuál es su identidad y misión fundamental, y cuál debe ser su modo de estar en un mundo de pobres. La respuesta fue “una iglesia de los pobres”, semejante a la ilusión que tuvo Juan XXIII y el cardenal Lercaro. En el concilio no prosperó, en Medellín sí.La Iglesiasintió compasión por los oprimidos y decidió trabajar por su liberación. Por muchos, con mayor o menor conciencia explícita, fue acogida como bendición. Por otros, fue percibida, con razón, como grave peligro.

Muy pronto reaccionó el poder. En 1968 Nelson Rockefeller escribió un informe sobre lo que estaba ocurriendo, y esa Iglesia, nueva y peligrosa, tenía que ser debilitada y frenada, y lo mismo ocurrió al comienzo de la administración Reagan. Oligarquías con el capital, ejércitos, escuadrones de la muerte, desencadenaron una persecución contrala Iglesia, desconocida en la historia de América Latina. La persecución, y el mantenerse firme en ella, dejó en claro lo novedoso y evangélico que estaba ocurriendo:la Iglesiade Medellín estaba con el pueblo pobre y perseguido, y corrió su misma suerte. Miles fueron asesinados, entre ellos media docena de obispos, decenas de sacerotes, religiosos y religiosas, y multitud de laicos, mujeres y varones. Con limitaciones, errores y pecados, era una Iglesia mucho más casta que meretriz, mucho más evangélica que mundana.

Al interior dela Iglesiacatólica, Pablo VI propició y animó esta nueva Iglesia, pero altos personeros de la curia romana, y de otras curias locales, la descualificaron, trataron mal e injustamente a sus representantes señeros, también a obispos, y diseñaron una iglesia alternativa, diferente y aun contraria, más devocional, intimista, de movimientos, sumisos a y defensores de la jerarquía. Y lo que había que evitar era quela Iglesiavolviese a entrar en conflicto con los poderosos. La iglesia popular, nacida alrededor de Medellín, creyente y lúcida, de comunidades de base, que vivía la pobreza del continente, sufrió la doble persecución del mundo opresor, y, con alguna frecuencia, de la propia iglesia.

Una Iglesia así fue testigo y seguidora de Jesús de Nazaret. Encarnada, defensora y compañera de los pobres, cargaba con la cruz y con frecuencia moría en ella. Anunció una Buena Noticia como Jesús en la sinagoga de Nazaret. Tuvo sus “doce apóstoles”, los Padres de la iglesia latinoamericana con don Hélder Camara uno de los pioneros, con Enrique Angelelli, don Sergio Mendez Arceo, Leonidas Proaño, con monseñor Romero, pastor y mártir del continente, y otros. Llegó a ser ekklesia, en la que mujeres y varones, religiosas y laicos, latinoamericanos y venidos de fuera, llegaron a formar cuerpo eclesial, una gran comunidad de vida y misión. Entre los de casa y los de lejos se generó una solidaridad nunca vista: se llevaban mutuamente. Creció la esperanza y el gozo. Y del amor de los mártires nació una brisa de resurrección, ajena a toda alienación, que volvía a remitir a la historia para vivir en ella como resucitados.

En esa Iglesia soplaba el Espíritu, el espíritu de Jesús y el espíritu de los pobres. Ese espíritu inspiraba oración, liturgia, música, arte. Y también inspiraba homilías proféticas, cartas pastorales lúcidas, textos teológicos de casa, no textos simplemente importados que no habían pasado por el crisol de Medellín.

En el centro de todo estaba el evangelio de Jesús. Lucas 4, 16: “He venido a anunciar la buena noticia a los pobres, a liberar a los cautivos”. Mateo 25, 36-41: “Tuve hambre y me dieron de comer”. Juan 15, 13: “Nadie tiene más amor que el que da la vida por los hermanos”. Y Jesús de Nazaret, el crucificado resucitado, Hechos 2, 23: “A quien ustedes dieron muerte Dios le devolvió a la vida”.

¿Y ahora?

Encuestas, estudios sociológicos y antropológicos, económicos y políticos, ofrecen datos y suministran explicaciones sobrela Iglesiacatólica y otras iglesias cristianas. Nos dicen si subimos o bajamos en número y en influjo en la sociedad. Desde esa perspectiva nada tengo que añadir. Y estrictamente hablando, tampoco es mi mayor preocupación cuál será el futuro de lo que llamamos “Iglesia”, aunque en ella he vivido y vivo, y me he acostumbrado a pertenecer a la familia.

Lo que me interesa, y me alegra, es que “Dios pase por este mundo”. Y la razón es sencilla. El mundo está “gravemente enfermo”, decía Ellacuría, “enfermo de muerte”, dice Jean Ziegler. Es decir, necesita salvación y sanación. Por ello, como creyente y como ser humano, deseo que “Dios pase por este mundo”, pues ese paso siempre trae salvación a las personas y al mundo en su conjunto. Tuvimos la dicha de sentir ese paso de Dios con Medellín, con Monseñor Romero, con muchas comunidades populares. Con muchas personas buenas, sencillas en su mayoría. Con una pléyade de mártires. Y también, aunque eso solo se puede sentir “en un difícil acto de fe”, como decía Ellacuría al explicar la salvación que trae el siervo sufriente de Isaías, con el pueblo crucificado.

¿Cómo estamos hoy? Sería cometer un grave error caer en simplismos en cosas tan serias. Sería injusto no ver lo bueno que, de muchas formas, existe en las iglesias. Y sería arrogante no intentar descubrirlo, aunque a veces se esconda tras una corteza que no remite con claridad a Jesús de Nazaret. En cualquier caso, el paso de “Dios” siempre será misterio inescrutable, y sólo de puntillas y con máximo respeto a todos los seres humanos podemos hablar sobre ello. Pero con todas estas cautelas algo se puede decir. Mencionaremos las realidades de los fieles y sus comunidades, pero tenemos en mente sobre todo a las instancias, altas en jerarquía, históricamente muy responsables de lo que ocurre, y a las que no se puede pedir cuenta con eficacia. Con sencillez doy mi visión personal.

De diversas formas abunda el pentecostalismo, como forma de iglesia distante de los problemas reales de vida y muerte de las mayorías, aunque trae ánimo y consuelo a los pobres, lo que no es desdeñar cuando no tienen dónde agarrarse para que su vida tenga sentido -distinta es la situación en clases más acomodadas. Prolifera un gran número de movimientos, docenas de ellos, proliferan los medios de comunicación de las iglesias, emisoras de radio y televisión, sumisos en exceso a ideales y normas que provienen de curias, sin dar sensación de libertad para tomar ellos mismos en sus manos un evangelio que anuncia la buena nueva para los pobres, en forma de justicia, y sin sospechar la necesidad de un estudio, reflexivo, mínimamente científico, dela Palabrade Dios, y en general de la teología que propició el Vaticano II y Medellín. Proliferan devociones de todo tipo, las de antes y las de ahora. Jesús de Nazaret, el que pasó haciendo el bien y murió crucificado, es dejado de lado con facilidad en favor del niño Jesús, sea de Atocha, de Praga, el Dios niño, dicho con gran respeto. Con facilidad se diluye el Jesús recio de Galilea, del Jordán, el profeta de denuncias alrededor del templo de Jerusalén, en favor de devociones, basadas en apariciones con un trasfondo sentimental y melifluo en exceso. Por decirlo con sencillez, la divina providencia puede atraer más que el Padre de Jesús, el Hijo que es Jesús de Nazaret, el Espíritu Santo, que es Señor y dador de vida, y Padre de los pobres como se canta en el himno de Pentecostés.

En su conjunto cuesta hoy encontrar enla Iglesiala libertad de los hijos e hijas de Dios, la libertad ante el poder, que no por ser sagrado deja de ser poder. Se nota excesiva obsecuencia y sumisión hacia todo lo que sea jerarquía, lo que llega a convertirse en miedo paralizante. Desde las instancias de poder eclesial apunta el triunfalismo, y lo que he llamado la pastoral de la apoteosis, multitudinaria, mediática. En muchos seminarios el discurrir y pensar es sustituido por el memorizar. En las reuniones del clero, por lo que sabemos, las preguntas, la discusión y el debate son sustituidas por el silencio. Las cartas pastorales de los años setenta y ochenta -verdadero orgullo de las iglesias, que reverdecen en ocasiones, en Guatemala por ejemplo- son sustituidas por breves mensajes, modosos y comedidos, con argumentos tomados de las últimas encíclicas del papa. El centro institucional no parece estar ya en América Latina, sino en la distante Roma. Todo esto está dicho con respeto.

Cómo será el paso de Dios por América Latina y con quién pasará está por ver, y en definitiva es cosa de Dios. Pero es cosa nuestra anhelarlo, trabajar por ello, y aprender de cómo ocurrió en el pasado alrededor de Medellín.

Bueno es saber y analizar los vaivenes de la membresía y el influjo de las Iglesias en la sociedad. Por lo que dicen los datos, en ambas cosasla Iglesiacatólica va a menos. Pero más presentes hay que tener las raíces de cuya savia ha vivido el paso de Dios. Y regarla humildemente, con aguas vivas.

Qué le ocurrirá a nuestra iglesia, y a todas las iglesias, está por ver. Mi deseo es que, ocurra lo que ocurra en lo exterior, sea por ponerse al servicio del paso de Dios por este mundo, el Dios de Jesús, compasivo, profeta y crucificado. Y el Dios dador de esperanza.

Estas son preguntas que podemos hacerlas siempre. Pero quizás es bueno hacerlas al comienzo de cuaresma. Este tiempo nos exige reciedumbre para caminar a Jerusalén. Y nos ofrece esperanza de encontrarnos allí con Jesús crucificado y resucitado.

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Fuente: Eclesialia