Jornada Mundial de la Juventud 2011 y la 3a Visita del Papa. Por Evaristo Villar

Cuentan los evangelios sinópticos que Jesús “fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”, que superó las tres pruebas que le puso y que, al final, “el diablo se alejó de él hasta otra ocasión” (Mt 4,11; Mc 1,12 y Lc 4, 1.13).

Me hubiera gustado iniciar esta reflexión sobre la visita del Papa a Madrid con motivo de la JMJ 2011 con la esperanza de Machado ante el “olmo viejo”, anotando también aquí “la gracia de alguna rama verdecida”. Hubiera sido para mí, lo confieso, una gozosa noticia. Pero la experiencia de las reiteradas visitas papales a nuestro país -recientemente a Santiago y Barcelona- ignorando la diversidad ideológico-religiosa que existe y cargando contra un supuesto “laicismo agresivo”, me obligan a desplazar hacia algún futuro, aún incierto, ese esperado “milagro de la primavera”.

Esta reflexión, hecha desde dentro, pretende situarse mayormente en la repercusión sociopolítica que acompaña a este tipo de eventos, sin ignorar la resonancia intraeclesial que indudablemente va a tener en la Iglesia española.

Parto de unos datos oficiales de la jornada que, con un poco de imaginación, pueden acercarnos, quizás, al escenario actual de aquellas tres tentaciones paradigmáticas que debió superar Jesús en el desierto.

1. Algunos datos

Según la web oficial www.madrid11.com y los medios de comunicación, la Jornada Mundial de la Juventud 2011, que tendrá lugar del 16 al 21 de agosto y que está gestionada por la “Fundación Madrid Vivo” presidida por el cardenal Rouco, tendrá un coste inicialmente estimado de 50 millones de euros. Para alcanzar esta cifra, ciertamente importante, se cuenta, de una parte, con la aportación de las principales empresas y multinacionales de ámbito estatal (bancarias, eléctricas, telefónicas, comerciales, mediáticas, etc.) que, según el artículo 27 de la Ley de Régimen Fiscal, gozarán de unos beneficios de desgrabación a la Hacienda pública del 80% del capital aportado ; y, de otra, con la estrecha colaboración de las tres administraciones públicas directamente afectadas por esta visita: el gobierno del Estado, el de la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento de Madrid. El diario Público, en su edición del 11 de enero de 2010, cifraba entre 20 y 25 millones de euros la aportación de estas tres administraciones. Esto en cuanto a los datos macroeconómicos de la visita.

2. reflexiones

1ª A la vista estos datos, la JMJ 2011 con la presencia del Papa ofrece un perfil marcadamente económico. Así lo ha entendido el Ministerio de Hacienda al declarar la JMJ, en los Presupuestos Generales del Estado 2010, como “acontecimiento de excepcional interés público”, es decir, económico. El mismo Ayuntamiento de Madrid, por su parte, la ha incluido en su programa cultural “veranos de la Villa” que, en el fondo, tampoco está lejos de ese mismo objetivo.

A mí este consorcio económico-religioso o matrimonio de conveniencia, con las imágenes de representantes religiosos rodeados de grandes empresarios y dueños del capital me produce un cierto escándalo. Y no voy a entrar en detalles sobre la procedencia ética de algunos de esos capitales, frecuentemente asociados a la explotación y empobrecimiento de los pueblos del Tercer Mundo y actualmente tan estrechamente vinculados al origen y salida de la crisis económica. Todo ese submundo, más bien oscuro, está exigiendo comportamientos antes de justicia que de veleidades religiosas. Quizás sea bueno recordarles a estos ricos generosos que antes de tales gestos de piedad se podrían haber dado alguna vuelta por la ventanilla de la Hacienda pública.

Me parece más escandalosa, si cabe, la generosa implicación de las administraciones civiles, gestoras de los bienes comunes de la sociedad que legítimamente representan. Una sociedad, por cierto, plural, no toda ella religiosa y mucho menos cristiana. Alguien, o mejor dicho, toda esa sociedad por ellos representada deberíamos exigirles cuentas de los poderosos motivos en que apoyan ese uso, abiertamente partidista, de los dineros y recursos públicos.

Mirando las cosas desde dentro de la Iglesia, este consorcio económico-religioso me produce aún mayor escándalo, porque, a mi juicio, se está caminando en dirección contraria al mensaje que se quisiere transmitir. Cualquier lector o lectora sin prejuicios de los evangelios sinópticos caerá pronto en la cuenta de que tampoco en esta ocasión se va a superar en Madrid aquella “tentación del pan” que tuvo que vencer Jesús en el desierto, es decir, la pretensión de anunciar el Reino de Dios desde el poder económico y la riqueza. La propuesta de Jesús es, más bien, la contraria: desde la humildad de los medios y la confianza en la propia fuerza intrínseca que el mensaje en sí mismo encierra, como el grano de trigo sembrado en el surco, como el fermento en medio de la masa, como la insignificante semilla de mostaza. Muchos cristianos y cristianas sentirán sonrojo ante este sarao que desdice abiertamente la convicción que Jesús tenía de que “no se puede servir a la vez a Dios y al dinero” (Mt 2, 24), ni se debe llevar “faltriquera ni alforja para el camino” (Lc 10,4).

No se trata en modo alguno de hacer demagogia. Pero es difícil sortear la incómoda mirada de esos 4.3 millones de parados, de los que ven limitarse día a día sus derechos a la salud, a la educación, a la vivienda, al pequeño Estado de Bienestar antes logrado y ahora lejos de su alcance por esa crisis que ellos y ellas no han provocado. Y no creo que desde este escenario se les pueda aportar alguna respuesta, alguna esperanza.

2ª La implicación directa de las tres administraciones civiles habla abiertamente de la dimensión política de esta jornada. Quizás sea inevitable, pues todos nuestros gestos, aunque no lo pretendamos y más si son colectivos, tienen siempre una proyección política que afecta, querámoslo o no, al resto de la ciudadanía.

Pero en este caso, la llegada del Papa -con la ambigüedad que representa su propio estatus- convierte a la JMJ en un acto político de primera magnitud. Porque el Papa, jefe del Estado vaticano, es, a su vez, representante religioso de la Iglesia católica que, aunque no tan dominante como en la historia pasada y reciente, aún conserva una presencia pública suficientemente importante en la sociedad española.

Y esto es lo que crea confusión. Porque si la visita del Papa fuera abierta y exclusivamente como jefe de Estado, gustara o no, sería recibido oficialmente con la cortesía con que se rodea a tantos otros jefes de Estado en los que se ve la representación de un pueblo determinado. Pero en este caso, por tratarse además del jefe de una Iglesia, se añade otra connotación que lo particulariza. Y este particularismo hace que su visita esté siendo contestada por amplios sectores de la sociedad –también católicos- no solo por sus planteamientos religiosos y políticos –que son suficientemente conocidos-, sino, y sobre todo, por el estatus particular que mantiene en España la Iglesia católica de la que el Papa es, en última instancia, máximo representante. Porque para estos ambientes críticos y más seculares la Iglesia católica en España, con los privilegios sociales y políticos que aún acumula, está siendo uno de los mayores obstáculos para la consecución de la igualdad jurídica de toda la ciudadanía y la implantación del Estado laico decidido mayoritariamente por la sociedad española hace más de treinta años.

Y decir laico aquí y ahora no es decir principalmente –salvo raras excepciones- arreligioso o antirreligioso, sino defender ese espacio jurídico neutro en el que caben las creencias y las no creencias, las ideologías y las religiones que colaboran honestamente al proceso de humanización de la gente. Un espacio estatal de todas y todos, inclusivo, sin someter su autonomía a ninguna institución particular o privada. Y muchos estamos convencidos de que esto no será posible mientras algunas instituciones, singularmente la Iglesia católica, mantengan sus actuales privilegios en cuestiones de financiación, enseñanza, fuerzas armadas, etc.

No me gustaría pecar de utópico, pero aún a riesgo de serlo, quisiera oír en esta Jornada Mundial de la Juventud -sin que se trate de un mero sueño- la autorizada voz del representante de la Iglesia católica denunciando unilateralmente los Acuerdos que sus predecesores firmaron con los representantes del gobierno español en 1979. Porque, sin olvidar algunos artículos de la Constitución, estos famosos Acuerdos son el origen de unos privilegios que causan discriminación jurídica y política entre la ciudadanía y privan a la misma Iglesia de la libertad y la capacidad profética necesarias para anunciar con frescura al Jesús del evangelio.

Yo creo que tampoco en este ámbito de la política se supera, como hizo Jesús en el desierto, la “tentación del alero del templo”, es decir, la tentación de difundir el mensaje desde el poder. La Biblia hebrea, refiriéndose al pueblo de entonces, calificaba de adulterio esta alianza religioso-política, por echar en brazos del poder político la confianza debida al Dios verdadero. Y la dimensión religiosa del evangelio cristiano la expresó muy acertadamente Santiago en su emblemática carta a las iglesias difundidas por Asia y Europa a finales del primer siglo: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en cuidar de huérfanos y viudas en su necesidad” (Sant 1, 27).

3ª No quisiera caer en la temeridad de inventarme el discurso religioso que el Papa puede pronunciar en la JMJ 2011. Me gustaría ser sorprendido por su frescura actual y su contenido evangélico. Pero me temo que ni él ni nosotros vamos a tener tal suerte.

Porque, a la vista de algunos otros detalles que, además de su financiación, ya conocemos sobre la Jornada Mundial de la Juventud, como su celebración y programación, sus actores más destacados y el lugar donde se va a desarrollar, muchos católicos nos sentimos verdaderamente preocupados. Porque, aunque se quiera justificar lo contrario, ni la decisión de celebrar la jornada, ni la metodología seguida en su programación han sido horizontales y participativas, desde abajo, sino, como ya nos tienen acostumbrados, verticales y dirigidas; no se han tenido en cuenta, una vez más, las diversas sensibilidades que actualmente existen en la Iglesia española. Por otra parte, se está dando la impresión de que casi todo se está reduciendo a un grupito más o menos nutrido de actores, bien organizados y sumisos a la jerarquía, algunos rozando, sin duda, el integrismo doctrinal y cultivando una espiritualidad intimista y desencarnada. Finalmente, tampoco el escenario o lugar físico donde va se va a desarrollar esta magna concentración parece el más adecuado, evangélicamente hablando, para estas cosas. Se da la impresión de ir antes en busca de la espectacularidad y el poderío mediático que de la humilde sencillez del Reino de Dios.

Vista la trayectoria personal del Papa, testigo privilegiado durante largos años del proceso religioso-espiritual de Occidente (además de su inmediatez a Juan Pablo II), se puede entender esta jornada como diseñada muy a su gusto personal, quizás como una compensación psicológica y hasta como una reacción colectiva ante la decepción causada por la frustración del “revival religioso” que se anunciaba a finales de la década de los setenta. Santesmases refleja certeramente (cfr. Éxodo pp. 14 y ss.) el diagnóstico que el mismo Ratzinger hace de todo este proceso en el prólogo a la edición del 2000 de su libro la Introducción al Cristianismo. Se acentúa en este diagnóstico la deriva seguida por estas sociedades accidentales desde la esperanza que suscitaban en una mayor ”relevancia o presencia pública de la religión” en la década de los setenta al “vacío existencial” de hoy día donde se ha ido imponiendo el “neopaganismo” y la “dictadura del relativismo”. Sin el mesianismo alternativo que representaba por entonces el marxismo y que obligaba a estar vigilantes, el mundo religioso occidental ha caído en una enorme “anomía”, en un ”pluralismo disolvente” en el que cada cual elige “la religión a la carta” que personalmente más le conviene. (En la última visita a España habló de una deriva más, del “laicismo agresivo”).

Ante este panorama, piensa el Papa, es necesario reaccionar y luchar contra corriente, aunque seamos una minoría. Un mensaje que conecta muy bien con ciertas sociedades europeas y españolas dispuestas a lo que Alfredo Fierro calificaría como “recatolización de lo privado”.

Aunque este tema merecería una mayor reflexión, me pregunto si esta reiteración de las visitas papales a España encierran algún propósito oculto, alguna suerte de nueva “recatolización del mundo Occidental”, secularizado y descreído, a partir de las y los católicos españoles. Simulando al politólogo Julles Kepel en su clarividente libro La revancha de Dios (Alianza Editorial 2004), se trataría entonces de una nueva vuelta del “catolicismo de siempre”, o de la “revancha del dios de la cristiandad”. Lo que, frente al proyecto ilustrado, científico y tecnológico que ha ido desmitologizando todo el proceso religioso y separando pacientemente entre razón y creencia, nos llevaría a preguntar si no estaríamos caminando abiertamente hacia un neoconservadurismo peligrosamente asociado a los fundamentalismos ya existentes.

Me temo, en definitiva, que tampoco en esta tercera visita, desde el posible “mensaje recatolizador” del Papa, con la familia y la escuela como lugares centrales, vamos a poder superar esa tercera tentación del desierto, que el evangelio presenta como “de la ostentación y la espectacularidad desde la cumbre del monte”. Porque, desde este encumbrado lugar, va a resultar muy difícil, por no decir imposible, proclamar, como hizo Jesús en la humilde sinagoga de Nazaret, y es el mensaje central del cristiano, el evangelio o “buena noticia a los pobres”, el “año de gracia” que se necesita para devolver las apropiaciones indebidas, para perdonar las hipotecas que echan a la gente de la propia vivienda, para crear puestos de trabajo con salarios y pensiones justas, para compartir con todas y todos los que es de todos y de todas. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

Fuente Eclesalia