Fátima nunca más. Por Mario de Oliveira, Teólogo

I. Dioses contra Dios

En Fátima, como en cualquier otro Santuario o templo, no basta con invocar a Dios, para concluir que estamos frente a una manifestación de fe. Por lo menos de fe cristiana. Cuando mucho, estamos ante una manifestación religiosa, lo que no es lo mismo. De hecho el cristianismo, en sus inicios, ni siquiera quiso aparecer como una religión. Los textos fundantes del Nuevo Testamento, no nos hablan de una nueva religión, sino de una vía o de un camino. Vía o camino que nos ha de llevar, más que a Dios, al encuentro del otro, de los otros, al encuentro de aquellos que no son de nuestra misma “carne y sangre”, y hasta al encuentro de aquellos a los cuales tenemos como enemigos. Para que entre nosotros y ellos, entre todos y entre todas, se establezca progresivamente, una relación de fraternidad. Pues solamente cuando esta relación de fraternidad es efectiva, es cuando Dios es honrado y venerado, y la fe cristiana se convierte en un acontecimiento verdadero. “No todo el que me diga ‘Señor, Señor’ entrará en el Reino de los Cielos, sino el que haga la voluntad de mi Padre celestial” (Mt, 7,21). El Evangelio es así. No admite fugas, que quizás se presenten como muy religiosas, pero que también son muy alienantes, muy deshumanizadoras y muy poco fraternas.

En Fátima, como en cualquier otro santuario o templo, es necesario interrogarnos con humildad pero sin descanso, si es Dios el que está siendo invocado y venerado. Cuál Dios es el que atrae y convoca a las personas allí reunidas. Porque, al contrario de lo que realmente se piensa, no hay un único Dios. Siempre hubo a través de los tiempos , muchos dioses. Y la dificultad en poder discernir, entre tantos dioses, cuál es el verdadero, cuál es aquel que progresivamente nos humaniza y nos fraterniza (aquel que es buena noticia para los seres humanos), siempre fue muy grande. Hoy parece que esta dificultad es aún mayor que en el pasado. Porque los dioses son muchos, y cada vez se presentan más atrayentes y seductores.

Sabemos que Caín, por ejemplo, en los albores de la humanidad -la primera carta de Juan lo recuerda en los albores del cristianismo- según reza el mito bíblico del Génesis 4, 1-16, también invocaba a Dios, cumplía con todos los ritos religiosos, practicaba regularmente la liturgia de su época. Pero sin embargo, todo esto no le impidió, con la mayor de las calmas y con la más tranquila conciencia, matar a su hermano Abel. El dios al cual él invocaba y veneraba y al que ofrecía generosamente las primicias de su cosecha, no era incompatible con el acto fratricida. Por el contrario, él mismo se lo habría sugerido e inspirado, en algún momento del culto.

Está narración no fue escrita con el fin de entretenernos, sino para edificarnos. Para que estemos alertas, para ayudarnos a discernir. Para revelarnos que no alcanza con admitir la existencia de Dios, ser deísta, ser religioso, frecuentar actos de culto a determinadas horas y en locales considerados sagrados, para que seamos automáticamente varones y mujeres humanos, humanizados, fraternos, en una palabra: cristianos. Podemos hacer todo eso y mucho más, como por ejemplo: contribuir con holgadas ofrendas para la construcción de templos y de santuarios, hacer difíciles y dolorosas promesas, y cumplirlas escrupulosamente, tener hasta una buena relación con los sacerdotes de las múltiples religiones que entre nosotros existen y, al mismo tiempo, alimentar sentimientos de odio y de venganza, de celos y de muerte contra el otro, y contra los otros. Y lo que es aún peor , podemos hasta pasar de los sentimientos a los hechos, y matar al otro, a “los enemigos”, a los que no piensan como nosotros, los que no son de nuestra religión, los que no aceptan “jugar nuestro juego”… Y todo esto, sin la necesidad de inquietar nuestra conciencia; al contrario, con todo el sentimiento del deber cumplido, con la calma de quien piensa que es así como se es verdaderamente una persona religiosa.

Escribir y decir estas cosas, puede ser eventualmente impactante para mucha personas, sean éstas creyentes en dios, o ateas. Pero no debería serlo, por lo menos, para los cristianos y las cristianas y sus respectivas iglesias. El cristianismo, que en sus inicios, nunca quiso ser una religión más, entre las múltiples existentes en el imperio romano, sino un camino hacia al encuentro del otro, de los otros, incluso de aquellos que una cierta educación cívica y religiosa los define como enemigos nuestros, para que con todos y con todas hagamos juntos el descubrimiento y la experiencia de la fraternidad y de la comunión cada vez mayor, el cristianismo nació, como se sabe, de la revelación definitiva y más radicalmente liberadora de la humanidad, y también de la revelación más humanizante y fraternizadora.

Jesús de Nazaret, reconocido y proclamado por los primeros adherentes y seguidores como el Cristo, lo fue por fuerza de la resurrección que inesperadamente para ellos sucedió. El había sido, hasta la resurrección, el más odiado de los hombres; condenado a muerte como blasfemo y subversivo y ejecutado en la cruz. Ahora bien, quien está por detrás del crimen mayor de la historia de la humanidad, quienes conducen el proceso hasta su consumación, son hombres religiosos, profundamente creyentes en Dios, puestos al frente de la institución religiosa más sagrada. Y cuando los príncipes de los sacerdotes y el sanedrín procedieron, junto a los teólogos del templo, lo hicieron con la convicción de que, de esa manera daban gloria a Dios, al Dios que rendían culto y adoraban en el grandioso templo de Jerusalén. Tal es así, que después de cometer tan horrendo crimen, continuaron, con sus conciencias tranquilas, frecuentando el templo y promoviendo el culto en honor a su Dios, en los días y a las horas exactas.

¿Pero que paso con Jesús de Nazaret, llamado el Cristo? Se convirtió, por lo menos para los cristianos y las cristianas, y para sus respectivas iglesias, en el acontecimiento más revelador de la Historia, la Luz que ilumina a todo ser humano que nace en este mundo. Es el nuevo y definitivo Big-Bang de la creación de la humanidad y del mundo nuevo. Lo nuevo y definitivo comenzó. En Él y con Él la Humanidad nació de nuevo, nació definitivamente fraterna y solidaria.

Sabemos por esto, y de manera definitiva a partir de Jesús crucificado a quien el Padre resucitó, que de hecho, Dios nunca fue una realidad unívoca. Hay muchos dioses. Está Dios y están los dioses. Y hay una lucha de los dioses contra Dios. Hay dioses altamente peligrosos, asesinos y opresores, que no se sienten bien sin víctimas inocentes, cuya sangre reclaman insaciablemente. Dioses sádicos que devoran a sus adoradores esclavizándolos y degradándolos. En una palabra dioses que hacen que las personas se deshumanicen y que lleguen incluso a matar. Así es como ellos son, y como hacen que sean sus adoradores, que suelen ser muy religiosos, como Caín, pero también asesinos como él. Suelen ser a imagen y semejanza de los dioses que invocan y rinden culto.

Y está el Dios de las víctimas, él mismo víctima de los dioses todo poderosos y asesinos, El que resucitó a Jesús de entre los muertos; éste es el Dios de Jesús y el Dios de los hombres y de las mujeres que prosiguen su Causa (cristianos, cristianas, y todas las personas de buena voluntad), el Dios vivo que vive y que hace vivir. El Dios que no quiere otro culto que no sea la promoción de la vida, y la vida en abundancia para todos, El Dios que no sólo no quiere víctimas ni genera víctimas, sino que además trabaja siempre para bajarlas de la cruz. El Dios que se manifiesta en el mirar y en el cuerpo de las víctimas de la historia, a partir de las cuales lanza la pregunta más perturbadora y desafiante, también la pregunta que potencialmente genera más fraternidad, dirigida a todos los que lo invocan como lo hizo Caín, pero que al mismo tiempo matan a sus hermanos: ¿Dónde está tu hermano?, ¿qué hiciste con tu hermano?, o esta actualización de la misma pregunta: ¿Por qué me persigues? (Hch 9,4).

II. Del Dios de Fátima, líbranos, Señor

Dos niños que mueren y una tercera que sobrevive pero es separada de su tierra e impedida para siempre de llevar una vida como las de otras personas (primero, la internaron, secretamente, en el Asilo de Vilar, en Oporto y, después, la mandaron a España y la convirtieron en una monja enclaustrada para el resto de su vida, situación que, luego de 76 años de los acontecimientos de 1917, ¡aún continúa!), he ahí el principal balance de las llamadas “apariciones de Fátima”. Probablemente, nunca nadie en la Iglesia Católica se atrevió a mirar las apariciones desde este ángulo.

Que no piense nadie que escribimos esto para unirnos a los llamados “enemigos” de Fátima. Lo que nos mueve es la fidelidad al Evangelio y al Dios de Jesús, a quien María de Nazaret, cantó mejor que nadie como libertador y salvador de la humanidad, particularmente, de los pobres y excluidos. La lectura que hicimos del libro más importante sobre Fátima, Memorias de la hermana Lucía, nos obliga a ello. Porque el Dios que allí se anuncia y revela no tiene nada que ver con el Dios revelado en Jesús de Nazaret. Se relaciona más bien con un Dios sanguinario, que se complace en el sufrimiento de inocentes, un Dios creador de infiernos para castigar a quienes dejan de ir a misa los domingos, o dicen palabras desagradables, un Dios incluso peor que algunas de sus criaturas.

A los lectores y lectoras les pedimos que, en vez de escandalizarse, traten de leer también el libro de la Hermana Lucía. Porque, si lo hacen, a la luz del Evangelio de Jesús, acabarán, probablemente, orando junto con nosotros: “Del Dios de Fátima, ¡líbranos, Señor!”.

El libro de Lucía nos hace retroceder en el tiempo y sumergirnos en el ambiente religioso y eclesiástico en que tuvieron que vivir los niños de Fátima, alrededor de 1917. Eran los tiempos de la Primera Guerra Mundial. Pero el terror que se respiraba, sobre todo en los medios populares y rurales, no venía de ahí. La catequesis familiar y parroquial, así como las predicaciones dominicales y otras, entonces muy recurrentes, constituían un género de terror no menos intenso y, también, no menos nefasto y criminal. Porque incidía sobre la conciencia de las personas, especialmente de los niños, pequeños seres indefensos y cargados de sensibilidad, dispuestos a creer en todo lo que les dicen los adultos, padres y madres, y también obispos y párrocos, cuya palabra era, míticamente, escuchada y atendida, como si fuese la voluntad de Dios presente en medio del pueblo. (El libro de Lucía muestra hasta la saciedad, que ella misma, incluso hoy, tantos años después, se mantiene en esta visión mítica de la realidad, también de la realidad eclesial, aunque tal visión sea totalmente ajena al mensaje liberador del Evangelio).

Jacinta y Francisco, además de Lucía, respiraron un ambiente así. El libro no deja dudas, para quien sepa leer entre líneas, críticamente, sin dejarse envolver por el misticismo religioso, casi patológico, en que está escrito.

Se percibe muy bien que el terror es una constante en las vidas de estos tres niños. Vivían atribulados por el pecado, con el infierno y con los pecadores que se van, por montones, al infierno. Todo era pecado para ellos. Hasta darle un beso a otro niño en el juego de las prendas. Dar un beso, para Jacinta, por ejemplo, sólo es posible a Nuestro Señor, en la imagen del Crucificado. Como si otro niño o niña, compañero de juegos, no fuese mucho más imagen de él, sino sólo ocasión de pecado. (¿Quién instigó una visión tan moralista en la pequeña y angelical Jacinta? ¿Qué satánica catequesis le distorsionó tan gravemente la mirada? ¿Quién le arrebató, tan tempranamente, la naturalidad?).

En ese contexto, todo puede llevar al infierno. Dios, a los ojos de estos niños, está tan cansado de los pecados de sus criaturas humanas, que su ira está a punto de rebasar los límites, lo cual no sucederá si ellas aceptan sufrir-sufrir-sufrir, hacer toda clase de sacrificios por amor a Él y por la conversión de los pecadores y, al mismo tiempo, rezar muchos rosarios.

Como no podía ser de otro modo, los niños que reciben toda esta información (sensibles e indefensos como sólo ellos son) sufren, lloran, tienen dolor por Nuestro Señor. Y comienzan a pensar en ofrecerse como víctimas, hasta la muerte, para desagraviar a Dios y, de alguna manera, forzarlo a perdonar a los pecadores. Quedan completamente poseídos por una mística de la muerte, una mística sacrificial, que habla más bien de un Dios que se alimenta de gente, en vez de una mística de vida, la única que el Dios de Jesús puede inspirar a sus hijos e hijas, ya que Él mismo es un Dios que trabaja continuamente para que todos tengamos vida y vida en abundancia. Verdadera tortura Vivir en un clima de una religiosidad así se volvió una verdadera tortura. Por lo menos, para estos niños aterrorizados, que siempre toman todo en serio. Se volvió también un riesgo terrible. El riesgo de llegar a ser condenados al infierno. Bastaba con cometer algún pecado. Y el pecado, para ellos era, por ejemplo, decir palabras feas o hacer pequeñas travesuras. Lo suficiente para ser condenados al infierno, descrito por ellos mismos con imágenes sumamente terroríficas. Nunca más, entonces, estos niños pudieron sentir la voluntad y la disposición de hacer sacrificios por los pecadores. El infierno era, finalmente, la gran amenaza para todos y lo que con mayor probabilidad podía sucederle a cualquiera. Y, para los pecadores, más que amenaza era ya una certeza. En un clima así, de religiosidad verdaderamente despojada de Evangelio, peor aún, contra el Evangelio, no es de extrañar que el deseo mayor de estos niños fuese el de ir al cielo porque ésa sería la única manera de no caer en el infierno, donde quien cae queda, para siempre, ardiendo en el inmenso horno de fuego en compañía de los animales más asquerosos y horrendos. Por lo que cuenta Lucía, en este libro, los dos hermanos, Jacinta y Francisco, vivían aterrorizados por el infierno. Era lo más natural. La madre, en las frecuentes catequesis familiares que les administraba, exageraba bien los colores del terror. Y los predicadores de las misiones parroquiales que seguían, con fidelidad, el libro Misión Abreviada, no se quedaban atrás. Por eso es que, en un ambiente así, de verdadero terror teológico, lo que más espanta y escandaliza a quien hoy busca ser discípulo de Jesús y dejarse conducir por los valores de su Evangelio liberador, es que aquella Señora la que los niños dicen que vieron y escucharon los días 13 de los meses de mayo octubre de 1917, a pesar de decir que venía del cielo, es decir, de Dios, no haya aparecido para liberarlos del miedo y convidarles la alegría de vivir. Por el contrario, comienza por anunciarles, a los dos más pequeños y también más aterrorizados, que en breve les llevaría al cielo, una manera eufemística de decirles que iban a morir antes de tiempo.

Catequesis terrorista

En lugar de la buena noticia liberadora de que Dios quiere que ellos vivan y vivan en abundancia, les anuncia que pronto van a morir. En el fondo, se limita a reproducir y legitimar la catequesis terrorista y negadora del Evangelio que los niños constantemente escuchaban en su casa y en la parroquia.

Pero lo más chocante todavía estaba por venir: la aparición en la que, en julio, durante el diálogo que mantiene con ellos, les muestra a los tres niños el infierno y la impresión que les causa es tal, sobre todo en Jacinta y Francisco, que bien podría decirse que los dos hermanitos, de tierna edad y de salud manifiestamente debilitada, nunca se repusieron de esta visión terrorífica y acabaron por morirse del susto, además de la fragilidad que, por otra parte, se apoderó irreversiblemente de sus cuerpos, una vez que tanto ella como él, desde entonces, nunca más consiguieron ser niños como los demás, ni lograron jugar relajadamente, ni encararon la vida como niños saludables (Francisco, por ejemplo, hasta dejó de ir a la escuela, y en vez de eso, prefería esconderse en la iglesia ¡a rezar por los pecadores!) y nunca más se alimentaron bien.

En todos los momentos, a partir de aquel día, la visión del infierno persiguió a los dos niños, aterrorizándolos, obligándolos a rezar por los pecadores, y forzándolos a hacer sacrificios por la conversión de los pecadores. El libro de las Memorias de Lucía da testimonio de que los dos hermanitos eran capaces de pasar días enteros sin comer, daban su merienda a las ovejas, no bebían ni gota de agua en pleno mes de agosto, andaban todo el día, e incluso durante la noche, con una cuerda amarrada permanentemente a la cintura, hasta sangrarse.

Masoquismo religioso

Con estas actitudes, cargadas de masoquismo religioso y sacrificial, pretendían -con una ingenuidad e inocencia sobrecogedoras y de las que personalmente no eran responsables sino víctimas- consolar a Nuestro Señor y al Papa (la preocupación por el Papa surgió después de que, en cierta ocasión, un sacerdote les habló de él y les informó que estaba siendo perseguido por los “enemigos” de la Iglesia).

Se llegó, así, a la inversión total de la Buena Noticia que es la revelación de Dios en la Historia de la Humanidad y que culminó en Jesús de Nazaret, la mayor y más liberadora Buena Noticia que los empobrecidos del mundo y todos los que, oficialmente, son tenidos como pecadores, alguna vez pudieron oír.

En este caso de Fátima, en vez de que Dios sea aquel que viene como compañero y padre con corazón de madre, a consolar a los niños y liberarlos del terror y del sufrimiento en que una catequesis sacrificial y sádica los había condenado a vivir, son los niños quienes lo consuelan y se autoinmolan para conseguir que Él, a la vista del sufrimiento de ellos, víctimas inocentes, contenga su ira y desista de llegar actuar contra las criaturas humanas y pecadoras. En otras palabras: ellos se reducen para que Él crezca, en una liturgia típicamente sacrificial, pero también verdaderamente repugnante, que, cuando sucede, es siempre un insulto al Dios de Jesús y, simultáneamente, una de las causas principales que explican el crecimiento del ateísmo en el mundo.

Urge evangelizar a Fátima

Puede, pues, decirse que el libro Las memorias de la Hermana Lucía -donde ella escribe todo lo que recuerda de sus tiempos infantiles, en Fátima, escrito por obediencia a algunos hombres de la Iglesia que, extrañamente, se atribuyen una tal autoridad sobre ella, porque incluso le dieron órdenes terminantes- contiene y vehicula una teología (reflexión sobre Dios) en las antípodas de la teología cristiana.

Se trata de una teología sobre un Dios que sigue siendo el Dios de mucha gente, pero que tiene que ver más bien con un ídolo devorador de pobres, bastante peor que algunas de sus criaturas, un Dios a imagen y semejanza de los verdugos que sólo calma su ira castigadora y destructiva con sangre, mucha sangre, de víctimas inocentes, un Dios justiciero, verdugo, sanguinario, un Dios contra el hombre y la mujer y sin entrañas de misericordia, tirano y déspota, un Dios intrínsecamente perverso, a quien es preciso apaciguar y cuyo brazo justiciero está presto a caer sobre la humanidad, cosa que no sucede aún porque, felizmente, tenemos junto a Él a una criatura, la más santa de todas y, por lo que parece, más misericordiosa que Él, la Señora del Rosario que ha conseguido calmarlo.

Pero ella misma está a punto de no poder soportar más la ira y el odio de Él contra la humanidad y, por eso, decidió bajar del cielo a la tierra, más concretamente a Portugal, donde algunos años antes, por coincidencia, se instauró una República masónica y atea, para pedir a tres niños inocentes que la ayuden en esta ingente tarea.

“¿Queréis (les dijo, en su primera aparición) ofreceros a Dios, para soportar todos los sufrimientos que Él quiera enviaros, en acto de reparación por los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?” Los niños, educados en una catequesis sacrificial y terrorista, dijeron que sí. Y, como ellos, mucha gente aún hoy le sigue diciendo lo mismo a ese Dios. Sólo quien no quiera ver puede ignorar que, en Fátima, el Dios más buscado por las personas que sufren dolencias y aflicciones de todo tipo, es un Dios así. Un Dios que nos espanta, que inspira miedo, que nos castiga, nos da y quita la vida, según el humor del momento. Un Dios que exige sacrificios humanos, que se complace en ver autoflagelarse a los pobres, en una inmolación que puede llegar hasta el límite de las fuerzas y de la vida. Un Dios en rebeldía hacia el Evangelio, con más de demonio que de Dios, quien desde los albores de la humanidad ha vivido en nuestro inconsciente colectivo, en donde, manifiestamente, aún no ha llegado la buena nueva liberadora de todo miedo, que es el Evangelio de Jesús.

La Iglesia Católica, que desde el principio ha administrado a Fátima, no ha sido capaz aún de evangelizarla. ¡Y vaya que es necesario! Por el contrario, se ha mostrado más interesada en aprovecharse sacrílegamente del fenómeno. Tal vez porque él, como dice la publicidad de la lotería, es fácil, barato y da millones. Y garantiza elevadas estadísticas, a la hora de contabilizar a los católicos portugueses, lo que da mucho más poder reivindicativo a la respectiva jerarquía, frente al poder establecido.

Ha llegado la hora de cambiar. Desde la raíz. ¿Es arriesgado? Sin duda. Pero también es imperioso y urgente. Está en juego el Nombre de Dios, del Dios revelado en Jesús de Nazaret. Está en juego la fe cristiana. Y, sobre todo, está en juego la humanidad, particularmente, la mayoría empobrecida y oprimida, también en nombre de un cierto Dios que, en Fátima, continúa dictando, impunemente, su ley sacrificial.

Los teólogos cristianos tienen, pues, una palabra que decir. Con lucidez y valor. Con discernimiento. En la lucha de los dioses en que vive la humanidad, la palabra de los teólogos es insustituible. Puede ser, para algunos, martirial, como ha sido para otros compañeros nuestros en América Latina. Pero no pueden dejar de hablar los teólogos. Tampoco las comunidades cristianas donde ellos se encuentran. Pactar, aunque sea con el silencio, es un pecado contra los pobres y contra el Espíritu Santo.

Y es que Dios, el Dios de Jesús, en vez de crear infiernos para los pecadores (¿y quién no lo es?), los acoge y come con ellos. Por pura gracia. En vez de hacer víctimas, las baja de la cruz. Y está empeñado, como creador que es, en hacer de esta tierra, aún con mucho de infierno, una nueva tierra, donde Él viva con nosotros y entre nosotros, para siempre, como Emmanuel. Y María, la madre de Jesús, lejos de andar por ahí pidiendo sacrificios y el rezo de muchos rosarios por la conversión de los pecadores, es la mayor poeta de este Dios totalmente ocupado en la liberación y salvación de la humanidad y empeñado en llevar a su término la creación del mundo, iniciada hace muchos millones de años. Una creación demorada, porque Él no la quiere hacer sin nosotros, sino junto con nosotros. Y también porque respeta infinitamente nuestra libertad sin jamás perder la paciencia, a pesar de los innumerables disparates que cometemos contra nosotros mismos, contra los demás y contra la Naturaleza que nos sirve de cuna. Y es así porque nos ama infinitamente. Pues ni siquiera puede hacer otra cosa.

Fuente: Este texto es un extracto del libro del mismo título que fue publicado en Portugal en abril de 1999 por la Editora Campo das letras. Servicios Koinonia

Desconcertante Francisco. Por Celso Alcaína

Acabo de leer que el papa Francisco pretende canonizar en mayo a Francisco y Jacinta, dos de los niños videntes de Fátima. En el 2000 ya fueron beatificados por Juan Pablo II. Una curación de un niño brasileño justificaría esta canonización.

En más de una ocasión me manifesté sobre canonizaciones y milagros. La última, en mi reciente libro ROMA VEDUTA. Llego a concluir que Francisco tuvo en su mano la ocasión para clausurar la Congregción de las Causas de los Santos.

Este dicasterio fue creado como autónomo por Pablo VI en 1970. Con anterioridad, era una sección de la Congregación del Culto. A partir de entonces, surge un inusual incremento de beatificaciones y canonizaciones. Una devaluación de la santidad canónica que, tangencialmente, produce unos mayores ingresos extra para el Vaticano. El tradicional elenco de los santos se duplicó. Juan Pablo II beatificó y canonizó a más personas que todos sus antecesores juntos.

Se comprende que la Iglesia Católica ensalce o proponga como modelos a algunos de sus miembros después de su muerte. Lo hacen los pueblos con sus próceres. De manera similar, lo hacen las organizaciones o instituciones con sus mejores miembros o líderes. Pero la normativa eclesiástica de beatificaciones y canonizaciones está plagada de puntos negros, incomprensibles, escandalosos.

En el 2014, Francisco canonizó conjuntamernte a Juan XXIII y a Juan Pablo II. Un acto de clara endogamia, de exhibición, populismo, autoritarismo, discriminación y puede que deshonesto. El Papa que los canonizó, así como los responsables del evento, fueron beneficiados por uno u otro en vida. De forma claramente discriminatoria, el Vaticano “dispensó” a Juan XXIII del segundo milagro, requerido por Ley para todos los candidatos a la canonización. Es una “dispensa” similar a la que había realizado Pablo VI a favor de nuestro Juan de Ávila. En el caso del “santo súbito” estamos ante una canonización “exprés”.
No se ha tenido en cuenta la repulsa de muchos fieles hacia Juan Pablo II, paticularmente – y no sólo – por la involución operada respecto al Concilio Vaticano II. También por su conocida desidia o complacencia en el tratamiento de eclesiásticos pederestas.
Días después de la doble canonización, los medios han dado a conocer la inminente beatificación de Pablo VI. Al parecer, por su intercesión, un feto diagnosticable inviable por los médicos se habría convertido en viable. La madre californiana se habría encomendado a Montini para dar a luz el fruto de su vientre, no obstante los negros pronósticos de los médicos. El bebé nació sin problemas.

Mi estima y veneración por Pablo VI están fuera de duda. Como persona y como Papa fue superior a los dos ya canonizados. Este mi favorable juicio no se debe exclusivamente a que Pablo VI me haya distinguido llamándome a ser su colaborador. Se esperaría que yo aplaudiera su beatificación. No es así. Estoy convencido de que en santidad y ejemplaridad Montini no fue superior a muchas personas de las que nadie ha propagandeado su nombre para que de ellos se imploren “favores” y milagros.

De siempre, me ha parecido una injusticia, cuando no una puerilidad. Una intolerable discriminación de parte de Roma y, aparentemente, también de Dios. Casi siempre está de por medio el dinero. A veces es el oportunismo. Apropiarse de un genio, de un famoso, de un superhombre o una supermujer. ¿Por qué Dios favorecería a una determinada persona entre miles que piden lo mismo y que están en similares condiciones? Y, sobre todo, ¿por qué siempre se trata de curaciones corporales?

Porque existen otros campos susceptibles de una intervención del Todopoderoso y que reducirían la sospecha de fuerzas naturales todavía – y siempre – desconocidas. ¿Por qué un candidato a santo no atiende al devoto que implora la interrupción repentina del avance devastador del Estado Islámico o la guerra de Siria? ¿Por qué no paraliza tsunamis como el del Pacífico Sur, de Japón o de Indonesia? ¿O multiplica panes y peces para millones de hambrientos, aunque sólo fuera para la India? Y, limitándonos a lo sanitario, ¿por qué no cura repentinamente a todos los afectados por el cáncer, por la sordera o por la ceguera y no sólamente a un individuo?

El sistema eclesiástico actual de responsabilizar a Dios de la santidad de una persona es inmoral. Es un descrédito del Creador. Tú, Dios, has hecho el milagro firmando la canonización. Si el canonizado no lo merecía – inclusive cuando se pruebe que no lo mereció – , la culpa es tuya por haber usado tus poderes taumatúrgicos en su favor- Todavía más inaceptable es que el Papa, ¡al parecer en directa comunicacióin con ese dios!, puede conocer que el candidato está en el cielo, sin necesidad de milagros. Como queda dicho, sucedió con Juan de Ávila, otrora condenado por hereje, a quien Pablo VI “dispensó” de los milagros.

La canonización de los dos niños videntes de Fátima reviste claro carácter de oportunismo. Conocemos las iniciales razonables reticencias romanas a tales apariciones. Sabemos de las reticencias religiosas y científicas a todas las apariciones de la “Señora”. Roma se adueñó del fenómeno Fatíma por proselitismo. Lo mismo que Lourdes, Fátima resultó ser un vivero de devotos católicos. La canonización de los niños Francisco y Jacinta se enmarca en ese proselitismo. No son modelo de nada. Como mucho, fueron víctimas de un episodio paranormal.

En el Vaticano, tuve que estudiar el diario de Lucía, la otra niña vidente de Fátima, muerta casi centenaria. Nada extraordinario. Una monja algo engreída por el trato recibido del mismo Vaticano. Dudosamente histérica. Pablo VI y Benelli controlaban sus escritos y movimientos para evitar males mayores. Su tercer secreto fue conocido por mí. No coincide con cuanto se publicó. Sólo contiene inconsistentes afirmaciones: obispos contra obispos, muerte de un papa… Algo parecido al segundo secreto: la conversión de Rusia.

Concluyo. Un dios que discrimina a sus criaturas, aunque sea positivamente, no es el Dios. Un dios que encumbra a los ricos y famosos, a los poderosos y fundadores de algo, a los amigos de los jerarcas, postergando a los humildes y anónimos, ése no es el Dios. Implicar a nuestro Dios en tales hechos y para tales fines es simplemente un imposible, un infantilismo que conlleva la negación de Dios.

Los fenómenos inexplicables son sólo eso, inexplicables. La hipótesis de que Dios creó el mundo con sus leyes es la más plausible. Resulta absurdo que cada poco, incluso una sola vez, ese Dios haga excepciones a sus leyes. Todavía más absurdo cuando se lo demanda algún que otro humano y con el fin de encumbrar a un humano. Entendemos y creemos que Dios creó este mundo con amor, para que nos amemos y deja que la Naturaleza siga sus propias sabias leyes.

 

CELSO ALCAINA fue funcionario del Vaticano con Pablo VI. Es autor del libro “ROMA VEDUTA. Monseñor se desnuda”.

¿Qué es y qué hay detrás de una CANONIZACION? Por Guillermo “Quito” Mariani

 ¿Qué es? Para muchos resulta algo misterioso, que produce una especie de estremecimiento mundial con ceremonias multitudinarias, para proclamar que alguien es un SANTO. Esto, en realidad, supone todo un proceso de investigación en la historia de vida y costumbres de la persona de que se trata, hasta considerarla primero como “siervo o sierva de Dios”. Desde allí se continúa investigando y recibiendo juicios hasta que el SUMO PONTIFICE (la Iglesia sigue siendo monarquía) decreta la BEATIFICACION, que es lo primero se celebra solemnemente. Para entonces, la investigación tiene que haber constatado  dos “milagros” o sea intervenciones expresas de Dios para probar la santidad del investigado. Estos hechos resultan seleccionados entre los numerosos testimonios que llegan al Vaticano, intercediendo por la canonización. Se deja pasar un tiempo (corto a veces y normalmente largo) para que producidos y examinados otros tres hechos milagrosos se decida finalmente la CANONIZACION Con lo cual queda asegurado para los católicos del mundo que la persona de que se trata ha logrado situarse en la presencia de Dios para siempre. “Está en el cielo” se dice vulgarmente.

Esto ciertamente huele a “cuento” y fantasía. Para algunos “misterio”. Vamos a tratar de dilucidar el “misterio” o explicar el “cuento”, recorriendo previamente la ruta seguida en la historia de la Iglesia, por las “canonizaciones”  (inclusión en la lista de los muertos que están en presencia de Dios, y son santos, por su excelencia de vida, y son también por eso, modelos  para los fieles)

El grupo social que es la Iglesia, puede afirmarse, se expresa en su santoral. Allí se entreveran: las características de una época; los diversos intereses de la institución y sus personajes; las influencias y ambiciones de dominio y poder; las ventajas económicas; la superación de las manchas inocultables con destellos de luz emanados de la misma fuente institucional; la variante influencia de la autoridad monárquica que determina y opta con actitud infalible…etc. Y, en este amasijo polimorfo, entran con su historia, las CANONIZACIONES.

En los primeros tiempos, la decisión de venerar a un difunto tributándole un culto público se tomaba por decisión popular, por consentimiento natural y multitudinario sobre sus virtudes. El origen de este criterio puede ponerse en el reconocimiento de la hazaña de los mártires. Cuando los cristianos a partir del siglo cuarto, dejan de ser perseguidos y se convierten en perseguidores, la santidad se traslada a otros personajes (monjes, ascetas, benefactores, gente piadosa…)

Recién en el siglo X un Papa canoniza a un santo. Juan XV al obispo Ulrico. Bastante más tarde, en el siglo XVII se dicta una normativa oficial para el proceso. La historia muestra con mucha claridad cómo el poder religioso se fue transformando en poder político. Y esa característica comenzó a mostrarse en las canonizaciones que iban reflejando los intereses de la institución en esos momentos. La canonización de un emperador se encamina a proponer como modelo a un gobernante político sumiso a la Santa Sede. Así  como la de Tomás Becket en 1973 , significó que la Iglesia elevaba a los altares a un obispo rebelado contra Enrique II.

Juan Pablo II canonizó una cantidad de santos superior a la de todos sus predecesores juntos. Su ideal:  mantener todas las características de la religión tradicional, anterior al Vaticano II. La rápida (contra toda regla) canonización de Jose María Escrivá de Balaguer, fundador del Opus, tiene en ese objetivo del Papa, parte de su explicación.

Hay otro aspecto, marginado con frecuencia, que es el económico. Ya con respecto a la importancia adquirida por el Opus en el pontificado de Juan Pablo II, tomó estado público la gran influencia ejercida por esta  Opus en la solución del escándalo del banco Ambrosiano, con el aporte de dinero influencia para sacar a Vaticano de esa circunstancia de quiebra desprestigiante y delictiva. Pero las canonizaciones mueven mucho dinero. Es muy difícil saber cuánto dinero “cuesta” un santo. Pero se trata de un  negocio parecido al de las indulgencias, a propósito de “la condenación en suspenso” del Purgatorio.

Pero, quizás lo más importante es que, además de alejarse del sentido evangélico de la santidad, se ha perdido el sentido original de este título concedido  a algunos de los fieles difuntos. La primera Iglesia lo usó para destacar la vida ejemplar de esos cristianos encajados en el mundo y comprometidos de diversos modos con su liberación. La importancia de las celebraciones litúrgicas de las canonizaciones ha ensombrecido ese primer objetivo justo y evangélico, para convertirlo simplemente en intercesor ante Dios (absolutamente innecesario porque el Padre nos ama sin necesidad de “cuñas”), aumentando así el sentido de sumisión, promesas y cumplimiento de las mismas con importantes dispendios económicos.

Las “beatificaciones” de Francisco, han escapado relativamente a las principales objeciones formuladas en mi reflexión. Brochero, inmerso en la realidad de su pueblo hasta el heroísmo.  Romero cuya historia hace vislumbrar una admisión de la santidad política (comprometida con la justicia y la fraternidad) El martirio es aquí el gran argumento y entonces se desdibujan las exigencias de hechos milagrosos requeridos reglamentariamente. No falta quien , sin embargo, afirma que el motivo fundamental es haber sido asesinado mientras celebraba la eucaristía. En otros casos, como Angelelli, Rutilio Grande, los mártires de Chamical y los de la universidad salvadoreña, como también Mujica, no pasarán la prueba porque no fueron muertos en expresa manifestación de fe católica.

Digamos, por otra parte,  que es mejor que así sea, porque vuelve a tratarse, a Dios gracias, de Canonizaciones populares,  que ganan en autenticidad.

 

Simplicidad polémica. Por Guillermo “Quito” Mariani

 “Si el Dr. Gasbarri, mi amigo, insulta a mi mamá puede esperarse un puñetazo”.

En el contexto de un rechazo de la actitud de venganza asumida por los inspiradores y ejecutores del atentado contra Charlie Hebdo, la revista satírica francesa, me llamó la atención este ejemplo familiar y hasta cálido para señalar los límites que ha de tener la libertad de expresión. “No se puede insultar ni tomar el pelo frente a una postura religiosa. Como no se puede insultar a la madre, sin esperar una reacción violenta”

Los comentarios posteriores abrieron mi inquietud de análisis del por qué de tantas reacciones adversas a ese pasaje del reportaje al Papa Francisco I, durante su viaje a Filipinas.

Pienso primero que hay que advertir la espontaneidad y apertura del Papa para responder la requisitoria periodística. Esa espontaneidad pareciera argumento suficiente para descartar toda interpretación desfavorable, al ejemplo aducido por el pontífice.

Recordé algo muy frecuente en mi niñez. Cuando en la escuela primaria dos chicos se peleaban y los demás lograban sacarlos del “puñetazo va y viene”, la maestra convocada, comenzaba su admonición correctora y uno de los chicos explicaba: “¡él me insultó la madre!” Ya sabemos de qué insulto se trata. Lo escuchamos con frecuencia hasta en las asambleas legislativas. Y así justificaba su agresión.

Y es muy cierto que la burla o insulto a lo que queremos o consideramos recto y verdadero nos conmueve profundamente. Pero no explica el recurso a un mal mayor que es la venganza violenta, con lo que empieza el crecimiento de lo que Helder Cámara llamó “espiral de la violencia”.

Extraigo de mi memoria otro recuerdo. Allá por los 80, se estrenó una película “La vida de Brian” que aplicaba los episodios de la vida de Cristo, de manera desprejuiciada, pero con gran sentido del humor, a un personaje paralelo, Brian.

En Córdoba la estrenaron en Semana Santa. Del Arzobispado se emitió un mensaje prohibiendo a los católicos ver esa película, que era “gravemente ofensiva al sentido religioso”. Marketing involuntario. Pocos quedaron sin verla. La ridiculización estaba muy bien lograda y medida. A mi juicio una “gran película”. Mucho mejor que la de Mel Gibson que fue vista por miles de alumnos de los colegios católicos a los que habían enviado entradas gratuitas, con autorización del arzobispado.

Lo religioso, que abarca un concepto tan amplio, aparentemente ligado a Dios (del que todos hablan pero nadie ha contactado jamás. Jn.1,18), pero cuya institucionalización carga con una cantidad de objeciones y cuyos intereses han sido y son germen de violentos enfrentamientos y guerras a través de la historia, no tiene por qué quedar al margen de la crítica, del humor, del libre pensamiento y ejercicio en cultos y ritos determinados. PORQUE SE TRATA DE UNA ACTIVIDAD HUMANA (aunque cada sector pretenda hacerla aparecer como divina).

Pero si de algún modo es justificable la indignación, el rechazo, la instrumentalización de recursos para descubrir o destapar el error o el engaño de pretendidos valores, nunca se puede justificar ninguna acción contra la dignidad y el derecho de la vida humana.

Algunos han insinuado ya una interpretación maliciosa del ejemplo aducido por el Papa. Como detrás de cada intervención (de palabra o acción) de quienes ejercen el poder de cualquier nivel en cualquier sociedad, todo el mundo sospecha un doble mensaje, oculto en afirmaciones innegables e inocentes, aquí también se trataría de una actitud defensiva de Francisco. Una especie de “guiño al Islam agresivo” para que no “se las tome” con la Iglesia, el Vaticano o su propia persona. Entre las cosas que se dijo que motivaron la renuncia de Benedicto XVI, se mencionó una amenaza de ese tipo. No creo personalmente que este juicio corresponda a la realidad.

Vivimos en un mundo en que la libertad religiosa y la de expresión están muy lejos de la maduración que exige la convivencia. Quizás no sea posible establecer juicios y pronósticos definitivos. Pero será siempre bueno favorecer la convivencia, interpersonal, familiar, institucional y social.

Abriendo puertas clausuradas. Por Guillermo “Quito” Mariani

Juan XXIII el viejito campesino más renovador entre los Papas de los siglos XX y XXI, tuvo la visión del Concilio convocado sorpresivamente por él y designado como Vaticano II, como un abrir puertas y ventanas de la vetusta estructura eclesial para que pudiera airearse con la brisa del mundo real y reformarse con la frescura de los nuevos tiempos y esperanzas de la humanidad.

Las puertas fueron volviendo a cerrarse paulatinamente empujadas por las ambiciones de dominio y prestigio institucional eclesiásticos. Hasta producirse el estallido de la podredumbre que encerraban, con la potencia del “cuarto poder” el periodismo, que logró paulatinamente violar por completo el hermetismo tradicional. La llegada del cardenal Bergoglio al sumo pontificado y su convocatoria a un sínodo extraordinario de obispos del mundo para revisar la historia de la Iglesia y reabrir sus puertas al mundo, dando razón a su existencia como levadura de servicio al progreso, la maduración y la felicidad de la humanidad, marca hoy un nuevo camino. Las primeras reuniones, al parecer con largas discusiones e interesantes propuestas, produjeron un documento inicial con sugerencias sobre la dirección de que iban tomando las ansias de reforma. El acento está puesto, desde la convocatoria de Francisco, en la familia, el núcleo social más sensible al conservadurismo y también a las inquietudes producidas por los cambios incesantes de la sociedad.

El predominio de la tendencia conservadora en el Sínodo, era previsible ya que los obispos designados durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, para nuevas diócesis o para remplazar a renunciantes o fallecidos, fueron elegidos con un criterio selectivo que excluía toda presencia progresista, en previsión de que continuara la presión por la convocatoria de un nuevo Concilio.

Las tímidas insinuaciones del documento final del Sínodo tienen que ver con los “divorciados” (acceso a la comunión eucarística o nuevo matrimonio) los homosexuales (recomendación de trato delicado y no discriminación a pesar de que ni pareja ni matrimonio responden al plan de Dios sobre la familia).

Han quedado en el tintero otros asuntos como relaciones sexuales prematrimoniales, bautismo de hijos de parejas irregulares civil o eclesiásticamente, abstinencia sexual obligatoria y perpetua (celibato sacerdotal), que es renuncia absoluta a la familia propia; despenalizaciones de aborto y drogas, violencia de género, fecundación asistida (con todas sus variantes); métodos de limitación de la natalidad…etc

La dirección enfocada de manera insistente por el Papa Francisco es la atención de los pobres a la que él personalmente ha estado muy ligado con presencia y amistad muy notable para los “curas villeros” de Buenos Aires. No se trata de poner en duda de ningún modo, que ésa es claramente una opción evangélica que tiene que identificar a la iglesia de Jesús de Nazaret y que esa centralidad se basa no sólo ni principalmente en la limosna caritativa y transitoria sino en la colaboración permanente y efectiva por erradicar la desigualdad y la injusticia que generan la pobreza. Pero tampoco es admisible que la sociedad total, afectada por otros problemas cuya persistencia atenta contra la felicidad y tranquilidad fecundas en las relaciones familiares y sociales, queden siempre con solución postergada.

Es notable por lo demás que, aunque la iglesia oficialmente se mantenga al margen de la movilidad de los criterios que, o fomentan el sistema capital-consumista, o se empeñan en disminuir sus efectos y en lograr su derrumbe completo, esas realidades influyen poderosamente en todas las expresiones y conductas, y por tanto no se puede prescindir de las mismas con silencios o postergaciones.

¡Cuántas ventajas aportarían a nuestras relaciones sociales : una visión de la sexualidad que por encima de la procreación pudiera enfocarse como culminación placentera de la comunicación cuando se transforma en comunión; Un reconocimiento de que el amor nunca puede convertirse en obligación o sujeción y que, cualquier causa que produzca esta alteración, debe ser atacada, o con el cambio o con el cese de la relación; Un derecho inalienable de intentar de nuevo, en cualquier aspecto, cuando se ha fracasado una o varias veces. Un opción voluntaria por la abstinencia sexual transitoria y sublimada por la búsqueda de un valor superior en vez de una represión de la naturaleza Una legitimación de la pareja para los sacerdotes que. a la vez que remediar la soledad, evitara, las dobles vidas que intranquilizan la conciencia, y los abusos y acosos producidos como desahogo de esa represión; Una despenalización que permitiera el control de las drogas como los de los medicamentos, y disminuyera los negociados en la clandestinidad que necesita complicar a mucho más personas de distintos niveles, y permitiera la disminución de los abortos que no se ha logrado con todo el rigor de las penas……!!

……Sería bueno probar ¿verdad?-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Conquistas y esperanzas de un año con Francisco. Por Guillermo “Quito” Mariani

Se ha cumplido ya un año y medio de la elección de Francisco I como Sumo Pontífice de la Iglesia Católica. Desde aquel celebrado “Buona sera” con que sorprendió a la multitud aglomerada y ansiosa de la plaza de San Pedro hasta hoy, con sus gestos, sus viajes, sus discursos, su estilo familiar, sus muestras de compasión y comprensión, su proximidad y su proyecto de una iglesia pobre y para los pobres, ha reconquistado a nivel internacional a mucha gente entusiasmada con sus muestras de “humanidad”. Ante el ventarrón de disconformidades frente a una iglesia anclada en tradiciones resistentes a cualquier actualización y los ataques que desnudaron una cantidad de deficiencias que habían permanecido ocultas durante siglos, la constatación se expresaba frecuentemente con frases como esta “la iglesia está perdiendo a mucha gente que se ha pasado a otros espacios religiosos o se ha decepcionado completamente”. Francisco, indudablemente, ha revertido ese proceso que, aparentemente ha sido el motor de que el cónclave de Marzo del 2013, se definiera rápidamente por la elección de su persona para el pontificado. Nos alegramos de este cambio desde todas las apariencias de autoritarismo y majestad sacral atribuidos a la Iglesia, cerraban las puertas y ventanas que el Concilio Vaticano II, convocado por el Papa Juan XXIII, había tratado de abrir, precisamente para reanudar la comunicación Iglesia-mundo. Sin ninguna pretensión de que se juzgue exacto mi análisis, creo que es razonable, a la vez que agradecer y alegrarse del cambio realizado, tener en cuenta algunos aspectos más profundos.

1) La iglesia católica continúa siendo una monarquía institucionalizada y sacralizada. El cambio necesita institucionalizarse y desacralizarse. Ante criterios de apertura, simplicidad, tolerancia,

pedidos de perdón y rechazos, ante reclamos, de conductas individuales,a nivel personal del Papa, la estructura no se ha movido. Continúan intactas, con el argumento de que las leyes canónicas y afirmaciones tradicionales no han cambiado. Las decisiones autoritarias de las distintas jerarquías en sus jurisdicciones mantienen un nivel de unidad y aprobación superficial, respetando la simpatía despertada y conquistada personalmente por la cabeza, pero el cuerpo continúa afectado por un “pasado” demasiado “pesado”.

2) Desde el siglo IV la Iglesia fue creciendo en prestigio y poder. Con diversas estrategias se mantuvo enfrentando una cantidad de dificultades. Condenas, exclusiones, alianzas, persecuciones, definiciones dogmáticas, afirmaciones atemorizantes, complicidad con los poderosos, majestad intocable por identificación con lo divino. Así la conocimos muchos de nosotros. Así fue creciendo en cantidad de adhesiones y prestigio acumulado. Dos características indispensables para el poder. Pero al mismo tiempo fue perdiendo dimensión humana. De modo que ante personas de Iglesia que sostenían con firmeza las posiciones evangélicas por sobre reglas y criterios impuestos, la gente decía como la mejor alabanza:¡qué humano es este obispo, este cura! ¿Será católico, apostólico, romano? Y en realidad es la síntesis de las aprobaciones y alabanzas que está recibiendo Francisco. Por fin,un Papa humano!

3) Pareciera irreverente pero es real. La Iglesia, como todo lo religioso institucionalizado mantiene y desarrolla una política de poder. En la estrategia política actual de la Iglesia entra el esfuerzo de reconquistar la adhesión cuantitativa. Al menos aparentemente, con Juan Pablo II y el Cardenal Ratzinger luego Benedicto XVI la decisión era afirmar principios y exigencias de fidelidad para disponer de un conjunto disciplinado capaz de afrontar el error y la descristianización progresiva. El resultado fue negativo. La cerrazón de “bunker” fue violada por las investigaciones periodísticas. Y el bunker se desmoronó, desparramando sus riquezas y su basura. Ahora importa recuperar las adhesiones perdidas. Los viajes de Francisco son enfocados por algunos analistas como búsqueda de nuevas adhesiones reemplazando a la casi desgajada Europa. Brasil, con el gran encuentro juvenil; Israel y Palestina como recuperación de la cualidad mediadora tantas veces atribuida a la Iglesia; Corea con la oferta de un catolicismo plenamente tradicional en constante crecimiento. Amigables relaciones con China y hasta algún proyecto de visita ante un catolicismo afirmándose…

4) No hay que pasar por alto la preocupación que crea el avance del Islam en el mundo, fruto de una adhesión fanatizada a una verdad única que exige ser contagiada como precio de la propia subsistencia y como salvadora del mundo.

Me he referido a “esperanzas” Dejo para una segunda columna lo fundamental de ese tema.

 

Sic transit. El ocaso de los cardenales. Por Celso Alcaína

En la segunda planta – la noble – del Palacio del Santo Oficio se ubican las oficinas de la Sagrada Congregación. En las plantas primera, tercera y cuarta hay viviendas que constituyen domicilio de algunos cardenales o curiales diversos. Yo residía en la primera planta, exactamente encima de la conserjería y portón de entrada.

En mis primeros años de actividad curial, en la segunda planta del Palazzo, una vivienda interrumpía el paso entre despachos y obligaba a salir a la loggia. Se trataba del apartamento de las dos hermanas Perosi. Durante mis primeros tres años las veía, las saludaba, me paraba a charlar. Se sentían halagadas recordándoles a su padre,Giuseppe Perosi, excelente músico, maestro de capilla en Tortona, su ciudad natal, inspirador y formador de su genial hijo Lorenzo Perosi, el “cecilianista” universal, el renovador de la música religiosa. Giuseppe había inoculado el virus musical también a otros hijos e hijas. Su hijo Marziano Perosi llegó a ser maestro de capilla en la catedral de Milán. Y Carlo Perosi, también con formación musical, optó, comoLorenzo, por el sacerdocio. Carlo llegaría a ser cardenal.

Ancianas y consumidas, las hermanas Perosi habían heredado de su hermanoLorenzo el uso de la vivienda. Un caso excepcional que conocí el primer día que me las encontré. Sabido es que el maestro Perosi fue compañero y amigo de EugenioPacelli en sus años jóvenes. Por sugerencia del cardenal Sarto, entonces arzobispo de Venecia, León XIII lo nombró “maestro perpetuo de la Capilla Sixtina”. Con algunos intervalos a causa de recurrentes ataques neuróticos, desempeñó ese cometido hasta su muerte en 1956. Por el afecto que le profesaba, acaso porque se lo había pedido el propio compositor, Pio XII decidió que las dos hermanas que lo acompañaban, “vita naturali durante“, pudieran permanecer en la que había sido la vivienda de Lorenzo Perosi. En 1970, muertas las dos hermanas casi simultáneamente, el apartamento fue reconvertido en despachos. A ellos se trasladó la Sección Criminal.

No eran sólo esas ancianas las que se cruzaban conmigo en la loggia y en el claustro. Varios cardenales habían envejecido dentro del Palazzo y allí esperaban su tránsito.

El cardenal Francesco Morano tenía su vivienda en la planta tercera. De baja estatura, fuerte, cuadrado, tortugueaba por la loggia esperando que alguien se parara a conversar. Era ameno, cachondo. Bromeaba sobre los eclesiásticos y sobre algunas enseñanzas de la Iglesia, particularmente en materia matrimonial en la que era especialista. Había dedicado su vida al estudio del Derecho Canónico. Llegó a presidir, como decano, la Rota Romana. Cientos de sentencias llevaban su firma. Seguía siendo miembro del Supremo Tribunal de la Signatura Apostólica. Tenía 96 años. Se admiraba de que pudieran contar con él en una parcela del gobierno de la Iglesia. Para las sesiones de la Signatura, cada sábado, venían a recogerlo. En volandas lo metían en un coche que lo depositaba en el Palacio Apostólico. Las oficinas de la Signatura estaban en la Piazza della Cancelleria. Sin embargo, las sesiones semanales de los cardenales miembros tenían lugar dentro de la Ciudad del Vaticano. Pienso que ello era debido a que los cardenales miembros eran, en su mayoría, octogenarios. Incluso, como el cardenal Morano, casi centenarios. Los 16 miembros de la Signatura elencados en el Annuario Pontificio superaban con creces los 75, edad establecida por Pablo VI para la dimisión de altos cargos

Otro de los cardenales que se dejaba ver dentro del Palazzo era Giuseppe Pizzardo, 93 años, diminuto, con cara de pocos amigos. Un espléndido curriculum. Diplomático de carrera, había sido secretario en la Nunciatura Apostólica de Baviera, subsecretario de la Congregación para Asuntos Extraordinarios, sostituto y luego secretario (2º de abordo en el Vaticano) de la Secretaría de Estado. Creado cardenal por Pío XI, durante 29 años rigió la Congregación para los Seminarios y Universidades. Excepcionalmente, simultaneó durante 9 años la Prefectura (entonces llamada Secretaría porque el Papa era el Prefecto)) de la Congregación del Santo Oficio. Dicen que Giovanni Montini, antiguo subordinado de Pizzardo, le dio el voto en el Cónclave de 1963. Aún siendo nonagenario, ostentaba cargos muy importantes en el Vaticano. Presidía la Comisión de Vigilancia para el “Istituto per le opere delle Religioni” (Banco del Vaticano) y la Academia de las Ciencias. Formaba parte de la Comisión para la Revisión del Codex, así como de la Comisión Bíblica. Era miembro de varias Congregaciones: Educación Católica, Religiosos, Obispos, y Consejo para Asuntos Públicos
Paradójicamente, lo que yo podía escuchar en la Curia sobre Pizzardo distaba mucho del elogio. Más que conservador, era tildado de ultramontano. Se había opuesto al movimiento sacerdotal obrero francés de mediados del siglo. También, a la participación de los católicos en el llamado “rearme moral”, de inspiración protestante, liderado por Frank Buchman. Y sus instrucciones a seminarios y centros de educación católica fueron muy discutibles, cuando no contraproducentes.
Mis casuales encuentros con el cardenal Pizzardo fueron menos frecuentes y menos interesantes que con Morano. Mi impresión era que no se sentía satisfecho con su pasado ni con su presente. Ante ambos, yo sentía una mezcla de pena, ternura y aversión. No precisamente respeto y admiración. Vidas dedicadas a una labor dudosamente útil. Humana y socialmente.

En mis años dentro del Palazzo, tuve encuentros similares con los cardenales MichaelBrowneAntonio BacciGiuseppe Ferretto, Fernando Cento y William Heard. Arrastraban su cuerpo y sus recuerdos en la sede de los horrores inquisitoriales. Murieron allí durante mi permanencia en el Vaticano. Cada vez que acaecía uno de esos decesos, me repetía interiormente sic transit gloria mundi”.

Digo “gloria” porque todavía hoy los cardenales son “príncipes”, visten de púrpura, se dejan llamar “eminencia”, son decisivos en la marcha de la institución católica, rectores en las principales sedes episcopales, electores y elegibles en el Papado. Son herederos y parcialmente detentores del boato de los cardenales renacentistas. Algunos – bastantes – fueron poderosos, dictadores, ricachones, viciosos, crueles. Otros – pocos – fueron hombres honestos, ejemplares. En virtud y en gobierno.
Su evolución fue paralela y es intrínseca al curso de la Iglesia, la que surgió de la memoria de Jesús, el Nazareno. Inicialmente, el Cristianismo se limitaba a comunidades pobres, diminutas, perseguidas. Evolucionó, por mor de valores y poderes espurios. Un cambio a más, a peor, hasta llegar a la actual Iglesia Católica, con influyente presencia en medio mundo.
Otrora, los cardenales (cardines) presidían las comunidades cristianas romanas. Algo así como nuestros párrocos. A partir del emperador Constantino, paulatinamente, se apropiaron de poder y de riqueza en diverso grado. A eso llegaron por las donaciones de los fieles, por los favores de los gobernantes, por la venta de indulgencias. Poder y riqueza se retroalimentan. A partir del siglo XI fueron ellos los electores exclusivos del Papa. Mediante luchas intestinas o confrontándose con clases y familias romanas, ellos mismos se convirtieron en poderosos hasta vencer y dominar.

Todos sabemos de los históricos excesos, desmanes o escándalos de muchos cardenales, algunos devenidos papas. En el Cardenalato y en el Papado entraron personas no recomendables, incluso niños y adolescentes procedentes de familias influyentes. El cenit de su prepotencia y degeneración ha de ponerse en los siglos XV – XVII. Lo cierto es que la reducción de su poder y de sus privilegios ha sido paulatina, demasiado lenta.Pio XII les “cortó” la cola de su capa. De 12 a 5 metros. Pablo VI suprimió el “capelo” de 30 borlas rojas. Ahora, en su “creación”, los cardenales reciben del Papa sólo la birreta. Las dos citadas modificaciones son una muestra del ridículo grado de velocidad e intensidad con la que la Curia absorbe la democratización en todos los aspectos, así como el suspirado retorno a sus auténticos orígenes.

La desaparición del Colegio Cardenalicio es deseable, seguro que no inminente. Aún conservando la actual estructura clerical – no precisamente apostólica – la Iglesia Católica podría y debería prescindir ya de los cardenales. El papa Francisco, cuyos humildes gestos suscitaron esperanzas renovadoras, ha decepcionado con la creación de cardenales.

He leído que cuando un cardenal moría, se colgaba su capelo sobre su tumba, donde permanecía hasta que quedara reducido a polvo, porque toda la gloria terrenal es pasajera. Sic transit.

Fuente: Blog del Autor.

Recuperar lo humano, revisar lo histórico, redescubrir lo evangélico. Por Juan Masiá

En vez de responder directamente a las preguntas enviadas por el secretariado del Sínodo (que parecen formuladas para inducir y condicionar la respuesta), es preferible expresar para conocimiento de los obispos sinodales una opinión sobre cada uno de los nueve temas indicados en el título de cada bloque de preguntas. En el marco de una reunión con profesionales y matrimonios católicos que asisten a cursos de formación permanente en teología, redacto mi propia opinión incorporando las aportaciones recibidas por los participantes.

1. Sobre Biblia y magisterio eclesiástico acerca de la familia.masia

En vez de preguntar si se difunden y cómo se aceptan las enseñanzas de la Iglesia sobre matrimonio, familia y sexualidad, hay que plantear la revisión radical del modo de leer, interpretar y aplicar los textos bíblicos, tal como se los usa en Humanae vitae de Pablo VI, en Familiaris consortio de Juan Pablo II y en el Catecismo de 1992.

2. Sobre matrimonio y ley natural.

En vez de preguntar por el matrimonio según la ley natural, hay que revisar y corregir la manera estrecha de entender la llamada ley natural y la pretension de que la Iglesia se arrogue el monopolio de su interpretación. Es necesario clarificar el modo de entender la enseñanza de la Iglesia en el campo moral. Se refiere más a una enseñanza parenética o exhortativa, que pretende ayudar  a las personas a evitar el mal y hacer el bien. El papel de la Iglesia, como explicaba el cardenal Martini, no es el de multiplicar definiciones y condenaciones, sino el de ayudar a las personas a vivir más humanamente y con esperanza. La confusión entre estas exhortaciones y la doctrina moral es dañosa, porque provoca el malentendido de considerar herético lo que es meramente un disentir responsable con relación a una determinada recomendación que no tiene por qué ser considerada como una afirmación doctrinal.

3. Sobre pastoral familiar y evangelización.

*No es sólo cuestión de flexibilizar la práctica pastoral sin tocar la enseñanza sobre la supuesta “doctrina” de la Iglesia. De hecho, hace décadas que muchas personas creyentes y obispos y sacerdotes que están en el seno de la iglesia se sienten con toda libertad para disentir de las exageraciones de la llamada “doctrina de la Iglesia”. Pero esta no cambia abierta y oficialmente y hay una brecha abierta de separación entre esta práctica pastoral evangélica y las posturas oficales de la Iglesia, con las que pierde credibilidad dentro y fuera de ella. Por ejemplo, hay creyentes que piensan que usar un preservativo está prohibido, y hay no creyentes que piensan que el uso del preservativo está condenado. Pero en el consultorio y en clase de teología moral decimos claramente, con frase del Cardenal Martini, que “ni le corresponde a la iglesia condenarlo ni es su misión recomendarlo”. Sin embargo las jerarquías eclesiásticas no se han atrevido a decir esto y por eso han perdido tanta credibilidad durante los tres últimos pontificados.

*Tanto en la práctica de la pastoral familiar como en los documentos y exhortaciones de la Iglesia sobre matrimonio y familia hay que corregir tres fallos graves :

1) Hay que evitar la falta de distinción entre las enseñanzas principales (que son pocas y muy básicas, p. e., la paternidad responsable) y las cuestiones secundarias y discutibles (que pueden ser muy variadas, p.e., las recomendaciones que hicieron los Papas Pablo VI y Juan Pablo II acerca de los anticonceptivos.

2) Hay que evitar que se junte el olvido de las enseñanzas principales con el empeño en convertir en señal de identidad católica el asentimiento ciego a esas otras recomendaciones secundarias.

3) Hay que evitar que personas creyentes poco formadas como adultas en su fe crean equivocadamente que no se puede disentir de la iglesia en estas cuestiones secundarias y confundan la discrepancia razonable y responsable con la disidencia e infidelidad (Por ejemplo, disentir de la Humanae vitae no es cuestión de pecado, ni de obediencia, ni de fe. Esto hay que enseñarlo claramente y no sólo decirlo en voz baja en el consultorio o en el confesionario).

4. Sobre la actitud pastoral ante las situaciones difíciles de parejas y matrimonios.

*Hay que revisar el criterio acerca de las relaciones sexuales fuera del marco jurídicamenrte formalizado como matrimonio. Una buena referencia es el triple criterio propuesto por el episcopado japonés en su Carta sobre la Vida (1983): Criterio de fidelidad consigo mismo: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor, de modo que se respete uno a sí mismo? Criterio de sinceridad y autenticidad para con la pareja: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor de modo que se respete a la pareja? Criterio de responsabilidad social. ¿Cómo actuar de modo que se tome en serio la responsabilidad para con la vida que nace como fruto del amor?

*Hay que revisar la opinión expresada en los documentos oficiales de los tres últimos pontificados acerca de la inseparabilidad de lo unitivo y lo procreativoen la relación sexual y en cada uno de sus actos.

*La propuesta de una ética de máximos como ideal, por ejemplo, acerca del matrimonio indisoluble, debe hacerse compatible con la aceptación y apoyo pastoral y sacramental de las personas tras la ruptura de una relación matrimonial, y en el proceso de rehacer la vida con o sin otra nueva relación.

5. Sobre las relaciones de pareja homosexuales.

No basta afirmar con el catecismo que las personas con una orientación homosexual no deberían ser discriminadas ni en la sociedad ni en la Iglesia (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2358). No basta afirmar que la orientación homosexual en sí misma no es un mal moral (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre el cuidado pastoral de personas homosexuales, 1986, n. 3).

No basta explicar que algunos textos de la Escritura en que se alude a prácticas homosexuales deben ser leídos en el contexto de denuncia de las costumbres sociales de la época; no deberían ser utilizados nunca para emitir un juicio de culpabilidad contra quienes sufren a causa de su orientación sexual (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Persona humana, 1975, n. 8). Hay que dar un paso más y, en vez de concentrarse en cuestionar la relación sexual, la Iglesia debería confrontar el problema inherente a las reacciones negativas, tanto religiosas como sociales, con que se confronta este tema en la Iglesia y en la sociedad. Y dar también el paso de la acogida comunitaria, sacramental y pastoral de estas parejas y de la educación de su prole.

 

6. Sobre la educación de los hijos-as de parejas “no formalizadas” según el llamado “modelo tradicional” de familia.

Sin renunciar a lo ideal, hay que ser realista. Sin dejar de recomendar el ideal de la indisolubilidad, hay que asumir el hecho inevitable de las rupturas y la necesidad de sanación humana, espiritual y sacramental. Como escribe el epsicopado japonés en su Carta del Milenio, “Reconocemos que muchos hombres y mujeres no son capaces de cumplir la promesa de amor que hicieron al casarse… Hay situaciones en las que por diversas razones la ruptura es inevitable… Estas personas necesitan consuelo y ánimo. Lamentamos que la Iglesia haya sido a menudo un juez para ellas… Cuando el vínculo matrimonial, lamentablemente, se ha roto, la Iglesia debería mostrar una comprensión cálida hacia esas personas, tratarlas como Cristo las trataría y ayudarlas en los pasos que están dando para rehacer su vida… Esperamos que quienes han pasado por el trance penoso del divorcio y han encontrado a otra persona como compañera en el camino de la vida serán apoyados por la Iglesia con un amor materno y acogedor”.

7. Sobre la acogida de la vida naciente.

*No ha de extrañar que una gran mayoría de esposos católicos apoyados por el ministerio pastoral vengan disintiendo de las orientaciones eclesiásticas sobre laregulación de la natalidad. No es un problema de moral, sino de eclesialogía mal entendida. No es problema de desobediencia, sino de responsabilidad.

*La violación es un acto que, con su violencia hiere la dignidad de la persona en su mismo centro. Es evidente que el embarazo no debe ser el resultado de una violencia. Esto se aplica no solamente a los casos de violación en el sentido más estricto de la palabra, sino también a otros casos de violencia más o menos disimulada. Hay que responder que, en muchos casos, interrumpir ese proceso en sus primeros estadios constitutivos no es solamente lícito, sino hasta obligatorio. De lo contrario, la persona correría el riesgo de verse ante el dilema de asumir irresponsablemente la maternidad o recurrir a la interrupción del embarazo en el sentido estricto y moralmente negativo de la palabra aborto. La prevención de la implantación ayudaría a evitar ese dilema; la “intercepción” (que se lleva a cabo durante las dos primeras semanas) sería la alternativa razonable y responsable frente al dilema entre contracepción y aborto.

*Al defender la vida nascitura hay que evitar los malentendidos a que da lugar la definición del concebir como un momento,en vez de como un proceso; también evitar la confusión entre las interrupciones excepcionales de la gestación antes de la constitución del feto y la terminación abortiva injusta de la vida naciente.

Optamos por la acogida responsable del proceso de vida emergente y nascente, que implica la exigencia de que, si y cuando se plantee su interrupción excepcional sea de modo responsable, justo, justificado, y en conciencia. Por tanto, deberíamos presuponer, ante todo, una actitud básica de respetar el proceso de concebir iniciado en la fecundación; acoger la vida naciente desde el comienzo del proceso; favorecer el desarrollo saludable del proceso de gestación de cara al nacimiento; y protegerlo, haciendo todo lo posible para que no se malogre y para que no se interrumpa el proceso, ni accidentadamente, ni intencionadamente de modo injustificado.

Esta acogida y protección debe llevarse a cabo de modo responsable. Pero esta postura en favor de la acogida de la vida no significa que esa vida sea absolutamente intocable. La acogida ha de ser responsable y podrán presentarse casos conflictivos que justifiquen moralmente la interrupción de ese proceso. Si no se va a poder asumir la responsabilidad de acoger, dar a luz y criar esa nueva vida, hay que prevenirlo a tiempo mediante los oportunos recursos anticonceptivos (antes del inicio de la fertilización) o interceptivos (antes de la implantación).

Habrá casos límite en los que pueda darse incluso la obligación (no el derecho) de interrumpir en sus primeras fases el proceso embrional de constitución de una nueva individualidad antes de que sea demasiado tarde. Ejemplos de estos casos de conflicto de valores serían: cuando la continuación de ese proceso entra en serio y grave conflicto con la salud de la madre o el bien mismo de la futura criatura, todavía no constituída.

En estos conflictos, a la hora de sopesar los valores en juego y jerarquizarlos, el criterio del reconocimiento y respeto a la persona deberá presidir la deliberación. Cuando, como consecuencia de esta deliberación, se haya de tomar la decisión de interrumpir el proceso, esta decisión corresponderá a la gestante y deberá realizarse, no arbitrariamente, sino responsablemente y en conciencia.

Finalmente, estas decisiones de interrupción del proceso deberían tener en cuenta el momento de evolución en que se encuentra esa vida en esas fases anteriores al nacimiento. Esa vida sería menos intocable en las primerísimas fases y el umbral de intocabilidad, en principio, no debería estar más allá del paso de embrión a feto en torno a la novena semana. Pasado este umbral, si se presentan razones serias que obliguen a una interrupción del proceso, no debería llevarse a cabo como un pretendido derecho de la gestante, sino por razón de una justificación grave a causa de los conflictos de valores que plantearía la continuación del proceso hacia el nacimiento. Cuanto más avanzado fuera el estado de ese proceso, se exigirían razones más serias para que fuera responsable moralmente la decisión de interrumpirlo.

8. Sobre la dignidad de la persona en la familia.

El respeto a la dignidad de las personas en la familia es más importante que la defensa de la supuesta indisolubilidad incondicional del vínculo matrimonial. Hay que evitar la violencia doméstica mediante el rrespeto mutuo de los esposos, el respeto de la autonomñia de los hijos-as, sin impedir posesivamente su crecimiento, y el respeto a los progenitores y cuidado en ancianidad deberían preocupar a la pastoral familiar, más que las discusiones sobre la procreación médicamente asistida o el recurso a los anticonceptivos.

 

Fuente: Religión Digital.

El Papa Francisco y la teología de la mujer: algunas inquietudes. Por Ivone Gebara

Ante la aclamación general y evaluación positiva de la primera visita del Papa Francisco a Brasil en ocasión de la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ), cualquier ensayo crítico puede no ser bienvenido. Pero, después de tantos años de lucha “¡Ay de mí si callar!”. Por eso, van a continuación unas pocas líneas y breves reflexiones, para compartir algunas percepciones reflexiones desde el lugar de las mujeres.Ivone-Gebara

No quiero comentar los discursos del Papa Francisco y ni la alegría que muchos de nosotros/as tuvimos al sentir la simpatía, cariño y la proximidad de Francisco. No quiero hablar sobre algunas posiciones coherentes anunciadas en relación con las estructuras de la Curia Romana. Sólo quiero tejer dos breves observaciones. La primera es sobre la entrevista del Papa en el avión de regreso a Roma, cuando se le preguntó sobre la ordenación de mujeres y dijo que el tema estaba cerrado, o sea dijo NO. Y agregó que una “teología de la mujer” debía hacerse y que la Virgen María era superior a los Apóstoles, por tanto nada de anhelar un lugar diferente para las mujeres.

La segunda observación se refiere a la identificación del nuevo catolicismo juvenil con cierta tendencia carismática muy en boga en la iglesia católica hoy. Esto debería llevarnos a cuestiones muy serias, más allá de nuestra sed de tener líderes inspirados que hablen a nuestro corazón y que renuncien a los discursos teológicos racionalistas y dogmáticos del pasado.

¿Cómo puede el Papa Francisco simplemente ignorar la fuerza del movimiento feminista y su expresión en la teología católica feminista hace más de tres o cuatro décadas dependiendo de los lugares?

Me espantó también el hecho de que haya afirmado que podríamos tener más espacios en pastoral, cuando, en realidad, en todas las parroquias católicas, son las mujeres mayoritariamente quienes llevan adelante los muchos proyectos misioneros. Soy consciente de que estas palabras en relación a las mujeres, pocos palabras sin duda, se limitan a un viaje de vuelta a casa, por tanto, no pueden y no deben crear sombras a una visita tan exitosa. Sin embargo, son los tropiezos que tenemos, nuestros actos defectuosos los que revelan la cara oculta, el lado sombrío que hay también en nosotros. Son estos pequeños actos los que abren las puertas de la reflexión para tratar de ir un poco adelante en relación con las primeras impresiones.

La Teología feminista tiene una larga historia en muchos países del mundo y una larga y marginada historia en las instituciones católicas, especialmente en América Latina. Publicaciones en estudios bíblicos, Teología, Liturgia, Ética, Historia de la Iglesia, han poblado las bibliotecas de muchas escuelas de de Teología en diferentes países. También han circulado en muchos entornos laicos interesados por la novedad tan llena de nuevos sentidos. Y estos textos no son estudiados en las principales facultades de teología, sobre todo, por el futuro clero en formación y en los institutos de vida consagrada. La oficialidad de la iglesia no les da derecho de ciudadanía porque la producción intelectual de las mujeres todavía se considera inadecuada a la racionalidad teológica masculina. Y, además, constituye una amenaza para el poder masculino vigente en las iglesias. La mayoría no conoce lo que existe como publicaciones y como formación alternativa organizada, así también desconoce los nuevos paradigmas propuestos por estas teologías contextuales y plurales.

Desconoce su fuerza inclusiva y el llamado a la responsabilidad histórica de nuestros actos. La mayoría de los hombres de la iglesia y los fieles siguen viviendo como si la teología fuese una ciencia eterna basada en verdades eternas enseñada principalmente por hombres y, secundariamente, por las mujeres según la ciencia masculina establecida. Niegan la historicidad de los textos, la contextualidad de posiciones y razones. Desconocen las nuevas filosofías que informan el pensamiento teológico feminista, las hermenéuticas bíblicas y las nuevas aproximaciones éticas.

Papa Francisco, por favor, infórmese en Google sobre algunos aspectos de la teología feminista, al menos del mundo católico. ¡Tal vez su posible interés pueda abrir otros caminos para percibir el pluralismo del género en la producción teológica!

Al decir, tal vez en forma de consuelo, que la Virgen María es mayor que los apóstoles es, una vez más, una expresión de consuelo abstracto de la teología masculina. Se ama a la Virgen lejana y enfocada en la intimidad personal, pero no se escuchan los clamores de las mujeres de carne y hueso. Es más fácil hacer poemas a la Virgen y arrodillarse ante su imagen, que estar atentos a lo que está pasando con las mujeres en muchos rincones de nuestro mundo. Mientras tanto, si los hombres quieren afirmar la excelencia de la Virgen María tendrán que luchar para que los derechos de las mujeres sean respetados a través de la extirpación de las muchas formas de violencia contra ellas. Tendrán, inclusive, que estar atentos a las instituciones religiosas y a los contenidos teológicos y morales trasmitidos que pueden no sólo reforzar, sino generar otras formas de violencia contra las mujeres.

Me temo que muchos fieles y pastoralistas necesitados del papa bueno, el padre espiritual, del Papa que ama todos, se rindan ante simpática y amorosa figura de Francisco y fortalezcan un nuevo clericalismo masculino y una nueva forma de adulación del papado. El papa Ratzinger nos llevó a una crítica del clericalismo y de la institución del papado a través de sus posturas rígidas. Pero, ahora con Francisco, parece que regresan nuestros fantasmas del pasado, ahora endulzados con la simple y fuerte figura de un papa capaz de renunciar al lujo de los palacios y los privilegios de su condición. Un papa que parece introducir un nuevo rostro público a esta institución que hizo historia y no siempre una bella historia en el pasado. El momento exige prudencia y una crítica alerta, no para desautorizar al Papa, sino para ayudarle a ser más nosotros, Iglesia, una iglesia plural y respetuosa de sus muchos rostros.

Mi segundo breve comentario es en relación con la necesidad de identificar a la mayoría de los grupos de jóvenes presentes en la Jornada aclamando cálidamente al papa. ¿En qué Evangelio y en que teología están siendo formados? ¿De dónde vienen ellos? ¿Qué están buscando? No tengo respuestas claras. Sólo sospechas e intuiciones en relación con la presencia predominante de una tendencia más carismática conservadora y más celebrativa en la línea Góspel. Expresiones de pasión por el Papa, de repentino e intenso amor que lleva a las lágrimas, a tocarlo, a vivir los milagros repentinos, a bailar y agitar el cuerpo han sido comunes en movimientos neo-pentecostales en sus manifestaciones.

Sin querer hacer sociología de la religión, creo que sabemos que estos movimientos buscan estabilidad social, por encima de las transformaciones políticas que procuran el derecho y la justicia para todos los ciudadanos y ciudadanas. Creo que corresponden, sin duda, al momento que estamos viviendo y responden a algunas de las necesidades inmediatas del pueblo. Sin embargo, hay otra cara del cristianismo que no pudo manifestarse en la Jornada. El cristianismo que aún inspira a la lucha de los movimientos sociales por vivienda, tierra, derechos LGBT, los derechos de las mujeres, los niños, los ancianos, etc.. Cristianismo de las comunidades de base (CEBs), de las iniciativas inspiradas en la teología de la liberación y la teología feminista de la liberación. Estas expresiones, aunque presentes, fueron casi sofocadas por la fuerza de aquello que la prensa quería fortalecer y, por lo tanto, era de su interés. Todo esto nos invita a pensar.

No hace una semana que el papa viajó y ahora los periódicos y las cadenas de televisión poco se ocupan de él. ¿Y lo que sucede en las comunidades católicas después de esta apoteosis? ¿Cómo vamos a continuar nuestras jornadas cotidianas?

Además de la visita del Papa y una posible nueva forma del papado de Francisco, estamos siendo convidadas/os a pensar en la vida, a pensar los rumbos actuales de nuestra historia y a rescatar a lo más fuertes y preciosos que está presente en la tradición ética libertaria de los Evangelios. No basta decir que Jesús nos ama. Tenemos que descubrir cómo nos amamos y que estamos haciendo para crecer en la construcción de relaciones más justas y solidarias.

Agosto de 2013.

 

Fuente: Adital

¿Blanqueo Del Sepulcro, O Deja Vu Católico En Brasil? Por Carlos Lombardi

“Tengo la impresión de que el cristianismo oficial ya ha cargado sobre sus espaldas su propio y efectivo final, pero que aún no se ha dado cuenta de ello. La Iglesia, como institución moral y como organización social, es algo que merece respeto y sostén, quizá incluso hasta merece una parte de los impuestos, pero no hay mucho más que esto […] En verdad las iglesias ya no tienen nada para decir que no podría ser dicho aun si ellas no existieran; ya no tienen nada específicamente cristiano para decir” (1)

El escenario pesimista trazado en el párrafo precedente por el filósofo alemán Herbert Schnädelbach es lo que el papa argentino trató de revertir en las Jornadas Mundiales de la Juventud católica que esta vez tuvieron su sede en Brasil, el país con mayor cantidad de católicos del mundo, no importando que esa mayoría sea sólo nominal y que esté compuesta por todos aquellos a los que desde bebés se le impuso la religión de sus padres, condenándolos a ser súbditos de un monarca teocrático.

El objetivo primario de Bergoglio, sacar a la institución del “ojo de la tormenta”, mediante un cambio de imagen que incluye el propio rol de papa, tuvo como punto de partida un festival de demagogia compuesto por gestos cuidadosamente planificados, que guardaron continuidad con los llevados a cabo en el Vaticano.

En esta oportunidad se manifestaron en un viaje “austero”, en la cercanía con los periodistas acreditados, discursos empalagosos ante diversos públicos, abrazo a adictos a las drogas en un hospital dirigido por franciscanos, visita a la favela Varginha, mucho llanto de niños, mucho pensamiento mágico, y altas dosis de “humildad” para demostrar, por un lado, el costado humano del papa, y por otro, una institución “cercana” a la gente.

Austeridad que, salvo para los ingenuos y crédulos que por estos días abundan, no debería llamar la atención si se tiene en cuenta que el papa argentino, como jesuita, realizó votos de pobreza y siempre vivió así. No hay novedad ni sacrificio alguno en su comportamiento. Tampoco en su visita a la villa de emergencia ya que también lo hacía en Buenos Aires.

Las masas respondieron con el efecto natural de toda conducta demagógica: el culto a la personalidad del líder religioso estuvo presente con todas sus características, como la adulación, la adoración unipersonal, y la recepción sin crítica de sus expresiones, fenómenos que alimentarán los estudios y análisis de los sociólogos de la religión.

Aquellas actividades no sólo podrían considerarse pinceladas destinadas a blanquear el sepulcro institucional que le dejó su antecesor –  con ayuda del clero y un sector del laicado sumiso y servil -, sino que en muchos de sus aspectos parecieron un gran deja vu, algo ya visto en anteriores jornadas católicas y discursos papales.

Los temas que abordó el pontífice romano pueden analizarse en dos planos: el interno de la Iglesia Católica, y el relacionado con la sociedad laica y plural, indiferente a las religiones, cada vez más lejos de una institución que en pleno siglo XXI pretende funcionar como veedor social, por arriba de ciudadanos/as y de los Estados.

1. El escenario interno

¿Cómo se arengó a la militancia católica? Con viejas herramientas, oxidadas hace tiempo pero que volvieron a barnizarse. Repasemos brevemente algunas:

– Catequesis retro: ser misericordiosos, solidarios, ir a las periferias a hacer proselitismo religioso, es decir, evangelizar; ser misioneros (el arcaico método que se aplicaba en “tierras de infieles”, aún vigente), ser “atletas de Cristo” (frase copiada a los evangélicos), difundir la fe católica “sin miedo”, salir de las parroquias, “nadar contracorriente”, léase, defender a rajatabla la ideología elaborada por los obispos, fueron algunas de las recomendaciones contenidas en el discurso papal. Todo ya visto.

Este tipo de mensaje vacío de contenido trae a la memoria lo que el propio Ratzinger pensaba de los teólogos, a quienes en 1968 comparaba con un payaso viejo: “Se conoce lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo”. (2)

Esa vieja catequesis también estuvo presente en las predicaciones llevadas a cabo por numerosos obispos, entre los cuales puede destacarse, como ejemplo, la efectuada por el polémico Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares, Madrid, España, relativa a la sexualidad: “Usted me pregunta por las píldoras que siendo anticonceptivas también tienen efectos abortivos. Debe entenderse que más allá de los efectos o de los dinamismos llamados de barrera, como el profiláctico o el condón, más allá de los que impiden la unión del óvulo y el espermatozoide, todo sistema de anticoncepción químico, incluido el dispositivo intrauterino, tiene efectos colaterales que pueden ser abortivos. Es decir que esto no es simplemente la anticoncepción sino aborto.

La mentira que nos venden es decir que uno es dueño de las fuentes de la vida y por ello decide cuándo tener o no tener vida. O decir que uno es dueño de su sexualidad y decide cuándo tener o no relaciones, simplemente con el consentimiento del otro. Eso no es verdad. El dueño de la vida y sus fuentes es Dios, no nosotros, y Él quiere que a través del amor del esposo y la esposa hayan hijos e hijas de Dios cuyo destino es Dios mismo en el cielo y la gloria” […] “La anticoncepción y la salud reproductiva lo que quieren es promover la reducción de los hijos de Dios” (3).

El breve ejemplo, deja ver que nada nuevo existió en el adoctrinamiento y catequesis llevados a cabo en las jornadas, y hasta resultan lógicos si se tiene en cuenta la adscripción al integrismo religioso que tiene Bergoglio por más “humo renovador” que quiera vender. La obsesión por controlar cuerpos y violar conciencias de las personas sigue intacta.

– Misma estructura: si la catequesis ha sido la misma que ya demostró su fracaso, también es similar el modelo de institución que se observó en la realización de las jornadas: netamente clerical, jerárquico, vertical, donde obispos y curas “pavonearon” su popularidad; con instalación de confesionarios para seguir controlando qué piensan los católicos, con liturgias repetitivas. El mismo absolutismo monárquico, aunque con cambio de estilo en el rol papal.

Y la misma impronta patriarcal. Salvo el párrafo que a modo de excepción pudo leerse, dirigido al sector mayoritario dentro de la iglesia, es decir, a las mujeres, no hubo ninguna novedad en cuanto a cómo puede mejorarse su participación, sobre todo, en el legítimo derecho que tienen a tomar decisiones en los grandes problemas que aquejan a la institución.

Como nos recuerda el teólogo Juan José Tamayo “en el cristianismo primitivo las mujeres gozaban de los mismos carismas que los varones y los desarrollaban en el seno de las comunidades sin discriminación alguna. Algunas de las comunidades fueron fundadas por mujeres: por ejemplo, la de Filipos, por Lidia” (4).

El problema en este punto va más allá de la imposición de la perspectiva patriarcal ya que la discriminación hacia las mujeres está normativizada en el Código Canónico.

Párrafo aparte merecen dos menciones: al clericalismo, que a modo de reproche les formuló a los obispos; y a los homosexuales.

El primero, una autentica lacra institucional, principal causa del alejamiento de la Iglesia Católica del cristianismo originario, lo enfocó al que se verifica en el interior de las parroquias, con un laicado servil y obsecuente, y obispos y curas “mandones”. En el caso del clero, el problema es que en los seminarios son formados para “pastorear rebaños”, frase insultante si las hay. El clericalismo que criticó es, precisamente, el que se observó en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Más de lo mismo.

Pero eso es un reduccionismo. El clericalismo es un fenómeno mucho más amplio y dañino que se manifiesta fuera de las iglesias, proyectándose hacia los planos políticos, jurídicos y sociales. “En el clericalismo religión y política se entrecruzan y la Iglesia se vale del Estado, o del poder político, para reafirmar un sistema de poder eclesiástico, o el Estado, o el poder político, se vale de la Iglesia para afianzar el sistema de gobierno o las situaciones político-sociales”. (5)

Los tres últimos documentos de la Conferencia Episcopal Argentina son una muestra de auténtico clericalismo argentino, fomentado por un sector de la clase política servil y obsecuente. Ponga el lector sus propios ejemplos.

En cuanto a la referencia a los homosexuales, anunciada por los medios como algo “revolucionario”, no es más que lo dispuesto en el catecismo católico donde se sostiene que a los gays no hay que juzgarlos sino tratarlos caritativamente. Pero sigue la condena a los “actos homosexuales” calificados de “desviados”. Es como decir: “Te queremos, pero eres un enfermito”. La violencia doctrinal e institucional hacia este colectivo sigue vigente. Se le sumó un poco más de hipocresía.

– Mensaje social repetitivo: lo mismo puede decirse del mensaje “social” que les dio a los jóvenes, y que algunos periodistas exultantes calificaron de “provocador”.

La “provocación” no fue otra que la vuelta a la ideología plasmada en documentos de la década del 60, como los surgidos en el Concilio Vaticano II, con más de cuarenta años de antigüedad. No hace falta decir los cambios políticos, sociales, culturales, jurídicos y económicos que surgieron desde esa época hasta nuestros días, la irrupción de nuevos actores políticos, sociales y culturales; los nuevos derechos, sobre todo, los que tienen que ver con la bioética, con la familia, la sexualidad y derechos reproductivos, los derechos de las mujeres, para darnos cuenta que la visión social del Vaticano II, en numerosos aspectos, ha caducado.

El deja vu social pudo verse en la crónica del corresponsal de uno de los mayores diarios nacionales, quien sostuvo que Bergoglio lanzó una “fórmula sociopolítica” mediante la creación de una alianza entre jóvenes y viejos, mezcla entre experiencia y vitalidad. Nada nuevo.

– Ausencia absoluta de referencias a las víctimas de curas pederastas: el descomunal “elefante blanco” y uno de los grandes motivos por los cuales renunció Benedicto XVI, estuvo invisibilizado en las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Quedó demostrado que al clero cómplice y a la masa cobarde poco les importan los miles de niños y niñas abusados y vejados, dándole prioridad a una “amnesia” generalizada sobre el tema. ¿Habrán puesto en las “intenciones” de la eucaristía a las víctimas del clero delincuente? ¿Se habrá rezado públicamente por ellos, por su recuperación?

Podrá argumentarse que Bergoglio continúa la política de “tolerancia cero” puesta en marcha por uno de los mayores encubridores de curas pederastas, Benedicto XVI. El problema es que las normas “nuevas” son un ruin maquillaje, ya advertido por las organizaciones defensoras de víctimas abusadas. El mantenimiento del “secreto pontificio” es una pequeña prueba.

La “frutilla del postre” fue anunciar las próximas jornadas en Cracovia, todo un símbolo, que recuerda a otro de los principales responsables de encubrir abusadores con sotana: Juan Pablo II.

Los breves ejemplos mencionados demuestran que en Brasil el objetivo primario se cumplió (blanqueo del sepulcro), mientras que no hubo novedad alguna en el mensaje estrictamente religioso.

Le queda al papa argentino la descomunal tarea de las grandes reformas internas, en cuento estructura, organización, funcionamiento, transparencia, ideología, doctrina y dogmas, que en el país carioca no aparecieron ni por asomo.

2. El escenario secular y laico

Toda acción institucional emprendida por la Iglesia Católica en este tipo de eventos tiene efectos en el accionar estatal, y Brasil no fue la excepción.

Los gastos que al erario público demandó la visita del papa fue el principal foco de conflicto y cuestionamiento teniendo en cuenta que la coyuntura económica y social del país es de crisis, con numerosas protestas de los “indignados” que, además de reclamar por el gasto público en la organización del mundial de futbol y olimpíadas, también incluyeron los gastos por la seguridad del Jefe del Estado vaticano, totalmente inoportunas.

Dichas críticas fueron contestadas con el argumento que siempre aparece en los países donde se organizan las jornadas: creación de puestos de empleo, e impacto económico que “amortiza” el gasto público. Pura lógica capitalista.

Párrafo aparte merecería el análisis de quiénes fueron los sponsors privados del papa. Más de uno se llevaría una sorpresa, ya que dichas empresas privadas no se caracterizan, precisamente, por la promoción de las clases marginadas.

Ningún cambio existió en esto.

– ¿Nuevo horizonte en las relaciones Estado-Iglesia?: lo más jugoso estuvo en un discurso pronunciado ante las autoridades políticas brasileñas donde pidió a los estados respeto a la libertad religiosa, valorando el aporte de “las  grandes tradiciones religiosas” en la convivencia democrática, haciendo extensiva dicha valoración a la laicidad del Estado.

Dijo el papa: “Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que no sea inmune de quedarse cerrada en la pura lógica de la representación de los intereses establecidos”.

Señaló que “es fundamental la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia”.

“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas”.

Finalizó diciendo que “el diálogo es la única alternativa para lograr la unidad de los pueblos”. (6)

Para destacar en este punto: primero, la contribución de las religiones a la cultura de los países es un hecho incuestionable.

Sin embargo, es falsa la “contribución” del catolicismo a las democracias. En Argentina, la Iglesia Católica avaló todos los golpes de estado y dictaduras militares que ocurrieron desde 1930 hasta la de 1976/1983. En esta última, siendo cómplices del robo de niños nacidos en centros clandestinos de detención, permitiendo la desaparición y asesinato de sus propios cuadros “subversivos” (laicos y religiosos), bajo el argumento de defender el “ser nacional” y la “civilización occidental y cristiana”.

El propio pensamiento episcopal sostiene que “La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional, ni tiene tampoco la tarea de valorar los programas políticos, si no es por sus implicaciones religiosas y morales”. (7)

Esto explica la histórica alianza clerical tanto con gobiernos dictatoriales, como totalitarios (nazismo y fascismo). Y en su propia organización y funcionamiento tampoco hay “fermento” democrático.

Segundo, ¿a qué “energía moral” se habrá referido Bergoglio? Por supuesto, a la moral católica, la misma que fue usada como “caballito de batalla” en los últimos documentos de la Conferencia Episcopal Argentina (firmados también por él), donde se pretende que las leyes y políticas públicas del estado aconfesional se sometan a la ley moral “natural” y “objetiva”, la que supuestamente ha dictado su dios, y que debe imponerse sí o sí a todos los habitantes, avasallando conciencias y formas de vida diversas. Es la continuidad del pensamiento totalitario de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Tercero, el “guiño” a la laicidad del Estado la hace dentro de la ideología clerical que, precisamente, da vuelta la noción de laicidad sujetándola a la religión, es decir, a lo que dice el papa y los obispos. Esa es la “sana” laicidad. Una vil trampa.

Si realmente valorara la laicidad habría solicitado la denuncia del Concordato de 1966, la eliminación de las “asignaciones” mensuales que todos los argentinos les pagan a los obispos católicos, como también todos los privilegios que obtuvieron del genocida Videla.

Sumado aquello, el respeto a la laicidad se consolidaría si la institución no se entrometiera en las cuestiones de la sociedad civil siendo coherente con la tradicional solicitud que siempre hace al Estado: que no intervenga en sus asuntos. Eso significa valorar la laicidad. Ninguna novedad existió en este punto sino más de lo mismo.

3. La esperanza católica

La retahíla de gestos demagógicos, el cambio de estilo en el rol papal, las incipientes instrucciones para reformar organismos obsoletos y corruptos (Curia vaticana y el IOR), rumores de “levantamiento” de sanciones a teólogos disidentes, permiten hablar a los sectores moderados y progresistas católicos de “esperanza” en el plano interno, propio de la institución. El conservadurismo y el extremismo están agazapados porque, o no digieren a los jesuitas, o directamente no toleran a Bergoglio a quien consideran un hereje.

¿El festival de gestos demagógicos se traducirá en políticas y documentos? Eso está por verse. A priori, las libertades para los católicos siguen sometidas a la férula de las sotanas, al clericalismo.

La vieja catequesis (controlada por el clero), es el primer obstáculo que los católicos deberán seguir sorteando para religarse con su dios. Dice Drewermann: “… la Iglesia Católica enseña que no existe una inmediatez legítima en la relación con Dios. Para religar al hombre y Dios, al hombre y el cielo, se recurre, pues, a una jerarquía compleja que parte de Dios, pasa por el Espíritu Santo, la madre de Dios, los arcángeles, los ángeles incluidos los ángeles de la guarda, para llegar hasta los santos patronos y todos los demás santos. A todo lo cual hay que añadir los méritos conseguidos por la Iglesia… Este proceso celeste se prolonga en la tierra a través del papa y los obispos, a continuación vienen los sacerdotes, los sacramentos, los lugares de peregrinación, los tiempos especiales para la oración, los formularios para rezar, las indulgencias, las donaciones pecuniarias… Sólo después de hacer honor a todo esto, se podrá franquear el abismo que separa al hombre de Dios.

¿Hay alguien que pueda imaginar que va a encontrar a Dios en medio de toda esta acumulación de instancias?” (8)

El desafío para Bergoglio es plasmar esa supuesta flexibilidad que mostró en Brasil en el reconocimiento de una mayor libertad a los católicos observantes. Pero eso tiene una contra: profundizaría la creciente “protestantización” que ya ocurre entre sus fieles, muchos de los cuales son partidarios del “cuentapropismo” espiritual.

Si en las JMJ se vivió el deja vu de la no interpelación de los jóvenes a un papa, si no hubo debate, ni tampoco “lío” (como pidió que sucediera en las diócesis), ni cuestionamiento alguno a nivel doctrinal, dogmático y, sobre todo, pedido de explicaciones ante el descomunal bochorno de los abusos sexuales del clero, podría pensarse que la institución seguirá fomentando el infantilismo.

4. Balance: sepulcro blanqueado, repetición de lo ya vivido, e interrogantes varios

Los encuentros multitudinarios, los ánimos exultantes, los “tirones de orejas”, el show mediático, la espiritualidad centrada en la experiencia emocional y los buenos sentimientos, le alcanzaron a Bergoglio (y al poder vaticano), para blanquear nuevamente el sepulcro.

La dinámica, organización, discursos, catequesis, adoctrinamiento, y “buena onda”, fueron un calco de lo vivido en jornadas juveniles pasadas. Otro deja vu cuyos efectos, seguramente, ratificarán lo que los sociólogos vienen diciendo hace tiempo: “llenar plazas no significa automáticamente sumar pertenencias al grupo”. (9)

El mensaje del papa argentino, una especie de espuma compuesta por palabras bonitas y “cancheras” sobre diversos temas, demuestran, una vez más, la formidable hipocresía que impregna el mundo clerical y vaticano.

Nos cuenta Drewermann: “Con grandes alardes publicitarios se había organizado una feria religiosa, de cuya celebración sus organizadores tuvieron sumo cuidado en informar a todo el mundo. En el primer pabellón se daba cuenta de que Dios es bueno, pero que sólo eligió un pueblo para hacerlo suyo. En el segundo pabellón, se argumentaba que Dios es todo misericordia, pero que sólo comunicó su mensaje a un hombre, a su profeta. En el tercer pabellón, se enseñaba que Dios es indulgente, pero que sólo deja entrar en el cielo a los que son miembros de la Iglesia. “¿Qué sabes de mí?”, le pregunta Dios al visitante al final del recorrido. “Que eres limitado, cruel y fanático”, responde el visitante. “Precisamente por eso no vine a esta feria – le contesta entonces Dios -. No me interesan lo más mínimo las religiones. Lo que me preocupa es el hombre”. (8)

Nosotros agregamos: la autonomía del hombre, es decir, lo que catolicismo romano nunca podrá entender, salvo que se convierta al cristianismo.

Notas

(1) Citado por Matteo, Armando, Credos Posmodernos: de Vattimo a Galimberti, los filósofos contemporáneos frente al cristianismo, Buenos Aires, Marea, 2007, p. 181.

(2) Estrada, Juan Antonio, “Los conflictos teológicos en una sociedad moderna”, en www.elpais.com/diario/2007/03/17/sociedad/1174086011_850215.html

(3) Lea la mejor catequesis pro-vida y contra el aborto de la JMJ Río 2013 en español, en www.aciprensa.com

(4) Tamayo, Juan José, , Nuevo paradigma teológico, Madrid, Editorial Trotta, 2004, p. 90.

(5) Bada, Joan, Clericalismo y anticlericalismo, Madrid, B.A.C., 2002, P. 10.

(6) Link permanente: http://www.mdzol.com/nota/479921/

(7) N° 424, en www.vatican.va/…/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc…

(8) Drewermann, Eugen, Dios inmediato, Madrid, Editorial Trotta, 199, p. 57.

(9)  Mallimaci, Fortunato, Globalización y modernidad católica: papado, nación católica y sectores populares, en Aurelio Alonso (comp.), América Latina y el Caribe. Territorios religiosos y desafíos para el diálogo, Buenos Aires, CLACSO, 2008.

(10) Op. cit. p. 57.