¿Blanqueo Del Sepulcro, O Deja Vu Católico En Brasil? Por Carlos Lombardi

“Tengo la impresión de que el cristianismo oficial ya ha cargado sobre sus espaldas su propio y efectivo final, pero que aún no se ha dado cuenta de ello. La Iglesia, como institución moral y como organización social, es algo que merece respeto y sostén, quizá incluso hasta merece una parte de los impuestos, pero no hay mucho más que esto […] En verdad las iglesias ya no tienen nada para decir que no podría ser dicho aun si ellas no existieran; ya no tienen nada específicamente cristiano para decir” (1)

El escenario pesimista trazado en el párrafo precedente por el filósofo alemán Herbert Schnädelbach es lo que el papa argentino trató de revertir en las Jornadas Mundiales de la Juventud católica que esta vez tuvieron su sede en Brasil, el país con mayor cantidad de católicos del mundo, no importando que esa mayoría sea sólo nominal y que esté compuesta por todos aquellos a los que desde bebés se le impuso la religión de sus padres, condenándolos a ser súbditos de un monarca teocrático.

El objetivo primario de Bergoglio, sacar a la institución del “ojo de la tormenta”, mediante un cambio de imagen que incluye el propio rol de papa, tuvo como punto de partida un festival de demagogia compuesto por gestos cuidadosamente planificados, que guardaron continuidad con los llevados a cabo en el Vaticano.

En esta oportunidad se manifestaron en un viaje “austero”, en la cercanía con los periodistas acreditados, discursos empalagosos ante diversos públicos, abrazo a adictos a las drogas en un hospital dirigido por franciscanos, visita a la favela Varginha, mucho llanto de niños, mucho pensamiento mágico, y altas dosis de “humildad” para demostrar, por un lado, el costado humano del papa, y por otro, una institución “cercana” a la gente.

Austeridad que, salvo para los ingenuos y crédulos que por estos días abundan, no debería llamar la atención si se tiene en cuenta que el papa argentino, como jesuita, realizó votos de pobreza y siempre vivió así. No hay novedad ni sacrificio alguno en su comportamiento. Tampoco en su visita a la villa de emergencia ya que también lo hacía en Buenos Aires.

Las masas respondieron con el efecto natural de toda conducta demagógica: el culto a la personalidad del líder religioso estuvo presente con todas sus características, como la adulación, la adoración unipersonal, y la recepción sin crítica de sus expresiones, fenómenos que alimentarán los estudios y análisis de los sociólogos de la religión.

Aquellas actividades no sólo podrían considerarse pinceladas destinadas a blanquear el sepulcro institucional que le dejó su antecesor –  con ayuda del clero y un sector del laicado sumiso y servil -, sino que en muchos de sus aspectos parecieron un gran deja vu, algo ya visto en anteriores jornadas católicas y discursos papales.

Los temas que abordó el pontífice romano pueden analizarse en dos planos: el interno de la Iglesia Católica, y el relacionado con la sociedad laica y plural, indiferente a las religiones, cada vez más lejos de una institución que en pleno siglo XXI pretende funcionar como veedor social, por arriba de ciudadanos/as y de los Estados.

1. El escenario interno

¿Cómo se arengó a la militancia católica? Con viejas herramientas, oxidadas hace tiempo pero que volvieron a barnizarse. Repasemos brevemente algunas:

– Catequesis retro: ser misericordiosos, solidarios, ir a las periferias a hacer proselitismo religioso, es decir, evangelizar; ser misioneros (el arcaico método que se aplicaba en “tierras de infieles”, aún vigente), ser “atletas de Cristo” (frase copiada a los evangélicos), difundir la fe católica “sin miedo”, salir de las parroquias, “nadar contracorriente”, léase, defender a rajatabla la ideología elaborada por los obispos, fueron algunas de las recomendaciones contenidas en el discurso papal. Todo ya visto.

Este tipo de mensaje vacío de contenido trae a la memoria lo que el propio Ratzinger pensaba de los teólogos, a quienes en 1968 comparaba con un payaso viejo: “Se conoce lo que dice y se sabe también que sus ideas no tienen que ver con la realidad. Se le puede escuchar confiado, sin temor al peligro de tener que preocuparse seriamente por algo”. (2)

Esa vieja catequesis también estuvo presente en las predicaciones llevadas a cabo por numerosos obispos, entre los cuales puede destacarse, como ejemplo, la efectuada por el polémico Juan Antonio Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares, Madrid, España, relativa a la sexualidad: “Usted me pregunta por las píldoras que siendo anticonceptivas también tienen efectos abortivos. Debe entenderse que más allá de los efectos o de los dinamismos llamados de barrera, como el profiláctico o el condón, más allá de los que impiden la unión del óvulo y el espermatozoide, todo sistema de anticoncepción químico, incluido el dispositivo intrauterino, tiene efectos colaterales que pueden ser abortivos. Es decir que esto no es simplemente la anticoncepción sino aborto.

La mentira que nos venden es decir que uno es dueño de las fuentes de la vida y por ello decide cuándo tener o no tener vida. O decir que uno es dueño de su sexualidad y decide cuándo tener o no relaciones, simplemente con el consentimiento del otro. Eso no es verdad. El dueño de la vida y sus fuentes es Dios, no nosotros, y Él quiere que a través del amor del esposo y la esposa hayan hijos e hijas de Dios cuyo destino es Dios mismo en el cielo y la gloria” […] “La anticoncepción y la salud reproductiva lo que quieren es promover la reducción de los hijos de Dios” (3).

El breve ejemplo, deja ver que nada nuevo existió en el adoctrinamiento y catequesis llevados a cabo en las jornadas, y hasta resultan lógicos si se tiene en cuenta la adscripción al integrismo religioso que tiene Bergoglio por más “humo renovador” que quiera vender. La obsesión por controlar cuerpos y violar conciencias de las personas sigue intacta.

– Misma estructura: si la catequesis ha sido la misma que ya demostró su fracaso, también es similar el modelo de institución que se observó en la realización de las jornadas: netamente clerical, jerárquico, vertical, donde obispos y curas “pavonearon” su popularidad; con instalación de confesionarios para seguir controlando qué piensan los católicos, con liturgias repetitivas. El mismo absolutismo monárquico, aunque con cambio de estilo en el rol papal.

Y la misma impronta patriarcal. Salvo el párrafo que a modo de excepción pudo leerse, dirigido al sector mayoritario dentro de la iglesia, es decir, a las mujeres, no hubo ninguna novedad en cuanto a cómo puede mejorarse su participación, sobre todo, en el legítimo derecho que tienen a tomar decisiones en los grandes problemas que aquejan a la institución.

Como nos recuerda el teólogo Juan José Tamayo “en el cristianismo primitivo las mujeres gozaban de los mismos carismas que los varones y los desarrollaban en el seno de las comunidades sin discriminación alguna. Algunas de las comunidades fueron fundadas por mujeres: por ejemplo, la de Filipos, por Lidia” (4).

El problema en este punto va más allá de la imposición de la perspectiva patriarcal ya que la discriminación hacia las mujeres está normativizada en el Código Canónico.

Párrafo aparte merecen dos menciones: al clericalismo, que a modo de reproche les formuló a los obispos; y a los homosexuales.

El primero, una autentica lacra institucional, principal causa del alejamiento de la Iglesia Católica del cristianismo originario, lo enfocó al que se verifica en el interior de las parroquias, con un laicado servil y obsecuente, y obispos y curas “mandones”. En el caso del clero, el problema es que en los seminarios son formados para “pastorear rebaños”, frase insultante si las hay. El clericalismo que criticó es, precisamente, el que se observó en las Jornadas Mundiales de la Juventud. Más de lo mismo.

Pero eso es un reduccionismo. El clericalismo es un fenómeno mucho más amplio y dañino que se manifiesta fuera de las iglesias, proyectándose hacia los planos políticos, jurídicos y sociales. “En el clericalismo religión y política se entrecruzan y la Iglesia se vale del Estado, o del poder político, para reafirmar un sistema de poder eclesiástico, o el Estado, o el poder político, se vale de la Iglesia para afianzar el sistema de gobierno o las situaciones político-sociales”. (5)

Los tres últimos documentos de la Conferencia Episcopal Argentina son una muestra de auténtico clericalismo argentino, fomentado por un sector de la clase política servil y obsecuente. Ponga el lector sus propios ejemplos.

En cuanto a la referencia a los homosexuales, anunciada por los medios como algo “revolucionario”, no es más que lo dispuesto en el catecismo católico donde se sostiene que a los gays no hay que juzgarlos sino tratarlos caritativamente. Pero sigue la condena a los “actos homosexuales” calificados de “desviados”. Es como decir: “Te queremos, pero eres un enfermito”. La violencia doctrinal e institucional hacia este colectivo sigue vigente. Se le sumó un poco más de hipocresía.

– Mensaje social repetitivo: lo mismo puede decirse del mensaje “social” que les dio a los jóvenes, y que algunos periodistas exultantes calificaron de “provocador”.

La “provocación” no fue otra que la vuelta a la ideología plasmada en documentos de la década del 60, como los surgidos en el Concilio Vaticano II, con más de cuarenta años de antigüedad. No hace falta decir los cambios políticos, sociales, culturales, jurídicos y económicos que surgieron desde esa época hasta nuestros días, la irrupción de nuevos actores políticos, sociales y culturales; los nuevos derechos, sobre todo, los que tienen que ver con la bioética, con la familia, la sexualidad y derechos reproductivos, los derechos de las mujeres, para darnos cuenta que la visión social del Vaticano II, en numerosos aspectos, ha caducado.

El deja vu social pudo verse en la crónica del corresponsal de uno de los mayores diarios nacionales, quien sostuvo que Bergoglio lanzó una “fórmula sociopolítica” mediante la creación de una alianza entre jóvenes y viejos, mezcla entre experiencia y vitalidad. Nada nuevo.

– Ausencia absoluta de referencias a las víctimas de curas pederastas: el descomunal “elefante blanco” y uno de los grandes motivos por los cuales renunció Benedicto XVI, estuvo invisibilizado en las Jornadas Mundiales de la Juventud.

Quedó demostrado que al clero cómplice y a la masa cobarde poco les importan los miles de niños y niñas abusados y vejados, dándole prioridad a una “amnesia” generalizada sobre el tema. ¿Habrán puesto en las “intenciones” de la eucaristía a las víctimas del clero delincuente? ¿Se habrá rezado públicamente por ellos, por su recuperación?

Podrá argumentarse que Bergoglio continúa la política de “tolerancia cero” puesta en marcha por uno de los mayores encubridores de curas pederastas, Benedicto XVI. El problema es que las normas “nuevas” son un ruin maquillaje, ya advertido por las organizaciones defensoras de víctimas abusadas. El mantenimiento del “secreto pontificio” es una pequeña prueba.

La “frutilla del postre” fue anunciar las próximas jornadas en Cracovia, todo un símbolo, que recuerda a otro de los principales responsables de encubrir abusadores con sotana: Juan Pablo II.

Los breves ejemplos mencionados demuestran que en Brasil el objetivo primario se cumplió (blanqueo del sepulcro), mientras que no hubo novedad alguna en el mensaje estrictamente religioso.

Le queda al papa argentino la descomunal tarea de las grandes reformas internas, en cuento estructura, organización, funcionamiento, transparencia, ideología, doctrina y dogmas, que en el país carioca no aparecieron ni por asomo.

2. El escenario secular y laico

Toda acción institucional emprendida por la Iglesia Católica en este tipo de eventos tiene efectos en el accionar estatal, y Brasil no fue la excepción.

Los gastos que al erario público demandó la visita del papa fue el principal foco de conflicto y cuestionamiento teniendo en cuenta que la coyuntura económica y social del país es de crisis, con numerosas protestas de los “indignados” que, además de reclamar por el gasto público en la organización del mundial de futbol y olimpíadas, también incluyeron los gastos por la seguridad del Jefe del Estado vaticano, totalmente inoportunas.

Dichas críticas fueron contestadas con el argumento que siempre aparece en los países donde se organizan las jornadas: creación de puestos de empleo, e impacto económico que “amortiza” el gasto público. Pura lógica capitalista.

Párrafo aparte merecería el análisis de quiénes fueron los sponsors privados del papa. Más de uno se llevaría una sorpresa, ya que dichas empresas privadas no se caracterizan, precisamente, por la promoción de las clases marginadas.

Ningún cambio existió en esto.

– ¿Nuevo horizonte en las relaciones Estado-Iglesia?: lo más jugoso estuvo en un discurso pronunciado ante las autoridades políticas brasileñas donde pidió a los estados respeto a la libertad religiosa, valorando el aporte de “las  grandes tradiciones religiosas” en la convivencia democrática, haciendo extensiva dicha valoración a la laicidad del Estado.

Dijo el papa: “Es imposible imaginar un futuro para la sociedad sin una incisiva contribución de energías morales en una democracia que no sea inmune de quedarse cerrada en la pura lógica de la representación de los intereses establecidos”.

Señaló que “es fundamental la contribución de las grandes tradiciones religiosas, que desempeñan un papel fecundo de fermento en la vida social y de animación de la democracia”.

“La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad, favoreciendo sus expresiones concretas”.

Finalizó diciendo que “el diálogo es la única alternativa para lograr la unidad de los pueblos”. (6)

Para destacar en este punto: primero, la contribución de las religiones a la cultura de los países es un hecho incuestionable.

Sin embargo, es falsa la “contribución” del catolicismo a las democracias. En Argentina, la Iglesia Católica avaló todos los golpes de estado y dictaduras militares que ocurrieron desde 1930 hasta la de 1976/1983. En esta última, siendo cómplices del robo de niños nacidos en centros clandestinos de detención, permitiendo la desaparición y asesinato de sus propios cuadros “subversivos” (laicos y religiosos), bajo el argumento de defender el “ser nacional” y la “civilización occidental y cristiana”.

El propio pensamiento episcopal sostiene que “La Iglesia respeta la legítima autonomía del orden democrático; pero no posee título alguno para expresar preferencias por una u otra solución institucional o constitucional, ni tiene tampoco la tarea de valorar los programas políticos, si no es por sus implicaciones religiosas y morales”. (7)

Esto explica la histórica alianza clerical tanto con gobiernos dictatoriales, como totalitarios (nazismo y fascismo). Y en su propia organización y funcionamiento tampoco hay “fermento” democrático.

Segundo, ¿a qué “energía moral” se habrá referido Bergoglio? Por supuesto, a la moral católica, la misma que fue usada como “caballito de batalla” en los últimos documentos de la Conferencia Episcopal Argentina (firmados también por él), donde se pretende que las leyes y políticas públicas del estado aconfesional se sometan a la ley moral “natural” y “objetiva”, la que supuestamente ha dictado su dios, y que debe imponerse sí o sí a todos los habitantes, avasallando conciencias y formas de vida diversas. Es la continuidad del pensamiento totalitario de Juan Pablo II y Benedicto XVI.

Tercero, el “guiño” a la laicidad del Estado la hace dentro de la ideología clerical que, precisamente, da vuelta la noción de laicidad sujetándola a la religión, es decir, a lo que dice el papa y los obispos. Esa es la “sana” laicidad. Una vil trampa.

Si realmente valorara la laicidad habría solicitado la denuncia del Concordato de 1966, la eliminación de las “asignaciones” mensuales que todos los argentinos les pagan a los obispos católicos, como también todos los privilegios que obtuvieron del genocida Videla.

Sumado aquello, el respeto a la laicidad se consolidaría si la institución no se entrometiera en las cuestiones de la sociedad civil siendo coherente con la tradicional solicitud que siempre hace al Estado: que no intervenga en sus asuntos. Eso significa valorar la laicidad. Ninguna novedad existió en este punto sino más de lo mismo.

3. La esperanza católica

La retahíla de gestos demagógicos, el cambio de estilo en el rol papal, las incipientes instrucciones para reformar organismos obsoletos y corruptos (Curia vaticana y el IOR), rumores de “levantamiento” de sanciones a teólogos disidentes, permiten hablar a los sectores moderados y progresistas católicos de “esperanza” en el plano interno, propio de la institución. El conservadurismo y el extremismo están agazapados porque, o no digieren a los jesuitas, o directamente no toleran a Bergoglio a quien consideran un hereje.

¿El festival de gestos demagógicos se traducirá en políticas y documentos? Eso está por verse. A priori, las libertades para los católicos siguen sometidas a la férula de las sotanas, al clericalismo.

La vieja catequesis (controlada por el clero), es el primer obstáculo que los católicos deberán seguir sorteando para religarse con su dios. Dice Drewermann: “… la Iglesia Católica enseña que no existe una inmediatez legítima en la relación con Dios. Para religar al hombre y Dios, al hombre y el cielo, se recurre, pues, a una jerarquía compleja que parte de Dios, pasa por el Espíritu Santo, la madre de Dios, los arcángeles, los ángeles incluidos los ángeles de la guarda, para llegar hasta los santos patronos y todos los demás santos. A todo lo cual hay que añadir los méritos conseguidos por la Iglesia… Este proceso celeste se prolonga en la tierra a través del papa y los obispos, a continuación vienen los sacerdotes, los sacramentos, los lugares de peregrinación, los tiempos especiales para la oración, los formularios para rezar, las indulgencias, las donaciones pecuniarias… Sólo después de hacer honor a todo esto, se podrá franquear el abismo que separa al hombre de Dios.

¿Hay alguien que pueda imaginar que va a encontrar a Dios en medio de toda esta acumulación de instancias?” (8)

El desafío para Bergoglio es plasmar esa supuesta flexibilidad que mostró en Brasil en el reconocimiento de una mayor libertad a los católicos observantes. Pero eso tiene una contra: profundizaría la creciente “protestantización” que ya ocurre entre sus fieles, muchos de los cuales son partidarios del “cuentapropismo” espiritual.

Si en las JMJ se vivió el deja vu de la no interpelación de los jóvenes a un papa, si no hubo debate, ni tampoco “lío” (como pidió que sucediera en las diócesis), ni cuestionamiento alguno a nivel doctrinal, dogmático y, sobre todo, pedido de explicaciones ante el descomunal bochorno de los abusos sexuales del clero, podría pensarse que la institución seguirá fomentando el infantilismo.

4. Balance: sepulcro blanqueado, repetición de lo ya vivido, e interrogantes varios

Los encuentros multitudinarios, los ánimos exultantes, los “tirones de orejas”, el show mediático, la espiritualidad centrada en la experiencia emocional y los buenos sentimientos, le alcanzaron a Bergoglio (y al poder vaticano), para blanquear nuevamente el sepulcro.

La dinámica, organización, discursos, catequesis, adoctrinamiento, y “buena onda”, fueron un calco de lo vivido en jornadas juveniles pasadas. Otro deja vu cuyos efectos, seguramente, ratificarán lo que los sociólogos vienen diciendo hace tiempo: “llenar plazas no significa automáticamente sumar pertenencias al grupo”. (9)

El mensaje del papa argentino, una especie de espuma compuesta por palabras bonitas y “cancheras” sobre diversos temas, demuestran, una vez más, la formidable hipocresía que impregna el mundo clerical y vaticano.

Nos cuenta Drewermann: “Con grandes alardes publicitarios se había organizado una feria religiosa, de cuya celebración sus organizadores tuvieron sumo cuidado en informar a todo el mundo. En el primer pabellón se daba cuenta de que Dios es bueno, pero que sólo eligió un pueblo para hacerlo suyo. En el segundo pabellón, se argumentaba que Dios es todo misericordia, pero que sólo comunicó su mensaje a un hombre, a su profeta. En el tercer pabellón, se enseñaba que Dios es indulgente, pero que sólo deja entrar en el cielo a los que son miembros de la Iglesia. “¿Qué sabes de mí?”, le pregunta Dios al visitante al final del recorrido. “Que eres limitado, cruel y fanático”, responde el visitante. “Precisamente por eso no vine a esta feria – le contesta entonces Dios -. No me interesan lo más mínimo las religiones. Lo que me preocupa es el hombre”. (8)

Nosotros agregamos: la autonomía del hombre, es decir, lo que catolicismo romano nunca podrá entender, salvo que se convierta al cristianismo.

Notas

(1) Citado por Matteo, Armando, Credos Posmodernos: de Vattimo a Galimberti, los filósofos contemporáneos frente al cristianismo, Buenos Aires, Marea, 2007, p. 181.

(2) Estrada, Juan Antonio, “Los conflictos teológicos en una sociedad moderna”, en www.elpais.com/diario/2007/03/17/sociedad/1174086011_850215.html

(3) Lea la mejor catequesis pro-vida y contra el aborto de la JMJ Río 2013 en español, en www.aciprensa.com

(4) Tamayo, Juan José, , Nuevo paradigma teológico, Madrid, Editorial Trotta, 2004, p. 90.

(5) Bada, Joan, Clericalismo y anticlericalismo, Madrid, B.A.C., 2002, P. 10.

(6) Link permanente: http://www.mdzol.com/nota/479921/

(7) N° 424, en www.vatican.va/…/rc_pc_justpeace_doc_20060526_compendio-dott-soc…

(8) Drewermann, Eugen, Dios inmediato, Madrid, Editorial Trotta, 199, p. 57.

(9)  Mallimaci, Fortunato, Globalización y modernidad católica: papado, nación católica y sectores populares, en Aurelio Alonso (comp.), América Latina y el Caribe. Territorios religiosos y desafíos para el diálogo, Buenos Aires, CLACSO, 2008.

(10) Op. cit. p. 57.

 

Francisco y el “demonio” gay. Por Carlos Lombardi

El papa argentino advirtió días pasados la dificultad que encuentra en reformar la estructura oligárquica de la Iglesia Católica denominada “curia”, un grupo de prebostes entrados en años que son el anti testimonio evangélico por antonomasia. La aseveración también indicó al culpable: el “lobby gay”.

“En la curia hay gente santa, de verdad, hay gente santa. Pero también hay una corriente de corrupción, también la hay, es verdad. Se habla del ‘lobby gay’, y es verdad, está ahí hay que ver qué podemos hacer” (1)

La prensa especializada habla de un “sistema de chantajes internos basados en debilidades sexuales”, de orgías donde participan altos prelados, de “conductas inapropiadas”. La llaman “mafia lavanda”.

El “poder homosexual” dentro del vaticano vendría a ser una especie de grupo de presión que planifica las políticas vaticanas y se opondría a cualquier reforma. Muchos de sus integrantes estarían siendo investigados por la justicia italiana.

La primera pregunta que cabe plantear es: ¿se los investiga por ser homosexuales, o por la crónica corrupción dentro de la institución vaticana?

El mensaje maniqueo de Bergoglio dejaría ver que la “corrupción homosexual” sería peor que la cometida por personas heterosexuales. No hay que estar muy lúcido para caer en la cuenta que no hay corrupción buena ni mala, de derecha o de izquierda, hetero u homosexual. Hay corrupción, a secas. Tener relaciones sexuales con menores, chantajear, y traficar  influencias, pueden ser figuras penales donde el género de sus autores no agrava ni atenúa los delitos.

La paradoja de todo esto es que lo que hasta hace seis meses atrás eran “ataques” a la iglesia de parte de sus enemigos y oponentes, hoy se ha blanqueado sin tapujos: ¡En el Vaticano hay corrupción! Vaya novedad.

Más allá de lo obvio, lo reprochable es una nueva demonización del colectivo gay llevada a cabo por el nuevo pontífice, el papa demagogo.

Su advertencia permite reflexionar brevemente acerca del “problema” de la homosexualidad en la Iglesia Católica en dos planos: uno, el ejercicio de la sexualidad del clero católico; otro, la sistemática política de discriminación y violencia de género que la institución religiosa lleva a cabo contra la comunidad gay.

Homosexuales en la Iglesia Católica

Sostener que la homosexualidad siempre existió en la Iglesia Católica, sea en el clero o entre los laicos, es un pleonasmo.

El problema se relaciona directamente con lo que llamamos la “cuestión sexual” dentro de la institución eclesiástica, que tiene numerosas derivaciones, todas tratadas por la jerarquía episcopal de modo malsano y dañino.

Algunos ejemplos son el celibato y continencia sexual exigidas a los sacerdotes; la discriminación institucional hacia los curas casados, tratados como “traidores” por el Código de Derecho Canónico; el daño patrimonial a terceros, como el que sufren mujeres e hijos de sacerdotes que, siguiendo en la institución, se los mantiene en la clandestinidad; la doble vida de los curas, avalada por los obispos para que no se vayan de la iglesia (recuérdese al ex jefe de Cáritas Argentina, el obispo Bargalló, quien fue descubierto vacacionando en el Caribe con su novia); la plaga de abusos sexuales, no detenida aún, respecto a la cual se introdujeron reformas que no pasan de un maquillaje hipócrita, ya advertido por las organizaciones defensoras de víctimas del clero delincuente.

En aquel contexto está inmerso el “problema” de la homosexualidad, y junto a él la represión institucional impuesta a seminaristas, curas y obispos para poder ejercer el ministerio sacerdotal, y la purga llevada a cabo en los seminarios a los candidatos que presentan tendencias homosexuales, auténtica “caza de brujas” disfrazada de pruebas periciales.

Pepe Rodríguez fue quien investigó cómo ejercen su sexualidad los sacerdotes católicos. “Según nuestro estudio, estimamos que, entre los sacerdotes en activo, un 95% de ellos se masturba, un 60% mantiene relaciones sexuales, un 26% soba a menores, un 20% realiza prácticas de carácter homosexual, un 12% es exclusivamente homosexual y un 7% comete abusos sexuales graves con menores” (2)

La encuesta que oportunamente llevó a cabo sobre una muestra de 354 curas españoles en activo, complementó aquellos datos “donde se dibuja el perfil de las preferencias sexuales del clero analizado, con el siguiente resultado: el 53% mantiene relaciones sexuales con mujeres adultas, el 21% lo hace con varones adultos, el 14% con menores varones, y el 12% con menores mujeres. Se observa, por tanto, que un 74% se relaciona sexualmente con adultos, mientras que el 26% restante lo hace con menores; y que domina la práctica heterosexual en el 65% de los casos, frente al 35% que muestra una orientación homosexual” (3)

Más allá de la lógica actualización que debiera sufrir la encuesta, es un buen parámetro que confirma la práctica homosexual en el clero católico. Nada nuevo hay en esta materia. Históricamente ha sido así hasta en el cargo más alto. Fue Eric Fratini quien elaboró una lista con más de 20 papas homosexuales (4)

Para la oligarquía episcopal, que el clero gay manifieste su sexualidad significa que incurren en “conductas inapropiadas”, por supuesto, mientras no salgan a la luz pública. Recuérdese lo que sucedió en Argentina con el obispo Maccarone y su novio remisero.

La descomunal hipocresía institucional, sumada a la tradicional doble moral, surgen en todo su esplendor cuando se trata de reflexionar sobre la homosexualidad del clero.

No ven ningún tipo de “conducta inapropiada” en darle la comunión a genocidas, o en avalar el robo de niños en dictaduras militares porque aquellos sí que son “buenos cristianos”, pero no les tiembla el pulso a la hora de demonizar a la comunidad gay.

Esta primera lectura del mensaje de Bergoglio se complementa con una segunda, tanto o más grave que la primera. Hablamos de la sistemática política discriminatoria vaticana hacia la comunidad homosexual. Utilizando una frase muy común en nuestra cultura contemporánea, la Santa Sede no se caracteriza ni en su política, ni en su ideología, como tampoco en sus documentos por ser “gay friendly”. Demos algunos ejemplos.

El Derecho internacional: en contra de la despenalización de la homosexualidad

En este escenario, se destaca la oposición que en 2008 la Santa Sede llevó a cabo para despenalizar la homosexualidad a nivel mundial, tratando de impedir que se sancionase la “Declaración sobre orientación sexual e identidad de género”, iniciativa presentada en la ONU por Francia.

El artículo 2 de aquella Declaración hace extensivos al colectivo homosexual los derechos contenidos en el artículo 2 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, el artículo 2 de los Pactos Internacionales de Derechos Civiles y Políticos, y de Derechos Económicos, Sociales y Culturales, así como el artículo 26 del Pacto Internacional de Derechos Civiles y Políticos.

Esta vergonzosa posición es coherente con su política de no adherir a la mayoría de tratados internacionales sobre derechos humanos. Ninguno de los mencionados precedentemente fue firmado por la iglesia.

Por supuesto, no faltó el acto hipócrita de turno cuando se sostuvo que “la Santa Sede sigue abogando para que todo signo de discriminación injusta hacia las personas homosexuales se eviten e insta a los Estados para acabar con las sanciones penales contra ellos” (5)

Documentos internos: “Eres un torcido, pero te queremos”

“Es de deplorar con firmeza que las personas homosexuales hayan sido y sean todavía objeto de expresiones malévolas y de acciones violentas. Tales comportamientos merecen la condena de los pastores de la Iglesia, dondequiera que se verifiquen”.

El párrafo farsante que transcribimos, figura en la “Carta sobre la atención pastoral a las personas homosexuales”, del 1 de octubre de 1986, elaborada por la inquisición moderna llamada Congregación para la Doctrina de la Fe.

Fue colocada dentro de un texto donde pueden leerse cosas como estas: “Optar por una actividad sexual con una persona del mismo sexo equivale a anular el rico simbolismo y el significado, para no hablar de los fines, del designio del Creador en relación con la realidad sexual. La actividad homosexual no expresa una unión complementaria, capaz de transmitir la vida, y por lo tanto contradice la vocación a una existencia vivida en esa forma de auto-donación que, según el Evangelio, es la esencia misma de la vida cristiana. Esto no significa que las personas homosexuales no sean a menudo generosas y no se donen a sí mismas, pero cuando se empeñan en una actividad homosexual refuerzan dentro de ellas una inclinación sexual desordenada, en sí misma caracterizada por la auto-complacencia” (N° 7).

“Sin embargo, la justa reacción a las injusticias cometidas contra las personas homosexuales de ningún modo puede llevar a la afirmación de que la condición homosexual no sea desordenada. Cuando tal afirmación es acogida y, por consiguiente, la actividad homosexual es aceptada como buena, o también cuando se introduce una legislación civil para proteger un comportamiento al cual ninguno puede reivindicar derecho alguno, ni la Iglesia, ni la sociedad en su conjunto deberían luego sorprenderse si también ganan terreno otras opiniones y prácticas torcidas y si aumentan los comportamientos irracionales y violentos” (N° 10).

Otro documento, denominado “Consideraciones acerca de los Proyectos de Reconocimiento Legal de las Uniones entre Personas Homosexuales”, del 3 de junio de 2003 fue la respuesta del integrismo que gobierna la iglesia hacia aquellos países donde existían proyectos de ley para legalizar el matrimonio igualitario, afortunadamente, en franco crecimiento.

Mientras que la “Instrucción sobre los Criterios de Discernimiento en Relación con las Personas de Tendencias Homosexuales antes de su Admisión al Seminario y a las Órdenes Sagradas”, de la Congregación para la Educación Católica, del 4 de noviembre de 2005 fue forzada por la crisis de los abusos sexuales.

En la práctica, implica una “caza de brujas” destinada a “detectar” candidatos a sacerdotes con tendencias homosexuales mediante prácticas periciales cuyos resultados no se notifican íntegramente ni al interesado ni a sus padres. El núcleo de la pericia sólo está reservado al director espiritual y al formador del seminarista, violando así su conciencia e intimidad.

Como sostuvo Maite García Romero: ¿la Santa Sede está diciendo con esto que los curas heterosexuales son los buenos y los homosexuales los malos? ¿Es eso lo que quieren dar a entender? (6)

La ideología homofóbica que nutre los documentos surge del catecismo católico (N° 2357 al 2359), que confirma el “desorden” de los actos homosexuales por ser contrarios a la ley natural de su dios, por no proceder de una verdadera complementariedad afectiva y sexual.

A renglón seguido, se llama a los homosexuales a la castidad y a que el rebaño hetero los acoja “con respeto, compasión y delicadeza”, actitudes poco comunes si se tiene en cuenta que la militancia católica no es muy afecta a la misericordia. La sola lectura de los comentarios que los creyentes suben a los foros virtuales es prueba suficiente.

Declaraciones: la “amenaza gay” según Ratzinger

No sólo hay políticas y documentos contra los homosexuales, también discursos y declaraciones. Como las de Benedicto XVI, quien en diciembre de 2008, pocos días después de que el Vaticano rechazara la despenalización de la homosexualidad a nivel mundial, colocó a la homosexualidad al mismo nivel que el cambio climático, tildándola de “amenaza”: “”Si las selvas tropicales merecen nuestra protección, el hombre (…) la merece mucho más”, agregó. El Papa defendió “una ecología del hombre” así como el matrimonio tradicional contra cualquier otra forma de unión, en particular las gay” (7)

Los breves hechos y datos mencionados podrían completarse con otros: desde la prohibición para ejercer el ministerio al cura brasileño Luiz Couto, por defender el uso de preservativos y a los homosexuales, pasando por considerar a la homosexualidad como una enfermedad “curable”, hasta las críticas de Ratzinger a las leyes británicas de igualdad.

El “demonio” gay sigue estando presente en los documentos, en la política y, sobre todo, en el discurso eclesiástico lo que implica, además, una profunda contradicción dado el alto número de homosexuales que integran la institución.

¿Cambiará Bergoglio?

El hasta ahora papa demagogo ha transcurrido 100 días de gobierno y, a priori, abrió el paraguas para mentalizar al rebaño respecto a lo difícil que es cambiar las estructuras vaticanas. Expresamente dejó en claro que es una persona muy desorganizada para reformarlas y que por esa razón había nombrado una comisión encargada al efecto.

Por ahora, el objetivo prioritario es sacar a la iglesia del “ojo de la tormenta” compuesto por un mix explosivo: abusos sexuales a niños y jóvenes, corrupción financiera, e internas de poder entre las sotanas, filtración de documentos mediante. Hasta ahora lo está logrando, blanqueando el sepulcro, pero al costo de infantilizar a la opinión pública con sus gestos demagogos.

Bergoglio no viene de la línea progresista, aunque finja serlo. Militó contra varias leyes laicas en nuestro país, amenazando con signos apocalípticos, sólo existentes en el imaginario de un integrismo cada vez más fanatizado.

El clima de reformas anunciado con bombos y platillos por el aparato propagandístico vaticano lo obliga a desandar un largo camino de discriminación por razones de género construido por la institución que preside, y por no pocos de sus integrantes. Sobre todo, le exige no seguir demonizando a la comunidad gay. En definitiva, el desafío del papa argentino será extender a aquella lo que declara la biblia católica: que los hombres han sido creados a imagen y semejanza de Dios.

¿O las sagradas escrituras son sólo para heterosexuales?

 

Notas

(1) Sexo, corrupción y poder dentro del ‘lobby gay’ que denunció Francisco”, en www.perfil.com

(2)La vida sexual del clero, Buenos Aires, Ediciones B,  2002, p.27

(3)Op. cit. p. 28.

(4)Los papas y el sexo, Montevideo, Espasa, 2010, p. 303.

(5)Declaración del representante del Vaticano, Celestino Migliore.

(6)“Purga vaticana de seminaristas gays”, en www.laicismo.org/detalle.php?pk=8103?

(7)“El papa atacó a los homosexuales en su discurso de fin de año”, en www.clarin.com/diario/2008/12/23/um/m-01827788.htm

¿Es el papa Francisco una paradoja?. Por Hans Küng

¿Quién lo iba a pensar? Cuando tomé la pronta decisión de renunciar a mis cargos honoríficos en mi 85º cumpleaños, supuse que el sueño que llevaba albergando durante décadas de volver a presenciar un cambio profundo en nuestra Iglesia como con Juan XXIII nunca llegaría a cumplirse en lo que me quedaba de vida.

Y, mira por dónde, he visto cómo mi antiguo compañero teológico Joseph Ratzinger —ambos tenemos ahora 85 años— dimitía de pronto de su cargo papal, y precisamente el 19 de marzo de 2013, el día de su santo y mi cumpleaños, pasó a ocupar su puesto un nuevo Papa con el sorprendente nombre de Francisco.hans-kung

¿Habrá reflexionado Jorge Mario Bergoglio acerca de por qué ningún papa se había atrevido hasta ahora a elegir el nombre de Francisco? En cualquier caso, el argentino era consciente de que con el nombre de Francisco se estaba vinculando con Francisco de Asís, el universalmente conocido disidente del siglo XIII, el otrora vivaracho y mundano vástago de un rico comerciante textil de Asís que, a la edad de 24 años, renunció a su familia, a la riqueza y a su carrera e incluso devolvió a su padre sus lujosos ropajes.

Resulta sorprendente que el papa Francisco haya optado por un nuevo estilo desde el momento en el que asumió el cargo: a diferencia de su predecesor, no quiso ni la mitra con oro y piedras preciosas, ni la muceta púrpura orlada con armiño, ni los zapatos y el sombrero rojos a medida ni el pomposo trono con la tiara. Igual de sorprendente resulta que el nuevo Papa rehúya conscientemente los gestos patéticos y la retórica pretenciosa y que hable en la lengua del pueblo, tal y como pueden practicar su profesión los predicadores laicos, prohibidos por los papas tanto por aquel entonces como actualmente. Y, por último, resulta sorprendente que el nuevo Papa haga hincapié en su humanidad: solicita el ruego del pueblo antes de que él mismo lo bendiga; paga la cuenta de su hotel como cualquier persona; confraterniza con los cardenales en el autobús, en la residencia común, en su despedida oficial; y lava los pies a jóvenes reclusos (también a mujeres, e incluso a una musulmana). Es un Papa que demuestra que, como ser humano, tiene los pies en la tierra.

El pontífice no quiso ni la mitra con oro, ni los zapatos, ni el pomposo trono con la tiara

Todo eso habría alegrado a Francisco de Asís y es lo contrario de lo que representaba en su época el papa Inocencio III (1198-1216). En 1209, Francisco fue a visitar al papa a Roma junto con 11 hermanos menores (fratres minores) para presentarle sus escuetas normas compuestas únicamente de citas de la Biblia y recibir la aprobación papal de su modo de vida “de acuerdo con el sagrado Evangelio”, basado en la pobreza real y en la predicación laica. Inocencio III, conde de Segni, nombrado papa a la edad de 37 años, era un soberano nato: teólogo educado en París, sagaz jurista, diestro orador, inteligente administrador y refinado diplomático. Nunca antes ni después tuvo un papa tanto poder como él. La revolución desde arriba (Reforma gregoriana) iniciada por Gregorio VII en el siglo XI alcanzó su objetivo con él. En lugar del título de “vicario de Pedro”, él prefería para cada obispo o sacerdote el título utilizado hasta el siglo XII de “vicario de Cristo” (Inocencio IV lo convirtió incluso en “vicario de Dios”). A diferencia del siglo I y sin lograr nunca el reconocimiento de la Iglesia apostólica oriental, el papa se comportó desde ese momento como un monarca, legislador y juez absoluto de la cristiandad… hasta ahora.

Pero el triunfal pontificado de Inocencio III no solo terminó siendo una culminación, sino también un punto de inflexión. Ya en su época se manifestaron los primeros síntomas de decadencia que, en parte, han llegado hasta nuestros días como las señas de identidad del sistema de la curia romana: el nepotismo, la avidez extrema, la corrupción y los negocios financieros dudosos. Pero ya en los años setenta y ochenta del siglo XII surgieron poderosos movimientos inconformistas de penitencia y pobreza (los cátaros o los valdenses). Pero los papas y obispos cargaron libremente contra estas amenazadoras corrientes prohibiendo la predicación laica y condenando a los “herejes” mediante la Inquisición e incluso con cruzadas contra ellos.

Pero fue precisamente Inocencio III el que, a pesar de toda su política centrada en exterminar a los obstinados “herejes” (los cátaros), trató de integrar en la Iglesia a los movimientos evangélico-apostólicos de pobreza. Incluso Inocencio era consciente de la urgente necesidad de reformar la Iglesia, para la cual terminó convocando el fastuoso IV Concilio de Letrán. De esta forma, tras muchas exhortaciones, acabó concediéndole a Francisco de Asís la autorización de realizar sermones penitenciales. Por encima del ideal de la absoluta pobreza que se solía exigir, podía por fin explorar la voluntad de Dios en la oración. A causa de una aparición en la que un religioso bajito y modesto evitaba el derrumbamiento de la Basílica Papal de San Juan de Letrán —o eso es lo que cuentan—, el Papa decidió finalmente aprobar la norma de Francisco de Asís. La promulgó ante los cardenales en el consistorio, pero no permitió que se pusiera por escrito.

Francisco de Asís representaba y representa de facto la alternativa al sistema romano. ¿Qué habría pasado si Inocencio y los suyos hubieran vuelto a ser fieles al Evangelio? Entendidas desde un punto de vista espiritual, si bien no literal, sus exigencias evangélicas implicaban e implican un cuestionamiento enorme del sistema romano, esa estructura de poder centralizada, juridificada, politizada y clericalizada que se había apoderado de Cristo en Roma desde el siglo XI.

Con Inocencio III se manifestaron los primeros síntomas de nepotismo y corrupción del Vaticano

Puede que Inocencio III haya sido el único papa que, a causa de las extraordinarias cualidades y poderes que tenía la Iglesia, podría haber determinado otro camino totalmente distinto; eso habría podido ahorrarle el cisma y el exilio al papado de los siglos XIV y XV y la Reforma protestante a la Iglesia del siglo XVI. No cabe duda de que, ya en el siglo XII, eso habría tenido como consecuencia un cambio de paradigma dentro de la Iglesia católica que no habría escindido la Iglesia, sino que más bien la habría renovado y, al mismo tiempo, habría reconciliado a las Iglesias occidental y oriental.

De esta manera, las preocupaciones centrales de Francisco de Asís, propias del cristianismo primitivo, han seguido siendo hasta hoy cuestiones planteadas a la Iglesia católica y, ahora, a un papa que, en el aspecto programático, se denomina Francisco: paupertas (pobreza), humilitas (humildad) y simplicitas (sencillez).

Puede que eso explique por qué hasta ahora ningún papa se había atrevido a adoptar el nombre de Francisco: porque las pretensiones parecen demasiado elevadas.

Pero eso nos lleva a la segunda pregunta: ¿qué significa hoy día para un papa que haya aceptado valientemente el nombre de Francisco? Es evidente que tampoco se debe idealizar la figura de Francisco de Asís, que también tenía sus prejuicios, sus exaltaciones y sus flaquezas. No es ninguna norma absoluta. Pero sus preocupaciones, propias del cristianismo primitivo, se deben tomar en serio, aunque no se puedan poner en práctica literalmente, sino que deberían ser adaptadas por el Papa y la Iglesia a la época actual.

Las enseñanzas de Francisco de Asís de altruismo y fraternidad deberían ser actualizadas

1. ¿Paupertas, pobreza? En el espíritu de Inocencio III, la Iglesia es una Iglesia de la riqueza, del advenedizo y de la pompa, de la avidez extrema y de los escándalos financieros. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia de la política financiera transparente y de la vida sencilla, una Iglesia que se preocupa principalmente por los pobres, los débiles y los desfavorecidos, que no acumula riquezas ni capital, sino que lucha activamente contra la pobreza y ofrece condiciones laborales ejemplares para sus trabajadores.

2. ¿Humilitas, humildad? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia del dominio, de la burocracia y de la discriminación, de la represión y de la Inquisición. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del altruismo, del diálogo, de la fraternidad, de la hospitalidad incluso para los inconformistas, del servicio nada pretencioso a los superiores y de la comunidad social solidaria que no excluye de la Iglesia nuevas fuerzas e ideas religiosas, sino que les otorga un carácter fructífero.

3. ¿Simplicitas, sencillez? En el espíritu de Inocencio, la Iglesia es una Iglesia de la inmutabilidad dogmática, de la censura moral y del régimen jurídico, una Iglesia del miedo, del derecho canónico que todo lo regula y de la escolástica que todo lo sabe. En cambio, en el espíritu de Francisco, la Iglesia es una Iglesia del mensaje alegre y del regocijo, de una teología basada en el mero Evangelio, que escucha a las personas en lugar de adoctrinarlas desde arriba, que no solo enseña, sino que también está constantemente aprendiendo.

De esta forma, se pueden formular asimismo hoy día, en vista de las preocupaciones y las apreciaciones de Francisco de Asís, las opciones generales de una Iglesia católica cuya fachada brilla a base de magnificentes manifestaciones romanas, pero cuya estructura interna en el día a día de las comunidades en muchos países se revela podrida y quebradiza, por lo que muchas personas se han despedido de ella tanto interna como externamente.

Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan que se les quite el poder acumulado

No obstante, ningún ser racional esperará que una única persona lleve a cabo todas las reformas de la noche a la mañana. Aun así, en cinco años sería posible un cambio de paradigma: eso lo demostró en el siglo XI el papa León IX de Lorena (1049-1054), que allanó el terreno para la reforma de Gregorio VII. Y también quedó demostrado en el siglo XX por el italiano Juan XXIII (1958-1963), que convocó el Concilio Vaticano II. Hoy debería volver a estar clara la senda que se ha de tomar: no una involución restaurativa hacia épocas preconciliares como en el caso de los papas polaco y alemán, sino pasos reformistas bien pensados, planificados y correctamente transmitidos en consonancia con el Concilio Vaticano II.

Hay una tercera pregunta que se planteaba por aquel entonces al igual que ahora: ¿no se topará una reforma de la Iglesia con una resistencia considerable? No cabe duda de que, de este modo, se provocarían unas potentes fuerzas de reacción, sobre todo en la fábrica de poder de la curia romana, a las que habría que plantar cara. Es poco probable que los soberanos vaticanos permitan de buen grado que se les arrebate el poder que han ido acumulando desde la Edad Media.

El poder de la presión de la curia es algo que también tuvo que experimentar Francisco de Asís. Él, que pretendía desprenderse de todo a través de la pobreza, fue buscando cada vez más el amparo de la “santa madre Iglesia”. Él no quería vivir enfrentado a la jerarquía, sino de conformidad con Jesús obedeciendo al papa y a la curia: en pobreza real y con predicación laica. De hecho, dejó que los subieran de rango a él y a sus acólitos por medio de la tonsura dentro del estatus de los clérigos. Eso facilitaba la actividad de predicar, pero fomentaba la clericalización de la comunidad joven, que cada vez englobaba a más sacerdotes. Por eso no resulta sorprendente que la comunidad franciscana se fuera integrando cada vez más dentro del sistema romano. Los últimos años de Francisco quedaron ensombrecidos por la tensión entre el ideal original de imitar a Jesucristo y la acomodación de su comunidad al tipo de vida monacal seguido hasta la fecha.

En honor a Francisco, cabe mencionar que falleció el 3 de octubre de 1226 tan pobre como vivió, con tan solo 44 años. Diez años antes, un año después del IV Concilio de Letrán, había fallecido de forma totalmente inesperada el papa Inocencio III a la edad de 56 años. El 16 de junio de 1216 se encontraron en la catedral de Perugia el cadáver de la persona cuyo poder, patrimonio y riqueza en el trono sagrado nadie había sabido incrementar como él, abandonado por todo el mundo y totalmente desnudo, saqueado por sus propios criados. Un fanal para la transformación del dominio en desfallecimiento papal: al principio del siglo XIII, el glorioso mandatario Inocencio III; a finales de siglo, el megalómano Bonifacio VIII (1294-1303), que fue apresado de forma deplorable; seguido de los cerca de 70 años que duró el exilio de Aviñón y el cisma de Occidente con dos y, finalmente, tres papas.

Menos de dos décadas después de la muerte de Francisco, el movimiento franciscano que tan rápidamente se había extendido pareció quedar prácticamente domesticado por la Iglesia católica, de forma que empezó a servir a la política papal como una orden más e incluso se dejó involucrar en la Inquisición.

Al igual que fue posible domesticar finalmente a Francisco de Asís y a sus acólitos dentro del sistema romano, está claro que no se puede excluir que el papa Francisco termine quedando atrapado en el sistema romano que debería reformar. ¿Es el papa Francisco una paradoja? ¿Se podrán reconciliar alguna vez la figura del papa y Francisco, que son claros antónimos? Solo será posible con un papa que apueste por las reformas en el sentido evangélico. No deberíamos renunciar demasiado pronto a nuestra esperanza en un pastor angelicus como él.

Por último, una cuarta pregunta: ¿qué se puede hacer si nos arrebatan desde arriba la esperanza en la reforma? Sea como sea, ya se ha acabado la época en la que el papa y los obispos podían contar con la obediencia incondicional de los fieles. Así, a través de la Reforma gregoriana del siglo XI se introdujo una determinada mística de la obediencia en la Iglesia católica: obedecer a Dios implica obedecer a la Iglesia y eso, a su vez, implica obedecer al papa, y viceversa. Desde esa época, la obediencia de todos los cristianos al papa se impuso como una virtud clave; obligar a seguir órdenes y a obedecer (con los métodos que fueran necesarios) era el estilo romano. Pero la ecuación medieval de “obediencia a Dios = obediencia a la Iglesia = obediencia al papa” encierra ya en sí misma una contradicción con las palabras de los apóstoles ante el Gran Sanedrín de Jerusalén: “Hay que obedecer a Dios más que a las personas”.

Por tanto, no hay que caer en la resignación, sino que, a falta de impulsos reformistas “desde arriba”, desde la jerarquía, se han de acometer con decisión reformas “desde abajo”, desde el pueblo. Si el papa Francisco adopta el enfoque de las reformas, contará con el amplio apoyo del pueblo más allá de la Iglesia católica. Pero si al final optase por continuar como hasta ahora y no solucionar la necesidad de reformas, el grito de “¡indignaos! indignez-vous!” resonará cada vez más incluso dentro de la Iglesia católica y provocará reformas desde abajo que se materializarán incluso sin la aprobación de la jerarquía y, en muchas ocasiones, a pesar de sus intentos de dar al traste con ellas. En el peor de los casos —y esto es algo que escribí antes de que saliera elegido el actual Papa—, la Iglesia católica vivirá una nueva era glacial en lugar de una primavera y correrá el riesgo de quedarse reducida a una secta grande de poca monta.

 

 

Traducción de News Clips / Paloma Cebrián.
Fuente El País

De Monfero a Roma. Por Celso Alcaina

 

Un Jesús sexista no debería ser atendido. Poco puede esperarse de una institución endogámica.

 

Monfero. Fragas do Eume. Parque natural desde 1997. Hace pocos años lo visité. Ruinas en medio de un verdor embriagador. Finalmente, el monasterio ha sido parcialmente restaurado por Bellas Artes. Pórticos románicos, góticos, barrocos. Tres claustros, cada uno de diferente época: el románico, el renacentista obra deJuan de Herrera y el barroco. Fuentes esculturales de estilo modernista. Sala capitular y refectorio renacentistas. Gigantescos abetos en la esquelética edificación. Robustos pinos y eucaliptos ensombrecen el abandonado cementerio. Cipreses dispersos apuntan al más allá. Hiedras robustas cual bojes descoyuntan algunos sillares granítitos. El Claustro Oriental es un jardín o un zarzal.

El cenobio fue fundado por la familia Bermúdez y Osorio en 1134 bajo el reinado de Alfonso VII. Algún historiador lo data en el siglo X. Benedictinos, luego cistercienses. Creció en monjes. Su patrimonio aumentó gracias a los foros de los campesinos. Sus posesiones se extendieron abusivamente. Escándalo, envidia, pleitos. Vida disoluta. Al lado del cenobio masculino, otro femenino, igualmente poblado. Asesinatos y robos a mano armada. En el siglo XIV tuvo que intevenir el Rey. Máximo esplendor en los siglos XVI-XVII.

Era de esperar. El soplo de la Ilustración llegó al Eume. Conciencia de dignidad universal, de derechos no conculcables. Rebelión de los lugareños. Plantan cara los foreros, los pocos terratenientes y los ambiciosos señores feudales. Se niegan a pagar las rentas. Se atreven a discutir las disposiciones de los monjes. Se rebelan contra sus dogmas y mandamientos. La invasión francesa contribuye a la actitud crítica.

Disminuyen los privilegios. Ser monje ya no es apetecible. Ni económica ni socialmente. Fuera del cenobio se puede comer y vivir decentemente. La Abadía de Monfero finiquita en 1820. En pocos años, el magestuoso monasterio fue desmantelado por la rapiña. En 1854, García Cuesta, Arzobispo de Santiago, tuvo que intervenir. Distribuyó retablos a varias parroquias. Poco más. Un olvido de 87 años. Sólo en 1941 fue declarado Monumento Histórico Artístico.

No es sólo Monfero. Son cientos los monasterios abandonados en nuestra España. Prioratos, abadías, conventos, parroquias, capellanías, ermitas. Mención especial merece el monasterio de San Martín Pinario en Compostela. Fundado en el siglo X, llegó a ser el más rico e influyente de Galicia. En su apogeo albergó a más de mil monjes. Se extenuó con la desamortización del siglo XIX. Otro tanto sucede en el resto de Europa, por no llorar sobre los despojos de las Misiones del Nuevo Mundo.

Abandono, decadencia. No sólo lo material: fábrica, edificios, predios. Más importante, las personas. Miles de frailes y monjas. ¿Qué ha sido de ellos y de ellas? ¿Por qué las sucesivas generaciones dieron la espalda a la vida monacal? Parece claro. Buscaban el paraguas del poder y del reconocimiento social. Encontraban la seguridad de mesa y habitación. Algunos buscaban su eterna salvación a la sombra de los muros sagrados. En dos cientos años, conventos otrora abarrotados han quedado vacíos. Algunos quedan en pié con poquísimos ancianos y escasos románticos jóvenes. Luchan para no entregar su histórico patrimonio al Patrimonio Histórico.
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La secular peripecia de los cenobios me conduce a la actual situación del Vaticano y, por concomitancia, a la actual estructura eclesial.

La renuncia de Benedicto XVI al Papado demuestra que el actual estatus de quien teóricamente manda en el Catolicismo nada tiene de envidiable. Su precursor, Sixto V, siglo XVI, organizó la Curia a imitación de los vecinos gobiernos de la época. Era el inicio de la “burbuja romana”. Intensificó la centralización del régimen eclesiástico. Cada uno de los departamentos (Congregaciones y otros organismos) asumió más y más atribuciones. Hasta el colapso. Hasta la confusión. Las reformas de Pío X y Pablo VI más que simplificar la Curia la amplificaron y fortalecieron. Ningún resquicio a la iniciativa y originalidad de las iglesias locales. Además de las diez Congregaciones, está la reforzada Secretaría Papal con sus dos secciones. Añádanse los numerosos “Consejos pontificios”, las muchas “Comisiones cardenalicias”, los Institulos ponticios, la Banca Vaticana (IOR), etc. El Papa ha de visar y aprobar cada acto de cada departamento. Trátese de un documento, de un dossier, de una dispensa, de un nombramiento, de un decreto, de una audiencia… Miles de dispensas, de nombramientos, de decretos, de audiencias, de cartas, de viajes, de importantes inversiones. Cada día ha de comprometerse. Ha de recibir. Ha de controlar. Hacerlo “adecuadamente” es imposible. Desde hace siglos el Papa sí lo hace, pero “inadecuadamente”. Ratzinger es ahora consciente de ello. Por eso abandona. Por honestidad. O por cobardía. Podría dar algún paso para descentralizar, para simplificar, para purificar. Pero eso resulta demasiado difcícil, casi imposible, atrapado como está en la telaraña de una poderosa Curia contaminada. Prefiere dejar el timón del cenobio a otro “abad”. Lamentablemente, estamos ante una institución endogámica. Es previsible que el nuevo “abad” romano herede el pusilánime talante de su antecesor.

Hace pocos decenios, los Cardenales eran verdaderos “príncipes”. Ricos y poderosos. Curiosamente, Pío XII redujo su cola de siete a tres metros. También les retiró el “cappello”. Se jubilan a los 75 años. Sólo si tienen menos de 80 pueden elegir al nuevo Papa. Ya no tienen sentido las expresiones romanas “piato cardinalizio”, o “mangiare come un cardinale“. Están expuestos a la crítica y se ven obligados a sentarse ante un juez civil. Los hay que viven pobremente, carecen de servidumbre y a veces de casa. No son “Eminencias”. Los hay que son “pobre gente”. Yo, que viví entre Cardenales, lo sé.

Algo parecido sucede con los obispos. Partimos de la novedad de que apenas hay banquillo. Roma se ve en grave dificultad para encontrar candidados y proveer las sedes vacantes. Hasta hace pocos años esta situación era impensable. Restringiéndonos a España, cada año, varios cientos de seminaristas eran ordenados presbíteros. Varias docenas de esos sacerdotes culminaban sus estudios en universidades pontificias o civiles. Sobraban cabezas para las pocas mitras a repartir. Hoy, las ordenaciones de presbíteros se limitan a una docena al año. Los que amplían estudios son poquísimos. Las parroquias y otras piezas eclesiásticas han de ser cubiertas con urgencia. Consecuentemente, cada vez y cada año, hay menos presbíteros candidatos al episcopado.

Pero, además, ser obispo hoy no está tan prestigiado como antes. Ni tan bien pagado. Es certo que hay diócesis ricas. Otras apenas proporcionan lo esencialmente necesario para una frugal vida. El sueldo oficial de un obispo no supera los 1.200 euros. Sus actuaciones están muy limitadas. Muchos obispos se ven entre la espada romana y la pared clerical. Tienen que mirar para otra parte si no quieren dejar vacante esta canonjía o aquella parroquia. La prueba más cercana la tenemos en la actual escandalosa oleada de pederastia. El pueblo los acosa, los acusa y los pita. Y, cuando se jubilan a los 75 años, pasan a ser, como mucho, capellanes de monjas con una pensión insuficiente.

Acabo de hacer alusión a la escasez de vocaciones sacerdotales. Actualmente, unos 1.000 seminaristas en toda España. Ese era el censo en Compostela o en Pamplona hace 60 años. Y una buena proporción de esos 1.000 jóvenes son extraidos del depauperado tercer mundo o emergen de movimientos neocons. Echar la culpa de esta escasez de vocaciones a la actual falta de espiritualidad es una simpleza. Pensar que la histórica sobreabundancia de clero se basaba en la mayor espiritualidad es una estupidez. Sin duda, había más religiosidad, más credulidad. Es diferente. La vocación infantil o juvenil era “bocación”, con b, ansia de superación. Luego, con el eficaz lavado de cerebro, esa “bocación” se convertía en conformismo, en carrerismo y en ansia misionera, en aptitud y actitud benefactora. Hoy, los jóvenes tienen más cultura, más discreción, más alternativas, más libertad, más espiritualidad. Tienen menos necesidades perentorias que les emboten los sentidos y les ofusquen la mente. Sobre todo, tienen menos hambre y menos dificultad para lograr alimento.

Ante el desierto presbiteral – algún cura atiende a siete parroquias y cabildos de 30 miembros se reducen a la mitad – , surge la propuesta de poblar artificialmente el sector clerical. Sabido es que incluso algunos obispos y cardenales abogan por la ordenación de mujeres y por abolir el celibato obligatorio. El Vaticano ya ha cedido en el tema del celibato para ciertas regiones, ciertos ritos y colectivos. La Iglesia Anglicana es pionera en la ordenación de mujeres. A mi entender, Roma se verá obligada a ceder en las dos fronteras, incluido el acceso de mujeres al episcopado. Lo hará tarde y mal. Pero lo hará. En mi etapa de curial, participé en el estudio de ambos problemas llevados a la Plenaria de la S. Congregación para la Doctrina de la Fe. La conclusión fue “negative”. No otra podría esperarse de unos Consultores (entre ellos Del Portillo, muy activo) y unos Cardenales (entre ellos Ottavianisemper idem), con mentalidad típicamente tridentina.

He calificado de artificial la solución de abolir el celibato obligatorio y de permitir a las mujeres el acceso al sacerdocio. Es claro que estamos ante evidentes derechos humanos y cristianos. Sería ofender a Jesús de Nazaret atribuirle una actitud sexista. Si ésta fuere su clara actitud, Jesús debería ser corregido y reprobado. Hay valores que no hace falta aprenderlos. Se saben, se asumen, se defienden.

La Iglesia Católica hace agua por todos los flancos. Papado, Curia, Colegio cardenalicio, Episcopado, Concilios, Orden clerical, Poder de régimen, Dogmas, Disciplina sacramental, Diócesis, Parroquias, Laicado, Vida consagrada, Familia, Procreación, Celibato, Seminarios y Noviciados, Conventos, Funeraria. Las previsibles dos reformas arriba apuntadas, más que contribuír, dificultarían la purificación de la institución católica. Sólo prolongarían su agonía.

En un post colgado en mi blog en agosto de 2010 y recogido por “Religión Digital”, expuse sugerencias de Ivan Illich, sabio sociólogo, historiador y teólogo. En su artículo “The Vanishing Clergymen” (“el Clero que desaparece”) publicado en la revista “The Critic” , julio 1967, Illich analizaba la situación de la Iglesia bajo el aspecto histórico y sociológico, pronosticaba la desaparición del sacerdote “funcionario” y abogaba por otro tipo de ministerio dentro del Cristianismo. Una apuesta que fue mal recibida en Roma. Prestigiosos escritores actuales, entre los que cabe destacar el teólogo Hans Küng, se suman a la exigencia de la renovación estructural. Ellos, dentro y fuera de España, aportan ideas, van a la raíz, a lo esencial de nuestra Iglesia. Una institución de origen apostólico que ha de ser fiel al auténtico movimiento jesuánico . Es cuestión de voluntad, de visión de futuro. Y de presente. No deberíamos resignarnos a contemplar el paulatino derrumbe de un nuevo colosal Monfero.

 

Fuente Blog de Celso Alcaina

Navigating the Shifts. By Pat Farrell

Navigating the Shifts. By Pat Farrell, OSF  — LCWR President

Presidential Address, 2012 LCWR Assembly

The address that I am about to give is not the one I had imagined. After the lovely contemplative tone of last summer’s assembly, I had anticipated simply articulating from our contemporary religious life reflections some of the new things we sense that God has been doing. Well, indeed we have been sensing new things. The doctrinal assessment, however, is not what I had in mind!

Clearly, there has been a shift! Some larger movement in the Church, in the world, has landed on LCWR. We are in a time of crisis and that is a very hopeful place to be. As our main speaker, Barbara Marx Hubbard, has indicated, crisis precedes transformation. It would seem that an ecclesial and even cosmic transformation is trying to break through. In the doctrinal assessment we’ve been given an opportunity to help move it. We weren’t looking for this contoversy. Yet I don’t think that it is by accident that it found us. No, there is just too much synchronicity in events that have prepared us for it. The apostolic visitation galvanized the solidarity among us. Our contemplative group reflection has been ripenening our spiritual depth. The 50th anniversary of the Vatican II approaches. How significant for us who took it so to heart and have been so shaped by it! It makes us recognize with poignant clarity what a very different moment this is. I find my prayer these days often taking the form of lamentation. Yes, something has shifted! And now, here we are, in the eye of an ecclesial storm, with a spotlight shining on us and a microphone placed at our mouths. What invitation, what opportunity, what responsibility is ours in this? Our LCWR mission statement reminds us that our time is holy, our leadership is gift, and our challenges are blessings.

I think It would be a mistake to make too much of the docrinal assessment. We cannot allow it to consume an inordinate amount of our time and energy or to distract us from our mission. It is not the first time that a form of religious life has collided with the institutional Church. Nor will it be the last. We’ve seen an apostolic visitation, the Quinn Commission, a Vatican intervention of CLAR and of the Jesuits. Many of the foundresses and founders of our congregations struggled long for canonical approval of our institutes. Some were even silenced or ex-communicated. A few of them, as in the cases of Mary Ward and Mary McKillop, were later canonized. There is an inherent existential tension between the complementary roles of hierarchy and religious which is not likely to change. In an ideal ecclesial world, the different roles are held in creative tension, with mutual respect and appreciation, in an enviroment of open dialogue, for the building up of the whole Church. The doctrinal assessment suggests that we are not currently living in an ideal ecclesial world.

I also think it would be a mistake to make too little of the doctrinal assessment. The historical impact of this moment is clear to all of us. It is reflected in the care with which LCWR members have both responded and not responded, in an effort to speak with one voice. We have heard it in more private conversations with concerned priests and bishops. It is evident in the immense groundswell of support from our brother religious and from the laity. Clearly they share our concern at the intolerance of dissent even from those with informed consciences, the continued curtailing of the role of women. Here are selections from one of the many letters I have received: “I am writing to you because I am watching at this pivotal moment in our planet’s spiritual history. I believe that all the Catholic faithful must be enlisted in your efforts, and that this crisis be treated as the 21st century catalyst for open debate and a rush of fresh air through every stained glass window in the land.” Yes, much is at stake. Through it all, we can only go forward with truthfulness and integrity. Hopefully we can do so in a way that contributes to the good of religious life everywhere and to the healing of the fractured Church we so love. It is no simple thing. We walk a fine line. Gratefully, we walk it together.

In the context of Barbara Marx Hubbard’s presentation, it is easy to see this LCWR moment as a microcosm of a world in flux. It is nested within the very large and comprehensive paradigm shift of our day. The cosmic breaking down and breaking through we are experiencing gives us a broader context. Many institutions, traditions, and structures seem to be withering. Why? I believe the philosophical underpinnings of the way we’ve organized reality no longer hold. The human family is not served by individualism, patriarchy, a scarcity mentality, or competition. The world is outgrowing the dualistic constructs of superior/inferior, win/lose, good/bad, and domination/submission. Breaking through in their place are equality, communion, collaboration, synchronicity, expansiveness, abundance, wholeness, mutuality, intuitive knowing, and love. This shift, while painful, is good news! It heralds a hopeful future for our Church and our world. As a natural part of evolutionary advance, it in no way negates or undervalues what went before. Nor is there reason to be fearful of the cataclysmic movements of change swirling around us. We only need to recognize the movement, step into the flow, and be carried by it. Indeed, all creation is groaning in one great act of giving birth. The Spirit of God still hovers over the chaos. This familiar poem of Christopher Fry captures it:

”The human heart can go the length of God.
Cold and dark, it may be
But this is no winter now.
The frozen misery of centuries cracks, breaks, begins to move. The thunder is the thunder of the floes.

The thaw, the flood, the up-start spring. Thank God, our time is now
When wrong comes up to face us everywhere Never to leave until we take

The greatest stride of soul that people ever took
Affairs are now soul-size.
The enterprise is exploration into God…”

Christopher Fry – A Sleep of Strangers

I would like to suggest a few ways for us to navigate the large and small changes we are undergoing. God is calling to us from the future. I believe we are being readied for a fresh inbreaking of the Reign of God. What can prepare us for that? Perhaps there are answers within our own spiritual DNA. Tools that have served us through centuries of religious life are, I believe, still a compass to guide us now. Let us consider a few, one by one.

1.How can we navigate the shifts? Through contemplation.

How else can we go forward except from a place of deep prayer? Our vocations, our lives, begin and end in the desire for God. We have a lifetime of being lured into union with divine Mystery. That Presence is our truest home. The path of contemplation we’ve been on together is our surest way into the darkness of God’s leading. In situations of impasse, it is only prayerful spaciousness that allows what wants to emerge to manifest itself. We are at such an impasse now. Our collective wisdom needs to be gathered. It germinates in silence, as we saw during the six weeks following the issuing of the mandate from the Congregation of the Doctrine of the Faith. We wait for God to carve out a deeper knowing in us. With Jan Richardson we pray:

“You hollow us out, God, so that we may carry you, and you endlessly fill us only to be emptied again. Make smooth our inward spaces and sturdy, that we may hold you with less resistance and bear you with deeper grace.”

Here is one image of contemplation: 1 the prairie. The roots of prairie grass are extraordinarily deep. Prairie grass acutally enriches the land. It produced the fertile soil of the Great Plains. The deep roots aerate the soil and decompose into rich, productive earth. Interestingly, a healthy prairie needs to be burned regularly. 2 It needs the heat of the fire and the clearing away of the grass itself to bring the nutrients from the deep roots to the surface, supporting new growth. This burning reminds me of a similar image. There is a kind of Eucalyptus tree in Australia whose seeds cannot germinate without a forest fire. The intense heat cracks open the seed and allows it to grow. Perhaps with us, too, there are deep parts of ourselves activated only when more shallow layers are stripped away. We are pruned and purified in the dark night. In both contemplation and conflict we are mulched into fertility. As the burning of the prairie draws energy from the roots upward and outward, contemplation draws us toward fruitful action. It is the seedbed of a prophetic life. Through it, God shapes and strengthens us for what is needed now.

2.How can we navigate the shifts? With a prophetic voice

The vocation of religious life is prophetic and charismatic by nature, offering an alternate lifestyle to that of the dominant culture. The call of Vatican II, which we so conscientiously heeded, urged us to respond to the signs of our times. For fifty years women religious in the United States have been trying to do so, to be a prophetic voice. There is no guarantee, however, that simply by virtue of our vocation we can be prophetic. Prophecy is both God’s gift as well as the product of rigorous asceticism. Our rootedness in God needs to be deep enough and our read on reality clear enough for us to be a voice of conscience. It is usually easy to recognize the prophetic voice when it is authentic. It has the freshness and freedom of the Gospel: open, and favoring the disenfranchised. The prophetic voice dares the truth. We can often hear in it a questioning of established power, and an uncovering of human pain and unmet need. It challenges structures that exclude some and benefit others. The prophetic voice urges action and a choice for change.

Considering again the large and small shifts of our time, what would a prophetic response to the doctrinal assessment look like? I think it would be humble, but not submissive; rooted in a solid sense of ourselves, but not self- righteous; truthful, but gentle and absolutely fearless. It would ask probing questions. Are we being invited to some appropriate pruning, and would we open to it? Is this doctrinal assessment process an expression of concern or an attempt to control? Concern is based in love and invites unity. Control through fear and intimidation would be an abuse of power. Does the institutional legitimacy of canonical recognition empower us to live prophetically? Does it allow us the freedom to question with informed consciences? Does it really welcome feedback in a Church that claims to honor the sensus fidelium, the sense of the faithful? In the words of Bob Beck, “A social body without a mechanism for registering dissent is like a physical body that cannot feel pain. There is no way to get feedback that says that things are going wrong. Just as a social body that includes little more than dissent is as disruptive as a physical body that is in constant pain. Both need treatment.”

When I think of the prophetic voice of LCWR, specifically, I recall the statement on civil discourse from our 2011 assembly. In the context of the doctrinal assessment, it speaks to me now in a whole new way. St. Augustine expressed what is needed for civil discourse with these words: “Let us, on both sides, lay aside all arrogance. Let us not, on either side, claim that we have already discovered the truth. Let us seek it together as something which is known to neither of us. For then only may we seek it, lovingly and tranquilly, if there be no bold presumption that it is already discovered and possessed.”

In a similar vein, what would a prophetic response to the larger paradigm shifts of our time look like? I hope it would include both openness and critical thinking, while also inspiring hope. We can claim the future we desire and act from it now. To do this takes the discipline of choosing where to focus our attention. If our brains, as neuroscience now suggests, take whatever we focus on as an invitation to make it happen, then the images and visions we live with matter a great deal. So we need to actively engage our imaginations in shaping visions of the future. Nothing we do is insignificant. Even a very small conscious choice of courage or of conscience can contribute to the transformation of the whole. It might be, for instance, the decision to put energy into that which seems most authentic to us, and withdraw energy and involvement from that which doesn’t. This kind of intentionaltiy is what Joanna Macy calls active hope. It is both creative and prophetic. In this difficult, transitional time, the future is in need of our imagination and our hopefulness. In the words of the French poet Rostand:

“It is at night that it is important to believe in the light; one must force the dawn to be born by believing in it.”

3.How can we navigate the shifts? Through solidarity with the marginalized.

We cannot live prophetically without proximity to those who are vulnerable and marginalized. First of all, that is where we belong. Our mission is to give ourselves away in love, particularly to those in greatest need. This is who we are as women religious. But also, the vantage point of marginal people is a privileged place of encounter with God, whose preference is always for the outcast. There is important wisdom to be gleaned from those on the margins. Vulnerable human beings put us more in touch with the truth of our limited and messy human condition, marked as it is by fragility, incompleteness, and inevitable struggle.

The experience of God from that place is one of absolutely gratuitous mercy and empowering love. People on the margins who are less able to and less invested in keeping up appearances, often have an uncanny ability to name things as they are. Standing with them can help situate us in the truth and helps keep us honest. We need to see what they see in order to be prophetic voices for our world and Church, even as we struggle to balance our life on the periphery with fidelity to the center.

Collectively women religious have immense and varied experiences of ministry at the margins. Has it not been the privilege of our lives to stand with oppressed peoples? Have they not taught us what they have learned in order to survive: resiliency, creativity, solidarity, the energy of resistance, and joy? Those who live daily with loss can teach us how to grieve and how to let go. They also help us see when letting go is not enough. There are structures of injustice and exclusion that need to be unmasked and systematically removed. I offer this image of active dismantling. These pictures were taken in Suchitoto, El Salvador the day of celebration of the peace accords. 4 5 That morning, people came out of their homes with sledge hammers and began to knock down the bunkers, to dismantle the machinery of war. 6

4. How can we navigate the shifts? Through community

Religious have navigated many shifts over the years because we’ve done it together. We find such strength in each other! 7 In the last fifty years since Vatican II our way of living community has shifted dramatically. It has not been easy and continues to evolve, within the particular US challenge of creating community in an individualistic culture. Nonetheless, we have learned invaluable lessons.

We who are in positions of leadership are constantly challenged to honor a wide spectrum of opinions. We have learned a lot about creating community from diversity, and about celebrating differences. We have come to trust divergent opinions as powerful pathways to greater clarity. Our commitment to community compels us to do that, as together we seek the common good.

We have effectively moved from a hierarchically structured lifestyle in our congregations to a more horizontal model. It is quite amazing, considering the rigidity from which we evolved. The participative structures and collaborative leadership models we have developed have been empowering, lifegiving. These models may very well be the gift we now bring to the Church and the world.

From an evolved experience of community, our understanding of obedience has also changed. This is of particular importance to us as we discern a response to the doctrinal assessment. How have we come to understand what free and responsible obedience means? A response of integrity to the mandate needs to come out of our own understanding of creative fidelity. Dominican Judy Schaefer has beautifully articulated theological underpinnings of what she calls “obedience in community” or “attentive discipleship.” They reflect our post- Vatican II lived experience of communal discernment and decision making as a faithful form of obedience. She says: “Only when all participate actively in attentive listening can the community be assured that it has remained open and obedient to the fullness of God’s call and grace in each particular moment in history.” Isn’t that what we have been doing at this assembly? Community is another compass as we navigate our way forward. Our world has changed. I celebrate that with you through the poetic words of Alice Walker, from her book entitled Hard Times Require Furious Dancing:

The World Has Changed

The world has changed:
Wake up & smell
the possibility. The world
has changed: It did not change without
your prayers without
your determination to
believe
in liberation
&
kindness;
without
your
dancing
through the years that had
no
beat.
The world has changed: It did not
change
without
your numbers your fierce love
of self
& cosmos it did not change without
your strength.

The world has
changed:
Wake up!
Give yourself
the gift
of a new
day. 8

 

5. How can we navigate the shifts? Non-violently

The breaking down and breaking through of massive paradigm shift is a violent sort of process. It invites the inner strength of a non-violent response. Jesus is our model in this. His radical inclusivity incited serious consequences. He was violently rejected as a threat to the established order. Yet he defined no one as enemy and loved those who persecuted him. Even in the apparent defeat of crucifixion, Jesus was no victim. He stood before Pilate declaring his power to lay down his life, not to have it taken from him.

What, then, does non-violence look like for us? It is certainly not the passivity of the victim. It entails resisting rather than colluding with abusive power. It does mean, however, accepting suffering rather than passing it on. It refuses to shame, blame, threaten or demonize. In fact, non-violence requires that we befriend our own darkness and brokeness rather than projecting it onto another. This, in turn, connects us with our fundamental oneness with each other, even in conflict. Non-violence is creative. It refuses to accept ultimatums and dead-end definitions without imaginative attempts to reframe them. When needed, I trust we will name and resist harmful behavior, without retaliation. We can absorb a certain degree of negativity without drama or fanfare, choosing not to escalate or lash out in return. My hope is that at least some measure of violence can stop with us.

Here I offer the image of a lightning rod. 9 Lightning, the electrical charge generated by the clash of cold and warm air, is potentially destructive to whatever it strikes. 10 A lightning rod draws the charge to itself, channels and grounds it, providing protection. A lightning rod doesn’t hold onto the destructive energy but allows it to flow into the earth to be transformed. 11

6. How can we navigate the shifts? By living in joyful hope

Joyful hope is the hallmark of genuine discipleship. We look forward to a future full of hope, in the face of all evidence to the contrary. Hope makes us attentive to signs of the inbreaking of the Reign of God. Jesus describes that coming reign in the parable of the mustard seed.

Let us consider for a moment what we know about mustard. Though it can also be cultivated, mustard is an invasive plant, essentially a weed. 12 The image you see is a variety of mustard that grows in the Midwest. Some exegetes tell us that when Jesus talks about the tiny mustard seed growing into a tree so large that the birds of the air come and build their nest in it, he is probably joking. 13 To imagine birds building nests in the floppy little mustard plant is laughable. It is likely that Jesus’ real meaning is something like Look, don’t imagine that in following me you’re going to look like some lofty tree. Don’t expect to be Cedars of Lebanon or anything that looks like a large and respectable empire. But even the floppy little mustard plant can support life. Mustard, more often than not, is a weed. 14 Granted, it’s a beautiful and medicinal weed. Mustard is flavorful and has wonderful healing properties. 15 It can be harvested for healing, and its greatest value is in that. But mustard is usually a weed. 16 It crops up anywhere, without permission. And most notably of all, it is uncontainable. It spreads prolifically and can take over whole fields of cultivated crops. 17 You could even say that this little nuisance of a weed was illegal in the time of Jesus. There were laws about where to plant it in an effort to keep it under control.

Now, what does it say to us that Jesus uses this image to describe the Reign of God? Think about it. We can, indeed, live in joyful hope because there is no political or ecclesiastical herbicide that can wipe out the movement of God’s Spirit. Our hope is in the absolutely uncontainable power of God. We who pledge our lives to a radical following of Jesus can expect to be seen as pesty weeds that need to be fenced in. 18 If the weeds of God’s Reign are stomped out in one place they will crop up in another. I can hear, in that, the words of Archbishop Oscar Romero “If I am killed, I will arise in the Salvadoran people.”

And so, we live in joyful hope, willing to be weeds one and all. We stand in the power of the dying and rising of Jesus. I hold forever in my heart an expression of that from the days of the dictatorship in Chile: “Pueden aplastar algunas flores, pero no pueden detener la primavera.” “They can crush a few flowers but they can’t hold back the springtime.”

 

REFERENCES

Michael W. Blastic, OFM Conv., “Contemplation and Compassion: A Franciscan Ministerial Spirituality.”

Robert Beck, Homily: Fifteenth Sunday in Ordinary Time, July 15, 2012. Mount St. Francis, Dubuque, Iowa

Judy Cannato, Field of Compassion: How the New Cosmology is Transforming Spiritual Life. Notre Dame, IN: Sorin Books, 2010.

Barbara Marx Hubbard, Conscious Evolution: Awakening the Power of Our Social Potential. Novato, CA: New World Library, 1998.

Joanna Macy and Chris Johnstone, How to Face the Mess We’re in Without Going Crazy. Novato, CA: New World Library, 2012.

Jan Richardson, Night Visions: Searching the Shadows of Advent and Christmas. Wanton Gospeller Press, 2010.

Judith K. Schaefer, The Evolution of a Vow: Obedience as Decision Making in Communmion. Piscataway, NJ: Transaction Publishers

Margaret Silf, The Other Side of Chaos: Breaking Through When Life is Breaking Down. Chicago: Loyola Press, 2011.

Alice Walker, Hard Times Require Furious Dancing. Novato, CA: New World Library, 2010.

 

Fuente: www.lcwr.org

The Leadership Conference of Women Religious (LCWR) is an association of the leaders of congregations of Catholic women religious in the United States. The conference has more than 1500 members, who represent more than 80 percent of the 57,000 women religious in the United States. Founded in 1956, the conference assists its members to collaboratively carry out their service of leadership to further the mission of the Gospel in today’s world.

“Es un derecho pensar diferente”. Por Ivone Gebara

Excelente entrevista de Mariana Carbajal a Ivone Gebara

–¿Por qué quiso ser monja?

–Es una larga historia. Yo siempre había estudiado en escuela de monjas pero nunca había querido ser monja. Pero de repente, en los años ’60 entré en la universidad para estudiar Filosofía y me encontré con algunas monjas que estaban muy conectadas políticamente y trabajaban con las poblaciones pobres, y empezó a dibujarse para mí como una alternativa de vida. No lo tenía tan claro pero me parecía una vida más libre que la vida de familia y tener pareja.

–Suena raro que haya ido a un convento en busca de libertad…

–Es que nunca me he sentido encerrada. A veces iba a conferencias en la Universidad de San Pablo, que era un foco de lucha antidictadura, y tenía la llave de la casa de las monjas. Mi historia fue de búsqueda de libertad. No soporto que me impidan pensar. Es un derecho pensar diferente. Y ésa ha sido la clave de mi vida, con todos los tropiezos y las contradicciones, porque a veces una no ve claro, y va por un camino y después no es por ahí.

–Realmente suena contradictorio que una mujer busque libertad dentro de una estructura patriarcal, machista y conservadora como la Iglesia Católica. ¿Cómo se entiende?

–Sí, muy contradictorio. Cuando entré en la vida religiosa, fue en 1967, cuando tenía 22 años. Era el momento de los grandes cambios de la Iglesia Católica, justo después del Concilio Vaticano II. Las congregaciones religiosas eran invitadas a aggiornarse. Fue el tiempo en que dejamos las instituciones para vivir entre los pobres. Y ésa ha sido una característica de la vida de las mujeres: salir de las instituciones y vivir en las comunidades populares. Para mí era una vida llena de desafíos. Desde que era estudiante quería cambiar el mundo. Siempre me pareció una injusticia que hubiera gente tan tan rica y gente tan tan pobre. Pensaba que algo se podía hacer. La vida de las monjas me parecía “un” camino, no “el” camino, que se ajustaba un poco a mi tradición familiar, donde había sido muy protegida y resguardada.

–¿Su familia era muy religiosa?

–No. Vengo de una familia de inmigrantes siriolibaneses, con todos los miedos que los inmigrantes tienen sobre todo con las chicas, que los lleva a no permitirles que salgan solas. Soy hija de la primera generación en Brasil. Luché mucho por ir a la universidad. Mis padres no querían. No por el hecho de no querer que yo estudiara, pero sí porque pensaban que el mundo podía ser peligroso para mí. Esas cosas nunca me entraron. Siempre he sido una rebelde. Siempre he sido una peleona dentro de las estructuras familiares.

–¿No se sintió limitada en el convento con ese espíritu tan rebelde?

–No puedo decir que no hubo cosas que me limitaban. Claro, hubo, como en todas las formas de vida. Pero una característica de mi congregación es que hay que respetar la libertad de las personas. Eso es muy fuerte. Y llega a veces a ser bastante contradictorio.

–¿Cuál es su congregación?

–Hermanas de Nuestro Señor, una congregación de origen francés, sólo de mujeres. Estamos en muchos países, Francia, Bélgica, Holanda, Inglaterra, Vietnam, Hong Kong, y en Latinoamérica, en Brasil y México.

–¿Cómo es el vínculo de las congregaciones de mujeres con el Vaticano?

–Oficialmente hay un vínculo de dependencia en el sentido de que la organización de las congregaciones es aprobada por el Vaticano. Algunas mujeres se han sometido, pero nosotras hemos querido hacer lo que creíamos, que era nuestra interpretación del Evangelio. Siempre hemos peleado incluso con el Vaticano, discutiendo nuestros textos.

–¿La suya es una congregación feminista?

–No. Hay poquísimas monjas feministas en la congregación. No sé si puedo nombrar más de cuatro conmigo.

–¿Cómo empezó a incorporar la conciencia de género?

–Yo pertenecía a la Teología de la Liberación. Siempre trabajé desde la perspectiva de la liberación de los pobres, de los movimientos sociales y políticos. El foco era cambiar el mundo desde los pobres. Yo sabía que existía el feminismo, conocía algo del feminismo norteamericano, brasileño y argentino. Pero en la Teología de la Liberación, sobre todo los varones más eminentes, nos decían que el feminismo era cosa de América del Norte, que el feminismo en Latinoamérica era importado. En tanto militante de la Teología de la Liberación trabajaba en el Instituto de Teología de Recife dando charlas. Siempre, siempre había una sospecha en relación al feminismo. Hasta que mi camino y el del feminismo se cruzaron de muchas maneras. Una primera manera fue con una mujer de un barrio popular, adonde yo iba a dar clases para los obreros varones sobre la Biblia. Iba una vez por mes a la casa de uno de ellos, donde se reunían ocho a diez obreros. Estudiábamos la Biblia desde una perspectiva social, para fundamentar las huelgas, las reivindicaciones laborales. Yo tenía siempre la lectura de la Biblia que confirmaba los derechos de los trabajadores. La esposa del dueño de casa nunca participaba de las charlas, se quedaba en la cocina, o nos traía café. Hasta que un día fui a visitarla sólo a ella y le pregunté por qué no iba a nuestras charlas. Me dijo que tenía que cuidar a sus niñas, que tenía que hacer café. Discutimos. Hasta que me dijo, casi enojada: “¿Quieres saber por qué no voy? Porque tú hablas como un hombre”. Yo intenté defenderme. Ella me preguntó: “¿Tú conoces los problemas económicos que nosotras, mujeres de obreros, tenemos?” No. “¿Tú sabes que el viernes es el peor día para nosotros porque el sueldo del obrero sale el sábado y el viernes casi no hay comida?” No, yo le decía. “¿Tú sabes el tipo de trabajo que hacemos para aprovechar el sueldo del esposo?” No. “¿Tú sabes las dificultades sexuales que tenemos con nuestros esposos?” No. “Entiendes por qué no quiero ir a tus charlas, porque no hablas desde nosotras”, me dijo. Esa mujer me abrió los ojos. No me daba cuenta de que abría los ojos para mi condición de mujer en la Iglesia.

–¿Y cómo llegó al feminismo?

–Empecé a leer a las teólogas feministas norteamericanas como Mary Daly. Leí su obra Más allá de Dios Padre. Casi me morí porque ella criticaba casi todo lo que yo creía. Me tomaba las entrañas, empecé a pensar… Leí a Dorote Solle, una alemana, que hablaba de la complicidad de las iglesias cristianas con el nazismo y hacía una relación entre la figura del Dios padre y el general. Cuando recién había entrado al convento yo había vivido de cerca la represión. Enseñaba Filosofía en una escuela pública y eran tiempos de la dictadura militar. Con una de mis amigas que era profesora de Química fuimos detenidas juntas, pero la policía a las dos de la mañana me dejó salir a mí y ella quedó detenida. Mi amiga pertenecía a un grupo político. La torturaron y finalmente cuando salió, al ver a los torturadores en la calle, terminó enfermándose y murió. Ese artículo sobre el nazismo me abrió las puertas para pensar la dictadura de Brasil y cómo también la religión se mezclaba en todo eso. Las manifestaciones en plazas públicas de Tradición, Familia y Propiedad con rosarios en la mano –no sé si aquí también se hicieron– para defender a la gente del comunismo y apoyar a los militares. También leía a muchas norteamericanas. Eso empezó a iluminarme. La clave fue que un día me encontré con dos feministas en San Pablo, una de ellas me dijo: “Ustedes trabajan teología, ¿pero cuáles son los contenidos?”. Sobre Jesucristo y otras cosas, le dije. Y me preguntó qué cambio tenía eso en la vida de las mujeres, si yo trabajaba la cuestión de la sexualidad, si había enfrentado el tema del aborto. No, le dije. Y me di cuenta de que no conocía nada de las mujeres. Ese fue el comienzo. Me acerqué a grupos feministas de Recife como SOS cuerpo, democracia y ciudadanía. Decidimos programar tres encuentros entre feministas liberales y teólogas en Recife, San Pablo y Río. Desde ese momento, hice mi opción por el feminismo, alrededor de 1992.

–¿Qué la movilizó a involucrarse con la defensa de la despenalización del aborto, uno de los pecados más graves para la Iglesia Católica?

–Fueron muchas casualidades. Los grandes cambios en mi vida vinieron por azar. Yo apoyaba la causa por saber de mujeres que se habían hecho abortos en mi barrio y también entre las feministas. Las apoyaba como persona pero no tenía muy claras las cosas. Hasta que un día una de las feministas de San Pablo me llama por teléfono a Recife y me dice si podría dar una entrevista a la revista Veja sobre la Iglesia Católica y la formación de curas, y acepté. Hice la entrevista. Al final, el periodista me pregunta en off the record si yo conocía casos de mujeres que se habían hecho abortos. En ese momento justo había ocurrido que una chica que yo conocía del barrio, que tenía ya cinco hijos y se había enamorado de un hombre que trabajaba en una estación de servicio, después de una noche juntos había vuelto a quedar embarazada. Ella tenía problemas mentales y se había hecho el aborto con misoprostol. Se lo comento. El periodista me dice que en ese caso el aborto no es un pecado. Yo digo: “Claro, no es un pecado”. Entonces, rompiendo el off the record, el periodista publica en la revista la entrevista diciendo que una monja católica está en contra de la hipocresía de la Iglesia y a favor del aborto. Me molestó que lo pusiera.

–¿Era la primera vez que usted se manifestaba públicamente a favor del aborto?

–Sí. Fue un lío total. El tema repercutió en la prensa nacional e internacional. Publicaron una foto mía con un crucifijo y la Virgen para hacer sensacionalismo con el tema. Eso fue en el ’94 o ’95. El obispo de mi diócesis me pidió una retractación pública. Yo no acepté. Le dije que sabía de los dolores de las mujeres. De pronto me vino un gran coraje. Pero me llegó una segunda carta pidiendo otra vez una retractación pública, querían que acusara al periodista de mentiroso. Me negué. En la tercera carta me avisan que iban a enviar un dictamen al Vaticano para abrir un proceso en mi contra. El Vaticano reaccionó y tuve que hacer muchas cosas.

–¿Cuál fue el castigo?

–Primero quisieron sacarme de mi congregación. Pero no lo consiguieron porque las autoridades de mi congregación no apoyaban el aborto, pero me apoyaban a mí. Me propusieron otra alternativa: salir de Brasil y volver a hacer estudios de Teología. Yo ya tenía una licenciatura y un doctorado en Filosofía. Me obligaron a estudiar de nuevo. En la carta del Vaticano decían que yo era una persona muy ingenua, que no había razonado desde las claves que la Iglesia negaba, y por mi ingenuidad me mandaban a estudiar para aprender de nuevo la doctrina católica. Querían que fuera a Europa. Como ya había estudiado en Bélgica, decidimos que fuera allí. La gente ha sido muy buena conmigo. No tuve ningún problema. Hice otro doctorado allá. La contradicción es ésa: te condenan y después hasta se olvidan que te condenaron y te dan un doctorado en nombre del papa Juan Pablo II. Es casi chistoso.

–¿Con qué argumentos defiende la despenalización del aborto en una estructura como la de la Iglesia Católica, que condena tan duramente esa práctica incluso cuando se trata de un embarazo producto de una violación o corre riesgo la vida de la mujer?

–Ni en caso de fetos anencefálicos lo permite la Iglesia. Es algo espantoso. Hay una forma de hacer teología metafísica que naturaliza la maternidad, que te hace dependiente de un ser suprahistórico. Yo hago la deconstrucción de ese tipo de pensamiento. En mi militancia por la causa de las mujeres, no sólo del aborto, trabajo en la teología feminista. Y ellos no lo aceptan. He tenido un segundo proceso por mi pensamiento también. Tuve que contestar tres páginas de preguntas. Si creo en la Trinidad, si creo que el Papa es infalible, cosas de ese tipo. Lo que hago es la deconstrucción del discurso religioso justificador de la superioridad masculina. Justificador también de que hay una suprahistoria que nos conduce, deconstruyo qué es la naturaleza. Un obispo incluso justifica que se lleva a término un embarazo de un feto anencefálico porque Dios lo quiere, es de un primitivismo hasta chocante. Una persona más sencilla no dice una tontería como ésa. Mi trabajo es deconstruir eso y también la Biblia como la palabra de Dios. Yo digo: no es la palabra, es una palabra humana, donde se pone una persona a la cual se le atribuye, dependiendo de los textos, una característica. A veces Dios es vengador, a veces bueno, a veces manda matar profetas. Intento entrar por la línea del humanismo, donde el dolor del otro me toca, me provoca. Dios es más un verbo. Quiero diosar, quiero sentir tu dolor y quiero que sientas mi dolor. No hay una ley de arriba que dice “no hagas abortos” o “no mates”. El hecho es que de muchas maneras nos matamos, incluso afirmando que no mates. La vida social es una vida de vida y muerte. Mi trabajo principal es la deconstrucción del pensamiento, de la filosofía, de la teología que mantiene estas posiciones en contra de las elecciones de las mujeres, en contra de los cuerpos femeninos, en contra de los dolores femeninos. Y esto les molesta mucho, porque dicen que, según Santo Tomas, el alma masculina viene primero, para de nuevo demostrar la superioridad masculina, o sostienen que desde el principio de la unión del óvulo y el espermatozoide está el alma creada por Dios. Y ahora toman la ciencia del ADN para justificar sus posiciones.

–¿Qué contesta a esas argumentaciones?

–Digo cosas muy sencillas: el óvulo es una posibilidad de ser un ser humano, pero para poder ser un ser humano necesitas de sociabilidad, de vida. La Iglesia valora mucho más la vida del feto que la de las mujeres, y entonces mi pregunta es por qué la vida de las mujeres tiene menos valor. Hablan de la inocencia. Y yo digo: ¿Qué es la inocencia? ¿Por qué se habla de la inocencia del feto y no de la inocencia de la mujer que fue violada? No son argumentos que convencen a todas las mujeres católicas, pero si puedo hacer un proceso de formación hay luces que se encienden. A veces me dicen: “El de arriba quiere esto”. Y yo le digo. “El de aquí, tú, tienes que decidir”. Lo que hago es siempre volver la responsabilidad no para el sacerdote, el obispo, a Dios, a la Virgen. El que decides, digo, eres tú. También hago la reconstrucción de algunas cosas del cristianismo. El cristianismo habla de la reencarnación. Ellos creen que sólo Jesús encarna. No es así. Hay muchas corrientes. Lo divino está en carne humana. También ahí argumento. Y digo a las mujeres que hay que cambiar esa creencia. El divino habita en cada una. Es un poco por ahí que hago la reconstrucción de la teología y las filosofías que mantienen esta postura.

–¿Y en su congregación la apoyan?

–Me apoyan como persona. Hacemos una distinción. Yo estoy muy presente cuando me necesitan, si alguien está enferma, si me piden un texto para un retiro, para unas ancianas, también en mi barrio en Recife, con la gente sencilla, que me viene a decir que hizo una promesa. Yo escucho. Pero también tengo el otro lado, la cara de la intelectual, de de-constructora de las teorías dominadoras de la gente, no sólo de las mujeres: dominan también a los pobres. Me da pena ver la cantidad de iglesias neopentecostales en la televisión que toman la plata de la gente para hacer milagros y sacar el diablo de la gente: eso no es religión, es mercado, negocio.

–¿Por qué voces como la suya son tan aisladas dentro de la Iglesia Católica?

–Es que no nos dan ningún espacio. El Vaticano cerró el Instituto de Teología de Recife, donde yo trabajaba, porque nos decían que éramos comunistas, y no era una institución seria para la formación del clero. Después del cierre y por defender la legalización del aborto no tengo lugar en la institución como maestra con dos títulos doctorales, con más de 30 libros publicados y tantísimos artículos, porque les molesto. Y también hay otro problema que es muy serio: tampoco tenemos lugar en las parroquias, en los lugares donde está la gente. Hay un convento de monjas de clausura cerca de mi casa, donde me invitaban a que fuera a darles charlas para que les contara cómo estaban las cosas afuera, y el obispo –no el actual, el anterior– las llamó por teléfono y les dijo que yo era una mujer muy peligrosa, que no me invitaran más. Los espacios de reproducción de este pensamiento son absolutamente escasos.

–¿Ha pensado en irse de la Iglesia?

–No, por coherencia con cierto feminismo y con el cristianismo. Porque irse significa también desconectarse de las mujeres, las que más sufren, todas son creyentes. Creo que las feministas no han trabajado suficientemente las cadenas religiosas de los medios populares, que son cadenas que consuelan y oprimen al mismo tiempo. No puedes ser feminista ignorando la pertenencia religiosa de las mujeres; si no son católicas, son de la Asamblea de Dios, o de la Iglesia Universal, o del candomblé o del espiritismo. Y en cada lugar de éstos hay una dominación de los cuerpos femeninos. La religión es un componente importantísimo en la construcción de la cultura latinoamericana y, a tal punto, que aquí en la Argentina la conexión entre Iglesia y Estado es tan fuerte. En Brasil tenemos oficialmente la separación, pero en la cultura no. A la presidenta Dilma la han presionado, en la cultura, tanto que ya no habla más de su posición a favor de la despenalización del aborto. Se retractó. Hay que cambiar la Iglesia desde adentro.

 

Para conocer a Ivone Gebara

Una militante católica y de las mujeres. Por Mariana Carbajal

Su apellido suena a revolución en Latinoamérica. Y ella es revolucionaria. Ivone Gebara es brasileña, monja y feminista. Pertenece a la Congregación de las Hermanas de Nuestra Señora – Cônegas de San Agustín y ha vivido durante décadas en el nordeste de Brasil una vida de “inclusión” en el medio popular, ahora reside en Camaragibe, en la periferia de Recife. Y desde adentro de la Iglesia busca cambiarla. Fundamentalmente se dedica a deconstruir desde una teología feminista el derecho natural, patriarcal y machista que pretende imponer la jerarquía católica. Por sus posiciones, especialmente a favor de la despenalización y legalización del aborto, ha recibido severos castigos impuestos por el Vaticano. Pero Ivone no se calla. Nació en 1944. Es doctora en Filosofía por la Universidad Católica de Sao Paulo y en Ciencias Religiosas en la Universidad Católica de Lovaina (Bélgica). Enseñó durante 17 años en el Instituto de Teología de Recife, hasta su disolución ordenada por el Vaticano en 1999, como forma de silenciarla. Desde entonces dedica su tiempo principalmente a escribir, dictar cursos y conferencias sobre la hermenéutica feminista, nuevas referencias antropológicas y la ética y los fundamentos filosóficos y teológicos del discurso religioso. Es autora de más de 30 libros y decenas de artículos y ensayos, entre otros, Trinidad: la palabra en las cosas viejas y nuevas. Una perspectiva ecofeminista (1994), La teología ecofeminista. Ensayo para repensar el conocimiento y la Religión (1997), Rompiendo el silencio. Una fenomenología feminista del Mal (2000), Mujeres de movilidad esclavas. Las mujeres del nordeste, una vida mejor y feminismo (2000), Las aguas de mi pozo. Reflexiones sobre experiencias de la libertad (2005); ¿Qué es la teología? (2006), ¿Qué es la teología feminista? (2007), ¿Qué es el cristianismo? (2008) y Compartir los panes y los peces. El cristianismo, la teología y la teología feminista (2008).

 

Fuente Página 12

Plataforma “Somos Iglesia” – Austria: El diálogo es la única posibilidad de resolver las crisis de la Iglesia.

La Iglesia se halla en la mayor crisis de credibilidad desde la Reforma. La “Iniciativa del Pueblo de la Iglesia” (1995), diferentes memorandos de teólogos y teólogas y últimamente el “Llamamiento a la Desobediencia” por parte de la “Iniciativa de los Párrocos” en Austria demuestran: a 50 años del último concilio ecuménico en Roma es hora de que los obispos entren en un diálogo abierto y sincero con el pueblo de la Iglesia y la teología.

Una Iglesia, que vive en el mundo y quiere servir al mundo no puede cumplir sus propósitos sin el diálogo con las personas del mundo. La Iglesia necesita formas de expresión de su mensaje que sean comprensibles y útiles para las personas contemporáneas, fundadas en la Biblia, racionales y actualizadas.
Es necesario un diálogo triple: un diàlogo interno, para acercarse a una solución de los temas controversiales de la Iglesia, un diálogo con otras comunidades de fe y un diálogo con las ciencias y el mundo. Todos en la Iglesia tenemos que adiestrarnos en el arte de dialogar.

Hemos de empezar con las tareas internas.
Por esta razón la plataforma “Somos Iglesia” hace publicidad para que se apoye la “Iniciativa de Diálogo 2012. Aquí en la página de internet puede inscribir su apoyo.

El Papa está entre la espada y la pared.

En la homilía solemne de la Misa del Crisma el jueves santo el Papa criticó públicamente a los que firmaron el llamamiento austríaco a la desobediencia. Haciendo preguntas aparentemente espirituales el Papa insinúa que estas personas en vez de cumplir la voluntad de Dios siguen sus propias ideas, que no han comprendido la misión de Jesús y que no saben que la verdadera fe debe entregarse y servir.

En realidad Roma, sus representantes y sus conceptos de disciplina eclesiástica son los que se han distanciado mucho del mensaje de Jesús. El Papa identifica de nuevo la obediencia a su propia función con la obediencia a la voluntad de Dios. Según Pedro, de quien él mismo afirma ser su sucesor, se trata en realidad de obedecer más a Dios que a los seres humanos.

En realidad el Papa Benedicto se encuentra entre la espada y la pared. En vez de argumentar cristianamente les imputa a sus críticos motivos malintencionados. Su sospecha que sus críticos siguen sus propias ideas pasa por alto que Roma todavía sigue insistiendo en los privilegios medioevales de sus elites episcopales. Además su nueva aserción que las mujeres no pueden ser ordenadas para las funciones eclesiásticas ya ha sido refutada bíblica y teológicamente.

El celibato obligatorio actualmente vigente conduce a la destrucción de la pastoral oficial y de innumerables parroquias. Esta no puede ser la voluntad de Dios. El rechazo al diálogo por parte de Roma pone gravemenete en peligro la unidad de la Iglesia católica-romana.
Por estas razones es hora de que las autoridades eclesiales actuales se acuerden de los límites impuestos por la Sagrada Escritura y la gran Tradición.

Una autoridad eclesial

• Que no tiene ninguna legitimación por parte de las parroquias o diócesis que preside como la preveían las reglas de la Iglesia primitiva, • Que desde hace décadas se niega constantemente a dar pasos de reformas que la Escritura exige y que el Concilio introdujo,

• Que todavía declara ilícitas e inválidas las ordenaciones de las mujeres en contra de la comprensión exegética e histórica y que excomulga a las personas involucradas,
• Que acepta la destrucción de la pastoral y las parroquias en el mundo entero por mantener un concepto injustificado de organización,
• Que se aferra a una rigorosa moral sexual y matrimonial sin fundamento antropológico discriminando así a los afectados y excomulgándolos de hecho,

• Que hasta el día de hoy impide la vigencia de los derechos humanos en el ámbito eclesial y su reclamo por medio de un procedimiento judicial conforme a estos derechos y
• Que reduce a algunos individuos la responsabilidad por los asaltos violentos y la violencia sexualizada a los niños y a las niñas callando o rechazando al mismo tiempo la propia responsabilidad y las condiciones estructurales; que rechaza así mismo el esclarecimiento de estos hechos reteniendo las informaciones pertinentes y que no impone una obligación perentoria de esclarecimiento por parte de instancias independientes del estado.

Tal autoridad eclesiástica, confrontada a la crítica, no tiene derecho a una obediencia indiscutible. Por el contrario debe reconocer y tomar en serio la desobediencia de las católicas y los católicos comprometidos que quieren una reforma, desobediencia inspirada por la conciencia y presentada con argumentos. La autoridades eclesiásticas más bien tienen que exponer a la discusión intraeclesial sus estrategias de poder y de rechazo a las reformas y asumir públicamente la responsabilidad de sus hechos.

Traemos a la memoria a Mateo 18, 18 en donde se considera que el poder de unir o desatar está en manos de la comunidad. Tiene que quedar en claro que el testimonio de la Escritura y los textos del Concilio Vaticano II tienen una autoridad mucho mayor que el Catecismo de la Iglesia Católica. Este Catecismo tanto como el Código de Derecho Canónico 1983 pretenden ser fruto del Concilio cuando en realidad lo vacían de su contenido.

No es señal de valentía que el Papa utilizara el ámbito protegido de la catedral de San Pedro para criticar durante la Liturgia lo que hasta la fecha no se ha atrevido a decir en una confrontación directa y argumentativa. Ante todo tendría que responder él mismo las preguntas que hizo a los otros en su homilía. Disimuladamente recrimina enérgicamente a los que critica. Por esta razón se le debe preguntar:

¿Cómo puede acusar el Papa a las fuerzas de reforma, especialmente a los párrocos austríacos, que quieren transformar la Iglesia de acuerdo con sus propias ideas? Le preguntamos: ¿No quiere imponerle a la Iglesia una forma que no tiene fundamento bíblico? Es incuestionable que el desboronamiento de la pastoral y de muchas parroquias no sucede de acuerdo con el mensaje cristiano. Un Papa famoso por su inteligencia y capacidad teológica tendría que ser consciente de este contexto.

• ¿Cómo puede el Papa acusar de falta de humildad y arbitrariedad a los párrocos que quieren una reforma y al mismo tiempo exigir sumisión bajo los intereses de poder de las autoridades eclesiásticas? Sin exponer razones les niega una fe “altruista”, “entregada” y “servicial” a los que firmaron el llamamiento. Al mismo tiempo calla cómo Roma se aferra sin compromisos a una estructura eclesiástica autoritaria y defiende los privilegios de una élite de poder jerárquico. Con consideraciones a cerca de la obediencia de Jesús que suenan espirituales se hace poco creíble.

El Papa Benedicto al fin tiene que responder cómo debe actuar él frente a la “situación dramática de la Iglesia actual”. Así respondería a la pregunta que él mismo hizo. Sin dar una respuesta satisfactoria debilita su propia autoridad pues la Iglesia supera su crisis solamente si se sobrepone a la inmovilidad actual y a su visión retrógada.

• ¿Por qué le falta precisión al Papa cuando habla sobre la verdadera renovación después del Concilio y sobre la vitalidad inesperada de tantos movimientos? Allí descubrimos el refuerzo del clericalismo en detrimento de la comunidad eclesial.

Para las autoridades eclesiásticas sólamente el Opus Dei, los Legionarios de Cristo así como las organizaciones juveniles ultraconservadoras enriquecen a la Iglesia pues de allí provienen sacerdotes de obediencia subyugada. Por esto queremos oir de él qué piensa de las comunidades eclesiales de base en todo el mundo, de los innumerables grupos de reforma, de las iniciativas de mujeres capacitadas, de los vitales movimientos ocuménicos y de diálogo interreligioso o de las religiosas que desde hace ya mucho tiempo han asumido en muchos paises las tareas de los sacerdotes que faltan.

Todas las acusaciones del Papa Benedicto ignoran la importante y elevada responsabilidad de los que firmaron el “Llamamiento a la Desobediencia” en representación de muchos más.
Merecen agradecimiento y reconocimiento por su valentía. Esperamos que la intervención papal no conlleve medidas prematuras inconsideradas que producirían otra pérdida mayor de credibilidad. Este hecho traería consecuencias catastróficas para la Iglesia católica-romana.

Por esta razón las preguntas mencionadas deben formar parte de los diálogos que se van a llevar a cabo durante el “Año de la Fe” en el mundo entero.

La plataforma “Somos Iglesia” propone por lo tanto que la situación, las propuestas de los suscriptores del llamamiento y su apreciación teológica se analicen intensamente con discernimiento justo. Para iniciar este proceso es preciso instalar por mediación del arzobispo de Viena, Christoph Cardenal Schönborn, una comisión de especialistas y responsables reconocidos. Esta comisión buscaría soluciones para salir de la crisis y las propondría al pueblo de la Iglesia. ¡Ojalá así se convierta el “Año de la Fe” en el “Año del Diálogo”.

En nombre de la dirección de la Plataforma “Somos Iglesia” Austria: Hans Peter Hurka

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Estimado /amigo/a: adjuntamos texto en nombre de la direcciòn plataforma “Somos Iglesia” Austria: Hans Peter Hurka.
Por considerar importante texto adjunto y para quienes se interesen pueden enviarnos inscribiendo su apoyo a este correo: somosiglesiachile@hotmail.com;
tambiensomosiglesiachile@yahoo.com o a pàgina en español
: http://www.wir-sind-kirche.at/content/images/stories/download/2012_05_dialoginitiative_spanisch.pdf

Fraternalmente, Enrique Orellana

Somos Iglesia Chile

Reflexión del Mes: Las propuestas de los obispos a la reforma del Código Civil. Por Carlos Lombardi

“La laicidad del Estado democrático se establece sobre el principio de que la legitimación de las instituciones no necesita ni acepta una justificación teocrática sino que se basa en un fundamento cívico, la voluntad libremente expresada, contrastada y medida de los ciudadanos” (1).

Estas palabras de Fernando Savater ponen de manifiesto un fenómeno que se observa actualmente en todo el mundo: la creciente laicidad de las sociedades, potenciada por la autonomía de las personas, el pluralismo y la vigencia de nuevos derechos. En paralelo, la crisis de las religiones institucionalizadas producida, entre otras causas, por la indiferencia de los propios creyentes que no responden a sus instituciones ni representantes religiosos.

El fenómeno se manifiesta en distintos planos, entre ellos, el legislativo. Es un hecho que, cada vez más, la legislación no tiene como fuente los principios ni dogmas religiosos en general, ni los católicos en particular.

Esa realidad ha movido a sectores fundamentalistas e integristas de las religiones tradicionales a generar un conflicto con el poder político no sólo entrometiéndose en cuestiones de la vida civil sino llevando a cabo actos de oposición hacia aquellas leyes (o sus proyectos), que no reconozcan como fuentes principios confesionales. Lo hacen como un actor político más, acusando de “fundamentalismo laicista” a quienes se oponen que sus dogmas y principios se impongan a la sociedad.

Dicho conflicto llevó al filósofo italiano Gianni Vattimo a plantearse esta pregunta: ¿Es la religión enemiga de la civilización? El interrogante es el título de un artículo de su autoría donde sostiene no sólo la muerte de las religiones morales e institucionales como garantía del orden racional del mundo, sino que fue más allá destacando que se han convertido en un obstáculo y factor de conflicto en las sociedades del siglo XXI: “las religiones ya no contribuyen a una existencia humana pacífica ni representan ya un medio de salvación. La religión resulta un poderoso factor de conflicto en momentos de intercambio intenso entre mundos culturales diferentes” (2).Sigue el autor: “Mientras las religiones sigan queriendo ser instituciones temporales poderosas, son un obstáculo para la paz y para el desarrollo de una actitud genuinamente religiosa: pensemos en cuánta gente está abandonando la Iglesia católica por el escándalo que representan las pretensiones del Papa y los obispos de inmiscuirse en las leyes civiles. La oposición contra cualquier forma de libertad de elección en todo lo relacionado con la familia, la sexualidad y la bioética es continua e intensa, sobre todo, en países como Italia y España. Tengamos en cuenta que la Iglesia se opone a leyes que no obligan, sino que sólo permiten la decisión personal en estos asuntos” (3).

Nuestro país no es ajeno al conflicto. En ese escenario, la Conferencia Episcopal Argentina llevó a cabo la 103° Asamblea Plenaria con la finalidad de tratar temas varios que tienen que ver con la crisis crónica que sufre la iglesia, y en particular, para analizar el Anteproyecto de reforma del Código Civil y su unificación con el Código de Comercio. Una ley laica que “amenaza” con profundizar aún más la pérdida de poder de una oligarquía teocrática vetusta y fosilizada.

Del referido plenario surgió el documento denominado “Reflexiones y aportes sobre algunos temas vinculados a la reforma del Código Civil” que contiene las conclusiones de sus sesiones secretas y que, asimismo, es el paradigma de la línea ideológica y política que gobierna el catolicismo romano actual, de corte integrista y neoconservador.

Como toda oligarquía, prescinde de la opinión de quienes no forman parte de ella, en este caso, del laicado católico en sus diversas corrientes. Se le niega participación a la mayoría de los integrantes no religiosos – mujeres y varones -, coartando su voz y su voto en temas que, paradójicamente, tendrán incumbencia en sus vidas diarias como es el caso de los derechos regulados en el Código Civil. Siguen teniendo vigencia las palabras atribuidas al Papa Bonifacio VIII, autor de la Bula Unam Sanctam, quien sostuvo: “Los seglares siempre han sido enemigos del clero”.

No obstante ello, nuestro país le da la posibilidad al funcionariado católico de reunirse en sesiones secretas y luego expresar libremente su pensamiento. En efecto, tanto la democracia (que la Iglesia Católica se cansó de pisotear apoyando todos los golpes de estado que sufrió el país), y la Constitución Nacional (que pasaron por alto en sus épocas golpistas), les reconocen aquellos derechos. Mientras, del Estado y la sociedad argentina, reciben un sueldo conforme la “ley” 21.950, infame instrumento jurídico que es uno de los frutos de su alianza con los genocidas de la última dictadura militar.

Los primeros llamados de atención de algunos obispos vinieron, en primer lugar, por el plazo en que se debatirá la reforma, aconsejando que no se aceleren los tiempos para tratar cuestiones de vital importancia; en segundo lugar, la cuestión del “cambio de estructura social” que propone el proyecto de reforma; y en tercer lugar la “preocupación” por los eufemismos que contendría el mismo. Pero son los clásicos devaneos que los jerarcas tienen acostumbrada a la sociedad.

Por la importancia de los temas a tratar resultará lógico que el proyecto se debata donde debe debatirse: en el Congreso de la Nación. Por lo tanto, los plazos los manejará ese órgano republicano, no los obispos católicos.

El “peligro” de un cambio de estructura social es producto del anclaje ideológico de ciertos jerarcas católicos que todavía piensan que la sociedad argentina del 2012 es la misma que la del siglo XIX. En esa línea se encuentra el arzobispo de La Plata para quien “lo que se está proponiendo, es una nueva estructura de la sociedad argentina en sus realidades esenciales. ¡Y esto sí que es un problema serio y que tiene que ser objeto de debate!” (4)

Se equivoca el obispo integrista. Es precisamente al revés: la “nueva estructura de la sociedad argentina”, ya es una realidad, es producto del dinamismo propio de cualquier sociedad que no vive adentro de un frasco de formol. Es producto de nuevos contratos, de nuevos derechos, de nuevos roles sociales (sobre todo de las mujeres), de nuevas identidades, que no sólo se ven diariamente en la sociedad argentina sino que se reflejan en numerosos fallos jurisprudenciales. De modo que el proyecto de reforma no propone “nuevas estructuras”: es el reflejo de lo que ya existe y aún carece de amparo legal.

Y respecto a la alarma por los eufemismos (divorcio express, alquiler de vientres, etc.), vuelven a equivocarse: no surgen del proyecto de reforma sino del lenguaje corriente que la sociedad utiliza y los medios de comunicación difunden. Aquí adquiere importancia la responsabilidad de los medios en el manejo correcto de los términos jurídicos.

1. Los indicadores que afectan a la laicidad
En el conflicto mencionado entre el poder político – que tiende a consolidar la laicidad – y los colectivos religiosos – que no soportan que se gobierne y legisle a espaldas de sus principios y dogmas -, juegan un papel importante una serie de indicadores que son fundamentales para discernir cómo el integrismo confesional pretende torcer el rumbo político para impedir que se consolide la laicidad en las sociedades. Son herramientas que utilizan dichos colectivos para atenuar la laicidad y la autonomía individual.

En el caso del catolicismo romano, los indicadores pasan por la noción de laicidad que sostiene el Papa católico; la cuestión de la religión como fundamento de la ética; las instrucciones que el Vaticano ha impartido a los políticos que públicamente se dicen católicos; el carácter ideológico del catolicismo romano actual; y los antecedentes históricos de oposición a leyes laicas motorizados por la Iglesia Católica en Argentina.

De modo que primero se hará una muy breve referencia a esos indicadores y luego se abordará el documento propiamente dicho en sus aspectos más relevantes.

2. La laicidad según un monarca teocrático
En la actualidad las religiones no inician guerras ni matanzas como antaño, más allá que conflictos bélicos por causas políticas y económicas tengan un barniz religioso. Ahora la “guerra” la enfocan en las ideas políticas que tratan de influir y tergiversar para no perder poder.

La cruzada de los referentes religiosos en todo el orbe (de determinados sectores del islam y, en particular, la oligarquía católica), es contra los “sin Dios”, es decir, contra la sociedad secular y laica que trabaja por consolidar los derechos humanos, la autonomía de los individuos, el pluralismo, la inclusión social y la diversidad, libres de férulas teocráticas y de anatemas.

Es por ello que el último monarca absoluto de Europa se refirió a la laicidad, precisando cuándo debe considerársela “sana”. Benedicto XVI la definió así: “Es legítima una sana laicidad del Estado en virtud de la cual las realidades temporales se rigen según las normas que les son propias, pero sin excluir las referencias éticas que encuentran su último fundamento en la religión” (5).

Dejemos que le conteste el teólogo José María Castillo: “El papa admite la laicidad del Estado. Pero sólo admite la laicidad ’sana’. Es decir, la que no excluye ‘las referencias éticas’. Una fórmula inteligente desde el punto de vista de un buen dirigente religioso. Porque, desde el momento en que apela a las referencias éticas, está sacando al Estado de sus competencias específicas y lo está llevando a un ámbito que «encuentra su último fundamento en la religión», según el criterio del papa.

A la vista de este razonamiento pontificio, se entiende la lógica del discurso episcopal. Los obispos admiten el Estado laico y sus leyes. Pero con tal que todo eso sea ’sano’. Y sano es solamente el Estado que acepta como ‘último fundamento’ del bien y del mal lo que dictamina la religión, es decir, el papa y los obispos” (6).

Resulta claro cómo el papa busca desnaturalizar la laicidad y la autonomía de los hombres. De seguir aquel criterio, no son buenas las consecuencias para el Estado Constitucional de Derecho y la sociedad. Primero, porque el jefe de un estado extranjero como es el papa católico tendría injerencia en los asuntos internos de nuestro país; segundo, porque impondría a gobernantes y legisladores libremente elegidos por el pueblo los intereses de la Iglesia Católica por sobre los del Estado y la sociedad; tercero, porque el poder religioso estaría por sobre el poder político de la nación, siguiendo el pensamiento de Juan José Tamayo.

La visión integrista se acerca peligrosamente al totalitarismo de corte teocrático. Lo advirtió Paolo Flores d’Arcais en oportunidad de analizar el pensamiento y política de Juan Pablo II.

El filósofo sostuvo que “el integrismo católico parece ser enemigo del totalitarismo, pero sólo es su competidor, porque ambos rechazan radicalmente el irreductible ser humano en su singularidad y la autodeterminación de su propia existencia” (7).

La concepción que el monarca católico tiene de la laicidad “sana” lleva a desnaturalizarla desde el momento en que pretende colocarse por encima no sólo del poder político, sino de la democracia y los intereses de la sociedad.

3. ¿Ética católica o ética laica?
Como se habrá advertido, en la definición de laicidad “sana” también el papa hizo referencia a la ética, que no es otra que la católica. Según el criterio del monarca las leyes laicas no tienen que excluir las referencias éticas que tienen su último fundamento en la religión. Semejante falacia hay que examinarla.

Siendo el Estado argentino aconfesional no existen razones para legislar conforme determinada moral religiosa. Como sostiene Juan José Tamayo “… el orden moral en un Estado no confesional y en una sociedad secularizada no viene dictado por una moral religiosa, sino por una ética laica fundada en el ser humano, fuente de la moralidad” (8).

En el documento de la C.E.A. se encuentra una referencia a la moral cuando se refieren a la “ley objetiva”. En el punto 9 se dispone: “Como ha dicho Benedicto XVI, “¿Dónde se encuentra la fundamentación ética de las deliberaciones políticas? La tradición católica mantiene que las normas objetivas para una acción justa de gobierno son accesibles a la razón, prescindiendo del contenido de la revelación”. Y agrega que el papel de la religión “consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”.

La visión ideológica católica en materia moral indica que existe una ley impuesta desde afuera a los hombres por el dios católico, de vigencia universal, que todos pueden conocer por la razón y que los hombres y las  leyes laicas deben respetar. Nada nuevo, pero es un intento de imponer sus criterios morales que sólo son válidos para los católicos que profesan esa religión, no para toda la sociedad. Pretende reducirse lo moral al criterio de los oligarcas. A ello debe sumarse la falta de mérito en el acto moral por parte de quien sólo se limita a “cumplir” con aquella ley objetiva.

Augusto Klappenbach lo explica mejor haciendo referencia a Kant: “El pensador alemán sostiene que toda moral que no se fundamente en la decisión autónoma, libre y responsable del ser humano se reduce a obedecer normas impuestas desde fuera y carece de valor ético. Y eso, aun cuando el origen de tales normas sea un mandato divino. Dicho en otras palabras: la mera obediencia a los mandamientos de Dios no implica ningún mérito moral. Los valores morales, para ser auténticos, deben surgir de una decisión autónoma del hombre y no de la obediencia a un mandato externo, cualquiera que sea su origen. Y en este sentido la moral es anterior a la religión: aunque Dios no existiera, los deberes morales no perderían nada de su fuerza” (9).

Si este indicador se cumpliera el papel del Estado cambiaría: “… de custodio de las libertades civiles a defensor de una moral confesional, de una opinión (entre tantas otras) que será impuesta a todos” (10).

De modo que este indicador permite visualizar las pretensiones clericales de influir e imponer sus criterios morales que, como una paradoja, no es seguido por la mayoría de los católicos. La mayoría de bautizados católicos no cumplen con los mandatos morales de su religión.

4. Políticos católicos ¿Representantes del pueblo, o del Vaticano?
Sin poder detener la laicidad en las sociedades el Vaticano, con fecha 24 de noviembre de 2002, publicó la “Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política”.

El documento fue elaborado por Congregación de la Doctrina de la Fe, continuadora de la tristemente célebre Inquisición, aunque con otro nombre y sin los métodos de tortura y violencia física que supo aplicar, pero con renovada violencia moral y psicológica hacia quienes piensan libremente dentro de la institución.

La nota dirigida a los políticos católicos y elaborada por Joseph Ratzinger, es un breve compendio del modelo que pretende implantar la oligarquía vaticana en países “católicos”. Se dice en la nota:

“… los ciudadanos reivindican la más completa autonomía para sus propias preferencias morales, mientras que, por otra parte, los legisladores creen que respetan esa libertad formulando leyes que prescinden de los principios de la ética natural, limitándose a la condescendencia con ciertas orientaciones culturales o morales transitorias, como si todas las posibles concepciones de la vida tuvieran igual valor” (11).

No sólo preocupa a la oligarquía vaticana el relativismo moral, sino que plantea cuestiones “no negociables” para un político católico. Veamos:

“… los creyentes deben saber que está en juego la esencia del orden moral, que concierne al bien integral de la persona. Este es el caso de las leyes civiles en materia de aborto y eutanasia (que no hay que confundir con la renuncia al ensañamiento terapéutico, que es moralmente legítima), que deben tutelar el derecho primario a la vida desde de su concepción hasta su término natural. Del mismo modo, hay que insistir en el deber de respetar y proteger los derechos del embrión humano. Análogamente, debe ser salvaguardada la tutela y la promoción de la familia, fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal” (12).

Se leyó bien el último párrafo: a lo que el Vaticano considera “familia” (que ellos llaman “cristiana”, como si tuvieran derechos de autor), no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal”. Es decir, la oligarquía vaticana, y sus gerentes zonales, no tienen problema de inmiscuirse en asuntos de otros Estados sino que pisotean las futuras decisiones de los representantes del pueblo, la soberanía del país y, sobre todo, la Constitución Nacional. A ello se agrega el agravio y desprecio hacia otros modelos de convivencia y vida familiar.

En el campo de las decisiones legislativas los obispos argentinos deberán enfrentarse, a la hora del lobby, con un obstáculo: los legisladores que públicamente aparecen como católicos votarían en contra de los dogmas y doctrinas de su religión. Este fue el resultado que arrojó una encuesta elaborada por el CONICET que refleja la religiosidad de los legisladores que integran el Congreso de la Nación, destacando que aquellos de extracción católica votarían proyectos de ley que fueran contrarios al dogma y doctrinas católicas (13).

5. La ideología católico integrista
El documento emanado del episcopado católico contiene una marcada perspectiva ideológica, en el caso, de corte confesional. Resulta indudable desde el momento en que los obispos proponen “… que en la Argentina la ley respete simplemente la verdad de la persona, de la familia y de la sociedad” (Punto 9), es decir, su verdad.

“… la verdad de la persona, de la familia y de la sociedad”, es el centro desde donde late y se proyecta una concepción del hombre, una interpretación de la historia y de la sociedad, siguiendo el pensamiento de Fayt.

A aquellos elementos presentes en toda ideología se suma otro de fundamental importancia: la sensibilidad a los cambios sociales. Según Fayt, las ideologías se encuentran históricamente condicionadas por la estructura social y económica de las sociedades. De manera que cualquier cambio estructural, por minúsculo que sea, influye en la actualidad o vigencia de una posición ideológica, la convierte en actual o en inactual, hace de ella un instrumento reaccionario o revolucionario, la transforma en la imagen de un orden social deseable o aborrecido.

Eso es precisamente lo que salta a la vista en el documento de la C.E.A. La visión que los obispos católicos tienen, si se tienen en cuenta los innumerables cambios sociales que se observan en la sociedad argentina, padece de una inactualidad manifiesta. Piénsese en su visión relativa al matrimonio hetero y homosexual, a los diversas formas de vida familiar, a los derechos de la mujer, a los derechos sexuales y reproductivos, a las cuestiones de bioética y, sobre todo, a la noción de ética. La ideología de los obispos católicos no resiste el cambio social.

Cabe recordar que la ideología católica fue la que en la última dictadura cívico-militar nutrió con sus principios los discursos de los genocidas. Miguel Rojas Mix los llamó “mitos de legitimación”, entre ellos: la nación católica, la civilización occidental y cristiana, el hispanismo, la concepción tomista del bien común” (14). Existe, pues, un claro riesgo de plasmar en leyes democráticas banderas ideológicas de sectores antidemocráticos.

6. Una antigua enemiga de los derechos y las libertades del hombre
No es nueva la actitud opositora de la oligarquía católica hacia aquellas leyes contrarias a su ideología y pensamiento. Cuando se debatió y sancionó la ley de matrimonio igualitario la sociedad fue testigo de las amenazas de fuegos eternos y apocalipsis varios conque los obispos católicos amenazaron si se aprobaba la ley. El terror no dio sus frutos sino que les jugó en contra.

El prontuario opositor de la iglesia en nuestro país incluye numerosos antecedentes contra derechos y libertades laicos. Los encontramos desde el enfrentamiento con el presidente Julio A. Roca por la sanción de leyes que dispusieron la creación del Registro Civil separando del ámbito parroquial el registro de los nacimientos y defunciones; la educación pública; la secularización definitiva de los cementerios; el matrimonio civil; pasando por Juan D. Perón y la derogación de la ley de enseñanza religiosa, entre otras; siguiendo por Alfonsín y la ley de divorcio vincular, y terminando con Néstor Kirchner con la ley de matrimonio igualitario.

Por el contrario, el aval de la iglesia católica a todos los golpes cívico-militares desde el “festejado” y primero de 1930, pasando por la dictadura de Onganía – católico confeso que consagró el país a la virgen -, hasta el más cruento de todos el de 1976-1983 donde fue beneficiaria de una conjunto de “leyes” relativas a su sostenimiento económico, demuestran la alianza ideológica con los sectores golpistas contrarios a la democracia  y la constitución.

7. El documento de la C.E.A y la ausencia de Dios
Analizados muy brevemente los indicadores que permiten advertir cómo el clero católico persigue torcer el rumbo político para evitar que se consolide la laicidad, pasamos a una escueta evaluación del documento.

La “derrota” (así fue calificada por el extremismo religioso), que sufrió la iglesia al sancionarse la ley de matrimonio igualitario les sirvió de experiencia a los oligarcas para no presagiar exterminios de ciudades de parte de su dios, ni apocalipsis, ni cataclismos, a la hora de analizar el proyecto de reforma del Código Civil.

Más prudentes, ahora “proponen” a la sociedad plural y laica lo que ellos piensan es mejor para todos: “Lo que queremos proponer a nuestros conciudadanos en general, y a quienes tienen responsabilidad en el proceso legislativo en particular, no es una imposición religiosa, sino que en la Argentina la ley respete simplemente la verdad de la persona, de la familia y de la sociedad” (Punto 9).

Es que con las imposiciones les fue muy mal. La mayoría de sus bautizados no creen en sus verdades, no participan en las celebraciones del culto, y prescinden de los mandatos morales. El catolicismo que se practica es cultural, y el cristianismo que surge de él epidérmico.

La paradoja: puertas adentro de su institución “proponen” muy poco a sus fieles; más bien lo contrario: imponen de modo vertical y autoritario. Para eso están los laicos, para obedecer. Proponer no entra en la lógica ni del funcionamiento ni de la organización del catolicismo romano, mucho menos la democracia y el diálogo con los sectores disidentes y progresistas.

La rareza: en ninguna parte del documento se hace referencia al dios católico o divinidad alguna. ¿Acto fallido? ¿Omisión pensada para no alterar ánimos? ¿Respeto a la laicidad? ¿Mensaje subliminal que denota la histórica voracidad por el poder del catolicismo romano? Se sabría si se publicaran las actas de las deliberaciones pero eso no es posible ya que las sesiones plenarias son secretas.

Hay una mención final a la Virgen de Luján con el ampuloso y anacrónico título de “Patrona de la Argentina”, que sólo existe en el imaginario católico y que en pleno siglo XXI no deja de ser un antropomorfismo mágico y discriminatorio hacia los argentinos no admiten “patronazgos” ni “protectorados” de espíritu alguno.

La advertencia: la hacen en el N° 9 al precisar el papel de la religión en el debate político. Consideran que no les corresponde aportar “soluciones políticas concretas, algo que está totalmente fuera de la competencia de la religión. Su papel consiste más bien en ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos”. Primera señal del indicador referido a la ética. Buscan imponer la moral católica, sólo aplicable a católicos practicantes.

Siempre teniendo presentes los indicadores mencionados anteriormente, vayamos al documento a fin de criticar de forma muy breve los aspectos que consideramos más relevantes, respetando su orden.

a) De la presentación: destacamos dos cuestiones. La primera, tienen razón los obispos al sostener que “El Código Civil por su carácter estable y modélico, al definir obligaciones y derechos de las personas e instituciones no es algo neutro, sino que a través de él se expresan doctrinas o corrientes de pensamiento que van a incidir en la vida de los argentinos” (Punto N° 2).

Sin embargo, el enfoque católico tampoco es neutro sino ideológico ya que es producto del pensamiento de la jerarquía que excluye expresamente el pensamiento de los laicos en sus diversas líneas internas. Lo advertimos precedentemente y cabe advertir que sus propios cuadros han abandonado la ideología creada por los obispos.

La segunda cuestión tiene que ver con la referencia a mitos de legitimación sostenidos históricamente y de los que la iglesia católica pretende ser defensora: “… creemos que el nuevo Código debe tener en cuenta la riqueza de nuestras tradiciones jurídicas y constitucionales, como los principios y valores que hacen a nuestra vida e identidad” (N° 2).

Sin embargo, afirmar que el nuevo Código no debe salirse de “… la riqueza de nuestras tradiciones jurídicas y constitucionales”,  parecería indicar que el derecho y la cultura son pétreos, estáticos y que permanecen inalterables por los siglos de los siglos. Ya sabemos que no es así y no hace falta demostrarlo.

Si hay una disciplina que cambia con el tiempo, esa es el derecho, y la reforma del Código Civil lo que busca, precisamente, es incorporar y actualizar derechos, contratos y numerosos institutos jurídicos que no estaban contempladas en el ¡¡siglo XIX!!

b) De la responsabilidad social: “La Iglesia, que es parte integrante de la sociedad, siente la obligación moral de hacer oír su voz. Somos portadores de una herencia y responsables de hacernos eco de las voces de millones de hermanos que a diario nos confían sus preocupaciones, alegrías, dificultades y esperanzas. La Iglesia Católica siente que tiene el derecho y el deber de hacer conocer a toda la sociedad su pensamiento en estas delicadas materias, proponiéndolo a través de una argumentación razonada y fundada” (Punto N° 5).

Dado que el debate de ideas no es práctica común en la institución, hay que darle la bienvenida a la Iglesia Católica – como colectivo de personas – al debate de leyes laicas en el marco republicano. Pero acá nos encontramos con el problema sociológico. El catolicismo actual está atomizado, dividido. Esta realidad grupal ha llevado a sociólogos como Fortunato Mallimaci a hablar de “catolicismos”, en plural.

Por lo tanto cuando los obispos dicen que la “Iglesia Católica siente que tiene el derecho y el deber de hacer conocer a toda la sociedad su pensamiento”, sólo están hablando por ellos mismos y los grupos minoritarios que adhieren a su pensamiento. Quedan fuera los numerosos grupos que, perteneciendo aún a la institución, no comulgan con el pensamiento obispal. Los obispos no son “la Iglesia Católica”. Este párrafo deja ver nuevamente el carácter ideológico de la declaración.

Quedan fuera del pensamiento de “la iglesia” vastos sectores de la disidencia laica y el progresismo teológico y religioso quienes, seguramente, harán oír su voz proveniente no desde un poder apolillado y caduco, sino desde el evangelio.

c) Del valor de la ley: aparece acá la cuestión del bien común, que definen como “el bien de ese «todos nosotros», formado por individuos, familias y grupos intermedios que se unen en comunidad social. No es un bien que se busca por sí mismo, sino para las personas que forman parte de la comunidad social, y que sólo en ella pueden conseguir su bien realmente y de modo más eficaz”.

Una definición que abreva en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes cuyo N° 26 lo define así: “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.

La definición, vigente en la actualidad, presenta varios inconvenientes: primero, al ser una noción ideologizada es sensible a los cambios culturales y sociales, por ende es un concepto residual y remanente de la década del 60 (Gaudium et Spes se sancionó el 7 de diciembre de 1965); segundo, al ser tan general y vacía de contenido no se sabe a ciencia cierta qué miembros de la vida social pueden acceder al conjunto de condiciones de vida que les permita el más pleno y fácil logro de su propia perfección y cómo se compone ese conjunto de condiciones.

La pregunta que cabe plantearse acá es: las propuestas de los obispos contenidas en el documento ¿contribuyen al bien de “todos nosotros”? ¿De los homosexuales? ¿De los no católicos? ¿De las mujeres? ¿De los obreros? ¿De los distintos grupos familiares? ¿De los que libremente eligen no casarse? ¿De la mayoría que tienen su proyecto de vida prescindiendo de la religión católica? ¿Alcanzará a las madres solteras?

La noción católica de bien común dejará ver su carácter más retrógrado cuando se aborde el tema de la familia, dado que la ideología católica tiene un modelo excluyente y discriminatorio en la materia. Todos los grupos humanos con naturaleza familiar que no se ajusten a lo que el clero considera familia “tradicional” no participan del “bien común”. Ya llegaremos al punto.

d) Del Código Civil proyectado: en este acápite los obispos destacan algunos hechos positivos: “Valoramos especialmente la atención puesta al desarrollo creciente de los derechos humanos y su protección jurídica” (N° 11); “Valoramos que se hayan tenido en cuenta distintas situaciones que hacen a los derechos de las comunidades indígenas”(N° 12).

La primera parece una ironía: una institución donde se violan sistemáticamente los derechos humanos más elementales, en la práctica como en sus normas, se “alegra” que en la reforma del Código Civil se regulen derechos incorporados por los Tratados internacionales con jerarquía constitucional.

Cabe recordar que la Santa Sede todavía no ha firmado la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948. Dice José María Castillo: “la iglesia católica tal como está organizada y tal como de hecho funciona, no puede aceptar el texto íntegro de la Declaración Universal de los Derechos del Humanos. Porque no puede aceptar la igualdad efectiva y real de hombres y mujeres. Ni la libertad de expresión y enseñanza sin recortes. Ni las garantías jurisdiccionales en el enjuiciamiento y medidas disciplinarias. Ni la participación de todos los miembros de la Iglesia en la designación de los cargos eclesiásticos. Y la lista de cosas que la Iglesia no puede aceptar, en lo referente a derechos humanos, se podría alargar mucho más” (15).

La valoración relativa a los pueblos originarios, en apariencia, parece ser sincera. Que una institución como la iglesia católica que participó en el saqueo, rapiña y expolio de la conquista española, destruyendo culturas, quemando libros científicos y sagrados de los pueblos nativos, construyendo sus iglesias sobre las ruinas de los templos de aquellos pueblos, y anulando identidades, valore positivamente la situación jurídica de los pueblos originarios es un pequeño avance.

Aunque las dudas permanecen, sobre todo, desde el insulto que Benedicto XVI dirigiera a los pueblos originarios en el discurso de inauguración de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano y del Caribe. En esa ocasión dijo: “¿Qué ha significado la aceptación de la fe cristiana para los pueblos de América Latina y del Caribe? Para ellos ha significado conocer y acoger a Cristo, el Dios desconocido que sus antepasados, sin saberlo, buscaban en sus ricas tradiciones religiosas. Cristo era el Salvador que anhelaban silenciosamente”; “…el anuncio de Jesús y de su Evangelio no supuso, en ningún momento, una alienación de las culturas precolombinas, ni fue una imposición de una cultura extraña. Las auténticas culturas no están cerradas en sí mismas ni petrificadas en un determinado punto de la historia, sino que están abiertas, más aún, buscan el encuentro con otras culturas, esperan alcanzar la universalidad en el encuentro y el diálogo con otras formas de vida y con los elementos que puedan llevar a una nueva síntesis en la que se respete siempre la diversidad de las expresiones y de su realización cultural concreta” (16).

No, no es un párrafo de una obra del siglo XV, fue dicho en el siglo XXI.

e) De la existencia de la persona desde la concepción
Máxima preocupación de una institución religiosa que se atribuye el derecho a determinar cuándo existe vida humana y cuándo termina, pero que históricamente tiene antecedentes deplorables en materia de “defensa” de la vida.

La cuestión del comienzo de la vida admite varias posiciones científicas. El catolicismo integrista avala la que admite la existencia de la persona desde la concepción. Hay otras corrientes de pensamiento dentro del catolicismo, menos extremas.

Se dice en el N° 15: “La tradición jurídica nacional y el contexto constitucional a partir de 1994 obligan al reconocimiento pleno de la dignidad humana y la personalidad jurídica de todo ser humano sin distinción”; “Normas posteriores y de elevada jerarquía, como la ley aprobatoria de la Convención de los Derechos del Niño, confirmaron sin duda que la persona es tal desde la concepción, sin distinguir según ella ocurra dentro o fuera del seno materno”.

El punto comienza con una verdad de Perogrullo: el respeto de la dignidad de la vida humana ya estaba contenida en la Constitución Nacional en el artículo 33. Los Tratados internacionales vinieron a confirmar lo que tenía contención en la Carta Magna.

Siguen con la cuestión de la constitucionalización del derecho a la vida desde la concepción, lo cual no es cierto.

Ni de la Convención Americana sobre Derechos Humanos (art. 4.1), ni de la Convención de los Derechos del Niño (art. 6), ni el artículo 75 inciso 23 de la Constitución Nacional, dejan ver que se haya producido la constitucionalización del derecho a la vida desde la concepción de modo absoluto. El criterio ha sido ratificado por la C.S.J.N. en el fallo F.A.L. s/ medida autosatisfactiva.

En esta materia, como las cuestiones relativas a los embriones no implantados se necesitarán los aportes de las ciencias y de la bioética quienes, asociadas al derecho, permitirán a los legisladores regular la situación jurídica de los embriones concebidos fuera del seno materno, antes de su implantación. La religión sólo  tiene una perspectiva, y no es medida para determinar la razonabilidad en la regulación jurídica de cuestiones de bioética. Y esa perspectiva sólo es válida para sus adeptos no para el conjunto de la sociedad.

f) De la familia y el matrimonio
Otro tema medular para los obispos y sobre el que pesan instrucciones claras del Papa hacia los políticos católicos (ya señaladas), pero que debemos reiterar: “A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni éstas pueden recibir, en cuánto tales, reconocimiento legal” (17).

Ambos temas son mencionados en los puntos 18 a 21 y se pueden destacar varios aspectos.

Se han cuidado muchísimo en no mencionar la expresión “familia cristiana”, o “familia natural” como modelo a seguir. A diferencia de España donde el fundamentalismo católico utiliza esas expresiones.

Como modelo “ideal” de familia se refieren a la que se conforma entre una mujer y un varón, y que es perdurable y estable.

Se destaca en el N° 21 la existencia de un argumento falso en la reforma del Código “según el cual se procura dar reconocimiento legal a las “diversas formas de familia”, que “queda de manifiesto cuando se advierte que el Anteproyecto no reconoce en absoluto al matrimonio indisoluble caracterizado por el compromiso de fidelidad y de apertura al bien de los hijos, tal como la Iglesia propone a sus fieles, lo mismo que otras confesiones religiosas, y la ley natural lo expresa. Sólo formas débiles e inestables de familia son propuestas y reguladas por el Anteproyecto”.

Sin embargo, es precisamente al revés. El citado párrafo no sólo es falso sino un monumento a la ignorancia y manipulación por las siguientes razones:

a. El matrimonio civil no es indisoluble, es permanente. Por eso el Anteproyecto no hace referencia al mismo.

b. La indisolubilidad es sólo aplicable a los católicos que así lo aceptan; no es un requisito exigible a toda la sociedad. El matrimonio válido en la Nación es el civil.

c. La indisolubilidad es un requisito religioso de dudosa certeza bíblica, ya que las corrientes teológicas y exegéticas que se basan en el método histórico-crítico llegan a conclusiones distintas a las que afirman la indisolubilidad matrimonial como un absoluto. El cristianismo ortodoxo tiene una interpretación amplia respeto al pasaje bíblico donde se funda la indisolubilidad. No hay unanimidad en la materia. Y no es una cuestión que afecte al Estado y sociedad laicos.

d. La evidencia jurídica que indica el fracaso y lo endeble de la indisolubilidad se encuentra en los Tribunales Eclesiásticos donde se tramitan las causas de nulidad matrimonial canónica de aquellas personas que se casaron “para toda la vida” y tarde se dieron cuenta que era una receta mágica.

e. El compromiso de fidelidad no sólo se observa en el matrimonio indisoluble. Se puede ser fiel a una persona toda la vida sin haber contraído matrimonio.

f. La apertura a la vida, es decisión libre y autónoma de los esposos; no la imposición de una ley.

g. La iglesia no “propone” nada a sus fieles en materia de matrimonio. Es una imposición y está legislada en el canon 1056 del Código de Derecho Canónico.

h. La ley natural, en su versión religiosa, es un fárrago atolondrado que es contradicho por el propio Dios (si existe). Se pregunta Flores d’Arcais si el matrimonio católico es indisoluble y el judío se puede disolver; si el matrimonio católico exige la monogamia y el musulmán admite la poligamia ¿cuál es el matrimonio “natural”?

d. Nada obsta que existan parejas de creyentes que, en su fuero íntimo, consideren que su matrimonio civil es indisoluble. Esta idea quedará al amparo del principio de intimidad contemplado en el artículo 19 de la Constitución Nacional. Cada persona determina su proyecto de vida y de matrimonio.

Luego hacen referencia a los nuevos modelos de familia tratados por las ciencias en la actualidad.

“Se afirma que actualmente hay muchas formas de organización familiar, y que todas ellas deben ser igualmente admitidas y protegidas por la ley. Pero no cualquier forma de convivencia es igualmente valiosa, respetuosa de la verdad de la naturaleza humana, y de los derechos de la mujer y de los hijos. La ley debe proponer –como hizo siempre y en la perspectiva del bien común- un modelo de familia, y apoyarlo, más allá de que haya personas que en ejercicio de su libertad opten por otras formas de vida. Debería fomentar y no desalentar los proyectos de vida más estables y comprometidos (N° 19).

Los insultos hacia los diversos grupos familiares no son aislados. Cualquier grupo familiar que no responda a lo que los oligarcas consideran como familia, cae en lo disvalioso, no respetuoso de la naturaleza humana, violatorio de los derechos de las mujeres y niños, inestables y no comprometidos. No importa que en esas parejas “no casadas” o “juntadas” exista el amor y un proyecto de vida en común; no importan las subjetividades y los deseos íntimos sus miembros. ¡Eso no es familia y no debe recibir tutela legal!, según el criterio de “expertos” con sotana que tienen prohibido enamorarse, prohibido mantener relaciones sexuales, prohibido tener hijos y prohibido casarse (en teoría, por supuesto. La realidad deja ver varias “sorpresas”).

La real opinión de la oligarquía católica se encuentra en otros documentos y opiniones. Benedicto XVI no tolera que los gobiernos democráticos laicos legislen para brindar tutela legal a la problemática que presentan aquellos grupos humanos. Así sostuvo que “la sociedad no debe alentar modelos alternativos de vida doméstica en nombre de una supuesta diversidad” (18).

Siguiendo la misma línea discriminatoria y violenta, la Conferencia Episcopal Argentina sostuvo en su trabajo denominado “Educación para el amor”, lo siguiente: “Madres y padres solteros, uniones de hecho divorciados vueltos a casar, familias ensambladas, hijos extramatrimoniales… constituyen nuevos núcleos familiares alejados del modelo de familia provenientes del Dios Uno y Trino y de la Sagrada Familia de Nazareth. Debemos reconocer que son realidades familiares que merecen respeto y comprensión, pero que ciertamente no son modélicas: la familia se funda sobre el amor y consagración de un varón y una mujer unidos en matrimonio, con el fin de crecer en el amor y donar vida en la procreación” (19).

El párrafo no deja lugar a dudas por su carácter discriminatorio y por violar la libertad de elección de mujeres y varones en materia familiar, el histórico odio clerical a la libertad del hombre y su autonomía; en segundo lugar, el agravio a todas aquellas personas de buena fe que eligieron uno de aquellos estados o fueron llevados a ellos por las circunstancias de la vida; tercero, la falacia de creer que sólo en el matrimonio católico se “crece en el amor”; cuarto, el anacronismo y ridiculez de pretender que en pleno siglo XXI los matrimonios (todos) sean como la “sagrada familia”, el matrimonio Josefita, matrimonio no consumado si es verdad que María no tuvo relaciones sexuales con José, y donde no hay evidencias que la sexualidad de esa pareja se haya vivido en plenitud. En el imaginario de los obispos, el “ejemplo” de familia es un ideal de otra cultura y de otro tiempo, cuyos detalles de convivencia y roles se sabe prácticamente nada.

Como sostiene Juan José Tamayo, “la familia cristiana idealizada como ejemplo de virtudes, con la sagrada familia de Nazaret como modelo a imitar. Una familia en la que el padre no es padre, la madre es virgen y el hijo es Dios. ¡Imposible de imitar!” (20). Pero esto no está expresamente en el documento; se han mordido la lengua.

Y se puede ir más allá. Si los obispos católicos opinan y se entrometen en asuntos laicos en materia de familia ¿para cuándo un debate público, y en espacios públicos, acerca del celibato antinatural que la iglesia impone a los curas? ¿Para cuándo un debate público acerca de la doble vida del clero católico, ocultada por los jerarcas?

La visión retrógrada de los obispos católicos resalta aún más si se recurre a la Constitución, al joven Derecho Constitucional de Familia, y al derecho internacional. En efecto, la propia Constitución en el artículo 14 bis tercer párrafo habla de “protección integral de la familia”, pero sin ningún tipo de aditamentos. Familia en sentido amplio sin reducirla a “tradiciones” ni marcos confesionales. Se le abren las puertas a todas las familias, en sus diversos tipos.

El Derecho Constitucional de Familia hace referencia a los instrumentos internacionales sobre derechos humanos  que “reconocen en forma expresa el matrimonio entre un hombre y una mujer como una de las formas – no la única – de manifestación de la familia” (21).

Para corroborar lo expuesto los autores mencionan el criterio del Tribunal Europeo de Derechos Humanos en el caso Marckx c/ Bélgica donde se amplía el concepto de familia con la expresión “vida familiar” contenida en el artículo 8 de la Convención de Roma. Según este criterio dicho instrumento “no se limita a las relaciones fundadas en el matrimonio, sino que puede englobar otros lazos familiares de facto respecto de personas que cohabitan fuera del matrimonio” y que la noción de familia debe ser interpretada “conforme las concepciones prevalentes en las sociedades democráticas, caracterizadas por el pluralismo, la tolerancia y el espíritu de apertura” (22).

Para no extendernos más digamos que, en este tema, la reforma del Código Civil seguirá abriendo las ventanas para limpiar al ordenamiento jurídico del oscuro y discriminatorio humo clerical relativo al matrimonio y a la familia.

g) De la protección de los niños
Los puntos que el documento dedica a la protección de los derechos de los niños merecen el respeto como cualquier opinión neófita sobre la materia, en especial, respecto a la adopción, fecundación artificial, régimen de paternidad y maternidad y filiación. Dejemos que las ciencias y el derecho de ocupen de esclarecer esos puntos. La religión tiene una visión reduccionista.

Lo que no se digiere es la hipocresía de la expresión: “Una sociedad que no privilegie los derechos e intereses de los niños por sobre los de los adultos, se empobrece socialmente” (N° 22). Puede hacer extensivo a la “preocupación” de los obispos por el vínculo filiatorio biológico.

En un súbito destello de senilidad la oligarquía católica manifiesta su amnesia hacia momentos en que a la institución se rió del interés superior del niño. Nos referimos a la plaga del abuso sexual de menores por parte del clero católico, encubierto a más no poder por Juan Pablo II y el ahora Benedicto XVI; pasando por los embarazos y abortos de monjas provocados por curas misioneros; hasta el robo de bebés en la última dictadura militar católica de nuestro país. En estos tres breves ejemplos la “defensa de la vida”, y los derechos e intereses de los niños parecen que no existieron.

El broche de oro de la hipocresía clerical en materia de “protección” de los niños se encuentra en otro dato: la Santa Sede tampoco ha firmado ni adherido internacionalmente a la Declaración de los Derechos del Niño.

h) De los problemas de la procreación artificial
Tratados en los puntos 26 a 29 los obispos consideran que debe prohibirse la fecundación artificial, realidad a la que acceden innumerables parejas en nuestro país. Lo que el Anteproyecto hace es dar marco jurídico a la libertad de elección de aquellas personas que deseen ser padres. No obliga a nadie. Las objeciones éticas a las que alude le caben la crítica que se efectuó a la moral católica (sólo para católicos), y a la ley objetiva.

i) De proteger y dignificar a la mujer
Al igual con las declaraciones relativas a los derechos humanos y de los niños, la Iglesia tampoco ha ratificado internacionalmente la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer. Resuenan, una vez más, las palabras de José María Castillo “la lista de cosas que la Iglesia no puede aceptar, en lo referente a derechos humanos, se podría alargar mucho más” (23).

Por eso resultan llamativas las expresiones del N° 30: “Reconocemos con satisfacción que hay un esfuerzo en el Anteproyecto por atender con delicadeza a la protección de los derechos de la mujer”. La palabra “delicadeza”, al tratar temas relativos a las mujeres, no es irrelevante. La respuesta la tiene el psicoanalista y teólogo Eugen Drewermann. Remitimos a su obra.

Sin embargo, no es muy ejemplar la iglesia católica en lo relativo al respeto de los derechos de las mujeres y su situación jurídica dentro de la institución, sean laicas o religiosas. Los antecedentes son numerosos.

En estos días, la discriminación y persecución de la Inquisición romana se ha centrado en la Conferencia Nacional de las Religiosas de Estados Unidos, conocida por su sigla LRWC (Conferencia de Liderazgo Religioso Femenino), institución integrada por más de 55.000 religiosas.

Esta persecución llevó a la teóloga Ivone Gebara sostener: “Plagiando a Jesús en su Evangelio me atrevo a decir: “Tengo pena de estos hombres” que no conocen de cerca las contradicciones y las bellezas de la vida, que no permiten a sus corazones vibrar abiertamente con las alegrías y sufrimientos de las personas, que no aman el tiempo presente, que prefieren la estricta ley a la fiesta de la vida. Solo aprendieron las reglas inflexibles de una doctrina cerrada en una racionalidad ya obsoleta y desde ella juzgan la fe de los demás y especialmente de las mujeres. Tal vez piensan que Dios los aprueba y se somete a ellos y a sus elucubraciones tan lejanas de los que tienen hambre de pan y justicia, de los hambrientos, los abandonados, de las prostituidas, de las violadas y olvidadas” (24)

El N° 30 incurre en una confusión: “Pero al mismo tiempo, resulta agraviante a la dignidad de las mujeres y de los niños la posibilidad de la existencia del alquiler de vientres, denominado eufemísticamente, maternidad subrogada o gestación por sustitución”.

Precisamente, el eufemismo está en llamar “alquiler de vientres” a la maternidad subrogada o gestación por sustitución. El primero es el eufemismo; lo segundo, corresponde a la terminología jurídica que está en el Anteproyecto.

El punto N° 31 señala que la “maternidad subrogada no ha surgido de un reclamo social ni es consistente con las tradiciones jurídicas, principios, valores y costumbres del pueblo argentino, que hasta hoy considera nulo a este tipo de contrato por la inmoralidad de su objeto”.

Sin embargo, no hay citas de encuestas, doctrina ni jurisprudencia alguna que avale esa posición. Si así fuera, se pasa por alto que la reforma regirá para situaciones que surgirán en el futuro. La moralidad o no de los actos (ya se ha dicho), no pasa por el criterio de los obispos católicos sino por la subjetividad de los ciudadanos. Siguen condicionando el avance de la legislación a supuestas mayorías católicas.

j) De los derechos personalísimos
Mencionados en los números 32 a 34, los obispos consideran positivo su regulación en el Anteproyecto. No especifican a cuáles de estos derechos se refieren. Sólo destacan que la prohibición de la eutanasia “quede suficientemente clara en la ley”.

La regulación de estos derechos excede la visión religiosa, sobre todo la católica, cuyas normas jurídicas lejos están de respetar derechos personalísimos. Serán las ciencias, el derecho y la jurisprudencia los encargados de delimitar una regulación amplia o restringida de los derechos personalísimos contenidos en el Anteproyecto.

k) Del “amplio” debate
Se llega al final del documento (N° 35 a 38).

Resulta positivo que la C.E.A. fomente el debate social y legislativo a través de los representantes del pueblo, y que participen como un actor político más. Como siempre lo fueron. Por eso la invitación del N° 37 para que no sólo sus cuadros académicos colaboren en la tarea que les espera a los legisladores.

Una vez más, habrá que recordar el mal ejemplo institucional ya que la exhortación al “amplio debate” no se practica puertas adentro de la iglesia. Y no se practica porque no hay diálogo con los numerosos colectivos que componen la institución, sobre todo, con la disidencia y el progresismo.

No existe el debate “amplio” debido a que existen diversos modelos de institución católica en pugna. Volviendo a Tamayo, esos modelos actualmente “están en conflicto con peligro real de ruptura, sin apenas diálogo… Es un conflicto no disimulado, sino abierto y público” (25).

El diálogo y debate que existen dentro de la institución se reducen a los grupos minoritarios que trabajan en políticas y planes pastorales, siempre digitados por el clero y sin posibilidad de disenso con los “iluminados”. Asimismo, estos sectores de laicos no tienen un pensamiento autónomo sino que repiten el pensamiento clerical de modo acrítico.

8. Breve síntesis: ¿ideología o fariseísmo?
El documento elaborado por la Conferencia Episcopal Argentina se inserta en el escenario global de oposición de las religiones tradicionales hacia aquellas leyes laicas (o sus proyectos) que sean contrarias a los postulados religiosos.

Existen indicadores elaborados por los referentes de las religiones tradicionales que afectan la laicidad de las sociedades y la autonomía de las personas, buscando tergiversarlas. Es el caso de la concepción de laicidad del papa católico quien busca que la religión, es decir, él y los obispos sean el criterio para discernir los comportamientos públicos y la sanción de las leyes.

En la concepción de laicidad “sana” tiene importancia capital la moral católica, que el papa pretende sea fuente de las leyes. Esta noción está presente en el documento de la C.E.A. Dicha moral sólo es aplicable para quienes profesan la fe católica, no puede imponerse a toda la sociedad. Se reduce lo moral a lo que dice el funcionariado episcopal.

Savater les replicó: ¿qué es la laicidad? Pues la laicidad, llamada a veces un poco más grotescamente “la sana laicidad” como si el que discrepase de los dogmáticos estuviera enfermo, no es más que el nombre que ciertos clérigos han decidido otorgar a la dosis máxima de laicismo que están dispuestos a soportar… y que suele quedar notablemente por debajo de lo que la sociedad democrática requiere” (26).

El Vaticano pretende influir en las decisiones de los legisladores elegidos libremente por el pueblo de la nación, impartiendo instrucciones acerca de qué temas no deben recibir regulación legal. Se entromete en cuestiones de un Estado extranjero, violando la Constitución y la soberanía popular. Los legisladores son representantes de la sociedad, no del papa católico; mucho menos de los obispos, debiendo legislar para todos, creyentes y no creyentes, anteponiendo el bienestar de todos a sus convicciones religiosas.

El documento en sí es el reflejo de la ideología generada por la oligarquía clerical, colectivo que gobierna formalmente la institución desde el siglo IV dC. Como lógica consecuencia, se prescinde de la voz y el voto de la mayoría de los integrantes del organismo, es decir, del laicado en cualquiera de sus corrientes internas.

Tienen razón los obispos respecto al papel de la religión en el debate político. No tienen pretensiones de aportar soluciones políticas sino en “ayudar a purificar e iluminar la aplicación de la razón al descubrimiento de principios morales objetivos” (N° 9). Es decir, la manipulación de las conciencias sigue intacta. Se cumple lo dicho al tratar el indicador relativo a la ética religiosa.

La experiencia de la última dictadura cívico-militar-católica es una muestra del fracaso de esa ideología y el peligro que representa para la vida republicana y democrática de la Argentina. Implica también un riesgo de totalitarismo en versión teocrática, donde el pensamiento del papa católico puede pasar por arriba de las instituciones de la república anteponiendo los intereses corporativos de la multinacional religiosa sobre los del Estado y la sociedad.

Si se evalúa el documento de la C.E.A. en perspectiva ideológica, puede decirse sin temor a equivocación alguna, que es la imagen de un orden social superado históricamente, viejo, fuera de la historia y del tiempo en que viven mujeres y varones del siglo XXI. Es un calco del modelo social que impera en la iglesia en la actualidad.

Los antecedentes históricos de oposición de la iglesia católica a leyes laicas indican, en línea con el pensamiento de Flores d’Arcais, que los obispos católicos continúan pretendiendo que los intereses de aquella institución sean el criterio para juzgar cualquier comportamiento público. Se resume en la frase: “… que en la Argentina la ley respete simplemente la verdad de la persona, de la familia y de la sociedad”. La verdad católica, por supuesto.

En cuanto al documento propiamente dicho, el modelo social que “proponen”, por ejemplo, en materias como matrimonio y familia es marcadamente reaccionario, excluyente, y discriminatorio hacia todos aquellos grupos familiares que no guardan concordancia con los postulados exigidos por el catolicismo. Asimismo, va en contra del criterio adoptado por el derecho internacional y la jurisprudencia. Está fuera de época, claro indicio de una ideología caduca. Se nutre en los mismos principios con los que avalaron la última dictadura. La historia ha demostrado que sus mitos de legitimación son incompatibles con una sociedad democrática, laica, plural, inclusiva y diversa.

La oposición a futuros derechos que tienen que ver con la libertad de elección y decisión de los ciudadanos es evidente.

Es indudable que el lobby católico hará todo lo que esté a su alcance para que no se actualicen aquellas normas del Código Civil que contraríen sus dogmas e ideología. Lo hicieron con Roca, con Perón, con Alfonsín, con Kirchner. En todos esos casos primó el sentido común, lo secular, lo laico, lo que incluye a todos.

Teniendo en cuenta el papel de la religión sostenido por los obispos, serán pues los aportes provenientes de la Constitución, los Tratados internacionales sobre derechos humanos, la jurisprudencia, el derecho internacional, y la costumbre de los ciudadanos los parámetros de evaluación para que los legisladores justifiquen o no la reforma del Código Civil. La democracia permite que los sectores religiosos, sus organismos y corporaciones satélites sean escuchados como cualquier actor político.

Para terminar, la pregunta planteada en este punto final permitirá hacer foco en lo ideológico, o en la coherencia histórica y jurídica de la iglesia católica a la hora de evaluar la naturaleza de sus propuestas, o en ambos aspectos.

Si nos inclinamos por lo ideológico, recobrarán fuerza las palabras de un sacerdote católico perseguido por la inquisición vaticana que dijo que quien piensa como marxista, no piensa; quien piensa como budista, no piensa; quien piensa como musulmán, no piensa… “y el que piensa como católico, tampoco piensa. Ellos son pensados por su ideología. Tú eres un esclavo en tanto y en cuanto no puedes pensar por encima de tu ideología. Vives dormido y pensado por una idea” (27).

Si hiciéramos foco en la coherencia de la iglesia católica en el respeto a los derechos de las personas a lo largo el tiempo, deberán tenerse presente las palabras que el laico y no católico Jesús les dirigió a los fariseos de su época: “¡Ay de vosotros, escribas y fariseos hipócritas, pues sois semejantes a sepulcros blanqueados, que por fuera parecen bonitos, pero por dentro están llenos de huesos de muertos y de toda inmundicia!” (28).

Por eso resuenan más fuerte las palabras del filósofo Fernando Savater: “Las jerarquías eclesiásticas – ninguna, nunca – no tienen derecho a convertirse en una especie de tribunal de última instancia que decida lo que es moral o inmoral en la sociedad, lo que debe ser legal o lo que ha de ser prohibido, quién es digno de gobernar y quién debe ser éticamente repudiado. Las autoridades religiosas no son autoridades morales ni legales: pueden establecer lo que es pecado para sus feligreses, no lo que ha de ser delito para todos los ciudadanos ni indecente para el común del público” (29).

En cualquier caso, la laicidad es el mejor escenario  para que todos – creyentes y no creyentes – desarrollen de manera libre, autónoma y dentro de la ley su proyecto de vida. El Anteproyecto de reforma del Código Civil parece apuntar a ello.

Carlos Lombardi, es Profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo. Es abogado y experto en Derecho Canónico

Notas
(1) SAVATER, Fernando, La vida eterna, Ariel, Barcelona, 2007, p. 144.
(2) VATTINO, Gianni, elpais.com/diario/2009/03/01/opinion/1235862012_850215.html
(3) VATTINO, Gianni, op. cit.
(4) “Argentina: La Iglesia, preocupada por la reforma del Código Civil. Implica alteraciones muy graves contra la familia y la dignidad de la vida humana”, en www.zenit.org.
(5) Discurso de Benedicto XVI en el Palacio Quirinal al Presidente italiano 24/06/2005.
(6) CASTILLO, José María, ¿Otoño caliente? en juancejudo.blogspot.com/2007/…/otoo-caliente-jos-mara-castillo.htm..
(7) FLORES d’ARCAIS, Paolo, El desafío oscurantista, ética y fe en la doctrina papal, Anagrama, Barcelona, 1994, p. 36.
(8) TAMAYO, Juan José, Iglesia católica y Estado laico, en www.raco.cat/index.php/revistacidob/article/viewFile/69482/79716.
(9) KLAPPENBACH, Augusto, Relativismo papal, en www.atrio.org/2011/09/relativismo-papal/
(10) FLORES d’ARCAIS, Paolo, op. cit. p. 129
(11) Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y al conducta de los católicos en la vida política”, en ww.vatican.va/…/rc_con_cfaith_doc_20021124_politica_sp.html
(12) Op. cit. N°
(13) CARBAJAL, Mariana, A Dios rogando, pero en la gente pensando, en www.pagina12.com.ar/diario/elpais/1-185463-2012-01-14.html
(14) Rojas Mix, Miguel, El Dios de Pinochet: fisonomía del fascismo iberoamericano, 1° edición, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.
(15) CASTILLO José María, op. cit.
(16) BENEDICTO XVI, Sesión inaugural de los trabajos de la V Conferencia General del episcopado latinoamericano y del caribe. Discurso de su Santidad Benedicto XVI, en www.vatican.va/…/hf_ben-xvi_spe_20070513_conference-aparecida…
(17) Nota doctrinal, op. cit.
(18) “Fuerte rechazo de Benedicto XVI a las familias alternativas”. Fuente ANSA.
(19) CONFERENCIA EPISCOPAL ARGENTINA, Educación para el amor: planificación para la enseñanza versión preliminar, 1° edición, Oficina del Libro, Buenos Aires, 2007, p. 53
(20) TAMAYO, Juan José, “Sagrada familia, ¿ejemplo a imitar?”, en www.redescristianas.net/…/sagrada-familia-¿ejemplo-a-imitarjuan-jose-tamayo-teologo/ –
(21) GIL DOMINGUEZ, Andrés, FAMÁ, María Victoria, Herrera María, Derecho Constitucional de Familia, 1° edición, Buenos Aires, Ediar, 2006, p. 74.
(22) GIL DOMINGUEZ, op. cit. p. 75
(23) CASTILLO José María, op. cit.
(24) GEBARA, Ivone, EEUU: La inquisición actual y las religiosas norteamericanas, en http://www.adital.com.br/?n=ca67
(25) TAMAYO, Juan José, “Las diversas tendencias eclesiales están en conflicto con peligro real de ruptura y sin apenas diálogo”, en www.redescristianas.net/…/juan-jose-tamayo-teologo-las-di…
(26) SAVATER, Fernando, Diccionario del ciudadano sin miedo a saber, Ariel, Barcelona, 2007, 1° edición, p. 40.
(27) de MELLO, Antonhy, Autoliberación Interior, Buenos Aires, Lumen, 2007, p. 19.
(28) Mateo 23, 27-32
(29) SAVATER, Fernando, op. cit. p. 39/40.

Fuente: mdzol.com

“Me hice monja para buscar mi libertad”. Entrevista de Ana Ma Viera a Ivone Gebara.

La brasileña Ivone Gebara es una feminista declarada. Cree firmemente que los gobiernos deben despenalizar el aborto porque “el dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel”. El pensamiento no resultaría extraño en una feminista, si no fuera porque Ivone Gebara también es monja. Religiosa de la congregación Hermanas de Nuestra Señora y doctora en Filosofía y Ciencias Religiosas, sus pensamientos escandalizaron en 1994 a las jerarquías del Vaticano, que le exigieron un silencio de dos años y la trasladaron a Bruselas (Bélgica) con la esperanza de acallar su rebeldía. Gebara acató la orden y aprovechó el tiempo para trabajar sobre nuevos libros que posteriormente le permitieron continuar esparciendo sus ideas nacidas, según narró a La República de las Mujeres, del conocimiento de las mujeres pobres de su pueblo.

Escrito por: ANA MARIA VIERA

Hablas como un hombre ­le dijo a Ivone Gebara hace algunos años una mujer pobre de la vecindad.­ Hablas sobre política y economí­a y no tomas en cuenta nuestros problemas, lo difí­cil que es llegar con la comida hasta el viernes porque nuestros compañeros cobran los sábados y a veces no hay para comer”.

Fue entonces cuando Gebara resolvió³ “hablar como mujer” y a partir de la­ publicación de obras como “Teología a ritmo de mujer”, “Intuiciones ecofeministas”, “Ecofeminismo y liberación”, “Rompiendo el silencio”, “Mujeres en la experiencia de muerte y salvación” y “Las aguas de mi pozo. Reflexiones sobre experiencias de libertad”, ensayo que acaba de ser editado en Uruguay.

Aunque las crí­ticas desde su iglesia continúan, ella se niega a renunciar a su carácter de religiosa porque “ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme”.

– “Las aguas de mi pozo” refiere concretamente a la libertad. ¿Qué es para usted la libertad?

– Generalmente, cuando se habla de libertad se limita el tema a una experiencia social, pero cuando se pregunta a la gente directamente por sus propias experiencias no saben qué responder. La libertad aparece como un valor grandioso, público pero alejado de lo cotidiano.

En mi caso, para ser libre yo tuve que comenzar por negar el sueño que mi mamá tuvo para mi­, que era casarme con un hombre de origen sirio libanés, preferentemente de primera generación, igual que yo. Mi libertad comienza en forma fundamental con el conflicto con la figura materna y después con la paterna. También influyeron en mí­ las historias contadas por una empleada que habí­a en mi casa paterna desde que nací­. Ella era nieta de esclavos y fue en sus labios donde escuché por primera vez la palabra libertad.

Años después, ya joven profesora de Filosofí­a, inicié una amistad con una profesora de Quí­mica que luchaba contra la dictadura militar y me enseñó otra cara de la libertad. Ella fue presa y murió luchando por esa libertad.

 

– ¿No hay una contradicción entre la búsqueda de la libertad y la decisión de ingresar en una institución religiosa, con todas las limitaciones que ello supone?

– Cuando me preguntan por qué me hice monja, respondo que fue para buscar mi libertad aunque parezca contradictorio. Yo terminé la Universidad en diciembre de 1966, plena dictadura militar en Brasil, y en febrero de 1967 entré en mi congregación.

Ya cuando decidí estudiar Filosofí­a fui transgresora, porque mi familia no querí­a que estudiara. No habí­a dinero para pagar la Universidad y yo decidí­ trabajar para poder estudiar. Mis padres decí­an que si trabajaba, los muchachos ricos no iban a acercarse y perdería mi oportunidad de casarme “bien”; creían que me convení­a estudiar decoración.

Elegí­ trabajar y estudiando me convertí en lí­der estudiantil. Era presidenta del Centro de Filosofí­a y así tomé contacto con las religiosas de la Universidad, que iban a los barrios a trabajar con los pobres. Así me fui sintiendo atraí­da por un modelo de mujer intelectual, comprometida con los pobres y opuesta a la dictadura militar.

Yo no pensaba en los lí­mites de la institución religiosa ni en los curas. Lo único que pensaba era que querí­a vivir como estas mujeres, en forma muy distinta a lo que parecí­a ser mi destino.

– ¿Qué ocurrió cuando se encontró con esa otra Iglesia, la de los lí­mites y el patriarcado?

– Con esa Iglesia no me encontré hasta los años ochenta, cuando hice mis primeras incursiones en el feminismo. Yo viví­ feliz durante todos esos años, contenta porque tení­a un espacio pequeñito entre una elite de varones de la Iglesia.

 

– ¿Cómo se da ese pasaje al feminismo sin abandonar la religión?

– En 1979 empecé a leer cosas de las feministas y me caí­ del caballo. Esto me abrió los ojos y comencé a ver a las mujeres pobres con quienes trabajaba, su sumisión y su desprecio por su propio cuerpo, siempre relegadas para el final, después del marido y los hijos y la casa. Y junto con eso me di cuenta que yo hací­a lo mismo, poniendo en primer lugar la congregación, la Iglesia, los padres.

Ahí­ empecé a hablar de otros problemas, introduciendo los temas de las mujeres cada vez que se hablaba de determinadas luchas, de la búsqueda de justicia. El mí­o comienza siendo un feminismo medio tí­mido, limitado a cuestiones religiosas, pero dentro de la Iglesia no creen que sea tí­mida.

– Al volcarse al feminismo, ¿no pensó en dejar la Iglesia?

– No, porque para mí­ ser feminista significa plantear una lucha social para ser reconocida dentro de la Iglesia como ciudadana. Yo nunca busqué conciliar ambas cosas, sino que dentro de la Iglesia se abriera un espacio de igualdad de derechos.

Cuando decidí­ no ser una teóloga de conciliación, la Iglesia Católica me castigó enviándome a Bélgica. Yo lo acepté, pero lo interpreté no como una obediencia sino al contrario. Ellos no tienen derecho a mi elección. Yo elegí entrar en una congregación religiosa y ellos no tienen derecho a sacarme.

De terca, me quedé. Hice lo que quisieron en forma aparente, pero en realidad hice lo que yo quise. En ese tiempo publiqué un libro, mi tesis sobre ciencias religiosas. Y obtuve el tí­tulo de Doctora en Ciencias Religiosas con la máxima calificación, otorgado por la misma institución que me condenó. Esto muestra la contradicción interna de la institución.

 

– Luego de los dos años en Europa, usted siguió manteniendo sus opiniones. ¿Cómo sigue ese conflicto con la Iglesia?

– Ahora el conflicto ya no es abierto, pero intentan ignorarme o decir que lo que yo hago no es teología católica sino filosofí­a de la religión. Esto me hace reí­r porque me parecen estúpidos. Su manera de decir las cosas es tan sin fundamento, tan distante de las preocupaciones reales de los cuerpos masculinos y femeninos, que me hacen reí­r.

– ¿A qué atribuye este distanciamiento de la Iglesia Católica de las “preocupaciones reales”? ¿Es esa la razón de la pérdida de seguidores que viene padeciendo?

– El catolicismo actual en América Latina no es más el de los contenidos dogmáticos. Ni siquiera quienes se dicen católicos están de acuerdo con los dogmas. La gente se inclina más hacia ese catolicismo de religión, más festivo y de cantos. La Iglesia Católica va dando paso a un catolicismo más pentecostal, que brinda a la gente una seguridad más sicológica. En esto influye también la globalización, que lleva a un catolicismo más mediático, que no invita a la gente a pensar.

Yo represento a un cristianismo absolutamente minoritario, que no tiene nada que ver con ese catolicismo de espectáculo que desgraciadamente se está imponiendo. Entonces los obispos y sacerdotes pueden seguir hablando y enseñar los mismos dogmas de siempre pero la verdad es que termina siendo una acción periférica, porque la gran masa popular ni siquiera entiende de qué se habla y solo lee la Biblia para sacar alguna orientación moral pero nada más.

 

-¿Cómo ha influido su relación con las mujeres pobres en su cambio de visión respecto ala Iglesia y el feminismo?

– Yo vivo en un barrio popular fuera de Recife y las mujeres de estos barrios han sido decisivas para mí­. Mi primera caí­da del caballo fue cuando una mujer pobre me dijo que usaba un lenguaje masculino. Eso me dejó enferma, porque yo me creí­a muy femenina.

Me reuní­a con un grupo de obreros en su casa, para tratar la problemática de los pobres y creía que abarcaba a todos, pero ella me dijo que yo nunca hablaba de la lucha de las mujeres para garantizar la comida. “Tu nunca dices que el viernes es el peor día de la semana para nosotras porque nuestros maridos cobran el sábado y el viernes no hay para comer. Nunca hablas de la problemática sexual ni de lo que sufrimos nosotras”, me dijo. Hasta ese momento yo nunca me habí­a preocupado por la problemática sexual y por la realidad de las dificultades que implica la falta de control reproductivo. Hasta ese momento mi sexualidad estaba en una nube, sabí­a que existí­a pero nunca se me habrí­a ocurrido leer la realidad económica, social y polí­tica desde la clave de la sexualidad de las mujeres pobres. Ellas me despertaron.

Fue entonces cuando descubrí­ que las mujeres no tienen elección en los procesos demográficos. Tienen que sufrir la manipulación de las polí­ticas poblacionales desde la esclavitud, con el rol reproductor de las esclavas, que debían dar placer y mano de obra a los amos. Se puede hacer la historia de un paí­s desde la vida sexual de las mujeres.

 

DE PRINCIPIOS ABSTRACTOS Y DOLORES CONCRETOS

– El aborto, ¿debe ser una decisión de la mujer o deben pesar más los principios planteados por la Iglesia Católica?

– El aborto no puede ser analizado en forma aislada, como un hecho abstracto y separado de las circunstancias que llevan al mismo.

No se puede ignorar que la sociedad globalizadora actual crece en exclusión y cada dí­a hay más pobres. Es verdad que el aborto es un problema. Como principio, yo estoy en contra de que se mate la vida pero también se está matando la vida con estos sistemas excluyentes. Por eso no se puede hablar del aborto en forma aislada, solo desde el punto de vista religioso o económico. Hay que ver el contexto, porque es una decisión muy personal.

La mujer no está obligada a abortar o no, pero debe tener derecho a decidir. La sociedad excluyente niega ese derecho a las mujeres pobres, desde el momento que les niega el derecho a una educación sexual. Entonces, si no hay condiciones de vida digna para la población, no se pueden criticar las actitudes como si fueran hechos aislados.

Si una niña de quince años dice que no puede tener a su hijo, la sociedad no tiene derecho a señalarla como culpable porque antes del embarazo la responsabilidad social no fue cumplida.

Por eso estoy a favor de la descriminalización del aborto pero acompañada por una educación sexual. Yo creo que los Estados deben descriminalizarlo y dar condiciones a las mujeres que necesitan abortar por su propia elección, para que puedan hacerlo en el menor tiempo posible.

Es muy fea la actitud de algunos movimientos que se autodenominan “Por la Vida” y toman el tema desde un principio abstracto, sin tener en cuenta el dolor concreto. Yo los principios los respeto, pero cuando el hecho ya está cometido, ¿qué hay que hacer? En mi opinión, hay que salvar la vida que ya está constituida, que es la de esta mujer en problemas. El dolor de los principios es abstracto pero el dolor de la mujer que no quiere y no puede dejar que se desarrolle su embarazo es un dolor concreto, es un dolor que se siente en la piel. Entonces, hay un proceso amplio de educación que hay que atender, pero también hay problemas inmediatos que deben ser contemplados con la justicia del corazón.

 

Fuente: Liberación de la Teología