“Quiero crear angustia”. Por Leonardo Boff

“Infalible no es el Papa, es Internet”, dice este hombre de 71 años que destila un humor irónico mientras camina con dificultad por las veredas que lo llevan hasta La Cañada.
Leonardo Boff, referente máximo de la Teología de la Liberación, cáustico crítico de la Iglesia como institución, estuvo aquí por tercera vez para recibir una distinción de la Universidad Nacional de Córdoba y difundir la visión renovada de su pensamiento, siguiendo con lo que él define como su “gitanismo intelectual”.
Desde allí, explicita su misión actual: “Mi función no es crear consuelo, quiero crear angustia en una Humanidad que corre peligro”.
Vital, apasionado y muy afectuoso, dice que Stephen Hawking buscaba la explicación científica del todo, pero renunció. “Se dio cuenta de que eso no explica lo más importante de la vida: el amor, la amistad, la generosidad, esa irrupción fantástica en la que uno se apasiona por el otro. Eso no está en ninguna fórmula matemática”, afirma quien es uno de los redactores de la Carta de la Tierra, adoptada por las Naciones Unidas (ONU).

–¿En qué consiste hoy la Teología de la Liberación?

–Durante las dictaduras militares, era una fuerza de resistencia basada en obreros y campesinos. Después se descubrió que el abanico de pobres era más amplio: indígenas, negros, mujeres. Ahora, a partir de la década de 1990, se ve que la misma lógica que explota a las personas y a los países, explota también a la naturaleza. Dentro de la opción por los pobres, que es la marca registrada de la Teología de la Liberación, hay que insertar al gran pobre que es el planeta Tierra. Así nació una ecoteología de liberación.

–¿Por qué el hombre actúa contra su propio planeta?

–Yo creo que se debe a la ignorancia, a la falta de perspectiva global por no tener informaciones básicas que permitan tomar decisiones verdaderas. Ven sólo sus intereses individuales, no el interés del país y menos el del planeta.

–¿Cómo se resuelve esa contradicción?

–Muchos políticos son corruptos y no representan a sus poblaciones, sino a los capitales y comerciantes y deciden en función de esos intereses. La sociedad civil mundial tiene que tomar en sus manos ese asunto, presionar, crear sus lobbies, estigmatizar empresas.
Coca-Cola y Nestlé, por ejemplo, están privatizando fuentes de agua. El agua es vida y quien controla la vida tiene poder, un poder de vida o muerte. Entonces hay que denunciarlos.

–Stephen Hawking dice que la Tierra es insalvable y propone la colonización del espacio.

–Es una solución desesperada, pero que no tiene viabilidad, porque lo que sabemos hoy por la Hipótesis de Gaia de James Lovelock es que la propia vida ha creado la atmósfera. Entonces, habría que llevar vida y generar condiciones previas para que el ser humano pueda vivir. Y de los planetas que conocemos, ninguno tiene esas condiciones. Creo que la tesis más sensata es decir: nosotros somos un producto de la evolución que ha creado la Tierra; la Tierra ha creado la vida; la vida ha creado al ser humano. Somos seres de este planeta y vamos a participar de su destino.

–¿Qué hacemos para salvarlo?

–Con el paradigma de aumentar el producto interno bruto (PIB), la Tierra no aguanta. Y si de verdad queremos generalizar el bienestar de los países ricos a toda la Humanidad, necesitaríamos tres Tierras. El proyecto dominante es el crecimiento y el consumo ilimitados, pero los recursos son limitados. La Tierra es pequeña, vieja, y no podemos seguir ese plan porque ya no aguanta. Tenemos que pasar de una sociedad industrial que explota la Tierra a una sociedad de sustentación con todas las formas de vida, que es la tesis básica de la Carta de la Tierra.

–¿Cómo lo hacemos?

–La humanidad, a mi juicio, va a aprender del sufrimiento. Los escenarios mundiales son dramáticos: inundaciones, sequías, terremotos, huracanes, luchas por el agua. Eso puede ser leído de dos maneras: o como una tragedia que termina con la especie humana o como una gran crisis de civilización. La humanidad ha vivido muchas crisis de civilización y sobrevivió.

–Usted sigue adelante con su intento de convencer a la mayor cantidad de gente.

–Los políticos tienen que hacer hoy; los intelectuales, pensar para que la Humanidad empiece a hacer otra cosa. Sugiere ideas y pensamientos. Mi función no es traer consuelo, quiero crear angustia. Porque la angustia hace pensar, hace discutir.

–¿Cómo ve a la Iglesia hoy?

–La Iglesia padece una enfermedad muy grande que es el fundamentalismo. Este Papa publicó un documento cuando era cardenal –y lo reafirmó como Papa– que se llama Dominus Iesus. Es el intento de volver a una perspectiva medieval, afirmando que fuera de la Iglesia no hay salvación. La única Iglesia verdadera es la católica. Si se le agrega el escándalo de los pedófilos, es la crisis más grande de la Iglesia después de la Reforma, porque afecta el nudo fundamental de la Iglesia que es su respetabilidad, su confiabilidad, su capital ético, espiritual, afecta a su corazón. Tenemos un liderazgo muy débil que crea confusión en la cabeza de muchos cristianos. Son los límites de la figura de este Papa que fue siempre un profesor, nunca un pastor. Está empezando a ser pastor, pero sin mucho suceso porque se peleó con los musulmanes, con los judíos, con las mujeres. Se ve que no sabe manejar un cuerpo de más de mil millones de personas.

–¿Qué pasa en América latina?

–Acá estamos lejos del centro. Hay mucha vitalidad en las bases de la Iglesia. Por ejemplo, en Brasil hay una red enorme de pastorales sociales y eso se repite en otros países. Simultáneamente, la Iglesia oficial tiene los dos oídos pegados a Roma. Nos escandalizamos mucho cuando vemos cardenales viviendo como príncipes, como grandes señores. A mí me preguntan cómo compaginar eso. Pero no hay que compaginar, hay que denunciar, porque todo eso es contra el Evangelio. El cristianismo ha tenido raíces en el Primer Mundo pero hoy es una religión del Tercer Mundo y Roma no quiere saber nada. Tenemos que hacer hincapié ahí, pedir más poder, más cardenales en Roma. Quisiera un Papa que venga de la periferia del mundo, que sienta en la piel la injusticia y el dolor de la Humanidad.

–¿Cuál es el futuro de la Iglesia?

–Así como va, quedará como una secta de Occidente, insignificante, mientras la globalización abarca a todos. Eso es lo peor que puede acontecerle a la Iglesia de Jesús. No merece eso, porque es una herencia tan generosa, tan humanitaria, del amor incondicional, de aceptar a todas las personas.

Fuente: La Voz del Interior

18 de agosto, Día del Celibato Opcional: Amores compatibles. Por Juan Yzuel Sanz

Cuarenta y cinco años después del Concilio Vaticano II, quedan todavía muchas tareas pendientes tras aquel vendaval del Espíritu que, como deseaba el Papa Juan XXIII, aireó y dio nueva vida a la Iglesia. Una de ellas, de vital importancia, es la vuelta a un ministerio sacerdotal que permita a la comunidad cristiana, como ocurrió en el primer milenio, elegir a sus sacerdotes entre hombres de fe probados y fieles, sean estos solteros (célibes) o casados. Hoy, 18 de agosto, algunos cristianos celebran el Día del Celibato Opcional.

El celibato libremente asumido y vivido con alegría es y será siempre un don maravilloso para la Iglesia y para el mundo. Millones de personas que habitan zonas sumidas en la pobreza y la opresión llevan una vida digna gracias a sacerdotes, religiosos y religiosas entregados al servicio de Dios y de su Pueblo. Otros, en países donde la pobreza consiste en la soledad, la depresión o la falta de sentido, encuentran una mano amiga en quienes están siempre disponibles para escuchar y ofrecer amistad incondicional, perdón, orientación y esperanza.

Aún así, un creciente número de sacerdotes y obispos aprobarían hoy que la Iglesia ordenara a los casados. Pesa, en esta decisión, la falta de vocaciones que asola la Iglesia de los países occidentales y que condena a miles de comunidades a vivir sin la Eucaristía y sin un cuidado pastoral adecuado, pero también la percepción de que es hora de que la Iglesia haga las paces entre cuerpo y espíritu y renuncie a un dualismo de cuño más filosófico que teológico que fue la razón principal de la imposición universal del celibato en el Concilio Lateranense de 1139.

El amor a una mujer y el amor a Cristo y a su causa son compatibles. Así lo creen organizaciones internacionales de curas casados, como el Movimiento por el Celibato Opcional (Moceop), que no sólo reivindican la libertad de elección, sino el sacerdocio femenino y el fin de un sistema clerical de poder en la Iglesia que poco tiene que ver con modelo de comunidad cristiana de los evangelios. Entre ellos ha surgido la iniciativa de celebrar el 18 de agosto como Día del Celibato Opcional, conmemorando la trágica historia de los argentinos Ladislao Gutiérrez y Camila O´Gorman.

Ladislao era, según testimonios de la época, “un joven de pelo negro y ensortijado, cutis moreno y mirada viva, modales delicados y un conjunto simpático”. Ordenado sacerdote a los veinticuatro años, trabajó en Tucumán y luego fue designado párroco en la iglesia del Socorro de Buenos Aires. Poco después de su llegada reparó en una joven alta, de pelo castaño y expresivos ojos oscuros, que solía ir a misa cada día, participaba en los cantos y escuchaba atentamente sus sermones.

No tuvo que esperar mucho para que se la presentaran: pertenecía a una familia de clase alta y era hermana de Eduardo O’Gorman, compañero del seminario y jesuita como él. Poco a poco se hicieron amigos y empezaron a encontrarse en sus paseos. La afinidad espiritual se transformó en amor y la pareja decidió huir. Para ello forjaron un plan: llevarían algo de ropa, lo que pudieran juntar de dinero y dos caballos. El destino final, si todo iba bien, sería Río de Janeiro. El 12 de diciembre de 1847 fue el día elegido para la fuga.

Al llegar a Luján, en una enramada que les había proporcionado el mesonero y bajo la noche refulgente de estrellas, pudieron amarse con libertad por primera vez. Ya en Paraná, en febrero de 1848, consiguieron un pasaporte a nombre de Máximo Brandier, comerciante, natural de Jujuy, y su esposa, Valentina Desan. Allí embarcaron con la complicidad del patrón del barco y llegaron a Goya, en tanto eran buscados a petición del padre de Camila. Al llegar a Goya, con su nueva identidad, pudieron tomarse un respiro y prepararse para la última etapa: Brasil.

Mientras tanto, para ganarse la vida, abrieron una escuela para niños, la primera que existió en esa pequeña ciudad. Pudieron vivir cuatro meses en una relativa felicidad, olvidando la persecución de que eran objeto. Pero el 16 de junio ocurrió el desastre cuando se tropezaron en una casa con un sacerdote irlandés que conocía a Ladislao. Las fuerzas del gobierno los encontraron y apresaron. Tal había sido el escándalo social y político que, en un frío amanecer del 18 de agosto de 1848, fueron fusilados.

La ejecución de Camila durante las últimas etapas del embarazo produjo un escándalo internacional que contribuyó a la caída política del presidente argentino Juan Manuel de Rosas. Los acribillados cuerpos de los amantes lograron, finalmente, perpetuar el abrazo por el cual se les quitó la vida. Su historia fue llevada a la gran pantalla en 1984 por la directora argentina María Luisa Bemberg.
Desde el Concilio, más de cien mil sacerdotes y religiosos han dejado el ministerio por diversas causas, siendo el celibato la más importante de ellas.

Sus historias, a veces trágicas y dolorosas, forman parte de un gran drama humano lleno de dignidad y de fidelidad al evangelio. Muchos rehicieron sus vidas cómo y dónde pudieron, reorientando su vocación de servicio en la política, la enseñanza, la solidaridad, la sanidad, el arte…. Algunos siguen trabajando donde la Iglesia les permite servir. Otros sueñan con poder seguir ejerciendo su sacerdocio y cantan en esta jornada, aquel hermoso himno de Labordeta: “También será posible, que esa hermosa mañana, ni tú ni yo ni el otro la lleguemos a ver, pero habrá que forzarla para que pueda ser”.

Juan Yzuel Sanz
DNI: 18.010.786-S
Teléfono: 625 93 00 67 – 976 74 04 95
C/ María Zayas 19, 2º D
50018 – Zaragoza
Teólogo y educador. Miembro de Moceop. Miembro de la Asociación de Teólogos Juan XXIII

Fuente: Redes Cristianas

Resentimiento, teología y telebasura. Por José Ma Castillo

El Diccionario de María Moliner dice que el resentimiento es: “Sentimiento penoso y contenido del que se cree maltratado, acompañado de enemistad u hostilidad hacia los que cree culpables del mal trato”. Algo muy feo e inconfesable debe tener el resentimiento cuando sabemos que es rarísimo encontrar a alguien que vaya por ahí diciendo que él es un resentido.

Y sin embargo, los resentidos somos legión en este mundo. Lo que pasa es que, como eso es tan feo, los resentidos vamos por la vida haciendo esfuerzos titánicos para ocultar nuestros resentimientos. Más aún, no sólo intentamos “ocultar” que somos unos resentidos, sino que además pretendemos “justificar” el resentimiento. Y para ello, echamos mano de toda clase de argumentos: la justicia, el derecho, el amor, la familia, la muerte y la vida… Y hasta de Dios –sobre todo de Dios– nos acordamos, para dejar claro que nuestros resentimientos no son malos. Es más, que son inevitables, que son necesarios, que son buenos, y que son hasta meritorios.

No exagero. Santo Tomás de Aquino, el patrono de todos los teólogos cristianos, dejó escrito: “para que la bienaventuranza de los santos les satisfaga más, y por ella den gracias más rendidas a Dios, se les concede que vean perfectamente la pena de los impíos” (Sum. Theol. Supl., q. 94, a. 1). Y mucho antes que Tomás de Aquino, Tertuliano (s. III) se regodeaba describiendo el juicio final: “¡Qué espectáculo tan grandioso entonces! ¡Allí gozaré! ¡Allí me regocijaré…! ¡Viendo cómo los presidentes perseguidores del nombre del Señor se derriten en llamas más crueles que aquellas con que ellos mismos se ensañaron contra los cristianos!” (De Spect., c. 29). Estamos, no ya ante la “justificación”, sino ante la “divinización” misma del resentimiento. Nietzsche, que cita estos textos en La genealogía de la moral (I, 15), nos recuerda un principio tan determinante como terrible: “Ver sufrir produce bienestar; hacer sufrir, más bienestar todavía – ésta es una tesis dura, pero es un axioma antiguo, poderoso, humano, demasiado humano” (II, 6).

Y, ¡por favor!, que nadie me venga diciendo que todo esto son cosas de locos, ideas cocidas y recocidas en mentes perturbadas. Nada de eso. Lo estamos oyendo (y lo estamos viendo) todos los días y hasta televisado en directo. Sí, televisado, en programas de mucha audiencia. La telebasura, que tanta gente se chupa, y que tanta gente aplaude cada día, en las horas de mayor audiencia, cuando hasta los niños te dicen quién es quién en cada momento. Pues bien, sepamos todos que eso que llaman el “morbo”, en gran medida está montado, no tanto sobre los chismes de lo que dijo o hizo fulano contra mengano, cuando se pensaban que nadie los veía. Eso es cierto. Pero el andamiaje que sostiene la telebasura es, sobre todo, la justificación y la apología del resentimiento. Un amasijo turbio y pútrido de experiencias, historias y sentimientos malolientes, que sin embargo interesan tanto y tienen tal reclamo, que se pagan a precio de oro. Hasta el extremo de que hay gente que vive de eso. Y vive bien, en estos tiempos de crisis.

Es verdad que el resentimiento fue siempre el mejor caldo de cultivo en el que se cocieron las pócimas envenenadas que rompieron familias y destrozaron las mejores relaciones humanas, tanto en la mal llamada “alta sociedad” como en los peor llamados “patios de vecinas”. Esto fue así toda la vida. Pero lo nuevo ahora es que el resentimiento se exhibe, se paga, se aplaude y hasta se nos propone como espejo en el que los aspirantes a “famosillos” de tres al cuarto se miran y remiran porque representa un futuro apetecible y no sé si hasta una carrera “dignísima” para gentes que uno no sabe si producen vergüenza o lástima.

Todo esto, creo yo, es un síntoma. Un síntoma alarmante. Una sociedad, en la que cada día es más difícil encontrar en los medios propuestas serias de buen nivel intelectual, al tiempo que con demasiada frecuencia te das de bruces con desperdicios que viven del resentimiento, sin duda alguna, es una sociedad en cuyo subsuelo ocurre algo muy preocupante. Los valores que se han difundido –y también los que se han ocultado– nos han metido de lleno en un auténtico proceso de descomposición.

Despenalizaciones. Por Guillermo “Quito” Mariani

La iglesia católica es experta en penalizaciones. Casi se podría afirmar que es mucho más conocida por sus prohibiciones acompañadas de castigo que por sus impulsos para acometer proyectos beneficiosos. El libro del derecho canónico que determina la legitimidad o el delito de los actos de los católicos dedica de sus 1752 cánones,  88  a establecer delitos y penas, si no tenemos en cuenta  todas las obligaciones graves fijadas en cada capítulo, referidas a las actividades que allí se describen. Si bien en todos los casos hay especialistas que le buscan la vuelta para lograr una interpretación benigna, desde la jerarquía suele elegirse como norma, la más severa.

Sin embargo, todo lo establecido por el Derecho canónico es nada si se compara con la actitudes penalizantes asumidas frente a determinadas conductas referidas al orden privado, que no dañan al orden público y constituyen un derecho de la libertad individual y una valoración de la conciencia como última medida de la responsabilidad personal. Y la institución eclesiástica es absolutamente reacia a despenalizar una cantidad de conductas que se califican como pecado y se asocian a ese fracaso definitivo del destino humano que se ha designado como INFIERNO descrito  siempre con una  truculencia superior a la del Dante.

A esta altura de la marcha de la humanidad en que, desde la investigación y la experiencia, se han recogido tantos datos para determinar lo conveniente y lo dañoso para el ser humano, para especificar lo que es humano y antihumano en una cantidad de cuestiones, la iglesia debiera proceder a una rápida despenalización de muchos considerados delitos. Debiera primero, despenalizar el placer, absolutamente condenado en cualquiera de sus niveles corporales. A continuación debían ser abarcadas por esa despenalización, la limitación responsable del número de hijos, la educación sexual considerada impulso excitante, los métodos anticonceptivos modernos, el uso de preservativos entre otras cosas para evitar el SIDA, la situación de los divorciados que han contraído nuevo matrimonio, la acción reivindicativa de los derechos y dignidad de los pobres cuando traspasa los límites de la limosna caritativa, la libertad para pensar y exponer el pensamiento con argumentación y debate, la  democracia inadmisible en su estructura monárquica…y ¡cuántas cosas más!

Pero la inclinación manifiesta es a penalizar. Porque penalizar disminuye al individuo por el temor y lo hace presa fácil del autoritarismo. Afirma un prestigioso historiador latinoamericano Enrique Dussel que ninguno de los grandes descubrimientos científicos a través de la historia ha dejado de darse el lujo, en sus comienzos, de ser condenado por la iglesia.

Está sobre el  tapete la despenalización del aborto. No es extraño que la Iglesia como en tiempos de torturas, dictaduras y represiones carcelarias, insista en el respeto a la vida no nacida justificando su indiferencia frente a las violaciones más crueles de los derechos humanos. El argumento simple es que un delito contra la vida no puede quedar impune. No se puede despenalizar un delito. Pero no se atiende a una razón que destruye la fuerza teórica de ese argumento. Todos los empeños penalizantes han fracasado en el logro de la disminución de los abortos. Y han logrado que en los realizados clandestinamente se pierdan muchas vidas de madres que se deben a muchos hijos. Estas afirmaciones están apoyadas estadísticamente. ¿Por qué no desclandestinizar una práctica que todos deseamos que disminuya, para que pueda recurrirse a todos los medios que hoy suministran la medicina, la psicología, la sociología, las instituciones que se responsabilizan  de la atención a los recién nacidos? ¿Por qué no aprovechar las conclusiones científicas acerca de la humanización de los pre-embriones para proceder inmediatamente en casos de violación?

Estamos pisando un terreno muy frágil. Pero evitar el debate y optar por la penalización es, a mi entender, una tendencia peligrosa y antisocial.

José Guillermo Mariani (pbro)

Los pobres en danza. Por Guillermo¨Quito¨Mariani

Los pobres. Digamos primero que hay seguridad de que existen, en diferentes grados y niveles, porque todo el mundo habla de ellos y opina eligiéndolos como punto de referencia para promesas, críticas políticas, acusaciones de vagancia, delito de portar caras,  lugares donde viven o modos de vestirse.

La afirmación evangélica “a los pobres los tendrán siempre con ustedes”, que no es el planteamiento de una cosa necesaria o justificable, sino la condena de cualquier desigualdad social, y el empujón para comprometerse en su remedio para que lleguen a ser “bienaventurados”, parece haberse puesto de moda.

Revisamos un poco lo que se oye, no sólo en conversaciones “de mate”, sino en discursos que aparecen como muy serios y fundamentados. Así entenderemos el mensaje que nos trasmiten.

Comenzamos por los más resonantes. El presidente de la Sociedad rural en su alocución tan  comentada de la 124 exposición, señaló que las características dolorosas de este bicentenario son la exclusión y la pobreza, y aseguró que desde el Campo hay un plan para eliminar la pobreza.

Es de esperar que ese PLAN no sea el que se está cumpliendo hace bastante tiempo, que defrauda al Estado en miles de millones de pesos por evasión de impuestos, mediante maniobras fraudulentas que complican a abogados, contadores, escribanos y otros profesionales, que mantiene un 70% de trabajadores en negro y salarios menores en un 50% a los que se manejan como promedio.

El Cardenal Bergoglio primado de Argentina, utilizando un mensaje papal para la colecta anual que se denomina “Más por menos”, repitió tardíamente las palabras usadas por el Pontífice para describir la situación mundial: “el escándalo de la pobreza”. Y lo aplicó, con todas sus letras, a la Argentina de hoy, en la fiesta de S.Cayetano del año pasado. En el informe en la visita “ad límina” al Vaticano el cardenal habló del peligro de disolución social por los escándalos de la exclusión y la pobreza que se dan entre nosotros, añadiendo los ataques a la familia y la educación. No es difícil asociar esas declaraciones tardías a un clima eleccionario, tanto más cuando resultaron repetidas con pocas variantes por Cassareto y otros obispos.

Calificar la pobreza como escándalo y afirmarlo eufóricamente supone o que recién se la descubre, o que se ignora la lucha real de distintos sectores por remediarla, o que se está dispuesto a tomarla en serio estudiando y procurando erradicar sus causas. O por lo contrario, que se quiere culpar exclusivamente a los gobernantes del momento, para cambiarlos por otros, que según el Sr.Cardenal  llevarìan a cargo el propio plan alternativo llamado “Contrato Social para el desarrollo” que  propone como puntos salientes: eliminar las retenciones de soja, minimizar las políticas sociales y reprimir el conflicto social.

En realidad ¡hay bastantes coincidencias entre la Rural y la Sede cardenalicia!

Otras opiniones brotan clandestinamente y no trascienden.- Lo que hay que hacer con los pobres es exigirles que trabajen porque son unos vagos.- ¿Qué  es esto que ahora quieren quitar a los grandes empresarios los frutos de su trabajo para entregarlos a las clases improductivas?.- En realidad uno se preocupa por darles limosna para que la aprovechen y lo que pasa es que la gastan en  vino.- Yo estoy tranquila delante de Dios porque doy a los pobres todo lo que me sobra.-

Pero, por otra parte, no se puede dejar de nombrar a los pobres en los discursos políticos porque son un excelente marketing.

El cambio de estructuras económicas, que es indispensable para que se disminuya la pobreza, suscita necesariamente indignación, cortes de rutas y desabastecimiento, golpismos,  discursos encendidos y descalificantes, ira defensiva de todos los monopolios y en especial el de los medios de difusión. Hace falta entonces, mucho coraje para que, aún lentamente, ese proceso se vaya cumpliendo sin  marcha atrás. Cuando los pobres tengan su espacio disminuirá esta danza verbal que los utiliza.

¿Puede Aparecerse la Virgen? Por Ariel Alvarez Valdés

Dos clases de revelaciones

De vez en cuando los diarios y las revistas dan la noticia de que la Virgen María se apareció en alguna parte del mundo, y que reveló ciertos mensajes a la persona que tuvo la suerte de verla.

Unos reaccionan de una manera incrédula. Otros las admiten como ciertas. Y algunos les dan tal importancia, que las equiparan casi a las Sagradas Escrituras y las convierten en el centro de su espiritualidad y de su reflexión.

¿Que enseña la Iglesia acerca de estos mensajes?

Ante todo, y para evitar confusiones, debemos distinguir dos tipos de “revelaciones”: la pública y la privada.

La revelación pública es la que Dios hizo al pueblo de Israel durante su historia. Comenzó a revelar su Palabra a Abraham (según la tradición, hacia el año 1800 a.C.) y terminó con la muerte de Jesucristo y de sus apóstoles (alrededor del año 100 d.C.). Es decir, duró 1900 años, y ya ha terminado. Actualmente, esa revelación está recogida en la Biblia, y se la considera obligatoria e imprescindible para la vida y la salvación de cualquier creyente. Sin conocer estos mensajes, nadie puede decir seriamente que es cristiano.

Se aprueban, pero no obligan

La segunda revelación, la privada, ocurre cuando Dios, la Virgen o algún santo se aparecen a alguien y le dan a conocer un nuevo mensaje.

¿Qué valor tienen estas revelaciones privadas? La Iglesia enseña dos cosas sobre ellas: a) que sólo el Papa o los obispos pueden aceptar oficialmente el culto nacido de la aparición de la Virgen; b) que aunque una devoción sea aprobada por la Iglesia, los mensajes que la acompañan nunca son obligatorios; uno puede rechazarlos y negarse a aceptarlos.

Las apariciones de la Virgen surgieron ya en los primeros siglos de la Iglesia, pero fue a partir del siglo XIX cuando se dieron las grandes manifestaciones: en 1803 la Medalla Milagrosa; en 1846 Ntra Sra de La Salette; en 1858 la Virgen de Lourdes; en 1917 Ntra Sra de Fátima.

Junto con estas devociones, que se extendieron rápidamente por todas partes, se propagó también, aunque quizás de buena fe, el afán de videncia y de lo sobrenatural. Y entre 1928 y 1975 se registraron 255 apariciones de la Virgen en distintas partes del mundo. Italia fue el lugar más prolífico (83 apariciones). Le siguieron Francia (30 apariciones), Alemania (20 apariciones) y Bélgica (17 apariciones).

No todos vienen de arriba

Desde 1975 las apariciones de la Virgen, lejos de disminuir, aumentaron en forma considerable, así como las personas que se presentan anunciando mensajes y revelaciones de ella.

Ahora bien, ¿qué actitud deben tomar los cristianos frente a un mensaje supuestamente revelado por María? En los casos en que la Iglesia no se pronuncia oficialmente (es decir, el 95 % de las veces, ya que conserva una extrema prudencia), ¿podemos nosotros averiguar si una determinada visión tiene cierta seriedad, o es mera sugestión del vidente?

No solamente podemos, sino que debemos hacerlos. El Nuevo Catecismo de la Iglesia Católica dice al respecto: “A lo largo de los siglos hubo revelaciones llamadas privadas, algunas de las cuales han sido reconocidas por la autoridad de la Iglesia. Sin embargo, no pertenecen al depósito de la fe. Guiados por el Magisterio de la Iglesia, los fieles deben discernir y acoger lo que en estas revelaciones constituye una llamada auténtica de Cristo o de sus santos a la Iglesia” (Nº 67).

El Catecismo, pues, advierte dos cosas: a) que no todos esos mensajes vienen necesariamente de Dios; b) que son los fieles quienes deben aprender a discernir cuáles son auténticos y cuáles no.

¿Puede aparecerse la Virgen?

Pero, ¿cómo saber si una revelación es auténtica? ¿Existe alguna regla práctica que pueda aplicarse? Sí, existe. Pero antes de enunciarla debemos hacer tres aclaraciones.

La primera, y siguiendo en esto a las Sagradas Escrituras, es que jamás la Virgen María se apareció a nadie, ni podrá aparecerse a ningún ser humano en este mundo. No existen las apariciones de la Virgen.

¿Por qué no? Porque la Virgen María ha muerto. Y según la Biblia, los muertos no pueden aparecerse nunca a nadie. Quien ha partido de este mundo a la otra vida, al más allá, no puede regresar, ni entrar en contacto físico, ni en comunicación sensible con los vivos (Sal 39,14; Job 10,21-22; 2 Sm 14,14; 12,22-23; Dn 12,2; 2 Mac 7,9; 7,36; Sab 16,14; Lc 16,19-31). El mundo de los vivos y el de los muertos que resucitaron son de dos especies distintas. Y mientras vivamos en la tierra jamás podremos ver, ni oír, ni palpar a éstos, pues no tienen ya un cuerpo físico como el nuestro.

Por eso la Biblia condena severamente todo intento de comunicación con los muertos (Lv 19,31; 20,6), dice que es algo abominable para Dios (Dt 18,11-12), y hasta decretaba la pena de muerte para quien lo hiciera (Lv 20,27). Dios no aprueba, pues, los intentos de comunicación física o sensible con el más allá.

La única excepción fue la de Jesús resucitado, que pudo aparecerse a sus apóstoles porque aún no se había ido al más allá. Pero luego de 40 días subió a los cielos y ya no se apareció más en la tierra. La Biblia afirma que sólo aparecerá por segunda vez al final de los tiempos (Hch 1,11; Jn 14,1-3; Hb 9,28).

¿Entonces cómo debemos tomar los fenómenos marianos llamados “apariciones”?

Apariciones y visiones

Para explicarlos, debemos distinguir entre “aparición” y “visión”. Una “aparición” es un hecho objetivo, que se produce fuera de nosotros, que no depende de quien lo capta sino de quien se presenta. Pongamos un ejemplo. Si se reúne un grupo de personas en una habitación, y de pronto entra alguien por la puerta, todos lo verán. Esa es una “aparición”.

Si, en cambio, en ese mismo grupo alguien comienza a decir: “¡Veo a la Virgen, veo a la Virgen!”, y nadie más que esa persona la percibe, se trata de una “visión”, no de una aparición. Para que sea una aparición debe producirse fuera de la persona, y ser captada por todos.

Ahora bien, todos los fenómenos marianos que se han dado en la historia, han sido siempre “visiones”, no “apariciones”. En el de Lourdes, por ejemplo, la única en “ver” a la Virgen fue la pequeña Bernadette. En el de Fátima o de La Salette, a pesar de los muchos testigos, sólo los pastorcitos “vieron” a la Señora. No fueron, pues, apariciones.

Incluso las miles de personas que el 13 de octubre de 1917, último día de las manifestaciones de Fátima, notaron cómo el sol giraba alocadamente en el cielo cual si fuera una bola de fuego, no contemplaron un hecho real sino una “visión”, aunque de tipo colectiva. En primer lugar, porque en los países vecinos, que estaban alumbrados en ese momento por el mismo sol, no lo vieron girar. Y además, porque de haber girado nuestro sistema solar se habría desencajado y habría saltado hecho trizas.

No debemos pensar que por tratarse de “visiones”, sean necesariamente delirios o desvaríos. Puede suceder que, en ciertas ocasiones, Dios toque la retina, o la sugestión, o la imaginación de una persona y le permita tener una experiencia divina cierta. Pero no deja de ser una “visión”. Ya el papa Benedicto XIV, en 1738, pedía que no se hablara más de “apariciones” de la Virgen, sino de “visiones”.

Para quiénes son los mensajes

La segunda aclaración que debemos hacer, es que las revelaciones marianas, cuando son auténticas, tienen como finalidad santificar al vidente, no a los demás. Por eso son “privadas”. Los casos de Lourdes (cuyos mensajes hicieron santa a Bernadette Soubirous) y de Fátima (cuyos mensajes hicieron a Lucía abandonar el mundo e ingresar como monja de clausura) lo confirman.

El primer destinatario de los mensajes es, pues, la persona que los recibió. Ella es quien debe meditarlos, convertirse y cambiar de vida. Sólo ella queda comprometida a vivir lo que los mensajes piden. En este sentido, la Iglesia considera, con razón, a los videntes como la mejor prueba de la autenticidad de un mensaje.

Si la Virgen quisiera hacer conocer sus mensajes a las demás personas, ¿por qué no se presenta directamente ante los demás? ¿Por qué emplea intermediarios, a veces dudosos, haciendo más difícil las cosas, con el riesgo de que éstos no sean creídos, si la intención de la Virgen es allanar los caminos hacia Dios?

Las experiencias místicas son para santificar al vidente, y a través de él a los demás. Pero no obligándolos a creer en los mensajes, que si bien pueden ser útiles a él, no necesariamente se adecuan a la espiritualidad del resto del pueblo de Dios. Por eso cuando alguna revelación mariana conlleva la orden de ser difundida y obe¬decida en todas partes, no es probable que sea auténtica.

Devoción y revelación

El tercer punto que hay que aclarar, es que cuando el Papa, o un obispo, aprueban una determinada manifestación de la Virgen María, lo que aprueban es el culto, la devoción, el rezo bajo esa determinada forma, pero no la visión ni los mensajes. La Iglesia simplemente constata que el rezar a María en ese lugar, bajo ese nombre, y con esas características, no hace mal ni tiene desviaciones. Pero no asegura que hayan sido auténticas las experiencias que le dieron origen.

Pongamos un ejemplo. En el pueblo de Italia, llamado Loreto, se venera una pequeña casa que, según la tradición, era la residencia de la Virgen María en Nazaret. ¿Cómo llegó esta casa desde Nazaret a Loreto? Según la tradición, cuando en el siglo XIII los cristianos europeos no podían peregrinar a Tierra Santa para visitar los lugares sagrados, porque habían caído en manos de los musulmanes, los ángeles trajeron “volando” la casa hasta Italia, para que los peregrinos pudieran visitarla y no tuvieran que viajar hasta allí. Por eso Nuestra Señora de Loreto es la patrona de la aviación.

Ahora bien, el Papa Sixto V en el s.XVI aprobó la devoción a la Virgen de Loreto, pero no sus “revelaciones”. Es decir, el viaje aéreo de la casa (la cual, según los estudios arqueológicos, ni siquiera corresponde al tipo de edificación palestina) no es objeto de fe.

La Iglesia, cuando acepta una devoción, no avala la revelación que la originó. Aceptó la devoción de La Salette pero no sus mensajes. Aceptó la devoción de Fátima pero no sus tres “secretos”. ¿Por qué esa diferencia? Porque mientras reconoce que las “devociones” no hacen mal (si están correctamente orientadas), las “revelaciones” privadas responden a las necesidades espirituales del que las experimentó, y no a la de los demás creyentes. Por eso la única revelación sobre la que se asienta la fe de la Iglesia, y de la cual da totales garantías, es la Biblia.

La regla de oro

Luego de estas tres precisiones, respondamos ahora a la cuestión central: ¿cómo saber si una revelación privada tiene posibilidad de ser auténtica? ¿Qué características debe mostrar?

Existe una regla de oro para saberlo, y es la siguiente: cuando una revelación privada contradice a la Biblia (revelación pública) no es legítima. Porque la Biblia viene de Dios, y Dios no puede contradecirse.

A la luz de este principio hagamos ahora un análisis de algunos “mensajes” que conocemos, y que se hallan ampliamente difundidos entre muchos cristianos bien intencionados.

En primer lugar, en las revelaciones privadas María ha asumido un rol preponderante. Se la ve por todas partes, varias veces al año, en las ciudades y pueblos más distantes del mundo. Ella es la figura central, fundamental, y a veces hasta reclamando una atención exclusiva a su persona. La Virgen María de los Evangelios, en cambio, siempre se mostró prudente, mesurada, discreta, y en segundo plano respecto de Jesús.

En las revelaciones privadas María habla muchísimo, muestra una locuacidad y verborragia impresionantes. Libros enteros recogen sus mensajes, y se publican gruesos volúmenes con sus profecías y vaticinios. María de los Evangelios, en cambio, casi ni habla. En todo el Nuevo Testamento apenas la oímos expresarse en seis oportunidades. Sólo dijo seis “palabras”. Una menos que las siete palabras de Jesús en la cruz.

En las revelaciones privadas la Virgen María anuncia casi siempre mensajes lúgubres, tétricos, sombríos. Sus vaticinios son de catástrofes y desgracias. Parece haberse vuelto pesimista, depresiva y amargada. María en los Evangelios, en cambio, es una mujer de esperanza, de optimismo y alegría. En los peores momentos de su vida la oímos cantar de gozo, y mirar con confianza el futuro del mundo.

Contra el Hijo

Pero lo peor de todo es que, en las revelaciones privadas, la Virgen María anuncia mensajes que contradicen las palabras de Jesús recogidas en la Biblia. Por ejemplo:

a) Jesús repite constantemente en su prédica: “no tengan miedo” (Lc 5,10; 12,7; Mt 14,27; 17,7; 28,5; 28,10; Jn 14,27; Ap 1,17). En cambio María en casi todos sus menajes parece que buscara aterrorizar a la gente con anuncios tremendistas de infortunios y cataclismos cósmicos.

b) Jesús no quiso dar la fecha del fin del mundo, ni siquiera de un modo aproximado. En cambio, en muchos mensajes María advierte que el fin del mundo está próximo, y hasta ha llegado a fijar la fecha.

c) Jesús enseñó que Dios está al lado de todos los hombres, sean santos o pecadores. Que Dios hace salir el sol sobre buenos y malos, y llover sobre justos e injustos (Mt 5,45). En cambio María en sus mensajes promete únicamente estar al lado de los buenos, y ayudar a los que rezan el rosario, la invocan y la veneran.

La salvación por los ritos

d) Jesús nunca dijo que se salvará sólo quien amen a Dios. Al contrario, reconoció que es posible salvarse sin conocer a Dios, si uno ama y ayuda a sus semejantes; pues con esto está agradando a Dios, sin darse cuenta (Mt 25,40). Y desde el Concilio Vaticano II la Iglesia enseña claramente la posibilidad de salvación de los ateos. En cambio María dice que sólo se salvarán los que tienen fe en Dios y aman a ella.

e) Jesús nunca aseguró que por practicar un rito o devoción los cristianos ganarían la vida eterna. Dejó bien en claro que sólo el amor al prójimo es lo que salva (Mt, 25.31-46; Mc 10,17-22; Jn 13,33). En cambio María advierte en sus mensajes que, para poder salvarse, hay que tener agua bendita, velas para cuando venga la oscuridad final, rezar el rosario, y tener una imagen de Jesús.

f) La Biblia enseña que la idea de salvar a la humanidad viene de Dios. Que él es el autor del proyecto salvífico. La carta a Tito dice: “Dios, nuestro salvador” (1,3; 2,10), y el Apocalipsis: “La salvación viene de nuestro Dios” (7,10; 12,10; 19,1). En cambio María nos dice que Dios quiere castigar al mundo, destruirlo, acabar con los hombres, pero ella hace fuerzas para salvarnos. Con lo cual, quienes aceptan estos mensajes, en vez de buscar la protección en Dios, ¡buscan protección contra Dios!

Salvar a la Virgen

La Virgen María no puede ser la autora de estos mensajes, ni de ningún otro que se les parezca. Un examen sereno nos lleva a concluir que provienen más bien de los traumas, rencores, miedos y resentimientos inconscientes del supuesto vidente.

Y lo peor de todo, es que al atribuírselos a María la hacen quedar muy mal. No tenemos derecho a agraviar a la Virgen de ese modo, atribuyéndole textos y mensajes que lejos de expresar su grandeza resultan más bien ofensivos para ella. La imagen que se desprende de éstos es más la de un ser vengativo y rencoroso, que la de que aquella que cantaba: “La misericordia de Dios se extiende de generación en generación” (Lc 1,50).

María fue la criatura más sublime de la historia de la salvación. La Biblia le otorga títulos que no se los da a ningún otro ser humano. Es la “Llena de gracia” (Lc 1,28), la “Bendita entre las mujeres” (Lc 1,42), la “Bienaventurada por todas las generaciones” (Lc 1,48). Y los católicos debemos cuidar que su imagen nunca se opaque para que siga siendo el reflejo de la alegría, la esperanza y el optimismo cristianos.

Fuente Blog de X Pikaza

Adán y Eva: ¿origen o parábola?. Por Ariel Alvarez Valdés

Según la Biblia, Dios formó a Adán, el primer hombre, con barro del suelo. De una costilla suya hizo a Eva, su mujer. Y luego los colocó en medio de un paraíso fantástico. Ambos vivían desnudos sin avergonzarse, y Dios, por las tardes, solía bajar a visitarlos y a charlar con ellos (Génesis 2).

Esta historia, que nos entusiasmaba cuando éramos niños, nos pone en serias dificultades ahora que somos grandes. La ciencia moderna ha demostrado que el hombre ha ido evolucionando a partir de seres inferiores, desde el Australopitecus, hace unos tres millones de años, pasando por el Homo erectus, el Homo habilis y el Homo sapiens, hasta llegar al hombre actual.

Hoy sabemos, pues, que el hombre no fue formado ni de barro ni de una costilla; que al principio no hubo una sola pareja sino varias; y que los primeros hombres eran primitivos, no dotados de sabiduría ni perfección.

¿Por qué la Biblia relata de esta manera la creación del hombre y de la mujer? Sencillamente porque se trata de una parábola, de un relato imaginario que pretende dejar una enseñanza a la gente.

Lo compuso un anónimo catequista hebreo, a quien los estudiosos llaman el “yahvista”, alrededor del siglo X a.C. En aquel tiempo no se tenía ni idea de la teoría de la evolución. Pero como su propósito no era el de dar una explicación científica sobre el origen del hombre sino el de proveer un acercamiento religioso a él, eligió esta narración en la cual cada uno de los detalles tiene un mensaje religioso, según la mentalidad de aquella época. Trataremos ahora de averiguar qué quiso enseñarnos el autor con este relato

Un Dios alfarero
El primer detalle que llama la atención es que el texto afirme que el hombre fue creado de barro. Dice el Génesis que en el principio, cuando la tierra era aún un inmenso desierto, “Yahvé Dios amasó al hombre con polvo del suelo, y sopló sobre sus narices aliento de vida; y resultó el hombre un ser vivo” (v.7).

Para entender esto, hay que tener en cuenta que a los antiguos siempre les había llamado la atención ver que poco tiempo después de muerta una persona, se convertía en polvo. Esta observación les llevó a imaginar que el cuerpo humano estaba fundamentalmente hecho de polvo. La idea se extendió por todo el mundo oriental, a tal punto que la encontramos manifiesta en la tradición de una mayoría de pueblos. Los babilonios, por ejemplo, contaban cómo sus dioses habían amasado con barro a los hombres; y los egipcios representaron en las paredes de sus templos a la divinidad amasando con arcilla al faraón. Griegos y romanos compartían igualmente esta opinión.

Cuando el escritor sagrado quiso contar el origen del hombre, se basó en aquella misma creencia popular, pero agregó una novedad a su relato: el ser humano no es únicamente polvo: posee en su interior una chispa de vida que lo distingue de todos los demás seres vivos, porque al venirle de Dios, lo convierte en sagrado. Y no sólo sucede esto al rey o al faraón, sino también al hombre de la calle. Eso quiso decir cuando contó que Dios “le sopló en la nariz”. Empezaba así a revolucionarse la concepción antropológica de la época.

La imagen de un Dios alfarero, de rodillas en el suelo amasando barro con sus manos y soplando en las narices de un muñeco, puede resultarnos algo extraña. Sin embargo, en la mentalidad de aquella época era todo un homenaje para Dios.

En efecto, de todas las profesiones conocidas en la sociedad de entonces, la más digna, la más grandiosa y perfecta era la del alfarero. Impresionaba ver a ese hombre que, con un poco de arcilla sin valor, era capaz de moldear y de crear con gran maestría preciosos objetos: vajillas, vasos refinados y exquisitos utensilios.

El yahvista, sin pretender enseñar científicamente cómo fue el origen del hombre, puesto que no lo sabía, quiso indicar algo más profundo: que todo hombre, quienquiera que sea, es una obra directa y especialísima de Dios. No es un animal más de la creación, sino un ser superior, misterioso, sagrado e inmensamente grande, porque Dios en persona se tomó el trabajo de hacerlo.

La imagen de Dios Alfarero quedó consagrada en la Biblia como una de las mejor logradas. Y a lo largo de los siglos reaparecerá muchas veces para indicar la extrema fragilidad del hombre y su total dependencia de Dios, como en la célebre frase de Jeremías. “Como barro en las manos del alfarero, así son ustedes en mis manos, dice el Señor” (18, 6).

La soledad del hombre
A continuación aparece en el relato una serie de pormenores curiosos y muy interesantes. Dice que Dios colocó al hombre que había creado en un maravilloso jardín, lleno de árboles que le darían sombra y lo proveerían de sabrosas frutas (v. 9). El agua sobreabundaba en ese jardín, ya que estaba regado por un inmenso río, con cuatro grandes brazos.

Como la vida de aquella época transcurría en terrenos desérticos donde el agua resultaba tan difícil de conseguir, semejante descripción despertaba sus apetencias y daba una imagen perfecta de la felicidad que ellos habrían deseado gozar.

Pero de repente el relato se detiene. Algo parece haber salido mal. Dios mismo presiente que no es muy bueno lo que ha hecho: “No es bueno que el hombre esté solo” (v. 18). Lo ha rodeado de lujos y bienestar, pero el hombre no tiene a nadie con quien relacionarse.

Ante esta circunstancia, dice el Génesis, Dios busca corregir la falla mediante una nueva intervención suya. Con gran generosidad crea todo tipo de animales, los del campo y las aves del cielo, y se los presenta al hombre para que ponga a cada uno un nombre y le sirvan de compañía (v. 19). Sin embargo, no encuentra un compañero adecuado para el hombre. Tampoco los animales resultan una compañía ideal para él (v. 20). ¿Dios se ha equivocado de nuevo?

Luego de reflexionar, intentará subsanar su segunda equivocación mediante una obra definitiva: “Entonces Yahvé Dios hizo caer un profundo sueño sobre el hombre, el cual se durmió. Le quitó una de las costillas, y rellenó el vacío con carne. De la costilla que Yahvé Dios había tomado del hombre formó una mujer y la llevó ante el hombre. Entonces éste exclamó: Esta vez sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne. Será llamada varona porque del varón ha sido tomada” (v. 21- 23).

Finalmente, Dios tiene éxito. Puede sonreír satisfecho porque ahora sí ha conseguido un buen resultado. El hombre encontró su felicidad con la presencia de la mujer.

Las enseñanzas de este relato son profundas:
La primera: que la soledad del hombre no es buena. Que no ha sido creado como un ser autónomo y autosuficiente, sino necesitado de los demás, de otras personas que lo complementen en su vida, sin ellas el mismo hombre “no es bueno”.

La segunda enseñanza está en la frase que dice que en los animales Adán “no encontró una ayuda adecuada”. Quiso advertir con ella que los animales no están al mismo nivel del hombre; que no tienen su misma naturaleza; y por lo tanto no estaba bien que este se relacionara con aquellos como lo hacía con las personas.

La tercera enseñanza pretende explicar que está bien para el hombre dejar a su padre y a su madre, afectos tan sólidos y estables en aquella época, para unirse a una mujer. Es el primer canto de la Biblia al amor conyugal.

Otro detalle fascinante es el profundo sueño que Dios hizo caer sobre Adán antes de crear a la mujer. Muchos lo interpretan como una especie de anestesia preparatoria, ya que Dios está por intervenir quirúrgicamente a Adán para extraerle una costilla, y quiere primero volverlo insensible.

Más bien el sueño de Adán tiene que ver con la concepción que el autor tenía de la acción creadora. Crear es el secreto de Dios. Solo Dios lo conoce y solo Él sabe hacerlo. El hombre no puede presenciar el acto de creación de Dios. Por eso duerme cuando Dios crea. Al despertar, no sabe nada de lo que ha pasado. La mujer recién creada, tampoco porque cuando se da cuenta de que existe, ya ha sido formada.

Con esta escena la narración advierte que la actuación de Dios en el mundo es invisible para los ojos humanos. Solo quien tiene fe puede descubrirla. Nadie logra contemplar a Dios que pasa por su vida, si está dormido y no despierta a la fe.

Un hombre y una mujer
Pero el momento culminante de la narración y de alguna manera el centro de todo el relato, lo constituye el detalle de la mujer formada de la costilla de Adán.

Nuestro autor emplea aquí una bellísima imagen para dejar a los lectores una lección grandiosa. Para crear a la mujer, Dios no tomó un hueso de la cabeza del hombre, pues ella no está destinada a mandar en el hogar; pero tampoco la hizo del hueso del pie, porque no está llamada a ser servidora del hombre. Al decir que la crea de su costilla, es decir, de su costado, la coloca a la misma altura que el varón, en su mismo nivel y con idéntica dignidad.

Tal atrevimiento de declarar a la mujer semejante al varón, debió de haber irritado enormemente a sus contemporáneos, y sin duda constituyó una idea revolucionaria en su época.

El relato termina con un último detalle sugestivo: “Los dos estaban desnudos, el hombre y su mujer, pero no se avergonzaban el uno del otro” (v. 25). Más adelante, cuando se desate el drama del pecado original sobre Adán y Eva, dirá: “Entonces se les abrieron a ambos los ojos y se dieron cuenta de que estaban desnudos” (3, 7).

Esta alusión alimentó la imaginación de millones de lectores a lo largo de los siglos, y llevó a pensar que el pecado original tenía que ver con el sexo. Pero en realidad el autor con esta observación solo buscaba transmitir un último mensaje a sus lectores, basado en la experiencia cotidiana. En ella veía cómo los niños pequeños andaban desnudos sin avergonzarse. En cambio al entrar en la pubertad, percibían su desnudez y se cubrían. Ahora bien, esa época coincidía con la edad en la que todos toman conciencia del bien y del mal, y son responsables de sus actos.

El yahvista quiso decir que toda persona, al entrar en la adultez, es pecadora, y por lo tanto responsable de las desgracias que existen en la sociedad. Nadie puede considerarse inocente frente al mal que lo rodea, ni puede decir: “yo no tengo nada que ver”. Por eso todos sienten vergüenza de su desnudez.

La Biblia no enseña cómo fue el origen real del hombre y de la mujer, porque el escritor sagrado no lo sabía.

Pero, como vimos, tampoco le interesa contar “cómo” apareció el hombre sobre la tierra, sino “de dónde” apareció. Y su respuesta es: de las manos de Dios.

El “cómo” deben explicarlo los científicos. El “de dónde” lo responderá la Biblia. Y algo más profundo: que todo hombre, quienquiera que sea, es una obra directa y especialísima de Dios.

Fuente: Atrio.org

Aplausos y sonrisas. Por Guillermo “Quito” Mariani

Es muy lindo compartir momentos en que la alegría se escapa de los corazones por los labios y las manos y las exclamaciones se juntan a los aplausos aprobando espectáculos artísticos, afirmaciones valiosas, originalidades ingeniosas, valentía de denuncias peligrosas, optimismos esperanzadores y muchas otras cosas del mismo estilo. Así compartir es una fiesta y el espíritu se alienta para superar momentos difíciles e inevitables.

Pero  cuando las sonrisas y aplausos son “comprados” (clack) o expresión de falta de argumentos, o burlas de la historia y la realidad, uno tiene la sensación de que se está apoyando en un tronco hueco que transforma las sonrisas en fisuras y los aplausos en quejidos del árbol que se derrumba.

Porque, cuando todo está preparado y en el entorno de quien se juzga protagonista principal del espectáculo o la historia, ocupan puestos de privilegio, los que, condicionados por su necesidad de contar con el apoyo del que dispone de medios para favorecerlos, no pueden dejar de asentir, sonreír y aplaudir en momentos determinados, es inevitable sentirse molesto si se tiene una dosis de sentido crítico. Porque esa situación exalta y euforiza como una droga a quien la provoca, y entonces las agresiones, los errores históricos, las amenazas y las arengas triunfales saltan como resortes sin freno y no se tienen en cuenta los excesos.

Que cada uno, sobre todo en política y tiempos eleccionarios, presente un programa racional y lógico, y descalifique así los proyectos de quienes considera opuestos a sus propios planes, es absolutamente natural y  necesario. Pero no es admisible que se desfigure impunemente la historia para aparecer sin culpas.  Y más aún para mostrarse como únicos constructores de todos sus valores y riquezas.

Lo hemos vivido y lo vivimos en diversos contextos. Así, por ejemplo, con los que se consideraron desde la dictadura militar opresora, héroes de la paz y del progreso argentino. Hoy, ante los tribunales y millares de testigos que los condenan, o se duermen indiferentes, simulando que tienen tranquila la conciencia o defienden descaradamente los excesos que cometieron contra los derechos humanos más fundamentales.

Con esto, la afirmación de que los vencedores son definitivamente los que escriben la historia, ya no puede ser sostenida, a Dios gracias, como ley sin excepciones. Aunque los crímenes del franquismo queden cubiertos por la niebla de una España “nacionalista y católica”. Aunque los delitos del capitalismo financiero hayan sumido a gran parte de las naciones en una crisis cuya solución está exigiendo dilapidar una cantidad de recursos de los que se debiera disponer para solucionar el hambre  en el mundo, que tantos de los que lo producen gustan usar  como argumento sentimental para redimirse, entre nosotros la Justicia y la Memoria se han unido para combatir la impunidad. Ya, aunque se pueda escribir una historia diferente contando con la complicidad mediática, Martínez de  Hoz y  Cavallo han sido señalados por la Justicia como delincuentes económicos.

Y en esta línea aparecerán otros seguramente. Ya los pequeños productores o arrendatarios que habían cedido a la seducción de patrones ricos enriqueciendo a sus trabajadores, reclaman por sus derechos conculcados. Ya se decide aceptar los reclamos de esa gente postergada. Y todo esto sí es para sonreír y aplaudir.

José Guillermo Mariani (pbro)

La Ley Natural. Por José Ma Castillo

En los comentarios, que hacen los visitantes de este blog, con frecuencia se recurre a la “ley natural”. Como es un asunto al que algunos le conceden notable importancia, me ha parecido que puede ayudar a los lectores aclarar algunas cuestiones relativas a esa ley.

Lo más elemental: en todos los manuales de filosofía y de ética (los que hablan de este tema), lo primero que se explica es que no es lo mismo la ley “natural” que la ley “positiva”. La ley “natural” (si es que existe) es la que está inscrita en la naturaleza del ser humano, de forma que todo ser humano, por el solo hecho de serlo, por eso lleva en sí la ley “natural”, como lleva en sí todo lo que es “natural” al ser humano, por ejemplo, respirar, tener hambre, sufrir, morir… La ley “positiva” es la que brota, no de la “naturaleza” humana, sino de una “autoridad” (religiosa, civil, militar…). Si la autoridad es religiosa, en ese caso, la ley ya no se percibe por la “naturaleza”, sino por la “fe” (por la “creencia”). El acto religioso no es nunca (ni puede serlo) una “necesidad natural”, sino que es siempre una “creencia libre”. Si deja de ser libre, deja de ser meritorio y, por tanto, deja de ser religioso. Por tanto, no se puede decir que los “diez mandamientos” pertenecen a la ley natural. Los diez mandamientos pertenecen a la Ley de Moisés. Y así los han vivido siempre los israelitas. Y no vale decir que fue Dios el que le dictó esa ley a Moisés. Aparte de que eso necesita sus debidas matizaciones, los que creen que esos mandamientos se los dictó Dios a Moisés, creen eso por un “acto de fe”, no por una “necesidad de la naturaleza”, que (por definición) es la misma para todos, lo mismo para los israelitas creyentes que para los habitantres de Australia o de la Patagonia.

No entro aquí a explicar las muchas y complicadas explicaciones que se le han dado a la llamada “ley natural”, desde Aristóteles, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta los incontables comentarios que se han escrito sobre el concilio Vaticano II y sobra la encíclica Humanae Vitae, de Pablo VI. Lo que quiero dejar claro es que la idea misma de “Ley Natural” entraña, como supuesto previo, que existe una naturaleza común y esencial, que es igual en todos los seres humanos, independientemente de las condiciones históricas y culturales. Lo cual es evidente cuando se trata de cosas tan “naturales” como son, por ejemplo, las necesidades biológicas básicas. Pero, ¿se puede afirmar lo mismo de las exigencias de la moral católica, cuando se refiere, por ejemplo, al matrimonio monógamo e indisoluble y siempre abierto a la vida, a la prohibición tajante del aborto en todos sus supuestos, a la maldad de la masturbación o cualquier posible unión homosexual?

Como respuesta a esta pregunta, planteo la siguiente reflexión. Tanto en antropología, como en paleontología o biología, se da por demostrado que la existencia de la especie humana, que “alcanzó el tipo de inteligencia necesario para establecer una civilización”, existe desde hace cien mil años (E. Mayr, en Bioastronomy News, 7, nº 3, 1995). De estos cien mil años, sólo conocemos por la historia unos cinco mil. Es decir, los seres humanos han vivido en este mundo seguramente 95.000 años sin que sepamos casi nada de cómo vivían y menos aún de las ideas morales que tuvieran o pudieran tener aquellos lejanos y desconocidos antepasados nuestros.

Pues bien, si efectivamente existe la llamada “ley natural”, y esa ley incluye todo lo que enseñan algunos libros de moral y no pocos catecismos, entonces hay que suponer que toda la gente, que ha habido en el planeta Tierra desde hace cien mil años, veían y pensaban que eran cosas malas y perversas la fornicación fuera del matrimonio, el matrimonio que no se restringía a la unión entre un hombre y una mujer, como compromiso indisoluble y abierto siempre a la vida, además pensaban que la masturbación era una cosa antinatural, al igual que las relaciones homosexuales, por no aludir a prohibiciones más sutiles de la moral católica como los malos pensamientos, las malas miradas y los malos deseos.

Si es que tomamos en serio la existencia de la ley natural, vamos a tomar en serio también sus exigencias y sus consecuencias. Pero, ¿se puede tomar realmente en serio que los hombres y las mujeres de hace 50.000 o 70.000 años, cuando copulaban o se apareaban, para procrear o simplemente para satisfacer un instinto natural, tenían en sus cabezas todo lo que dicen algunos moralistas católicos que es obligatorio “por ley natural”?

“Natural” es comer o dormir. Por eso comían y dormían las gentes de hace miles de años. Como ahora lo hacen los individuos de tribus amazónicas o africanas; y lo hacemos en Europa y Asia. Pero, ¿es imaginable que suceda lo mismo cuando nos ponemos a hablar de las propuestas éticas de Sófocles o Aristóteles, de Cicerón y Lactancio, de Tomás de Aquino y F. Suárez, de los manuales de Arregui y Zalba, de los catecismos de antes del Concilio, durante el Concilio y después del Concilio?

Yo aconsejaría simplemente que, cuando hablamos de temas que tienen una larga y complicada historia, por lo menos nos informemos debidamente antes de hablar.

Fuente: Teología sin censura