El desafío de la exclusión y el consumo de drogas. Por Grupo de Curas insertos en Villas.

1. Estas reflexiones sobre la despenalización no pretenden ocupar el lugar que tiene la palabra de la Conferencia Episcopal Argentina sobre este tema. Ahora bien, como compartimos la vida en las Villas de la Ciudad y en algunas del Gran Buenos Aires, tenemos un recorrido hecho en el trabajo de prevención de adicciones, y del mismo modo acompañamos diariamente a personas en situación de sufrimiento social a causa de las drogas, y ante reiteradas consultas, nos parece conveniente hacer un aporte a la discusión del tema. Lo hacemos con espíritu de aportar al diálogo, ofreciendo el propio pensamiento y buscando integrar el pensamiento diferente.

2. Dialogar es buscar espacios de encuentro. Dialogar es comprender la búsqueda del otro. Por eso comenzamos preguntándonos que mueve a los que postulan la despenalización de la tenencia para el consumo personal: “si dicen lo que dicen, ¿por qué llegan a esa afirmación? ¿Cuál es el motivo existencial que desencadena ese pedido?” Es en este “porqué” en donde puede darse

el encuentro. Aunque la conclusión a la que se ha llegado pueda ser verdadera o errónea, este “porqué” creemos que es auténtico. Entendemos entonces, que se busca no criminalizar al adicto, derivando el tema al ámbito de la salud.

3. A nosotros como sacerdotes, el Evangelio de Jesús nos invita a dirigirnos a las periferias geográficas y existenciales, y a permanecer allí, con una presencia que ayude a cuidar la fragilidad. Se nos invita a entrar en comunión con los más pobres, y desde los pobres llegar a todos. Es así que en las Villas, nos toca en este tiempo acompañar especialmente a chicas y chicos consumidores de paco y otras sustancias. Éstos, obviamente, la mayoría de las veces, no pueden hacer oír su voz. Desde este lugar hacemos nuestro aporte. Por otra parte este camino que va desde los pobres a todos, nos parece un programa más que valido a la hora de trazar políticas de Estado, a la hora de legislar y a la hora de juzgar.

4. Como expresábamos en alguna oportunidad, para nosotros este no es sólo un tema de drogas, el paco ha hecho explotar la marginalidad, y nos la enrostra, dejando ver un tejido social que se ha roto. Nos encontramos con chicos y chicas con derechos básicos vulnerados. Muchos NN, sin estudios primarios, con problemas serios de salud –tuberculosis, VIH, etc.­, sin posibilidad de trabajo, viviendo en la calle. Pero si miramos más en profundidad descubrimos una situación de orfandad de amor, de ruptura o inexistencia de vínculos. Esta es una forma de pobreza que no se puede registrar en términos de ingreso mínimo por persona. Pero existe, es real.

5. A veces alguno puede pensar que son pocos los jóvenes con consumos realmente problemáticos, que les hipotecan la vida. Dudamos realmente que sea un grupo pequeño, es más, creemos más bien que se trata de chicos pobres de las villas y barriadas de la Ciudad y del Gran Buenos Aires. ¡La exclusión favorece la adicción y causa estragos! Creemos que desestimar los porcentajes de adictos, por ejemplo al paco, es temerario, ya que la marginalidad es el mejor caldo de cultivo para los consumos problemáticos. Por otro lado nunca hay que olvidar que detrás de las estadísticas hay rostros concretos e historias muy dolorosas. Duelen hoy, no simplemente cuanto los números los registran y aumentan.

6. La población de las Villas es joven. El eje central de la prevención tiene que pasar por la inclusión social y para ello se requiere una presencia inteligente del Estado. Al mismo Estado le cuesta hacer pie en nuestros barrios. Es que muchas veces se choca con el problema de la no tenencia de las tierras y la consiguiente no propiedad de las viviendas, por parte de los vecinos y vecinas. Siempre está latente el prejuicio: “no es su tierra, no pagan todos los impuestos, ni todos los servicios, por eso no son ciudadanos”. Pareciera que esto hace que se caigan de hecho, otros derechos humanos. Y obviamente todo esto es muy funcional al narcotráfico organizado.

7. Por otro lado nos preguntamos: ¿cómo decodifican los chicos de nuestros barrios la afirmación de que es legal la tenencia y el consumo personal? Nos parece que al no haber
una política de educación y prevención de adicciones intensa, reiterativa y operativa se aumenta la posibilidad de inducir al consumo de sustancias que dañan a las personas. El sistema educativo tiene muchas debilidades. Vemos una importante cantidad de chicos que dejan la escuela primaria, mucho más la secundaria. ¿No estamos dejando su educación en manos de los grupos que cantan su apología a la droga y al delito? La experiencia de acompañar a jóvenes en el camino de recuperación y reinserción social nos ha permitido escuchar el testimonio de muchos que han empezado consumiendo un pequeña cantidad de sustancias para uso ‘recreativo’ y de pronto se encontraron consumiendo drogas más dañinas aun. Por eso desde nuestra mirada las drogas no dan libertad sino que esclavizan. La despenalización a nuestro parecer influiría hoy en el imaginario social instalando la idea de que las drogas no hacen tanto daño.

8. A veces se da una distancia grande entre algunas leyes que buscan garantizar derechos y la realidad que intentan legislar. Entendemos que de ningún modo se puede criminalizar al usuario de drogas. Sin embargo, pensamos que mientras se busca proteger los derechos de algunos, en la práctica se desprotegen más los derechos de otros. Conocemos infinidad de casos de gente que no lleva drogas ilegales en el bolsillo por temor a ser demorados por la policía. ¿Esta habilitación para llevar drogas, no colabora con la naturalización del consumo? ¿No acerca la realidad del resto de la sociedad a la de nuestras villas donde la despenalización de la tenencia esta dada de hecho? Antes de plantear una ley así: ¿no sería mejor que para ese momento hayamos concientizado a la sociedad que no está bueno, ni es saludable consumir drogas? ¿que hayamos tejido una red asistencial? ¿No es una renuncia y un descompromiso la despenalización así de este modo, sin mirar la totalidad del problema? Creemos que antes de discutir la posible sanción de esta ley es mejor trabajar las representaciones sociales del problema a fin de generar cambios en la sociedad, y poblar el territorio con los dispositivos adecuados. Por ejemplo a nivel de todo el territorio nacional ¿no habría que esperar a que los CePLAs –Centros Preventivos Locales de las Adiciones­ y los CETs –Casas Educativas Terapéuticas­, funcionen adecuadamente? ¿y si funcionan, alcanza con 150 CePLAs y 60 CETs? ¿no habría que hacer 1500 CePLAs y 500 CETs antes de plantear una ley sobre despenalización? Para nosotros poblar más el territorio de dispositivos adecuados sería un modo concreto de dar más libertad a nuestros niños/as, adolescentes y jóvenes, de darles más capacidad para elegir lo bueno para su vida.

9. Al visitar los penales nos damos cuenta que quienes asocian la droga con el delito, fácilmente discriminan y estigmatizan a los usuarios de drogas, cerrándoles las puertas y haciéndoles mucho más difícil el camino de la inclusión social. No obstante, sabemos que los penales están llenos de personas que tienen problemas con la droga. ¿No habría que pensar este tema antes de despenalizar la tenencia? No les damos oportunidades, naturalizamos el consumo, pero si el consumo se les volvió problemático y los llevó por el camino del delito les caemos con todo el peso de la ley. ¿No es poner toda la responsabilidad en la persona ­que no tiene oportunidades: hospital, trabajo, educación, etc.­ sin hacerse cargo desde el Estado? Hay tantos chicos y chicas que casi no tuvieron oportunidades, y a quienes el consumo se les hizo demasiado problemático. ¿Descriminalizar a los usuarios, no es también darles oportunidades a tiempo? ¿No habría que hacer eso antes de despenalizar la tenencia? ¿No habría también que revisar el código penal y las prácticas judiciales antes?

10. Recordando una imagen que ya utilizamos, podríamos decir que la discusión sobre la despenalización corresponde a los últimos capítulos del libro y no a los primeros. Nos dicen que ahora hay que despenalizar, y nosotros nos preguntamos quién arma la agenda de prioridades. Porque si uno pregunta en los barrios, lo urgente es la creación de dispositivos preventivos y asistenciales. Las preocupaciones de la mayoría de la gente de nuestros barrios son: “¿qué hago con mi hijo que se me está yendo de las manos?”, “¿cómo hago, porque se puso rebelde y

ya no quiere ir al colegio?”, “¿Quien le puede hablar, está todo el día en la esquina con mala junta y tengo miedo que me lo traigan en un cajón?”, “¿como hacemos con la bandita de la esquina, que le roban a la gente que se está yendo a trabajar?”, “¿cómo hago con mi marido que no puede parar de tomar, y encima se pone violento?”, “mi mujer se va al bingo y se pasa todo el día, estoy preocupado” y tantas otras. La agenda política debe responder a las necesidades de la gente.

  1. Frente a este tipo de situaciones tenemos que responder cada uno desde el lugar que nos toca, con una presencia que acompañe, con una historia de bien que se una a toda historia de sufrimiento para abrir en ella un resquicio de luz. Ahora bien, en una sociedad donde muchas veces los excluidos no son ‘explotados’, sino desechos ‘sobrantes’, nosotros tenemos la experiencia bíblica de que: “La piedra que
  2. los constructores rechazaron ahora ha llegado a ser la piedra angular.” (Mt. 21, 42). Con alegría podemos decir que muchos de los chicos y chicas que acompañamos, se han puesto de pie y hoy son los verdaderos protagonistas del camino de inclusión, que empiezan a transitar otros

chicos y chicas, que están en la situación que ellos estaban. Son ellos los que ahora tienden la mano, siendo portadores de esperanza.

11. Mirando a los niños y jóvenes de nuestros barrios apostamos a la esperanza, y nos comprometemos a seguir trabajando por la inclusión social, de lo contrario se pierde mucho. Se pierden, ante todo, a las personas que no pueden con su vida. Se pierden hombres y mujeres, que por falta de igualdad de posibilidades se quedan a mitad de camino; y así se desvanecen sueños, proyectos, talentos, valores, dones, ideales y horizontes, tan necesarios para construir una sociedad más justa, solidaria y verdadera. Se pierden insospechables riquezas personales, como intelectos lúcidos, manos hábiles y virtuosas para el trabajo, el arte y la ciencia, para hacer más promisorio y posible el futuro en la Argentina. Perdemos corazones buenos y nobles, que aportarían dando seriedad a las cosas, respeto al semejante y pasión para construir una patria de hermanos. En fin, con los jóvenes que se quedan atrapados por las redes de las drogas, perdemos todos, porque “la humanidad es una”, decía Bartolomé De Las Casas.

Pedimos a la Virgen de Luján, Madre del Pueblo, que cuide y proteja a sus hijos que padecen el flagelo de la droga, de fuerzas a sus familias y luz a nuestra sociedad para generar vínculos de projimidad y solidaridad.

Buenos Aires, 1 de Septiembre de 2014.

  • ­  Lorenzo de Vedia, Carlos Olivero y Juan Isasmendi de la Villa 21­24 y N.H.T. Zabaleta.
  • ­  Guillermo Torre, Martín Carrozza y Eduardo Drabble de la Villa 31.
  • ­  Gustavo Carrara, Hernán Morelli y Nicolás Angellotti de la Villa 1­11­14.
  • ­  Pedro Baya Casal y Gastón Colombres de la Villa 3 y el Barrio Carrillo.
  • ­  Franco Punturo y Sebastián Risso de la Villa 20.
  • ­  Sebastián Sury y Damián Reynoso de la Villa 15.
  • ­  José María Di Paola de las Villas Carcova, 13 de Julio, Independencia y Curita.
  • ­  Basilicio Brites de las Villas Palito, Puerta de Hierro, 17 de Marzo y San Petersburgo.
  • ­  Jorge García Cuerva de la Villa la Cava.
  • ­  Juan Manuel Ortiz de Rozas del Barrio el Talar.

 

http://www.sin-paco.org

 

 

En nosotros están todas las memorias del universo. Por Leonardo Boff

El ser humano es el último ser de gran porte que ha entrado en el proceso de la evolución por nosotros conocido. Como no existe solamente materia y energía sino también información, ésta viene almacenada en forma de memoria en todos los seres y en nosotros a lo largo de todas las fases del proceso cosmogénico. En nuestra memoria resuenan las últimas reminiscencias del big bang que dio origen a nuestro cosmos. En los archivos de nuestra memoria se guardan las vibraciones energéticas oriundas de las inimaginables explosiones de las grandes estrellas rojas, de las cuales vinieron las supernovas y los conglomerados de galaxias, cada cual con sus miles de millones de estrellas y de planetas y asteroides. En ella se encuentran también resonancias del calor generado por la destrucción de galaxias devorándose unas a otras, del fuego originario de las estrellas y de los planetas a su alrededor, de la incandescencia de la Tierra, del fragor de los líquidos que cayeron durante 100 millones de años sobre nuestro planeta hasta enfriarlo (era hadeana), de la exuberancia de las selvas ancestrales, reminiscencias de la voracidad de los dinosaurios que reinaron, soberanos, durante 135 millones de años, de la agresividad de nuestros antepasados en su afán por sobrevivir, del entusiasmo por el fuego que ilumina y cocina, de la alegría por el primer símbolo creado y por la primera palabra pronunciada, reminiscencias de la suavidad de las brisas leves, de las mañanas diáfanas, del precipicio de las montañas cubiertas de nieve, y por fin, recuerdos de las interdependencias entre todos los seres, creando la comunidad de los vivientes, del encuentro con el otro, capaz de ternura, entrega y amor y, finalmente, del éxtasis del descubrimiento del misterio del mundo que todos llaman por mil nombres y nosotros llamamos Dios. Todo eso está sepultado en algún rincón de nuestra psique y en el código genético de cada célula de nuestro cuerpo, porque somos tan antiguos como el universo.leonardo-boff-2013

No vivimos en este universo ni sobre nuestra Tierra como seres erráticos. Venimos del útero común de donde vienen todas las cosas, de la Energía de Fondo o Abismo Alimentador de todos los seres, del hadrón primordial, del top-quark, uno de los ladrillitos más ancestrales del edificio cósmico, hasta el computador actual. Y somos hijos e hijas de la Tierra. Más aún, somos aquella parte de la Tierra que anda y danza, que tiembla de emoción y piensa, que quiere y ama, que se extasía y venera el Misterio. Todas estas cosas estuvieron virtualmente en el universo, se condensaron en nuestro sistema solar y sólo después irrumpieron concretas en nuestra Tierra. Porque todo eso estaba virtualmente allí, ahora puede estar aquí en nuestras vidas.

El principio cosmogénico, es decir, aquellas energías directoras que comandan, llenas de propósito, todo el proceso evolutivo obedecen a la lógica siguiente, tan bien expuesta por E. Morin: orden, desorden, interacción, nuevo orden, nuevo desorden, nuevamente interacción y así siempre. Con esa lógica se crean siempre más complejidades y diferenciaciones; y en la misma proporción se van creando interioridad y subjetividad hasta su expresión lúcida y consciente que es la mente humana. Y simultáneamente y también en la misma proporción se va gestando la capacidad de reciprocidad de todos con todos, en todos los momentos y en todas las situaciones. Diferenciación /interioridad/ comunión: la trinidad cósmica que preside el organismo del universo.

Todo va sucediendo procesualmente y evolutivamente sometido al no-equilibrio dinámico (caos) que busca siempre un nuevo equilibrio, a través de adaptaciones e interdependencias.

La existencia humana no está fuera de esta dinámica. Tiene dentro de sí estas constantes cósmicas de caos y de cosmos, de no-equilibrio en busca de un nuevo equilibrio. Mientras estamos vivos nos encontramos siempre enredados en esta condición. Cuanto más próximos al equilibrio total más próximos a la muerte. La muerte es la fijación del equilibrio y del proceso cosmogénico. O su paso a un nivel que demanda otra forma de acceso y de conocimiento.

¿Cómo se da esta estructura concretamente en nosotros? En primer lugar por la cotidianeidad. Cada cual vive su cotidiano que comienza con el aseo personal, la manera como vive, lo que come, el trabajo, las relaciones familiares, los amigos, el amor. Lo cotidiano es prosaico y frecuentemente cargado de desencanto. La mayoría de la humanidad vive restringida a lo cotidiano con el anonimato que él implica. Es una parte del orden universal que emerge en la vida de las personas.

Pero los seres humanos también estamos habitados por la imaginación. Esta rompe las barreras de lo cotidiano y busca lo nuevo. La imaginación es, por esencia, fecunda; es el reino de lo poético, de las probabilidades de sí infinitas (de naturaleza cuántica). Imaginamos nueva vida, nueva casa, nuevo trabajo, nuevos placeres, nuevas relaciones, nuevo amor. La imaginación produce la crisis existencial y el caos en el orden cotidiano.

Pertenece a la sabiduría de cada uno articular lo cotidiano con lo imaginario, lo prosaico con lo poético y retrabajar el desorden y el orden. Si alguien se entrega sólo a lo imaginario, puede estar haciendo un viaje, vuela por las nubes olvidado de la Tierra y puede acabar en una clínica psiquiátrica. Puede también negar la fuerza seductora del imaginario, sacralizar lo cotidiano y sepultarse vivo dentro de él. Entonces se muestra pesado, poco interesante y frustrado. Rompe con la lógica del movimiento universal.

Sin embargo, cuando una persona asume su cotidiano y lo vivifica con inyecciones de creación, entonces comienza a irradiar una rara energía percibida por quienes conviven con ella.

 

 

Fuente: Leonardo Boff. Teólogo Franciscano. Escribió, entre tantas bellas obras, El despertar del águila: lo sim-bólico y lo dia-bólico como construcción de la realidad, 2002.

Traducción de Mª José Gavito Milano

Francisco de Asís y Francisco de Roma. Por Leonardo Boff

Desde que el obispo de Roma electo, y por eso Papa, asumió el nombre de Francisco, se hace inevitable la comparación entre los dos Franciscos, el de Asís y el de Roma. Además, el Francisco de Roma se remitió explícitamente a Francisco de Asís. Evidentemente no se trata de mimetismo, sino de constatar puntos de inspiración que nos indiquen el estilo que el Francisco de Roma quiere conferir a la dirección de la Iglesia universal.leonardo-boff-2013

Hay un punto común innegable: la crisis de la institución eclesiástica. El joven Francisco dice haber oído una voz venida del Crucifijo de San Damián que le decía: “Francisco repara mi Iglesia porque está en ruinas”. Giotto lo representó bien, mostrando a Francisco soportando sobre sus hombros el pesado edificio de la Iglesia.

Nosotros vivimos también una grave crisis por causa de los escándalos internos de la propia institución eclesiástica. Se ha oído el clamor universal («la voz del pueblo es la voz de Dios»): «reparen la Iglesia que se encuentra en ruinas en su moralidad y su credibilidad». Y se ha confiado a un cardenal de la periferia del mundo, a Bergoglio, de Buenos Aires, la misión de restaurar, como Papa, la Iglesia a la luz de Francisco de Asís.

En el tiempo de san Francisco de Asís triunfaba el Papa Inocencio III (1198-1216) que se presentaba como «representante de Cristo». Con él se alcanzó el supremo grado de secularización de la institución eclesiástica con intereses explícitos de «dominium mundi», de dominación del mundo. Efectivamente, por un momento, prácticamente toda Europa hasta Rusia estaba sometida al Papa. Se vivía en la mayor pompa y gloria. En 1210, con muchas dudas, Inocencio III reconoció el camino de pobreza de Francisco de Asís. La crisis era teológica: una Iglesia-imperio temporal y sacral contradecía todo lo que Jesús quería.

Francisco vivió la antítesis del proyecto imperial de Iglesia. Al evangelio del poder, presentó el poder del evangelio: en el despojamiento total, en la pobreza radical y en la extrema sencillez. No se situó en el marco clerical ni monacal, sino que como laico se orientó por el evangelio vivido al pie de la letra en las periferias de las ciudades, donde están los pobres y los leprosos, y en medio de la naturaleza, viviendo una hermandad cósmica con todos los seres. Desde la periferia habló al centro, pidiendo conversión. Sin hacer una crítica explícita, inició una gran reforma a partir de abajo pero sin romper con Roma. Nos encontramos ante un genio cristiano de seductora humanidad y de fascinante ternura y cuidado que puso al descubierto lo mejor de nuestra humanidad.

Estimo que esta estrategia debe haber impresionado a Francisco de Roma. Hay que reformar la Curia y los hábitos clericales ypalacianos de toda la Iglesia. Pero no hay que crear una ruptura que desgarraría el cuerpo de la cristiandad.

Otro punto que seguramente habrá inspirado a Francisco de Roma: la centralidad que Francisco de Asís otorgó a los pobres. No organizó ninguna obra para los pobres, pero vivió con los pobres y como los pobres. Francisco de Roma, desde que lo conocemos, vive repitiendo que el problema de los pobres no se resuelve sin la participación de los pobres, no por la filantropía sino por la justicia social. Ésta disminuye las desigualdades que castigan a América Latina y, en general, al mundo entero.

El tercer punto de inspiración es de gran actualidad: cómo relacionarnos con la Madre Tierra y con sus bienes y servicios escasos. En la alocución inaugural de su entronización, Francisco de Roma usó más de 8 veces la palabra cuidado. Es la ética del cuidado, como yo mismo he insistido fuertemente en varios de mis textos, la que va a salvar la vida humana y garantizar la vitalidad de los ecosistemas. Francisco de Asís, patrono de la ecología, será el paradigma de una relación respetuosa y fraterna hacia todos los seres, no encima sino al pie de la naturaleza.

Francisco de Asís mantuvo con Clara una relación de gran amistad y de verdadero amor. Exaltó a la mujer y a las virtudes considerándolas «damas». Ojalá inspire a Francisco de Roma una relación con las mujeres, que son la mayoría de la Iglesia, no sólo de respeto, sino también dándoles protagonismo en la toma de decisiones sobre los caminos de la fe y de la espiritualidad en el nuevo milenio. És una cuestión de justicia.

Por último, Francisco de Asís es, según el filósofo Max Scheler, el prototipo occidental de la razón cordial y emocional. Ella nos hace sensibles a la pasión de los que sufren y a los gritos de la Tierra. Francisco de Roma, a diferencia de Benedicto XVI, expresión de la razón intelectual, es un claro ejemplo de la inteligencia cordial que ama al pueblo, abraza a las personas, besa a los niños y mira amorosamente a las multitudes. Si la razón moderna se amalgama con la sensibilidad del corazón, no será tan difícil cuidar la Casa Común y a los hijos e hijas desheredados, y alimentaremos la convicción muy franciscana de que abrazando cariñosamente al mundo, estamos abrazando a Dios.

Leonardo Boff es autor de Francisco de Asís: ternura y vigor, Sal Terrae

Fuente: Leonardo Boff Blog

Navigating the Shifts. By Pat Farrell

Navigating the Shifts. By Pat Farrell, OSF  — LCWR President

Presidential Address, 2012 LCWR Assembly

The address that I am about to give is not the one I had imagined. After the lovely contemplative tone of last summer’s assembly, I had anticipated simply articulating from our contemporary religious life reflections some of the new things we sense that God has been doing. Well, indeed we have been sensing new things. The doctrinal assessment, however, is not what I had in mind!

Clearly, there has been a shift! Some larger movement in the Church, in the world, has landed on LCWR. We are in a time of crisis and that is a very hopeful place to be. As our main speaker, Barbara Marx Hubbard, has indicated, crisis precedes transformation. It would seem that an ecclesial and even cosmic transformation is trying to break through. In the doctrinal assessment we’ve been given an opportunity to help move it. We weren’t looking for this contoversy. Yet I don’t think that it is by accident that it found us. No, there is just too much synchronicity in events that have prepared us for it. The apostolic visitation galvanized the solidarity among us. Our contemplative group reflection has been ripenening our spiritual depth. The 50th anniversary of the Vatican II approaches. How significant for us who took it so to heart and have been so shaped by it! It makes us recognize with poignant clarity what a very different moment this is. I find my prayer these days often taking the form of lamentation. Yes, something has shifted! And now, here we are, in the eye of an ecclesial storm, with a spotlight shining on us and a microphone placed at our mouths. What invitation, what opportunity, what responsibility is ours in this? Our LCWR mission statement reminds us that our time is holy, our leadership is gift, and our challenges are blessings.

I think It would be a mistake to make too much of the docrinal assessment. We cannot allow it to consume an inordinate amount of our time and energy or to distract us from our mission. It is not the first time that a form of religious life has collided with the institutional Church. Nor will it be the last. We’ve seen an apostolic visitation, the Quinn Commission, a Vatican intervention of CLAR and of the Jesuits. Many of the foundresses and founders of our congregations struggled long for canonical approval of our institutes. Some were even silenced or ex-communicated. A few of them, as in the cases of Mary Ward and Mary McKillop, were later canonized. There is an inherent existential tension between the complementary roles of hierarchy and religious which is not likely to change. In an ideal ecclesial world, the different roles are held in creative tension, with mutual respect and appreciation, in an enviroment of open dialogue, for the building up of the whole Church. The doctrinal assessment suggests that we are not currently living in an ideal ecclesial world.

I also think it would be a mistake to make too little of the doctrinal assessment. The historical impact of this moment is clear to all of us. It is reflected in the care with which LCWR members have both responded and not responded, in an effort to speak with one voice. We have heard it in more private conversations with concerned priests and bishops. It is evident in the immense groundswell of support from our brother religious and from the laity. Clearly they share our concern at the intolerance of dissent even from those with informed consciences, the continued curtailing of the role of women. Here are selections from one of the many letters I have received: “I am writing to you because I am watching at this pivotal moment in our planet’s spiritual history. I believe that all the Catholic faithful must be enlisted in your efforts, and that this crisis be treated as the 21st century catalyst for open debate and a rush of fresh air through every stained glass window in the land.” Yes, much is at stake. Through it all, we can only go forward with truthfulness and integrity. Hopefully we can do so in a way that contributes to the good of religious life everywhere and to the healing of the fractured Church we so love. It is no simple thing. We walk a fine line. Gratefully, we walk it together.

In the context of Barbara Marx Hubbard’s presentation, it is easy to see this LCWR moment as a microcosm of a world in flux. It is nested within the very large and comprehensive paradigm shift of our day. The cosmic breaking down and breaking through we are experiencing gives us a broader context. Many institutions, traditions, and structures seem to be withering. Why? I believe the philosophical underpinnings of the way we’ve organized reality no longer hold. The human family is not served by individualism, patriarchy, a scarcity mentality, or competition. The world is outgrowing the dualistic constructs of superior/inferior, win/lose, good/bad, and domination/submission. Breaking through in their place are equality, communion, collaboration, synchronicity, expansiveness, abundance, wholeness, mutuality, intuitive knowing, and love. This shift, while painful, is good news! It heralds a hopeful future for our Church and our world. As a natural part of evolutionary advance, it in no way negates or undervalues what went before. Nor is there reason to be fearful of the cataclysmic movements of change swirling around us. We only need to recognize the movement, step into the flow, and be carried by it. Indeed, all creation is groaning in one great act of giving birth. The Spirit of God still hovers over the chaos. This familiar poem of Christopher Fry captures it:

”The human heart can go the length of God.
Cold and dark, it may be
But this is no winter now.
The frozen misery of centuries cracks, breaks, begins to move. The thunder is the thunder of the floes.

The thaw, the flood, the up-start spring. Thank God, our time is now
When wrong comes up to face us everywhere Never to leave until we take

The greatest stride of soul that people ever took
Affairs are now soul-size.
The enterprise is exploration into God…”

Christopher Fry – A Sleep of Strangers

I would like to suggest a few ways for us to navigate the large and small changes we are undergoing. God is calling to us from the future. I believe we are being readied for a fresh inbreaking of the Reign of God. What can prepare us for that? Perhaps there are answers within our own spiritual DNA. Tools that have served us through centuries of religious life are, I believe, still a compass to guide us now. Let us consider a few, one by one.

1.How can we navigate the shifts? Through contemplation.

How else can we go forward except from a place of deep prayer? Our vocations, our lives, begin and end in the desire for God. We have a lifetime of being lured into union with divine Mystery. That Presence is our truest home. The path of contemplation we’ve been on together is our surest way into the darkness of God’s leading. In situations of impasse, it is only prayerful spaciousness that allows what wants to emerge to manifest itself. We are at such an impasse now. Our collective wisdom needs to be gathered. It germinates in silence, as we saw during the six weeks following the issuing of the mandate from the Congregation of the Doctrine of the Faith. We wait for God to carve out a deeper knowing in us. With Jan Richardson we pray:

“You hollow us out, God, so that we may carry you, and you endlessly fill us only to be emptied again. Make smooth our inward spaces and sturdy, that we may hold you with less resistance and bear you with deeper grace.”

Here is one image of contemplation: 1 the prairie. The roots of prairie grass are extraordinarily deep. Prairie grass acutally enriches the land. It produced the fertile soil of the Great Plains. The deep roots aerate the soil and decompose into rich, productive earth. Interestingly, a healthy prairie needs to be burned regularly. 2 It needs the heat of the fire and the clearing away of the grass itself to bring the nutrients from the deep roots to the surface, supporting new growth. This burning reminds me of a similar image. There is a kind of Eucalyptus tree in Australia whose seeds cannot germinate without a forest fire. The intense heat cracks open the seed and allows it to grow. Perhaps with us, too, there are deep parts of ourselves activated only when more shallow layers are stripped away. We are pruned and purified in the dark night. In both contemplation and conflict we are mulched into fertility. As the burning of the prairie draws energy from the roots upward and outward, contemplation draws us toward fruitful action. It is the seedbed of a prophetic life. Through it, God shapes and strengthens us for what is needed now.

2.How can we navigate the shifts? With a prophetic voice

The vocation of religious life is prophetic and charismatic by nature, offering an alternate lifestyle to that of the dominant culture. The call of Vatican II, which we so conscientiously heeded, urged us to respond to the signs of our times. For fifty years women religious in the United States have been trying to do so, to be a prophetic voice. There is no guarantee, however, that simply by virtue of our vocation we can be prophetic. Prophecy is both God’s gift as well as the product of rigorous asceticism. Our rootedness in God needs to be deep enough and our read on reality clear enough for us to be a voice of conscience. It is usually easy to recognize the prophetic voice when it is authentic. It has the freshness and freedom of the Gospel: open, and favoring the disenfranchised. The prophetic voice dares the truth. We can often hear in it a questioning of established power, and an uncovering of human pain and unmet need. It challenges structures that exclude some and benefit others. The prophetic voice urges action and a choice for change.

Considering again the large and small shifts of our time, what would a prophetic response to the doctrinal assessment look like? I think it would be humble, but not submissive; rooted in a solid sense of ourselves, but not self- righteous; truthful, but gentle and absolutely fearless. It would ask probing questions. Are we being invited to some appropriate pruning, and would we open to it? Is this doctrinal assessment process an expression of concern or an attempt to control? Concern is based in love and invites unity. Control through fear and intimidation would be an abuse of power. Does the institutional legitimacy of canonical recognition empower us to live prophetically? Does it allow us the freedom to question with informed consciences? Does it really welcome feedback in a Church that claims to honor the sensus fidelium, the sense of the faithful? In the words of Bob Beck, “A social body without a mechanism for registering dissent is like a physical body that cannot feel pain. There is no way to get feedback that says that things are going wrong. Just as a social body that includes little more than dissent is as disruptive as a physical body that is in constant pain. Both need treatment.”

When I think of the prophetic voice of LCWR, specifically, I recall the statement on civil discourse from our 2011 assembly. In the context of the doctrinal assessment, it speaks to me now in a whole new way. St. Augustine expressed what is needed for civil discourse with these words: “Let us, on both sides, lay aside all arrogance. Let us not, on either side, claim that we have already discovered the truth. Let us seek it together as something which is known to neither of us. For then only may we seek it, lovingly and tranquilly, if there be no bold presumption that it is already discovered and possessed.”

In a similar vein, what would a prophetic response to the larger paradigm shifts of our time look like? I hope it would include both openness and critical thinking, while also inspiring hope. We can claim the future we desire and act from it now. To do this takes the discipline of choosing where to focus our attention. If our brains, as neuroscience now suggests, take whatever we focus on as an invitation to make it happen, then the images and visions we live with matter a great deal. So we need to actively engage our imaginations in shaping visions of the future. Nothing we do is insignificant. Even a very small conscious choice of courage or of conscience can contribute to the transformation of the whole. It might be, for instance, the decision to put energy into that which seems most authentic to us, and withdraw energy and involvement from that which doesn’t. This kind of intentionaltiy is what Joanna Macy calls active hope. It is both creative and prophetic. In this difficult, transitional time, the future is in need of our imagination and our hopefulness. In the words of the French poet Rostand:

“It is at night that it is important to believe in the light; one must force the dawn to be born by believing in it.”

3.How can we navigate the shifts? Through solidarity with the marginalized.

We cannot live prophetically without proximity to those who are vulnerable and marginalized. First of all, that is where we belong. Our mission is to give ourselves away in love, particularly to those in greatest need. This is who we are as women religious. But also, the vantage point of marginal people is a privileged place of encounter with God, whose preference is always for the outcast. There is important wisdom to be gleaned from those on the margins. Vulnerable human beings put us more in touch with the truth of our limited and messy human condition, marked as it is by fragility, incompleteness, and inevitable struggle.

The experience of God from that place is one of absolutely gratuitous mercy and empowering love. People on the margins who are less able to and less invested in keeping up appearances, often have an uncanny ability to name things as they are. Standing with them can help situate us in the truth and helps keep us honest. We need to see what they see in order to be prophetic voices for our world and Church, even as we struggle to balance our life on the periphery with fidelity to the center.

Collectively women religious have immense and varied experiences of ministry at the margins. Has it not been the privilege of our lives to stand with oppressed peoples? Have they not taught us what they have learned in order to survive: resiliency, creativity, solidarity, the energy of resistance, and joy? Those who live daily with loss can teach us how to grieve and how to let go. They also help us see when letting go is not enough. There are structures of injustice and exclusion that need to be unmasked and systematically removed. I offer this image of active dismantling. These pictures were taken in Suchitoto, El Salvador the day of celebration of the peace accords. 4 5 That morning, people came out of their homes with sledge hammers and began to knock down the bunkers, to dismantle the machinery of war. 6

4. How can we navigate the shifts? Through community

Religious have navigated many shifts over the years because we’ve done it together. We find such strength in each other! 7 In the last fifty years since Vatican II our way of living community has shifted dramatically. It has not been easy and continues to evolve, within the particular US challenge of creating community in an individualistic culture. Nonetheless, we have learned invaluable lessons.

We who are in positions of leadership are constantly challenged to honor a wide spectrum of opinions. We have learned a lot about creating community from diversity, and about celebrating differences. We have come to trust divergent opinions as powerful pathways to greater clarity. Our commitment to community compels us to do that, as together we seek the common good.

We have effectively moved from a hierarchically structured lifestyle in our congregations to a more horizontal model. It is quite amazing, considering the rigidity from which we evolved. The participative structures and collaborative leadership models we have developed have been empowering, lifegiving. These models may very well be the gift we now bring to the Church and the world.

From an evolved experience of community, our understanding of obedience has also changed. This is of particular importance to us as we discern a response to the doctrinal assessment. How have we come to understand what free and responsible obedience means? A response of integrity to the mandate needs to come out of our own understanding of creative fidelity. Dominican Judy Schaefer has beautifully articulated theological underpinnings of what she calls “obedience in community” or “attentive discipleship.” They reflect our post- Vatican II lived experience of communal discernment and decision making as a faithful form of obedience. She says: “Only when all participate actively in attentive listening can the community be assured that it has remained open and obedient to the fullness of God’s call and grace in each particular moment in history.” Isn’t that what we have been doing at this assembly? Community is another compass as we navigate our way forward. Our world has changed. I celebrate that with you through the poetic words of Alice Walker, from her book entitled Hard Times Require Furious Dancing:

The World Has Changed

The world has changed:
Wake up & smell
the possibility. The world
has changed: It did not change without
your prayers without
your determination to
believe
in liberation
&
kindness;
without
your
dancing
through the years that had
no
beat.
The world has changed: It did not
change
without
your numbers your fierce love
of self
& cosmos it did not change without
your strength.

The world has
changed:
Wake up!
Give yourself
the gift
of a new
day. 8

 

5. How can we navigate the shifts? Non-violently

The breaking down and breaking through of massive paradigm shift is a violent sort of process. It invites the inner strength of a non-violent response. Jesus is our model in this. His radical inclusivity incited serious consequences. He was violently rejected as a threat to the established order. Yet he defined no one as enemy and loved those who persecuted him. Even in the apparent defeat of crucifixion, Jesus was no victim. He stood before Pilate declaring his power to lay down his life, not to have it taken from him.

What, then, does non-violence look like for us? It is certainly not the passivity of the victim. It entails resisting rather than colluding with abusive power. It does mean, however, accepting suffering rather than passing it on. It refuses to shame, blame, threaten or demonize. In fact, non-violence requires that we befriend our own darkness and brokeness rather than projecting it onto another. This, in turn, connects us with our fundamental oneness with each other, even in conflict. Non-violence is creative. It refuses to accept ultimatums and dead-end definitions without imaginative attempts to reframe them. When needed, I trust we will name and resist harmful behavior, without retaliation. We can absorb a certain degree of negativity without drama or fanfare, choosing not to escalate or lash out in return. My hope is that at least some measure of violence can stop with us.

Here I offer the image of a lightning rod. 9 Lightning, the electrical charge generated by the clash of cold and warm air, is potentially destructive to whatever it strikes. 10 A lightning rod draws the charge to itself, channels and grounds it, providing protection. A lightning rod doesn’t hold onto the destructive energy but allows it to flow into the earth to be transformed. 11

6. How can we navigate the shifts? By living in joyful hope

Joyful hope is the hallmark of genuine discipleship. We look forward to a future full of hope, in the face of all evidence to the contrary. Hope makes us attentive to signs of the inbreaking of the Reign of God. Jesus describes that coming reign in the parable of the mustard seed.

Let us consider for a moment what we know about mustard. Though it can also be cultivated, mustard is an invasive plant, essentially a weed. 12 The image you see is a variety of mustard that grows in the Midwest. Some exegetes tell us that when Jesus talks about the tiny mustard seed growing into a tree so large that the birds of the air come and build their nest in it, he is probably joking. 13 To imagine birds building nests in the floppy little mustard plant is laughable. It is likely that Jesus’ real meaning is something like Look, don’t imagine that in following me you’re going to look like some lofty tree. Don’t expect to be Cedars of Lebanon or anything that looks like a large and respectable empire. But even the floppy little mustard plant can support life. Mustard, more often than not, is a weed. 14 Granted, it’s a beautiful and medicinal weed. Mustard is flavorful and has wonderful healing properties. 15 It can be harvested for healing, and its greatest value is in that. But mustard is usually a weed. 16 It crops up anywhere, without permission. And most notably of all, it is uncontainable. It spreads prolifically and can take over whole fields of cultivated crops. 17 You could even say that this little nuisance of a weed was illegal in the time of Jesus. There were laws about where to plant it in an effort to keep it under control.

Now, what does it say to us that Jesus uses this image to describe the Reign of God? Think about it. We can, indeed, live in joyful hope because there is no political or ecclesiastical herbicide that can wipe out the movement of God’s Spirit. Our hope is in the absolutely uncontainable power of God. We who pledge our lives to a radical following of Jesus can expect to be seen as pesty weeds that need to be fenced in. 18 If the weeds of God’s Reign are stomped out in one place they will crop up in another. I can hear, in that, the words of Archbishop Oscar Romero “If I am killed, I will arise in the Salvadoran people.”

And so, we live in joyful hope, willing to be weeds one and all. We stand in the power of the dying and rising of Jesus. I hold forever in my heart an expression of that from the days of the dictatorship in Chile: “Pueden aplastar algunas flores, pero no pueden detener la primavera.” “They can crush a few flowers but they can’t hold back the springtime.”

 

REFERENCES

Michael W. Blastic, OFM Conv., “Contemplation and Compassion: A Franciscan Ministerial Spirituality.”

Robert Beck, Homily: Fifteenth Sunday in Ordinary Time, July 15, 2012. Mount St. Francis, Dubuque, Iowa

Judy Cannato, Field of Compassion: How the New Cosmology is Transforming Spiritual Life. Notre Dame, IN: Sorin Books, 2010.

Barbara Marx Hubbard, Conscious Evolution: Awakening the Power of Our Social Potential. Novato, CA: New World Library, 1998.

Joanna Macy and Chris Johnstone, How to Face the Mess We’re in Without Going Crazy. Novato, CA: New World Library, 2012.

Jan Richardson, Night Visions: Searching the Shadows of Advent and Christmas. Wanton Gospeller Press, 2010.

Judith K. Schaefer, The Evolution of a Vow: Obedience as Decision Making in Communmion. Piscataway, NJ: Transaction Publishers

Margaret Silf, The Other Side of Chaos: Breaking Through When Life is Breaking Down. Chicago: Loyola Press, 2011.

Alice Walker, Hard Times Require Furious Dancing. Novato, CA: New World Library, 2010.

 

Fuente: www.lcwr.org

The Leadership Conference of Women Religious (LCWR) is an association of the leaders of congregations of Catholic women religious in the United States. The conference has more than 1500 members, who represent more than 80 percent of the 57,000 women religious in the United States. Founded in 1956, the conference assists its members to collaboratively carry out their service of leadership to further the mission of the Gospel in today’s world.

La Cruz NO nos salva. Por José Arregui

Hno Cortés

El título puede sonar escandaloso a oídos de muchos cristianos, más en estos días en que alzamos la cruz para cantar al Hermano Herido. Hace ya dos mil años que dura el grave malentendido, y son demasiados los que aún lo sostienen, pero hoy es insostenible. No es la cruz la que salva, sino aquello de lo que nos hemos de salvar. En realidad, el equívoco es muy anterior al cristianismo. En infinidad de excavaciones arqueológicas de África, Asia, América y Europa se encuentran restos de cruces de hace ocho mil años. De México a Perú y de China a Babilonia, la cruz fue utilizada como símbolo de vida.

Muchos representaron al dios sol en forma de cruz: así hicieron los egipcios con Osiris (que es, además, el dios de la muerte y de la resurrección), y los acadios, asirios y babilonios con Shamash. Desde Europa hasta la India, todos los pueblos arios utilizaron también la cruz gamada como símbolo del sol más o menos divinizado. Odín cuelga de un árbol. El árbol tiene forma de cruz. El árbol vive del sol. La cruz es el árbol, es el sol, es la Vida en las cuatro direcciones del cosmos.

Si la pobre humanidad, desde la noche de los tiempos en que aprendió a guardar el fuego –fuego del sol o del rayo– e incluso a encenderlo cruzando y frotando dos palos de árbol, si la pobre humanidad hubiera guardado el Fuego y cuidado la Vida, también nosotros podríamos seguir venerando la cruz como el signo más sagrado, el signo de la Vida. Pero la pobre humanidad, para su gran desgracia, hizo de la cruz un instrumento de muerte.

Cuando esta especie humana que llamamos dos veces Sapiens dominó la tierra, construyó ciudades, ordenó el poder y organizó religiones, entonces taló un árbol e inventó la cruz para matar al enemigo condenado como culpable. Babilonios, persas y egipcios, griegos, cartagineses y romanos convirtieron el signo de la vida en el más cruel instrumento de tortura y de muerte para esclavos, sediciosos y prisioneros enemigos. Y llamaron Dios al Poder, e hicieron de Él el Gran Legislador, el Supremo Garante del orden del más poderoso, siempre injusto. Y dijeron: “Dios castiga al culpable”, pero era simplemente para poder ellos castigar con la conciencia tranquila. Nadie explicó nunca por qué Dios exige expiación, ni quién gana qué con que el culpable expíe. Eso hicimos de Dios, ¡pobre Dios! Más bien, ¡pobres nosotros!, pues ese Dios no existe, mientras que nosotros sí existimos y seguimos crucificándonos. ¡Maldita cruz!

Miles de años más tarde, un viernes de abril, crucificaron a Jesús, uno más de tantos. El Sanedrín de los sacerdotes le acusó de querer destruir el Templo. El Pretorio romano le condenó por amenazar el orden imperial. El Sanedrín tenía razón según la ley vigente en la religión del templo, y el Pretorio tenía también razón según la ley del Imperio. Pero ambas leyes eran la misma, y ambas eran perversas. Eran la ley del poder y del orden, de la culpa y del castigo. No eran la ley de Dios, la santa ley de la bondad y de la vida. De modo que Jesús fue crucificado contra la voluntad de Dios, que solo puede querer que vivamos y hace salir el sol sobre buenos y malos.

Pero los cristianos entendieron muy pronto la cruz de Jesús de acuerdo a las viejas categorías de la religión del templo: la culpa y el castigo, el sacrificio y el perdón. Eso sí, los cristianos, con Pablo al frente, dieron la vuelta al argumento y dijeron: “Dios exigía que alguien expiara todos los pecados, pero ha sido el Justo quien ha expiado en lugar de los pecadores. Era necesario que alguien cargara con las culpas, pero ha sido el Crucificado quien ha cargado con todas nuestras culpas”. Los cristianos olvidaron la historia del Sanedrín y de Pilato, y comprendieron la cruz, en clave cultual, como un sacrificio de expiación. Dieron la vuelta al argumento, pero mantuvieron el viejo marco de la culpa, la pena y la expiación.

Y llegaron a decir que, en realidad, fue Dios el que crucificó a Jesús. ¿Quién puede creer hoy en un Dios que exige expiar culpas, a veces al propio culpable, a veces al inocente en lugar del culpable? Ese dios sería un monstruo terrible, y la verdadera piedad empezaría por combatirlo. Pero tales monstruos hemos creado, y les hemos consagrado templos, doctrinas y sistemas penitenciales, un siniestro edificio que descansa sobre un dogma erigido en una especie de principio metafísico de carácter absoluto: “Toda culpa debe ser expiada”. Una religión de la expiación universal, en la que lo más importante ni siquiera es que aquel que ha hecho daño a alguien lo repare y trate de curarle, sino que pague, que sufra, que se pudra en la cárcel, que se muera (se oyen gritos de multitudes). Terrible religión, y terrible sociedad, la que así grita.

No es esa la religión de Jesús. El principio absoluto de Jesús es otro, absolutamente distinto: “Toda herida debe ser curada”. A Jesús no le importó el pecado (¿qué es el pecado?), sino el sufrimiento: la gente que sufría y la gente que hacía sufrir. No le importó la culpa (¿qué es la culpa?), sino el daño: la gente herida, y la gente que hería, y todo el que hiere es porque está herido, y lo que necesita es sanación, no castigo. En última instancia, ni siquiera le importó quién tenía la culpa, sino que alguien, cada uno en su lugar y a su manera, se hiciera responsable y dijera: “Yo respondo. No quiero herir, quiero curar. Y también al que hiere quiero curarlo, porque también él está herido. Yo quiero hacer algo para que no haya daño. Y sé que eso es arriesgado, porque el poder es ciego y cruel, y está en todas partes aunque no es nadie. Pero yo lo haré”.

Eso hizo Jesús. Corrió el riesgo, y le crucificaron. Pero sus discípulas y discípulos no dejaron de amarle. Dijeron que estaba vivo. Tan ciertos estaban de que lo que Jesús había dicho y hecho era divino, la vida misma y la bondad misma que es inmortal como Dios. Los cristianos le veneraron primero en figura de cordero, de buen pastor, de pez y de ancla. Y al cabo de trescientos años, empezaron a venerarle en figura de cruz. Y la cruz –el maldito instrumento de tortura y de muerte, impuesto por los poderosos a los sediciosos y profetas– volvió a convertirse en signo de la Vida, en árbol de vida, cargado de frutas y medicinas saludables.

Pero aún persiste el equívoco y hay que despejarlo. El Dios de la expiación nunca existió, y la religión de la expiación ha de ser borrada. El dolor no es lo que salva, sino aquello de lo que hemos de ser salvados. Y la salvación no consiste en ser absueltos de una culpa ni en expiarla, sino en ser curados de todas las heridas. Eso es lo que quiso hacer Jesús. Pero en su vida y en su cruz, no es la cruz la que nos salva, sino la libertad arriesgada, la bondad solidaria, la proximidad sanadora. La suya y la de todos los hombres y mujeres buenas. Benditos sean todos los crucificados, y malditas sean todas las cruces, también la de Jesús.

Es el Hermano Herido el que nos salva. Todas las hermanas y hermanos heridos por ser buenos nos salvan, a pesar de la cruz. Por supuesto, no sin la cruz. Pero ciertamente, no por la cruz.

José Arregi es Teólogo Franciscano.

 

El amor entre Clara y Francisco de Asís. Por Leonardo Boff

Francisco (†1226) y Clara (†1253), ambos de Asís, son dos de las más queridas figuras de la cristiandad, de las cuales podemos realmente enorgullecernos. Los dos unían tres grandes pasiones: por Cristo pobre y crucificado, por los pobres, especialmente los leprosos, y del uno por el otro. El amor por Cristo y por los pobres no disminuía en nada el amor profundo que los unía, mostrando que entre las personas que se consagran a Dios y al servicio de los otros puede existir verdadero amor y relaciones de gran ternura.

Hay entre Francisco y Clara algo misterioso que conjuga Eros y Ágape, fascinación y transfiguración. Los relatos que se conservan de la época hablan de los encuentros frecuentes entre ellos. Sin embargo, «regulaban tales encuentros de manera que aquella divina atracción mutua pudiese pasar desapercibida a los ojos de la gente, evitando rumores públicos».

Lógicamente, en una pequeñísima ciudad como Asís todos sabían todo de todos. Así, también del amor entre Clara y Francisco. Una leyenda antigua se refiere a esto con tiernísimo candor: «En cierta ocasión, Francisco había oído alusiones inconvenientes. Fue a Clara y le dijo: ¿Has oído, hermana, lo que el pueblo dice de nosotros? Clara no respondió. Sentía que su corazón se iba a parar y que si decía una sola palabra más, lloraría. Es tiempo de separarnos, dijo Francisco. Ve tú delante y antes de que caiga la noche habrás llegado al convento. Yo iré solo y te acompañaré de lejos, según me conduzca el Señor. Clara cayó de rodillas en medio del camino, poco después se repuso, se levantó y siguió caminando sin mirar hacia atrás. El camino atravesaba un bosque. De repente, ella se sintió sin fuerzas, sin consuelo y sin esperanza, sin una palabra de despedida antes de separarse de Francisco. Aguardó un poco. Padre, le dijo, ¿cuándo nos veremos de nuevo? Cuando llegue el verano, cuando vuelvan a florecer las rosas, respondió Francisco. Y entonces, en aquel momento, sucedió algo maravilloso: parecía que hubiera llegado el verano y miles y miles de flores irrumpían sobre los campos cubiertos de nieve. Tras el asombro inicial, Clara se apresuró a coger un ramillete de rosas y lo puso en las manos de Francisco». Y la leyenda termina diciendo: «A partir de ese momento Francisco y Clara nunca más se separaron».

Estamos ante el lenguaje simbólico de las leyendas. Son ellas las que guardan el significado de los hechos primordiales del corazón y del amor. «Francisco y Clara nunca más se separaron», es decir, supieron articular su mutuo amor con el amor a Cristo y a los pobres de tal forma que era un solo gran amor. Efectivamente jamás salió uno del corazón del otro. Un testigo de la canonización de Clara dice con grazie que a ella Francisco «le parecía oro de tal forma claro y luminoso que ella se veía también toda clara y luminosa como en un espejo». ¿Se puede expresar mejor la fusión de amor entre dos personas de excepcional grandeza de alma?

En sus búsquedas y dudas ambos se consultaban, y buscaban un camino en la oración. Un relato biográfico de la época cuenta: «Una vez, Francisco, cansado, llegó a una fuente de aguas cristalinas y se inclinó a mirar durante largos instantes esas aguas claras. Después, volvió en sí y dijo alegremente a su íntimo amigo fray León: Fray León, ovejita de Dios, ¿qué crees que vi en las aguas claras de la fuente? La luna, que se refleja ahí dentro, respondió fray León. No, hermano, no vi la luna, sino el rostro de nuestra hermana Clara, lleno de santa alegría, de suerte que todas mis tristezas desaparecieron».

Ahora en 2011 se celebran los 800 años de la fundación de la Segunda Orden, las Clarisas, por Clara. El relato histórico no podría estar más cargado de densidad amorosa. Francisco convino con Clara que, bellamente ataviada, la noche del domingo de Ramos huyese de casa y viniese a encontrarlo en la capillita que había construido, la Porciúncula. En efecto, ella huyó de casa y llegó a la iglesita donde estaban Francisco y sus compañeros con antorchas encendidas. Alegres, la recibieron con aplausos y con inmenso cariño. Francisco le cortó sus hermosos cabellos rubios. Era el símbolo de su entrada en el nuevo camino religioso. Ahora eran dos en un solo y mismo camino y hasta hoy «nunca más se separaron».

 

El Evangelio de Jesús en lenguaje de hoy. Entrevista a José Arregui

Jose Arregui, sacerdote y franciscano hasta hace un mes, inició su secularización y exclaustración, tras decidir no acatar, por razones de conciencia, libertad personal y fidelidad al Evangelio, las órdenes del actual obispo de San Sebastián. Abarrotó el primer Foro Gogoa en Pamplona, el 10 de octubre.
Entrevistado por Javier Pagola

Eduardo Galeano dijo que “hay que tener el coraje de estar solos y la valentía de estar juntos” ¿Se parece eso a su situación actual?

A mí me han conmovido la invitación del Foro Gogoa, la afluencia masiva y el largo aplauso de tanta gente que me quiere. Pero lo importante es que, reunidos, podemos encontrar palabras de presente que crean el mundo futuro. Dios crea de nuevo todas las cosas, aprovecha nuestras posibilidades para producir vida.

¿Por qué dice usted que hay que aprender a ser buenos y felices?

“La felicidad es lo que hace buenas a las personas, no las leyes rígidas escritas en tablas de piedra”. Ese es el primer mandamiento. Tal vez el único.

La palabra “dichosos”, felices, aparece 50 veces en el Nuevo Testamento. Las bienaventuranzas resumen toda la alternativa y el programa de vida que propuso Jesús. Es el tiempo de ser felices. La felicidad es lo que nos hace buenos, no las leyes rígidas escritas en tablas de piedra. Es la felicidad la que nos hace humildes, compasivos, pacificadores, dadores de felicidad a otras personas. Y es la bondad la que nos hace ser dichosos. Esa es la magia de Dios: hacernos felices con la sola bondad.

Pero el Evangelio parece contradictorio. Jesús dice que ha venido a traer fuego, espada, división y discordia ¿No es así?

Sí. Según ha descubierto la investigación sobre el Jesús histórico, es seguro que esas son palabras que él pronunció. Con ellas nos invitaba a resistir y a imaginar un mundo distinto. Planteaba una revolución de valores. Prendió fuego a la sociedad opresora y las agobiantes leyes y estructuras religiosas de su tiempo, y ese fuego le abrasó también a él.

Pero ese ascua de Jesús no se apagó, sigue encendida en sus seguidores. Él no sería hoy un ciudadano domesticado y sumiso. Arriesgaría a favor de otra realidad, provocaría conflictos en la sociedad y en la Iglesia. Le volverían a tachar de peligroso y hereje.

Pero quedaría claro que ese fuego suyo no querría deshacer ni consumir a ningún ser humano. El Dios de Jesús es una buena noticia para todos los humanos.

La gente y el mundo de hoy, ¿sufren demasiadas heridas?

Ahora, como antes, existe mucho sufrimiento. Jesús era un sanador, un curador. No hacía milagros, en el sentido de que no rompía el curso natural de las leyes físicas. Pero Jesús curaba, consolaba, aliviaba, sanaba los males físicos y psicológicos. Él curaba contando historias y tocando a las personas, acercándose a ellas, acogiéndolas, devolviéndoles la confianza en sí mismas, transmitiendo paz.

Ser cristiano no consiste en creer en dogmas, ni en cumplir mandamientos. Ser cristiano es seguir a Jesús, cargar como el buen samaritano con el dolor ajeno. Curar al enfermo y amar a Dios no son cosas distintas.

¿Por qué ha hablado tanto la iglesia de pecado, o de culpa, y de perdón?

Muchas religiones, también la católica, han gestionado abundantemente esa idea de pecado y culpa. Pero a Jesús eso no le importaba, no se movió en ese registro culpa-perdón. El traía una buena noticia, y llamaba a seguirle en su grupo a prostitutas y recaudadores de impuestos que estaban muy mal considerados por la gente.

A él no le importaba el pecado, sino la herida. Y no hablaba de castigo, sino de medicina curativa, porque “no necesitan de médico los sanos, sino los enfermos” Lo que necesita un enfermo no es un juez, sino un médico. Y, no se puede hacer mejor a nadie haciéndole pagar un alto precio por sus culpas. La cárcel puede impedir que alguien cometa un crimen, pero no hace, no puede hacer, a nadie bueno.

¿Ha crecido el miedo entre nosotros?

En el mundo, en la sociedad y en la Iglesia, tenemos demasiados miedos. El miedo, en una justa medida, no es malo de por sí. Nos salva de peligros y nos ayuda a conservar la vida. Pero, a menudo, el propio miedo es el mayor peligro. Levanta ante nosotros negros fantasmas. Construimos sistemas de seguridad, grandes murallas, nos aislamos, pero perdemos libertad y vivimos en un mundo más inseguro que nunca.

También en la iglesia ha crecido un miedo que la aísla. Pero Jesús decía, repetidas veces: “No tengáis miedo, yo estoy con vosotros, yo he vencido al mundo”.

El Espíritu de Dios está construyendo un mundo nuevo. No hay que tener miedo al mundo actual, ni a la cultura moderna, ni a la postmodernidad, ni a la ciencia, ni a las redes de comunicación planetaria. Hay que salir a su encuentro.

¿Pueden dialogar la laicidad y las religiones entre sí?

Hace mucho que llegó ya el tiempo de superar todo confesionalismo, y trascender toda frontera y todo celo del bien ajeno. Porque es triste que nos duela el bien ajeno. Es un auténtico mal de nuestros ojos el que no seamos capaces de ver, de agradecer y de alegrarnos de las buenas cosas que les pasan a otras personas o colectivos humanos.

Esa desgraciada frontera entre nosotros y ellos, frontera que aparece en todos los grupos, singularmente en los partidos políticos y en las confesiones religiosas. Pero el celo colectivo se vuelve aún más mezquino y peligroso cuando se pretende justificarlo, con exclusivismos, en nombre de Dios. Donde está la bondad, con nombre y también sin nombre, allí está Dios.

¿Hay que inventar un nuevo lenguaje religioso, que sea inteligible hoy?

Esa es una gran necesidad y desafío. Es imposible anunciar la Buena Noticia con un lenguaje trasnochado, que correspondió a una sociedad rural, y que no se ha actualizado tras la modernidad, la postmodernidad y la era actual de las comunicaciones.

Jesús no se apegó a expresiones trasnochadas. Varias veces se lee en el Evangelio esta manera suya de hablar: “Habéis oído que se dijo a los antiguos tal o cual cosa, pero yo os digo algo nuevo”.

Nosotros estamos inmersos en un grandísimo cambio cultural. Como alguien ha escrito: “No vivimos en una época de cambio, sino en un cambio de época”.

Manuel Guerra Campos, médico y hermano de aquel obispo de Cuenca en tiempos del franquismo, escribió:

“La iglesia está enferma. Se quedó dormida en la historia. Lleva 500 años pataleando para que nada cambie. Aconsejo a los obispos que tomen el Catecismo de la Iglesia católica, le den un respetuoso beso, lo encierren en el sagrario de una capilla abandonada, tiren la llave y, a continuación, hagan ejercicios espirituales en un monasterio y traten de formular la buena noticia en palabras y contextos adecuados a nuestra cultura”.

¿Qué queda del Concilio Vaticano II?

Aquel fue un esfuerzo sincero de puesta al día. Pero el postconcilio coincidió con el vaciamiento de las iglesias y el fracaso en la transmisión de la fe, porque había llegado un cambio de época. Entonces Juan Pablo II, el cardenal Ratzinger y un sector de la iglesia próximo a ellos hicieron el diagnóstico de que todos los males del postconcilio se debieron al propio concilio que, según ellos, disolvió fronteras, puso en tela de juicio dogmas, y relativizó la identidad católica.

Ese diagnóstico curiosamente coincidió con el alza del neoliberalismo más conservador en los Estados Unidos. Tras ello, pusieron en marcha un proyecto, muy estudiado, de retorno a las verdades de siempre y las estructuras sempiternas. Es un proyecto muy estudiado, coordinado, y sociológicamente sólido. En eso están y su cálculo es que eso va a tener futuro.

Pero somos muchos los cristianos que creemos que no puede tenerlo. Además de convertirse en algo irrelevante, la iglesia institucional va camino de convertirse en un gueto o una secta. Y, desde luego, en las condiciones actuales en que está la Iglesia, un nuevo concilio resultaría un desastre.

¿Qué futuro tiene el cristianismo?

Karl Rhaner, uno de los grandes teólogos de nuestro tiempo dijo que el cristiano del futuro o será un místico, o no será. En medio de una gran masa de indiferentes y agnósticos hay una sed creciente de espiritualidad. Los cristianos debemos estar atentos a lo que está emergiendo fuera de nuestras fronteras.

¿Qué aportar en este invierno social y eclesial?

El invierno recrudece a ojos vista en la Iglesia y en el planeta. Se comprende que cunda el desaliento, porque las amenazas aumentan y las fuerzas disminuyen. Pero no es tiempo para consumir energías en lamentos ni en querellas intraeclesiales. Es tiempo de volver a lo nuclear del Evangelio, de vivirlo y anunciarlo: la bienaventuranza de la bondad, la osadía para decir no, la eliminación de fronteras religiosas, la reinvención del lenguaje.

Es la hora de la fe en la pequeña semilla y en la levadura invisible. Es el momento de hermanar desánimos y perseverar, “dejando el pesimismo para tiempos mejores”. Es el momento de verificar que “donde aumenta la amenaza crece la salvación”. Como dijo el profeta Casaldáliga, “somos perdedores de una causa invencible”.

Fuente: Fe Adulta

“El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos” Por José Arregui

José Arregi, teólogo vasco, ha optado por desvincularse de la orden a la que pertenecía desde hacía 48 años, ante el enfrentamiento abierto con el recién nombrado obispo de su diócesis, la de San Sebastián, José Ignacio Munilla. “Agobiado” por el revuelo mediático, pero “tranquilo y bien”. Sin más miedo del necesario cuando uno cambia “el marco” de su vida, explica que ha dado este paso “para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo”.

–¿Cómo explica lo que le ha pasado?

Adopté una posición muy crítica con el nombramiento del obispo Munilla, hice algunas declaraciones comprometedoras. No creo haber dicho ninguna mentira pero, a lo mejor, tenía que haber medido un poco más lo que dije. Esto desencadenó una cierta actitud de mayor control hacia mí. Antes de venir Munilla –en las vísperas de Navidad de 2009– a petición de instancias eclesiásticas superiores, el provincial me impuso el silenciamiento por un año, medidas que yo acepté porque no tenía otra alternativa y para evitar otras medidas peores. Unos meses más tarde, Munilla llamó a nuestro superior provincial y le exigió que me impusiera un silencio total en todos los campos. Entonces juzgué que las medidas primeras habían sido anuladas y me desligué de aquel voto de silencio que hice y así lo hice saber a mi superior franciscano. Al mismo tiempo, difundí un pequeño escrito titulado “Pido la palabra” en el que, de alguna forma, me declaraba en actitud de desobediencia eclesial, crítica, insumiso.

–¿Qué motivó esta decisión de insumisión?

Lo hice por dos motivos: primero, porque quería que se aclarara mi situación cuanto antes, y, segundo, porque no quería colaborar con la estrategia de mi obispo de exigir al superior provincial que me impusieran un silencio para que al cabo de un tiempo él se sintiera autorizado a tomar personalmente esas medidas. Me situé en una posición muy delicada e insostenible: o creaba un grave conflicto a la fraternidad provincial o dejaba la orden. Opté, de acuerdo con mis superiores, por dejar la orden para dejar vivir en paz y vivir en paz yo mismo.

–¿Cuáles son las principales líneas de pensamiento teológico que defiende?

Me he situado en la frontera a sabiendas de que no todo lo que pensaba o expresaba era una opinión segura. Es preciso arriesgarse para responder a las cuestiones de siempre y a las de hoy, no con las fórmulas tradicionales, sino con un nuevo paradigma, con nuevas categorías. Mi intención y deseo profundo hoy, en nuestra sociedad y cultura, es encontrar una palabra y unos planteamientos nuevos que vayan hacia una renovación profunda de la institución de la Iglesia y una reinterpretación a fondo de los dogmas tradicionales de fe. Esto se plasma de manera especial en todo lo que tiene que ver especialmente con dos cuestiones fundamentales: quién tiene la última palabra en la Iglesia; y la diferencia entre la palabra humana y la palabra de Dios, la fe y el texto.

–¿Ha ido demasiado lejos o ha cambiado el clima en el que se venía desenvolviendo?

El clima ha cambiado, no tanto la posición teológica o ideológica del Vaticano, pero sí el talante. El Concilio Vaticano II no alcanzó a hacer una expresión coherente en todos sus documentos de la nueva teología y eclesiología, sino que fue el fruto de los consensos y del equilibrio de las diversas fuerzas. En muchos casos hay dobles lenguajes y concepciones contradictorias que no acaban de armonizarse. No fue un paso muy decidido hacia la renovación de la teología y la Iglesia, pero sí abrió una nueva época de renovación, se podía soñar con nueva Iglesia y se podía arriesgar la palabra y la teología. Eso cambió en el pontificado de Juan Pablo II y con el nombramiento de Joseph Ratzinger como Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe. Se ha visto en todas las medidas jurídicas, disciplinares que se han tomado con muchos teólogos con más renombre que yo –la lista es muy larga– y de manera muy especial en el nombramiento de los obispos.

–¿Ha echado en falta mecanismos de mediación, mayor transparencia e incluso procedimientos jurídicos que eviten que la solución a este tipo de conflictos sea impuesta por la autoridad?

He mantenido diversos encuentros con José Ignacio Munilla. Había buena voluntad de ambas partes, pero chocábamos siempre con dos escollos: ¿qué es lo que define la verdad o quién la define?, y ¿cuál es la medida para poder decir que esto entra o no dentro de la fe? El actual funcionamiento del ministerio episcopal no responde a criterios democráticos mínimos, tampoco se acepta el principio, que ya en 1943, una encíclica de Pío XII sobre la interpretación de la Biblia adoptó claramente al establecer que había géneros literarios y por tanto no se puede leer al pie de la letra, de que hay afirmaciones que no hay que entender al pie de la letra. Yo, a lo mejor, voy demasiado lejos, pero eso no me importa. En repetidas veces le he dicho a mi obispo que no pretendía tener la razón. Reivindico en la Iglesia un lugar amplio para poder expresar la propia opinión teológica sin que se le responda con el peso de la autoridad.

–¿Se siente más libre?

Me siento más libre, pero mi propósito de fondo es el mismo de antes. Tengo muy claro que no debo pensar de ningún modo que mi postura es la buena. De la manera más responsable y respetuosa que pueda, con mi propio temperamento y contradicciones, siendo el que soy, quiero seguir prestando dentro de la comunidad eclesial y en esta sociedad, más allá de si uno es creyente o no creyente, heterodoxo o hereje, mi pequeño servicio como cristiano. Quiero ser seguidor de Jesús, y del espíritu de Francisco de Asís y caminar con mi comunidad. Llevaba tiempo trabajando en ámbitos no ligados a ninguna institución religiosa. La hipoteca a la que están sometidas todas las instituciones religiosas y todas las obras que dependen de ella nos llevan a renunciar a la libertad o a pagar un precio muy alto.

–¿Ve cerca el final del invierno eclesial y el resurgir de la primavera?

No lo veo cerca, soy bastante pesimista, porque todos los hilos y mecanismos del poder están prácticamente monopolizados por un sector ultraconservador, lo que es muy visible en toda la Iglesia católica y más en la del Estado español. El futuro institucional va a ir cerrándose cada vez más y ofreciendo menos oportunidades a la renovación. Vamos hacia una Iglesia no sólo convertida en gueto, sino también en secta. La masa de la sociedad va a ir desertando más o menos silenciosamente, como viene pasando desde hace 30 años.

–Algún brote verde habrá, que por lo menos nos anuncie la llegada, más pronto o más tarde, de la primavera…

No hay que esperar a que se produzca la implosión de la Iglesia institucional, que se va a producir tarde o temprano. Para mí es motivo de optimismo el creer en el Espíritu Santo, que es verdor, no ya un brote verde, sino que hace reverdecer todo, creo en el Espíritu que está presente y habita en todos los seres humanos. Y creo en el Espíritu activo en nuestra cultura. Muchas veces se manifiesta más en los márgenes y fuera de las fronteras de los ámbitos institucionales confesionales. Es importante crear espacios que respondan a esas demandas de espiritualidad, que trasciende fronteras, que es muy viva y que van más allá de todas las expresiones y límites institucionales de tipo religioso.

Fuente: Alandar.org