Indice
A modo de premisa
Introducción
I.- Buenaventura y la “segunda generación” franciscana
II.- Radicalismo franciscano y joaquinismo
III.- Reacciones al texto publicado por los frailes
IV.- Intención de Buenaventura.
V.- Buenaventura biógrafo de Francisco
VI.- ¿Quién es Francisco para Buenaventura?
A modo de conclusión
Premisa General
A) No estoy avalando las afirmaciones del actual papa Benedicto XVI (ex cardenal J. Ratzinger) respecto a la interpretación del rol que tuvo san Buenaventura en lo que se conoce como la “segunda fundación” de la familia franciscana. Tampoco desacredito o pongo en duda la hermenéutica del papa. No entro en el mérito de su interpretación que, como sabemos, no es compartida por todos los estudiosos de este espinado tema. Me limito a presentar algunos datos que permiten contextuar el intervento de Buenaventura en una polémica que no está cerrada y que continúa a despertar interés pues lo que está (estaba) en juego es el volto auténtico de Francisco de Asís. Buenaventura, dada la función que desempeñaba – Ministro General de la familia franciscana – por expreso pedido de los frailes se vió obligado a intervenir para intentar poner orden y clarificar lo que se podría llamar “la larga lucha por poseer a Francisco”.
B) Todo gran personaje de relevancia pública e institucional tiene una pluralidad de perfiles que se prestan a lecturas diversas porque exigen aproximaciones desde distintas perspectivas las cuales llevan a interpretaciones no pocas veces contrastantes entre sí. La hombredad del hombre, o sea su pensar, decir y obrar, nunca pueden ser captados o aferrados en modo totalmente unívoco, claro, transparente.
C) Los evangelios son no uno sino cuatro y no concuerdan en todos los aspectos. Como Jesús, – y como en el fondo sucede con cada uno de nosotros – Francisco no se deja atrapar o “enjaular” en las categorías con las cuales intentamos comprenderlo, con las cuales intentamos hacerlo accesibile. No es supérfluo recordar una característica fundamental que nos ha enseñado la epistemología respecto al conocer: No hay un objeto sin sujeto y el sujeto está siempre implicado en el discurso. No hay neutralidad total y pura a la hora de conocer, lo que no quiere decir que todo sea una interpretación caprichosa o delirante de la subjetividad deseosa de traer agua para su molino dejando de lado, ignorando o cancelando aspectos que no logra digerir.
D) Un punto de vista es siempre la vista de un punto y no de la totalidad lo cual nos tiene que llevar a ser humildes a la hora de aproximarnos a un rostro humano para intentar decir “quién” es. Pues bien, Buenaventura se encuentra con una pluralidad de rostros de Francisco que circulan por toda la familia franciscana, rostros que dan lugar a tomas de posiciones, a defensa de tesis e intereses que más que apoyarse en el rostro de Francisco como texto, recurren a él como pre-texto para legitimar actitudes y prácticas decididas “apriori” y que, según otras perspectivas, son insostenibles.
E) En efecto, cada grupo retenía que la propia lectura de Francisco era sin más “la” lectura, la imagen más adecuata, justa, del rostro real de Francisco. Y esta interpretación partidaria tenía repercusiones tanto en el modo particular de interpretar la Regla cuanto en la interpretación que se hacía de la misión de la familia franciscana, de su papel o función en la historia. Este “conflicto de las interpretaciones” es uno de los temas centrales al cual Buenaventura tiene que dar solución cuando es nombrado Ministro general de la familia franciscana.
Introducción
1) Por siete años profesor de la cátedra franciscana en París y por diez y seis años (1257-1274) Ministro general de la familia franciscana, san Buenaventura ha dejado una huella profunda en el campo doctrinal como también el campo disciplinario, meritando el apelativo de creador de la “escuela franciscana” y de segundo fundador de la familia franciscana.
Después de cursar sus estudios en París, Buenaventura entró a formar parte de la familia franciscana, en el año 1243, cuando era todavía muy joven pués tenía 26 años, asumiendo el nombre de Buenaventura, pues su nombre de bautismo era Giovanni Fidanza (nacido en Italia, en una ciudad llamada Bagnoregio).
2) Buenaventura entró en la familia de los “hermanos menores” fundada por Francisco de Asís, atraído principalmente no por el radicalismo de la pobreza o el heroísmo vivido por la primera generación, es decir, por los primeros seguaces de Francisco. Tampoco fue atraído por el carácter penitencial y simple de la predicación de los frailes de la primera hora. Lo que sedujo a Buenaventura fue la vitalidad vulcánica e intrépida de esta familia, en muchos campos, como por ejemplo la vida apostólica y, sobre todo, la dimensión doctrinal. Su decisión de formar parte de la familia franciscana no fue motivada por el deseo de imitar la austeridad, el ascetísmo de los primeros frailes que dieron vida a este movimiento religioso, hermanos más bien simples y poco o nada preparados intelectualmente, sino – y sobre todo – la conciencia crítica de la novedad que representaba la lógica relacional franciscana, la fuerza de sus principios o parámetros ideales.
2.1) Fueron tales principios e ideales, que él muy bien comprendió, al punto de escribir en una carta de tipo autobiográfico: “Confieso ante Dios que aquello que sobre todo me ha hecho amar y elegir la forma de vida franciscana, ha sido su semejanza con los inicios y con la perfección de la iglesia, la cual, en sus comienzos, tuvo orígines en simples pescadores y sucesivamente progresó hasta integrar insignes y valiosísimos doctores. Se puede decir que eso mismo se ha realizado en la famiglia de san Francisco, para que Dios mostrara que no se trataba de una creación humana sino de Cristo. Y porque las obras de Cristo no se corrompen, está de manifiesto que esta institución ha sido una obra divina, dado que ni siquiera los sapientes no han desdeñado descender desde sus alturas para mezclarse con un grupo de gente simple” (Epistula de tribus quaestionibus ad magistrum innominatum, in Opera omnia, Quarracchi, 1882-1902, vol. VIII, pag. 336). Consciente de la vitalidad de la Orden franciscana y deseoso de contribuir a su desarrollo, estudió teología con maestros franciscanos de reconocida fama.
I. Buenaventura y la “segunda generación” franciscana
1) Buenaventura se formó y operó en el período de la “segunda generación franciscana”. La primera generación, la generación “heróica”, la generación de los “doce”, tuvo por regla el heroísmo contagiado día a día por la presencia física, espiritual y carismática de Francisco. Formados en una teología elemental, aprendida por lo general en forma de catequésis y expresada la mayoría de las veces en manera ruda y simple, y carente de forma, de carácter más bien penitencial, la primera generación fue marcada a fuego por la rigurosa práctica de la pobreza, por el contínuo desplazamiento de los frailes y por la simplicidad de vida.
1.1) En cambio, la “segunda generación”, aún mirando hacia los orígenes de la Orden como un ideal o eje vector del modo de vida, sintió la necesidad de una formación teológica más consistente de modo que la predicación tuviera un contenido doctrinal relevante y pudiera ser todavía más incisiva. Esta necesidad – que era también percibida como una exigencia para responder a los nuevos desafíos de la época – es la que generó el proceso de clericalización que, en los tiempos de san Buenaventura, ya había alcanzado una precisa configuración, por la acción de los ministros generales que se habían sucedido en el gobierno.
Es interesante recordar que ninguno de los siete generales que gobernaron después de Francisco puede ser considerado, como Francisco hacía de si mismo, “ignorans et idiota”.
1.2) El primer general, Juan de Parenti (1227-1232) se formó intelectualmente en la universidad de Boloña. Era abogado. El hermano Elías de Cortona, sucesor de Francisco en el gobierno de la Orden (1232-1239) si bien no era sacerdote, fue un hombre de grande sabiduría, consejero del papa y su intermediario en las relaciones con el emperador Federico II. Después del breve gobierno de Alberto de Pisa (1239-1240), hombre también sapiente, gobernaron frailes que provenían de la universidad de París: Aimone de Faversham (1240-1244), Cresencio de Iesi (1244-1247) – doctor en derecho canónico y en medicina – y Juan de Parma (127-1257). Este general, acusado de favorecer y mirar con simpatía la corriente juaquinista, tuvo que presentar su renuncia y él mismo indicó como su posible sucesor a Buenaventura (1257-1274).
1.3) Desde sus inicios el franciscanismo, no obstante Francisco fuera bastante “alérgico” -y no sólo prudente- con el tema de los estudios, despertó la simpatía de muchos intelectuales. Entre los primeros compañeros de Francisco podemos recordar a Pedro Catani, Cesario de Espira, Antonio de Padua. El tentativo de favorecer los estudios y de dar espacio a la cultura teológica inicia ya con el hermano Elías. Bajo su gobierno, el noto pensador Alejandro de Hales entró en la familia franciscana y comenzó a enseñar en París. En Inglaterra, apenas arribados, los frailes habían despertado la simpatía de algunos intelectuales de peso, entre ellos el célebre maestro Roberto Grosatesta. Es aquí, en Oxford, que se formó Rogelio Bacone.
El hermano Elías promoviendo los estudios había también mantenido un cierto equilibrio entre los hermanos sacerdotes y los no sacerdotes. Favorecía a los primeros respecto a los estudios y a los otros les confiaba las funciones directivas en el órden práctico. Sucedió que, en 1240, con el general Aimone de Faversham (un inglés…) los hermanos sacerdotes, los que se dedicaban al estudio comenzaron a tener la primacía marginando en un proceso creciente los hermanos no clérigos, los así llamados “laicos”. Este General introdujo el método democrático en la elección de las autoridades para el servicio de gobierno, excluyendo los hermanos no sacerdotes de los puestos de gobierno, puestos que de ahí en más estarán en manos de los hermanos sacerdotes (sabiondos).
1.4) Es así que el proceso de clericalización de la famiglia franciscana, pensada y vivida hasta esos momentos sin grandes discriminaciones, tiene inicio de modo irreversible, proceso que, con diversas variantes, durará hasta hoy. Es un fenómeno nuevo respecto a los “orígenes”, fenómeno que no sólo implicaba el desarrollo y el mantenimiento de escuelas y el potenciamento de la actividad pastoral, ahora más cualificada, sino también implicaba una fuerte diferenciación al interno de la familia franciscana. Y esto emerge claramente si tenemos en cuenta los criterios para la admisión de los nuevos miembros de la familia, criterios establecidos por el general inglés Aimon de Faversham. Buenaventura no inventa ni establece tales criterios, más bien los encuentra ya presentes en la famiglia. Los asumirá y los confirmará.
Se lee en las Constituciones de Narbona: “Porque Dios nos ha llamado no sólo para nuestra salvación, sino también para edificar a otros mediante el ejemplo, los consejos y las exortaciones: ordenamos que ninguno sea acogido en esta òrden si no es un clérigo convenientemente instruído en la gramática y en la lógica; o si es un laico, será acogido por la buena fama que tenga entre el pueblo y entre los presbíteros. Más allá de estos casos, si es conveniente recibir algún otro para que realize trabajos domésticos, no se lo reciba si la necesidad no es urgente y sin previa autorización del ministro general” (Constitutiones Narbonensis, in Opera omnia, VIII, pag. 450).
1.5) He aquí que, antes de la presencia de Buenaventura en la Orden de los hermanos menores, la familia franciscana ha realizado un giro de 360 grados. El testo apenas citado habla por sí mismo. Salvo el caso de un laico cuya santidad sea evidente a todos (pueblo y clero) sólo podían ser acogidos los jóvenes con títulos de lógica y gramática y algún que otro laico para realizar trabajos domésticos. La estructura originaria de la familia franciscana estaba alterada en sus raíces, y tal alteración jugaba a favor de los “sacerdotes” que eran considerados – “frailes” a pleno título. Los demás eran de segunda o tercera categoría. Nada que ver, obviamente, con la “primera generación” y con sus claves relacionales fraternas, solidarias vividas en crística horizontalidad.
1.6) Cuando Buenaventura decide entrar en la Orden franciscana, los estudios académicos ya están en pleno auge y la instauración de escuelas para formar intelectualmente a los frailes, estaba en activa expansión. El proceso de clericalización era una realidad en acto y la transformación de la Orden (de horizontal a vertical) había tenido origen antes de la entrada de Buenaventura.
1.7) Es así que Buenaventura pertenece a la “segunda generación” de los franciscanos. Su mirada no se orienta tanto hacia los orígenes, ni tampoco es un hombre que sienta la nostálgia de los tiempos que se fueron. No está especialmente atraído por los inicios ni quiere retornar a la primitiva simplicidad. La situación histórica en la cual Buenaventura vive, le impone el ejercicio de una profunda reflexión acerca del camino cumplido hasta el momento y las novedades que se insinúan en modo no más bien pacífico o tranquilo. Novedades que tantos, no sólo al externo sino también al interno de la familia franciscana, vivian o percibian como fermentos de rebelión que pugnaban por un nostálgico retorno a los inicios, al modo radical de la forma de vida de los “héroes de la primera generación”.
II. Radicalismo franciscano y joaquinismo
2) Mientras Bonaventura enseñaba en París acentuando una línea filosófico-teológica que puede definirse “franciscana” por el vigor de sus tesis más relevantes y por la coherencia con el espíritu y la lógica relacional que la familia franciscana había heredado de Francisco, en la Orden reflorecían tensiones y conflictos no resueltos provenientes del pasado, relativos a la pobreza, al trabajo manual que Francisco había establecido en la Regla, a la limosna, a los estudios y a la relación entre los hermanos sacerdotes y no sacerdotes, es decir, los llamados hermanos “laicos”. Estos problemas eran motivo de alta tensión entre los miembros de la familia y también tenían repercusiones externas, con el clero diocesano. Pero lo que estaba al centro del interés de todos era el significado histórico del franciscanismo y, por lo tanto, su misión y función.
2.1) Una gran mayoría consideraba el franciscanismo como una Orden activa-comtemplativa, con características propias, llamada a ejercer su actividad en el ámbito de las estructuras eclesiales y a guiar hasta el fin de los tiempos la humanidad, sotometiéndose a las directivas de la jerarquía eclesiástica. Para otros, en cambio, la misión de los franciscanos era la de acelerar el advenimiento de la nueva “edad del Espíritu”, cuando la iglesia, institucional y jerárquica, será purificada, transformándose en religión interior, contemplativa, vivida en las conciencias , libre de los vínculos temporales y pacificada en la unidad del Espíritu. Esta lectura era la lectura de los así llamados hermanos “espirituales”, una lógica de interpretación influenciada fuertemente por el mensaje apocalíptico sostenido por el abad Joaquín de Fiore.
2.2) El radicalismo de la pobreza, el usar pero sin poseer, se encontraba con la línea profética renovadora de Joaquín. El estar presente en el mundo sin dejarse fagocitar por el mundo, la renuncia a los bienes dejando de lado no sólo lo supérfluo sino hasta casi lo necesario, a favor de la libertad radical dando así lugar a la época del espíritu, era un tema fundamental de la propuesta de Joaquín. Esta renuncia total a la riqueza y a los honores para realizar el tiempo del Espíritu, no podía no traer a la mente la figura de Francisco, su vida, su práxis de amor comprometida en una donación total y sin medida hasta el punto de expresar tal lógica renunciando a la herencia paterna desnudándose completamente en la plaza de Asís.
2.3) Quienes compartían esta lectura y veían en Francisco y la Orden realizado este nuevo momento profetizado por el abad, comenzaron a tener actitudes siempre más radicalizadas e intransigentes. Los hermanos “espirituales” se identificaban con los “viri spirituales” a los cuales el abad Joaquín consideraba como los elementos renovadores de la moral de la Iglesia. Si en el primer estadio, o sea el estadio del Padre prevalecía la lógica de la ley y del sacerdocio de la antigua religión y en el segundo estadio, es decir, el estadio del Hijo prevalecía el órden de los clérigos y de la amistad, en el tercer estadio o estadio del Espíritu prevalecería el Orden de los monjes o sea de los contemplativos. Por supuesto que los hermanos “espirituales” en esta visión que hacían suya, estaban también manifestando la desaprobación y el malestar por la continua e imparable clericalización de la familia franciscana y la tendencia siempre más frecuente a los estudios y a gozar di privilegios curiales – cosas éstas que Francisco nunca vió con simpatía, es más, alertó acerca de sus peligros. La teoría del abad estaba, según los así llamados “espirituales”, en sintonía con lo que pensaban de la evolución de la familia franciscana.
2.4) Según esta perspectiva, el franciscanismo no debía ser una fuerza inserida en las estructuras jerárquicas de la Iglesia sino que, viviendo en extrema probreza y alejándose de toda lógica de poder – lógica que, como sabemos, incluye también el saber (saber es poder) – debería ser el lugar ideal o, mejor, el signo de contradicción que testimoniase la definitiva “renovatio” de la iglesia y de la sociedad. Es evidente que Francisco no fue jamás connivente ni se puso al servizio de las lógicas de dominación y manipulación tanto del mundo cuanto del otro y rompió con la sed de poder o “cupido dominandi” que se difundía siempre más en la sociedad de su tiempo, sea en la dimensión laical como en la dimensión eclesial. Francesco ha sido un signo fundamental y creíble que llamaba los hombres a la paz del espíritu.
Y bien, así nació y así debería permanecer, sin alteraciones, sin contaminaciones, el franciscanismo. Nacido en un momento socio-cultural conflictivo en el cual se imponía siempre más el tener sobre el ser y el posser y dominar sobre el donar y el compartir, el franciscanismo debería permanenecer como una lógica alimentada y a su vez capaz de expresar un proyecto alternativo que la pobreza evangélica ha permitido intuir y que la corriente “espiritual” tendría la misión de llevar a término con su contribución.
2.5) Tal lectura y percepción de los “espirituales” emerge con fuerza y tenacidad en el momento en el cual es ministro general Juan de Parma (1247), hombre de gran sabiduría y de santa vida. Más allá de su grado de adhesión – o no – a las teorías del abad Joaquín, una cosa es cierta: durante su gobierno varios frailes reunieron o recopilaron las principales obras del abad Joaquín (Concordia novi et veteris Testamenti; Expositio in Apocalypsim; Psalterium decem chordarum) en un cuerpo solo que llevaba por título “Evangelium aeternum” al cual precedía una introducción y un comentario. Hay que decir que el inspirador de esta operación cultural, bastante polémica y portadora de fuertes tensiones socio-religiosas fue Gerardo de Borgo San Donnino. Este fraile llevó al extremo la propuesta de Joaquín, acentuó la contraposición entre la ley presente y la futura, demostrando una verdadera aversión y desprecio por la iglesia institucional (que no era una joyita de santidad y de empeño por los más necesitados) y por el órden jerárquico, expresando en términos mordaces su crítica al proceso de clericalización de la familia franciscana.
La Orden comenzó a vivir una fuertísima lucha interna a la cual se sumaron los ataques provenientes de los sacerdotes del clero y de los maestros seculares de la escuela de París que desde hacía mucho tiempo no veían con buonos ojos las nuevas Ordenes mendicantes (franciscanos y dominicanos) pues les quitaban poder, dinero, gente y popularidad.
III. Algunas reacciones que suscitó el texto publicado por los frailes
3) Para entender el proceder de Buenaventura es interesante recordar la violenta reacción que produjo en algunos representates del clero, es decir, sacerdotes y autoridades curiales no pertenecientes a las Órdenes mendicantes, como también en algunos maestros de París, la publicación que, como dijimos, llevaba por titulo Introductorium in Evangelium aeternum.
Esta obra es un típico documento del joaquinismo franciscano. La actitud rebelde que ostentaba fue inmediatamente captada y enfatizada por un enemigo mortal de las Ordenes mendicantes, o sea Guillermo de Saint-Amour. Según Guillermo, el hecho que tal obra había sido publicada con el permiso o no del ministro general de los franciscanos – en su momento Juan de Parma – fue una excelente ocasión para acusar en forma indiscriminada a toda la familia franciscana de insubordinación. Guillermo escribió el famoso “De periculis novissimorum temporum” opusculo en el cual denunciaba con alta voz las tendencias joaquimitas subversivas extendidas por toda la órden y avaladas por personalidades relevantes de la familia franciscana. Su denuncia adquirió tonos fuertísimos porque acusó a los frailes de ser seductores del pueblo e hipócritas; ideólogos que con sus doctrinas descarriadas perturbaban la fe de los creyentes y los inducían al error y a la herejía. En una palabra, acusaba a los frailes de ser verdaderos anticristos, demonios que trabajaban para la ruina de la iglesia.
3.1) En realidad la raíz de este rechazo está en las diversas concepciones de la función de la iglesia jerárquica según el model feudal defendido por los curas del clero y los maestros seculares. A esta concepción se oponían los nuevos movimientos religiosos populares que, criticando los intereses mundanos que atraían la atención de la iglesia jerárquica, aspiraban a introducirse en el tejido eclesial y así vivir la nueva aurora religiosa como un fermento al interno de las estructuras eclesiales.
3.2) Estos movimientos, condenados en el siglo precedente, habían sido acojidos por Inocencio III que les permitió una participación activa en las estructuras eclesiales otorgándoles no pocos privilegios que no fueron bien vistos por el clero, ni por los maestros seculares. Cuando con la actividad universitaria las ordenes mendicantes entraron en una competición académica mostrando una gran capacidad de enseñamiento, preparación y una mayor dinamicidad dada la presencia en sus filas de personalidades carismáticas, las hostilidades de los presbíteros y de los maestros seculares emergieron originando feroces polémicas.
3.3) En este clima para nada pacífico, la polémica desatada por este escrito de Guillermo tuvo como consecuencia la renuncia del ministro general de los franciscanos Juan de Parma que en un cierto sentido era un simpatizante de esta línea joaquinita. Es en este momento crucial de la historia del franciscanismo, lacerado y dividido en sus propias filas internas y atacado fuertemente desde el externo, que Juan de Parma renuncia y él mismo indica como la persona más cualificada para guiar a los frailes, al joven Buenaventura.
3.4) A guisa de información no es supérfluo recordar aquí que los estudiosos del tema han descubierto que hay también en Buenaventura huellas de la influencia de las tesis joaquinitas, especialmente en su obra Collationes in Hexa?meron del 1273. Este dato nos permite decir que era posible, en el siglo XIII, simpatizar con algunas tesis de Joaquín sin por esto dejar de ser ortodoxo. (Sobre este tema se puede consultar T. Gregory, Escatologia e aristotelismo nella scolastica medioevale, in AA.VV., L’attesa dell’etá nuova nella spiritualità della fine del medioevo, Todi, Accademia Tudertina, 1962; R. Manselli, La “lectura super Apocalypsim” di P. G. Olivi. Ricerche sull’escatologismo medioevale, Roma, 1955).
IV. Intención de Buenaventura
4) Buenaventura, cuando asume el gobierno de la Orden, es consciente que el problema es tanto interno como externo. Las críticas al proceso de clericalización no provienen sólo desde los presbíteros y los maestros seculares sino también desde las filas de la misma familia franciscana pues se percibía una traición a los ideales de Francisco. La Orden no podía organizarse ni responder a tales ataques porque carecía de una columna vertebral doctrinal y disciplinaria. Immediatamente Buenaventura advirtió la urgencia de indicar a los frailes margines o puntos de referencia non transgredibles al interno de los cuales enmarcar la conducta y la cultura porque el fermento joaquinita, si bien había sido condenado por la iglesia, no estaba extirpado. Este fermento siempre en ebullición originaba actitudes y comportamientos rebeldes que alimentaban las polémicas que provenian del externo y las justificaban.
4.1) Buenaventura tomó medidas para evitar el desbandamiento de los frailes. Mandó cartas, circulares en las cuales denunciaba los abusos y los comportamientos fuera de lugar de muchos frailes. Tales medidas fueron insuficientes. Se dió cuenta que era necesaria una legislación más precisa que indicara las líneas guías para encauzar la disciplina y coordinar las fuerzas de la familia franciscana que contava ya en sus filas más de treinta mil integrantes. Un nùmero que no se podía administrar con los elementos teóricos y jurídicos del pasado. Organizó la disciplina con la redacción de las Costituciones de Narbona y organizó el proyecto cultura de la Orden escribiendo una de sus obras más logradas, el Itinerarium mentis in Deum.
4.2) Con estos trabajos Buenaventura quería cerrar un período largo y dramático de la familia franciscana y asentar sobre una base jerárquica interna fuerte y estable, imitando la jerarquía eclesial, la vida de los frailes que ya eran en su mayoría sacerdotes pues los hermanos laicos no tenían cabida. Con esta base Buenaventura tendía a orientar los miembros de la familia – casi todos sacerdotes o estudiantes – en línea de continuidad y sintonía con la jerarquía eclesial y no en contraste, evitando polémicas que fracturarían la Órden comprometiendo su futuro.
4.3) Buenaventura presentó las Constituciones en 1260. El capítulo más importante es el relativo a la actividad de los frailes. Hace referencia al estudio, el cual es promovido y no obstaculado, hace referencia a la transcripción y compra de libros, al transporte de las bibliotecas para una mejor utilidad y salvaguardia de los volúmenes. Y como conclusión, el punto más importante con el cual Buenaventura quiere poner fin a la desarmonía y a las luchas internas, estaba constituido por el “imprimatur”. De este modo, los frailes antes de publicar o hacer conocer sus escritos debían obtener la aprovación de los superiores mayores. El juicio de los superiores o del mismo Ministro General, son los elementos últimos y fundamentales que garantizan la correcteza del texto. Se trata de una decisión fundamental con la cual se ponía fin al pulular de escritos que circulaban creando confusión y dando lugar a polémicas infinitas, al mismo tiempo que autorizaba sólo aquellos textos que estaban en sintonía con el pensamiento oficial de la Orden.
V. Buenaventura biógrafo oficial de Francisco
5) Era claro que las cuestiones disciplinares y los desbandamientos de los frailes tenía que ver con la idea o con la visión que tenía de Francisco y de la intepretación que se hacían de la función de la Órden en la historia. Los grupos disidentes y contestatarios se atribuían la verdadera visión o imagen de Francisco. Cada grupo legitimaba su comportamiento, práxis e ideas refiriéndose a la idea que se había formado de Francisco, idea que circulaba en muchos modos entre los frailes, y divulgada por los compañeros de Francisco, los sobrevivientes de la “primera generación”.
5.1) Es así que la Asamblea Capitular pide a Buenaventura, nuevo general, que re-escriba la vida de Francisco en modo de tal de organizarse alrededor de un rostro único. El trabajo consistía, sobre todo, en unificar en un único texto lo que se encontrava disperso en las biografías precedentes.
A) La primera vida de Francisco fue escrita immediatamente después de su muerte por encargo del papa Gregorio IX quien fue amigo personal de Francisco y quien lo canonizó. El autor fue Tomás de Celano. Fue publicada en el año 1228.
B) Diez y seis años más tarde el mismo autor, o sea Tomás de Celano, escribe una segunda vida. Esta vez fue por encargo del general Cresenzio de Iesi el cual invitaba a todos los frailes que hubieran tenido contacto directo con Francisco a hablar con Tomás y entregarle la información tan preciada. Y así, después de escuchar muchos testimonios que conocieron a Francisco personalmente (él mismo fue recibido en la familia franciscana por Francisco) escribió una segunda biografía y el Tratado de los Milagros. Estas serían ahora las biografías oficiales. Pero enseguida se notaron las discrepancias que habían entre la primera y la segunda biografía. Este hecho hizo pensar en un uso arbitrario de las fuentes, en una especie de manipulación de la información. El resultado fue que tanto la primera como la segunda biografía resultaron sospechas de manipulación y por lo tanto no totalmente fiables o creíbles. Esta discrepancia fue notada además por muchos frailes que tenían una imagen diversa de Francisco, es decir una imagen que no estaba totalmente en sintonía ni con la primera biografía ni tampoco como con la segunda.
C) Buenaventura, para no caer en el mismo problema y ser objeto de las mismas críticas, recojió todo el material a su disposición, visitó los lugares que había frecuentado Francisco, escuchó testimonios oculares, interrogó los discipulos de Francisco que aún sobrevivían, y así redactó la biografía del santo conocida como la Legenda maior sancti Francisci. Redactó también para el uso coral una especie de apéndice de la anterior conocida como Legenda minor. Estas dos biografías, después de la muerte de fray Egidio (1262) – uno de los primeros compañeros de Francisco – fueron presentadas y aceptadas como biografías oficiales, es decir como rostros en los cuales toda la familia franciscana se reconocía. Fueron aceptadas en el capítulo general de Pisa, en el año 1263.
5.2) La biografía escrita por Buenaventura ha sido juzgada diversamente. Si su valor literario es excelente, parece que no lo es tanto el cuadro teológico y la función que Francisco es llamado a cumplir en la Iglesia y en la Orden. Las críticas en estos aspectos han sido duras y contrapuestas. No es ahora el caso de subrayar las críticas que con diversos fundamentos hicieron autores de tendencia joaquinista para los cuales los hechos habían sido intencionalmente omitidos o alterados. Tampoco es el caso de detenernos a controlar la acusación que hizo Ubertino de Casale relevando la ausencia o la falta de utilización de los textos o pliegos del famoso Hermano León, amigo y secretario personal de Francisco. La tradición biográfica leonina era bien distinta de la tradición que había confluido en los textos de Tomás de Celano.
5.3) Todo lo precedente hace referencia a uno de los temas relevantes de la polémica franciscana conocida como la “cuestión franciscana”. Tampoco es el caso de recordar – lo hicimos en la premisa – que Buenaventura, como hace todo escritor, nos da su versión del rostro de Francisco. Nos presenta “su” Francisco. El famoso director cinematográfico Zeffirelli, por ejemplo, tiene “su” Francisco y Liliana Cavani, otra famosa cineasta, el suyo que, a guisa de información, coincide muy poco con el Francisco de Zeffirelli. Buenaventura, respetando máximamente los datos, nos da “su” Francisco.
5.4) Es bien sabido que un juicio global deve tener en cuenta, antes que nada, los objetivos que se persiguen, la colocación de los hechos evocados, y la dósis de acentuación con la cual son reclamados o citados varias veces. Pues bien, ¿cuál es el objetivo que se propuso Buenaventura? ¿Cuáles puntos fuertes que emergen de la experiencia de Francisco Buenaventura quería acentuar? ¿Cuáles son los puntos que retenía secundarios y no relevantes? ¿En qué amplio cuadro u horizonte de la teología de la historia ha colocado la experiencia de Francisco? Son éstos algunos de los interrogativos que consienten una correcta valoración de Buenaventura en cuanto biógrafo de Francisco.
5.5) Buenaventura aferró la problemática joaquinita en pleno. Se dió cuenta de la relación que se daba entre la pobreza franciscana y el espírito apocalíptico de las tesis de Joaquín. Sin tener una filiación directa, estas dimensiones estaban interconectadas, colegadas a la imagen del Francisco “pobre”, un Francisco que rechazando las riquezas de este mundo no duda en renunciar también a la herencia paterna. También tomó conciencia que la figura de un Francisco sin vínculos, libre de toda relación que no fuera la relación con Dios, era la excusa secreta de la defensa de una libertad anárquica y caprichosa que tantos frailes proponían, fuera y en contra de todo canón o regla.
5.6) Buenaventura también sabe que Francisco ha sido el campeón de la renuncia, de la vita ascética y es el héroe de la santidad. Asumir a Francisco como modelo de la Institución, es decir de la Orden como espacio institucional habría significado transformar el heroísmo en extravagancia, en delirio. Francisco es sí modelo indiscutibile de la santidad y de la pobreza, pero para cada fraile en particular, para cada miembro de la familia. Asumirlo como modelo institucional habría significado transformar su pasión por Dios en una especie de impaciencia apocalíptica.
5.7) Buenaventura comprendió también que con Francisco no comienza una nueva historia sino que su experiencia y la de su familia se inscriben en la amplia historia de la salvación y bajo cuya luz tiene que ser interpretada. No es la etapa de la cual habla el abad Joaquín de Fiore. Estos son los “apriori” al interno de los cuales hay que colocar lo que llamamos “fidelidad histórica” y en los cuales Buenaventura ha inserido y elegido los episodios más “relevantes”.
5.8) El objetivo general que persigue Buenaventura en esta situación difícil en la cual le tocó escribir, es situar la tensión heróica de Francisco y de la “primera generación” en la red jurídica y disciplinar que estaba en grado de salvaguardar el grado de evolución de la familia franciscana y de inserirla en modo estable y lo menos polémico posible en las estructuras eclesiales. Es al interno de estas estructuras – en las cuales Francisco si bien con dificultad vivió – que la familia franciscana está llamada a vivir y a ofrecer su lógica de interpretación de lo real tanto desde el punto de la fe como de la cultura, pues tiene que contribuir con su presencia a la “renovatio” de la iglesia y de la sociedad.
VI. ¿Quién es entonces Francisco de Asís para Buenaventura?
6) Para Buenaventura Francisco es el campeón de la santidad, un hombre que se ofreció totalmente a Dios y por grazia del Altísimo se transformó en “Alter Christus”. Es un modelo de santidad para cada hermano, para cada miembro de la familia franciscana. Así como el genio rompe todas las reglas y el héroe no reconoce las categorías jurídicas, así Francisco está más allá de toda normatividad disciplinar la cual, sin embargo, se impone para asegurar la estabilidad de la organización y la coherencia y la evolución de la Orden. Por lo tanto Francisco es un punto de referencia fundamental para cada fraile pero no lo es para la Institución; es el maestro sí de la vida interior de cada integrante de la familia franciscana pero no lo es para la vida exterior de la organización; es el ideal de la vida individual pero no de la Orden como persona jurídica.
6.1) A Francisco de Asís hay que aproximarse no con la letra sino con el espíritu haciendo una distinción entre la intencionalidad profunda de presencia renovada en las estructuras eclesiales y las modalidades y formas de tal presencia las cuales exigen creatividad, inventiva histórica según las situaciones que atraviesa la Orden y la iglesia. Buenaventura no cree que el mensaje de Francisco deba ser traducido solamente con las formas con las cuales él mismo lo ha expresado, y que las modalidades que han caracterizado la vida del fundador de la familia franciscana y sus primeros compañeros puedan ser suficientes o las únicas para guiar la vida y la organización de una institución que cuenta ya con más de treinta mil miembros.
6.2) El gesto emblemático que Francisco realizó en la plaza de Asís, despojándose de sus hábitos y renunciado a todos sus bienes, además de ser el signo de una renuncia material era también signo de una regeneración espiritual puesto que la paternidad de Dios implica siempre una nueva vida, un nuevo modo de ser, Es así que desde tal perspectiva Francisco más que rechazar o despreciar el mundo y las cosas, lo que hacía era asumir frente a todo una nueva lógica relacional, una nueva clave teórica y comportamental que le permitió tejer relaciones diversas y más humanas y humanizantes con las cosas y el mundo todo. Dicho en otras palabras: no se trata de huir del mundo, de darle la espalda sino de entretejer con el mundo un tipo de encuentro diverso buscando nuevos equilibrios entre el hombre y las cosas, cancelando la tentación de dejarse posser por las cosas, de dejarse seducir por sus encantos, lógica que ganaba siempre más espacio tanto en la sociedad del tiempo de Francisco cuanto en la iglesia, siempre más ávida de poder y de presencia triunfante en el mundo, siempre más cerca del Cesar que del Evangelio.
6.3) A la luz de esta lectura Buenaventura no absolutiza las formas de pobreza vividas por Francisco y sus primeros secuaces sino que las reinterpreta disitinguiendo entre la propiedad de los bienes, propiedad que va rechazada y el uso de los bienes que es necesario. ¿Cómo prescindir de los medios adecuados para el sustentamiento de los frailes? ¿Cómo no tener demoras estables y decorosas para evitar el vagabundear y las extravagancias de los frailes? ¿Cómo no proveer libros y el material bibliográfico necesario para hacer frente a los nuevos desafios filosóficos, teológicos y culturales? La cosa para Buenaventura es clara: la propiedad pertenece al papa mientras los frailes pueden usufruir de ésa. La nostalgia por los orígenes, por la vida heróica de los “doce” non puede ser alimentada. “No se retorna a Rivotorto” porque la institución está ahora presente en tantas realidades diversas: estructuas eclesiales, sociales, culturales, misionarias. Se trata de actividades exigentes y multifacéticas que requieren preparación y no improvisación, que requieren responsabilidad y estudio y no un vagabundear de un lugar al otro sin respuestas maduras y elaboradas pues varían circunstancias y destinatarios.
6.4) En toda esta visión Buenaventura acentúa la fidelidad de Francisco a la iglesia y su profesión de obediencia a las autoridades eclesiásticas y minimiza las formas con las cuales esta fidelidad y profesión de obediencia fueron vividas o traducidas por Francisco y sus primeros compañeros. Esos modos de testimoniar que se concretizaron en formas y maneras no comunes y contrarias a los criterios corrientes tienen que ser repensados y reelaborados teniendo en cuenta la gravedad y los problemas de las nuevas circunstancias, la dignidad del mensaje evangélico y las exigencias de las estructuras eclesiales. La atención por los más pobres y necesitados no decae pero ahora se transforma en atención y dedicación a todos, también a los intelectuales.
6.5) Mención especial merece el tema de la limosa. Esta que, en la primitiva comunidad emparentaba los frailes con los pobres y que ocupaba el puesto del salario ganado con el esfuezo del duro trabajo, ahora pasa a ser un derecho de subsistencia por los servicios espirituales. Conviene recordar aquí lo que pensaba el aguerido enemigo de las Ordenes Mendicantes, Guillermo de Saint’Amour. Guillermo sostenía que la pobreza no está prescripta en el evangelio y que san Pablo como san Francisco habían afirmado que cada uno debe sostenerse con su trabajo manual y que, por lo tanto, la práctica de la lismona, como una sustitución del salario ganado con el trabajo, no sólo era una injusticia, sino “simonía” porque representaba el precio pagado por servicios espirituales. Este tipo de críticas se transformó en el motivo central desde el cual los frailes eran criticados y caricaturizados – y más de una vez perseguidos por las calles.
La predicación, que en los inicios era más bien inculta y poco elaborada, ahora, con las exigencias de los tiempos, tiene que ser más culta y preparada. Francisco continua siendo el punto fundamenta para cada fraile pero no es el paradigma para organizar la vida colectiva, dado que la familia franciscana está inserida en nuevas realidades y ha crecido en un número tal de miembros que requiere una estructuación disciplinar y jurídica diversa.
6.6) En la óptica de su teología de la historia Buenaventura sostiene que la Orden, nacida y estructurada en relación a Francisco y bajo su impulso y carisma, esté grávida de una lógica intrínseca que no se agota o se identifica totalmente con la lógica de Francisco. La lógica de los inicios no siempre es idéntica con la lógica de la evolución sucesiva. Lo que se mantiene es siempre la inspiración y el orientamiento básico. Así como la iglesia comenzó con pescadores y gente ruda y evolucionó integrando doctores; así como la iglesia un tiempo fue semilla y después creció y se hizo planta, pues bien, así la familia franciscana, pasó de una Orden religiosa humilde y simple a ser una familia compuesta de hombres humildes y doctos, preparados, ámbas cosas bajo el impulso del Espíritu. Las obras de Dios si son tales no se corrompen. Cambian en sus formas pero no por eso pierden la substancia.
A modo de conclusión
Buenaventura fue un hombre no sólo preparado, un estudioso, sino que fue también un hombre atento a los signos del tiempo y esta su atención le hizo tomar consciencia de los difíciles problemas que atravesaba la familia franciscana. Intervino con su inteligencia y autoridad, con su sabiduría y su vida santa, dando una reinterpretación de la vida de Francisco y buscó en todos modos de armonizar las situaciones difíciles, intentó coser y sanar las laceraciones de su familia, y para eso fue más allá de los orígenes de la Orden.
Su potente estructura doctrinal y sus conocimientos filosóficos y teológicos dejaron un signo relevante en su actividad legislativa y en su teología de la historia que es renovadora y abierta pero no apocalíptica, que es elaborada, vigorosa, pensada y no ingenua o emotiva. Su teología de la historia – de la cual se ha ocupado en forma sistemática y profunda el papa Benedicto XVI mucho antes de su elección (y no sólo en estos últimos tiempos) – es atenta al vigor regenerador de la lógica divina y a su vez a la incidencia tortuosa y dramática de la aventura humana, aventura que en su permanente ambiguedad hay que guiar sin por eso mortificar ni suprimir.