Abriendo puertas clausuradas. Por Guillermo “Quito” Mariani

Juan XXIII el viejito campesino más renovador entre los Papas de los siglos XX y XXI, tuvo la visión del Concilio convocado sorpresivamente por él y designado como Vaticano II, como un abrir puertas y ventanas de la vetusta estructura eclesial para que pudiera airearse con la brisa del mundo real y reformarse con la frescura de los nuevos tiempos y esperanzas de la humanidad.

Las puertas fueron volviendo a cerrarse paulatinamente empujadas por las ambiciones de dominio y prestigio institucional eclesiásticos. Hasta producirse el estallido de la podredumbre que encerraban, con la potencia del “cuarto poder” el periodismo, que logró paulatinamente violar por completo el hermetismo tradicional. La llegada del cardenal Bergoglio al sumo pontificado y su convocatoria a un sínodo extraordinario de obispos del mundo para revisar la historia de la Iglesia y reabrir sus puertas al mundo, dando razón a su existencia como levadura de servicio al progreso, la maduración y la felicidad de la humanidad, marca hoy un nuevo camino. Las primeras reuniones, al parecer con largas discusiones e interesantes propuestas, produjeron un documento inicial con sugerencias sobre la dirección de que iban tomando las ansias de reforma. El acento está puesto, desde la convocatoria de Francisco, en la familia, el núcleo social más sensible al conservadurismo y también a las inquietudes producidas por los cambios incesantes de la sociedad.

El predominio de la tendencia conservadora en el Sínodo, era previsible ya que los obispos designados durante los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, para nuevas diócesis o para remplazar a renunciantes o fallecidos, fueron elegidos con un criterio selectivo que excluía toda presencia progresista, en previsión de que continuara la presión por la convocatoria de un nuevo Concilio.

Las tímidas insinuaciones del documento final del Sínodo tienen que ver con los “divorciados” (acceso a la comunión eucarística o nuevo matrimonio) los homosexuales (recomendación de trato delicado y no discriminación a pesar de que ni pareja ni matrimonio responden al plan de Dios sobre la familia).

Han quedado en el tintero otros asuntos como relaciones sexuales prematrimoniales, bautismo de hijos de parejas irregulares civil o eclesiásticamente, abstinencia sexual obligatoria y perpetua (celibato sacerdotal), que es renuncia absoluta a la familia propia; despenalizaciones de aborto y drogas, violencia de género, fecundación asistida (con todas sus variantes); métodos de limitación de la natalidad…etc

La dirección enfocada de manera insistente por el Papa Francisco es la atención de los pobres a la que él personalmente ha estado muy ligado con presencia y amistad muy notable para los “curas villeros” de Buenos Aires. No se trata de poner en duda de ningún modo, que ésa es claramente una opción evangélica que tiene que identificar a la iglesia de Jesús de Nazaret y que esa centralidad se basa no sólo ni principalmente en la limosna caritativa y transitoria sino en la colaboración permanente y efectiva por erradicar la desigualdad y la injusticia que generan la pobreza. Pero tampoco es admisible que la sociedad total, afectada por otros problemas cuya persistencia atenta contra la felicidad y tranquilidad fecundas en las relaciones familiares y sociales, queden siempre con solución postergada.

Es notable por lo demás que, aunque la iglesia oficialmente se mantenga al margen de la movilidad de los criterios que, o fomentan el sistema capital-consumista, o se empeñan en disminuir sus efectos y en lograr su derrumbe completo, esas realidades influyen poderosamente en todas las expresiones y conductas, y por tanto no se puede prescindir de las mismas con silencios o postergaciones.

¡Cuántas ventajas aportarían a nuestras relaciones sociales : una visión de la sexualidad que por encima de la procreación pudiera enfocarse como culminación placentera de la comunicación cuando se transforma en comunión; Un reconocimiento de que el amor nunca puede convertirse en obligación o sujeción y que, cualquier causa que produzca esta alteración, debe ser atacada, o con el cambio o con el cese de la relación; Un derecho inalienable de intentar de nuevo, en cualquier aspecto, cuando se ha fracasado una o varias veces. Un opción voluntaria por la abstinencia sexual transitoria y sublimada por la búsqueda de un valor superior en vez de una represión de la naturaleza Una legitimación de la pareja para los sacerdotes que. a la vez que remediar la soledad, evitara, las dobles vidas que intranquilizan la conciencia, y los abusos y acosos producidos como desahogo de esa represión; Una despenalización que permitiera el control de las drogas como los de los medicamentos, y disminuyera los negociados en la clandestinidad que necesita complicar a mucho más personas de distintos niveles, y permitiera la disminución de los abortos que no se ha logrado con todo el rigor de las penas……!!

……Sería bueno probar ¿verdad?-

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Recuperar lo humano, revisar lo histórico, redescubrir lo evangélico. Por Juan Masiá

En vez de responder directamente a las preguntas enviadas por el secretariado del Sínodo (que parecen formuladas para inducir y condicionar la respuesta), es preferible expresar para conocimiento de los obispos sinodales una opinión sobre cada uno de los nueve temas indicados en el título de cada bloque de preguntas. En el marco de una reunión con profesionales y matrimonios católicos que asisten a cursos de formación permanente en teología, redacto mi propia opinión incorporando las aportaciones recibidas por los participantes.

1. Sobre Biblia y magisterio eclesiástico acerca de la familia.masia

En vez de preguntar si se difunden y cómo se aceptan las enseñanzas de la Iglesia sobre matrimonio, familia y sexualidad, hay que plantear la revisión radical del modo de leer, interpretar y aplicar los textos bíblicos, tal como se los usa en Humanae vitae de Pablo VI, en Familiaris consortio de Juan Pablo II y en el Catecismo de 1992.

2. Sobre matrimonio y ley natural.

En vez de preguntar por el matrimonio según la ley natural, hay que revisar y corregir la manera estrecha de entender la llamada ley natural y la pretension de que la Iglesia se arrogue el monopolio de su interpretación. Es necesario clarificar el modo de entender la enseñanza de la Iglesia en el campo moral. Se refiere más a una enseñanza parenética o exhortativa, que pretende ayudar  a las personas a evitar el mal y hacer el bien. El papel de la Iglesia, como explicaba el cardenal Martini, no es el de multiplicar definiciones y condenaciones, sino el de ayudar a las personas a vivir más humanamente y con esperanza. La confusión entre estas exhortaciones y la doctrina moral es dañosa, porque provoca el malentendido de considerar herético lo que es meramente un disentir responsable con relación a una determinada recomendación que no tiene por qué ser considerada como una afirmación doctrinal.

3. Sobre pastoral familiar y evangelización.

*No es sólo cuestión de flexibilizar la práctica pastoral sin tocar la enseñanza sobre la supuesta “doctrina” de la Iglesia. De hecho, hace décadas que muchas personas creyentes y obispos y sacerdotes que están en el seno de la iglesia se sienten con toda libertad para disentir de las exageraciones de la llamada “doctrina de la Iglesia”. Pero esta no cambia abierta y oficialmente y hay una brecha abierta de separación entre esta práctica pastoral evangélica y las posturas oficales de la Iglesia, con las que pierde credibilidad dentro y fuera de ella. Por ejemplo, hay creyentes que piensan que usar un preservativo está prohibido, y hay no creyentes que piensan que el uso del preservativo está condenado. Pero en el consultorio y en clase de teología moral decimos claramente, con frase del Cardenal Martini, que “ni le corresponde a la iglesia condenarlo ni es su misión recomendarlo”. Sin embargo las jerarquías eclesiásticas no se han atrevido a decir esto y por eso han perdido tanta credibilidad durante los tres últimos pontificados.

*Tanto en la práctica de la pastoral familiar como en los documentos y exhortaciones de la Iglesia sobre matrimonio y familia hay que corregir tres fallos graves :

1) Hay que evitar la falta de distinción entre las enseñanzas principales (que son pocas y muy básicas, p. e., la paternidad responsable) y las cuestiones secundarias y discutibles (que pueden ser muy variadas, p.e., las recomendaciones que hicieron los Papas Pablo VI y Juan Pablo II acerca de los anticonceptivos.

2) Hay que evitar que se junte el olvido de las enseñanzas principales con el empeño en convertir en señal de identidad católica el asentimiento ciego a esas otras recomendaciones secundarias.

3) Hay que evitar que personas creyentes poco formadas como adultas en su fe crean equivocadamente que no se puede disentir de la iglesia en estas cuestiones secundarias y confundan la discrepancia razonable y responsable con la disidencia e infidelidad (Por ejemplo, disentir de la Humanae vitae no es cuestión de pecado, ni de obediencia, ni de fe. Esto hay que enseñarlo claramente y no sólo decirlo en voz baja en el consultorio o en el confesionario).

4. Sobre la actitud pastoral ante las situaciones difíciles de parejas y matrimonios.

*Hay que revisar el criterio acerca de las relaciones sexuales fuera del marco jurídicamenrte formalizado como matrimonio. Una buena referencia es el triple criterio propuesto por el episcopado japonés en su Carta sobre la Vida (1983): Criterio de fidelidad consigo mismo: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor, de modo que se respete uno a sí mismo? Criterio de sinceridad y autenticidad para con la pareja: ¿Cómo actuar en el terreno de la sexualidad y el amor de modo que se respete a la pareja? Criterio de responsabilidad social. ¿Cómo actuar de modo que se tome en serio la responsabilidad para con la vida que nace como fruto del amor?

*Hay que revisar la opinión expresada en los documentos oficiales de los tres últimos pontificados acerca de la inseparabilidad de lo unitivo y lo procreativoen la relación sexual y en cada uno de sus actos.

*La propuesta de una ética de máximos como ideal, por ejemplo, acerca del matrimonio indisoluble, debe hacerse compatible con la aceptación y apoyo pastoral y sacramental de las personas tras la ruptura de una relación matrimonial, y en el proceso de rehacer la vida con o sin otra nueva relación.

5. Sobre las relaciones de pareja homosexuales.

No basta afirmar con el catecismo que las personas con una orientación homosexual no deberían ser discriminadas ni en la sociedad ni en la Iglesia (Catecismo de la Iglesia católica, n. 2358). No basta afirmar que la orientación homosexual en sí misma no es un mal moral (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Carta a los obispos de la Iglesia católica sobre el cuidado pastoral de personas homosexuales, 1986, n. 3).

No basta explicar que algunos textos de la Escritura en que se alude a prácticas homosexuales deben ser leídos en el contexto de denuncia de las costumbres sociales de la época; no deberían ser utilizados nunca para emitir un juicio de culpabilidad contra quienes sufren a causa de su orientación sexual (Véase la Instrucción de la Congregación para la Doctrina de la fe, Persona humana, 1975, n. 8). Hay que dar un paso más y, en vez de concentrarse en cuestionar la relación sexual, la Iglesia debería confrontar el problema inherente a las reacciones negativas, tanto religiosas como sociales, con que se confronta este tema en la Iglesia y en la sociedad. Y dar también el paso de la acogida comunitaria, sacramental y pastoral de estas parejas y de la educación de su prole.

 

6. Sobre la educación de los hijos-as de parejas “no formalizadas” según el llamado “modelo tradicional” de familia.

Sin renunciar a lo ideal, hay que ser realista. Sin dejar de recomendar el ideal de la indisolubilidad, hay que asumir el hecho inevitable de las rupturas y la necesidad de sanación humana, espiritual y sacramental. Como escribe el epsicopado japonés en su Carta del Milenio, “Reconocemos que muchos hombres y mujeres no son capaces de cumplir la promesa de amor que hicieron al casarse… Hay situaciones en las que por diversas razones la ruptura es inevitable… Estas personas necesitan consuelo y ánimo. Lamentamos que la Iglesia haya sido a menudo un juez para ellas… Cuando el vínculo matrimonial, lamentablemente, se ha roto, la Iglesia debería mostrar una comprensión cálida hacia esas personas, tratarlas como Cristo las trataría y ayudarlas en los pasos que están dando para rehacer su vida… Esperamos que quienes han pasado por el trance penoso del divorcio y han encontrado a otra persona como compañera en el camino de la vida serán apoyados por la Iglesia con un amor materno y acogedor”.

7. Sobre la acogida de la vida naciente.

*No ha de extrañar que una gran mayoría de esposos católicos apoyados por el ministerio pastoral vengan disintiendo de las orientaciones eclesiásticas sobre laregulación de la natalidad. No es un problema de moral, sino de eclesialogía mal entendida. No es problema de desobediencia, sino de responsabilidad.

*La violación es un acto que, con su violencia hiere la dignidad de la persona en su mismo centro. Es evidente que el embarazo no debe ser el resultado de una violencia. Esto se aplica no solamente a los casos de violación en el sentido más estricto de la palabra, sino también a otros casos de violencia más o menos disimulada. Hay que responder que, en muchos casos, interrumpir ese proceso en sus primeros estadios constitutivos no es solamente lícito, sino hasta obligatorio. De lo contrario, la persona correría el riesgo de verse ante el dilema de asumir irresponsablemente la maternidad o recurrir a la interrupción del embarazo en el sentido estricto y moralmente negativo de la palabra aborto. La prevención de la implantación ayudaría a evitar ese dilema; la “intercepción” (que se lleva a cabo durante las dos primeras semanas) sería la alternativa razonable y responsable frente al dilema entre contracepción y aborto.

*Al defender la vida nascitura hay que evitar los malentendidos a que da lugar la definición del concebir como un momento,en vez de como un proceso; también evitar la confusión entre las interrupciones excepcionales de la gestación antes de la constitución del feto y la terminación abortiva injusta de la vida naciente.

Optamos por la acogida responsable del proceso de vida emergente y nascente, que implica la exigencia de que, si y cuando se plantee su interrupción excepcional sea de modo responsable, justo, justificado, y en conciencia. Por tanto, deberíamos presuponer, ante todo, una actitud básica de respetar el proceso de concebir iniciado en la fecundación; acoger la vida naciente desde el comienzo del proceso; favorecer el desarrollo saludable del proceso de gestación de cara al nacimiento; y protegerlo, haciendo todo lo posible para que no se malogre y para que no se interrumpa el proceso, ni accidentadamente, ni intencionadamente de modo injustificado.

Esta acogida y protección debe llevarse a cabo de modo responsable. Pero esta postura en favor de la acogida de la vida no significa que esa vida sea absolutamente intocable. La acogida ha de ser responsable y podrán presentarse casos conflictivos que justifiquen moralmente la interrupción de ese proceso. Si no se va a poder asumir la responsabilidad de acoger, dar a luz y criar esa nueva vida, hay que prevenirlo a tiempo mediante los oportunos recursos anticonceptivos (antes del inicio de la fertilización) o interceptivos (antes de la implantación).

Habrá casos límite en los que pueda darse incluso la obligación (no el derecho) de interrumpir en sus primeras fases el proceso embrional de constitución de una nueva individualidad antes de que sea demasiado tarde. Ejemplos de estos casos de conflicto de valores serían: cuando la continuación de ese proceso entra en serio y grave conflicto con la salud de la madre o el bien mismo de la futura criatura, todavía no constituída.

En estos conflictos, a la hora de sopesar los valores en juego y jerarquizarlos, el criterio del reconocimiento y respeto a la persona deberá presidir la deliberación. Cuando, como consecuencia de esta deliberación, se haya de tomar la decisión de interrumpir el proceso, esta decisión corresponderá a la gestante y deberá realizarse, no arbitrariamente, sino responsablemente y en conciencia.

Finalmente, estas decisiones de interrupción del proceso deberían tener en cuenta el momento de evolución en que se encuentra esa vida en esas fases anteriores al nacimiento. Esa vida sería menos intocable en las primerísimas fases y el umbral de intocabilidad, en principio, no debería estar más allá del paso de embrión a feto en torno a la novena semana. Pasado este umbral, si se presentan razones serias que obliguen a una interrupción del proceso, no debería llevarse a cabo como un pretendido derecho de la gestante, sino por razón de una justificación grave a causa de los conflictos de valores que plantearía la continuación del proceso hacia el nacimiento. Cuanto más avanzado fuera el estado de ese proceso, se exigirían razones más serias para que fuera responsable moralmente la decisión de interrumpirlo.

8. Sobre la dignidad de la persona en la familia.

El respeto a la dignidad de las personas en la familia es más importante que la defensa de la supuesta indisolubilidad incondicional del vínculo matrimonial. Hay que evitar la violencia doméstica mediante el rrespeto mutuo de los esposos, el respeto de la autonomñia de los hijos-as, sin impedir posesivamente su crecimiento, y el respeto a los progenitores y cuidado en ancianidad deberían preocupar a la pastoral familiar, más que las discusiones sobre la procreación médicamente asistida o el recurso a los anticonceptivos.

 

Fuente: Religión Digital.

Francisco de Asís y Francisco de Roma. Por Leonardo Boff

Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además, el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.leonardo-boff-2013

Hay un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le decía: “Francisco repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo representó bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado edificio de la Iglesia.

Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.

En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se presentaba como «representante de Cristo». Con él se alcanzó el supremo grado de secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi», de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica: una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús quería.

Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder, presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.

Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que reformar la Curia y los hábitos clericales ypalacianos de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.

Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, pero vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres, no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.

El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre Tierra y con sus bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como yo mismo he insistido fuertemente en varios de mis textos, la que va a salvar la vida humana y garantizar la vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma de una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie de la naturaleza.

Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor. Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo milenio. És una cuestión de justicia.

Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.

Leonardo Boff es autor de Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae

Fuente: Leonardo Boff Blog

De Monfero a Roma. Por Celso Alcaina

 

Un Jesús sexista no debería ser atendido. Poco puede esperarse de una institución endogámica.

 

Monfero. Fragas do Eume. Parque natural desde 1997. Hace pocos años lo visité. Ruinas en medio de un verdor embriagador. Finalmente, el monasterio ha sido parcialmente restaurado por Bellas Artes. Pórticos románicos, góticos, barrocos. Tres claustros, cada uno de diferente época: el románico, el renacentista obra deJuan de Herrera y el barroco. Fuentes esculturales de estilo modernista. Sala capitular y refectorio renacentistas. Gigantescos abetos en la esquelética edificación. Robustos pinos y eucaliptos ensombrecen el abandonado cementerio. Cipreses dispersos apuntan al más allá. Hiedras robustas cual bojes descoyuntan algunos sillares granítitos. El Claustro Oriental es un jardín o un zarzal.

El cenobio fue fundado por la familia Bermúdez y Osorio en 1134 bajo el reinado de Alfonso VII. Algún historiador lo data en el siglo X. Benedictinos, luego cistercienses. Creció en monjes. Su patrimonio aumentó gracias a los foros de los campesinos. Sus posesiones se extendieron abusivamente. Escándalo, envidia, pleitos. Vida disoluta. Al lado del cenobio masculino, otro femenino, igualmente poblado. Asesinatos y robos a mano armada. En el siglo XIV tuvo que intevenir el Rey. Máximo esplendor en los siglos XVI-XVII.

Era de esperar. El soplo de la Ilustración llegó al Eume. Conciencia de dignidad universal, de derechos no conculcables. Rebelión de los lugareños. Plantan cara los foreros, los pocos terratenientes y los ambiciosos señores feudales. Se niegan a pagar las rentas. Se atreven a discutir las disposiciones de los monjes. Se rebelan contra sus dogmas y mandamientos. La invasión francesa contribuye a la actitud crítica.

Disminuyen los privilegios. Ser monje ya no es apetecible. Ni económica ni socialmente. Fuera del cenobio se puede comer y vivir decentemente. La Abadía de Monfero finiquita en 1820. En pocos años, el magestuoso monasterio fue desmantelado por la rapiña. En 1854, García Cuesta, Arzobispo de Santiago, tuvo que intervenir. Distribuyó retablos a varias parroquias. Poco más. Un olvido de 87 años. Sólo en 1941 fue declarado Monumento Histórico Artístico.

No es sólo Monfero. Son cientos los monasterios abandonados en nuestra España. Prioratos, abadías, conventos, parroquias, capellanías, ermitas. Mención especial merece el monasterio de San Martín Pinario en Compostela. Fundado en el siglo X, llegó a ser el más rico e influyente de Galicia. En su apogeo albergó a más de mil monjes. Se extenuó con la desamortización del siglo XIX. Otro tanto sucede en el resto de Europa, por no llorar sobre los despojos de las Misiones del Nuevo Mundo.

Abandono, decadencia. No sólo lo material: fábrica, edificios, predios. Más importante, las personas. Miles de frailes y monjas. ¿Qué ha sido de ellos y de ellas? ¿Por qué las sucesivas generaciones dieron la espalda a la vida monacal? Parece claro. Buscaban el paraguas del poder y del reconocimiento social. Encontraban la seguridad de mesa y habitación. Algunos buscaban su eterna salvación a la sombra de los muros sagrados. En dos cientos años, conventos otrora abarrotados han quedado vacíos. Algunos quedan en pié con poquísimos ancianos y escasos románticos jóvenes. Luchan para no entregar su histórico patrimonio al Patrimonio Histórico.
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La secular peripecia de los cenobios me conduce a la actual situación del Vaticano y, por concomitancia, a la actual estructura eclesial.

La renuncia de Benedicto XVI al Papado demuestra que el actual estatus de quien teóricamente manda en el Catolicismo nada tiene de envidiable. Su precursor, Sixto V, siglo XVI, organizó la Curia a imitación de los vecinos gobiernos de la época. Era el inicio de la “burbuja romana”. Intensificó la centralización del régimen eclesiástico. Cada uno de los departamentos (Congregaciones y otros organismos) asumió más y más atribuciones. Hasta el colapso. Hasta la confusión. Las reformas de Pío X y Pablo VI más que simplificar la Curia la amplificaron y fortalecieron. Ningún resquicio a la iniciativa y originalidad de las iglesias locales. Además de las diez Congregaciones, está la reforzada Secretaría Papal con sus dos secciones. Añádanse los numerosos “Consejos pontificios”, las muchas “Comisiones cardenalicias”, los Institulos ponticios, la Banca Vaticana (IOR), etc. El Papa ha de visar y aprobar cada acto de cada departamento. Trátese de un documento, de un dossier, de una dispensa, de un nombramiento, de un decreto, de una audiencia… Miles de dispensas, de nombramientos, de decretos, de audiencias, de cartas, de viajes, de importantes inversiones. Cada día ha de comprometerse. Ha de recibir. Ha de controlar. Hacerlo “adecuadamente” es imposible. Desde hace siglos el Papa sí lo hace, pero “inadecuadamente”. Ratzinger es ahora consciente de ello. Por eso abandona. Por honestidad. O por cobardía. Podría dar algún paso para descentralizar, para simplificar, para purificar. Pero eso resulta demasiado difcícil, casi imposible, atrapado como está en la telaraña de una poderosa Curia contaminada. Prefiere dejar el timón del cenobio a otro “abad”. Lamentablemente, estamos ante una institución endogámica. Es previsible que el nuevo “abad” romano herede el pusilánime talante de su antecesor.

Hace pocos decenios, los Cardenales eran verdaderos “príncipes”. Ricos y poderosos. Curiosamente, Pío XII redujo su cola de siete a tres metros. También les retiró el “cappello”. Se jubilan a los 75 años. Sólo si tienen menos de 80 pueden elegir al nuevo Papa. Ya no tienen sentido las expresiones romanas “piato cardinalizio”, o “mangiare come un cardinale“. Están expuestos a la crítica y se ven obligados a sentarse ante un juez civil. Los hay que viven pobremente, carecen de servidumbre y a veces de casa. No son “Eminencias”. Los hay que son “pobre gente”. Yo, que viví entre Cardenales, lo sé.

Algo parecido sucede con los obispos. Partimos de la novedad de que apenas hay banquillo. Roma se ve en grave dificultad para encontrar candidados y proveer las sedes vacantes. Hasta hace pocos años esta situación era impensable. Restringiéndonos a España, cada año, varios cientos de seminaristas eran ordenados presbíteros. Varias docenas de esos sacerdotes culminaban sus estudios en universidades pontificias o civiles. Sobraban cabezas para las pocas mitras a repartir. Hoy, las ordenaciones de presbíteros se limitan a una docena al año. Los que amplían estudios son poquísimos. Las parroquias y otras piezas eclesiásticas han de ser cubiertas con urgencia. Consecuentemente, cada vez y cada año, hay menos presbíteros candidatos al episcopado.

Pero, además, ser obispo hoy no está tan prestigiado como antes. Ni tan bien pagado. Es certo que hay diócesis ricas. Otras apenas proporcionan lo esencialmente necesario para una frugal vida. El sueldo oficial de un obispo no supera los 1.200 euros. Sus actuaciones están muy limitadas. Muchos obispos se ven entre la espada romana y la pared clerical. Tienen que mirar para otra parte si no quieren dejar vacante esta canonjía o aquella parroquia. La prueba más cercana la tenemos en la actual escandalosa oleada de pederastia. El pueblo los acosa, los acusa y los pita. Y, cuando se jubilan a los 75 años, pasan a ser, como mucho, capellanes de monjas con una pensión insuficiente.

Acabo de hacer alusión a la escasez de vocaciones sacerdotales. Actualmente, unos 1.000 seminaristas en toda España. Ese era el censo en Compostela o en Pamplona hace 60 años. Y una buena proporción de esos 1.000 jóvenes son extraidos del depauperado tercer mundo o emergen de movimientos neocons. Echar la culpa de esta escasez de vocaciones a la actual falta de espiritualidad es una simpleza. Pensar que la histórica sobreabundancia de clero se basaba en la mayor espiritualidad es una estupidez. Sin duda, había más religiosidad, más credulidad. Es diferente. La vocación infantil o juvenil era “bocación”, con b, ansia de superación. Luego, con el eficaz lavado de cerebro, esa “bocación” se convertía en conformismo, en carrerismo y en ansia misionera, en aptitud y actitud benefactora. Hoy, los jóvenes tienen más cultura, más discreción, más alternativas, más libertad, más espiritualidad. Tienen menos necesidades perentorias que les emboten los sentidos y les ofusquen la mente. Sobre todo, tienen menos hambre y menos dificultad para lograr alimento.

Ante el desierto presbiteral – algún cura atiende a siete parroquias y cabildos de 30 miembros se reducen a la mitad – , surge la propuesta de poblar artificialmente el sector clerical. Sabido es que incluso algunos obispos y cardenales abogan por la ordenación de mujeres y por abolir el celibato obligatorio. El Vaticano ya ha cedido en el tema del celibato para ciertas regiones, ciertos ritos y colectivos. La Iglesia Anglicana es pionera en la ordenación de mujeres. A mi entender, Roma se verá obligada a ceder en las dos fronteras, incluido el acceso de mujeres al episcopado. Lo hará tarde y mal. Pero lo hará. En mi etapa de curial, participé en el estudio de ambos problemas llevados a la Plenaria de la S. Congregación para la Doctrina de la Fe. La conclusión fue “negative”. No otra podría esperarse de unos Consultores (entre ellos Del Portillo, muy activo) y unos Cardenales (entre ellos Ottavianisemper idem), con mentalidad típicamente tridentina.

He calificado de artificial la solución de abolir el celibato obligatorio y de permitir a las mujeres el acceso al sacerdocio. Es claro que estamos ante evidentes derechos humanos y cristianos. Sería ofender a Jesús de Nazaret atribuirle una actitud sexista. Si ésta fuere su clara actitud, Jesús debería ser corregido y reprobado. Hay valores que no hace falta aprenderlos. Se saben, se asumen, se defienden.

La Iglesia Católica hace agua por todos los flancos. Papado, Curia, Colegio cardenalicio, Episcopado, Concilios, Orden clerical, Poder de régimen, Dogmas, Disciplina sacramental, Diócesis, Parroquias, Laicado, Vida consagrada, Familia, Procreación, Celibato, Seminarios y Noviciados, Conventos, Funeraria. Las previsibles dos reformas arriba apuntadas, más que contribuír, dificultarían la purificación de la institución católica. Sólo prolongarían su agonía.

En un post colgado en mi blog en agosto de 2010 y recogido por “Religión Digital”, expuse sugerencias de Ivan Illich, sabio sociólogo, historiador y teólogo. En su artículo “The Vanishing Clergymen” (“el Clero que desaparece”) publicado en la revista “The Critic” , julio 1967, Illich analizaba la situación de la Iglesia bajo el aspecto histórico y sociológico, pronosticaba la desaparición del sacerdote “funcionario” y abogaba por otro tipo de ministerio dentro del Cristianismo. Una apuesta que fue mal recibida en Roma. Prestigiosos escritores actuales, entre los que cabe destacar el teólogo Hans Küng, se suman a la exigencia de la renovación estructural. Ellos, dentro y fuera de España, aportan ideas, van a la raíz, a lo esencial de nuestra Iglesia. Una institución de origen apostólico que ha de ser fiel al auténtico movimiento jesuánico . Es cuestión de voluntad, de visión de futuro. Y de presente. No deberíamos resignarnos a contemplar el paulatino derrumbe de un nuevo colosal Monfero.

 

Fuente Blog de Celso Alcaina

Renunció. Por Raul A. Perez Verzini

Si no fuera porque en la iglesia nada es casualidad sería una noticia para alegrarse.

Uno de los papas más retrógrados de los últimos tiempos. El más cruel en su forma de castigar al que piensa distinto. El que ocultó los cientos (miles?) de casos de pedofilia que le llegaban a su despacho como gran inquisidor. El que se ocupó personalmente por marginar a los grupos progresistas y acercar a los ultraconservadores. El que contribuyó a alejar cada vez más a la iglesia del mensaje liberador de Jesús de Nazaret imponiendo un rígido catecismo medieval. Ratzinger ha renunciado.iglesia-imperio-romano

Los pruritos del lenguaje aclaran que un papa no dimite. El poder absolutista y totalitario no permite que alguien acepte la renuncia porque nadie hay más importante ni digno que el emperador. Y por algo ellos copiaron casi literalmente el modelo del imperio romano.

La renuncia de Ratzinger, más allá de la enfermedad que le impide ejercer su rol, es una jugada maestra de un estratega cuidadoso. Planeó cada detalle de su elección como papa y cuando se descubre “sin fuerzas” renuncia para seguir controlando la elección de su sucesor. Habría que analizar si es sólo sin fuerzas físicas o también sin fuerzas para liderar la corrupta maquinaria vaticana que no tuvo la decisión política de desmantelar.

Ratzinger es consciente de que por más papa que sea tiene más poder como vivo que como muerto y de esta forma asegura continuidad al proceso que él mismo impulsó junto a JPII de abandono sistemático de las renovaciones más importantes iniciadas durante el Concilio Vaticano II.

Estando vivo puede presionar a los cardenales que él mismo nombró y que le deben el cargo, para que elijan otro de su misma línea. Al hacer pública su renuncia ya goza de dedicación full time para organizar su estrategia de elección. Logrado el objetivo le harán creer a las multitudes que el Espíritu Santo lo eligió. La mayoría, sin formación cristiana de verdad, se lo creerá.

La Iglesia se ha ido convirtiendo con bastante éxito en un gueto y es hoy una de las sectas más grandes con muy poco futuro, salvo para lo sacramental y cúltico, que sigue fascinando a muchos por más que no compartan un ápice las enseñanzas anacrónicas de una institución muy poco evangélica. Hoy la Iglesia Católica es más un show místico completamente alejado de las enseñanzas de Jesús de Nazaret y por lo tanto inofensivo para los poderes de este mundo, que una voz profética y modelo de nueva humanidad como quería el mismo Jesús.

La renuncia es material exquisito para los medios de comunicación que nos inundarán de visiones románticas del papa valiente…

Sería hermoso soñar ahora con una primavera para la Iglesia. Sería hermoso que el próximo papa desarticule una de las organizaciones de poder mas temibles: la curia romana. Sería hermoso que se inicie un proceso de renovación cuya fuente sea un retornar a las escrituras. Sería hermoso que el nuevo papa decida dejar los palacios vaticanos y ejercer su ministerio (Servicio) desde alguna favela de Rio o una villa miseria de Buenos Aires o de algún otro lugar del tercer mundo. Sería fantástico que el poder se ejerza de manera colegiada integrando a los que históricamente han sido marginados de la conducción eclesial, los laicos en general y las mujeres en particular. Nada de esto sucederá.

El futuro del cristianismo no pasa por el vaticano. El futuro del cristianismo es el que viven día a día aquellos que trabajan por la justicia y la paz, aquellos que se esfuerzan por crear más fraternidad e igualdad aunque ni siquiera se autodenominen cristianos. El futuro del cristianismo es de aquellos que intentan vivir los valores fundamentales de la humanidad en solidaridad con los que han sido desplazados. Esto fue lo que quiso Jesús de Nazaret al impulsar un nuevo tipo de sociedad a la que llamó, con lenguaje críptico para nosotros, reinado de Dios.

El vaticano es la puesta en escena de un espectáculo teatral que cada vez interesa a menos personas en el mundo. Por suerte.

 

 

Navigating the Shifts. By Pat Farrell

Navigating the Shifts. By Pat Farrell, OSF  — LCWR President

Presidential Address, 2012 LCWR Assembly

The address that I am about to give is not the one I had imagined. After the lovely contemplative tone of last summer’s assembly, I had anticipated simply articulating from our contemporary religious life reflections some of the new things we sense that God has been doing. Well, indeed we have been sensing new things. The doctrinal assessment, however, is not what I had in mind!

Clearly, there has been a shift! Some larger movement in the Church, in the world, has landed on LCWR. We are in a time of crisis and that is a very hopeful place to be. As our main speaker, Barbara Marx Hubbard, has indicated, crisis precedes transformation. It would seem that an ecclesial and even cosmic transformation is trying to break through. In the doctrinal assessment we’ve been given an opportunity to help move it. We weren’t looking for this contoversy. Yet I don’t think that it is by accident that it found us. No, there is just too much synchronicity in events that have prepared us for it. The apostolic visitation galvanized the solidarity among us. Our contemplative group reflection has been ripenening our spiritual depth. The 50th anniversary of the Vatican II approaches. How significant for us who took it so to heart and have been so shaped by it! It makes us recognize with poignant clarity what a very different moment this is. I find my prayer these days often taking the form of lamentation. Yes, something has shifted! And now, here we are, in the eye of an ecclesial storm, with a spotlight shining on us and a microphone placed at our mouths. What invitation, what opportunity, what responsibility is ours in this? Our LCWR mission statement reminds us that our time is holy, our leadership is gift, and our challenges are blessings.

I think It would be a mistake to make too much of the docrinal assessment. We cannot allow it to consume an inordinate amount of our time and energy or to distract us from our mission. It is not the first time that a form of religious life has collided with the institutional Church. Nor will it be the last. We’ve seen an apostolic visitation, the Quinn Commission, a Vatican intervention of CLAR and of the Jesuits. Many of the foundresses and founders of our congregations struggled long for canonical approval of our institutes. Some were even silenced or ex-communicated. A few of them, as in the cases of Mary Ward and Mary McKillop, were later canonized. There is an inherent existential tension between the complementary roles of hierarchy and religious which is not likely to change. In an ideal ecclesial world, the different roles are held in creative tension, with mutual respect and appreciation, in an enviroment of open dialogue, for the building up of the whole Church. The doctrinal assessment suggests that we are not currently living in an ideal ecclesial world.

I also think it would be a mistake to make too little of the doctrinal assessment. The historical impact of this moment is clear to all of us. It is reflected in the care with which LCWR members have both responded and not responded, in an effort to speak with one voice. We have heard it in more private conversations with concerned priests and bishops. It is evident in the immense groundswell of support from our brother religious and from the laity. Clearly they share our concern at the intolerance of dissent even from those with informed consciences, the continued curtailing of the role of women. Here are selections from one of the many letters I have received: “I am writing to you because I am watching at this pivotal moment in our planet’s spiritual history. I believe that all the Catholic faithful must be enlisted in your efforts, and that this crisis be treated as the 21st century catalyst for open debate and a rush of fresh air through every stained glass window in the land.” Yes, much is at stake. Through it all, we can only go forward with truthfulness and integrity. Hopefully we can do so in a way that contributes to the good of religious life everywhere and to the healing of the fractured Church we so love. It is no simple thing. We walk a fine line. Gratefully, we walk it together.

In the context of Barbara Marx Hubbard’s presentation, it is easy to see this LCWR moment as a microcosm of a world in flux. It is nested within the very large and comprehensive paradigm shift of our day. The cosmic breaking down and breaking through we are experiencing gives us a broader context. Many institutions, traditions, and structures seem to be withering. Why? I believe the philosophical underpinnings of the way we’ve organized reality no longer hold. The human family is not served by individualism, patriarchy, a scarcity mentality, or competition. The world is outgrowing the dualistic constructs of superior/inferior, win/lose, good/bad, and domination/submission. Breaking through in their place are equality, communion, collaboration, synchronicity, expansiveness, abundance, wholeness, mutuality, intuitive knowing, and love. This shift, while painful, is good news! It heralds a hopeful future for our Church and our world. As a natural part of evolutionary advance, it in no way negates or undervalues what went before. Nor is there reason to be fearful of the cataclysmic movements of change swirling around us. We only need to recognize the movement, step into the flow, and be carried by it. Indeed, all creation is groaning in one great act of giving birth. The Spirit of God still hovers over the chaos. This familiar poem of Christopher Fry captures it:

”The human heart can go the length of God.
Cold and dark, it may be
But this is no winter now.
The frozen misery of centuries cracks, breaks, begins to move. The thunder is the thunder of the floes.

The thaw, the flood, the up-start spring. Thank God, our time is now
When wrong comes up to face us everywhere Never to leave until we take

The greatest stride of soul that people ever took
Affairs are now soul-size.
The enterprise is exploration into God…”

Christopher Fry – A Sleep of Strangers

I would like to suggest a few ways for us to navigate the large and small changes we are undergoing. God is calling to us from the future. I believe we are being readied for a fresh inbreaking of the Reign of God. What can prepare us for that? Perhaps there are answers within our own spiritual DNA. Tools that have served us through centuries of religious life are, I believe, still a compass to guide us now. Let us consider a few, one by one.

1.How can we navigate the shifts? Through contemplation.

How else can we go forward except from a place of deep prayer? Our vocations, our lives, begin and end in the desire for God. We have a lifetime of being lured into union with divine Mystery. That Presence is our truest home. The path of contemplation we’ve been on together is our surest way into the darkness of God’s leading. In situations of impasse, it is only prayerful spaciousness that allows what wants to emerge to manifest itself. We are at such an impasse now. Our collective wisdom needs to be gathered. It germinates in silence, as we saw during the six weeks following the issuing of the mandate from the Congregation of the Doctrine of the Faith. We wait for God to carve out a deeper knowing in us. With Jan Richardson we pray:

“You hollow us out, God, so that we may carry you, and you endlessly fill us only to be emptied again. Make smooth our inward spaces and sturdy, that we may hold you with less resistance and bear you with deeper grace.”

Here is one image of contemplation: 1 the prairie. The roots of prairie grass are extraordinarily deep. Prairie grass acutally enriches the land. It produced the fertile soil of the Great Plains. The deep roots aerate the soil and decompose into rich, productive earth. Interestingly, a healthy prairie needs to be burned regularly. 2 It needs the heat of the fire and the clearing away of the grass itself to bring the nutrients from the deep roots to the surface, supporting new growth. This burning reminds me of a similar image. There is a kind of Eucalyptus tree in Australia whose seeds cannot germinate without a forest fire. The intense heat cracks open the seed and allows it to grow. Perhaps with us, too, there are deep parts of ourselves activated only when more shallow layers are stripped away. We are pruned and purified in the dark night. In both contemplation and conflict we are mulched into fertility. As the burning of the prairie draws energy from the roots upward and outward, contemplation draws us toward fruitful action. It is the seedbed of a prophetic life. Through it, God shapes and strengthens us for what is needed now.

2.How can we navigate the shifts? With a prophetic voice

The vocation of religious life is prophetic and charismatic by nature, offering an alternate lifestyle to that of the dominant culture. The call of Vatican II, which we so conscientiously heeded, urged us to respond to the signs of our times. For fifty years women religious in the United States have been trying to do so, to be a prophetic voice. There is no guarantee, however, that simply by virtue of our vocation we can be prophetic. Prophecy is both God’s gift as well as the product of rigorous asceticism. Our rootedness in God needs to be deep enough and our read on reality clear enough for us to be a voice of conscience. It is usually easy to recognize the prophetic voice when it is authentic. It has the freshness and freedom of the Gospel: open, and favoring the disenfranchised. The prophetic voice dares the truth. We can often hear in it a questioning of established power, and an uncovering of human pain and unmet need. It challenges structures that exclude some and benefit others. The prophetic voice urges action and a choice for change.

Considering again the large and small shifts of our time, what would a prophetic response to the doctrinal assessment look like? I think it would be humble, but not submissive; rooted in a solid sense of ourselves, but not self- righteous; truthful, but gentle and absolutely fearless. It would ask probing questions. Are we being invited to some appropriate pruning, and would we open to it? Is this doctrinal assessment process an expression of concern or an attempt to control? Concern is based in love and invites unity. Control through fear and intimidation would be an abuse of power. Does the institutional legitimacy of canonical recognition empower us to live prophetically? Does it allow us the freedom to question with informed consciences? Does it really welcome feedback in a Church that claims to honor the sensus fidelium, the sense of the faithful? In the words of Bob Beck, “A social body without a mechanism for registering dissent is like a physical body that cannot feel pain. There is no way to get feedback that says that things are going wrong. Just as a social body that includes little more than dissent is as disruptive as a physical body that is in constant pain. Both need treatment.”

When I think of the prophetic voice of LCWR, specifically, I recall the statement on civil discourse from our 2011 assembly. In the context of the doctrinal assessment, it speaks to me now in a whole new way. St. Augustine expressed what is needed for civil discourse with these words: “Let us, on both sides, lay aside all arrogance. Let us not, on either side, claim that we have already discovered the truth. Let us seek it together as something which is known to neither of us. For then only may we seek it, lovingly and tranquilly, if there be no bold presumption that it is already discovered and possessed.”

In a similar vein, what would a prophetic response to the larger paradigm shifts of our time look like? I hope it would include both openness and critical thinking, while also inspiring hope. We can claim the future we desire and act from it now. To do this takes the discipline of choosing where to focus our attention. If our brains, as neuroscience now suggests, take whatever we focus on as an invitation to make it happen, then the images and visions we live with matter a great deal. So we need to actively engage our imaginations in shaping visions of the future. Nothing we do is insignificant. Even a very small conscious choice of courage or of conscience can contribute to the transformation of the whole. It might be, for instance, the decision to put energy into that which seems most authentic to us, and withdraw energy and involvement from that which doesn’t. This kind of intentionaltiy is what Joanna Macy calls active hope. It is both creative and prophetic. In this difficult, transitional time, the future is in need of our imagination and our hopefulness. In the words of the French poet Rostand:

“It is at night that it is important to believe in the light; one must force the dawn to be born by believing in it.”

3.How can we navigate the shifts? Through solidarity with the marginalized.

We cannot live prophetically without proximity to those who are vulnerable and marginalized. First of all, that is where we belong. Our mission is to give ourselves away in love, particularly to those in greatest need. This is who we are as women religious. But also, the vantage point of marginal people is a privileged place of encounter with God, whose preference is always for the outcast. There is important wisdom to be gleaned from those on the margins. Vulnerable human beings put us more in touch with the truth of our limited and messy human condition, marked as it is by fragility, incompleteness, and inevitable struggle.

The experience of God from that place is one of absolutely gratuitous mercy and empowering love. People on the margins who are less able to and less invested in keeping up appearances, often have an uncanny ability to name things as they are. Standing with them can help situate us in the truth and helps keep us honest. We need to see what they see in order to be prophetic voices for our world and Church, even as we struggle to balance our life on the periphery with fidelity to the center.

Collectively women religious have immense and varied experiences of ministry at the margins. Has it not been the privilege of our lives to stand with oppressed peoples? Have they not taught us what they have learned in order to survive: resiliency, creativity, solidarity, the energy of resistance, and joy? Those who live daily with loss can teach us how to grieve and how to let go. They also help us see when letting go is not enough. There are structures of injustice and exclusion that need to be unmasked and systematically removed. I offer this image of active dismantling. These pictures were taken in Suchitoto, El Salvador the day of celebration of the peace accords. 4 5 That morning, people came out of their homes with sledge hammers and began to knock down the bunkers, to dismantle the machinery of war. 6

4. How can we navigate the shifts? Through community

Religious have navigated many shifts over the years because we’ve done it together. We find such strength in each other! 7 In the last fifty years since Vatican II our way of living community has shifted dramatically. It has not been easy and continues to evolve, within the particular US challenge of creating community in an individualistic culture. Nonetheless, we have learned invaluable lessons.

We who are in positions of leadership are constantly challenged to honor a wide spectrum of opinions. We have learned a lot about creating community from diversity, and about celebrating differences. We have come to trust divergent opinions as powerful pathways to greater clarity. Our commitment to community compels us to do that, as together we seek the common good.

We have effectively moved from a hierarchically structured lifestyle in our congregations to a more horizontal model. It is quite amazing, considering the rigidity from which we evolved. The participative structures and collaborative leadership models we have developed have been empowering, lifegiving. These models may very well be the gift we now bring to the Church and the world.

From an evolved experience of community, our understanding of obedience has also changed. This is of particular importance to us as we discern a response to the doctrinal assessment. How have we come to understand what free and responsible obedience means? A response of integrity to the mandate needs to come out of our own understanding of creative fidelity. Dominican Judy Schaefer has beautifully articulated theological underpinnings of what she calls “obedience in community” or “attentive discipleship.” They reflect our post- Vatican II lived experience of communal discernment and decision making as a faithful form of obedience. She says: “Only when all participate actively in attentive listening can the community be assured that it has remained open and obedient to the fullness of God’s call and grace in each particular moment in history.” Isn’t that what we have been doing at this assembly? Community is another compass as we navigate our way forward. Our world has changed. I celebrate that with you through the poetic words of Alice Walker, from her book entitled Hard Times Require Furious Dancing:

The World Has Changed

The world has changed:
Wake up & smell
the possibility. The world
has changed: It did not change without
your prayers without
your determination to
believe
in liberation
&
kindness;
without
your
dancing
through the years that had
no
beat.
The world has changed: It did not
change
without
your numbers your fierce love
of self
& cosmos it did not change without
your strength.

The world has
changed:
Wake up!
Give yourself
the gift
of a new
day. 8

 

5. How can we navigate the shifts? Non-violently

The breaking down and breaking through of massive paradigm shift is a violent sort of process. It invites the inner strength of a non-violent response. Jesus is our model in this. His radical inclusivity incited serious consequences. He was violently rejected as a threat to the established order. Yet he defined no one as enemy and loved those who persecuted him. Even in the apparent defeat of crucifixion, Jesus was no victim. He stood before Pilate declaring his power to lay down his life, not to have it taken from him.

What, then, does non-violence look like for us? It is certainly not the passivity of the victim. It entails resisting rather than colluding with abusive power. It does mean, however, accepting suffering rather than passing it on. It refuses to shame, blame, threaten or demonize. In fact, non-violence requires that we befriend our own darkness and brokeness rather than projecting it onto another. This, in turn, connects us with our fundamental oneness with each other, even in conflict. Non-violence is creative. It refuses to accept ultimatums and dead-end definitions without imaginative attempts to reframe them. When needed, I trust we will name and resist harmful behavior, without retaliation. We can absorb a certain degree of negativity without drama or fanfare, choosing not to escalate or lash out in return. My hope is that at least some measure of violence can stop with us.

Here I offer the image of a lightning rod. 9 Lightning, the electrical charge generated by the clash of cold and warm air, is potentially destructive to whatever it strikes. 10 A lightning rod draws the charge to itself, channels and grounds it, providing protection. A lightning rod doesn’t hold onto the destructive energy but allows it to flow into the earth to be transformed. 11

6. How can we navigate the shifts? By living in joyful hope

Joyful hope is the hallmark of genuine discipleship. We look forward to a future full of hope, in the face of all evidence to the contrary. Hope makes us attentive to signs of the inbreaking of the Reign of God. Jesus describes that coming reign in the parable of the mustard seed.

Let us consider for a moment what we know about mustard. Though it can also be cultivated, mustard is an invasive plant, essentially a weed. 12 The image you see is a variety of mustard that grows in the Midwest. Some exegetes tell us that when Jesus talks about the tiny mustard seed growing into a tree so large that the birds of the air come and build their nest in it, he is probably joking. 13 To imagine birds building nests in the floppy little mustard plant is laughable. It is likely that Jesus’ real meaning is something like Look, don’t imagine that in following me you’re going to look like some lofty tree. Don’t expect to be Cedars of Lebanon or anything that looks like a large and respectable empire. But even the floppy little mustard plant can support life. Mustard, more often than not, is a weed. 14 Granted, it’s a beautiful and medicinal weed. Mustard is flavorful and has wonderful healing properties. 15 It can be harvested for healing, and its greatest value is in that. But mustard is usually a weed. 16 It crops up anywhere, without permission. And most notably of all, it is uncontainable. It spreads prolifically and can take over whole fields of cultivated crops. 17 You could even say that this little nuisance of a weed was illegal in the time of Jesus. There were laws about where to plant it in an effort to keep it under control.

Now, what does it say to us that Jesus uses this image to describe the Reign of God? Think about it. We can, indeed, live in joyful hope because there is no political or ecclesiastical herbicide that can wipe out the movement of God’s Spirit. Our hope is in the absolutely uncontainable power of God. We who pledge our lives to a radical following of Jesus can expect to be seen as pesty weeds that need to be fenced in. 18 If the weeds of God’s Reign are stomped out in one place they will crop up in another. I can hear, in that, the words of Archbishop Oscar Romero “If I am killed, I will arise in the Salvadoran people.”

And so, we live in joyful hope, willing to be weeds one and all. We stand in the power of the dying and rising of Jesus. I hold forever in my heart an expression of that from the days of the dictatorship in Chile: “Pueden aplastar algunas flores, pero no pueden detener la primavera.” “They can crush a few flowers but they can’t hold back the springtime.”

 

REFERENCES

Michael W. Blastic, OFM Conv., “Contemplation and Compassion: A Franciscan Ministerial Spirituality.”

Robert Beck, Homily: Fifteenth Sunday in Ordinary Time, July 15, 2012. Mount St. Francis, Dubuque, Iowa

Judy Cannato, Field of Compassion: How the New Cosmology is Transforming Spiritual Life. Notre Dame, IN: Sorin Books, 2010.

Barbara Marx Hubbard, Conscious Evolution: Awakening the Power of Our Social Potential. Novato, CA: New World Library, 1998.

Joanna Macy and Chris Johnstone, How to Face the Mess We’re in Without Going Crazy. Novato, CA: New World Library, 2012.

Jan Richardson, Night Visions: Searching the Shadows of Advent and Christmas. Wanton Gospeller Press, 2010.

Judith K. Schaefer, The Evolution of a Vow: Obedience as Decision Making in Communmion. Piscataway, NJ: Transaction Publishers

Margaret Silf, The Other Side of Chaos: Breaking Through When Life is Breaking Down. Chicago: Loyola Press, 2011.

Alice Walker, Hard Times Require Furious Dancing. Novato, CA: New World Library, 2010.

 

Fuente: www.lcwr.org

The Leadership Conference of Women Religious (LCWR) is an association of the leaders of congregations of Catholic women religious in the United States. The conference has more than 1500 members, who represent more than 80 percent of the 57,000 women religious in the United States. Founded in 1956, the conference assists its members to collaboratively carry out their service of leadership to further the mission of the Gospel in today’s world.

Plataforma “Somos Iglesia” – Austria: El diálogo es la única posibilidad de resolver las crisis de la Iglesia.

La Iglesia se halla en la mayor crisis de credibilidad desde la Reforma. La “Iniciativa del Pueblo de la Iglesia” (1995), diferentes memorandos de teólogos y teólogas y últimamente el “Llamamiento a la Desobediencia” por parte de la “Iniciativa de los Párrocos” en Austria demuestran: a 50 años del último concilio ecuménico en Roma es hora de que los obispos entren en un diálogo abierto y sincero con el pueblo de la Iglesia y la teología.

Una Iglesia, que vive en el mundo y quiere servir al mundo no puede cumplir sus propósitos sin el diálogo con las personas del mundo. La Iglesia necesita formas de expresión de su mensaje que sean comprensibles y útiles para las personas contemporáneas, fundadas en la Biblia, racionales y actualizadas.
Es necesario un diálogo triple: un diàlogo interno, para acercarse a una solución de los temas controversiales de la Iglesia, un diálogo con otras comunidades de fe y un diálogo con las ciencias y el mundo. Todos en la Iglesia tenemos que adiestrarnos en el arte de dialogar.

Hemos de empezar con las tareas internas.
Por esta razón la plataforma “Somos Iglesia” hace publicidad para que se apoye la “Iniciativa de Diálogo 2012. Aquí en la página de internet puede inscribir su apoyo.

El Papa está entre la espada y la pared.

En la homilía solemne de la Misa del Crisma el jueves santo el Papa criticó públicamente a los que firmaron el llamamiento austríaco a la desobediencia. Haciendo preguntas aparentemente espirituales el Papa insinúa que estas personas en vez de cumplir la voluntad de Dios siguen sus propias ideas, que no han comprendido la misión de Jesús y que no saben que la verdadera fe debe entregarse y servir.

En realidad Roma, sus representantes y sus conceptos de disciplina eclesiástica son los que se han distanciado mucho del mensaje de Jesús. El Papa identifica de nuevo la obediencia a su propia función con la obediencia a la voluntad de Dios. Según Pedro, de quien él mismo afirma ser su sucesor, se trata en realidad de obedecer más a Dios que a los seres humanos.

En realidad el Papa Benedicto se encuentra entre la espada y la pared. En vez de argumentar cristianamente les imputa a sus críticos motivos malintencionados. Su sospecha que sus críticos siguen sus propias ideas pasa por alto que Roma todavía sigue insistiendo en los privilegios medioevales de sus elites episcopales. Además su nueva aserción que las mujeres no pueden ser ordenadas para las funciones eclesiásticas ya ha sido refutada bíblica y teológicamente.

El celibato obligatorio actualmente vigente conduce a la destrucción de la pastoral oficial y de innumerables parroquias. Esta no puede ser la voluntad de Dios. El rechazo al diálogo por parte de Roma pone gravemenete en peligro la unidad de la Iglesia católica-romana.
Por estas razones es hora de que las autoridades eclesiales actuales se acuerden de los límites impuestos por la Sagrada Escritura y la gran Tradición.

Una autoridad eclesial

• Que no tiene ninguna legitimación por parte de las parroquias o diócesis que preside como la preveían las reglas de la Iglesia primitiva, • Que desde hace décadas se niega constantemente a dar pasos de reformas que la Escritura exige y que el Concilio introdujo,

• Que todavía declara ilícitas e inválidas las ordenaciones de las mujeres en contra de la comprensión exegética e histórica y que excomulga a las personas involucradas,
• Que acepta la destrucción de la pastoral y las parroquias en el mundo entero por mantener un concepto injustificado de organización,
• Que se aferra a una rigorosa moral sexual y matrimonial sin fundamento antropológico discriminando así a los afectados y excomulgándolos de hecho,

• Que hasta el día de hoy impide la vigencia de los derechos humanos en el ámbito eclesial y su reclamo por medio de un procedimiento judicial conforme a estos derechos y
• Que reduce a algunos individuos la responsabilidad por los asaltos violentos y la violencia sexualizada a los niños y a las niñas callando o rechazando al mismo tiempo la propia responsabilidad y las condiciones estructurales; que rechaza así mismo el esclarecimiento de estos hechos reteniendo las informaciones pertinentes y que no impone una obligación perentoria de esclarecimiento por parte de instancias independientes del estado.

Tal autoridad eclesiástica, confrontada a la crítica, no tiene derecho a una obediencia indiscutible. Por el contrario debe reconocer y tomar en serio la desobediencia de las católicas y los católicos comprometidos que quieren una reforma, desobediencia inspirada por la conciencia y presentada con argumentos. La autoridades eclesiásticas más bien tienen que exponer a la discusión intraeclesial sus estrategias de poder y de rechazo a las reformas y asumir públicamente la responsabilidad de sus hechos.

Traemos a la memoria a Mateo 18, 18 en donde se considera que el poder de unir o desatar está en manos de la comunidad. Tiene que quedar en claro que el testimonio de la Escritura y los textos del Concilio Vaticano II tienen una autoridad mucho mayor que el Catecismo de la Iglesia Católica. Este Catecismo tanto como el Código de Derecho Canónico 1983 pretenden ser fruto del Concilio cuando en realidad lo vacían de su contenido.

No es señal de valentía que el Papa utilizara el ámbito protegido de la catedral de San Pedro para criticar durante la Liturgia lo que hasta la fecha no se ha atrevido a decir en una confrontación directa y argumentativa. Ante todo tendría que responder él mismo las preguntas que hizo a los otros en su homilía. Disimuladamente recrimina enérgicamente a los que critica. Por esta razón se le debe preguntar:

¿Cómo puede acusar el Papa a las fuerzas de reforma, especialmente a los párrocos austríacos, que quieren transformar la Iglesia de acuerdo con sus propias ideas? Le preguntamos: ¿No quiere imponerle a la Iglesia una forma que no tiene fundamento bíblico? Es incuestionable que el desboronamiento de la pastoral y de muchas parroquias no sucede de acuerdo con el mensaje cristiano. Un Papa famoso por su inteligencia y capacidad teológica tendría que ser consciente de este contexto.

• ¿Cómo puede el Papa acusar de falta de humildad y arbitrariedad a los párrocos que quieren una reforma y al mismo tiempo exigir sumisión bajo los intereses de poder de las autoridades eclesiásticas? Sin exponer razones les niega una fe “altruista”, “entregada” y “servicial” a los que firmaron el llamamiento. Al mismo tiempo calla cómo Roma se aferra sin compromisos a una estructura eclesiástica autoritaria y defiende los privilegios de una élite de poder jerárquico. Con consideraciones a cerca de la obediencia de Jesús que suenan espirituales se hace poco creíble.

El Papa Benedicto al fin tiene que responder cómo debe actuar él frente a la “situación dramática de la Iglesia actual”. Así respondería a la pregunta que él mismo hizo. Sin dar una respuesta satisfactoria debilita su propia autoridad pues la Iglesia supera su crisis solamente si se sobrepone a la inmovilidad actual y a su visión retrógada.

• ¿Por qué le falta precisión al Papa cuando habla sobre la verdadera renovación después del Concilio y sobre la vitalidad inesperada de tantos movimientos? Allí descubrimos el refuerzo del clericalismo en detrimento de la comunidad eclesial.

Para las autoridades eclesiásticas sólamente el Opus Dei, los Legionarios de Cristo así como las organizaciones juveniles ultraconservadoras enriquecen a la Iglesia pues de allí provienen sacerdotes de obediencia subyugada. Por esto queremos oir de él qué piensa de las comunidades eclesiales de base en todo el mundo, de los innumerables grupos de reforma, de las iniciativas de mujeres capacitadas, de los vitales movimientos ocuménicos y de diálogo interreligioso o de las religiosas que desde hace ya mucho tiempo han asumido en muchos paises las tareas de los sacerdotes que faltan.

Todas las acusaciones del Papa Benedicto ignoran la importante y elevada responsabilidad de los que firmaron el “Llamamiento a la Desobediencia” en representación de muchos más.
Merecen agradecimiento y reconocimiento por su valentía. Esperamos que la intervención papal no conlleve medidas prematuras inconsideradas que producirían otra pérdida mayor de credibilidad. Este hecho traería consecuencias catastróficas para la Iglesia católica-romana.

Por esta razón las preguntas mencionadas deben formar parte de los diálogos que se van a llevar a cabo durante el “Año de la Fe” en el mundo entero.

La plataforma “Somos Iglesia” propone por lo tanto que la situación, las propuestas de los suscriptores del llamamiento y su apreciación teológica se analicen intensamente con discernimiento justo. Para iniciar este proceso es preciso instalar por mediación del arzobispo de Viena, Christoph Cardenal Schönborn, una comisión de especialistas y responsables reconocidos. Esta comisión buscaría soluciones para salir de la crisis y las propondría al pueblo de la Iglesia. ¡Ojalá así se convierta el “Año de la Fe” en el “Año del Diálogo”.

En nombre de la dirección de la Plataforma “Somos Iglesia” Austria: Hans Peter Hurka

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Estimado /amigo/a: adjuntamos texto en nombre de la direcciòn plataforma “Somos Iglesia” Austria: Hans Peter Hurka.
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Fraternalmente, Enrique Orellana

Somos Iglesia Chile

“Me hice monja para buscar mi libertad”. Entrevista de Ana Ma Viera a Ivone Gebara.

La brasileña Ivone Gebara es una feminista declarada. Cree firmemente que los gobiernos deben despenalizar el aborto porque “el dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel”. El pensamiento no resultaría extraño en una feminista, si no fuera porque Ivone Gebara también es monja. Religiosa de la congregación Hermanas de Nuestra Señora y doctora en Filosofía y Ciencias Religiosas, sus pensamientos escandalizaron en 1994 a las jerarquías del Vaticano, que le exigieron un silencio de dos años y la trasladaron a Bruselas (Bélgica) con la esperanza de acallar su rebeldía. Gebara acató la orden y aprovechó el tiempo para trabajar sobre nuevos libros que posteriormente le permitieron continuar esparciendo sus ideas nacidas, según narró a La República de las Mujeres, del conocimiento de las mujeres pobres de su pueblo.

Escrito por: ANA MARIA VIERA

Hablas como un hombre ­le dijo a Ivone Gebara hace algunos años una mujer pobre de la vecindad.­ Hablas sobre política y economí­a y no tomas en cuenta nuestros problemas, lo difí­cil que es llegar con la comida hasta el viernes porque nuestros compañeros cobran los sábados y a veces no hay para comer”.

Fue entonces cuando Gebara resolvió³ “hablar como mujer” y a partir de la­ publicación de obras como “Teología a ritmo de mujer”, “Intuiciones ecofeministas”, “Ecofeminismo y liberación”, “Rompiendo el silencio”, “Mujeres en la experiencia de muerte y salvación” y “Las aguas de mi pozo. Reflexiones sobre experiencias de libertad”, ensayo que acaba de ser editado en Uruguay.

Aunque las crí­ticas desde su iglesia continúan, ella se niega a renunciar a su carácter de religiosa porque “ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme”.

– “Las aguas de mi pozo” refiere concretamente a la libertad. ¿Qué es para usted la libertad?

– Generalmente, cuando se habla de libertad se limita el tema a una experiencia social, pero cuando se pregunta a la gente directamente por sus propias experiencias no saben qué responder. La libertad aparece como un valor grandioso, público pero alejado de lo cotidiano.

En mi caso, para ser libre yo tuve que comenzar por negar el sueño que mi mamá tuvo para mi­, que era casarme con un hombre de origen sirio libanés, preferentemente de primera generación, igual que yo. Mi libertad comienza en forma fundamental con el conflicto con la figura materna y después con la paterna. También influyeron en mí­ las historias contadas por una empleada que habí­a en mi casa paterna desde que nací­. Ella era nieta de esclavos y fue en sus labios donde escuché por primera vez la palabra libertad.

Años después, ya joven profesora de Filosofí­a, inicié una amistad con una profesora de Quí­mica que luchaba contra la dictadura militar y me enseñó otra cara de la libertad. Ella fue presa y murió luchando por esa libertad.

 

– ¿No hay una contradicción entre la búsqueda de la libertad y la decisión de ingresar en una institución religiosa, con todas las limitaciones que ello supone?

– Cuando me preguntan por qué me hice monja, respondo que fue para buscar mi libertad aunque parezca contradictorio. Yo terminé la Universidad en diciembre de 1966, plena dictadura militar en Brasil, y en febrero de 1967 entré en mi congregación.

Ya cuando decidí estudiar Filosofí­a fui transgresora, porque mi familia no querí­a que estudiara. No habí­a dinero para pagar la Universidad y yo decidí­ trabajar para poder estudiar. Mis padres decí­an que si trabajaba, los muchachos ricos no iban a acercarse y perdería mi oportunidad de casarme “bien”; creían que me convení­a estudiar decoración.

Elegí­ trabajar y estudiando me convertí en lí­der estudiantil. Era presidenta del Centro de Filosofí­a y así tomé contacto con las religiosas de la Universidad, que iban a los barrios a trabajar con los pobres. Así me fui sintiendo atraí­da por un modelo de mujer intelectual, comprometida con los pobres y opuesta a la dictadura militar.

Yo no pensaba en los lí­mites de la institución religiosa ni en los curas. Lo único que pensaba era que querí­a vivir como estas mujeres, en forma muy distinta a lo que parecí­a ser mi destino.

– ¿Qué ocurrió cuando se encontró con esa otra Iglesia, la de los lí­mites y el patriarcado?

– Con esa Iglesia no me encontré hasta los años ochenta, cuando hice mis primeras incursiones en el feminismo. Yo viví­ feliz durante todos esos años, contenta porque tení­a un espacio pequeñito entre una elite de varones de la Iglesia.

 

– ¿Cómo se da ese pasaje al feminismo sin abandonar la religión?

– En 1979 empecé a leer cosas de las feministas y me caí­ del caballo. Esto me abrió los ojos y comencé a ver a las mujeres pobres con quienes trabajaba, su sumisión y su desprecio por su propio cuerpo, siempre relegadas para el final, después del marido y los hijos y la casa. Y junto con eso me di cuenta que yo hací­a lo mismo, poniendo en primer lugar la congregación, la Iglesia, los padres.

Ahí­ empecé a hablar de otros problemas, introduciendo los temas de las mujeres cada vez que se hablaba de determinadas luchas, de la búsqueda de justicia. El mí­o comienza siendo un feminismo medio tí­mido, limitado a cuestiones religiosas, pero dentro de la Iglesia no creen que sea tí­mida.

– Al volcarse al feminismo, ¿no pensó en dejar la Iglesia?

– No, porque para mí­ ser feminista significa plantear una lucha social para ser reconocida dentro de la Iglesia como ciudadana. Yo nunca busqué conciliar ambas cosas, sino que dentro de la Iglesia se abriera un espacio de igualdad de derechos.

Cuando decidí­ no ser una teóloga de conciliación, la Iglesia Católica me castigó enviándome a Bélgica. Yo lo acepté, pero lo interpreté no como una obediencia sino al contrario. Ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme.

De terca, me quedé. Hice lo que quisieron en forma aparente, pero en realidad hice lo que yo quise. En ese tiempo publiqué un libro, mi tesis sobre ciencias religiosas. Y obtuve el tí­tulo de Doctora en Ciencias Religiosas con la máxima calificación, otorgado por la misma institución que me condenó. Esto muestra la contradicción interna de la institución.

 

– Luego de los dos años en Europa, usted siguió manteniendo sus opiniones. ¿Cómo sigue ese conflicto con la Iglesia?

– Ahora el conflicto ya no es abierto, pero intentan ignorarme o decir que lo que yo hago no es teología católica sino filosofí­a de la religión. Esto me hace reí­r porque me parecen estúpidos. Su manera de decir las cosas es tan sin fundamento, tan distante de las preocupaciones reales de los cuerpos masculinos y femeninos, que me hacen reí­r.

– ¿A qué atribuye este distanciamiento de la Iglesia Católica de las “preocupaciones reales”? ¿Es esa la razón de la pérdida de seguidores que viene padeciendo?

– El catolicismo actual en América Latina no es más el de los contenidos dogmáticos. Ni siquiera quienes se dicen católicos están de acuerdo con los dogmas. La gente se inclina más hacia ese catolicismo de religión, más festivo y de cantos. La Iglesia Católica va dando paso a un catolicismo más pentecostal, que brinda a la gente una seguridad más sicológica. En esto influye también la globalización, que lleva a un catolicismo más mediático, que no invita a la gente a pensar.

Yo represento a un cristianismo absolutamente minoritario, que no tiene nada que ver con ese catolicismo de espectáculo que desgraciadamente se está imponiendo. Entonces los obispos y sacerdotes pueden seguir hablando y enseñar los mismos dogmas de siempre pero la verdad es que termina siendo una acción periférica, porque la gran masa popular ni siquiera entiende de qué se habla y solo lee la Biblia para sacar alguna orientación moral pero nada más.

 

-¿Cómo ha influido su relación con las mujeres pobres en su cambio de visión respecto ala Iglesia y el feminismo?

– Yo vivo en un barrio popular fuera de Recife y las mujeres de estos barrios han sido decisivas para mí­. Mi primera caí­da del caballo fue cuando una mujer pobre me dijo que usaba un lenguaje masculino. Eso me dejó enferma, porque yo me creí­a muy femenina.

Me reuní­a con un grupo de obreros en su casa, para tratar la problemática de los pobres y creía que abarcaba a todos, pero ella me dijo que yo nunca hablaba de la lucha de las mujeres para garantizar la comida. “Tu nunca dices que el viernes es el peor día de la semana para nosotras porque nuestros maridos cobran el sábado y el viernes no hay para comer. Nunca hablas de la problemática sexual ni de lo que sufrimos nosotras”, me dijo. Hasta ese momento yo nunca me habí­a preocupado por la problemática sexual y por la realidad de las dificultades que implica la falta de control reproductivo. Hasta ese momento mi sexualidad estaba en una nube, sabí­a que existí­a pero nunca se me habrí­a ocurrido leer la realidad económica, social y polí­tica desde la clave de la sexualidad de las mujeres pobres. Ellas me despertaron.

Fue entonces cuando descubrí­ que las mujeres no tienen elección en los procesos demográficos. Tienen que sufrir la manipulación de las polí­ticas poblacionales desde la esclavitud, con el rol reproductor de las esclavas, que debían dar placer y mano de obra a los amos. Se puede hacer la historia de un paí­s desde la vida sexual de las mujeres.

 

DE PRINCIPIOS ABSTRACTOS Y DOLORES CONCRETOS

– El aborto, ¿debe ser una decisión de la mujer o deben pesar más los principios planteados por la Iglesia Católica?

– El aborto no puede ser analizado en forma aislada, como un hecho abstracto y separado de las circunstancias que llevan al mismo.

No se puede ignorar que la sociedad globalizadora actual crece en exclusión y cada dí­a hay más pobres. Es verdad que el aborto es un problema. Como principio, yo estoy en contra de que se mate la vida pero también se está matando la vida con estos sistemas excluyentes. Por eso no se puede hablar del aborto en forma aislada, solo desde el punto de vista religioso o económico. Hay que ver el contexto, porque es una decisión muy personal.

La mujer no está obligada a abortar o no, pero debe tener derecho a decidir. La sociedad excluyente niega ese derecho a las mujeres pobres, desde el momento que les niega el derecho a una educación sexual. Entonces, si no hay condiciones de vida digna para la población, no se pueden criticar las actitudes como si fueran hechos aislados.

Si una niña de quince años dice que no puede tener a su hijo, la sociedad no tiene derecho a señalarla como culpable porque antes del embarazo la responsabilidad social no fue cumplida.

Por eso estoy a favor de la descriminalización del aborto pero acompañada por una educación sexual. Yo creo que los Estados deben descriminalizarlo y dar condiciones a las mujeres que necesitan abortar por su propia elección, para que puedan hacerlo en el menor tiempo posible.

Es muy fea la actitud de algunos movimientos que se autodenominan “Por la Vida” y toman el tema desde un principio abstracto, sin tener en cuenta el dolor concreto. Yo los principios los respeto, pero cuando el hecho ya está cometido, ¿qué hay que hacer? En mi opinión, hay que salvar la vida que ya está constituida, que es la de esta mujer en problemas. El dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel. Entonces, hay un proceso amplio de educación que hay que atender, pero también hay problemas inmediatos que deben ser contemplados con la justicia del corazón.

 

Fuente: Liberación de la Teología

 

El dolor de la Iglesia. Por José Ma Castillo

Escribo esta breve reflexión el día de san José. Hoy se celebra en la Iglesia el “Día del Seminario”, el día de las vocaciones sacerdotales. Y esto precisamente es lo que me lleva a pensar en el dolor de la Iglesia. Pienso en la Iglesia como lo hace el concilio Vaticano II: “el conjunto de todos los creyentes que miran a Jesús como autor de la salvación” (LG 9, 3). Cuando se piensa así en la Iglesia, resulta inevitable sentir el dolor de esta Iglesia, que se ve cada día más desamparada, más desprotegida y me temo que, también cada día, más desorientada.

Digo estas cosas porque, en las últimas semanas, en pocos días, han fallecido cinco sacerdotes, amigos de toda la vida, que han dedicado su larga vida a trabajar por el bien de la Iglesia y por el bien de todos aquellos a los que la Iglesia ayuda y quiere seguir ayudando. Como es lógico, mi dolor tiene su razón de ser más inmediata en el vacío que dejan los amigos que se nos van para siempre. Pero, más allá de eso, es el dolor del que ve a esta Iglesia tan desamparada. ¿Por qué? Por dos razones, que explico lo más brevemente que me es posible.

La primera razón está a la vista de todo el mundo: cada día hay menos sacerdotes; y los que van quedando, cada día son más ancianos, con sus lógicas e inevitables limitaciones. Y mientras tanto, los seminarios medio vacíos, algunos casi vacíos y no pocos se han cerrado. A la casi totalidad de los jóvenes, ni ofreciéndoles un puesto de trabajo seguro y un sueldo (sobrio) seguro, no les interesa este trabajo. Si es que se puede decir que tiene “vocación” un individuo que se mete a cura por ganar dinero y por tener un trabajo fijo. Así las cosas, aumenta de día en día el número de pueblos sin párroco, el número de parroquias sin misa, sin sacramentos, sin catequesis… Además, una situación como ésta no se arregla en un año. Ni en varios años. La Iglesia se ha metido en un fangal del que no sabemos ni cuándo, ni cómo podrá salir.

La segunda razón de mi dolor es que esta situación se tenía, y se podía, haber resuelto hace mucho tiempo. Jesús no instituyó el sacerdocio. Ni en los primeros tiempos de la Iglesia hubo en ella sacerdotes. Había “ministerios”, que tenían un carácter meramente organizativo y administrativo. Y que variaban de unas comunidades a otras. Cada “iglesia” tenía libertad para organizarse como creía que era más conveniente, según las circunstancias y necesidades de cada lugar. Por tanto, no había ninguna necesidad de organizar todo este montaje del clero y de los sacerdotes como administradores de los sacramentos.

¿No podría la Iglesia repensar este estado de cosas muy en serio y tomar decisiones audaces? No hay ninguna cuestión de fe que lo impida. Es un asunto meramente organizativo. Si hubo un tiempo en que la Iglesia funcionó sin clero, ¿por qué no podría hacerlo hoy? Yo tengo la convicción de que el tiempo del clero y de los sacerdotes se está acabando. Pienso, por tanto, que la Iglesia tiene que organizarse de otra manera. Y es evidente que, cuanto antes lo haga, será ganar tiempo. Se podría pensar, como pasos intermedios, en el sacerdocio de las mujeres o de los curas casados. Pero yo creo que, si se piensa con amplitud de miras, todo eso son parches que no van al fondo del problema. Para bien de la Iglesia misma. Y de todos aquellos a los que la Iglesia puede prestar algo de ayuda y ofrecerles una esperanza que tanto necesitamos, vamos a tomar en serio, muy en serio y sin miedo, la forma de salir, cuanto antes, de este estancamiento que no lleva a ninguna parte.