Harvard y La Matanza, el derecho a preguntar. Por Rafael Velasco

La frase de la Presidenta –muy desafortunada y penosamente clasista– respecto de las preguntas de los alumnos de la Universidad de Harvard, comparándolos con los alumnos de la Universidad de La Matanza, ha abierto una encendida polémica. Muchos atacan, y otros defienden.

Algunos sostienen que las preguntas eran poco académicas o que estaban “guionadas”; otros se congratulan. El tema tiene muchas aristas; sin embargo, me interesa detenerme en el derecho de los universitarios a preguntar.

La universidad –se sabe– es el lugar del pensamiento crítico; por eso es el lugar de las preguntas. No debería, entonces, sorprender que un grupo de universitarios pregunte sin restricciones ni condicionamientos. Después de todo, el interlocutor es libre o no de someterse a las preguntas. Pero si decide someterse, no puede enojarse y descalificar al interrogador.

 

¿Tenían derecho los estudiantes a preguntar lo que preguntaron? Por cierto. Y la Presidenta tenía el deber de responder sin “sobrar” ni destratar a los que preguntaban.

Todos debemos responder.

Pero así como la universidad es el lugar de la pregunta y los universitarios tenemos derecho a interrogar, también las universidades y los universitarios tenemos el deber de dar respuestas. Y respuestas claras.

El poeta Paul Claudel preguntaba a los intelectuales de su tiempo: “Ustedes, que han recibido la luz, ¿qué han hecho con la luz que recibieron?”. Esa pregunta es, también –particularmente–, para los universitarios: de Harvard, de La Matanza, de Córdoba, de todo el mundo.

Tal vez los alumnos de Harvard (y sus docentes y directivos) debieran responder, por ejemplo, no sólo acerca de la calidad de sus profesores y de sus investigadores, sino también acerca de la conciencia social que se genera en esa casa de estudios, acerca del compromiso con la justicia social y con la equidad en el mundo de parte de sus graduados.

Los alumnos de La Matanza (y sus docentes y directivos) quizá deben también responder –por ejemplo– por el presupuesto que reciben del Estado. ¿Qué se devuelve a la sociedad que ha aportado con sus impuestos para que los estudiantes ingresen al grupo privilegiado de los que acceden a las universidades?

Los universitarios –todos, los de acá de Córdoba también–tenemos que responder por la realidad social que nos toca: ¿qué estamos haciendo desde nuestras aulas y laboratorios para transformar la realidad en algo más justo y equitativo?

Tenemos una gran responsabilidad. Como decía Ignacio Ellacuría, “la universidad debe encarnarse con los pobres”. “Debe ser ciencia de los que no tienen voz, el respaldo intelectual de los que en su realidad misma tienen la verdad y la razón, aunque sea a veces a modo de despojo, pero que no cuentan con las razones académicas que justifiquen su verdad y su razón”.

Ante tamaña responsabilidad, creo que, más allá de los avances en la materia –en el sistema universitario en general–, aún tenemos mucho que responder y bastante que autocriticarnos.

Los universitarios –de Harvard, La Matanza, Córdoba y del mundo entero– tienen derecho de preguntar sin restricciones. Sólo así avanza el conocimiento; sólo así es posible criticar el actual estado de cosas para encontrar nuevos caminos; sólo así es posible desenmascarar lo inauténtico y se puede avanzar en la búsqueda de algo de verdad.

Pero también tiene –tenemos– el deber irrenunciable de dar respuestas. Debemos responder ante los millones que aún no pueden acceder a la universidad y esperan de ella pensamiento comprometido, profesionales con sensibilidad y compromiso social, casas de estudios de verdad plurales y abiertas a sus problemas.

Celebremos la pregunta, sin olvidar que para nosotros, también, sigue pendiente el reclamo de Claudel: universitarios, ustedes que han recibido la luz, ¿qué han hecho con la luz que recibieron?

 

Lic. Rafael Velasco es Rector de la Universidad Católica de Córdoba

Fuente: La Voz del Interior

Los peligros de la arrogancia del imperio. Por Leonardo Boff

Me cuento entre los que se entusiasmaron con la elección de Barack Obama para presidente de Estados Unidos, especialmente viniendo después de G. Bush Jr,  presidente belicoso, fundamentalista y de poquísimas luces. Creía éste en la inminencia del Armagedón bíblico y seguía al pie de la letra la ideología del Destino Manifiesto, un texto inventado por la voluntad imperial norteamericana para justificar la guerra contra México, según el cual Estados Unidos sería el pueblo escogido por Dios para llevar al mundo los derechos humanos, la libertad  y la democracia. Esta excepción se tradujo en una arrogancia histórica que hacía que Estados Unidos se arrogase el derecho de imponer al mundo entero, por la política o por las armas, su estilo de vida y su visión del mundo.

Esperaba que el nuevo presidente no ya fuera rehén de esta nefasta y forjada elección divina, pues anunciaba en su programa el multilateralismo y no la hegemonía, pero tenía mis dudas, pues por detrás del Yes, we can (sí, nosotros podemos) podía esconderse la vieja arrogancia. Ante la crisis económico-financiera pregonaba que Estados Unidos había demostrado en su historia que podía todo, y que iba a superar la actual situación. Ahora, con ocasión del asesinato de Osama bin Laden ordenado por él (en un estado de derecho, que separa los poderes, ¿tiene el ejecutivo el poder de matar o eso es competencia del judicial que manda prender, juzgar y castigar?) cayó la máscara. No ha podido esconder la arrogancia atávica.

El presidente, de extracción humilde, afrodescendiente, nacido fuera del continente, primero musulmán y después evangélico convertido, dijo claramente: «Lo que sucedió el domingo es un mensaje para todo el mundo: cuando decimos que nunca vamos a olvidar, estamos hablando en serio», que es como decir «terroristas del mundo entero, vamos a asesinarlos».

Aquí se revela, sin medias palabras, toda la arrogancia y la actitud imperial de ponerse por encima de  toda ética.

Esto me hace recordar la frase de un teólogo que sirvió doce años como asesor de la ex-Inquisición en Roma y que vino a solidarizarse conmigo cuando sufrí el proceso doctrinario. Me confesó: «Aprenda de mi experiencia: la ex-Inquisición no olvida nada, no perdona nada y cobra todo; prepárese». Efectivamente, así fue lo que sentí. Peor le ocurrió a un teólogo moralista, queridísimo en toda la cristiandad, el alemán Bernhard Häring. Con un cáncer de garganta que casi no le permitía hablar fue sometido a un riguroso interrogatorio en la sala oscura de aquella instancia de terror psicológico por causa de algunas afirmaciones sobre la sexualidad. Al salir confesó: «este interrogatorio fue peor que el sufrí con la SS nazi durante la guerra», lo cual significa: poco importa la etiqueta, católico o nazi, todo sistema autoritario y totalitario obedece a la misma lógica: cobra todo, no olvida y no perdona.

Así lo prometió Barack Obama y se propone llevar adelante el estado terrorista creado por su antecesor, manteniendo la Ley Patriótica que autoriza la suspensión de ciertos derechos y la prisión preventiva de sospechosos sin avisar siquiera a sus familiares, lo que se convierte en secuestro.

No sin razón escribió el noruego Johan Galtung, el hombre de la cultura de la paz, creador de dos instituciones de investigación sobre la paz e inventor del método Transcend en la mediación de los conflictos (una especie de política del gana-gana): tales actos aproximan a Estados Unidos a un estado fascista.

La verdad es que estamos ante un imperio. Es la consecuencia lógica y necesaria del presunto excepcionalismo. Es un imperio singular, basado no en una ocupación territorial o en colonias, sino en 800 bases militares distribuidas por todo el mundo, la mayoría innecesarias para la seguridad estadounidense. Pero están ahí para meter miedo y garantizar su hegemonía en el mundo. Nada de eso ha sido desmontado por el nuevo emperador, que no cerró Guantánamo como había prometido y todavía envió treinta mil soldados a Afganistán para una guerra perdida de antemano.

Podemos estar en desacuerdo con la tesis básica de Abraham P. Huntington en su discutido libro El choque de civilizaciones, pero hay en él observaciones dignas de atención, como esta: «la creencia en la superioridad de la cultura occidental es falsa, inmoral y peligrosa» (p.395). Mas aún: «la intervención occidental probablemente constituye la fuente más peligrosa de inestabilidad y de un posible conflicto global en un mundo multicivilizacional» (p.397). Pues bien, las condiciones para semejante tragedia están siendo creadas por Estados Unidos y sus aliados europeos.

Una cosa es el pueblo estadounidense, bueno, trabajador, y algo ingénuo, que admiramos, y otra el gobierno imperial, que no respeta tratados internacionales que van contra sus intereses y es capaz de todo tipo de violencia. Pero no hay imperios eternos. Llegará el momento en que será un número más en el cementerio de los imperios muertos.

 

Danos Tu Paz. Por Pedro Casaldáliga

Danos, Señor, aquella Paz extraña

que brota en plena lucha

como una flor de fuego;

que rompe en plena noche

como un canto escondido;

que llega en plena muerte

como el beso esperado.

 

Danos la Paz de los que andan siempre,

desnudos de ventajas,

vestidos por el viento de una esperanza núbil.

Aquella Paz del pobre

que ya ha vencido el miedo.

Aquella Paz del libre

que se aferra a la vida.

La Paz que se comparte

en igualdad fraterna

como el agua y la Hostia.

 

Pedro Casaldáliga

Obispo Emérito de Sao Felix, BR