Los Okupa de la FE

Y sí, finalmente vinieron por la parroquia. Pero a nosotros sí nos importó.

Por eso les dijimos en la cara lo que pensamos y sentimos, lo que no tienen agallas para escuchar y mucho menos para respetar.

Representantes de la Comunidad de La Cripta hicieron oír su reclamo una vez más y luego se retiraron en masa.

 

Darío, Presidente del Consejo Pastoral.

Obispo Carlos, somos la comunidad de La Cripta expresando lo que pensamos y sentimos.

Oírnos para solo responder que ya tomaste una decisión, y que sos el obispo, no es escuchar, y mucho menos dialogar.

Te pedimos por favor la alternativa que se reserva a los grandes, de revisar y cambiar una decisión, preferiste generar dolor y división, ignorándonos, e ignorando que este lugar es referente para miles de personas que encontraron en nuestro estilo pastoral un modo de construir su fe.

Por eso te decimos hoy que no nos vamos de nuestra Cripta, porque es nuestra, pero no podemos compartir la eucaristía contigo y con Pedro.

 

Raúl, Coordinador Grupo de Desarrollo Comunitario. Integrante del Consejo Pastoral

25 años esta fue nuestra casa, nuestro espacio, donde intentamos con honestidad vivir el Evangelio sin glosas, como pedía Francisco de Asís.

Hoy ustedes vienen a quitarnos la parroquia. Se quedarán con el edificio, pero jamás podrán quedarse con La Cripta porque La Cripta es más que este edificio.

La Cripta es una forma de entender y de vivir el cristianismo como movimiento de libertad.

Ustedes se quedarán con las instalaciones, pero jamás podrán arrebatarnos la frescura, la rebeldía, la novedad y la Buena Noticia que aquí vivimos y compartimos.

La Cripta nunca será de ustedes, aunque habiten el espacio, porque aquí sí vale el diálogo, la diversidad, el respeto por las diferencias y la voz de los laicos.

Más de 500 personas lo gritaron y lo cantaron en ese abrazo conmovedor y hoy se los volvemos a decir: La identidad de La Cripta no se negocia!!.

 

Jornada Mundial de la Juventud 2011 y la 3a Visita del Papa. Por Evaristo Villar

Cuentan los evangelios sinópticos que Jesús “fue conducido por el Espíritu al desierto para ser tentado por el diablo”, que superó las tres pruebas que le puso y que, al final, “el diablo se alejó de él hasta otra ocasión” (Mt 4,11; Mc 1,12 y Lc 4, 1.13).

Me hubiera gustado iniciar esta reflexión sobre la visita del Papa a Madrid con motivo de la JMJ 2011 con la esperanza de Machado ante el “olmo viejo”, anotando también aquí “la gracia de alguna rama verdecida”. Hubiera sido para mí, lo confieso, una gozosa noticia. Pero la experiencia de las reiteradas visitas papales a nuestro país -recientemente a Santiago y Barcelona- ignorando la diversidad ideológico-religiosa que existe y cargando contra un supuesto “laicismo agresivo”, me obligan a desplazar hacia algún futuro, aún incierto, ese esperado “milagro de la primavera”.

Esta reflexión, hecha desde dentro, pretende situarse mayormente en la repercusión sociopolítica que acompaña a este tipo de eventos, sin ignorar la resonancia intraeclesial que indudablemente va a tener en la Iglesia española.

Parto de unos datos oficiales de la jornada que, con un poco de imaginación, pueden acercarnos, quizás, al escenario actual de aquellas tres tentaciones paradigmáticas que debió superar Jesús en el desierto.

1. Algunos datos

Según la web oficial www.madrid11.com y los medios de comunicación, la Jornada Mundial de la Juventud 2011, que tendrá lugar del 16 al 21 de agosto y que está gestionada por la “Fundación Madrid Vivo” presidida por el cardenal Rouco, tendrá un coste inicialmente estimado de 50 millones de euros. Para alcanzar esta cifra, ciertamente importante, se cuenta, de una parte, con la aportación de las principales empresas y multinacionales de ámbito estatal (bancarias, eléctricas, telefónicas, comerciales, mediáticas, etc.) que, según el artículo 27 de la Ley de Régimen Fiscal, gozarán de unos beneficios de desgrabación a la Hacienda pública del 80% del capital aportado ; y, de otra, con la estrecha colaboración de las tres administraciones públicas directamente afectadas por esta visita: el gobierno del Estado, el de la Comunidad Autónoma y el Ayuntamiento de Madrid. El diario Público, en su edición del 11 de enero de 2010, cifraba entre 20 y 25 millones de euros la aportación de estas tres administraciones. Esto en cuanto a los datos macroeconómicos de la visita.

2. reflexiones

1ª A la vista estos datos, la JMJ 2011 con la presencia del Papa ofrece un perfil marcadamente económico. Así lo ha entendido el Ministerio de Hacienda al declarar la JMJ, en los Presupuestos Generales del Estado 2010, como “acontecimiento de excepcional interés público”, es decir, económico. El mismo Ayuntamiento de Madrid, por su parte, la ha incluido en su programa cultural “veranos de la Villa” que, en el fondo, tampoco está lejos de ese mismo objetivo.

A mí este consorcio económico-religioso o matrimonio de conveniencia, con las imágenes de representantes religiosos rodeados de grandes empresarios y dueños del capital me produce un cierto escándalo. Y no voy a entrar en detalles sobre la procedencia ética de algunos de esos capitales, frecuentemente asociados a la explotación y empobrecimiento de los pueblos del Tercer Mundo y actualmente tan estrechamente vinculados al origen y salida de la crisis económica. Todo ese submundo, más bien oscuro, está exigiendo comportamientos antes de justicia que de veleidades religiosas. Quizás sea bueno recordarles a estos ricos generosos que antes de tales gestos de piedad se podrían haber dado alguna vuelta por la ventanilla de la Hacienda pública.

Me parece más escandalosa, si cabe, la generosa implicación de las administraciones civiles, gestoras de los bienes comunes de la sociedad que legítimamente representan. Una sociedad, por cierto, plural, no toda ella religiosa y mucho menos cristiana. Alguien, o mejor dicho, toda esa sociedad por ellos representada deberíamos exigirles cuentas de los poderosos motivos en que apoyan ese uso, abiertamente partidista, de los dineros y recursos públicos.

Mirando las cosas desde dentro de la Iglesia, este consorcio económico-religioso me produce aún mayor escándalo, porque, a mi juicio, se está caminando en dirección contraria al mensaje que se quisiere transmitir. Cualquier lector o lectora sin prejuicios de los evangelios sinópticos caerá pronto en la cuenta de que tampoco en esta ocasión se va a superar en Madrid aquella “tentación del pan” que tuvo que vencer Jesús en el desierto, es decir, la pretensión de anunciar el Reino de Dios desde el poder económico y la riqueza. La propuesta de Jesús es, más bien, la contraria: desde la humildad de los medios y la confianza en la propia fuerza intrínseca que el mensaje en sí mismo encierra, como el grano de trigo sembrado en el surco, como el fermento en medio de la masa, como la insignificante semilla de mostaza. Muchos cristianos y cristianas sentirán sonrojo ante este sarao que desdice abiertamente la convicción que Jesús tenía de que “no se puede servir a la vez a Dios y al dinero” (Mt 2, 24), ni se debe llevar “faltriquera ni alforja para el camino” (Lc 10,4).

No se trata en modo alguno de hacer demagogia. Pero es difícil sortear la incómoda mirada de esos 4.3 millones de parados, de los que ven limitarse día a día sus derechos a la salud, a la educación, a la vivienda, al pequeño Estado de Bienestar antes logrado y ahora lejos de su alcance por esa crisis que ellos y ellas no han provocado. Y no creo que desde este escenario se les pueda aportar alguna respuesta, alguna esperanza.

2ª La implicación directa de las tres administraciones civiles habla abiertamente de la dimensión política de esta jornada. Quizás sea inevitable, pues todos nuestros gestos, aunque no lo pretendamos y más si son colectivos, tienen siempre una proyección política que afecta, querámoslo o no, al resto de la ciudadanía.

Pero en este caso, la llegada del Papa -con la ambigüedad que representa su propio estatus- convierte a la JMJ en un acto político de primera magnitud. Porque el Papa, jefe del Estado vaticano, es, a su vez, representante religioso de la Iglesia católica que, aunque no tan dominante como en la historia pasada y reciente, aún conserva una presencia pública suficientemente importante en la sociedad española.

Y esto es lo que crea confusión. Porque si la visita del Papa fuera abierta y exclusivamente como jefe de Estado, gustara o no, sería recibido oficialmente con la cortesía con que se rodea a tantos otros jefes de Estado en los que se ve la representación de un pueblo determinado. Pero en este caso, por tratarse además del jefe de una Iglesia, se añade otra connotación que lo particulariza. Y este particularismo hace que su visita esté siendo contestada por amplios sectores de la sociedad –también católicos- no solo por sus planteamientos religiosos y políticos –que son suficientemente conocidos-, sino, y sobre todo, por el estatus particular que mantiene en España la Iglesia católica de la que el Papa es, en última instancia, máximo representante. Porque para estos ambientes críticos y más seculares la Iglesia católica en España, con los privilegios sociales y políticos que aún acumula, está siendo uno de los mayores obstáculos para la consecución de la igualdad jurídica de toda la ciudadanía y la implantación del Estado laico decidido mayoritariamente por la sociedad española hace más de treinta años.

Y decir laico aquí y ahora no es decir principalmente –salvo raras excepciones- arreligioso o antirreligioso, sino defender ese espacio jurídico neutro en el que caben las creencias y las no creencias, las ideologías y las religiones que colaboran honestamente al proceso de humanización de la gente. Un espacio estatal de todas y todos, inclusivo, sin someter su autonomía a ninguna institución particular o privada. Y muchos estamos convencidos de que esto no será posible mientras algunas instituciones, singularmente la Iglesia católica, mantengan sus actuales privilegios en cuestiones de financiación, enseñanza, fuerzas armadas, etc.

No me gustaría pecar de utópico, pero aún a riesgo de serlo, quisiera oír en esta Jornada Mundial de la Juventud -sin que se trate de un mero sueño- la autorizada voz del representante de la Iglesia católica denunciando unilateralmente los Acuerdos que sus predecesores firmaron con los representantes del gobierno español en 1979. Porque, sin olvidar algunos artículos de la Constitución, estos famosos Acuerdos son el origen de unos privilegios que causan discriminación jurídica y política entre la ciudadanía y privan a la misma Iglesia de la libertad y la capacidad profética necesarias para anunciar con frescura al Jesús del evangelio.

Yo creo que tampoco en este ámbito de la política se supera, como hizo Jesús en el desierto, la “tentación del alero del templo”, es decir, la tentación de difundir el mensaje desde el poder. La Biblia hebrea, refiriéndose al pueblo de entonces, calificaba de adulterio esta alianza religioso-política, por echar en brazos del poder político la confianza debida al Dios verdadero. Y la dimensión religiosa del evangelio cristiano la expresó muy acertadamente Santiago en su emblemática carta a las iglesias difundidas por Asia y Europa a finales del primer siglo: “La religión pura e intachable a los ojos de Dios Padre consiste en cuidar de huérfanos y viudas en su necesidad” (Sant 1, 27).

3ª No quisiera caer en la temeridad de inventarme el discurso religioso que el Papa puede pronunciar en la JMJ 2011. Me gustaría ser sorprendido por su frescura actual y su contenido evangélico. Pero me temo que ni él ni nosotros vamos a tener tal suerte.

Porque, a la vista de algunos otros detalles que, además de su financiación, ya conocemos sobre la Jornada Mundial de la Juventud, como su celebración y programación, sus actores más destacados y el lugar donde se va a desarrollar, muchos católicos nos sentimos verdaderamente preocupados. Porque, aunque se quiera justificar lo contrario, ni la decisión de celebrar la jornada, ni la metodología seguida en su programación han sido horizontales y participativas, desde abajo, sino, como ya nos tienen acostumbrados, verticales y dirigidas; no se han tenido en cuenta, una vez más, las diversas sensibilidades que actualmente existen en la Iglesia española. Por otra parte, se está dando la impresión de que casi todo se está reduciendo a un grupito más o menos nutrido de actores, bien organizados y sumisos a la jerarquía, algunos rozando, sin duda, el integrismo doctrinal y cultivando una espiritualidad intimista y desencarnada. Finalmente, tampoco el escenario o lugar físico donde va se va a desarrollar esta magna concentración parece el más adecuado, evangélicamente hablando, para estas cosas. Se da la impresión de ir antes en busca de la espectacularidad y el poderío mediático que de la humilde sencillez del Reino de Dios.

Vista la trayectoria personal del Papa, testigo privilegiado durante largos años del proceso religioso-espiritual de Occidente (además de su inmediatez a Juan Pablo II), se puede entender esta jornada como diseñada muy a su gusto personal, quizás como una compensación psicológica y hasta como una reacción colectiva ante la decepción causada por la frustración del “revival religioso” que se anunciaba a finales de la década de los setenta. Santesmases refleja certeramente (cfr. Éxodo pp. 14 y ss.) el diagnóstico que el mismo Ratzinger hace de todo este proceso en el prólogo a la edición del 2000 de su libro la Introducción al Cristianismo. Se acentúa en este diagnóstico la deriva seguida por estas sociedades accidentales desde la esperanza que suscitaban en una mayor ”relevancia o presencia pública de la religión” en la década de los setenta al “vacío existencial” de hoy día donde se ha ido imponiendo el “neopaganismo” y la “dictadura del relativismo”. Sin el mesianismo alternativo que representaba por entonces el marxismo y que obligaba a estar vigilantes, el mundo religioso occidental ha caído en una enorme “anomía”, en un ”pluralismo disolvente” en el que cada cual elige “la religión a la carta” que personalmente más le conviene. (En la última visita a España habló de una deriva más, del “laicismo agresivo”).

Ante este panorama, piensa el Papa, es necesario reaccionar y luchar contra corriente, aunque seamos una minoría. Un mensaje que conecta muy bien con ciertas sociedades europeas y españolas dispuestas a lo que Alfredo Fierro calificaría como “recatolización de lo privado”.

Aunque este tema merecería una mayor reflexión, me pregunto si esta reiteración de las visitas papales a España encierran algún propósito oculto, alguna suerte de nueva “recatolización del mundo Occidental”, secularizado y descreído, a partir de las y los católicos españoles. Simulando al politólogo Julles Kepel en su clarividente libro La revancha de Dios (Alianza Editorial 2004), se trataría entonces de una nueva vuelta del “catolicismo de siempre”, o de la “revancha del dios de la cristiandad”. Lo que, frente al proyecto ilustrado, científico y tecnológico que ha ido desmitologizando todo el proceso religioso y separando pacientemente entre razón y creencia, nos llevaría a preguntar si no estaríamos caminando abiertamente hacia un neoconservadurismo peligrosamente asociado a los fundamentalismos ya existentes.

Me temo, en definitiva, que tampoco en esta tercera visita, desde el posible “mensaje recatolizador” del Papa, con la familia y la escuela como lugares centrales, vamos a poder superar esa tercera tentación del desierto, que el evangelio presenta como “de la ostentación y la espectacularidad desde la cumbre del monte”. Porque, desde este encumbrado lugar, va a resultar muy difícil, por no decir imposible, proclamar, como hizo Jesús en la humilde sinagoga de Nazaret, y es el mensaje central del cristiano, el evangelio o “buena noticia a los pobres”, el “año de gracia” que se necesita para devolver las apropiaciones indebidas, para perdonar las hipotecas que echan a la gente de la propia vivienda, para crear puestos de trabajo con salarios y pensiones justas, para compartir con todas y todos los que es de todos y de todas. (Eclesalia Informativo autoriza y recomienda la difusión de sus artículos, indicando su procedencia).

 

Fuente Eclesalia

Invitación a “los gentiles”. Por Susana Tampieri

El Arzobispo de Trieste, Monseñor Giampaolo Crepaldi, Presidente del Observatorio Internacional “Cardenal Van Thuân” sobre la Doctrina Social de la Iglesia, se refirió a un escrito del Papa, invitando al diálogo a los “gentiles”, en los atrios o patios de las iglesias Católicas.

Dicho texto se inicia con una propuesta que se remonta a los primeros siglos del Cristianismo, en que la religión -Emperador Constantino mediante- se legalizó y en que Teodosio, la designó como religión del Estado.

Triste época, por cuanto la persecución del Imperio a los cristianos, reproducida incansablemente por Hollywood y en los almanaques con santos, santas y mártires, fue reemplazada por igual impía persecución de paganos, judíos y todo aquél que no aceptara la nueva fe y sus flamantes autoridades.

Basta rendir homenaje -en tiempo de Cuaresma, justamente- a Hypatia, quien fuera cruelmente ejecutada, en Alejandría. Filósofa, astrónoma y matemática, celosa defensora de los restos que quedaban, de la famosa Biblioteca incinerada en aquella ciudad. Una turba fanática, incitada por el Obispo Cirilo, (ella no quiso bautizarse) la arrastró, despedazó y quemó.

La palabra “gentil”, significa hoy: amable, encantador, agraciado… pero se remonta al mundo bíblico del Antiguo Testamento. Era gentil el que no era judío. Tal como los griegos denominaban “bárbaros” a todo el que no fuese helénico. Los cristianos, ya instalados, llamaron así al que no compartiese su fe: a los idólatras, adoradores del becerro de oro y de cualquier mito que no fuese el dogma, por ejemplo, a los paganos que seguían a Platón (como Hypatia) o a Aristóteles o a Epicteto.

Luego vinieron Galileo, Giordano Bruno y tantos otros, que no figuran en ningún almanaque, quienes fueron quemados vivos, en diferentes etapas históricas, pero siempre con el pretexto de su herejía, de su condición de subversivos, de enemigos de la sociedad, es decir, del poder. O de la Iglesia, es decir, del Poder. ¿Y dónde tenían lugar estos autos de fe? En los atrios o patios de las iglesias. ¡Vaya lugar para sentarse a dialogar!

Otro agravante es que el debate -que siempre es bienvenido- se debe dar en una situación entre iguales. ¿Cómo discutir libremente con quien se proclama representante de Dios en la Tierra? ¿El único monarca absoluto del mundo, en un pequeño Estado de pocas hectáreas, que adquirió en el siglo XX, gracias a pactos con el dictador Mussolini ? Estado que sólo integra las Naciones Unidas como observador, porque no reúne las condiciones mínimas de un Estado normal, vg: sin crecimiento demográfico; sin división de Poderes; protegido por una guardia de mercenarios suizos.

Si el diálogo no se entabla directamente con el Papa… será con alguno de sus acólitos, que llevarán mandato de su Santidad, ya que la idea fue de él.

Monseñor Crepaldi glosa la propuesta, enumerando las diferentes idolatrías que han reemplazado, en estos tiempos, al antiguo becerro. Son: el ecologismo, el vitalismo, el cientificismo, el materialismo, el psicologismo, el desarrollismo, el tercermundismo, el pauperismo, la ideología de género, la ideología de la diversidad, el economicismo, el inclusivismo, el narcisismo y el reduccionismo.

Este Papa -que abolió el Limbo para que los embriones entren al Cielo y que corrige a Juan Pablo II insistiendo en que el Infierno es un lugar real- pone a todas las búsquedas de conocimiento, teorías, reivindicación de cuerpos que pertenecen a seres humanos conscientes de su derecho a elegir. Sin embargo, no veo que incluya al fascismo o al nazismo y mucho menos al franquismo, cuyos herederos siguen activos hoy, con el prefijo “neo”.

Idólatras son los curas tercermundistas o de la Opción por los pobres (pauperismo) pero no lo son los Von Wernich, Grassi o Monseñor Storni, a quienes no se los ha castigado “ad divinis”, como a Alessio, en Córdoba, por defender el matrimonio igualitario; aunque hayan sido condenados por Tribunales de la Nación, como asesino el primero y pedófilos, los segundos.

Idólatras somos los que estamos en contra de la mega minería contaminante (ecologismo).

Idólatras somos los que luchamos porque hombres y mujeres, que compartimos este planeta, tengamos los mismos derechos, que no son otros que los derechos humanos (ideología de género), aquellos que defienden el progreso material de los pueblos. Idólatras somos los que defendemos el pluralismo, lo que se logró -en algunas latitudes y nunca del todo- después de baños de sangre en las guerras de religión. Y que se reeditarán de seguir creciendo los fundamentalismos.

Los ateos no somos “gentiles”. No mandamos a nadie a la hoguera por creer en un Dios o en varios. Confiamos en la ciencia, mientras que San Pablo, en su Carta a los Corintios (1 cap. 13,8) profetizaba su desaparición.

En un mundo donde cada uno aprenda a no hacer a otros y a otras, lo que no le gusta que hagan con él o ella.

Los ateos también tenemos valores, legitimados, porque no aguardamos recompensa ultra terrena; valores en los que creemos ya que no existe monopolio en la materia.

Un mundo en que el Estado sea laico, es decir neutral, sin canonjías y preferencias por ningún culto en particular. Es la República -sistema que se instauró luego de la denostada Revolución Francesa de 1789- la que garantiza la libertad de creencias, de expresión, de reunión, de prensa (se pueden agregar, pero no quitar).

Y si discutimos y debatimos será en un pie de igualdad y no al pie de un trono y en un lugar que, como reconoce el mismo Arzobispo de Trieste, si bien no está dentro del templo, pertenece a terreno eclesiástico.

 

Fuente: Diario Los Andes

Ortodoxia frente a teología crítica. Por Juan José Tamayo Acosta

Jesús apenas hace pie en la historia, según el nuevo libro de Benedicto XVI. La cristología papal es la imposición del pensamiento único sobre el pluralismo

Benedicto XVI lleva treinta años fijando rígidamente los límites entre la ortodoxia y la heterodoxia en la teología católica en todos los terrenos: seminarios, universidades católicas, facultades de teología, investigaciones, publicaciones eclesiásticas, y en todos los escenarios donde está implantado el catolicismo. Primero lo hizo al frente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cargo al que fue aupado por Juan Pablo II, a quien beatificará el próximo 1 de mayo como muestra de sintonía en vida y tras su muerte. Ahora, como Papa, sigue definiendo la ortodoxia y condenando el relativismo, al que califica de dictadura. Ha ejercido la función magisterial autoritariamente, sin que le temblara el pulso a la hora de amonestar, citar a juicio o firmar sentencias condenatorias contra teólogos y teólogas que no tienen su mismo pensar y sentir, sean especialistas de reconocido prestigio, compañeros en el aula conciliar, colegas con quienes compartió la docencia, e incluso alumnos a quienes como profesor premió con las mejores calificaciones y ayudó a publicar sus primeros trabajos. ¡Lástima que no haya mostrado la misma solicitud y decisión en los casos probados de pederastia de clérigos y religiosos reincidentes! Este modo de proceder represivo de las libertades de expresión, de cátedra y de investigación se sitúa en la dirección contraria al concilio Vaticano II -del que él fue asesor teológico- que invita a ejercer “el espíritu crítico más agudizado” que libera “la vida religiosa de un concepto mágico del mundo y de residuos supersticiosos” y facilita “una adhesión verdaderamente personal y operante de la fe”.

Hoy vuelve a fijar los contornos de la recta doctrina en el segundo volumen de su cristología Jesús de Nazaret. Desde la Entrada en Jerusalén hasta la Resurrección, que acaba de aparecer con un despliegue publicitario espectacular, precedido de la filtración, por parte del Vaticano, del capítulo que exonera al pueblo judío en la muerte de Jesús, tesis que nada tiene de novedosa. Es verdad que no se trata de una declaración magisterial de carácter dogmático, sino de un ensayo teológico, pero lleva la marca papal en la misma portada donde aparece el doble nombre: Joseph Ratzinger Benedicto XVI. La imagen que ofrece en el libro es la un Jesús pensado y vivido desde la fe de la Iglesia y despolitizado. Un Jesús que pasa por la tierra como por brasas sin implicarse en la vida social de su pueblo, que no constituye peligro alguno para el Imperio Romano, que anuncia un reino de Dios basado en la “verdad que está en el intelecto de Dios” y que apenas hace pie en la historia. Un Jesús que separa con nitidez religión y política, y cuya muerte no es consecuencia del conflicto con el poder, sino autoentrega vicaria para la reconciliación de la humanidad con Dios. Benedicto XVI se distancia así de la exégesis liberal y desconfía de los métodos histórico-críticos, como ya hiciera en el primer volumen publicado en 2007. Llega a decir que “el ‘Jesús histórico’, como aparece en la corriente principal de la exégesis crítica…, es demasiado insignificante en su contenido como para ejercer una gran eficacia histórica” (página 9). Pero, al mismo tiempo, y desde una no confesada ingenuidad hermenéutica, dice tratar de “llegar a la certeza de la figura realmente histórica de Jesús”, misión imposible, como ya demostrara Albert Schweitzer a principios del siglo pasado. La cristología papal silencia los resultados de las investigaciones de la sociología, la arqueología, la antropología cultural y la historia social sobre el Jesús histórico y el cristianismo primitivo. Descalifica las aportaciones de las teologías políticas y de la revolución. Desconoce algunas de las más importantes e influyentes cristologías de la segunda mitad del siglo XX, escritas por colegas suyos como Edward Schillebeeckx, Karl Rahner y Hans Küng. Silencia las reflexiones de la teología de la liberación sobre la praxis histórica de Jesús bajo la guía de la opción por los pobres. Pasa por alto la hermenéutica de género de la teología feminista y se mantiene dentro de la cristología patriarcal. Las referencias bibliográficas se circunscriben en buena medida a autores alemanes, pero muy selectivamente, con exclusión de los creadores de la teología política y de la esperanza, Johann Baptist Metz y Jürgen Moltmann respectivamente, y de exegetas como Willi Marxsen y Gerd Lüdemann.

Los libros de Ratzinger-Benedicto XVI constituyen hoy el nuevo canon eclesiástico al que atenerse a la hora de hacer teología, mientras son condenadas algunas de las cristologías más relevantes pensadas en el horizonte de la liberación, del pluralismo religioso y de las investigaciones sobre el Jesús histórico, como, entre otras, Jesucristo liberadorLa fe en Jesucristo, de Ion Sobrino; Jesús, símbolo de Dios, de Roger Haight; Hacia una teología cristiana del pluralismo religioso, de Jacques Dupuis, y Jesús. Aproximación histórica, de José Antonio Pagola.

Es la imposición del pensamiento único sobre el pluralismo, del dogma sobre el símbolo, de la ortodoxia sobre la ortopraxis y, en fin, de la Iglesia sobre Jesús de Nazaret. En estas condiciones no es posible hacer teología crítica dentro de la Iglesia-institución. ¡El cristianismo al revés!

 

Carta abierta a Benedicto XVI. Por José Luis Cortés

“Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería”
Te escribo para recomendarte el libro “Curas casados, historia de fe y ternura”. Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.

Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula “Curas casados. Historias de fe y ternura”, y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.

Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. “El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía”.

El libro tampoco es “un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial” (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, “animadores de la fe y de las celebraciones”. Demostrar, con los hechos, que “es posible ser cura sin ser clero” (87).

A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.

Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que “muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina” (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: “No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción”. Convencidos de que: “Nos incumbe como tarea pastoral acumular ex periencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general” (96).

Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?

Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). “Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia” (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.

La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.

“Al seminario se entra con babas y se sale con barbas”, le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.

A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).

En ese espíritu conciliar, “eso de ser ‘segregados del pueblo’ nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos” (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque “no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito” (81), y porque “un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad” (126).

“El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia” (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.

Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: “En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación” (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente… Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.

Y también historias de ternura.

En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, “El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado” (171). Y se insiste en que “No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato” (176).

En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, “el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad” (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.

En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente “Susan”, y no Su Santidad…! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.

A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: “Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia” (174). Y “¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?” (342).

Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero “casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad” (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, “pero ahora sin el sacramentalismo abrumador” (164).

Está claro que “quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar” (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos “vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos” (89), y sin “reducirse al estado laical”, expresión que ofende también a los laicos (280).

Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: “Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia” (263).

Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: “En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano” (275). “El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil” (209).

Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser “hijo o hija de cura”, y de esto también se habla en el libro… Pero tengo que ir terminando.

El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que “dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial” (87) y cuyo tino fue “saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (…) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo” (87).

Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.

En fin, “Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones” (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que “la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos” (325), porque ya “no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II” (326).

“La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida” (50), dice uno; porque “tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización” (60). Y resume Castillo en el epílogo: “La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar” (346).

Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.

Porque, como se dice en el libro, “lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado” (175).

Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro (”parresía”, lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años (”Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes” (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados… Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. “Rozando la tercera edad, nosotros seguimos” (282).

Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados… ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: “mañana hará bueno”?

Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.

Un abrazo, Santidad (o “Santi”, si lo prefieres).

 

Fuente: Religion Digital

José Luis Cortés es autor de una serie de excelentes libros de comics donde en muy pocas palabras y con un finísimo humor va presentando lo esencial del cristianismo y una ácida crítica a la institución eclesiástica.

 

 

Canciller del Cielo. Por Guillermo “Quito” Mariani

Desde las monarquías los soberanos acostumbraban a tener un canciller que era tan poderoso como el mismo monarca aunque actuaba en su representación. En caso de errores diplomáticos o tácticos los cancilleres o secretarios eran  destituidos.

Los pontífices romanos son considerados como una especie de cancilleres de Dios, a perpetuidad. No es posible destituirlos a no ser que el mismo Monarca del cielo ordene su desaparición. Como cancilleres del cielo, ellos tienen la potestad de abrir o cerrar las puertas, de sellar los decretos, de orientar autoritariamente las políticas del reino.

El 1ro de Mayo, Benedicto XVI, canciller del cielo, entreabrirá la puerta a un antecesor absolutamente identificado con él en la política anticonciliar de la iglesia actual. De eso viene a tratarse una “beatificación”. Con un permiso especial otorgado por él mismo, abrevió el tiempo de cinco años para comenzar el llamado “proceso de beatificación”. Acaba de concluir con la constatación de un milagro, dificultosamente aprobado como tal, que se debería a la influencia que Juan Pablo II tiene frente a Dios. Es curioso que este anticipo del tiempo prudencial para iniciar un proceso que se denomina como “heroicidad de virtudes”, haya sido violado en los últimos tiempos, de acuerdo al criterio pontificio. Sucedió con la madre Teresa de Calcuta y ahora con Juan Pablo II. Anteriormente Juan  Pablo II después de una valiosa colaboración del Opus Dei para salvar las finanzas pontificias, apresuró la canonización de su fundador José María Escrivá de Balaguer beatificado en 1981 y canonizado ( lo que significa abrirle por completo las puertas entornadas ) en el 2002.

Es conocido que, como prueba definitiva agregada a todos los testimonios de “heroicidad de virtudes” se necesitan uno o dos milagros, constatados científicamente por los expertos del Vaticano. Esos milagros, certificados por el Canciller como de autoría divina, aseguran que el integrado a la lista oficial (canon) está en el Cielo. El apresuramiento de Benedicto XVI es explicable si se piensa que él fue el personaje más influyente en el pontificado anterior y esto significará su propia pequeña beatificación. Aquí es preciso detenerse para dos reflexiones muy simples. Primero: ¿puede alguien arrogarse el privilegio de conocer perfectamente lo que pasa en ese espacio de Dios que llamamos “trascendencia” o Cielo? ¿No es atrevimiento juzgar que Dios interrumpe las leyes naturales, como en una especie de diversión juvenil, para mostrar que premió a un ser humano con su presencia celestial? Y segundo ¿No sería legítimo exigirle a este Dios que se preocupara de hacer otros tantos milagros como hacen falta para remediar tantas flagrantes injusticias y sufrimientos de inocentes (entre otras cosas)?

Me vienen a la memoria dos títulos “Los santos vienen marchando” la famosa melodía de Louis Armstrong y “Los santos van al infierno” el libro de G. Cesbrón. Aunque no haya sino una referencia lejana, creo que los dos títulos sirven para mostrar una realidad. Por una parte, que en ese Cielo ya tiene que haber preocupación porque son tantos los santos que mandan sus cancilleres (previa organización de grandes peregrinaciones y contratos con las compañías de viajes), que ya se produce superpoblación. Por otra parte los verdaderos santos, con heroicidad de virtudes, como Angelelli, Romero, Casaldáliga, Samuel Ruiz, Helder Camara, y los que con claridad y limpieza construyen una teología humanizada, son enviados al foso, condenados y excluidos. Al infierno, como Küng, Castillo Sánchez, Pagola, Alvarez Valdés, Boff, Gutiérrez, Tamayo, Fiorenza…

Juan XXIII  hizo demasiado bien a la Iglesia, actualizando su diálogo con el mundo. Y esto es imperdonable para el actual pontífice. Por eso el proceso de su beatificación no marcha.

Nadie tiene por qué cargar con pecados de sus amigos, pero sobre Juan Pablo II pesa la responsabilidad de no haber aclarado la muerte de Juan Pablo I y la de haber detenido en más de una oportunidad la investigación sobre el abusador Marcial Maciel fundador de los Legionarios de Cristo, su amigo íntimo. El 1ro. de Mayo el Canciller de Dios firmará y afirmará solemnemente la condición de beato de Juan Pablo II, y si se produce otro milagrito, próximamente llegará la canonización.

Carta abierta de José María Castillo a José Antonio Pagola: “Lo más duro es no saber qué está pasando y porqué está ocurriendo” Por José María Castillo

“En esta Iglesia hay demasiado miedo a decir en público lo que cada uno piensa”

Querido José Antonio: Quiero expresarte, ante todo, mi solidaridad en la dolorosa situación que estás viviendo. Sé muy bien, por propia experiencia y por lo que cuentan otros teólogos bien conocidos, que, en circunstancias como la que tú estás pasando, uno se puede ver enfrentado a hechos y decisiones que son más duras y difíciles de lo que quizá se pueden imaginar quienes las provocan.

Recuerdo aquí la patética confesión pública que hizo el insigne moralista B. Häring, cuando poco antes de morir escribió aquel pequeño libro en el que contaba cómo había sufrido dos procesos en su vida, el que le hizo la Gestapo en la segunda guerra mundial, y el que lo hizo el Santo Oficio en Roma. Y al anciano profesor aseguraba que le había resultado más soportable el proceso de la Gestapo que el del Santo Oficio.

Como también tengo delante de mí el “Diario de un teólgo”, que dejó escrito el más grande estudioso de la eclesiología, el profesor Y. Congar. En una carta a su anciana madre le decía: “Me han destruido prácticamente. En la medida de su capacidad, me han destruido….No han tocado mi cuerpo; en principio, no han tocado mi alma. Pero la persona de un hombre no se limita a su piel y a su alma.

Sobre todo, cuando ese hombre es un apóstol doctrinal, él es su actividad, es sus amigos, sus relaciones, es su irradiación normal. Todo esto se me ha retirado; se ha pisoteado todo ello, y se me ha herido profundamente. Se me ha reducido a nada y, consiguientemente, se me ha destruido. En ciertos momentos… soy presa de un inmenso desconsuelo” (p. 473-474).Al final de sus días, Congar fue nombrado cardenal por Juan Pablo II.

Lo más duro, en estas situaciones, es no saber exactamente lo que etá pasando y por qué está ocurriendo. Son muchos y excelentes los teólogos que han leído y releído tu libro sobre Jesús. Y no han encontrado en él nada que sea contrario o que ataque el dogma cristológico. Además, tú has corregido el libro siguiendo las indicaciones que te había dado la Conferencia Episcopal.

Tu libro ha encontrado más acogida que ningún otro libro de teología escrito en lengua castellana en los últimos tiempos. Y con todo eso, no contentos quienes te atacan desde la sede central del episcopado español, han mandado retirar el libro de las librerías, se dice además que también han mandado destruir los ejemplares que quedaban por ahí. ¿Qué quieren realmente? ¿Qué pretenden? Que lo digan claro, por favor. Que sean sinceros.

Es demasiado fuerte verse perseguido en cincunstancias así. En abril de 1988, a mí se me comunicó oralmente (jamás se me ha dado un papel escrito o firmado por alguien), que la Santa Sede me retiraba el permiso para seguir enseñando en la Facultad de Teología de Granada, donde yo era catedrático de Teología dogmática. Nunca he sabido, ni he podido saber, por qué se tomó aquella decisión.

Sólo sé que el entonces Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, cardenal J. Ratzinger, junto con el cardenal Suquía y con el obispo don Fernando Sebastián, visitaron al entonces superior general de los jesuitas F. J. Kolvenbach. Aquella entrevista es la explicación de la dura medida que se tomó contra mí.

Ni sé los temas que allí se trataron, ni tuve, por tanto, posibilidad de defenderme. Después de aquello se me ha calumniado y se han dicho de mí cosas muy duras, por hombres que hoy ocupan cargos muy altos en la administración de la Iglesia.

Y ahora, además, habrá que quien me acuse de que me defiendo. Si, a mis 81 años, no puedo ni debo defenderme, ¿qué es entonces lo que se puede hacer en la Iglesia? Me defiendo porque son demasiados los que callan.

Porque en esta Iglesia hay demasiado miedo a decir en público lo que cada uno piensa, por más que lo que uno piensa esté dentro de la ortodoxia de la fe católica. El citado Y. Congar, un eminente teólogo y un excelente religioso dominco, decía en su “Diario”: “tengo miedo de que lo absoluto y la simplicidad de la obediencia me pueda llevar a una complicidad con el abominable régimen de denuncias seccretas que es la condición esencial del Santo Oficio, centro y clave de bóveda de todo lo demás” (p. 305).

Amigo José Antonio, sólo la fe en Jesús el Señor y el amor a la Iglesia nos van a sacar adelante. Pero esa fe y ese amor son un pan cuya levadura es la libertad del Evangelio.

Fuente Redes Cristianas

El Blanco renunció al blanqueo! Por Guillermo “Quito” Mariani

¡Una buena para empezar el año!

El 31 de diciembre, fecha en que se vencía el plazo para que el Vaticano aceptara oficialmente reformar la legislación del IOR, a fin de evitar transferencias anónimas y blanqueo de dinero , quedó firmado el acuerdo. La Comisión especial creada por la Unión Europea para evitar esos trámites irregulares,  había conminado al Vaticano a responder claramente sobre la procedencia de varias transferencias realizadas al IOR sin la debida especificación de origen. Con la excusa de dificultades comunicacionales se postergó hasta el útimo día del plazo otorgado por la asociación internacional el  compromiso solicitado. Los millones de euros transferidos estaban incautados por la Banca italiana y es posible que éste haya sido un resorte importante para que Benedicto XVI aceptara los términos de la conminación, aunque fuera a último momento.

Como sea, lo cierto es que ya hay un compromiso escrito de que el famoso IOR, que es el banco hasta ahora autónomo e independiente del Estado Vaticano, jugará con las reglas de transparencia y legalidad exigidas internacionalmente. ¡Y esto es un gran alivio! Porque, a pesar del tiempo transcurrido, la gente con memoria no se olvida de los hechos tan oscuros como vergonzosos que salieron a la luz con el suicidio, todavía no aclarado, de Roberto Calvi director del banco Ambrosiano en el que el Vaticano era el principal accionista. Las sospechas de entonces se extendieron hasta el manejo de dinero de la mafia y de la P2.

De manera parecida al pronunciamiento reciente  sobre la permisión de que los sacerdotes u obispos transgresores sexuales  sean sometidos como cualquier ciudadano a las leyes  y sanciones civiles, también ahora, desde el 2011, el Vaticano promete y se compromete a regularizar su conducta financiera. Hay que notar que el IOR (Instituto para obras religiosas) está bajo la responsabilidad directa de una comisión de cardenales.

¿Cómo se explica que,nada menos que la Iglesia católica cuyo signo máximo de representatividad es ese personaje de blancas vestiduras impecables que llamamos Sumo Pontífice o Santo Padre, esté penetrada por estas conductas deshonestas y sombrías? .No es difícil analizar con simplicidad el proceso, tanto en el micro ambiente de distintas instituciones eclesiásticas dedicadas a ayudar a los más cadenciados, cuanto  en los niveles de las máximas jerarquías.

Lo que se dedica a los pobres,  piensan muchos, no puede ser sometido a exigencias. Venga de donde venga el dinero hay que aceptarlo para hacer el bien. Era el principio de la “casi santa canonizada” Madre Teresa de Calcuta. Y eso,  hasta parece razonable y justo. Es para los pobres y ¡basta!

No se piensa que de este modo, todas las rapiñas, las opresiones, y hasta los delitos de lesa humanidad quedan en algún sentido, justificados.  Es un elegante y sagrado acto de lavado de manos y de dinero. Pero, además, cuando no hay control imparcial, por inspecciones periódicas, de los manejos financieros, en las instituciones exentas por su prestigio religioso, fácilmente comienzan a deslizarse conductas irregulares que favorecen intereses personales o corporativos. Y de aquí, no hay más que un paso a que se realicen transacciones absolutamente anónimas que arman una estructura perjudicial  no sólo para el manejo económico, sino también para la dignidad y honestidad humanas.

El reciente pedido papal de que haya menos agresividad al juzgar a la Iglesia, supone al mismo tiempo un pedido no expresado, pero que ya es clamor, de que en la Iglesia se acaben estos escándalos públicos de orden sexual y financiero que son tradicionalmente condenados severamente y a la vez admitidos, por las mismas autoridades eclesiásticas. Y hay que pensar, además, cuánto daño se causa a la iglesia toda, cuando por necesidad de cubrir algunos de estos negocios turbios, hay que recurrir a instituciones tan poderosas como el Opus Dei que con la contribución económica de sus miembros de todos los niveles, esclaviza a las autoridades vaticanas e impone una conducta definitivamente contraria al Concilio Vaticano II con Juan XXIII, Pablo VI y Juan Pablo I.

Volviendo al comienzo, hablábamos de una buena noticia para comenzar el 2011, y esperamos no quedar, con el paso del tiempo, defraudados.

José Guillermo Mariani (pbro)

La Iglesia católica optó por los ricos. Por José Comblin

Es tan buena esta entrevista a nuestro querido José COMBLIN, habla con tanta libertad y tanta clarividencia, que no nos permitimos privar a nuestros lectores de se lectura ni un día más, aunque hoy ya hayamos publicado un artículo extenso. En síntesis dice Comblin:  el problema es el Papa, o sea la función del Papa, una dictadura implacable con muchas formas de dulzura y amabilidad, pero implacable. Y esto se vio, después del Vaticano II, antes en Europa que en América. Pero ahora nos damos cuenta que la dictadura romana está destruyendo lo que por aquí se había adelantado como “iglesia de los pobres, de base, de liberación”.

ENTREVISTA publicado en revista El Periodista, edición Nº 200, 30 de diciembre 2010

JOSÉ COMBLIN, CREADOR DE LA TEOLOGÍA DE LA LIBERACIÓN: “LA IGLESIA CATÓLICA OPTÓ POR LOS RICOS”

José Comblin nació en Bruselas en 1923. Hoy, con 87 años, llegó a Chile a visitarnos, ver nuestra realidad y mostrar su pensamiento. Lo hizo como en 1972, cuando expulsado de Brasil, lugar donde residía, este cura belga, uno de los creadores de la Teología de la Liberación, se vio obligado a salir y buscar refugio en el país de la Unidad Popular.

Hace 60 años que es sacerdote, fue unos de los creadores de la Teología de la Liberación y se vino a América porque estaba frustrado de la iglesia europea, “con una fachada todavía poderosa pero donde el evangelio estaba ausente”, y encontró su oportunidad cuando Pío XII pidió sacerdotes “para luchar contra el comunismo de America Latina

Tras su paso por Chile, volvió a Brasil. Escribió un libro denunciando la doctrina estadounidense de la seguridad nacional lo que le valió una nueva expulsión. Regresó a Brasil, donde vive desde 1980.

Entrevista

P: Usted conoce bien Chile y las almas de los chilenos ¿estamos bien, nos encuentra felices o despreocupados?

R: “Felices. A lo mejor porque he estado con personas felices, no parece haber preocupación. No hablaron mucho del bicentenario, no sé si tal vez no hubo fiestas animadas, pero los chilenos son los ingleses de América del Sur. No son tan exuberantes”.

    P: En los años 60 y 70, con todo el auge de la teología de la Liberación, ¿se imaginaba este mundo?

    R: “Hubo mucha concentración en la economía. No se pensaba, así mismo, que el porvenir sería un culto a esa concentración. Nadie se podía imaginar una evolución así”.

      P: ¿Qué queda de la teología de la liberación?

      R: “El promedio de edad es de 80 años, los teólogos de la liberación son mayores de 80 y no apareció una nueva generación. La represión fue muy fuerte, terrible y la dictadura del Papa aquí en América Latina es total y global. Acá se puede criticar a Dios, pero no al Papa. El Papa es más divino que Dios. Cualquier cosa que venga de Europa se aplica radicalmente, por otra parte, el papa Juan Pablo II, nombró toda una serie de  obispos disciplinados, sumisos, obedientes, de tal modo que es difícil encontrar en América Latina algún obispo con cierta personalidad, fueron elegidos justamente porque no tenían personalidad. Ahí las consecuencias: sumisos.

        La Teología de la Liberación no ha sido bien vista y el Papa ha sido el gran enemigo y adversario. Ni en los seminarios ni en las facultades de teología se puede hablar de eso. Entonces, apareció una nueva generación que considera que eso es ya del pasado, que ya ha muerto, se terminó. No interesa más. Para la nueva generación de obispos y sacerdotes, ya no existe”.

        P: ¿Cómo ve la situación de las comunidades cristianas de base, tienen fuerza hoy?

        R: “Es igual, donde hay un sacerdote anciano, continúan. Los jóvenes no se interesan ni entienden. Subsisten donde todavía hay sacerdotes que han vivido eso, que lo han creado”.

          P: ¿Qué va a pasar con esta Iglesia, dónde está poniendo el acento hoy y cuál es la proyección de esto en la medida que ustedes no pudieron transformarla?

          R: “En el mundo popular, en América Central el 50 por ciento de la población es evangélica. En otros países, el 30 por ciento. La Iglesia Católica ha abandonado a las clases populares, salvo los viejos, algunas reliquias del pasado como Mariano Puga, en las nuevas generaciones no se encuentran personalidades así. No se interesan más, salvo en algunos discursos o palabras bonitas. En la práctica, no. Hoy las universidades y colegios católicos son para la burguesía. El porvenir de América Latina es ser un continente evangélico protestante, salvo su clase alta. Así el Opus Dei y los Legionarios de Cristo, y todas esas asociaciones que hay de ultra derecha, van creciendo en ese sector”

            P: ¿Cuál es su opinión sobre estas asociaciones que mencionó?

            R: “Estos tienen la confianza de la curia romana y después representan la plena libertad dada a personalidades que son como los grandes Rockefeller, los conquistadores, como Escrivá de Balaguer que era un capitalista, el hombre que va a triunfar, que va a disfrutar el mundo, que va a ganar, ser rico, poderoso y que es capaz de crear gente totalmente subordinada, soldados con mentalidad de soldado, estos son todos hombres deformados psicológicamente, cómo son los futuros dictadores, Maciel de los Legionarios de Cristo, que se descubrió que tenía una vida paralela, fue un hombre que ha logrado reunir una fortuna  de 50 mil millones de dólares. Su chantaje, su palabra y su exigencia, llegaron a los millonarios.

            Hoy, los que han trabajado con él, sus colaboradores, todos dicen y afirman, que no sabían nada de la vida paralela. Cómo, trabajan 40 años con él y no saben nada, que tiene una familia, tres hijos, que practicó la pedofilia con los niños, alumnos de formación, de sus colegios, que tenía un mundo de amantes. ¿Todo eso no lo sabían? Se supone entonces que ellos son cómplices y también tienen una vida paralela”.

            P: ¿Cómo mantienen el poder y el secretismo?

            R: “Donde hay uno o dos obispos del Opus Dei en el Episcopado, intimidan a todos los demás. Los otros se quedan callados y uno solo habla, eso es un problema de psicología social típico de dictaduras”.

              P: ¿Cómo esta transición de Juan Pablo II a Benedicto XVI, a usted le ha llamado la atención el camino recorrido por Benedicto o es más de lo mismo?

              R: “Es lo mismo”.

                P: ¿Pero no esperaba que fuera peor?

                R: “Es que han sido elegidos por los mismos. Fue el Opus el que eligió a Juan Pablo II y al actual, practicando el chantaje, intimidando a los cardenales. El próximo Papa será igual porque el Opus tiene un poder muy fuerte. Es una continuación con pocas variaciones. El papa actual tiene más preocupaciones de doctrina y naturalmente no tiene la simpatía, el carisma, de Juan Pablo II, que era una cosa excepcional, pero globalmente es la negación del Concilio Vaticano II”.

                  P: ¿Dónde está Dios que ha permitido todo esto?

                  R: “Dios, ¿sabe dónde está? Está en la población La Victoria, está en La Legua, en la cárcel, pero de Roma ha desaparecido hace mucho tiempo. Hay algunos obispos excepcionales, gente buena, amable, gentil, acogen bien, pero no se puede entrar ningún problema, allí no, es lo que dice el Papa. No se discute siquiera top secret”.

                    P: Más allá de la represión fuerte de esta dictadura vaticana que usted menciona ¿cuál es la autocrítica que hace como creador de la Teología de la Liberación, que no pudieron generar una herencia, un desarrollo, qué pasó ahí?

                    R: “Es claro que hubo la ilusión de que el Concilio Vaticano II entraría en la práctica y no entró. Eso fue una confianza grande,  entonces merecería un cambio, era subestimar las fuerzas dominantes en la Iglesia Romana. Ahora siempre queda más claro que el problema es el Papa, o sea la función del Papa, una dictadura implacable con muchas formas de dulzura y amabilidad, pero implacable.

                      Como latinoamericanos, no hemos criticado la sumisión tradicional al Papa ni destacar que el problema de la Iglesia Católica es el Papa, y a veces Pablo VI se daba cuenta, pero tenía miedo de las consecuencias y Juan Pablo II, a veces, se daba cuenta de lo mismo. Cómo el Papa va a conocer la realidad de cada país y el asunto es quién lo aconseja. La autocrítica es haber confiado en el Concilio Vaticano II”.

                      P: ¿Y qué debieron haber hecho, quebrar a la Iglesia en su momento?

                      R: “En ese momento, en Europa, la crítica se centra en el Papa pero en América Latina, diga eso en la Iglesia chilena, quién va a entender qué significa eso. Algunos jesuitas sabrán, algunos otros religiosos, algunos viejos sacerdotes, pero no van a decirlo, pero lo pueden descubrir y pensar, pero todavía falta. Es difícil prever qué va a pasar. Creo que va a haber un shock cuando se den cuenta de que el continente se transforma en un continente protestante.

                      Hay una resistencia psicológica, miedo de tener que ver algo, entonces no se toca. Es ese el desafío principal y es por que habría que reconocer que han escogido a los ricos, han escogido permanecer con la clase alta, con la burguesía y eso es evidente pero no quieren verlo. En Chile eso es más que evidente, aquí es espectacular, el desarrollo que tiene en las universidades católicas, los colegios del Opus y los Legionarios.

                      Por mi parte considero que el porvenir del cristianismo está en China, Corea, Filipinas, Indonesia. Se estima que sólo en China hay 130 millones de cristianos, martirizados porque prácticamente están perseguidos. En Brasil no hay esa cifra, sería difícil encontrar a 30 millones. Casi todos son evangélicos”.

                        P: Si tuviera la posibilidad de decirle algo a cientos de sacerdotes jóvenes, si pudiera hablar directamente con ellos y abrirle los ojos en esta situación ¿qué les diría?

                        R: “Yo les diría: “váyanse a vivir a las poblaciones para conocer la realidad, porque si no conocen todo es palabras. Nuestra aliada es la realidad, el que no ve la realidad no ve lo que es la humanidad. Se queda con palabras y discurso, pero no puede crear nada. No hay receta pero si se van, porque tienen cabeza y corazón, descubrirán lo que hay que hacer”

                          P: ¿Y qué le parece que canonicen a Juan Pablo II, como él lo hizo con monseñor Escrivá de Balaguer?

                          R: “El papado de Juan Pablo II fue catastrófico. Todos los que han hecho su carrera con él han podido ser cardenales, a pesar de su mediocridad personal. No merecían nada pero él los promovió,  ¡claro que ahora quieren canonizarlo! Una vez  que han canonizado a Escrivá, todo el mundo sabe que se puede ser santo sin tener virtud alguna”.

                            ENVÍA ESTE DOCUMENTO PARA SU DIFUSIÓN, HOY 5 DE ENERO DE 2011:

                            Movimiento TeologìaS de la Liberaciòn – Chile

                            Cuadernos Opciòn Por los Pobres-Chile

                            Correo: opcion_porlospobres_chile@yahoo.com

                            Rosas 2090. Santiago – Chile

                            Fuente: Atrio.org

                            Como el cangrejo. Guillermo “Quito” Mariani

                            La visita del Sumo Pontífice, Su Santidad el Papa, o el Santo Padre, a un país católico o a los católicos de un país, constituye un acontecimiento que despierta  expectativas mundiales. Los actos, las actitudes y las palabras son recogidos al detalle o por el fervor de los católicos o por la prensa ávida de novedades. La visita del Papa a España aprovechando la celebración del Año Santo Compostelano que convoca a multitudes de todas partes, cumplió con esas características de manera muy especial. Ya en el vuelo, la primera entrevista sirvió para manifestar una especie de obsesión pontificia con respecto a problemas referidos al sexo,  como el aborto y las relaciones sexuales, que las distintas comunidades están tratando de resolver concretamente.

                            España es un país tradicionalmente católico. Aunque en muchas oportunidades vacías de sentido cristiano, las celebraciones católicas conservan su majestuosa solemnidad y dan pie a largas manifestaciones, religiosas y no, con exitosa convocatoria turística. En esto hay un conservadurismo que puede calificarse de costumbrismo fundamentalista. A la vez, en el campo laical y clerical cuenta con teólogos que figuran entre los más avanzados quienes, aprovechando  la apertura conciliar para profundizar sus investigaciones, y con sentido crítico estrictamente fundamentado, han dado vuelta muchas de las afirmaciones que sin ser dogmas eran dogmatizadas por el hecho de estar inscriptas en las costumbres y el calendario. La Escritura, la teología, la pastoral, la moral, el derecho, la liturgia, todo ha pasado por la revisión comprometida y profunda de esos estudiosos amantes de la iglesia de Jesús por encima de las estructuras institucionales. Pero el Episcopado es absolutamente conservador. Y hay una parte de la sociedad, en la que se apoyan los obispos, especialmente privilegiada en el  período franquista que, con el Opus Dei a la cabeza, mantiene un conservadurismo militante y agresivo.

                            En la visita a Santiago en que Joseph Ratzinger, “peregrino de Dios”, cuidó entrar por la puerta santa para ganar la indulgencia plenaria de este año santo, sus palabras sonaron a reprensión por la ola de laicismo y anticlericalismo que se ha lanzado sobre España (omitió analizar las causas y más aun a manifestarlas públicamente a pesar de conocerlas al dedillo) Y afirmó que Europa tiene que volver a Dios (desde luego que en sus labios esto significa someterse nuevamente a la jerarquía eclesiástica)

                            Revestido con ornamentos riquísimos y ese sombrero gigante que es la Mitra con resabios de la tiara abolida desde Paulo VI, y que como ninguna de los anteriores pontífices tiene marcados los campos de las tres coronas (reino sobre los estados, sobre la iglesia y la sociedad civil), renovó la exhibición del poder de la iglesia católica, centrado en su persona, su trono y su riqueza.

                            Su arribo a Barcelona lo colocó en un entorno más laical Y en las calles, mientras desfilaba el papamóvil (carruaje inventado por Juan Pablo II, después del atentado contra su vida en  mayo de 1981 en la plaza de san Pedro) cien parejas homosexuales se besaban ostensiblemente, el resto lo abucheaba y los carteles acusaban al Vaticano de causante de la muerte de miles de enfermos de SIDA. El Templo de la Sagrada Familia, obra maestra todavía en construcción, del arq. Antoni Gaudí, dio oportunidad al Papa para enriquecer con simbolismos la arquitectura absolutamente original del templo.

                            Excelente la advertencia con que el presidente del gobierno español (que en el aeropuerto debió soportar la gritería del centenar de personas que había ido a despedir al Papa, con la consigna “Zapatero reza con nosotros”) recordó al Papa quejoso del laicismo, que España es un estado aconfesional. Además, el comentario periodístico señaló que la convocatoria no llenó las expectativas numéricas que se alimentaban, y un análisis objetivo denuncia una cantidad de causas, provenientes de la misma iglesia.

                            Cabe preguntarse ¿por qué este empeño de manifestar juicios descalificantes y prescribir autoritariamente conductas controvertidas en estas visitas calificadas de “peregrinaje”? ¿Por qué en Africa ya al comienzo de su visita esa expresión de rechazo y condena al uso de preservativos para evitar el SIDA? ¿No debería el Papa, sin pretensiones autoritarias, respetar al menos los debates en que está empeñada la sociedad,  y dar más lugar a los reales problemas, originados en  las grandes crisis que afectan a los más desprotegidos,  como en el caso de los inmigrantes? Así, no alentaría conductas como la del cardenal Bergoglio que cultivando un doble mensaje, sigue quejándose de la “suficiencia”, “los malos tratos” y el “verduguear” de otros, sin considerar los propios. Todos saben a quienes alude con la actitud fingida de buscar soluciones. Así, en lugar del intento de recuperar una autoridad que va perdiendo fuerza, cada visita suya renovaría la valoración del diálogo y acompañaría los proyectos de justicia y de paz, sin dar esta sensación de que la iglesia sigue marchando a contra pelo y hacia atrás.