Modernidad y premodernidad en el Vaticano. Por Juan José Tamayo

En el Vaticano conviven hoy dos tendencias no fácilmente armonizables: la espectacular representación de la dimisión y despedida del Papa, y el funcionamiento premoderno de la institución eclesiástica. Es lo que llamaría el filósofo de la esperanza Ernst Bloch la “no-contemporaneidad”. Lo estamos viendo y viviendo estos días, y lo seguiremos comprobando hasta que se produzca la elección del nuevo Papa.Juan José Tamayo Acosta

La dimisión, contra todo pronóstico, y la despedida, producida con gran celeridad, han contado con un estética impecable, diseñada por el propio papa hasta los mínimos detalles: el nombre a dar al dimisionario, el tratamiento a recibir, la ropa a vestir, los zapatos a calzar, el servicio femenino por el que va a ser atendido, el juego de luz de la despedida del atardecer del 28 de febrero con el helicóptero sobrevolando la cúpula del Vaticano, las decenas de miles de personas despidiendo al papa en la plaza de san Pedro, las miles de personas para recibirlo en Castelgandolfo a su llegada.

Era lo más parecido a la despedida en vida de una estrella. Todo un espectáculo transmitido en directo donde nada desentonaba. El diseño fue perfecto con los medios técnicos más modernos, sin reparar en costes económicos. Pareciera que la crisis que azota a la sociedad italiana se hubiera detenido en el Vaticano y no le afectara. A todo esto cabe añadir la impresión de la gente más crédula que decía ver en el helicóptero sobrevolando el cielo romano el revoloteo del Espíritu Santo por la cúpula del Vaticano asistiendo a la Iglesia en sede vacante. ¡La tercera persona de la Santísima Trinidad, no en forma de paloma sino a modo de helicóptero: el extremo de la posmodernidad!

Esta representación contrasta con la premodernidad del Vaticano -cuyo reloj pareciera haberse detenido en el Medioevo-, que se manifiesta en la organización, la doctrina y la moral de la Iglesia católica, que es la monarquía más longeva de la historia. Ella conserva intactas las estructuras del Antiguo Régimen con un dirigente que detenta el poder absoluto, tiene el título de Vice-Cristo y está investido de un atributo que ningún otro poderoso ha osado reclamar: la infalibilidad. Tiene carácter estamental: clérigos-laicos, jerarquía-pueblo cristiano, Iglesia docente-Iglesia discente. Posee una estructura patriarcal: las mujeres no son consideradas sujetos morales ni eclesiales; a ellas no se les reconoce capacidad para ejercer funciones sacerdotes y directivas, alegando para ello que esa fue la voluntad de Cristo al “fundar la Iglesia”.

La mejor representación de la premodernidad de la Iglesia católica es la institución del cónclave: 115 príncipes de la Iglesia, nombrados por los dos papas anteriores, elegirán al “Vicario de Cristo”. No creo que, con esa forma de elección, el nuevo papa se considere representante de los cerca de 1200 millones de católicos de mundo. Si quiere serlo deberá cambiar las normas de elección e iniciar un proceso de democratización de la Iglesia desde abajo. De lo contrario sólo representará a los 115 que lo han elegido. Y esa me parece una representación muy exigua para lo numerosa que es la Iglesia.

 

Fuente: Redes Cristianas

Entrevista a Juan José Tamayo sobre el Congreso de Teología

 El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico. 

-Un año más, un Congreso más y van…

-Es el XXXI Congreso. Lo venimos celebrando ininterrumpidamente desde 1981 con una participación muy numerosa. El año pasado se inscribieron cerca de 950. En plena crisis religiosa, de avance del ateísmo y de rechazo de la religión, este Congreso es un ejemplo de vitalidad del cristianismo liberador.

-Este año sobre los fundamentalismos. ¿Por qué?

Porque los fundamentalismos, lejos de retroceder, avanzan, más aún, galopan en todos los terrenos y se apropian cada vez de más parcelas de la vida personal y social, religiosa y cultural, política y económica. No hay más que abrir los ojos y comprobar el avance de los partidos xenófobos e islamófobos en Europa, que han entrado en los parlamentos regionales, municipales y nacionales, e incluso en los gobiernos d distintos países, y el fanatismo de no pocos ideólogos y líderes religiosos, que queman libros sagrados de otras religiones, cometen atentados terroristas en nombre de Dios…Por ejemplo, la masacre de Oslo y a los atentados terroristas del 11-S, ambos llevados a cabo por motivaciones religiosas (”en nombre de Dios”).

El fundamentalismo es un fenómeno religioso en su origen, pero se está trasladando a otros ámbitos del quehacer humano. Hay un fundamentalismo político, que es la religión del Imperio; económico, que es la la religión del mercado; el patriarcal, que se traduce en el control del orden social por el varón y la imposición de los “supuestos” valores patriarcales en todos los órdenes de la vida; el cultural, que afirma la superioridad y absolutización de una cultura, en nuestro caso, de la cultura occidental; el científico, cuando la ciencia absolutiza su método de acercamiento de la verdad y lo impone al resto de los campos del saber.

Lo preocupante de los fundamentalismos hoy no es sólo el fenómeno en sí, sino que está instalado en las cúpulas de la mayoría de las religiones, de la política, de la economía e incluso de los Estados, etc. Es una de las más graves patologías de nuestro tiempo.

El papado es la institución fundamentalista por excelencia, que carece de fundamento bíblico y teológico y, por supuesto, no es de institución divina. El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico.

-Pagola denuncia hoy en RD a los “sectores que se dicen cristianos y se sirven de Internet para sembrar agresividad y odio”

-Pagola habla con fundamento porque es víctima, lo mismo que lo somos otros colegas, de las agresiones verbales de los fundamentalistas. Me parece un denuncia muy pertinente, ya que internet es uno de los cauces de expresión privilegiados de los fundamentalistas, no para debatir, contra-argumentar y dialogar civilizadamente entre posiciones ideológicas diferentes, sino insultar y desprestigiar con descalificaciones gruesas que llevan una fuerte carga agresiva, puede conducir a la violencia, tiene incubado el virus del odio, que extiende a otras personas y sectores. Y lo hacen, no con nocturnidad, sino a plena luz del día, con alevosía, bajo anonimato y la impunidad. Y lo más triste y preocupante es que se trata de correligionarios.

-¿La jerarquía católica alimenta esta dinámica de confrontación entre los diversos sectores eclesiales?

-En cierta medida sí, porque sus posiciones son muy afines con las de los integristas. No hay más que leer algunos documentos y algunas declaraciones papales y episcopales contra la teoría de género, contra el laicismo, contra determinadas leyes aprobadas por los Parlamentos. Me atrevo a hablar de una condescendencia y una complicidad con dichos sectores, a quienes los dirigentes eclesiásticos nunca corrigen, amonestan o condenan, y, frecuencia, amparan y legitiman. Existe una alianza entre la jerarquía católica, el integrismo católico y el integrismo político. En vez de posibilitar el diálogo entre los diferentes sectores católicos, la jerarquía toma partido abiertamente por los grupos citados, que se convierten en confidentes y colaboradores suyos.
Esto no hace fácil el diálogo con los colectivos de cristianos y cristianas, teólogas y teólogos crítico. Los cauces de comunicación de la jerarquía con los movimientos cristianas que defienden la reforma de la Iglesia conforme al concilio Vaticano II están cortados. Y no es sólo incomunicación, sino condenas, anatemas de los obispos y del propio papa a estos grupos. Se está produciendo una ruptura eclesial y una fractura teológica de difícil -por no decir, imposible- recomposición.

La experiencia de nuestros Congresos es emblemática al respecto. Al principio los celebrábamos en locales de instituciones religiosas (Fundación Pablo VI, Colegio Obispo Perelló, Colegio de los Escolapios). Desde hace quince años los celebramos en la Sede de Comisiones Obreras de la Región de Madrid, porque los obispos prohibieron a los directores de los colegios que nos autorizaran el uso de los locales. Durante varios años intervinieron algunos obispos en las conferencias y mesas redondas, donde podían expresar libremente sus opiniones, como el resto de los participantes. Incluso algunos asistieron a título personal. Después, no sólo prohibieron el uso de colegios religiosos, sino que algunos obispos escribieron cartas a los religiosos y religiosas para disuadirlos de asistir.

-¿Es posible que en la Iglesia puedan convivir las diferentes sensibilidades? ¿Cómo?

-Es necesario. ¿Por qué podemos convivir en la sociedad personas y colectivos de distintas tendencias ideológicas, políticas, éticas, etc., y no va a ser posible que esa convivencia se produzca en la Iglesia católica? ¿Cómo? Renunciando a actitudes condenatorias, intransigentes, excluyentes, fomentando el diálogo, la comunicación horizontal, respetando el pluralismo

-Una de las estrellas invitadas es el ex abad Franzoni…

-Franzoni es una de las personas más autorizadas para hablar de “El movimiento restauracionista en la Iglesia y la represión contra los teólogo de y las teólogas”. Fue abad de una de las principales basílicas de Roma, San pablo de Extramuros, y, como tal, con 36 años, participó en el Concilio Vaticano II. Hoy es uno de los pocos padres conciliares en activo. A sus 83 años tiene una lucidez envidiable y conserva el sentido crítico de la época del Concilio. Parece, por ello, la persona indicada para hablar de la involución eclesial, él que la ha seguido muy de cerca, pared con pared con el Vaticano, que la conoce muy bien, que la ha estudiado y sistematizado, que la ha vivido y padecido en su propia carne. ¡Y ha resistido! Nunca tiró la toalla. Todavía hoy sigue trabajando por la reforma de la Iglesia con el mismo empeño de hace cincuenta años, en el seno de las comunidades de base y en sintonía con los movimientos sociales. Es un honor que haya aceptado la invitación y será un privilegio escucharlo. Él sitúa el comienzo del movimiento restauracionista en la Iglesia católica no en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino en el propio concilio Vaticano II y Pablo VI. Creo que lleva razón.

-¿Cuánta gente se espera?

El año pasado, como dije, llegamos aproximadamente a mil. Este año esperamos mantener el número de participantes, e incluso incrementarlo.

-Los sectores neoconservadores les acusan a ustedes de ser pocos y viejos y, por lo tanto, condenados a desaparecer…

-Pocos y viejos. Se ve que quienes nos acusan no se han mirado al espejo, ni van a las iglesias los domingos, ni son conocedores de las encuestas. Esa descripción es precisamente la perfecta radiografía del catolicismo institucional. ¿Somos pocos? Depende. Reunir cada comienzo de septiembre, a la vuelta de las vacaciones de verano, a cerca de mil persona desde hace 31 años ininterrumpidamente no parece dar la razón a los críticos. Hay que tener en cuenta que, además, a lo largo del año se celebran Congresos y Encuentros similares en casi todas las regiones españolas. En cualquier caso no se pretende reproducir un cristianismo triunfalista de masas, un cristianismo-espectáculo, sino generar dinámicas de participación y convivencia, crear círculos de diálogo y encuentro, fomentar espacios de reflexión y compromiso. ¿Condenados a desaparecer? Es una profecía que los agoreros vienen haciendo casi desde el principio de la celebración de los Congresos. Y hasta ahora no se ha cumplido. Que sigan haciéndola y sigan equivocándose. Si eso les hace felices… Cada uno se consuela como puede. Nosotros seguiremos a nuestro ritmo año tras año, mientras la gente responda a la convocatoria. Más bien, parece una signo de vitalidad y de resistencia. Ah, y por si alguien no lo sabe, los Congresos se autofinancian con las cuotas de los congresistas; no reciben subvención alguna.

-¿Habrá un recuerdo especial para Enrique Miret, Díez Alegría y Julio Lois?

-Por supuesto. Los tres participaron activamente en los Congresos, fueron miembros muy queridos de la Asociación Juan XXIII desde su fundación, a comienzos de los 80 del siglo pasado, ejercieron el cargo de presidentes, dejaron una huella indeleble en ella por su gran dedicación, su trabajo teológico riguroso, su compromiso cívico y su talante dialogante. Los tres han fallecido en poco menos de dos años: Enrique Miret, el 12 de octubre de 2009; José Mª Díez-Alegría, el 25 de junio de 2010, y Julio Lois, el pasado 22 de agosto. A Miret y Díez-Alegría les recordamos de manera especial el año pasado. Este año le haremos un homenaje a Diez-Alegría con motivo de su centenario (1911-2011). Para Lois tendremos un recuerdo emotivo y dedicaremos un espacio especial para hacer presente su ejemplaridad como cristiano, ciudadano y teólogo.

-¿Hay teólogos preparados y dispuestos a tomar su relevo en el anuncio y en al denuncian profética?

-Las vocaciones teológicas hoy escasean, al menos en el horizonte de la teología crítica, pero no han desaparecido. Todo lo contrario, está surgiendo una nueva generación de teólogos, teólogas y especialistas en ciencias de las religiones, que trabajan con gran rigor metodológico, en diálogo con otras disciplinas, con sentido profético, ubicados en los lugares de marginación y exclusión, y comprometidos con la liberación de los sectores marginados de nuestra. Hay, igualmente un amplio y plural movimiento cristiano de base que están en la base de las nuevas corrientes teológicas y que constituyen su fuente de inspiración. El futuro del cristianismo profético y de la teología liberadora es esperanzador. Es verdad que lo que vemos en el cristianismo institucional es una capa de hielo muy gruesa. Pero debajo del hielo hay agua, que cuando salga a la superficie puede convertirse en un verdadero torrente. Pero hay que ser cautos y no echar las campanas al vuelo. Vivimos tiempos de cambio de paradigma en todos los órdenes de la vida. ¡Quién sabe lo que será del cristianismo ¡y de la teología! Mientras tantos nosotros seguimos caminando a ritmo de utopía.

Fuente: Religion Digital.

 

Discriminación de las mujeres y violencia de género en las religiones. Por Juan José Tamayo Acosta

Las religiones son uno de los lugares donde las mujeres sufren una de las más radicales experiencias de silenciamiento, discriminación e invisibilización. Para demostrarlo propongo las siguientes tesis:

1. Las mujeres son las grandes olvidadas y perdedoras de las religiones.

a. Las mujeres en las religiones no son reconocidas como sujetos morales: son consideradas menores de edad que necesitan guías espirituales varones que las conduzcan por la senda de la moralidad, sobre todo en materia de sexualidad, de relaciones de pareja y en la educación de sus hijos. Las normas morales a cumplir por las mujeres son dictadas por los varones.

En el imaginario patriarcal religioso, influido por los clérigos, imames, rabinos, lamas, gurús, pastores y maestros espirituales, se las considera tentadoras. Esa imagen se ha elaborado a partir de determinados textos de algunos libros sagrados escritos en lenguaje patriarcal, considerados válidos en todo tiempo y lugar, y leídos con ojos fundamentalistas y mentalidad misógina.

b. Las mujeres casi nunca son reconocidas como sujetos religiosos. En no pocas religiones la divinidad suele ser masculina y tiende a ser representada sólo por varones. De lo que Mary Daly concluye, creo que certeramente: “Si Dios es varón, el varón es Dios”. Así?, los varones se sienten legitimados divinamente para imponer su omnímoda voluntad a las mujeres y el patriarcado religioso. Dios legitima así? el patriarcado en la sociedad. Precisamente porque sólo los varones pueden representar a Dios, sólo los varones pueden acceder al ámbito de lo sagrado, al mundo divino; subir al altar, ofrecer el sacrificio, dirigir la oración comunitaria en la mezquita, presidir el servicio religioso en las sinagogas (con algunas excepciones). Sólo los varones pueden ser sacerdotes en la Iglesia Católica, imames en el islam y rabinos en el judaísmo ortodoxo. En la Iglesia católica la ordenación sacerdotal de mujeres es considerada delito grave al mismo nivel que la pederastia, la herejía, la apostasía y se castiga de manera más severa que la pederastia: con la excomunión. La oración comunitaria de los viernes presidida por mujeres es calificada de profanación de lo sagrado.

c. La organización de las religiones se configura la mayoría de las veces patriarcal- mente: todos los sacerdotes católicos y todos los imames son varones; el Dalai Lama es varón; la mayoría de los rabinos y de los lamas son hombres. Por ello, las religiones bien pueden definirse como perfectas patriarquías. Hay, con todo, honrosas excepciones en las iglesias de tradición protestante, que ordenan pastoras, sacerdotisas y obispas a las mujeres.

d. Las mujeres acceden con dificultad a puestos de responsabilidad en las comunidades religiosas. El poder suele ser detentado por varones. A las mujeres les corresponde acatar las órdenes. Lo que tiende a justificarse por el discurso androcéntrica de las religiones apelando a la voluntad divina: es Dios quien encomienda el poder y la autoridad a los varones. En el caso del cristianismo, se apela a Jesús para cerrar el paso a la ordenación sacerdotal de las mujeres. Lo afirma el papa en el libro-entrevista con el periodista Peter Seewald Luz del mundo: No es que no queramos ordenar a las mujeres sacerdotes, no es que no nos guste. Es que no podemos, porque así? lo estableció? Cristo, que dio a la Iglesia una figura con los Doce y, después, en sucesión con ellos, con los obispos y los presbíteros (los sacerdotes). Con la Biblia cristiana en la mano y desde una hermenéutica de género cabe hacer dos afirmaciones: a) que lo que pone en marcha Jesús de Nazaret no es una Iglesia jerárquico-patriarcal como la actual, sino un movimiento igualitario de hombres y mujeres; b) que Jesús de Nazaret no ordenó sacerdotes ni a hombres ni a mujeres. Todo lo contrario: excluyó directa y expresamente de la nueva religión el sacerdocio.

e. Las religiones legitiman de múltiples formas la exclusión de las mujeres de la vida política, la actividad intelectual y el campo científico, y limitan sus funciones al ámbito doméstico, a la esfera de lo privado, a la educación de los hijos e hijas, a la atención al marido, al cuidado de los enfermos, de las personas mayores, etc. Cualquier tipo de presencia de las mujeres en la actividad política o social es considerado ajeno a la “identidad femenina” y un abandono de su verdadero campo de operaciones, que es el hogar, con la consiguiente culpabilización.

f. La mayoría de las religiones niegan a las mujeres el reconocimiento y el ejercicio de los derechos reproductivos y sexuales:

i. Las mujeres no son dueñas de su propio cuerpo, que es controlado por los confesores, directores espirituales, esposos, etc.

ii. A las mujeres no se les permite planificar la familia: deben tener los hijos y las hijas que Dios quiera, los que Dios les mande, no los que ellas libremente decidan.

iii. No pueden ejercer la sexualidad fuera de los límites impuestos por la religión (matrimonio, heterosexualidad). La práctica de la sexualidad fuera del matrimonio o con personas de otro sexo es prohibida y condenada expresamente.

iv. Si deciden interrumpir el embarazo, incluso ateniéndose a la ley, son acusadas de pecadoras y criminales, y se pide para ellas incluso penas de cárcel. En la condena y criminalización del aborto coinciden los lideres religiosos, por ejemplo, del catolicismo y del islam.

 

2. Las religiones han ejercido históricamente —y siguen ejerciendo hoy— distintos tipos de violencia contra las mujeres: física, psíquica, simbólica, religiosa.

Los textos sagrados dejan constancia de ello. Justifican pegar a las mujeres, lapidarla, ofrecerlas en sacrificio para cumplir una promesa y para aplacar la ira de los dioses, dejarlas encerrada en casa hasta que se mueran, imponerles silencio, no reconocerles autoridad, no valorar su testimonio en igualdad de condiciones que a los varones, considerarlas inferiores por naturaleza, exigirles sumisión al marido, etc. Las prácticas religiosas vienen a ratificarlo. A las mujeres no se les reconoce la presunción de inocencia, sino que se las tiene por culpables mientras no se demuestre lo contrario. Son ellas las que caen en la tentación y tientan a los varones, y por eso merecen castigo.

Algunos Padres de la Iglesia las consideran “la puerta de Satanás” y la “causa de todos los males”. Un teólogo tan influyente en el cristianismo como Agustín de Hipona llega a afirmar que la inferioridad de la mujer pertenece al orden natural. Otro teólogo tan decisivo en la teología cristiana como Tomas de Aquino define a la mujer como “varón imperfecto”. Lutero habla de las mujeres como inferiores de mente y cuerpo por haber caído en la tentación y afirma que las mujeres han sido creadas sin otro propósito que el de servir a los hombres y ser sus ayudantes.

 

3. Sin embargo, las mujeres son las más fieles seguidoras de las religiones.

Hay quienes hablan de que la orientación femenina hacia la religión es innata, más aún, genética, que las mujeres son por naturaleza más crédulas y, por eso, son más asiduas a las actividades religiosas. Ninguna investigación genética lo demuestra. Se trata de un estereotipo cuyo objetivo es someter a la mujer a las restrictivas y represivas orientaciones religiosas. Quienes así? piensan, se olvidan de que tradicionalmente ha sido a las mujeres a quienes más se ha inculcado el sentimiento religioso. Se trata, por tanto, de un proceso inducido que responde a una determinada educación y aprendizaje.

Las mujeres son las mejores transmisoras de las enseñanzas religiosas a sus hijos en la familia y a los niños y niñas en los espacios religiosos a través de la educación religiosa. Ellas son también las que mejor reproducen la organización patriarcal y la ideología androcéntrica y las que más practican las religiones.

 

4. La rebelión de las mujeres

En las últimas décadas asistimos a una auténtica rebelión de las mujeres en el seno de las religiones, tanto a nivel personal como colectivo.

a. A nivel personal, transgrediendo conscientemente las normas y orientaciones en materia de sexualidad, relaciones de pareja, planificación familiar, opciones políticas, etc.

b. En el interior de las religiones, creando movimientos y asociaciones de mujeres que ejercen su libertad de organización y funcionan autónomamente al margen de los varones e incluso enfrentadas con las autoridades religiosas.

c. En la sociedad, participando activamente en los movimientos feministas y en las organizaciones sociales como expresión de la convergencia en las luchas por la emancipación de las mujeres y como forma de comprometerse con los sectores más vulnerables de la sociedad.

d. La rebelión de las mujeres dentro de las religiones constituye uno de los hechos mayores y de más profunda significación en la historia del fenómeno religioso, que tiene importantes repercusiones políticas y sociales. Supone un avance en la lucha por la emancipación de las mujeres y por la liberación de los marginados y excluidos. Por eso la rebelión feminista de las mujeres creyentes debe ser apoyada no sólo por los colectivos y las personas religiosas, sino por todos los ciudadanos y ciudadanas comprometidos en la lucha por la emancipación de los pueblos sometidos a las distintas formas de opresión.

 

5. Teología feminista.

Fruto de esta rebelión ha surgido una nueva manera de vivir y de pensar la fe religiosa desde la propia subjetividad de las mujeres en las diferentes religiones.

Es la teología feminista, que:

a. Parte de las experiencias de sufrimiento, de lucha y de resistencia de las mujeres contra el patriarcado y sus diferentes manifestaciones.

b. Recupera la memoria de las antepasadas que trabajaron por avanzar la historia hacia la libertad de los oprimidos y por la emancipación de las mujeres contra todo tipo de discriminación.

c. Reescribe la historia de las religiones desde la perspectiva de género dando voz y protagonismo a las mujeres silenciadas por el patriarcado religioso.

d. Utiliza las categorías de la teoría de género para deconstruir y analizar críticamente las estructuras patriarcales y los discursos androcéntricos de las religiones, y reformular los grandes temas de las teologías de las religiones.

 

Conclusión

En el siglo XIX las religiones perdieron a la clase obrera porque se colocaron del lado de los patronos que los explotaban y condenaron las revoluciones sociales que luchaban por una sociedad más justa y solidaria. Los trabajadores dieron la espalda a las religiones porque se sintieron traicionados por ellas, alejándose, la mayoría de las veces, del mensaje igualitario y solidario de los orígenes.

En el siglo XX las religiones perdieron a los jóvenes y a los intelectuales por sus posiciones filosóficas y culturales integristas, alejadas de los nuevos climas de la modernidad.

Si continúan por la senda patriarcal por la que ahora caminan, en el siglo XXI las religiones perderán a las mujeres, hasta ahora sus mejores y más fieles seguidoras.

Sin la clase trabajadora, sin los jóvenes, sin los intelectuales y sin las mujeres, las religiones habrán llegado a su fin. Y no podrán echar la culpa de su fracaso a nadie. Ellas mismas se habrán hecho el harakiri.

 

Juan José Tamayo Acosta

Madrid, 27 de junio de 2011

Fuente: Fundación Carolina

 

 

 

 

 

 

¿Blanqueo de delitos? La elevación de Karol Wojtyla a los altares. Por Juan José Tamayo Acosta

La rapidez de la beatificación de Juan Pablo II quizá quiere tapar el papel de Ratzinger en ese papado

Juan Pablo II ya es beato. Sin duda tendrá muchos devotos que le pedirán favores y que irán creciendo cuando se vaya corriendo la voz de los milagros, que servirán de prueba para la futura canonización. Tras ver el domingo la espectacular ceremonia de la plaza de San Pedro, dos son las preguntas que me rondan por la mente en torno a la beatificación, una de las más discutidas de la historia junto con la de Pío IX y la beatificación y canonización de Escrivá de Balaguer. ¿Está realmente justificada? ¿A qué puede deberse tanta celeridad?

No creo que haya justificación ético-evangélica para elevar a los altares a Juan Pablo II. Su pontificado, uno de los más largos de la historia, tuvo actuaciones loables, ciertamente, pero también comportamientos muy lejos de la ejemplaridad. Los segundos destacaron sobre las primeras y, en cierta manera, nublaron aquellas. Encuentro a Juan Pablo II cierto parecido con el dios romano Jano, que tenía dos caras, una que miraba hacia adelante y otra hacia atrás, pero, en el caso del Papa polaco, sin lograr la síntesis y el equilibrio entre ambas. La mirada hacia adelante fue una excepción; la mirada al pasado fue una invariante. Veámoslo en el siguiente decálogo.

1. Juan Pablo II fue un Papa moderno en las formas e hizo cosas impensables en sus predecesores: actor en los diferentes escenarios, montañero, viajero incansable. Pero, más allá de las formas, se mostró muy crítico con la modernidad, que consideraba enemiga del cristianismo. Dio respuestas del pasado a preguntas del presente.

2. Fue un Papa muy social como demuestran algunas de sus encíclicas, en las que coloca el trabajo por encima del capital, condena el capitalismo y denuncia sus mecanismos estructurales de opresión. Pero lo que predicaba en las encíclicas lo negaba al condenar a quienes ponían en práctica sus enseñanzas, como los teólogos y las teólogas de la liberación, las comunidades de base, cristianos por el socialismo.

3. Los discursos del papa Wojtyla están llenos de citas del concilio Vaticano II que defienden la igualdad de todos los cristianos y la participación de los seglares en la vida de la Iglesia y en la evangelización. Sin embargo, su modelo de Iglesia fue piramidal y negó cualquier tipo de participación de los laicos en la marcha de la comunidad cristiana.

4. Promovió encuentros de oración y de diálogo con los líderes de las diferentes religiones y movimientos espirituales. Pero generó la división en la Iglesia católica y el desencuentro entre las diferentes tendencias, que en su pontificado se hicieron más acusadas e irreconciliables.

5. Se mostró cercano a los jóvenes, que le aclamaron y respondieron masivamente a sus convocatorias, como la Jornada Mundial de la Juventud. Pero sus mensajes y propuestas apenas sintonizaban con ellos; más bien, estaban muy alejadas de sus inquietudes y problemas. 6. Tuvo un discurso de excelencia sobre las mujeres, al encumbrar su papel de madres, elogiar sus cualidades femeninas, pero era un discurso patriarcal y androcéntrico que las excluía del acceso al mundo de lo sagrado, del ministerio sacerdotal y de puestos de responsabilidad, les negaba los derechos sexuales y reproductivos y las convertía en mayoría silenciada y silenciosa en la Iglesia y en la sociedad.

7. En sus intervenciones públicas, discursos, encíclicas, homilías- defendió la democracia, los derechos humanos y el pluralismo político en la sociedad, que nunca puso en práctica en el seno de la comunidad cristiana, donde impuso el pensamiento único en cuestiones morales, doctrinales y disciplinares, y gobernó autoritariamente.

8. Llenó todo tipo de espacios públicos y fomentó un cristianismo-espectáculo. Pero sacrificó la esencia de la religión, que es la subjetividad y profundidad de la fe. ¿Qué queda de aquellos baños de multitudes, más allá de las imágenes?

9. Se echó en brazos de los movimientos eclesiales neoconservadores, que le acompañaban en sus viajes y sus manifestaciones públicas, y aplaudían sus consignas, al tiempo que se distanció de las más importantes congregaciones religiosas en las que se apoyaron sus predecesores.

10. Demostró un rigorismo moral en materia de sexualidad, al tiempo que fue permisivo con los miles de casos de pederastia que llegaban a la Congregación para la Doctrina de la Fe, dirigida por el cardenal Ratzinger.

En esta última contradicción quizá se encuentre la respuesta a la segunda pregunta: ¿por qué tanta celeridad en la beatificación? Puede tratarse de un blanqueo de delitos. Con su silencio durante tres décadas, Juan Pablo II y Benedicto XVI se hicieron cómplices y encubridores de miles de casos de pederastia. Con la subida de Juan Pablo II a los altares, ambos lavan su culpabilidad y ven perdonado su delito de silencio. Es solo hipótesis.

 

Juan José Tamayo Acosta, es teólogo y filósofo.

Fuente: El Periódico.com

La beatificación de Juan Pablo II. Por Juan José Tamayo

Mañana, 1 de mayo de 2011, Benedicto XVI beatificará a su predecesor Juan Pablo II. Desde su anuncio, esta beatificación ha causado malestar y sorpresa en importantes sectores de la Iglesia católica. Entiendo el malestar, ya que no pocas de las actuaciones de Juan Pablo II fueron todo menos ejemplares e imitables como se espera de una persona a quien se eleva a los altares y se presenta como modelo de virtudes para los cristianos. Me refiero a su manera autoritaria de conducir la Iglesia, a su rigorismo moral, el trato represivo dado a los teólogos y las teólogas que disentían del Magisterio eclesiástico -muchos de los cuales fueron expulsados de sus cátedras y sus obras sometidas a censura-, al silencio e incluso la complicidad que demostró en los casos de pederastia, especialmente con el fundador de los Legionarios de Cristo, Marcial Maciel, a quien dio siempre un trato privilegiado con el beneplácito del cardenal Ratzinger, su brazo derecho, etcétera.

Lo que no encuentro justificada es la sorpresa. Con esta beatificación, Benedicto XVI no ha hecho otra cosa que poner en práctica el viejo refrán: es de bien nacidos ser agradecidos. La elevación de Karol Wojtyla al grado de beato es la mejor muestra de agradecimiento que podía rendir a su predecesor, que le nombró presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe y le concedió un poder omnímodo en cuestiones doctrinales, morales y administrativas. Más aún, fue Juan Pablo II quien le allanó el camino nombrándolo sucesor in péctore. ¿Cómo el Papa actual no iba a beatificar al autor de tamaño ascenso en el escalafón eclesiástico?

Si no hubiera sido por Juan Pablo II, Joseph Ratzinger sería hoy un arzobispo emérito sin relevancia alguna. Pero quiso el destino que el papa polaco llamara al arzobispo alemán a su lado y le nombrara Inquisidor de la Fe, para que la vida del cardenal Ratzinger diera un giro copernicano. Durante casi un cuarto de siglo fue el funcionario más poderoso de la curia romana por cuyas manos pasaban los asuntos más importantes del orbe católico, desde el control de la doctrina hasta los casos de pederastia sobre los que decretó el más absoluto secreto, imponiendo a víctimas y verdugos un silencio que le convirtieron en cómplice y encubridor de delitos horrendos contra personas indefensas.

Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger vivieron un idilio durante casi cinco lustros con un reparto de papeles que siempre respetaron. El primero, con vocación de actor desde su juventud, ejerció esa función a la perfección, se convirtió en uno de los grandes actores del siglo XX y recibió los aplausos de millones de espectadores de todo el mundo desde su elección papal hasta su entierro. El segundo ejerció el papel para el que estaba especialmente capacitado, el de ideólogo y guionista de la obra que le tocaba representar al papa y que puso por escrito en el libro-entrevista Informe sobre la fe, cuya idea central era la restauración de la Iglesia católica.

El guión incluía la revisión del concilio Vaticano II y el cambio de rumbo de la Iglesia católica, el restablecimiento de la autoridad papal, devaluada en la etapa posconciliar, la afirmación del dogma católico, la nueva evangelización, la recristianización de Europa, la vuelta a la tradición, el freno a la reforma litúrgica, la confesionalidad de la política y de la cultura, la defensa de la moral tradicional en toda su rigidez en materias que hasta entonces eran objeto de un amplio debate dentro y fuera del catolicismo, como la familia, el matrimonio, la sexualidad, el comienzo y el final de la vida, etcétera.

El panorama eclesial descrito por el cardenal Ratzinger en la entrevista con Vittorio Messori, publicada luego como libro bajo el título antes citado Informe sobre la fe, no podía ser más sombrío: “Resulta incontestable que los últimos 20 años han sido decisivamente desfavorables para la Iglesia católica. Los resultados que han seguido al Concilio parecen oponerse cruelmente a las esperanzas de todos, comenzando por las del papa Juan XXIII y, después, las de Pablo VI. Los cristianos son, de nuevo, minoría, más que en ninguna otra época desde finales de la antigüedad. Los papas y los padres conciliares esperaban una nueva unidad católica y ha sobrevenido una división tal que -en palabras de Pablo VI- se ha pasado de la autocrítica a la autodestrucción. Se esperaba un nuevo entusiasmo, y se ha terminado con demasiada frecuencia en el hastío y en el desaliento. Esperábamos un salto hacia adelante, y nos hemos encontrado ante un proceso progresivo de decadencia que se ha desarrollado en buena medida bajo el signo del presunto espíritu del Concilio, provocando de este modo su descrédito”.

Dentro del guión entraba el cambio en la política de nombramiento de obispos, sin la cual no podía llevarse a cabo la restauración eclesial diseñada al unísono por Juan Pablo II y el cardenal Ratzinger. Poco a poco fueron sustituidos los obispos conciliares por prelados preconciliares, los obispos comprometidos con el pueblo dieron paso a obispos cuya preocupación principal era la ortodoxia, los obispos vinculados a la teología de la liberación dieron paso a los obedientes a Roma. De esa manera se garantizaba el éxito de la nueva estrategia neoconservadora.

Wojtyla y Ratzinger se conocían desde la época del concilio Vaticano II, en el que ambos participaron, el primero como obispo, el segundo como asesor teológico del cardenal Joseph Frings, arzobispo de Colonia. Wojtyla se alineó con el sector conservador. Ratzinger estuvo del lado del grupo moderadamente reformista. Ambos dieron su apoyo a los documentos conciliares. Se esperaba por ello que, ubicados posteriormente en los puestos de la máxima responsabilidad eclesiástica, llevaran a la práctica las reformas aprobadas por el Vaticano II en los diferentes campos del quehacer eclesial: vida y organización de la Iglesia, teología, liturgia, recurso a los métodos histórico-críticos en el estudio de los textos sagrados, diálogo con el mundo moderno, presencia de la Iglesia en la sociedad y, sobre todo, la creación de la “Iglesia de los pobres”, propuesta estrella de Juan XXIII. No fue ese, sin embargo, el camino seguido por Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Cuando accedieron al papado fueron desmontando poco a poco el edificio construido por los padres conciliares entre 1962 y 1965 y alejándose del proyecto de Iglesia diseñado cuidadosamente en las cuatro Constituciones, los nueve Decretos y las tres Declaraciones que conforman el Magisterio conciliar.

El giro no podía ser más notorio: se pasó de la Iglesia pueblo de Dios y comunidad de creyentes a la Iglesia jerárquico-piramidal, de la corresponsabilidad al gobierno autoritario, del pensamiento crítico al pensamiento único, de la autonomía de las realidades temporales a su sacralización, de la secularización al retorno de las religiones, de la autonomía de la Iglesia local a su control, de la jerarquía como servicio a la jerarquía como ejercicio de poder, de la teología como inteligencia de la fe en diálogo con otros saberes a la teología como glosa del Magisterio eclesiástico, de la ética de la responsabilidad al rigorismo moral, del diálogo multilateral al anatema.

La beatificación de Juan Pablo II constituye, a mi juicio, una muestra más del paso que Benedicto XVI ha dado desde el neoconservadurismo al integrismo.

 

Juan José Tamayo es director de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones de la Universidad Carlos III de Madrid.

Para entender quién fue Juan Pablo II. Un pontificado con contradicciones fatales. Por Hans Küng

El 17 de octubre de 1979 publiqué un balance del primer año en el cargo del papa Juan Pablo II. Fue este artículo, que apareció en varias publicaciones del mundo, lo que dos meses después dio lugar a que se me retirara la autorización eclesiástica para enseñar como teólogo católico.

Veinticinco años de pontificado han confirmado mi crítica. Para mí, este Papa no es el más grande, pero sí el más contradictorio del siglo XX. Un Papa con muchas y muy grandes dotes y con muchas decisiones equivocadas. Reduciéndolo a un único denominador: su política exterior exige a todo el mundo conversión, reforma, diálogo. En crasa contradicción con ella está su política interior, que apunta a la restauración del status quo ante Concilium y a la negación del diálogo intraeclesiástico. Este carácter contradictorio se manifiesta en diez complejos ámbitos de problemas:

1. El mismo hombre que defiende de puertas afuera los derechos humanos los niega de puertas adentro a obispos, teólogos y mujeres, sobre todo: el Vaticano no puede suscribir la Declaración de Derechos Humanos del Consejo de Europa; sería necesario cambiar antes demasiados preceptos del derecho canónico medieval-absolutista. La separación de poderes es desconocida en la Iglesia católica. En caso de disputa, la misma autoridad actúa como legisladora, fiscal y juez.
Consecuencias: un episcopado servil y una situación jurídica insostenible. Quien litigue con una instancia eclesiástica superior no tiene prácticamente ninguna oportunidad de que se le haga justicia.

2. Un gran admirador de María que predica excelsos ideales femeninos, pero que reba-ja a las mujeres y les niega la ordenación sacerdotal: siendo atractivo para muchas mujeres católicas tradicionales, este Papa repele a las mujeres modernas, a las que quiere excluir “infaliblemente” de las órdenes mayores para toda la eternidad y a las que en el caso de la anticoncepción incluye en la “cultura de la muerte”.
Consecuencias: escisión entre el conformismo exterior y la autonomía interna de la conciencia, que en casos como en el del conflicto de los consejeros de mujeres embarazadas también aleja a las mujeres de los obispos afines a Roma, lo que provoca el creciente éxodo de quienes aún seguían fieles a la Iglesia.

3. Un predicador en contra de la pobreza masiva y la miseria del mundo que, sin embargo, con su posición sobre la regulación de la natalidad y la explosión demográfica, es corresponsable de esa miseria: el Papa, que tanto en sus numerosos viajes como en la conferencia sobre población de la ONU en El Cairo tomó postura en contra de la píldora y del preservativo, podría tener mayor responsabilidad que cualquier estadista en el crecimiento demográfico descontrolado de numerosos países y la extensión del sida en África.
Consecuencias: incluso en países tradicionalmente católicos como Irlanda, España y Polonia, existe un creciente rechazo a la moral sexual y al rigorismo católico romano en el tema del aborto.

4. Un propagandista de la imagen del sacerdocio masculino y célibe que es corresponsable de la catastrófica escasez de curas, el colapso del sacerdocio en muchos países y el escándalo de la pedofilia en el clero, que ya es imposible encubrir: el que a los sacerdotes les siga estando prohibido el matrimonio no es más que un ejemplo de cómo este Papa también posterga la doctrina de la Biblia y la gran tradición católica del pri-mer milenio (que desconocen las leyes del celibato eclesiástico) en favor del derecho canónico del siglo XI.
Consecuencias: los sacerdotes son cada vez más escasos, su reemplazo inexistente, pronto casi la mitad de las parroquias carecerán de párrocos ordenados y celebrantes regulares de la eucaristía, hechos que no pueden ocultar la creciente importación de sacerdotes de Polonia, India y África ni la inevitable fusión de parroquias en “unidades eclesiales”.

5. El impulsor de un número inflacionista de beatificaciones lucrativas que al mismo tiempo, con poder dictatorial, insta a su Inquisición a actuar contra teólogos, sacerdotes, religiosos y obispos desafectos: son perseguidos inquisitorialmente sobre todo aquellos creyentes que destacan por su pensamiento crítico y su enérgica voluntad reformista. Del mismo modo que Pío XII persiguió a los teólogos más importantes de su época (Chenu, Congar, De Lubac, Rahner, Teilhard de Chardin), Juan Pablo II (y su Gran Inquisidor Ratzinger) ha perseguido a Schillebeeckx, Balasuriiya, Boff, Bulányi, Curran, así como al obispo Gaillot (de Evreux) y al arzobispo Huntington (de Seattle).
Consecuencias: una Iglesia de vigilantes en la que se extienden los denunciantes, el temor y la falta de libertad. Los obispos se perciben a sí mismos como gobernadores romanos y no como servidores del pueblo cristiano, y los teólogos escriben en conformidad o callan.

6. Un panegirista del ecumenismo que, sin embargo, hipoteca las relaciones con las iglesias ortodoxas y reformistas e impide el reconocimiento de sus sacerdotes y la comunidad eucarística de evangélicos y católicos: el Papa podría, tal como ha sido recomendado repetidas veces por las comisiones ecuménicas de estudio y practican mu-chos párrocos, reconocer a los eclesiásticos y las celebraciones de la comunión de las iglesias no católicas y permitir la hospitalidad eucarística. También podría atemperar la exagerada ambición medieval de poder frente a las iglesias orientales y reformadas. Pero quiere mantener el sistema de poder romano.
Consecuencias: el entendimiento ecuménico quedó bloqueado tras el Concilio Vaticano II. Ya en los siglos XI y XVI el papado demostró ser el mayor obstáculo para la unidad de las iglesias cristianas en libertad y pluralidad.

7. Un participante en el Concilio Vaticano II que desprecia la colegialidad del Papa con los obispos, decidida en ese concilio, y que vuelve a celebrar en cada ocasión que se presenta el absolutismo triunfalista del papado: en sustitución de las palabras progra-máticas conciliares (aggiornamiento, diálogo, colegialidad, apertura ecuménica), se vuelve ahora, en las palabras y en los hechos, a la “restauración”, “doctrina”, “obediencia”, “rerromanización”.
Consecuencias: No deben llamar a engaño las masas de las manifestaciones papales: son millones los que bajo este pontificado han “huido de la Iglesia” o se han retirado al exilio interior. La animosidad de gran parte de la opinión pública y de los medios de comunicación frente a la arrogancia jerárquica se ha intensi-ficado de forma amenazadora.

8. Un representante del diálogo con las religiones del mundo, a las que simultáneamen-te descalifica como formas deficitarias de fe: al Papa le gusta reunir en torno a sí a dignatarios de otras religiones. Pero no se percibe mucha atención teológica a sus demandas. Antes bien, incluso bajo el signo del diálogo sigue concibiéndose como un “misionario” de viejo corte.
Consecuencias: la desconfianza hacia el imperialismo ro-mano está ahora tan difundida como antes. Y esto no sólo entre las iglesias cristianas, sino también en el judaísmo y el islam, por no hablar de India y China.

9. Un poderoso abogado de la moral privada y pública y comprometido paladín de la paz que, al mismo tiempo, por su rigorismo ajeno a la realidad, pierde credibilidad como autoridad moral: las posiciones rigoristas en materias de fe y de moral han socavado la eficacia de los justificados esfuerzos morales del Papa.
Consecuencias: aunque para algunos católicos o secularistas tradicionalistas sea un superstar, este Papa ha propiciado la pérdida de autoridad de su pontificado por culpa de su autoritarismo. A pesar de que en sus viajes, escenificados con eficacia mediática, se presenta como un comunicador carismático (aunque al mismo tiempo es incapaz de diálogo y obsesivamen-te normativo de puertas adentro), carece de la credibilidad de un Juan XXIII

10. El Papa, que en el año 2000 se decidió con dificultad a reconocer públicamente sus culpas, apenas ha extraído las consecuencias prácticas: sólo pidió perdón para las fal-tas de los “hijos e hijas de la Iglesia”, no para las del “Santo Padre” y las de la “propia Iglesia”.
Consecuencias: la reticente confesión no tuvo consecuencias: nada de enmienda, tan sólo palabras, nada de hechos. En vez de orientarse por la brújula del evangelio, que ante los errores actuales apunta en dirección de la libertad, la compasión y el amor a los hombres, Roma sigue rigiéndose por el derecho medieval, que, en lugar de un mensaje de alegría, ofrece un anacrónico mensaje de amenaza con decretos, catecismos y sanciones.

No puede pasarse por alto el papel del Papa polaco en el colapso del imperio soviético. Pero éste no se derrumbó a causa del Papa, sino de las contradicciones socioeconómicas del propio sistema soviético. La profunda tragedia personal de este Papa es ésta: su modelo de Iglesia polaco-católica (medieval-contrarreformista-antimoderna) no pudo trasladarse al “resto” del mundo católico. Más bien fue la propia Polonia la que resultó arrollada por la evolución moderna.

Para la Iglesia católica, este pontificado, a pesar de sus aspectos positivos, se revela a fin de cuentas como un desastre. Un Papa declinante que no abdica de su poder, aunque podría hacerlo, es para muchos el símbolo de una Iglesia que tras su rutilante fa-chada está anquilosada y decrépita. Si el próximo Papa quisiera seguir la política de este pontificado, no haría sino potenciar aún más la monstruosa acumulación de problemas y haría casi insuperable la crisis estructural de la Iglesia católica. No, un nuevo papa tiene que decidirse a cambiar el rumbo e infundir a la Iglesia valor para la renova-ción, siguiendo el espíritu de Juan XXIII y, en consecuencia, los impulsos reformistas del Concilio Vaticano II.

 

Hans Küng es teólogo. © Hans Küng, 2003. Traducción de Jesús Alborés.

Hans Küng fue uno de los teólogos consultores más importantes del concilio Vaticano II

Fuente Servicios Koinonia

 

¿Quién necesita a Juan Pablo II santo?. Un intento más de disciplinamiento. Por Nicolas Alessio

“…la fuerza y la tenacidad con que defendió y proclamó el vínculo indisoluble de la Iglesia con Cristo y la integridad de la doctrina católica” [1]

 

Aquí esta el problema. Juan Pablo II no distingue entre Iglesia y Cristo. Eso quiere decir “vínculo indisoluble”. Y este “vínculo” lo defendió con “fuerza” y “tenacidad”. Por eso no extraña que, junto a esta identificación, se incluya “la integridad de la doctrina católica”. Nada que discutir, nada que reflexionar, nada que observar, nada que opinar, nada que criticar, nada que refutar, nada que pensar… solo acatar, custodiar y defender la doctrina católica. Por eso las advertencias, las persecuciones, las prohibiciones, las censuras y las condenas a todos y todas aquellos que se animen tan solo a “pensar distinto” de esta “integridad de la doctrina”. Esta posición supone una manera de entender a la Iglesia, un modelo de Iglesia.

La “canonización” de Juan Pablo II solo apunta a fortalecer ese modelo eclesial, es un intento fuerte para continuar disciplinando y ordenando hacia adentro. Se trata de fortalecer el modelo romano, centralizado, dogmático, cerrado. Y, como por doquier aparecen fisuras en este modelo, porque “el Espíritu sopla donde y como quiere” y no está secuestrado por el vaticano, se necesita un signo fuerte, una figura que de por si legitime esta concepción eclesial.

Juan Pablo II no es precisamente un “santo” del Vaticano II. Mucho menos un “santo” de los empobrecidos. En Latinoamérica lo sabemos demasiado bien. Juan Pablo II, en sintonía con, en aquel entonces cardenal Joseph Ratzinger, se empeñaron en desmerecer, advertir, corregir, censurar y estigmatizar a la “teología de la liberación”. Movimiento que, luego del Concilio Vaticano II, fue el “segundo gran acontecimiento histórico del siglo XX, abrió el diálogo con el mundo de lo social y lo político, en el encuentro con los pobres y en la praxis histórica de transformación social. Esta teología desató también una explosión de vitalidad y de mística, cuya manifestación mayor fue la multitud de comunidades de base esparcidas por la geografía universal y una pléyade de mártires literalmente jesuánicos, según el modelo de Jesús”[2]. Juan Pablo II será un santo del orden y la disciplina restauradora.

Benedicto XVI quiere darse el gusto presentar a todo el mundo y a todos los pueblos del mundo una manera de vivir, de pensar y de sentir que debe ser imitado. En definitiva eso es un “santo oficial” y eso pretende ser Juan Pablo II canonizado. Y este “modelo” no está ajeno a los avatares históricos. El “modelo” tiene connotaciones no solo “espirituales”, si no también ideológicas, políticas, sociales. Juan Pablo II “santo” es una manea de bendecir, de consagrar una concepción “imperial”, una concepción clausurada, de la Iglesia y también de la sociedad. Así decía María Vigil: “El máximo error de la Iglesia católica en ese mismo siglo ha sido el miedo a la dinámica de vida y de recuperación histórica que el Vaticano II y la Teología de la liberación despertaron, miedo que cristalizó en la elección de Juan Pablo II y su programa de freno y de retroceso. Como suele decir González Faus, su pontificado ha sido en muchos aspectos el pontificado del miedo, una actitud que aún mantiene cautivo al catolicismo, sin permitirle entrar verdaderamente en el «nuevo milenio»[3].

Aquí, el miedo, es un soporte de la identidad monolítica romana y de toda ideología conservadora, restauradora, dominante. Ese miedo es aún mayor bajo el pontificado de Benedicto XVI. Y no es el miedo que surge de manera prudente frente a una amenaza. Es el miedo de la soberbia de los que detentan el poder imperial. Este poder religioso es funcional al poder soberbio de los EEUU, por eso nadie se sorprendió cuando Jorge Bush y Benedicto XVI, al culminar su visita, dieran un comunicado en conjunto señalando que: “…hablaron de diversos temas de interés común para la Santa Sede y los Estados Unidos de América, entre ellos cuestiones morales y religiosas en las que ambas partes están comprometidas”[4]. Ambas partes comprometidas. Por eso tampoco nos sorprendimos ante las tibias declaraciones cuando comenzó la invasión a Libia, solo luego de un par de semanas, Benedicto pidió el cese de la agresión militar.

Sin embargo esta batalla por la hegemonía espiritual está a perdida. Para las sociedades actuales un santo mas un santo menos en el calendario es absolutamente insignificante. Para las grandes mayorías empobrecidas también. Solo resabios de la pompa vaticana. Tendrá sus ecos en las iglesias locales durante un tiempo corto, fortalecido por una puesta en escena mediática y no mucho más. Esta canonización será un esfuerzo inútil por parte del poder vaticano. Estamos en un tiempo donde ya hemos comenzado a creer de otra manera. A creer desligados de las tutelas institucionales y mucho más desligados cuando esas tutelas se expresan de manera autoritaria, autócrata. Vivimos una nueva espiritualidad. “Tras siglos viviendo la experiencia de un cristianismo como «la única religión verdadera”, hoy en día, la biodiversidad -también la religiosa- es percibida como un valor sagrado que no permite tales exclusivismos. Esta nueva conciencia está afectando ya a nuestra forma de vivir y de comprender nuestra espiritualidad y nuestro cristianismo”[5].

Cientos de miles de seguidores de Jesús y otros tantos de diversas religiones y credos, seguirán buscando y viviendo esa nueva espiritualidad. Una espiritualidad que expresa, celebra y se compromete con la libertad, la pluralidad, la diversidad y un hondo y profundo humanismo al servicio de los olvidados de la historia.

 

Nicolas Alessio, teólogo, en las vísperas del día del trabajador.

 

 

[1] Sesión de Apertura de la Investigación Diocesana sobre la vida, las virtudes y la reputación de santidad del Siervo de Dios Juan Pablo II (Karol Wojty?a) Sumo Pontífice, reflexiones conclusivas del Cardenal Vicario Camillo Ruini Roma, Basílica de San Juan de Letrán, 28 junio 2005

[2] A los 40 años del Vaticano II, Adiós al Vaticano II “No puesta al día, sino mutación” José María Vigil

[3] Idem

[4] Washington (Estados Unidos), 17 Abr. 08 AICA

[5] Cfr. RESUMEN DE LA PONENCIA ‘OTRA ESPIRITUALIDAD ES POSIBLE en Foro Social Mundial Nairobi, 15 Enero 2007

 

Ortodoxia frente a teología crítica. Por Juan José Tamayo Acosta

Jesús apenas hace pie en la historia, según el nuevo libro de Benedicto XVI. La cristología papal es la imposición del pensamiento único sobre el pluralismo

Benedicto XVI lleva treinta años fijando rígidamente los límites entre la ortodoxia y la heterodoxia en la teología católica en todos los terrenos: seminarios, universidades católicas, facultades de teología, investigaciones, publicaciones eclesiásticas, y en todos los escenarios donde está implantado el catolicismo. Primero lo hizo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo al que fue aupado por Juan Pablo II, a quien beatificará el próximo 1 de mayo como muestra de sintonía en vida y tras su muerte. Ahora, como Papa, sigue definiendo la ortodoxia y condenando el relativismo, al que califica de dictadura. Ha ejercido la función magisterial autoritariamente, sin que le temblara el pulso a la hora de amonestar, citar a juicio o firmar sentencias condenatorias contra teólogos y teólogas que no tienen su mismo pensar y sentir, sean especialistas de reconocido prestigio, compañeros en el aula conciliar, colegas con quienes compartió la docencia, e incluso alumnos a quienes como profesor premió con las mejores calificaciones y ayudó a publicar sus primeros trabajos. ¡Lástima que no haya mostrado la misma solicitud y decisión en los casos probados de pederastia de clérigos y religiosos reincidentes! Este modo de proceder represivo de las libertades de expresión, de cátedra y de investigación se sitúa en la dirección contraria al concilio Vaticano II -del que él fue asesor teológico- que invita a ejercer “el espíritu crítico más agudizado” que libera “la vida religiosa de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos” y facilita “una adhesión verdaderamente personal y operante de la fe”.

Hoy vuelve a fijar los contornos de la recta doctrina en el segundo volumen de su cristología Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, que acaba de aparecer con un despliegue publicitario espectacular, precedido de la filtración, por parte del Vaticano, del capítulo que exonera al pueblo judío en la muerte de Jesús, tesis que nada tiene de novedosa. Es verdad que no se trata de una declaración magisterial de carácter dogmático, sino de un ensayo teológico, pero lleva la marca papal en la misma portada donde aparece el doble nombre: Joseph Ratzinger Benedicto XVI. La imagen que ofrece en el libro es la un Jesús pensado y vivido desde la fe de la Iglesia y despolitizado. Un Jesús que pasa por la tierra como por brasas sin implicarse en la vida social de su pueblo, que no constituye peligro alguno para el Imperio Romano, que anuncia un reino de Dios basado en la “verdad que está en el intelecto de Dios” y que apenas hace pie en la historia. Un Jesús que separa con nitidez religión y política, y cuya muerte no es consecuencia del conflicto con el poder, sino autoentrega vicaria para la reconciliación de la humanidad con Dios. Benedicto XVI se distancia así de la exégesis liberal y desconfía de los métodos histórico-críticos, como ya hiciera en el primer volumen publicado en 2007. Llega a decir que “el ‘Jesús histórico’, como aparece en la corriente principal de la exégesis crítica…, es demasiado insignificante en su contenido como para ejercer una gran eficacia histórica” (página 9). Pero, al mismo tiempo, y desde una no confesada ingenuidad hermenéutica, dice tratar de “llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús”, misión imposible, como ya demostrara Albert Schweitzer a principios del siglo pasado. La cristología papal silencia los resultados de las investigaciones de la sociología, la arqueología, la antropología cultural y la historia social sobre el Jesús histórico y el cristianismo primitivo. Descalifica las aportaciones de las teologías políticas y de la revolución. Desconoce algunas de las más importantes e influyentes cristologías de la segunda mitad del siglo XX, escritas por colegas suyos como Edward Schillebeeckx, Karl Rahner y Hans Küng. Silencia las reflexiones de la teología de la liberación sobre la praxis histórica de Jesús bajo la guía de la opción por los pobres. Pasa por alto la hermenéutica de género de la teología feminista y se mantiene dentro de la cristología patriarcal. Las referencias bibliográficas se circunscriben en buena medida a autores alemanes, pero muy selectivamente, con exclusión de los creadores de la teología política y de la esperanza, Johann Baptist Metz y Jürgen Moltmann respectivamente, y de exegetas como Willi Marxsen y Gerd Lüdemann.

Los libros de Ratzinger-Benedicto XVI constituyen hoy el nuevo canon eclesiástico al que atenerse a la hora de hacer teología, mientras son condenadas algunas de las cristologías más relevantes pensadas en el horizonte de la liberación, del pluralismo religioso y de las investigaciones sobre el Jesús histórico, como, entre otras, Jesucristo liberadorLa fe en Jesucristo, de Ion Sobrino; Jesús, símbolo de Dios, de Roger Haight; Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso, de Jacques Dupuis, y Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola.

Es la imposición del pensamiento único sobre el pluralismo, del dogma sobre el símbolo, de la ortodoxia sobre la ortopraxis y, en fin, de la Iglesia sobre Jesús de Nazaret. En estas condiciones no es posible hacer teología crítica dentro de la Iglesia-institución. ¡El cristianismo al revés!

 

La Ley Natural. Por José Ma Castillo

En los comentarios, que hacen los visitantes de este blog, con frecuencia se recurre a la “ley natural”. Como es un asunto al que algunos le conceden notable importancia, me ha parecido que puede ayudar a los lectores aclarar algunas cuestiones relativas a esa ley.

Lo más elemental: en todos los manuales de filosofía y de ética (los que hablan de este tema), lo primero que se explica es que no es lo mismo la ley “natural” que la ley “positiva”. La ley “natural” (si es que existe) es la que está inscrita en la naturaleza del ser humano, de forma que todo ser humano, por el solo hecho de serlo, por eso lleva en sí la ley “natural”, como lleva en sí todo lo que es “natural” al ser humano, por ejemplo, respirar, tener hambre, sufrir, morir… La ley “positiva” es la que brota, no de la “naturaleza” humana, sino de una “autoridad” (religiosa, civil, militar…). Si la autoridad es religiosa, en ese caso, la ley ya no se percibe por la “naturaleza”, sino por la “fe” (por la “creencia”). El acto religioso no es nunca (ni puede serlo) una “necesidad natural”, sino que es siempre una “creencia libre”. Si deja de ser libre, deja de ser meritorio y, por tanto, deja de ser religioso. Por tanto, no se puede decir que los “diez mandamientos” pertenecen a la ley natural. Los diez mandamientos pertenecen a la Ley de Moisés. Y así los han vivido siempre los israelitas. Y no vale decir que fue Dios el que le dictó esa ley a Moisés. Aparte de que eso necesita sus debidas matizaciones, los que creen que esos mandamientos se los dictó Dios a Moisés, creen eso por un “acto de fe”, no por una “necesidad de la naturaleza”, que (por definición) es la misma para todos, lo mismo para los israelitas creyentes que para los habitantres de Australia o de la Patagonia.

No entro aquí a explicar las muchas y complicadas explicaciones que se le han dado a la llamada “ley natural”, desde Aristóteles, pasando por santo Tomás de Aquino, hasta los incontables comentarios que se han escrito sobre el concilio Vaticano II y sobra la encíclica Humanae Vitae, de Pablo VI. Lo que quiero dejar claro es que la idea misma de “Ley Natural” entraña, como supuesto previo, que existe una naturaleza común y esencial, que es igual en todos los seres humanos, independientemente de las condiciones históricas y culturales. Lo cual es evidente cuando se trata de cosas tan “naturales” como son, por ejemplo, las necesidades biológicas básicas. Pero, ¿se puede afirmar lo mismo de las exigencias de la moral católica, cuando se refiere, por ejemplo, al matrimonio monógamo e indisoluble y siempre abierto a la vida, a la prohibición tajante del aborto en todos sus supuestos, a la maldad de la masturbación o cualquier posible unión homosexual?

Como respuesta a esta pregunta, planteo la siguiente reflexión. Tanto en antropología, como en paleontología o biología, se da por demostrado que la existencia de la especie humana, que “alcanzó el tipo de inteligencia necesario para establecer una civilización”, existe desde hace cien mil años (E. Mayr, en Bioastronomy News, 7, nº 3, 1995). De estos cien mil años, sólo conocemos por la historia unos cinco mil. Es decir, los seres humanos han vivido en este mundo seguramente 95.000 años sin que sepamos casi nada de cómo vivían y menos aún de las ideas morales que tuvieran o pudieran tener aquellos lejanos y desconocidos antepasados nuestros.

Pues bien, si efectivamente existe la llamada “ley natural”, y esa ley incluye todo lo que enseñan algunos libros de moral y no pocos catecismos, entonces hay que suponer que toda la gente, que ha habido en el planeta Tierra desde hace cien mil años, veían y pensaban que eran cosas malas y perversas la fornicación fuera del matrimonio, el matrimonio que no se restringía a la unión entre un hombre y una mujer, como compromiso indisoluble y abierto siempre a la vida, además pensaban que la masturbación era una cosa antinatural, al igual que las relaciones homosexuales, por no aludir a prohibiciones más sutiles de la moral católica como los malos pensamientos, las malas miradas y los malos deseos.

Si es que tomamos en serio la existencia de la ley natural, vamos a tomar en serio también sus exigencias y sus consecuencias. Pero, ¿se puede tomar realmente en serio que los hombres y las mujeres de hace 50.000 o 70.000 años, cuando copulaban o se apareaban, para procrear o simplemente para satisfacer un instinto natural, tenían en sus cabezas todo lo que dicen algunos moralistas católicos que es obligatorio “por ley natural”?

“Natural” es comer o dormir. Por eso comían y dormían las gentes de hace miles de años. Como ahora lo hacen los individuos de tribus amazónicas o africanas; y lo hacemos en Europa y Asia. Pero, ¿es imaginable que suceda lo mismo cuando nos ponemos a hablar de las propuestas éticas de Sófocles o Aristóteles, de Cicerón y Lactancio, de Tomás de Aquino y F. Suárez, de los manuales de Arregui y Zalba, de los catecismos de antes del Concilio, durante el Concilio y después del Concilio?

Yo aconsejaría simplemente que, cuando hablamos de temas que tienen una larga y complicada historia, por lo menos nos informemos debidamente antes de hablar.

Fuente: Teología sin censura

El Dios de Francisco no es amigo de violentos ni bendice cruzadas. Por Eduardo Marazzi

Premisa

A) Estas breves reflexiones que en el franciscanismo son cosas repetidas y aceptadas sin mayores dificultades, nacieron, en parte, como una respuesta a unas afirmaciones que con petulancia y con ánimo de discordia hiciera un conocido vaticanista (V. Messori) respeto a la participación de Francisco en la quinta cruzada. El artículo de Messori (ultraderecha vaticana) acusaba los frailes del Sacro Convento de Asís de haber manipulado la conciencia de Juan Pablo II en la preparación y realización del famoso encuentro de todas las religiones en Asís. Por instigación de los frailes conventuales los índigenas americanos habrían entrado en la Basílica Inferior y bailado sus danzas sacrílegas en el altar mayor. Dejo de lado esta inconsistente acusación. Pienso – abriéndo paréntesis – que si tales danzas se hubieran realmente “danzado” en nada hubieran profanado la Basílica – al menos no más de lo que hubieran podido hacerlo la presencia y la celebración de tantos obispos y curas de no siempre muy buena y sana reputación que a lo largo de los siglos la han visitado.

En ese artículo se presentaba un Francisco “capellán militar” de las fuerzas de la quinta cruzada, las cuales tenían como delegado pontifício un belicoso (el adjetivo es mío) e impaciente cardenal llamado Pelagio. No es que tenga nada contra los “capellanes militares” – si bien nunca entendí cuál es el fundamento evangélico por el cual un cura bendice cañones, pistolas, misiles nucleares, bombas atómicas y toda clase de armas de destrucción de masas. A lo cual, no satisfecho de tanta sacramentaria, agrega una liturgía solemne, en la cual reza para que su Dios destruya y siembre el pánico entre las filas enemigas. Sin polemizar con esa figura una cosa es cierta: Francisco no participó como capellan militar. No fue a Damasco para bendecir las espadas y demonizar los musulmanes. La fe de Francisco es la fe de Jesús, de Aquel que da sin medida y ama sin discriminaciones. Es la fe que se propone, no la fe que se impone. De esto nos ocupamos en estas reflexiones.

1.- Una fe que dialoga y no es indiferente al mundo

1.1) Francisco de Asís, a diferencia de Adán, no juega a las escondidas y no busca ninguna excusa a la hora de responder a la llamada del Amor. El amor del cual Francisco será inimitable mensajero no conoce vacaciones ni es un amor que se identifica o se confunde con la imagen de un Dios padre-patrón, vampiro celeste que coarta o empobrece las potencialidades humanas. El amor del cual Francisco testimoniará el vigor y la ternura no es un amor narcisistico que pone al centro el yo y considera lo otro, lo distinto como un simple instrumento a su servicio ni tampoco es el amor que encurvandose sobre sí mismo lamenta egocéntricamente sus dolores.

Considerando seriamente Dios y el Evangelio, Francisco jamás se escondió detrás de elaborados discursos o racionales excusas para evitar el encuentro con los otros y liberarse del imperativo ineludible del don de sí y de la misericordia. Es esto lo que quiere decir el elogio que hace Buenaventura cuando se refiere al deseo de servir que, como un fuego, ardía aún en el corazón de Francisco no obstante “su cuerpo estuviera desgastado ya por el trabajo y el sufrimiento” (LM 14, 1) y no fuera lejana la “hermana” muerte. “En efecto – dice Buenaventura – no hay puesto para la enfermedad ni para la pereza allí donde el estímulo del amore apremia siempre a empresas mayores” (LM, 14, 1)

1.2) Habitado y habitándo en modo radical la lógica oblativa, la lógica que dona el yo sin discriminación y sin medida, Francisco hará de su fe y de tal lógica los únicos medios para encontrar y hablar con los otros, sean estos otros creyentes o no, gente de buena fama o indeseables, nobles o ladrones, hombres de reconocida santidad o calificados como peligrosos e infieles.

El Dios de Francisco no es una divinidad privada, no es un Dios intimista ni es rehén de la sacristía. El Dios de Francisco recorre los caminos del mundo, dialoga y pacifica. Testimonio del rostro dialogante del Dios de Francisco es la ciudad de Arezzo que había caído en luchas internas y sangrientas, el podestá (intendente) y el obispo de Asís, la ciudad de Perusa, de Siena, de Boloña, el famoso “lobo” de Gubio, el sultán de la ciudad de Damasco… Para hacerla breve, se trata de conflictos en los cuales – como se dice de la ciudad de Boloña – “el furor violento de antiguas enimistades había llegado hasta el esparcimiento de tanta sangre”. Con plena razón, Antonio Merino, uno de los pensadores más vigorosos en el área del franciscanismo de habla española, subrayaba que “la experiencia religiosa de Francisco no fue un fenómeno puramente intimístico, afectivo y subjetivo, sino que se tradujo hacia el externo en palabras, gestos y en comportamientos coherentes” (J. A. Merino, Humanismo franciscano).

1.3) A propósito del popular episodio del lobo de Gubio recuerdo que, sea considerado como una leyenda o no, el texto tiene un valor altamente educativo – y sobre todo hoy. El texto hace referencia al conflicto entre el centro y la perifería. Entre el centro, lugar de los recursos, del bienestar, de la seguridad, y la perifería, o sea, el lugar de la pobreza, de la inseguridad, de los riesgos, lugar en el cual – y no por casualidad – se manifiesta en forma cruel la fuerza homicida por la carencia de todo aquello que satisface las necesidades primarias que, en el caso de este episodio, se identifica con lo que es fundamental para sobrevivir, es decir, el alimento, la comida.“Yo sé bien – dice Francisco al lobo – que por hambre has cometido el mal que has hecho” (Florecillas, cap. XXI).

1.4) El Dios de Francisco, por lo tanto, no es un Dios alienante, sublimación de patologías afectivas que se consume sentimentalisticamente entre los pliegues ocultos de un corazón solipsista y que es benévolo a los ritos propiciatorios de carácter infantil. Se trata de un Dios que exige, sin caer por esto en cruzadas imperialísticas, el encarnarse del yo en la historia cotidiana respetando siempre la “capacitas Dei in homine”.

En este sentido recuerdo que en las biografías de Francisco, escritas en un momento particularmente violento de la práxis de la iglesia, momento en el cual las cruzadas formaban parte de la expresión del todo normal de la iglesia, no hay ninguna huella de un Dios feudal, amigo de los violentos o perseguidor de los enemigos. En efecto, como nos recuerda un testimonio ocular de las prédicas de Francisco, el presbítero Tomás de Spalato, “toda la substancia de sus palabras miraba siempre a apagar las enemistades y a poner los fundamentos de nuevos pactos de paz”.

Francisco, secuáz del paradigma divino, es decir del Cristo que acoje todos sin rechazar a ninguno, ha aprendido a amar y a encarnarse en la historia viviendo en modo no dicotómico o divisibile la unión entre la fe y la obra, el credo y la práxis, el pensamiento y la acción. Francisco no se ha dejado fagocitar por el mundo pero no ha estado jamás ausente del Getsemani del propio tiempo. Sabía que no se puede acojer el Dios que dona el propio Hijo y a su vez quedarse sentado en la sombra protegiéndose del sol bajo la “planta de ricino”, esperando asistir a las caídas de las Babilonias, sin ocuparse responsablemente de ellas, sin hacer el intento de “restablecer la paz” entre los hombres, sus hermanos, que no pocas veces las transforman en infiernos.

2.- Algunas reflexiones acerca de Francisco y la quinta cruzada

2.1) La fe de Francisco no es una fe de sacristía ni una pía devoción sin resonancias en la vida pública. Su fe le impone hablar, le impone no quedar en silencio ante ciertas situaciones que ponen en serio riesgo la vida de los hombres, sus “hermanos”, como ocurrió en el episodio de Damasco, en plena cruzada. La fe le impone hablar, pronunciarse “aún a costo de ser tratado como un loco” (2Cel 4, 30).

Permanecer en silencio, o a parte, cuando se sabe que el ataque de los cruzados a los musulmanes, promovido sobre todo por el delegado papal, el luciferino cardenal Pelagio (el jefe militar de la cruzada, prefería no atacar las murallas de Damasco) terminará en una masacre (hubo más de cinco mil muertos en las filas de los cristianos) es imposible – como le confiesa a uno de sus compañeros. “Si callo – dice Francisco – no podré huir al reproche de mi conciencia”. Esto nos indica que si Francisco no fue un “pacifista” fue, sin embargo, como bien dice Juan Pablo II, “un pacífico”, es decir, un conciliador y un operador de la paz”. Por lo tanto, todos aquellos que están en sintonía con su espíritu y lógica son invitados a ver en él el artesano de un método pacífico respecto a la relación con el Islám, religión “otra”, diversa de la cristiana y que en aquel momento asume la función de la alteridad cuya presencia es de por sí una terrible amenaza.

2.2) En este contexto, quiero hacer referencia a un dato que tiene más bien un tono polémico y puede ayudar a comprender el por qué del método pacífico de Francisco. Antes de su conversión, cuando en su juventud formaba parte de las fuerzas del emperador, comandadas por el caballero Gentile, ejércigto que se dirigían a la zona pugliese para luchar en defensa de los derechos del papa Inocencio III, Francisco tuvo un sueño. Estaba acampado en el valle de Espoleto y en sueños escuchó una voz que decía: “Francisco: ¿por qué abandonas el patrón por el siervo y el príncipe por el súbdito?”. Esta voz inquieta a Francisco y lo pone frente a una encrucijada. Y Francisco responde a la voz diciendo: “¿Señor que quieres que yo haga?” (2Cel 2, 6).

Es fundamental recordar que quien tomó la decisión de hacer la guerra, quien firmó el decreto para las cruzadas fue el papa Inocencio III, el cual amaba llamarse “Siervo de los siervos”. Y bien, ¿qué nos quiere decir el texto con la voz que escucha Francisco, texto que está en un cuadro histórico bélico no insignificante?  Es evidente que la voz que siente Francisco lo pone frente a un gran dilema: ¿Quién puede favorecer más, el siervo o el señor? ¿Por qué buscas al siervo y no al señor? Dicho con otras palabras: obediencia a Dios, el “patrón”, o la obediencia al Papa, es decir al “siervo”.

Quien tenga una mínima idea de lo que estoy diciendo, seguramente tendrá  que dejar de lado la imagen de un Francisco idílico, romanticón, embelesado de la natura y ajeno a los conflictos que laceran a los hombres y en los cuales está involucrada la iglesia en prima persona. Francisco responderá a la voz, ejerciendo el discernimiento. Optará por el Señor y no por el siervo.

Sin por eso abandonar la iglesia, sin por eso criticar con panfletos, pergaminos o cartas de protestas, Francisco hará su opción. Opta por el Patrón y no por el “siervo”, opta por el Principe y no por el “súbdito”, optará por el Evangelio y no por los criterios guerreros del Papa. En otras palabras, no sigue el papa en una guerra fraticida la cual no propone la fe sino que más bien la impone y a costa de la vida de los otros. Francisco dice un rotundo “no” a la Iglesia que, en esos momentos, había hecho de las cruzadas su forma de vida y, en consecuencia era más amiga del Cesar que del Evangelio, confiando más en la espada que en la lógica oblativa. Esta última no es otra cosa que la lógica del Cristo que ha llamado “amigo” a Judas, el traídor, y ha dado sí mismo para que los hombres tengan vida, y la tengan en abundancia.

Francisco, dicho en pocas palabras, permanece, en ese momento crucial, a diferencia de la iglesia guerrera de su tiempo, anclado, aferrado al ejemplo de Cristo y al enseñamiento del evangelio. Es así que se hace presente entre los musulmanes con la disposición total “a morir antes que a matar”. Y esto significa dar una vuelta radical a la lógica immoral de las cruzadas y a la ideología que la sostiene conocida como malicidio. Esta teoría argumentada por el gran maestro de “espiritualidad” (?) monástica Bernardo de Claraval – y retomada por los militares de América latina en la triste época de la Doctrina de Seguridad Nacional – sostenía que “cuando un caballero de Cristo mata el malhechor, su gesto no es homicida, sino, si puede decir así, ‘malicida”; él es en ese momento en todo y por todo el agente de la venganza de Cristo sobre aquellos que cometen el mal” (G. Duby, Lo specchio del feudalismo, Bari-Roma, Laterza, 1980, pag. 287).

Para Francisco, en cambio, el malicidio tiene lugar versando la propia sangre y no la sangre de los otros.

2.3) Cae así la sabiduría pesimística de la antiguedad y que en mayor o menor medida ha alimentado períodos turbios e immorales de la iglesia, es decir, cae el noto “homo homini lupus”. Francisco indica otra vía porque para quienes se han dejado plasmar por la lógica oblativa, que da todo sin nada pedir en cambio, – la lógica del Cristo – esta prohíbido vertir en la guerra la sangre preciosa del otro, siempre “otro”, es verdad, pero siempre “hermano”. Configurado por la lógica crística que es la actitud evangélica, corazón y expresión del Amor del Amante entre nosotros, para Francisco de Asís el Islám no era ya el imperio del mal los demonios en tierra, sino una porción electa de la familia humana que sólo la violencia de los cristianos había hecho sorda y ciega a la voz y a la luz del Evangelio.

3.- Una enseñanza

3.1) Es un hecho innegable que el resultado de la presencia de Francisco en la quinta cruzada no tuvo mucho éxito. El sultán Melek – el Kamel, escuchó atentamente sus palabras, quedó sorprendido de la bondad y sabiduría de Francisco, sobre todo porque se acercó a dialogar sin llevar armas ni escudos, como hacían los otros cristianos. El sultán no se convirtió al cristianismo. Tampoco Francisco obtuvo el martirio – una forma radical de testimonianza muy apreciada en esa época.

Es interesante aquí recordar lo que dice un observador o cronista de aquellos tiempos, llamado Ernoul acerca de la quinta cruzada. El cronista escribe que Francisco “notó el mal y el pecado que comenzaban a crecer y a expandirse entre la gente del campamento que Francisco dejó la cruzada muy disgustado”

3.2) De todos modos su esfuerzo de encuentro con la alteridad, con aquellos que son “otros”, no fue en vano porque el ejemplo de Francisco ha inoculado una semilla de aquella voluntad de coloquio y de ecumenismo entre los hombres de diversa cultura, estirpe, religión, que están entre las iniciativas más importantes de nuestro tiempo.

3.3) Todo esto ayuda a comprender que para Francisco la verguenza y la traición al Dios de la lógica oblativa, se identifican con una espiritualidad atemporal, ahistórica, es decir, indiferente a los conflictos de la historia. La lógica oblativa de la cual, siguiendo las huellas del Cristo, Francisco es uno de los testimonios más creíbles no sólo en Occidente sino también en Oriente, es la única lógica que permite encontrar el otro en cuanto otro, en cuanto distinto y establecer un puente, sin por esto invadirlo, obligándolo por fuerza a plegarse a ciertos criterios que por muchas razones rechaza.

3.3) Agrego, para terminar, que si es verdad que el Oriente musulmán  tiende ( y me disculpen el neologismo) a mezquitizar las discotecas no es menos verdad que un Occidente arrogante e imperalista tiende a“discotequizar” las mezquitas – y esta acción denigrante tiene muchas veces la bendición de la jerarquía eclesiástica o es acompañada de un cómplice silencio. No ha sido ésta la actitud y el comportamiento de Francisco.

Libre de ideologías y partidismos, Francisco anuncia la paz que viene desde el Alto. A la pregunta: ¿dónde está tu hermano? pregunta a la cual Caín responde evasivamente, Francisco, en cambio, “movido a compasión”, es decir, mirando con misericordia los hombres que se masacran mutuamente, responde en prima persona, es decir, haciéndose presente en estos bélicos conflictos, restaurando en cuanto es posible, aún a riesgo de perder la vida, la paz y la armonia.

Identificándose siempre más con el amor donativo del Cristo, Francisco no se fía ni de la diplomacía ni de la espada. Se hace presente en las “zonas rojas” armado – como dice su biógrafo san Buenaventura – no con la espada sino con la fe. En modo excelente Merino retrata este aspecto de Francisco diciendo: “no es un democrático declarado ni un filántropo comprometido, sino un creyente que toma en serio Dios y el Evangelio. Es un cristiano convencido y coherente que ha sembrado una fe viva en el corazón de la realidad social, sin por eso jamás comprometerse con la política. Su autonomía y espontaneidad no se hubieran jamás conseñado a cualquier ideología que pudiera hipotecar su libertad”.

Conclusión

Francisco no ha sido el “capellán militar” de las cruzadas. Decidió ir a Damasco por su cuenta y no en función de bendecir la sed de conquista de la iglesia. Su propósito era dialogar con el sultán y anunciar la fe cristiana, anunciar el Dios de Cristo y el Cristo de Dios, rostros en los cuales, todos los hombres – ésta es la fe de Francisco – se pueden espejar, encontrarse, reconocerse, “salvarse”. Fue, como era su costumbre, provisto de fe y no de espada, habitando la lógica de la gratuidad que es la lógica de la mano abierta y no del puño cerrado que sólo para depredar se abre o para empuñar el cuchillo y cancellar la diferencia que no se deja dominar o se opone a sus intereses.

El Dios de Francisco no es amigo de violentos ni bendice cruzadas porque es el Dios de la gratuidad el cual no siempre es vivido ni testimoniado por la Institución y las comunidades locales. Aún así, Francisco no abandonó nunca la iglesia. Si la “criticó” lo hizo desde dentro, inaugurando caminos diversos alimentados por la lógica oblativa que ejerce la projimidad sin discriminaciones y no bendice la lucha armada porque es la lógica de Aquél que dona sí mismo a todos, incluyendo a quienes lo torturan y lo transpasan con la lanza.  Una lógica que la iglesia de su tiempo, más cerca del Cesar que del Evangelio, no digería facilmente, y que aún hoy (al menos una parte importante de la jerarquía) en ciertas situaciones en las cuales ve en peligro su imagen, su poder y su incidencia en el ámbito social y político, parece olvidar de buenas ganas.