Tema (Ju. 1,29-34)
Al ver aproximarse a Jesús, Juan lo identifica con el cordero de Dios, que viene a acabar con el pecado y la maldad. Su certeza proviene del acontecimiento ocurrido después del bautismo con esa misteriosa voz que lo caracterizó como el Mesías, el hijo de Dios. El que me mandó a bautizar con agua me dijo que aquel sobre quien el espíritu baja y se queda es el que viene a bautizar con el Espíritu Santo. Yo, dice Juan, en persona lo he constatado.
Síntesis de la homilía
El “cordero de Dios” a que alude Juan es el “siervo de Yahvé” de Isaías, con la misión de cargar con el pecado del mundo.
Es realmente costoso cargar con las debilidades y traiciones de todos, que es lo que se dice de Jesús. Pero, cada uno de nosotros al ingresar a este mundo, sin quererlo ni saberlo, carga de algún modo, con el pecado del mundo. Es lo que dio fundamentos para hablar de un pecado original del que no es culpable la primera pareja mítica, sino toda la humanidad en su camino de infidelidades y desaciertos que no quedan perdidos en el espacio sino influyen de distintos modos en cada persona, cada sociedad, cada cultura, cada época.
Jesús carga realmente con todas estas circunstancias, simplemente porque nace como todos, e ingresa a la humanidad recibiendo todo el peso de su historia.
De esa historia se hace cargo, haciéndose uno de nosotros y luchando con todas sus fuerzas para trazar un camino distinto, indicado no sólo ni principalmente por sus palabras sino por los hechos que, relatados libremente por los escritos posteriores, contienen la maravilla de un mensaje de seguimiento, al margen de la grandiosidad milagrosa que muchas veces los reviste.
El éxito de Jesús en el cumplimiento de esa misión, visualizada por las esperanzas proféticas para sostener la esperanza luchadora del pueblo, no resultó suficiente. Casi diríamos que fue demasiado medido. Plagado de dificultades, malas interpretaciones, persecución y condena a muerte. Y con un resultado final de un pequeño grupo de seguidores que, a pesar de crecer desmesuradamente durante 2000 años, contiene hoy adentro tantos gérmenes de corrupción y pecado que lo hacen casi irreconocible como comunidad de Jesús.
Cuando nos preguntamos de qué sirven nuestros esfuerzos tras el logro de una sociedad mejor, más justa , más distributiva, más reconocedora de la dignidad de cada persona, sin discriminaciones, sin guerras cruentas o disimuladas por el modo de matar, necesitamos mirar a Jesús de Nazaret, su compromiso y su vida. Si alguien hubiera pensado, como en realidad sucedió, en un triunfo definitivo contra el mal y la opresión, seguramente hubiera quedado decepcionado (al estilo Judas) por el final de todo. Ya es suficiente la experiencia histórica para medir los resultados del esfuerzo por un mundo mejor. Pero, precisamente para los seguidores de Jesús, el sentido de la lucha no es cosechar inmediatamente los frutos que nos halaguen, sino permanecer en la trinchera como la única colaboración valiosa para la construcción del reino.
La fe en Dios contagiada por Jesús, que no exige creencias de muchas cosas como se piensa con frecuencia, está centrada específicamente en la descripción de Dios como Padre que nos permite afirmar el optimismo de una dirección de la marcha de la creación, hacia la plenitud querida por el Amor.