Soñando un futuro nuevo para la mujer en la Iglesia. Por Emma Martínez Ocaña

Dada la actual situación de la mujer en la Iglesia es difícil pensar en un cambio a corto e incluso a largo plazo, pero como este es el tema que me han pedido desarrollar en este número monográfico de crítica he decidido que lo mejor es soñar.

Soñar es una manera de alentar el deseo y éste tiene una gran fuerza transformadora. Soñar es el primer paso para cambiar la realidad, es una manera de hacer verdad las utopías. Soñar y … empujar la historia en la dirección de lo soñado.

Los sueños no siguen un orden lógico, ni teológico. Son caóticos, espontáneos, brotan libremente del inconsciente, no se ajustan a normas establecidas, en ellos no todo encaja en lo “políticamente correcto”… así me voy a permitir yo soñar.

Sueño una Iglesia que es realmente una comunidad inclusiva y paritaria, donde mujeres y hombres concentramos nuestras fuerzas en hacer verdad la Buena Noticia, luchando por expulsar los “demonios” de la pobreza, la injusticia, la violencia, el sexismo, el patriarcalismo, la violación de los derechos humanos, la explotación y el tráfico sexual de mujeres y niñas, la explotación laboral, la violación como arma de guerra…

Sueño una Iglesia toda ella ministerial, en la que los ministerios no estén concentrados en manos de los sacerdotes, sino que cualquiera de ellos pueda ser ejercido, desde la llamada de Dios, el reconocimiento de la comunidad que elije y designa a las personas que están capacitadas para ello, sin ninguna discriminación sexual. Entonces podrá ser de verdad una Iglesia servicial, apasionada por todas las personas que sufren exclusión por razón de su clase, raza, sexo, orientación sexual… una Iglesia cuidadora del cosmos y de toda la vida del planeta.

Sueño una Iglesia en la que los lugares de decisión y gobierno no estén condicionados por el sexo sino por la preparación, el amor y la capacidad de servir a la comunidad y de un modo prioritario a los más necesitados.

Una Iglesia donde las mujeres dejamos de ocupar los bancos como escuchadoras semi-mudas y pasantes de los cestillos, para tomar la palabra y constituirnos en sujetos activos de las celebraciones litúrgicas y sacramentales ,en un servicio rotativo, igualitario cuyo requisito no sea ser varón y clérigo, sino ser personas preparadas y dispuestas a servir así a la comunidad.

Una iglesia toda ella tan sensibilizada a la lacra de la violencia machista, que sea la primera en salir a la calle y animar a hacer lo mismo a la comunidad social, cada vez que una mujer es asesinada o maltratada..

Sueño una Iglesia donde ninguna mujer tenga que aceptar la situación clandestina de “amante secreta” de ningún clérigo, porque el celibato no sea una obligación sino una opción en libertad, separado del ejercicio del carisma sacerdotal..

Una iglesia donde las congregaciones religiosas femeninas, tengan los mismos derechos que las masculinas y no necesiten estar supervisadas, controladas ni “paternizadas” por ningún varón.

Una Iglesia que haga imposible que se digan cosas como las que dijo San Juan Crisóstomo, llamado por su elocuencia “Boca de Oro”:

«Qué soberana peste la mujer, ella es la causa del mal, la autora del pecado, la puerta del infierno, la fatalidad de nuestras miserias».

O como las de Tertuliano:

«¿No os dais cuenta de que cada uno de vosotras sois una Eva? La maldición de Dios sobre vuestro sexo sigue plenamente vigente en nuestros días. Culpables tenéis que cargar con sus infortunios. Vosotras sois la puerta del mal, vosotras violasteis el árbol sagrado fatal; vosotras fuisteis las primeras en traicionar la ley de Dios; vosotras debilitasteis con vuestras palabras zalameras al único sobre el que el mal no pudo prevalecer por la fuerza. Con toda facilidad destruisteis la imagen de Dios, a Adán. Sois la únicas que merecíais la muerte; por culpa vuestra el Hijo de Dios tuvo que morir».

Sueño una iglesia donde no se considere palabra de Dios, sino palabra de varón, textos denigrantes para la mujer como las siguientes:

«El ángel que hablaba conmigo me dijo: alza los ojos y mira, ¿qué aparece?. Pregunté: ¿qué? Me contestó: Un recipiente de veinte y dos litros; así de grande es la culpa en todo el país.

Entonces se levantó la tapadera de plomo y apareció una mujer sentada dentro del recipiente. Me explicó: Es la maldad. La empujó dentro del recipiente y puso la tapa de plomo» (Zac 5, 5-8).

Ni se vuelva a leer en ninguna liturgia otros textos, más cercanos, como los de Pablo, mandando callar a las mujeres en la Iglesia, pidiéndoles sometimiento a sus maridos, proclamando al varón cabeza de la mujer.

Y si por casualidad se lean que sea para decir: “esta no es palabra de Dios y por ellas no te alabamos Señor”.

Una Iglesia que recupere la memoria y reconozca que quién fue tentación no fue la mítica Eva, sino el personaje histórico Pedro a quien Jesús llamó Satanás.

Sigo soñando una Iglesia en la que, ya que nos atrevemos a imaginar y proponer imágenes de Dios antropomórficas, éstas sean fieles a mostrar la verdad de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y ya nunca más se excluya de la representación de Dios el cuerpo de la mujer y su sexualidad. Que de una vez por todas el cuerpo femenino deje de ser no apto para revelar a Dios.

Una Iglesia en la que las orientaciones de moral sexual y familiar sean hechas por hombres y mujeres casados que desde su experiencia y su preparación y eficiencia puedan, de verdad, no solo orientar, sino ser testigos creíbles de aquello que proponen a los demás.

Una iglesia que tenga un lenguaje litúrgico no sexista, ni patriarcal y reconozca que Dios tiene hijos e hijas, hermanos y hermanos…y donde no ocurra, lo que acontece ahora tantas veces, que en una liturgia donde prácticamente sólo hay mujeres, la persona que presida la Eucaristía, las invisibiliza en su lenguaje y se dirige al público todo el tiempo en masculino.

Una Iglesia que se tome en serio y sepa respetar no sólo la teología que elaboran los teólogos sino también la que elaboran las teólogas, y por tanto sea paritaria la presencia de mujeres y hombres en las facultades de teología y en los centros de formación sacerdotales y laicales. Aunque, pensándolo bien quizás lo ideal es que desaparecieran el dualismo clerical/laical.

Sueño y sueño y no dejo de soñar… una comunidad eclesial fiel a Jesús de Nazaret. Él hizo verdad una comunidad de iguales, sin exclusión alguna, no estructuró su grupo de seguidores y seguidoras desde el orden patriarcal dominante, sino como una familia de iguales, sin relaciones de poder jerarquizado. Lo expresó muy claro: llamándolos amigos y no siervos (Jn 15, 15), pidiéndonos que no llamásemos padre, ni maestro a nadie más que a Dios, porque todos los demás somos hermanos y hermanas. Hizo visible la comunidad que quería lavando los pies a los suyos y diciéndole a Pedro que si no entiende ese gesto suyo no puede formar parte de la nueva familia (Jn 13, 6-8).

Sueño una iglesia que, como Jesús, cambie radicalmente la mirada sobre las mujeres y visibilice de un modo nuevo nuestros cuerpos:

No como objetos sino como sujetos autónomos y libres.

No como reproductoras sino como constructoras de la Historia de Salvación, del Reino de Dios.

No como cuerpos tentadores sino como amigas entrañables suyas, como quienes “aman mucho”, “tienen mucha fe”.

No como inferiores en nada sino como iguales en todo: en dignidad, derechos, deberes, tareas en su comunidad.

No para estar detrás y debajo de nadie sino junto a, al lado de… construyendo la historia.

No como ignorantes que nada tienen que decir sino como “maestras” de las que él aprendió

No lejos de los espacios significativos sino dentro de la comunidad, ejerciendo los mismos roles y funciones que los varones.

No dentro del hogar sino donde la vida nos cite, donde Dios nos llame, en la vida, en la historia, en la plaza publica, en todos los ministerios eclesiales También, por supuesto, en el hogar compartiendo tareas y cuidados con los varones.

No como imposibilitadas para mostrar el rostro de Dios sino como revelación suya.

 

Es hora de despertar y no quiero, no quiero encontrarme con la realidad que ahora vivimos las mujeres en la Iglesia, pero es preciso despertar, levantarnos, liberarnos de nuestros encorvamientos ancestrales, arriesgar a tocar la prohibido por leyes y preceptos patriarcales, es preciso unirnos, trabajar al unísono mujeres y hombres en la Iglesia para ir empujando esta Iglesia nuestra, santa y pecadora, fiel e infiel en la dirección del sueño de Dios: una comunidad de hijas/os, hermanas/os.

En esta hermosa y ardua tarea todos y todas necesitamos convertirnos a la Buena Noticia del Reino y su llamada a creer en ella y a hacerla verdad en la historia, en la Iglesia.

 

Fuente: Católico Libre

Carta abierta a Benedicto XVI. Por José Luis Cortés

“Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería”
Te escribo para recomendarte el libro “Curas casados, historia de fe y ternura”. Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.

Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula “Curas casados. Historias de fe y ternura”, y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.

Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. “El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía”.

El libro tampoco es “un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial” (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, “animadores de la fe y de las celebraciones”. Demostrar, con los hechos, que “es posible ser cura sin ser clero” (87).

A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.

Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que “muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina” (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: “No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción”. Convencidos de que: “Nos incumbe como tarea pastoral acumular ex periencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general” (96).

Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?

Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). “Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia” (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.

La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.

“Al seminario se entra con babas y se sale con barbas”, le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.

A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).

En ese espíritu conciliar, “eso de ser ‘segregados del pueblo’ nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos” (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque “no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito” (81), y porque “un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad” (126).

“El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia” (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.

Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: “En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación” (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente… Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.

Y también historias de ternura.

En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, “El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado” (171). Y se insiste en que “No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato” (176).

En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, “el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad” (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.

En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente “Susan”, y no Su Santidad…! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.

A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: “Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia” (174). Y “¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?” (342).

Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero “casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad” (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, “pero ahora sin el sacramentalismo abrumador” (164).

Está claro que “quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar” (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos “vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos” (89), y sin “reducirse al estado laical”, expresión que ofende también a los laicos (280).

Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: “Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia” (263).

Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: “En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano” (275). “El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil” (209).

Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser “hijo o hija de cura”, y de esto también se habla en el libro… Pero tengo que ir terminando.

El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que “dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial” (87) y cuyo tino fue “saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (…) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo” (87).

Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.

En fin, “Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones” (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que “la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos” (325), porque ya “no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II” (326).

“La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida” (50), dice uno; porque “tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización” (60). Y resume Castillo en el epílogo: “La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar” (346).

Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.

Porque, como se dice en el libro, “lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado” (175).

Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro (”parresía”, lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años (”Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes” (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados… Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. “Rozando la tercera edad, nosotros seguimos” (282).

Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados… ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: “mañana hará bueno”?

Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.

Un abrazo, Santidad (o “Santi”, si lo prefieres).

 

Fuente: Religion Digital

José Luis Cortés es autor de una serie de excelentes libros de comics donde en muy pocas palabras y con un finísimo humor va presentando lo esencial del cristianismo y una ácida crítica a la institución eclesiástica.

 

 

Despenalización del aborto en defensa de la vida. Por Frank de Nully Brown

A propósito de la próxima discusión parlamentaria sobre la despenalización del aborto, la Iglesia Metodista inicia el diálogo sobre esta problemática que atenta contra la libertad y la dignidad de las personas. Carta pastoral del Obispo Frank De Nully Brown.

 

 

El tema de la despenalización del aborto, que será motivo de debate en el Congreso Nacional, exige desde nuestra fe cristiana una profunda y sincera reflexión que contribuya a la valoración de la vida y al respeto y dignidad de todos los seres humanos en nuestra sociedad.

Limitar la discusión de la despenalización del aborto a una puja entre quienes están a favor y en contra de la práctica, es trivializarla: nadie puede estar a favor de la interrupción de una vida. Pero esta problemática va más allá de esta falsa polarización: la mujer que busca abortar lo hace con angustia y tristeza. La comunidad tiene que asumir esta realidad no escondiéndola sino sacándola a la luz.

Una reflexión pastoral debe abordar su tratamiento considerándolo en todas sus dimensiones físicas, sociales, éticas y espirituales. Para ello comparto aquí algunas reflexiones que procuran aportar a su mejor comprensión.

El aborto es un problema social

El tema del aborto debe ser considerado en relación con el contexto social en el cual ocurre. Nuestra sociedad carece de una adecuada educación sexual, planificación familiar e igualdad de género lo que contribuye a que se multipliquen los embarazos no deseados. Por otro lado, el aborto se ha constituido en un verdadero comercio, ya que, en la actualidad, la ley aprueba su práctica en forma muy restringida. Los sectores medios y altos de la sociedad pueden acceder a una atención clandestina segura, pero para muchísimas mujeres de limitados recursos, debido a prácticas no profesionales  y riesgosas, interrumpir la gestación implica  atentar contra  su propia vida. El Estado debe intervenir en dos sentidos: legislando la despenalización para evitar también la muerte de las madres y garantizando condiciones de equidad económica, educativa y sanitaria para que el aborto no sea una opción.

La penalización no resuelve el sufrimiento

La realidad del aborto no se resuelve penalizando a la mujer que lo practica y dejando de lado la responsabilidad del varón. Porque el problema no es solo de las mujeres, es un problema de todos. Poner el tema en su adecuado contexto lleva a considerar el reclamo de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y, por otro lado,  abordar el sufrimiento de muchas mujeres desprotegidas.

Diálogo para construir libertad y dignidad

Por todo lo dicho considero que despenalizar el aborto puede ayudar al diálogo que contribuya a la edificación de nuestra sociedad. Cada víctima del aborto no puede convertirse en un número más porque es  alguien a quien Dios ama y a quien también nosotros debemos amar profundamente. Esconder nuestras prácticas culturales  de abortos clandestinos no ayuda a enfrentarlas y  a tomar decisiones inspiradas en la libertad y la dignidad de las personas.

Es nuestro deseo que se pueda generar en nuestra sociedad una discusión madura donde todos tengan la oportunidad de aportar sus propias visiones.  Porque:

”Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. Si alguien  afirma ’Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano es un mentiroso: pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quienes no ha visto” (1 Juan 4:19-20).

Pastor Frank de Nully Brown

Obispo de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina

Febrero 25 de 2011

Fuente: Iglesia Metodista Argentina

Alternativas para una iglesia de altares vacíos. Entrevista al Obispo Fritz Lobinger

(Entrevistado por Emilia Robles)

El obispo Fritz Lobinger (Passau, Alemania, 1929) lleva más de 50 años en Sudáfrica. Titular de la diócesis de Aliwal de 1988 a 2004, continúa viviendo en Durban. Fue cofundador en África de los Institutos Lumko de Misionología, con el modelo pastoral de pequeñas comunidades cristianas y el método de la ‘Biblia compartida’. Ha viajado por varios continentes, particularmente África, Asia y, recientemente, América Latina. La falta de presbíteros y la maduración de las comunidades cristianas son su principal preocupación pastoral.
Ante esto, propone que no se dejen solos a los obispos y al Papa en esa difícil tarea de dar salida a la “falta de vocaciones”, y que la comunidad de discípulos se implique activa y dialogalmente, buscando el consenso y la comunión corresponsable. Sus propuestas para la solución al ministerio presbiteral siempre están conectando con la gran tradición de las primeras comunidades paulinas.
Ha escrito varios libros en alemán, inglés y portugués. En primavera podremos leer en español sus dos últimos libros, Equipos de ministros ordenados y El Altar vacío (ambos en Herder). Su propuesta, reflexionada hasta en los detalles, fundamentada y abierta al debate, va encontrando cada vez más eco en una grave preocupación eclesial. Un gran tema pendiente para ser abordado en un amplio y corresponsable clima conciliar.

Lleva años pensando y escribiendo sobre esta propuesta de dos formas complementarias de ministerio presbiteral en la Iglesia católica. ¿Cuándo y cómo comenzó a reflexionar sobre esta propuesta?

Empecé ya a reflexionar sobre ello en la década de 1970, cuando vi con mis propios ojos cómo muchas comunidades sin curas residentes estaban ansiosas de poder ejercer los ministerios desde ellas mismas, haciendo voluntariamente ese trabajo. No sólo lo he visto de forma aislada, sino en muchísimas ocasiones. Y no sólo en mi diócesis, sino en muchos países de África, Asia y América Latina. He visto que estos ministros voluntarios han funcionado bien durante muchos años. Ante esta realidad, me pregunté: si las comunidades pueden ejercer tantos ministerios, ¿no es nuestro deber confiarles también el ministerio ordenado?

Al tiempo, vi que los sacerdotes habían asumido un nuevo papel de formadores de los líderes locales. Era imposible que pudieran estar presentes todo el tiempo en las diez, veinte o cincuenta comunidades a su cargo, pero sí podían estar presentes a través de los líderes locales capacitados. Así que el cura-proveedor (de servicios) se había convertido en cura-formador, con gran satisfacción por su parte. Todo esto me llevó a pensar que es posible, de manera realista y consensuada, ordenar a los líderes locales.

¿Cree que este proyecto es apto para ser aplicado en cualquier comunidad? ¿Cuáles serían las condiciones previas para su aplicación?

Este proyecto no puede desarrollarse de forma inmediata en todas las comunidades, pero sí, con el tiempo, en la mayoría de ellas. Hay muchas parroquias en las que predomina una actitud pasiva. Nunca han oído hablar –ni piensan– en la posibilidad de que ellos mismos hayan de ejercer los carismas que han recibido. Ni siquiera son conscientes de que los tienen. Piensan que todo el ministerio tiene que ser ejercido sólo por un sacerdote a tiempo completo que les envía el obispo. En ellas no deberíamos ahora ni siquiera mencionar la posibilidad de ordenar líderes.

El primer paso –en ellas– es transmitirles el mensaje del Concilio Vaticano II, que dice que todos los fieles tienen carismas y que éstos deben ser desarrollados. Hay que comenzar por poner los cimientos de un fuerte espíritu comunitario. Las comunidades deben, primero, superar el sentimiento de que “todo lo que se hace en la parroquia lo tiene que hacer el sacerdote; el sacerdote es la Iglesia”. Las miles de comunidades de las que hablé anteriormente ya han desarrollado esta convicción: “Somos la Iglesia. Las tareas de la Iglesia son nuestras propias tareas”. Este cambio de conciencia no se logra a través de sermones, sino dialogando entre todos y planteándonos qué estamos haciendo y qué podemos hacer, es decir, tomando decisiones juntos. El consejo parroquial debe convertirse en un lugar donde se escucha la voz de toda la comunidad y donde esta voz es respetada.

Otra manera sencilla de empezar a crear espíritu de comunidad es a través del Evangelio compartido entre pequeños grupos de vecinos. Basta con que el sacerdote asista un par de veces para iniciar el grupo; después, funcionan solos. Este método de trabajo ayuda a convencer a todo el mundo de que todos somos receptores del mensaje, que todos nosotros podemos comentar el Evangelio y que todos somos hermanos y hermanas en la Iglesia.

¿Esta propuesta de ordenar presbíteros en las comunidades es algo nuevo o ya existía en la gran tradición de la Iglesia?

La ordenación de los líderes locales voluntarios ha sido la norma en la Iglesia durante algunos siglos. Leemos en la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, cómo san Pablo lo hizo cuando él y sus compañeros visitaron las comunidades de reciente formación: “En cada una de estas comunidades a las que visitaron, ordenaron ancianos”. Esto significa que en cada pequeña comunidad cristiana no sólo había uno, sino varios líderes ordenados. Ninguno de ellos era asalariado de la Iglesia, sino que todos siguieron en su trabajo secular. Durante algunos siglos, era evidente que había presbíteros que no se enviaban a la comunidad, sino que surgían de dentro de ella.

En la práctica oficial de la Iglesia, lo que una vez ha sido aceptado, puede volver a ser aceptado hoy día. Es un modelo que se nos permite seguir. Es, además, muy conveniente para nuestros tiempos. En estos días se observa un afán nuevo de los laicos para participar activamente en la Iglesia, y también sufrimos una grave escasez de sacerdotes. Por tanto, es imperativo para nosotros retomar esa tradición venerable de la Iglesia de ordenar a los líderes locales probados.

¿Qué aspectos de la propuesta podrían propiciar un consenso entre los diversos sectores de la Iglesia?

El consenso sólo será posible en la Iglesia si queda claro que la propuesta no destruye el sacerdocio existente. En este momento, muchos obispos tienen miedo de que la ordenación de los líderes locales ponga en peligro a los sacerdotes actuales. La forma actual del sacerdocio seguirá siendo como es, incluso puede salir beneficiada, si una segunda forma emerge junto a ella, de tal manera que las dos formas se necesiten y se refuercen mutuamente. Tampoco pedimos “sacerdotes casados”, contraponiéndolos a lo que algunos pueden vivir como elevado ideal de entrega total y espiritualidad específica del sacerdote célibe. Nosotros pedimos la ordenación de los líderes locales. Por supuesto, estos líderes locales son gente madura, en general, casada, pero nuestro objetivo es que sean personas que procedan de la comunidad. Y los actuales sacerdotes seguirán junto a ellos, como hasta ahora.

De los dos últimos libros que usted ha publicado sobre este tema, uno, ‘El Altar vacío’, es un libro ilustrado. ¿Qué se pretende con este formato, bastante novedoso para tratar temas en la Iglesia?

El uso de imágenes hace que sea mucho más fácil hablar de este asunto tan complejo. El problema de las comunidades sin presbíteros no se puede resolver respondiendo a una sola pregunta. Abordar en profundidad la cuestión requiere responder a un conjunto de preguntas. Y no podemos responderlas todas a la vez. Es más fácil concentrarse en una de esas muchas preguntas si en la imagen que se tiene ante los ojos aparece sólo este único aspecto. El uso de imágenes reduce los malentendidos. Las imágenes son también un estimulante para la mente. Nos ayudan a imaginar lo que sucedería si esta propuesta se llevara a cabo.

Insiste en que los nuevos “ministros ordenados” no traten de imitar la forma actual del sacerdocio. ¿Por qué?

Sí, eso me parece muy importante. Y por varias razones. Una es que los presbíteros voluntarios –con una vida similar a la del resto de los fieles en cuanto a familia, trabajo, etc.– quedarían sobrecargados, porque la gente esperaría, entonces, demasiado de ellos. Por otra parte, los actuales sacerdotes se sentirían degradados, porque entenderían que los presbíteros voluntarios harían lo mismo que ellos, sin tanta formación y sin la renuncia que implica el celibato. Además, tal vez, entre los jóvenes no se diferenciaría una vocación específica como la del presbítero célibe con total disponibilidad. Y la comunidad seguiría siendo pasiva, porque los nuevos ministros ordenados otra vez iban a hacer todo por ellos. Por ello, creo que ayuda a la diferenciación el criterio de que no se ordene nunca sólo a un líder, sino siempre a dos o tres en cada comunidad, es decir, a un equipo pequeño.

¿Cuáles son las ventajas del “equipo de ministros ordenados” en comparación con un solo ministro ordenado?

Si sólo se ordenara a una persona en cada lugar, este ministro local ordenado puede parecer demasiado similar a un sacerdote a tiempo completo. La gente esperaría tanto de esa persona como del cura actual. Esto significa que la propia persona ordenada se sentirá frustrada, y lo mismo ocurrirá con el resto de la comunidad. Esto aligeraría de tareas a cada miembro del equipo, que de esta forma no quedarían sobrecargados. Además, a muchos líderes que trabajan muy bien no les gusta ser la única persona ordenada en la comunidad. Prefieren unirse a un equipo, asumir la responsabilidad juntos y seguir siendo como el resto de los habitantes.

¿Cómo cree que los sacerdotes actuales aceptarán mejor esta alternativa complementaria dentro del ministerio presbiteral? ¿Qué puede ayudar a que reciban la propuesta con mayor confianza y positividad?

A los sacerdotes que ya hoy se dedican a la formación de los líderes les gustará nuestra propuesta, porque también en el futuro podrán hacer lo mismo, y mejor. También a los que les gusta sentirse entre la gente y trabajar juntos con el pueblo. Le disgustará a los que acostumbran a hacer todo solos, sin contar con los demás. O a los que quieren que se les distinga como alguien muy diferente, porque esta propuesta da mayor relieve a los líderes locales. Pero, incluso en estos casos, entiendo que eso no ocurre sólo por la manera de ser de algunos sacerdotes, sino que ciertas tendencias personales se ven potenciadas por la actual estructura de funcionamiento.

En cuanto a la segunda cuestión, creo que ayudará mucho el que los sacerdotes actuales ejerzan directamente el rol de formadores de los líderes. No deben delegar esta tarea en ningún centro diocesano. Esto les proporcionará mayor satisfacción personal y sentido de su ministerio.

¿Cuáles son las principales objeciones y los obstáculos en contra de este proyecto? ¿Por dónde podrían empezar a sortearse estas dificultades?

Tristemente, vemos algunos obispos y sacerdotes que quieren volver a los viejos tiempos, mientras que la gran mayoría de los laicos quiere seguir hacia delante. Esta tensión, si no se aborda bien, resulta peligrosa porque puede abrir brechas insalvables en la Iglesia. Algunos se opondrán también a la propuesta porque piensan –erróneamente– que el sacerdocio no ha cambiado nunca ni puede cambiar. Pero la realidad es que, en la historia, ha cambiado muchas veces y puede volver a cambiar.

Otros pueden poner objeciones porque subestiman a los laicos y no van a creer que los líderes locales puedan ser ordenados como presbíteros, dedicados a tiempo parcial. Pero tenemos la prueba ya, en comunidades sin sacerdotes, de que líderes de muchas de estas comunidades activas y maduras son capaces y están dispuestos a ejercer muchos ministerios, también el ministerio ordenado. Entiendo que todas éstas y otras dificultades han de sortearse a través de un debate amplio de todos estos aspectos en nuestra Iglesia, siempre en un clima de diálogo y colaboración.

Usted ha visitado y compartido durante muchos años la experiencia de varias Iglesias cristianas que ya combinan estas dos formas de ministerio presbiteral. ¿Qué es lo que podemos aprender, pues, de esas experiencias?

Sí, de eso hablo extensamente también en mis dos últimos libros. Al implementar estos cambios no debemos considerar únicamente un aspecto, por ejemplo, la necesidad de más sacerdotes. También debemos considerar otras cuestiones como la necesidad de hacer las comunidades activas. Por otro lado, es definitivamente posible combinar dos cosas: una profesión secular y el sacerdocio. Hay miles de presbíteros a tiempo parcial en varias Iglesias cristianas. Y, luego, es necesario que haya mucho diálogo en toda la Iglesia para desarrollar la propuesta.

 

Fritz Lobinger es Obispo emérito en Sudáfrica y autor de ‘Equipos de ministros ordenados’
Fuente Revista Vida Nueva

Domingo 6 de Marzo de 2011 9no. Durante el año litúrgico. Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema: (Mt.7, 23-27)

Dice Jesús: Yo les diré entonces que no los reconozco. Que se alejen de mí todos los que practican el mal. El que escucha y practica mi mensaje es como un hobre inteligente que edifica su casa sobre roca.  Llueve torrencialmente, sopla el viento, pero la casa no se derrumba, porque está sobre roca. En cambio el que no lleva a la práctica lo que escucha es como el que no piensa y edifica su casa sobre arena. La lluvia y el viento la derrumban.

Síntesis de la homilía

Jesús asegura que a los que han predicado, hecho milagros, arrojado demonios y profetizado, NO LOS CONOCE. Y les manda alejarse de él como hacedores del mal. Esta es la afirmación inicial que da sentido a todo el pasaje. Y es muy importante, porque descalifica lo que para muchos es lo verdaderamente central en el aspecto religioso: hacer o buscar milagros, arrojar demonios, profetizar o predicar en su nombre.

¿No será entonces una equivocación que hay que pasar por alto? ¿Cómo pueden ser malhechores los que hacen esas cosas santas? ¿Acaso se pueden hacer milagros si uno no está en excelentes relaciones con Dios? ¿Es posible liberar de posesión diabólica si uno no tiene mucha fe? ¿Y si alguien es excelente predicador de los dogmas cristianos, puede de algún modo complicarse con el mal?

La respuesta a estas preguntas es un SÍÍÍ rotundo. Y no es una afirmación gratuita. Hay una abundancia de milagros armados para comerciar utilizando la ingenuidad de la gente. Para eso dan pie muchos pronunciamientos de la iglesia valorando los milagros como intervención divina para aprobar conductas, como en el caso de las canonizaciones de santos.

La expulsión de demonios que constituyó, interpretando literalmente la Biblia, uno de los bastiones de la iglesia católica para afirmar su autenticidad, ya está completamente desacreditada por los conocimientos psicológicos y las reiteradas experiencias de casos clave de aparentes  endemoniados, plenamente explicados por razones naturales.

Las profecías y la predicación, aunque pueden tener gran importancia evangelizadora también caen en la sospecha de defender intereses egoístas (muchas veces económicos) u ocultar hipócritamente las

propias fallas o las de la institución.

La supervaloración de esas actividades, cuando no son una roca afirmada por la voluntad y rectitud de quienes las llevan a cabo, son simplemente arena. Lo que se edifica sobre ellas puede ser muy impactante, puede en un momento reunir multitudes, pero pasa sin más efecto que el de las apariencias sin producir ningún efecto profundo de cambio personal o comunitario para bien de todos.

En cambio, si el análisis cotidiano sin necesidad de ser profeta, si la negativa a complicarse con lo deshonesto u opresivo que sí puede calificarse de presencia demoníaca, si la palabra escuchada o meditada empuja a vivir un compromiso más firme con la realidad, si el milagro del amor que importa comprensión, sabiduría, generosidad y búsqueda de solución a los problemas más graves, son los fundamentos de la propia conducta y personalidad, se está edificando sobre roca y su influencia se trasmite resistiendo las adversidades y los halagos, como una contribución a los grandes valores del ser humano y de la sociedad. Eso a lo que llamamos evangélicamente “los valores del Reino”.

Cuando  el trabajo, las emociones, los afectos, la comunicación y todas las actividades que requieren nuestra atención, los principios  de  convivencia y  tolerancia, la defensa de la verdad y la justicia forman la trama de nuestra vida cotidiana, estamos edificando sobre roca lo que corresponde a la voluntad paternal de ese Dios que teniéndonos por hijos  puede, desde ya, descontar nuestra conducta como hermanos. Y esa actitud será la que permanentemente subsistirá como la casa edificada sobre la roca al margen de milagros, sermones, profecías o exorcismos.

 

Domingo 13 de Marzo de 2011 1ro. de Cuaresma (ciclo “A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Mt.4,1-11)

El espíritu condujo a Jesús al desierto para ser tentado. Jesús ayunó durante 40 días y al final sintió hambre. El tentador se le acercó y le dijo “si eres hijo de Dios dí que las piedras se conviertan en pan” Jesús contestó “Está escrito que el hombre no vive sólo de pan sino de la palabra de Dios”

Lo llevó el diablo a la parte más alta del templo y le dijo “Si  eres hijo de Dios lárgate de aquí porque está escrito que mandará a sus ángeles para que tu pie no tropiece y cuiden en todo de ti” y Jesús respondió “También está escrito no pondrás a prueba al Señor tu Dios” Después lo llevó el diablo a un cerro muy alto y le mostró todos los reinos del mundo con su esplendor y le dijo “Todo esto será tuyo si postrándote me rindes homenaje” Y Jesús contestó “Vete Satanás porque está escrito que al Señor solamente rendirás homenaje y servicio” Entonces el diablo lo dejó y los ángeles vinieron a servirle.

Síntesis de la homilía

La tentación, el  misterio de la libertad humana que nos coloca tensionado entre el bien y el mal. La tentación que, al mismo tiempo, es la escuela de formación de nuestra personalidad adulta. Jesús como cualquiera de nosotros habrá vivido los tironeos entre el bien y el mal en muchas oportunidades antes de ser mayor de edad. Las de la niñez, las de la adolescencia, las de primera juventud, las de hombre adulto. Por eso sabe que su fidelidad a lo que cree que Dios pide de él va a tropezar con muchas pruebas y, antes de comenzar el cumplimiento de su misión de predicar e instaurar un clima nuevo que se conforme a la voluntad de Dios, tiene que estar preparado para tentaciones aún  más seductoras y graves. Y marcha al desierto para despojarse con el ayuno y la meditación de todo lo que puede ser carga negativa para afrontar esa difícil situación. Cuarenta días es el tiempo ritual de prueba y madurez. Y aparecen todas las vetas de las tentaciones que experimentará en su camino de lucha por una sociedad nueva. La primera: desde los instintos fundamentales del ser humano representados por el  hambre que mina las energías, que con desnutrición impide el normal procedimiento de las facultades espirituales, que se convierte en desesperación y hasta obliga a veces a tomar y realizar decisiones extremas. Como hijo de un Dios padre, no puede padecer hambre y allí aparece la tentación que es a la vez creerse más que un hombre común y protestar contra el Dios que sólo ha puesto piedras alrededor. Que las piedras se conviertan en pan. Su recurso para no entrar en rebeldía es que su alimento esencial es la voluntad del Padre, manifestada (como es lógico en Mateo) en la Escritura.

Ya el tentador ha descubierto la argumentación a que puede ser sensible su víctima. Arrójate de aquí porque “está escrito”. A esta altura ya la relación se ha convertido en un duelo escriturístico en que cada uno hace gala de su erudición. Son dos exegetas.

Jesús replica con el pasaje que prohíbe poner a prueba el amor de Dios. Nosotros, quizás sin quererlo, lo hacemos con frecuencia, cuando pedimos o creemos en los milagros y suponemos que Dios tiene que intervenir para solucionar los graves problemas en que nos metemos, como individuos o sociedad.

La tercera prueba es la más fuerte  y por eso definitiva. Está en oferta el título de grandeza y poder, el de Rey del mundo. En una falaz visión el tentador trae a la imaginación de Jesús deseoso de hacer triunfar el reino de Dios, el esplendor de los reinos del mundo que facilitará su misión. Jesús la rechaza con menosprecio que obliga  a finalizar la tarea emprendida por Satanás. Un satanás que sigue tentando a la iglesia de Jesucristo para que su misión se cumpla desde el poder de los reinos de la tierra que conquistan adeptos y someten a su voluntad las voluntades de los pueblos. Y en muchas oportunidades pareciera que esta táctica debe ser tenida ebn cuenta especialmente si se pretende ser eficaz. Como cuando la iglesia adapta sus tácticas de evangelización a lo que conviene a los poderosos de la tierra.

 

Domingo 20 de Marzo de 2011 2do. de Cuaresma ( ciclo “A”) Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (Mt. 17,1-9)

Seis días después, Jesús tomó consigo a Pedro Santiago y Juan y los llevó a un monte muy  alto donde su figura cambió delante de ello. Su rostro brillaba con el sol y sus vestiduras se volvieron resplandecientes. De pronto junto a él se aparecieron Moisés y Elías que conversaban con él. Pedro comentó “Señor qué bien nos encontramos aquí. Si quieres hago tres chozas una paran ti y otra para Moisés y otra para Elías. Todavía estaba hablando cuando los cubrió una nube y se oyó una voz que decía “Éste es mi hijo predilecto, escúchenlo”. Los discípulos espantados cayeron al suelo y Jesús se acercó y les dijo: Levántense, no tengan miedo. Al alzar los ojos no vieron más que al Jesús de antes, quien, cuando bajaban del cerro les ordenó que a nadie contaran lo que habían visto hasta que resucitara de la muerte.

Síntesis de la homilía

La fiesta más alegre y popular entre los judíos era la de las chozas, o tabernáculos en la que después de cosechados todos los frutos, la gente se reunía en los espacios verdes a celebrar la cosecha, a gozar de los frutos y divertirse. Caía en otoño. Pocos días antes Jesús había tenido un altercado con Pedro que asumiendo la representación de los demás le había dicho que él era el mesías, a lo que Jesús había advertido que no era intuición de Pedro sino que Dios  le había dictado esas palabras y sobre esa confianza iba a edificar su comunidad. Hasta allí todo bien. Pero no era todo así, como lo imaginaba Jesús .Pedro había hablado con la concepción de quien pronto va a adquirir un lugar importante acompañando al mesías triunfador. Jesús lo reprende como nunca lo hizo con ninguno de los discípulos, tachándolo de Satanás.

Ahora están en la fiesta y Jesús quiere que la gocen. Por eso los lleva arriba en donde adquirirán una visión completa de su mesianismo: una difícil misión que le costará la vida pero que llevará también consigo la resurrección de la vida. El episodio narrado por Mateo está cargado de simbolismos. La visión de los tres discípulos se da en medio del cansancio de la subida y la luminosidad de la cumbre. La creencia de que Elías iba a volver para anunciar al mesías estaba muy presente en las mentes de los tres. Y vieron entonces a Moisés el gran caudillo liberador y a Elías el padre de profetas conversando con Jesús de igual a igual.

La nube que es símbolo siempre de la presencia de Dios y la voz que escuchan los deja atónitos. Éste es mi hijo predilecto ¡escúchenlo! Ése es le gran mensaje: escúchenlo a él no se escuchen a ustedes mismos envolviéndose con sus intereses egoístas.

El ideal de Pedro de construir allá arriba tres chozas como las del valle donde la gente celebraba y se divertía queda como algo desprendido de la situación general pero tiene toda la sugerencia de identificar su experiencia con Jesús con la fiesta de la cosecha.

El cambio de Jesús que había tratado tan severamente a Pedro muestra su profunda comprensión de la naturaleza humana que se arrastra muchas veces y otra se exalta, que se equivoca y al mismo tiempo produce grandes resultados. No hay superhombres. La infalibilidad no es cualidad de ninguno. Los que creen superiores por su poder o su situación social, suelen ser los que más cerca se encuentran de la situación de Satanás como Pedro. Y  debería constituir el ideal de la presentación de la iglesia una ostentación de comprensión que la impulsaría  también más severa con los graves escándalos que muchas veces se producen por la inconducta de sus representantes más distinguidos.

 

Domingo 27 de Marzo de 2011 3ro. de Cuaresma (ciclo”A”). Por Guillermo “Quito” Mariani

Tema (4,5-42)

Jesús llega a Sicar y fatigado se sienta a orillas del Pozo de Jacob, a mediodía. Llega una mujer a cargar agua y Jesús le pide de beber. Los discípulos habían ido al pueblo a buscar alimentos.La mujer extrañada le preguntó ¿cómo siendo judío me pides de beber a mí samaritana? Jesús le respondió: Todo el que bebe de esta agua volverá a tener sed y en cambio el que beba del agua que yo le daré nunca más tendrá sed.

Ha llegado la hora en que los que dan culto verdadero adorarán a Dios en espíritu y en verdad. La mujer dijo: Sé que está por venir el mesías, el ungido. El nos explicará todas estas cosas. Jesús le dijo: Soy yo el que te está hablando. La mujer dejó el cántaro y fue al pueblo a decir a la gente: He estado con alguien que me ha dicho todo lo que hice y afirma  ser el mesías. Vengan a verlo. Y vino la gente. Los discípulos le insistían que comiera y él les dijo: yo tengo otro alimento que uds. no conocen y es cumplir la voluntad del Padre que me envió para realizar su obra. Los samaritanos que llegaron le pidieron que se quedara y estuvo con ellos dos días. Muchos creyeron en él y decían a la mujer que no era por lo que ella les había contado sino que lo habían experimentado por sí mismos y estaban convencidos de que se trataba del salvador del  mundo.

Síntesis de la homilía

El pozo de Jacob era uno de los tantos abiertos por la gente para proveerse de agua y abrevar al ganado en medio de la tierra desértica. Jesús fatigado del camino se sienta a descansar y,  coincide con la llega de una mujer del lugar. Una vez más rompe una regla severísima de los judíos “no hablar con extranjeros ni con mujeres”(dos categorías discrimantes) Pide agua mostrándose a su mismo nivel y abandonando la superioridad sostenida por los judíos de pura raza. Después de extrañarse, la mujer seguramente le acerca el cántaro y Jesús sacia su sed y en la conversación manifiesta conocer a fondo la vida sentimental frustrada tantas veces en su pareja. La habla también de un agua oculta que él posee, que quita la sed para siempre. El interés de la mujer va en aumento hasta que culmina con la afirmación de Jesús de que es el mesías. Entonces la mujer se olvida del agua, deja el cántaro y va corriendo a convocar a los vecinos.

Los discípulos que al llegar se habían escandalizado por verlo conversar solo con una mujer, se maravillan más, cuando delante de los samaritanos él rehúsa la comida y habla de un alimento superior que es cumplir con la voluntad del que lo ha enviado. En la alusión a la sed y el hambre de cumplir con la voluntad salvadora del Padre, los samaritanos descubren la importancia de ese predicador y lo invitan a quedarse con ellos que, finalmente, constituyen la primera comunidad de creyentes aceptándolo como salvador del mundo.

Quizás realmente los judíos y su templo eran la continuidad histórica del pueblo liberado por Moisés y sujeto a su Ley, pero la seguridad de ser superiores a todos, conspiró finalmente en su  contra. Ya que precisamente por su religiosidad, fueron precedidos por los samaritanos en constituir la primera comunidad de seguidores de Jesús liberador (no de los judíos sino del mundo).

Del pasaje de Juan se desprende muy inmediatamente una actitud de Jesús directamente revolucionaria contra la discriminación femenina, la racial, la religiosa y hasta con referencia a la sexualidad puesta en observación vigilada por la mentalidad entre los judíos puros, de no permitir la conversación en soledad con ella.

No se entiende cómo en el cristianismo de algunos grupos, entre otros el oficialismo católico, hayan prendido tan fuerte actitudes absolutamente contrapuestas con esta conducta de Jesús. Y no hace falta mirar muy lejos para constatarlo. Quizás con mirarnos nosotros mismos descubriremos raíces de crueles y permanentes discriminaciones.

 

Y ahora…colibríes! Por Guillermo “Quito” Mariani

La inseguridad ciudadana, nacional e internacional ha cobrado gran importancia en los discursos políticos de los últimos tiempos. La campaña antiterrorista global lanzada por Estados Unidos durante la presidencia de Bush, además de la insistencia de la prensa mundial en destacar desde los más pequeños hasta los más terribles actos de agresión injusta, ha difundido, al menos en Occidente, una sensación de constante inseguridad.
Hay que reconocer que constituye un verdadero problema esto de no poder vivir tranquilos a pesar de los perros, las rejas, la vigilancia de los agentes privados, la actuación policial, la disponibilidad de instrumentos tecnológicamente avanzados para la represión del delito o la preparación detallista (suministrada por la SOA), de los responsables y ejecutores de las acciones de contención. Sería ingenuo también, prescindir en este contexto de la poderosa influencia de los medios opositores al gobierno para difundir discursos encendidos de pasión política partidista, al estilo Blumberg, Bergman o el representante del arzobispado de Buenos Aires pbro. Fernández Caride.
Éste es un problema cercano, y mundial. No se puede pasar por alto que internacionalmente hay todo un clima de represión agresiva, conducido indudablemente por los Estados Unidos que, con pretexto de seguridad antiterrorista intentan establece bases militares en todas partes. Y que, con la seguridad de su paraguas antimisilístico ofrece extender su protección a lo países petroleros vecinos a Irán. Esgrimiendo pretextos semejantes al que utilizó para arrasar a Irak, después de declarar enemigo mortal a Bin Laden, a quien había utilizado en otra oportunidad, brindándole armas para atacar a los rusos que invadían Afganistán, con el objeto de que favoreciera así sus propios intereses.
La seguridad internacional está dependiendo absolutamente del espionaje y las armas. Aparece ahora un nuevo instrumento de observación y espionaje. Con financiamiento del Pentágono, la empresa “Aero Cironment” ha logrado la figura exacta de un colibrí con su tamaño de 16 ctms entre los extremos de las alas que se agitan con las misma velocidad hasta hacerlas imperceptibles, de las del vistoso pajarito que nos deleita, con un peso de 19 gs. y otros detalles como la posibilidad de funcionar en ambientes cerrados, que lo convierten, por la cámara incorporada a su cuerpo, en un perfecto “agente secreto” utilizable en mil circunstancias diversas, para violar cualquier intimidad.
La seguridad estadounidense proyectada hacia los enemigos de afuera, no ha logrado ni parece que lo conseguirá, evitar acontecimientos como las matanzas de Columbine con 12 alumnos víctimas y un profesor, ni la de la Escuela técnica de Virginia con 30 asesinados, que se destacan entre otros acontecimiento similares. Todo lo cual no ha sido ni para ellos ni para nosotros suficiente lección para convencernos de que para lograr seguridad es indispensable no crearse enemigos, no vivir de traiciones, no anular con represiones, no fomentar las desigualdades irritantes. Quizás nunca pueda lograrse la “inseguridad cero” pero una acción que ataque las verdaderas causas, haría posible no desperdiciar tantas inteligencias investigadoras, para engañarnos con pequeños pajaritos mortales, y sembrar mayor equidad en el acceso a los bienes de la educación, la salud y la justicia distributiva.

Se fue el Tatic, Samuel Ruiz (1924-2011), el profeta mexicano del siglo XX. Por Enrique Dussel

Ha muerto el 24 de enero el santo profeta de Chiapas, digno sucesor de Bartolomé de las Casas. Este último comenzó su lucha en favor de los pueblos originarios de América en el ya lejano 1514 en el pueblito de Sancti Espíritu de Cuba. Fue obispo de Chiapas desde 1544 hasta 1547, en que fue expulsado por la oligarquía de los conquistadores que ya dominaban esa tierra maya, por su lucha en favor de los pueblos originarios. Algo más de cuatro siglos después, y como continuando la labor de Bartolomé, fue nombrado en 1959 don Samuel Ruiz, a la edad de 35 años, obispo de Chiapas (siendo el más joven del episcopado mexicano de esos años.

Había nacido el 3 de noviembre de 1924 en Irapuato. Estudió primero en León; obtuvo su doctorado en hermenéutica bíblica en la Gregoriana de Roma. Era un hombre letrado, director del seminario de León (como Miguel Hidalgo lo fue del de Valladolid). Asistió al II Concilio Vaticano, participando todavía dentro de las filas del episcopado conservador.

Le tocaron tiempos de profunda renovación de la Iglesia y las convulsiones políticas del 68. En ese tiempo cambiará drásticamente su posición teórica y práctica. Será su comunidad indígena maya la que lo confrontará con la miseria, la opresión, la dominación política, económica, cultural y religiosa que la oligarquía chiapaneca había orquestado como herencia de los conquistadores y de los terratenientes contra ese pueblo originario.

El joven obispo sufre una conversión radical. Ya en 1968 fue uno de los cuatro oradores (sobre el tema de la pastoral indígena) en la Conferencia de Medellín del Celam, donde manifestó su calibre latinoamericano.

Brillará en América Latina como miembro de una camada de obispos que optaron por los pobres del continente, junto a Helder Camara, en Brasil; Leónidas Proaño, en Ecuador, y Óscar Romero, en El Salvador. Será uno de los reformadores de la Iglesia, fundamentando bíblicamente la revolucionaria teología de la liberación que estaba naciendo. Pero aún más, la llevó a la práctica con su pueblo indígena chiapaneco.

Aprendió dos lenguas mayas y se transformó en el profeta de su pueblo. Esto le traerá grandes enemistades, persecuciones, aun de aquellos que hoy, después de su muerte, lo ensalzan. Decía de él, y de don Samuel, el obispo de Cuernavaca don Sergio Méndez Arceo: Nosotros unificamos al episcopado mexicano. ¡Todos están contra nosotros!”

Perseguido por los potentados, los terratenientes, los políticos y hasta por algunos de sus sacerdotes, con indomable brío, con paciencia de indígena, con sacrificio titánico, recorriendo innúmeras veces su diócesis en camioneta, avioneta o a caballo, estaba presente consolando, alentando y dirigiendo a las “comunidades” mayas. Todas lo tenían por tatik (como el tata de los tarascos que fue Vasco de Quiroga); nombrado por ellos mismos “Protector del pueblo indígena”.

Contra viento y marea, y contra la opinión de muchos en el Vaticano (que como decía San Juan de la Cruz a un hermano observante estricto: “¡Cuídate de ir a Roma, partirás descalzo (reformado) y volverás calzado (corrompido)!”), transformó la Iglesia y la sociedad chiapaneca, educó a los líderes indígenas, que de catequistas llegaron a ser diáconos. ¿Qué fueron muchas y muchos comandantes zapatistas sino catequistas de don Samuel Ruiz?

Don Samuel creó proféticamente la conciencia de lucha de su pueblo, del cual, por otra parte, aprendió todo. Por ello, en la celebración de su muerte (no es contradictorio que el pueblo reunido junto a su cadáver exultara un cierto espíritu de profundo regocijo), se gritaba, en algunos casos machete en mano: “¡Samuel vive, la lucha sigue!”; o aquella crítica a la Iglesia de tantas traiciones: “¡Queremos obispos al lado de los pobres!”

Esa Iglesia ocupada en la beatificación de su burocracia (cuyo miembro supremo se le vio fotografiado junto a R. Reagan, o a A. Pinochet, y que se encolerizó ante la presencia de un humilde Ernesto Cardenal de rodillas, y sin embargo, ministro de Estado de la revolución sandinista, junto al gran cartel en el que se leía en la Plaza de la Revolución: “¡Entre cristianismo y revolución no hay contradicción!”

Don Samuel no fue sólo una figura mexicana. Era una personalidad profética latinoamericana, defensor de los derechos humanos de los humildes, de los inmigrantes en toda Centroamérica. Era una figura mundial, recibiendo premios internacionales y doctorados honoris causa en las más diversas y encumbradas universidades en reconocimiento a su pensamiento y a su acción.

Don Samuel es, junto a don Sergio Méndez Arceo, el símbolo más profético de la Iglesia mexicana del siglo XX, y uno de los pastores más importantes de la pastoral indígena en nuestro continente y el mundo. No queda sino alegrarse con el pueblo cuando exclamaba: “¡Samuel vive, la lucha sigue!”

Como Walter Benjamin escribía, se trata de un “mesianismo materialista” (si por “materialista” se entiende cumplir responsablemente con los deberes para con la vida de los pobres y explotados, como los indígenas chiapanecos). Samuel fue heroicamente consecuente con aquél: “¡Tuve hambre y me dieron de comer!” (que del Osiris egipcio pasó a Isaías y al fundador del cristianismo, del cual Samuel fue un digno testimonio).

por: Enrique Dussel, filósofo, emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana

Fuente La Jornada de Mexico