Solidaridad con Nicolás Alessio. Por el Secretariado de los Curas en Opción por los Pobres

Por el Secretariado de los Curas en Opción por los Pobres *

Como Secretariado del grupo de Curas en la Opción por los Pobres de la Argentina, y ante la sanción aplicada a nuestro hermano y compañero Nicolás Alessio, quisiéramos hacer llegar brevemente nuestra opinión.

En primer lugar, nos queremos solidarizar clara y fraternalmente con Nico en este momento difícil que –sabemos– está viviendo.

Lamentamos, además, la falta de diálogo; algo que tantas veces desde las mismas cúpulas eclesiásticas se ha alentado, no parece haberse aplicado en este caso.

Lamentamos que se dé a la sociedad una imagen de intolerancia y crispación, en momentos en los que se proclama la tolerancia, el respeto al que piensa distinto y el llamado al encuentro. Suponemos que lo que se pide a las instancias políticas hacia afuera debería vivirse alegremente también hacia adentro.

Lamentamos que se sancione tan duramente a un hermano, remitiéndose a la doctrina y al magisterio, y no se actúe por lo menos con la misma “vara”, o sin dudas, mucho más severamente, ante los casos de miembros de la Iglesia condenados por los poderes independientes de la República por crímenes de lesa humanidad, o abuso de menores y pederastia.

Lamentamos, finalmente, que en algunos ambientes eclesiásticos se transmita un mensaje a la sociedad civil orientado a ser severísimos e intolerantes en temas ligados a la moral sexual y no se mire y actúe con mucha mayor firmeza ante las torturas, la desaparición forzada de personas, los abusos de menores, los empresarios cómplices de modelos económicos genocidas de lucro infinito y egoísta, que envenenan la tierra y las aguas, que mienten a la sociedad desde los medios hegemónicos de comunicación o esclavizan seres humanos desde empresas textiles y agropecuarias, tantas veces solidarias con algunos sectores eclesiásticos a través de limosnas o asesorías.

Como curas en la opción por los pobres, queremos repetir nuestra solidaridad con Nico, e invitar a las autoridades eclesiásticas a revisar sus actitudes y buscar hasta las últimas consecuencias modos de obrar más semejantes al Evangelio y al Reino. Creemos que siempre “otro modo de ser Iglesia” es posible, en especial en momentos en que ser “seguidores del Nazareno” es un desafío fascinante, y no se manifiesta fácil resultar una “Iglesia creíble” al modo de Jesús.

* Grupo coordinado por Eduardo de la Serna. Nicolás Alessio fue echado por defender el matrimonio igualitario.

 

Carta abierta a Benedicto XVI. Por José Luis Cortés

“Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería”
Te escribo para recomendarte el libro “Curas casados, historia de fe y ternura”. Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.

Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula “Curas casados. Historias de fe y ternura”, y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.

Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. “El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía”.

El libro tampoco es “un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial” (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, “animadores de la fe y de las celebraciones”. Demostrar, con los hechos, que “es posible ser cura sin ser clero” (87).

A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.

Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que “muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina” (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: “No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción”. Convencidos de que: “Nos incumbe como tarea pastoral acumular ex periencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general” (96).

Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?

Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). “Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia” (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.

La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.

“Al seminario se entra con babas y se sale con barbas”, le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.

A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).

En ese espíritu conciliar, “eso de ser ‘segregados del pueblo’ nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos” (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque “no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito” (81), y porque “un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad” (126).

“El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia” (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.

Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: “En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación” (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente… Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.

Y también historias de ternura.

En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, “El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado” (171). Y se insiste en que “No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato” (176).

En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, “el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad” (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.

En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente “Susan”, y no Su Santidad…! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.

A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: “Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia” (174). Y “¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?” (342).

Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero “casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad” (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, “pero ahora sin el sacramentalismo abrumador” (164).

Está claro que “quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar” (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos “vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos” (89), y sin “reducirse al estado laical”, expresión que ofende también a los laicos (280).

Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: “Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia” (263).

Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: “En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano” (275). “El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil” (209).

Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser “hijo o hija de cura”, y de esto también se habla en el libro… Pero tengo que ir terminando.

El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que “dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial” (87) y cuyo tino fue “saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (…) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo” (87).

Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.

En fin, “Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones” (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que “la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos” (325), porque ya “no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II” (326).

“La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida” (50), dice uno; porque “tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización” (60). Y resume Castillo en el epílogo: “La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar” (346).

Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.

Porque, como se dice en el libro, “lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado” (175).

Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro (”parresía”, lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años (”Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes” (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados… Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. “Rozando la tercera edad, nosotros seguimos” (282).

Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados… ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: “mañana hará bueno”?

Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.

Un abrazo, Santidad (o “Santi”, si lo prefieres).

 

Fuente: Religion Digital

José Luis Cortés es autor de una serie de excelentes libros de comics donde en muy pocas palabras y con un finísimo humor va presentando lo esencial del cristianismo y una ácida crítica a la institución eclesiástica.

 

 

María y Claudia. Adelanto Libro Matrimonio Igualitario. Por Bruno Bimbi

Nunca nos imaginamos que conseguir un escribano fuera tan difícil. A medida que llegaba al final de la larga lista que encontré en Internet, empecé a desesperarme.

—Necesitamos que el escribano nos acompañe al Registro Civil con una pareja que va a pedir turno para casarse y levante un acta dejando constancia de la respuesta que recibamos —le explicaba a la secretaria.

—¿Y para qué necesitan el acta?

—Porque es una pareja de dos mujeres y, seguramente, no les van a dar turno. Necesitamos acreditar que se presentaron y recibieron una respuesta negativa.

—¿Cómo dos mujeres?

—Es una pareja de lesbianas. Van a pedir turno para casarse, les van a decir que no y van a presentar un recurso de amparo en la Justicia. Para hacerlo, necesitan el acta.

—¿Pero es una unión civil?

—No. Van a pedir turno para contraer matrimonio.

—Espere que hablo con el escribano, no cuelgue por favor… —acá es donde viene la musiquita—. Eh… Mire, me dice que a esa hora ya tiene otro compromiso, así que no va a poder.

Fueron horas llamando a escribanías y el diálogo era siempre más o menos igual. Empecé a cambiar mi discurso, tratando de confirmar si estaba disponible ese día, a esa hora, antes de hablarle de la pareja de lesbianas y explicarle lo que íbamos a hacer, pero siempre, al final, me encontraba con una excusa.

***

A cada rato, María preguntaba:

—¿Y? ¿Conseguiste?

—No. Viene difícil…

Al final, cuando parecía que no tendríamos quién hiciera el acta, una de las abogadas lo consiguió: el escribano Saúl Zaifrani aceptó acompañarnos. La fecha elegida no era casual: 14 de febrero de 2007, Día de San Valentín. Era un lindo gancho para la prensa: «En el Día de los Enamorados, una pareja de lesbianas pide turno para casarse». Todos los diarios y noticieros incluyen cada 14 de febrero una nota sobre casamientos. Era, además, una manera de resaltar que, más allá de la controversia jurídica, había dos personas que se amaban y se querían casar.

Pero el 13 de febrero de 2007, un día antes de la presentación del amparo, lo que menos querían María y Claudia era casarse. Habían tenido una pelea muy grande, estaba todo mal. Discutían a puertas cerradas en una de las oficinas de la sede de Nexo, mientras los demás no sabíamos qué hacer. Estaba por llegar el periodista Andrés Osojnik, de Página/12, con quien habíamos combinado una entrevista. Cuando salieron, la oficina quedó en silencio, todos esperando que ellas dijeran algo.

—No podemos hacerlo —dijo Claudia.

—De onda, ¿no pueden pelearse pasado mañana? —respondí, tratando de sonar simpático. Lo único que faltaba era que también se enojaran conmigo.

—Vos sabés que nadie quiere más que nosotras que esto salga bien, pero estamos hablando de separarnos… Es muy difícil ir a pedir turno para casarnos justo en este momento —dijo María.

—¿Y qué hacemos?

—No sé, es una situación de mierda —dijo Claudia.

Por más vueltas que le dábamos, no encontrábamos una salida. Estábamos nerviosos, asustados por este problema inesperado y, a la vez, agotados, porque habían sido días de mucho trabajo por los preparativos.

Yo calculaba los minutos que faltaban para que llegara Osojnik. Si llegaba mientras ellas seguían discutiendo, era un papelón. No nos iban a dar más bola. Y aunque otra pareja presentara luego el amparo, del que todos se iban a acordar iba a ser del que no fue.

Las parejas se pelean, suele ocurrir. Y cuando se pelean fuerte, no quieren ni verse la cara. Después, a veces, se arreglan, se reconcilian. O no. Le puede pasar a cualquiera.

Puede pasar, inclusive, un día antes del casamiento. O un día después. Pero éste no era cualquier casamiento: al día siguiente, estaríamos en vivo por los canales de televisión y seríamos tapa de los diarios. Si es verdad que «lo personal es político», en este caso era mucho más político aún: no era el casamiento de María y Claudia lo que estaba en juego, sino el derecho de gays y lesbianas a casarse. Además, en realidad, ellas ni siquiera se iban a poder casar. En un momento, alguno de nosotros lo dijo, medio en joda, medio en serio:

—Igual, les van a decir que no. Así que, de acá al fallo de la Corte, tienen tiempo para reconciliarse o pelearse del todo.

Nos reímos. Por momentos nos reíamos, por momentos gritábamos, por momentos llorábamos. Estábamos muy ansiosos. Pero éramos compañeros y ya, a esa altura, amigos. Había que solucionar el problema.

Sonó el timbre. Uno de los chicos de Nexo se acerca y nos dice:

—Es Andrés Osojnik, ¿qué le digo?

—Decile que bajás a abrirle, y bajá por escalera… Sin apuro… Después, pedile disculpas por la demora —le respondí.

Nos miramos, como si tratáramos de leernos el pensamiento.

—¿Qué hacemos? —preguntó Gustavo López, uno de los abogados.

Volvieron, por unos instantes, a hablar a solas, en la oficina de al lado, mientras el compañero de Nexo bajaba, lentamente, escalón por escalón, para abrirle a Andrés, que esperaba en la calle.

No sé lo que hablaron, pero regresaron más tranquilas.

—Vamos a hacer lo que tengamos que hacer, por la Federación y por la ley. Después nosotras veremos, pero lo importante es que mañana salga todo bien —dijeron.

Todos respiramos.

Llegó el periodista e hizo la entrevista. Posaron sonrientes para la foto. Por momentos, se miraban y los demás temíamos que pasara algo, pero disimularon muy bien. El esfuerzo que hacían por la militancia era admirable.

Cerca de medianoche, suena el celular. Era Osojnik otra vez.

—Es tapa —me dijo—. Felicitaciones y nos vemos mañana.

Estábamos con María y Claudia, que ya estaban más animadas. Les conté. Festejamos. Los nervios ya se habían calmado y volvía la alegría. Íbamos a hacer historia.

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Link para comprar el libro: Matrimonio Igualitario – Bruno Bimbi – Libros

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Sobre el libro: Cuando, a principios de 2007, varias parejas homosexuales comenzaron a presentar recursos de amparo en la justicia porque se querían casar, parecía imposible que lo lograran. Y cuando la Federación Argentina LGBT, junto al diputado Eduardo Di Pollina y las diputadas Silvia Augsburger y Vilma Ibarra, empezaron a impulsar una reforma al Código Civil en el Congreso para legalizar el matrimonio entre personas del mismo sexo, casi nadie los tomó en serio. Estaban locos si pensaban que algo así pasaría en la Argentina. Pero pasó.

El autor de este libro formó parte de ese grupo de locos que creyó que se podía y ahora cuenta cómo lo consiguieron. Por primera vez, revela la estrategia que llevó a la conquista del matrimonio igualitario, saca a la luz las intrigas y tensiones que rodearon el camino hacia la ley y cuenta historias y secretos que hasta ahora nadie había contado. Además, propone un análisis de las principales controversias del debate, que seguramente será útil para otros países donde el camino recién comienza, y publica en exclusiva el borrador del voto redactado por el juez Zaffaroni para el fallo de la Corte que iba a habilitar el matrimonio gay si el Congreso no lo aprobaba.

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Sobre el autor: Bruno Bimbi nació en Buenos Aires en 1978. Es periodista, profesor de portugués y estudiante de la maestría en Letras en la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro. Trabajó en los diariosPágina/12 Crítica de la Argentina; en este último realizó durante dos años la sección “El Placard”, dedicada a la diversidad sexual. También colaboró con Tiempo Argentino y las revistas Imperio G, Veintitrés Newsweek Argentina, entre otros medios. Es activista de la Federación Argentina de Lesbianas, Gays, Bisexuales y Trans, de la que fue secretario de Prensa y Relaciones Institucionales. Escribió junto a dos abogados el texto de los recursos de amparo por los que varias parejas del mismo sexo consiguieron casarse por fallos judiciales y otras dos llegaron a la Corte Suprema de Justicia y fue uno de los responsables de la estrategia que llevó a la conquista del matrimonio igualitario en la Argentina.

Fuente: Gentileza del Autor. http://bbimbi.blogspot.com

A una cristiana divorciada. Por José Arregui

No te conozco, pero tu rostro sufriente es el de muchas, y con eso me basta. También a Jesús le bastaría, pero él además conoce tu rostro y tu nombre, y si tú se lo permites, posará dulcemente sus labios en tu frente, y le contarás tus penas. Tú le harás feliz y él aliviará tus penas.

Nada sé de ti sino el dolor de un amor frustrado (¿a quién le importan las razones?) y el doble dolor de no poder comulgar porque compartes tu vida con otro compañero; el Derecho Canónico te llama adúltera, y te prohíbe acercarte a la mesa de Jesús. Así de inhumano puede ser el Derecho Canónico cuando pone cualquier ley por encima de la carne que goza y sufre; cuanto más sagrada se considere, más perversa es la ley. Así de inhumana puede ser la Iglesia cuando alza los cánones por encima de las personas con sus penas y su dicha.

Yo te aseguro, amiga, que Jesús te besa en la frente y te dice: “¿Cómo puedes dudar en venir a recibirme, amiga mía, si soy yo quien siempre está deseando recibirte? ¿Por qué vacilas en compartir mi pan, si lo que más me gustó siempre fue comer con gente tachada de pecadora por leyes hipócritas, y por ello fui yo también condenado? Un día me sentí especialmente seguro del Dios de la vida, y me brotó del alma una sentencia redonda que los canonistas puntillosos jamás han entendido: El sábado es para el ser humano y no el ser humano para el sábado (Mc 2,27) (decir ‘el sábado’ era para nosotros, los judíos, como decir la ley más sagrada e inviolable, ¡imagínate!). Creo que, vagamente, tenía tu rostro ante mí cuando pronuncié esa máxima rotunda y feliz. Y fueron historias como la tuya las que inspiraron al profeta Isaías aquel oráculo divino que siempre llevé grabado en las entrañas: Misericordia quiero y no sacrificios (Mt 9,13). Yo no quise decir otra cosa en las parábolas de mis días más inspirados. No hagas caso, pues, de normas inhumanas, déjate llevar libremente adonde el corazón te guíe. Invítame, por favor, a tu mesa, y saborearemos juntos el pan y el vino santos de Dios”.

Así te habla Jesús, amiga. Así hablaba a todas las personas heridas: Venid a mí, todas las que estáis fatigadas y agobiadas, y yo os aliviaré (Mt 11,18). Claro que no faltará quien te recuerde, con mejor o peor intención, que Jesús prohibió a un hombre separarse de su mujer e irse con otra, y a una mujer separarse del marida e irse con otro: Lo que Dios unió, que no lo separe el hombre (Mc 10,9). Sí, es probable que Jesús hablara así, y no dejará de recordártelo cualquier canonista severo, y puede que algún clérigo sin entrañas te niegue ostensiblemente la comunión, cuando te acerques a la mesa de Jesús, hambrienta del cuerpo de Dios. No te aflijas por ello, no se lo tomes a mal, y busca en paz a alguien –serán innumerables– que te dé la comunión tan gustosamente como te la daría Jesús, porque él nunca se la negó a nadie, a nadie se negó, eso sí que no. Es más, el pan y el vino que compartes en casa con tu compañero, consagrados por vuestro amor, ya son para ti el mismo Jesús.

Y si te encuentras de frente con el clérigo o el teólogo inflexible, dile sin acritud y con firmeza: “Amigo, Jesús te ordenó solemnemente que, si te abofetean en una mejilla, presentes la otra (Mt 5,39). ¿Acaso lo cumples? Y si no lo cumples, ¿cómo es que vas a comulgar? Jesús te ordenó que, cuando un hermano tenga algo contra ti, no te acerques al altar sin haberte reconciliado primero (Mt 5,23-24). Yo tengo algo contra ti, porque tú me señalas con el dedo y me niegas la comunión y me hieres el alma. ¿Cómo te atreves a presentar tu ofrenda en el altar y a tomar el pan consagrado? ¿Te parece acaso que esos mandatos de Jesús son menos importantes que la indisolubilidad del matrimonio? Recuerda, amigo: Misericordia quiero, y no sacrificios. Y recuerda que el sábado se hizo para el ser humano y no el ser humano para el sábado. Y comprende que si Jesús quiso que marido y mujer no rompieran, no fue para cumplir ningún mandato divino, menos aún para aumentar dolores en el mundo, sino en todo caso para ahorrarlos. Yo creo que Jesús nunca quiso salvar el amor en abstracto –¿tú quieres acaso defender los derechos del amor abstracto, del amor en general, o del amor por decreto? Un amor así yo no me lo puedo ni imaginar, ni puedo concebir que le guste a Dios–. Yo creo que a Jesús le interesaba solamente el amor de carne y nombre propio. Y creo que el dolor y la dicha fueron siempre su razón y su criterio”.

Amiga, no te garantizo que con estos argumentos vayas a persuadir al canonista o al clérigo. Entonces, puedes decirles que si Jesús insistió en que la pareja – en aquel tiempo no había todavía “matrimonio canónico” – no se ha de romper, fue ante todo para que la parte más débil –entonces ciertamente la mujer– no se quedara tirada en el camino, pues aún no existían ni las calles. O puedes simplemente refrescarles la memoria, recordarles la historia, ante la que no resiste ninguna norma absoluta. Puedes decirle, por ejemplo, que ya en los orígenes San Pablo y San Mateo, ellos al menos, admitieron excepciones para la supuesta “indisolubilidad” impuesta por Jesús: Pablo en el caso de parejas mixtas que no pueden vivir en paz (1 Cor 7,15), Mateo en el caso de “unión ilegítima” (Mt 19,9). Si ellos se permitieron esas excepciones – sobre cuyo alcance concreto no cesan de discutir los expertos–, ¿por qué nosotros no podremos permitirnos hoy las nuestras? Siguiendo su mismo lenguaje, ¿hay alguna unión más ilegítima que aquella en que el amor ya no existe y que no permite vivir en paz? Ésa es la pregunta decisiva, más allá de todos los cánones sagrados. Ése es el criterio evangélico, y por haberlo olvidado –y para salvar el cánon de la indisolubilidad–, nos hemos enredado en disquisiciones sobre la “nulidad” y en complejos procesos eclesiásticos cuyo desenlace depende directamente de las habilidades del abogado, las recomendaciones que uno tenga y los dineros que pueda uno gastar.

No, amiga. Es más sencillo. Dios nos llama a vivir en paz. Cuida el amor cuanto puedas, y cuando lleguen borrascas, procura salvarlo por tantas razones. Si amas y vives en paz con tu compañero o tu compañera, aun en medio de los conflictos cotidianos, eres sacramento de Dios. Pero si en tu primera pareja, por lo que fuera, han desaparecido el amor y la paz, habéis dejado de ser sacramento de Dios. Y si, en el incierto camino de la vida, has encontrado un nuevo compañero (o compañera, no lo sé), y se van curando tus heridas, y vuelves a amar y reencuentras la paz compartiendo el cuerpo y la vida, entonces eres de nuevo, sois de nuevo sacramento de Dios, aunque el Derecho Canónico te diga lo contrario.

Comulga en paz, amiga. Mastica despacio el pan en tu boca. Saborea a Jesús, a Dios, saborea la vida.

Para orar.

GUSTAD Y VED QUÉ BUENO ES EL SEÑOR (Sal 33)

Como el pan, así es de bueno,
Un pan mejor que el maná,
Se parte para dar vida,
Plenitud y eternidad.

Bueno el Señor, como el vino
Que alegra sin embriagar,
Entusiasma y enamora,
Como el vino de Caná.

Es bueno como caricia,
Como perdón paternal,
Como encuentro del amigo,
Como abrazo maternal.

Bueno como medicina,
Como flor primaveral,
Como música inspirada,
Como agua del manantial.

Es como el mejor perfume,
Como aceite de paz,
Como el viento que libera,
Como hoguera familiar.

Es tan bueno como el Padre
Que no sabe castigar,
Que entrega sin pedir cuentas,
Que se alegra en perdonar.

Como el Hijo, así es de bueno
Que a otros hijos va a salvar,
Se deja morir por ellos,
Se deja transverberar.

Es bueno como el Espíritu,
Que llueve sin descansar,
Todo lo llena de vida,
Artista de santidad.

Fuente: Atrio

Amor, Pasión, Matrimonio. Por Eduardo Marazzi

“Una vida que sea mi aliada para siempre:

he ahí el milagro del matrimonio.

Una vida que quiere mi bien cuanto quiere el suyo,

porque se identifica con el suyo.

Y si no fuese para toda la vida sería una amenaza,

aquella amenaza que está siempre latente en los placeres

que nos provee una ‘relación amorosa’.

Pero, ¿cuántos hombres conocen la diferencia

entre una obsesión que se padece

y un destino que se elige?

(D. de Rougemont, El amor y el Occidente)

1) Jamás como hoy, escribe el sociólogo Ulrich Beck en su excelente libro Dans ganz normal Chaos der Liebe (El normal caos del amor)  “el matrimonio ha sido tan etéreo y fundado sobre bases inmateriales”, como si el amor, en una sociedad como la nuestra en la cual se impone el tener y la lógica del “usa y tira”, reclamase una propia realidad contra la realidad regulada de las leyes que gobiernan la vida de todos los días. El amor hoy es autofundado porque no reconoce otra autoridad que no sea la decisión subjetiva. Y esto tanto en el caso del matrimonio cuanto en el caso del divorcio, caracterizados ambos del rechazo sistemático del cálculo, del interés, hasta llegar al rechazo del acuerdo, de la responsabilidad, de la justicia, en favor de la autenticidad del sentimiento y de su incondicionalidad.

2) Hoy – y no se trata de moralismo, sino una descripción (fenomenología) – amar o no amar no es una infracción jurídica, no es un acto criminal, aunque si todos sabemos y experienciamos que del amor depende la vida de otra persona que puede ser herida mucho más profundamente por el abandono o por la indiferencia que por una enfermedad mortal y desvastante. Absolutizado y desligado, como no lo había estado antes, de todo tipo de referencia religiosa, cultural, jurídica, el amor hoy se presenta como una absoluta promesa de felicidad o como una guerra sin cuartel y sin fronteras, combatida con las armas imprevisibles de la intimidad.

2.1) Así es, sin duda, cuando, a promover el amor, son las exigencias de autorrealización fundadas en la ciega intensidad del sentimiento que se ejercita en una sociedad que acentúa el individualismo a ultranza, hasta niveles patológicos, “caiga quien caiga”. Esto significa que, en una sociedad como la nuestra que tiende a subrayar no sólo la autonomía sino – y sobre todo – la autosuficiencia, y que por lo tanto, enseña a ser dueños de la propia felicidad, felicidad medida según la intensidad de las pasiones, quien opta por el matrimonio, tiene que disponer de una capacidad de tedio o de aburrimiento casi morbosa, a menos que no haga tal opción soñando una posible pasión capaz de poner en movimiento o actuar una distracción permanente, durable y así exorcizar el vómito del tedio, la insensatez de horas, meses, años sin “emociones fuertes” – una de las características del hombre de la postmodernidad.

2.2) Dicho en otros términos: el amor sin pasión corre el serio riesgo de ser aburrido, achatado, flaco. En compensación da seguridad, continuidad, permanencia; la pasión sin amor, al contrario, es volcánica, da emociones, frenesí, adrenalina, pero como contrapartida es siempre incierta, implica riesgo, incertidumbre.  Por lo tanto, quien se casa opta por un tedio resignado, una especie de aburrimiento, o si no se casa y tiene relaciones, entra en la dinámica de la pasión y vive siempre con una pistola en la cabeza (el ejemplo no es tan metafórico como parece). Este es el dilema de la idea moderna de felicidad, medida según la intensidad del sentimiento que, como sabemos, es siempre inestable, borrascoso, turbulento o manso hasta el aburrimiento.

3) Lo que hay que decir y subrayar es que quizás el “amor-pasión” no ha sido jamás una verdadera experiencia de la vida real sino, y sobre todo, un problema de literatura, que poco a poco, sedujo la religión, la filosofía, la antropología, la psicología y todas las ciencias humanas para después arribar a los medios de comunicación, a la música clásica y moderna las cuales parece que no pueden vivir sin referirse al amor. Este “amor-pasión” ha terminado por adueñarse también de los espacios publicitarios para ayudar a las mercaderías a salir de los escafales y góndolas de los supermercados y así entrar en los carritos de los clientes dando continuidad a una locomotora consumista que, como sabemos, no va a ninguna parte, o, más bien, nos lleva derecho al eco-cidio”.

4) “All you need is love” (todo lo que necesitas es amor) decía un lindo tema de los Beatles. A) En estos últimos cuatrocientos años un campesino hubiera respondido, a quien hubiera hecho la pregunta, que en las cosas del amor todo lo que le servía (all you need) era una mujer que fuera capaz de parir hijos robustos, saber controlar el monedero y al menos, si no era una excelente cocinera, preparar discretamente la comida para toda la familia. B) Un Príncipe, por ejemplo, hubiera dicho que a él le servía – en las cosas del amor – la hija de otro Príncipe potente y adinerado y así aumentar la fortuna de ambas familias. C) No diversamente habría respondido un industrial del 1800 o uno del 1900, preocupados por hacer crecer la empresa y aumentar los dividendos. Y no otra hubiera sido la respuesta de sus empleados, los cuales tenían que habérselas con la falta de vivienda y con la prole – que no era poca.

5) A proponer el “amor-pasión” entre todas aquellas cosas de las cuales tenemos necesidad (all you need ), cuando, a punto, uno se enamora fue, al inicio del 1900 S. Freud, el cual describe el amor más bien bajo el perfil de una patología. Entonces, si se trata de una enfermedad, lo que más se busca en la cama matrimonial, como en el diván del analista, no es tanto el amor, sino más bien la salud. El mensaje fue inmediatamente recogido y ampliado por los Estados Unidos donde se renunció rápidamente a la complicación psicoanalítica, para conservar el núcleo “saludable” del “amor-pasión”, que la hegemonía cultural del imperio americano gracias a sus poderosos medios de comunicación, difundieron no sólo en Occidente sino también en Oriente – sobre todo después de la segunda guerra mundial.

6) Esta difusión masiva ha obligado – si así puede decirse – a los diversos pueblos y culturas a abrir una especie de hendidura en sus tradiciones milenarias, seculares, para tirarse olímpicamente en los brazos fogosos del “amor-mercado” de los occidentales. Es así que se estrechan o ligan la pulsión amorosa y la pulsión de muerte, de las cuales nos hablaba Freud. Se estrechan celebrando, con perfiles bajos, sus monotonías y sus repeticiones en aquella forma de degradada trasgresión a la cual, en cambio, George Bataille había dedicado páginas de refinada belleza (G. Bataille, L’érotisme).

6.1) En efecto, el amor-pasión vive de obstáculos, intensa excitación, espasmos, despedidas, adioses, lágrimas, desgarros;  el matrimonio, en cambio, vive de repetición, de cercanía cotidiana, de continuidad prevenible. El amor-pasión quiere mantener alejado el amor de los trovadores, el matrimonio, en cambio, quiere mantener cercano el amor de los cónyuges. Y en un mundo como el nuestro, que ha conservado como último residuo del amor, no tanto la pasión cuanto la “nostalgia” de la pasión, es obvio que se abra camino la tendencia a optar por el matrimonio sólo teniendo en cuenta la perspectiva del divorcio o de la separación, de los cuales todos piden la facilitación burocrática.

7) Quizás, y para hacerla corta, no se trata de hacer fácil el divorcio sino de hacer difícil el matrimonio, si para liquidarlo se piensa que pueda ser suficiente el “amor-pasión”. La actual crisis del matrimonio que vive el Occidente, nos está diciendo que en nuestra cultura no se tiene otra concepción del amor que no se resuelva o se identifique con la “pasión”, la cual desligada de todo fundamento, es divinizada. Quede bien claro que la pasión es un sentimiento noble y no es de condenar, pero su divinización o absolutización no deja de ser peligrosa, porque nos atornilla o nos fija en un polo de aquella tensión creadora en la cual encuentra su articulación toda dinámica existencial.  El otro polo no es la moderación, el contenerse, la prohibición sobre la cual insisten tantas morales y prédicas irrisorias sino, más bien, la “acción”  que no ignora la felicidad  de la pasión y tampoco su irregularidad, pero no se contenta de una felicidad “pasiva” porque quiere visceralmente crear. Sería lo que el filósofo Gabriel Marcel llamaba “fidelidad creativa”.

8) Si el amor es focalizado desde la perspectiva de la pasión y de los valores que de ésa fluyen, el matrimonio no puede ser visto o vivido que como una “dulce cámara a gas” (Marisa Rusconi). Ante esta visión más bien dantesca, se imponen  dos preguntas: ¿La pasión tiene verdaderamente la última palabra sobre el amor? ¿Cuántos hombres (y mujeres) conocen la diferencia entre una ‘obsesión que se padece’ y un ‘destino que se elige’?

La Ley Natural. Por José Ma Castillo

En los comentarios, que hacen los visitantes de este blog, con frecuencia se recurre a la “ley natural”. Como es un asunto al que algunos le conceden notable importancia, me ha parecido que puede ayudar a los lectores aclarar algunas cuestiones relativas a esa ley.

Lo más elemental: en todos los manuales de filosofía y de ética (los que hablan de este tema), lo primero que se explica es que no es lo mismo la ley “natural” que la ley “positiva”. La ley “natural” (si es que existe) es la que está inscrita en la naturaleza del ser humano, de forma que todo ser humano, por el solo hecho de serlo, por eso lleva en sí la ley “natural”, como lleva en sí todo lo que es “natural” al ser humano, por ejemplo, respirar, tener hambre, sufrir, morir… La ley “positiva” es la que brota, no de la “naturaleza” humana, sino de una “autoridad” (religiosa, civil, militar…). Si la autoridad es religiosa, en ese caso, la ley ya no se percibe por la “naturaleza”, sino por la “fe” (por la “creencia”). El acto religioso no es nunca (ni puede serlo) una “necesidad natural”, sino que es siempre una “creencia libre”. Si deja de ser libre, deja de ser meritorio y, por tanto, deja de ser religioso. Por tanto, no se puede decir que los “diez mandamientos” pertenecen a la ley natural. Los diez mandamientos pertenecen a la Ley de Moisés. Y así los han vivido siempre los israelitas. Y no vale decir que fue Dios el que le dictó esa ley a Moisés. Aparte de que eso necesita sus debidas matizaciones, los que creen que esos mandamientos se los dictó Dios a Moisés, creen eso por un “acto de fe”, no por una “necesidad de la naturaleza”, que (por definición) es la misma para todos, lo mismo para los israelitas creyentes que para los habitantres de Australia o de la Patagonia.

No entro aquí a explicar las muchas y complicadas explicaciones que se le han dado a la llamada “ley natural”, desde Aristóteles, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta los incontables comentarios que se han escrito sobre el concilio Vaticano II y sobra la encíclica Humanae Vitae, de Pablo VI. Lo que quiero dejar claro es que la idea misma de “Ley Natural” entraña, como supuesto previo, que existe una naturaleza común y esencial, que es igual en todos los seres humanos, independientemente de las condiciones históricas y culturales. Lo cual es evidente cuando se trata de cosas tan “naturales” como son, por ejemplo, las necesidades biológicas básicas. Pero, ¿se puede afirmar lo mismo de las exigencias de la moral católica, cuando se refiere, por ejemplo, al matrimonio monógamo e indisoluble y siempre abierto a la vida, a la prohibición tajante del aborto en todos sus supuestos, a la maldad de la masturbación o cualquier posible unión homosexual?

Como respuesta a esta pregunta, planteo la siguiente reflexión. Tanto en antropología, como en paleontología o biología, se da por demostrado que la existencia de la especie humana, que “alcanzó el tipo de inteligencia necesario para establecer una civilización”, existe desde hace cien mil años (E. Mayr, en Bioastronomy News, 7, nº 3, 1995). De estos cien mil años, sólo conocemos por la historia unos cinco mil. Es decir, los seres humanos han vivido en este mundo seguramente 95.000 años sin que sepamos casi nada de cómo vivían y menos aún de las ideas morales que tuvieran o pudieran tener aquellos lejanos y desconocidos antepasados nuestros.

Pues bien, si efectivamente existe la llamada “ley natural”, y esa ley incluye todo lo que enseñan algunos libros de moral y no pocos catecismos, entonces hay que suponer que toda la gente, que ha habido en el planeta Tierra desde hace cien mil años, veían y pensaban que eran cosas malas y perversas la fornicación fuera del matrimonio, el matrimonio que no se restringía a la unión entre un hombre y una mujer, como compromiso indisoluble y abierto siempre a la vida, además pensaban que la masturbación era una cosa antinatural, al igual que las relaciones homosexuales, por no aludir a prohibiciones más sutiles de la moral católica como los malos pensamientos, las malas miradas y los malos deseos.

Si es que tomamos en serio la existencia de la ley natural, vamos a tomar en serio también sus exigencias y sus consecuencias. Pero, ¿se puede tomar realmente en serio que los hombres y las mujeres de hace 50.000 o 70.000 años, cuando copulaban o se apareaban, para procrear o simplemente para satisfacer un instinto natural, tenían en sus cabezas todo lo que dicen algunos moralistas católicos que es obligatorio “por ley natural”?

“Natural” es comer o dormir. Por eso comían y dormían las gentes de hace miles de años. Como ahora lo hacen los individuos de tribus amazónicas o africanas; y lo hacemos en Europa y Asia. Pero, ¿es imaginable que suceda lo mismo cuando nos ponemos a hablar de las propuestas éticas de Sófocles o Aristóteles, de Cicerón y Lactancio, de Tomás de Aquino y F. Suárez, de los manuales de Arregui y Zalba, de los catecismos de antes del Concilio, durante el Concilio y después del Concilio?

Yo aconsejaría simplemente que, cuando hablamos de temas que tienen una larga y complicada historia, por lo menos nos informemos debidamente antes de hablar.

Fuente: Teología sin censura

“El rol de Bergoglio es nefasto”. Entrevista a Fortunato Mallimaci. Por Nestor Leone

¿Cuál es su primer análisis, luego de la sanción de la ley?

Que la Iglesia jugó a todo o nada, y se quedó con nada. Perdió porque pasó lo que tenía que pasar. La ley de matrimonio igualitario, si no se sancionaba este año, se hubiese sancionado el próximo. O el otro. Estamos en una etapa de nuestra vida democrática en donde el tratamiento de estos temas ya no se puede posponer. El problema es que tenemos una Iglesia que todavía no lo entiende. Pero se están quedando solos. El hecho de que ciertos sectores políticos tomaran distancia es relevante, porque se dieron cuenta de que, a pesar de las presiones, votar a favor de esta ley les generaba más simpatías públicas que votar en contra.

¿Por qué jugaron a todo o nada y endurecieron sus posturas?

La jerarquía está en estado febril. Prefiere el enfrentamiento y dejar atrás el discurso del consenso y la unidad nacional para mostrarse como una institución de poder. Pero nada muestra mejor ese estado febril, que la prohibición al cura Nicolás Alessio de dar misa. Una verdadera locura, y sólo por hacer pública una disidencia.

El lobby sobre los legisladores también puede ser otro punto.

Sobre los legisladores, sobre los medios… El lobby fue muy fuerte, es cierto. Pero muy burdo. En lo personal, pienso que han optado por hacer público su reclamo para hacer crecer el miedo y ganar en legitimidad. El problema para ellos es que, al ser tan burdo, perdieron entre el conjunto de la población por la multiplicación que hicieron los medios de algunas declaraciones inadmisibles. Y esto se relaciona con otra cosa que no es menor. Al no tener movimientos laicales fuertes, al no tener gente porosa en el resto de la cultura social, política y sindical fueron los mismos obispos quienes tuvieron que salir al ruedo. Y a los obispos no les gusta eso. Les gusta estar en las sombras, ser comandantes en jefe, conducir desde el patio trasero. De lo que no se dieron cuenta es que la sociedad argentina cambió mucho en los últimos años en temas de derechos y respeto de la diversidad.

¿Hubo un quiebre, un corte, respecto de lo que venía sucediendo?

Los pronunciamientos hablan de eso. La movilización de los niños en las escuelas es un hecho gravísimo. Parecía un límite infranqueable y, sin embargo, se lo traspasó. Que se haya apelado a eso habla de ese estado febril y habla, también, de que entendieron mal lo que estaba en juego, como leyeron mal lo que pasó con el divorcio y están leyendo muy mal lo que sucede en la cultura dominante. Por ejemplo, los nuevos valores que imperan y el proceso amplio de individuación que atravesamos. Tanto insistir con la ley natural, casi como única manera de entender la misión de la Iglesia, los llevó a callejones sin salida, porque si hay sólo ley natural, no hay historia ni hay presencia de Dios en la historia. Y esto, me parece, ha descolocado a mucha gente internamente.

¿Qué implican, en este contexto, que haya apelado a términos como “guerra de Dios”?

En lo personal, les agradezco esta frase porque me permite insistir con que ese modelo integralista, antiliberal, superortodoxo, conservador, que reacciona contra la modernidad sigue muy vigente. El problema que tienen es que concita mucho rechazo. No sólo de parte de la Presidenta, sino también de la sociedad civil. La sensación es que actúan como si estuviésemos viviendo en época de dictadura. No es casual que hace unos días Videla también hablara de guerra.

¿Piensa que todo esto tendrá consecuencias aún más gravosas para la Iglesia como institución?

Por supuesto. La Iglesia ya viene con un cuestionamiento no menor desde la época de la dictadura, por el tema de los derechos humanos y su complicidad. Ahora, durante estos días también se dio un cuestionamiento importante de parte de sacerdotes y comunidades de base. “No encontramos a Jesús en las posturas de ustedes”, han dicho y es muy fuerte. Y que se haga público es más fuerte todavía. La mayoría de los medios, que son condescendientes con estos obispos, no han tenido otra que empezar a publicar estas cosas… Otro obispo, en estos días, dijo algo muy claro sobre lo que la Iglesia todavía sigue pensando: “el matrimonio merece la tutela del Estado”.

Lo dijo Héctor Aguer.

Lo dijo Aguer, pero lo piensa la mayoría. Es una Iglesia Católica que no puede pensarse sin el Estado, que no distingue entre esfera estatal y propuesta para sus fieles. Claro, si cada vez sus fieles son menos y, de esos que siguen siéndolo, son pocos los que se apegan al dogma…

¿Cómo evalúa el rol jugado por Jorge Bergoglio?

Nefasto. El rol que juega Bergoglio es nefasto.

Fue un abanderado de esta cruzada.

Fue un abanderado, un monje negro, todo junto. No comprende lo que sucede en la sociedad. Creyó que su presencia en el mundo de la política partidaria le iba a dar apoyos, y quedó demostrado que no es tan así. Esta estrategia me recuerda mucho a la que tuvieron los militares durante la Guerra de Malvinas. No sólo repiten el lenguaje militar, como hizo Bergoglio, sino que replican su lógica. Los militares pensaron que, como eran aliados de los norteamericanos, éstos nos iban a ayudar en la guerra. Acá pasó lo mismo: no entendieron la lógica que gobierna lo político-partidario.

¿Cuánto tiene que ver esto con el juego interno de la Iglesia a nivel mundial y las apetencias papales de Bergoglio?

Difícil saberlo. Además, desconozco cuántos votos sacó en la elección papal. Él dice que no lo sabe; su vocero, tampoco. ¿Por qué tendría que confiar en lo que dijeron algunos medios? ¿Cuáles fueron esas fuentes? No dejo de impresionarme por el modo en que se trabajan estas cuestiones. Lo mismo pasó con este tema. Es cierto, la Iglesia tiene un poder simbólico muy fuerte, pero es más lo que ha perdido y lo que siguen perdiendo con manifestaciones de este tipo. La misa de Bergoglio, en Constitución, por ejemplo, por la trata de personas, es otra lectura retrógrada, premoderna de la realidad. ¿Qué dijo? Que la ciudad es el lugar del pecado, cuando, hoy, el noventa por ciento de los argentinos vive en ciudades…

¿Se puede pensar en una sobreactuación?

Si sobreactúa es porque está perdiendo legitimidad y fieles. Sobreactúa para imponerse, porque es su autoridad la que está en tela de juicio. Hasta Mauricio Macri le dijo que no en varias oportunidades. Hasta Macri, y en su propia diócesis. Lo mismo pasa en la Conferencia Episcopal, de la que Bergoglio es presidente. Les repartieron un documento a los sacerdotes para que lo leyeran desde el púlpito, porque no son capaces de mantener una discusión racional en el espacio público. Le están hablando a un pequeño grupo de católicos movilizados, un núcleo duro que pretenden consolidar, pero no le están hablando al resto de la sociedad. Hasta no hace mucho tiempo tenían un discurso para el conjunto de la sociedad, mientras trataban de que esos grupos duros quedasen adentro. Ahora es al revés. Alquilaron ómnibus para que la gente se movilizara. Y actuaron con la misma lógica que dicen ver en otros. Sólo les faltó la chorihostia.

Clientelismo, digamos.

No me gusta utilizar la categoría clientelismo con tanta facilidad, pero si vamos a hablar de clientelismo también les cabe a ellos. Se conciben por encima de la sociedad y del conjunto de los partidos, y terminan actuando como cualquier grupo partidario en búsqueda del poder.

En el caso de Bergoglio, esa lógica política se puede rastrear. Su cercanía con Guardia de Hierro es apenas un primer antecedente.

Pero si piensa seguir con esa lógica está equivocado. Bergoglio está llevando a la Conferencia Episcopal a una de sus mayores pérdidas de credibilidad y derrotas en la historia argentina. Los demás tienen todo el derecho de acompañarlo. Lo que no pueden hacer es querer trasladar eso a la democracia, al Estado.

¿Qué distancia separa a Bergoglio de sectores más integristas, como el que representa Héctor Aguer?

Mi profesor de Historia del Catolicismo, Émile Poulat, le hubiera dicho que ésa no es la pregunta correcta, sino qué los une, qué le permite que sigan estando juntos. Bueno, los une la idea de que la familia es el centro de la sociedad, la concepción patriarcal de la familia, la idea de que la mujer debe permanecer en una segunda posición, la concepción de que los trapitos sucios hay que esconderlos. Y, ahora, los une la condena al sacerdote Alessio, como antes los unió el silencio ante el caso Christian von Wernich, condenado por asesinatos, torturas y crímenes de lesa humanidad. A ver si nos entendemos: tanto Aguer como Bergoglio no sólo no le piden al sacerdote Julio Grassi, condenado por violar a niños, que se vaya de la Iglesia, sino que ponen dinero para pagarle sus abogados. Con el arzobispo Storni hicieron algo parecido.

Son más las cosas que los une, entonces.

Desde ya. Los une la idea de que esto subvierte los valores de la sociedad, una idea de jerarquía que llevan al extremo, la idea de que la obediencia es lo principal y, por supuesto, la idea de que hay que afirmar certezas y que el relativismo es el principal enemigo a combatir. Muchos católicos no entienden este manejo partidario de Bergoglio, de Aguer, de Jorge Casaretto, ese juego en las sombras. Uno hace de bueno y busca sindicalistas. El otro hace de malo y busca tipos más conservadores.

¿Qué pasará de aquí en más?

Los mariscales de la derrota deberían dar un paso al costado y reflexionar por qué perdieron. Deberían preguntarse, por ejemplo, si quieren quedarse con un pequeño núcleo duro que les dé certezas a ellos y a sus afirmaciones o si prefieren dialogar con el conjunto de la sociedad argentina que, sobre estos temas, quiere más derechos, más participación y más pluralidad.

Que esos mariscales de la derrota den un paso al costado, supongo, debe ser más bien una expresión de deseos.

Por cierto. En esta Iglesia no pasan estas cosas, pero no estaría mal que lo hicieran. No estaría mal que esos mariscales guardasen silencio, porque cada vez que hablan atentan contra aquellos que quieren construir diálogo en la diversidad. Por eso valoro mucho la autonomía que se dieron los partidos políticos para votar. Dejaron de lado la amenaza concreta que hizo la Iglesia y eso me parece un paso fundamental para la democracia argentina.

El rol del Opus Dei

¿Qué rol jugó y qué peso tuvo el Opus Dei en la discusión?

En su momento, el Opus Dei, como movimiento laical, denunció cierta clericalización del catolicismo argentino. Incluso, se enfrentó a ese clericalismo porque no los dejaba crecer. Hoy, esas críticas quedaron atrás, en un segundo plano, porque el que estaba en juego era un tema que, para ellos, resulta central. Cuando se trata el tema de la familia y ven que pueden imponer la concepción que ellos tienen del tema, dejan todo lo demás de lado. Por eso, hoy, esa afinidad es muy fuerte. Además, no hay que olvidar que los dos obispos del Opus, el de Santiago del Estero y el de San Juan (ndr: Francisco Polti y Alfonso Delgado, respectivamente), fueron quienes más incitaron a la movilización. Hay una razón instrumental, tantas veces criticada en los demás, que hoy se cumple tanto para el Opus Dei, como para Jorge Bergoglio o Héctor Aguer.

Página/12 informó, en estos días, que a la cruzada se había sumado el supernumerario español Benigno Blanco.

No lo pude chequear, pero puede ser. La transnacionalización de los grupos católicos es un hecho. Los grupos ProVida son los mismos aquí, en Estados Unidos, en España.

Los disensos y los miedos

¿Qué pasa entre los obispos, más allá de Héctor Aguer y Jorge Bergoglio?

En la Iglesia argentina no hay opinión pública posible. Una institución que es incapaz de escuchar el disenso interno, que es incapaz de escuchar la opinión de la sociedad y que, ante algún tipo de declaración pública de un sacerdote, lo único que hace es sancionarlo, está muy dificultada de comprender los cambios en la sociedad y actuar en consecuencia. Es cierto, así como la sociedad contemporánea no vivió nunca tanto tiempo en democracia, la Iglesia tampoco. Pero no se acostumbra. Por eso no entienden, por ejemplo, que los medios tengan su lógica propia y hagan su juego, más allá de sus presiones. Que no entiendan esto los lleva a enojarse con esos medios, porque los creían aliados eternos.

¿Hasta dónde llega el disenso interno, entonces?

Hay cualquier cantidad de obispos que están en contra de que Bergoglio sea el jefe simbólico, mediático o material de la oposición. Pero se animan a decirlo y hablan por debajo. El miedo predomina sobre la libertad o la posibilidad de hacerlo público.

¿Qué pasa con las comunidades de base, con los laicos?

Hay desconcierto. Por eso me parece que lo de Nicolás Alessio es muy importante. Ahí hubo un grupo de sacerdotes muy valientes que hizo pública la diferencia con la autoridad, que es el corazón del poder de la Iglesia. La Iglesia Católica no castiga a un asesino ni a un pederasta mientras diga que respeta la autoridad. Bueno, que haya surgido un grupo de sacerdotes que haya salido a decir en el espacio público y por los medios que estaba en desacuerdo, me parece importante. Pero, más todavía, me parece importante que los medios hayan tenido que difundirlo. ¿Por qué paso? Porque expresó un sentir de muchísima gente que, hasta ese momento, no tenía una expresión pública.

Una historia de enfrentamientos.

No es la primera vez que la Iglesia se enfrenta al poder político. ¿Qué diferencia encuentra con otros hechos?

Es cierto. La Iglesia Católica tuvo conflictos con el mundo liberal cuando se sancionó la educación pública, gratuita y obligatoria. Tuvo conflictos cuando salió la Ley del Matrimonio Civil, la Ley de Registro Civil, la Ley de Cementerios. La diferencia con ese momento es que era una Iglesia con menos peso. En los conflictos con el primer radicalismo y con el peronismo la cosa fue distinta. Y la cosa terminó peor. La quema de Iglesias y el bombardeo a la Plaza con los aviones que tenían la inscripción “Cristo Vence” es un ejemplo. Lo que vino después fue décadas de paz militar-católica, que se interrumpió con el gobierno de Raúl Alfonsín y la Ley del Divorcio, con un nuevo conflicto.

Los argumentos, en cada caso, fueron más o menos similares, ¿no?

Sí, en buena medida: que peligraba la familia, que llegaba el acabose. Como dije, la diferencia es que, en 1880, la Iglesia que se resistía a los cambios era una institución débil. La de estas épocas es una Iglesia más poderosa, sobre todo, luego del proceso de militarización y catolización que vivió nuestra sociedad. Y como tal, no quiere perder los privilegios conseguidos. Yo espero que los obispos, ahora, digan que no aceptan más el salario de este Estado corrupto y pecaminoso, que distorsiona la familia…

No lo van a hacer.

Claro, porque son hipócritas. ¿Por qué este discurso sobre la sexualidad y la familia no penetra tanto? Porque en los últimos dos o tres años lo único que hemos escuchado de la Iglesia son casos de abusos sexuales de curas y obispos. ¿Qué autoridad moral tiene la Iglesia para levantar el dedo? Hay algo ahí muy profundo que habrá que ver si quieren cambiar o no.

Respecto de este gobierno, está el antecedente del caso Antonio Baseotto.

Es cierto, fue casi un símbolo del cambio en el vínculo con el poder político. Por eso es importante lo que pasó con la votación en el Senado. La política debía acompañar las posturas de buena parte de la sociedad para que se diferenciase lo político de lo religioso, para que quedase clara la diferencia entre los preceptos de la Iglesia y las leyes del Estado. Por suerte, hoy estamos en otra era, donde la consolidación de la democracia no deja otra cosa que el debate respetuoso. Pero recuerdo cuando Bergoglio acusó de blasfemo a León Ferrari, calificativo en desuso y totalmente desatinado para un artista. Dijo “blasfemo” y el núcleo duro de fieles rompió toda la muestra. (PE/Debate)


Fortunato Mallimaci: Doctor en Sociología y especialista en temas ligados a la historia del catolicismo y las distintas formas de religiosidad popular, Fortunato Mallimaci analiza en esta entrevista la forma en que la jerarquía eclesiástica encaró la discusión sobre el matrimonio entre personas del mismo sexo. Además, hace un poco de historia y repasa continuidades y rupturas respecto de la relación entre la Iglesia Católica, los poderes políticos y las cuestiones de Estado. “No comprende lo que sucede en la sociedad”, dice Mallimaci acerca del cardenal primado Jorge Bergoglio. “Creyó que su presencia en el mundo de la política partidaria le iba a dar apoyos, y quedó demostrado que no es tan así”, señala entre las razones de la derrota eclesiástica.

(*) Publicado en la revista Debate, de Buenos Aires, en la edición del 16 de julio de 2010.

Fuente: Prensa Ecuménica

Domingo 15 de Agosto de 2010 – Festividad de la Asunción de María (ciclo “C”)

Tema (Lc. 1,39-56)

María sin demora parte a los cerros de Judá para visitar a Isabel. Cuando la saluda, Isabel se estremece de gozo y siente que su hijo palpita en sus entrañas y proclama su alegría por esa visita que ella considera muy superior a sus merecimientos ya que  ella es ferviente en la confianza para con su Dios. María entonces prorrumpe en el hermoso canto de alabanza y celebración. “Mi alma canta la grandeza del Señor y  se regocija porque El es el que salva. Soy feliz porque El se ha fijado en mí. Siempre hizo grandes cosas y llenó de favores a quienes lo aman. Destruyó a los soberbios y exaltó a los pobres. Destronó a los poderosos y entronizó a los humildes. Sació a los hambrientos y vació las manos de los ricos. De acuerdo a su promesa mostró misericordia con Israel su  siervo.

Después de tres meses de acompañar a Isabel, María regresó a su casa.

Síntesis de la homilía

Referirse al nombre tradicional de esta festividad mariana resulta confuso. En medio de la simbología con que Lucas describe la ascensión de Jesús, aparece  en la iglesia esta otra de la que no hay huellas en los relatos evangélicos, denominada asunción para diferenciarla de aquella y con la añadidura de “en cuerpo y alma” de origen platónico.

Lo importante es fijarnos en el mensaje que esta celebración, fruto de una insistente actitud mariana dentro de nuestra iglesia, para distinguirnos de las iglesia evangélicas separadas más que detenernos en la clase de glorificación merecida por María de acuerdo a una tradición cultivada en nuestra iglesia.

En primer lugar, vamos a tener en cuenta el objetivo de Pío XII al declarar este hecho como perteneciente a la fe, como  dogma católico. Desde luego que no se puede deducir del enunciado que exista un lugar llamado cielo en que habita Dios con sus santos en espíritu y

allí fue llevada María con su cuerpo. De acuerdo a la intención de aquel pontífice, en un siglo en que la dignidad del cuerpo del hombre había sido tan ultrajada en los campos de concentración, esta propuesta eclesial tendía a restablecer la dignidad de todos los hombres en su cuerpo tanto como en su interioridad. Y esto es bueno tenerlo en cuenta también ahora. Desde otro punto de vista, esta glorificación anticipada de María quiere señalar el resultado final a que se dirigen todos los que fieles al precepto nuevo de Jesús se empeñan en vivir el amor en sus múltiples e inagotables expresiones e intensidades. Y esto es coincidente con el mensaje de Jesús,  que identifica el amor a los hermanos con el amor a Dios y como realización plena del hombre.

Por otra parte, no hay que perder de vista el texto evangélico elegido para esta celebración. María conocedora de la situación de Isabel su prima, se pone inmediatamente en camino a la montaña. Sin fijarse en la distancia (unos 100 kilómetros) va a felicitar y socorrer a la embarazada. Así se resalta una relación humana que nunca tenemos que perder de vista: las relaciones familiares, los contactos hogareños, la amistad y el servicio entre las mujeres y las  madres que atraviesan una cantidad de circunstancias y exigencias para dar a luz y para educar a sus hijos. Este acto de solidaridad humana, casi sin importancia religiosa, es señalado especialmente por Lucas, que también resalta el gozo de ambas mujeres por sentirse madres. De esa alegría compartida brota el magnífico canto de María que pone la circunstancia que ella e Isabel están viviendo en el contexto del plan bondadoso de Dios para con su pueblo y la humanidad. Un himno de alabanza, de confianza en las promesas, de señalamiento del camino que ha de cumplirse para que se conviertan en realidades, de compromiso por colaborar eficaz y generosamente con ese objetivo.

Aquí hay ya suficientes motivos para trasladar a nuestra vida diaria la celebración que nos ocupa y que a veces pareciera consistir solamente en la admiración y veneración tributadas a la madre de Jesús.

El mismo amor, los mismos derechos. Carta de Pedro Almodovar, cineasta

el mismo amor, los mismos derechos

Queridos amigos:el mismo amor, los mismos derechos

El matrimonio homosexual no le hace mal a nadie, no le roba nada a nadie, sin embargo hace feliz a mucha gente y les proporciona la posibilidad de vivir de un modo honesto, pleno y coherente junto a la persona que aman. Es un derecho esencial en toda sociedad civilizada, de lo contrario se está marginando a muchas personas en virtud de su sexualidad.

Hablar de igualdad en este sentido no es un capricho de degenerados, la Declaración Universal de los Derechos Humanos afirma que todos somos iguales, con independencia de nuestro sexo, religión, condición social, idioma, raza, etc.

No hay que permitir que ideas sectarias, retrógradas, inmovilistas, sexistas e injustas impidan a una sociedad libre progresar.

Es mentira y ridículo clamar que el matrimonio homosexual supone un peligro para la familia. Al contrario, las familias homosexuales aseguran el futuro de la idea de familia y la enriquecen. No se puede imponer la familia biológica como único modelo familiar, o se está yendo contra la realidad. Si algo caracteriza a la familia contemporánea es su enorme variedad. He conocido familias con solo una madre, un solo padre, dos madres, dos padres, familias multiétnicas, familias en las que ningún progenitor es biológico. Familias cuyos miembros pertenecen a distintas lenguas y culturas, familias que en millones de casos no son católicas. Se quiera o no, esas familias existen y adoran a sus hijos, y los cuidan y los educan, tanto como cualquier familia biológica, porque están basadas en el amor y en la solidaridad humanas.

No estoy en condición de pedir nada a los señores del Senado argentino. Para aprobar la ley que permita los matrimonios homosexuales no apelo ni siquiera a su sentido de la justicia, sólo les pido que hagan caso de su sentido común. Es lo único que necesitan para votar afirmativamente.

Fuente Pagina 12.

Adhesión del Grupo Angelelli al padre Nicolás Alessio

Hace tiempo que caminamos juntos. El “Nico”, como lo llamamos es nuestro amigo con mayúsculas. Sabemos de su claridad de pensamiento, de su valentía para exponerlo, de su compromiso social y de su servicio incondicional a la comunidad y a los mas abandonados. Conocemos su búsqueda de una Iglesia más fiel al Evangelio, y dispuesta a asumir sus errores y pecados, como los escándalos últimamente conocidos y perpetrados por muchos de sus miembros elegidos.

Su delito es ahora pensar, junto con todos nosotros los integrantes del grupo Angelelli y muchos otros en el país y manifestar públicamente criterios que miran al bien común y sin discriminaciones. Decimos simplemente “pensar”, porque parece que para la jerarquía de la Iglesia en Argentina, sólo quien tiene el poder “jerárquico” puede pensar y al Pueblo de Dios, incluidos los sacerdotes, solo nos quedan el silencio, la sumisión y la “obediencia debida”.

Aprendimos que en cada Diócesis el Obispo debe ser el principio de esa comunión para el bien común. Y en cuestiones opinables es necesario integrar la diversidad y atender a un sano pluralismo. En este caso concreto, experimentamos que Ñáñez, Arzobispo de Córdoba, ha desperdiciado esta oportunidad y se ha alineado con la guerra santa proclamada por el cardenal Bergoglio y sus sorprendentes e insólitas propuestas: los que no piensan con la jerarquía son “enemigos” y hay que destruirlos y por eso la guerra. Pero la pretensión va más allá, como “legionarios” de Dios, quieren someter a sus juicios a toda la sociedad.

En la cuestión de una nueva ley de matrimonio, escuchamos las posiciones diversas y las respetamos. Hemos buscado y repasado todos los argumentos. Y hemos decidido un criterio común al margen de la política, del miedo y del dinero. Estamos con Nico y queremos acompañarlo frente a esta presión represiva de la amonestación y la condena cautelar, haciendo caso a su conciencia, al mensaje de Jesús y a su gente, su comunidad.