Más Cristianismo y Menos Catolicismo. Por Raul A. Perez Verzini

“La burocracia vaticana impone legalmente lo que no puede razonar teológicamente. A falta de argumentos, el gobierno imperial recurre a la fuerza. Los medios resultan conocidos. Son las medidas violentas de silenciar y excluir.”

Elisabeth Schüssler Fiorenza
(Exégeta y Teóloga Feminista de la Universidad de Harvard)

 

Más cristianismo y menos catolicismo fue la consigna más aplaudida en la asamblea parroquial del pasado 24 de Febrero, donde se votó masivamente el rechazo a la imposición autoritaria del obispo Ñañez de un párroco que no responde a las opciones de la parroquia.

Más cristianismo, es decir más evangelio. Menos Catolicismo, es decir menos institución eclesiástica.

No es que no queramos institución. La organización es necesaria, pero esta no puede ni debe estar por encima del espíritu del evangelio.

La práctica eclesial, sin embargo, está cada vez más centrada en la iglesia y menos en el evangelio. Es por eso que son cada vez más los laic@s y pensadores que hartos de tanta incoherencia se levantan para mostrar que otro cristianismo es posible.

Por eso el fenómeno de La Cripta es valioso. Representa un símbolo de una manera más creíble de ser cristian@s. Y por eso lo defenderemos de aquellos que están deseosos de hacerlo desaparecer.

No somos, como a algunos les gusta creer, un puñado de rebeldes politizados. Se trata de un enorme movimiento mundial de personas de distintas matrices culturales y extracciones políticas que coinciden en la importancia de volver al Evangelio.

Más cristianismo y menos catolicismo es la característica de la comunidad de La Cripta que, aunque no siempre consciente, ha ido caminando en una progresiva fidelidad a las ideas del evangelio apartándose de todo lo que huela a excesiva institución.

Ante la estrategia de destrucción de esta experiencia de 45 años por parte del obispado, se está esgrimiendo el argumento de que somos intolerantes y que no queremos darle una oportunidad al sacerdote impuesto. La respuesta es muy simple: No se trata ni de dar una oportunidad ni de negarla.

Esta comunidad tiene una historia y un proyecto. De ese proyecto se desprenden las responsabilidades que un párroco debe cumplir y de esas responsabilidades, surgió un perfil de párroco requerido. Así de simple, como lo hace cualquier organización sana.

Imaginen que se necesita cambiar un gerente y los responsables de tal cambio deciden imponer un candidato que no cumple los requisitos básicos. ¿Cuáles serían las consecuencias?

Se me ocurren como mínimo dos:

  1. El responsable de su designación sería seriamente cuestionado por incompetente. A nadie en su sano juicio se le ocurre nombrar un responsable de un área sin consultar primero con los involucrados el perfil requerido para el puesto.
  2. La misión y los objetivos organizacionales correrían un serio riesgo de verse truncados por la incompetencia del candidato. Ser incompetente para un puesto no tiene nada que ver con ser buena o mala persona. Si a mi me ponen de médico de un hospital seguramente mataré a más de un paciente. No porque sea mal tipo, sino porque soy ingeniero no médico.

Imagínense la cara de los pacientes, si ademas de poner a un ingeniero al frente de cirugía le dijéramos que es porque se trata de darle una oportunidad.

“Mire señor paciente, no sea intolerante! Es cierto, este muchacho es ingeniero no médico, pero es un gran tipo. Déle una oportunidad. Deje que lo opere. Deje de lado la ideología!. Eso sí, si le va mal después se lo cambiamos.”

En el ámbito institucional, a nadie relativamente cuerdo se le ocurriría argumentar que es de poco tolerantes no darle la oportunidad a un candidato que no cumple los requisitos del puesto. Sencillamente se lee el CV, y si no contiene lo básico, directamente se busca otro candidato.

En nuestro caso, hasta tuvimos la delicadeza de ir a hablar personalmente con el candidato y en la entrevista confirmó que no está de acuerdo con varias de nuestras opciones. Es decir, él mismo reconoció que no cumple el perfil.

¿Por qué tanto lío entonces? Es más, ¿por qué centrar en esa persona el problema? El problema no es el candidato, aun cuando venga impuesto por el ordinario del lugar.

El problema está en quien es responsable de selección personal y en sus métodos muy pocos apegados a las buenas prácticas organizacionales.

Intentar reducir el planteo a un problema con el candidato impuesto es ingenuo y manipulador. No tenemos nada contra el candidato. Es más, pudimos verificar que en su lugar es muy exitoso. ¿Por qué entonces privar a esa hermosa comunidad de alguien querido y seguramente adecuado para su proyecto?

Nuestra parroquia viene asumiendo compromisos muy concretos desde hace muchísimos años. Antes fue en contra de la dictadura militar, cuando de hecho la iglesia institución era cómplice. Hoy los desafíos son otros, pero también queremos ser una voz razonable y creíble en medio de tanto taliban suelto.

Por eso nos hemos puesto a estudiar para tratar de madurar nuestra fe y superar la catequesis infantil. Esto nos ha llevado a mantener contacto con teólogos y biblistas de vanguardia que nos ayudan a entender mejor el mensaje del evangelio.  Es decir, a ser más cristianos (=evangelio)  y menos católicos (=integristas y dogmáticos)

De hecho, algunos ejemplos concretos de las consecuencias de acercarnos más al cristianismo son:

  • Apoyo explícito a las leyes de fin de la impunidad.
  • Apoyo a la ley de matrimonio igualitario
  • Apoyo a la Educación sexual para decidir, anticonceptivos para no abortar, aborto legal, seguro y gratuito para no morir (según la consigna de Católicas por el Derecho a Decidir)
  • No discriminación en los sacramentos: divorciados, gays, madres solteras, parejas irregulares, etc. Bautismos sin importar la condición religiosa o legal de los padres.
  • La renovación de la liturgia. Cantos del cancionero popular, comunión bajo las dos especies, etc.
  • Participación activa de las mujeres en los puestos de liderazgo de la parroquia.
  • Participación de los laicos en la toma de decisiones. El Consejo Pastoral como órgano último de conducción de la comunidad dado que el párroco es temporario pero la comunidad permanece.
  • La homilía basada en la reflexión teológica, antropológica y exegética actual y no sólo en la repetición monótona y literalista del texto bíblico.
  • Centralidad en el mensaje de Jesús y no tragarse acríticamente lo que dice la iglesia institucional.
  • Promoción de la formación teológica y exegética de los laicos con pensadores sobresalientes como Ariel Álvarez Valdés.
  • Renovación de los sacramentos. Enfasis en la reconciliación comunitaria y no en la confesión individual. Etc, Etc.

Y por supuesto, todo SI, implica un NO.

Por eso, Quito Mariani fue tajante en no permitir la participación en la parroquia de grupos conservadores de talante integrista como Opus Dei, Legionarios de Cristo, Cursillos de Cristiandad, etc. Y en no promover prácticas supersticiosas como la mayoría de las devociones marianas.

 

¿Hay algún cura en esta línea? Será bienvenido a La Cripta.

¿No hay ninguno? No hay problema. Seguiremos haciéndonos cargo de las distintas actividades y celebrando la eucaristía con los múltiples curas que siempre y gentilmente nos acompañan.

Es cristianismo versus catolicismo. Cristianismo como centralidad en el mensaje del evangelio, leído críticamente y no de manera fundamentalista. Catolicismo como esa reproducción anacrónica del imperio romano centrada en la institución. Y cuya “tolerancia y respeto por lo diferente” son tan reconocidos en el mundo actual que no merece comentarios.

Exigimos un cura que comparta nuestro proyecto comunitario. Y eso no se negocia.

Una cosa debe quedarnos clara: La conciencia por encima de la institución.

Y ojo que no lo digo yo, lo dice un tal Ratzinger.

Paz y Bien

Ing. Raul A. Perez Verzini

Soñando un futuro nuevo para la mujer en la Iglesia. Por Emma Martínez Ocaña

Dada la actual situación de la mujer en la Iglesia es difícil pensar en un cambio a corto e incluso a largo plazo, pero como este es el tema que me han pedido desarrollar en este número monográfico de crítica he decidido que lo mejor es soñar.

Soñar es una manera de alentar el deseo y éste tiene una gran fuerza transformadora. Soñar es el primer paso para cambiar la realidad, es una manera de hacer verdad las utopías. Soñar y … empujar la historia en la dirección de lo soñado.

Los sueños no siguen un orden lógico, ni teológico. Son caóticos, espontáneos, brotan libremente del inconsciente, no se ajustan a normas establecidas, en ellos no todo encaja en lo “políticamente correcto”… así me voy a permitir yo soñar.

Sueño una Iglesia que es realmente una comunidad inclusiva y paritaria, donde mujeres y hombres concentramos nuestras fuerzas en hacer verdad la Buena Noticia, luchando por expulsar los “demonios” de la pobreza, la injusticia, la violencia, el sexismo, el patriarcalismo, la violación de los derechos humanos, la explotación y el tráfico sexual de mujeres y niñas, la explotación laboral, la violación como arma de guerra…

Sueño una Iglesia toda ella ministerial, en la que los ministerios no estén concentrados en manos de los sacerdotes, sino que cualquiera de ellos pueda ser ejercido, desde la llamada de Dios, el reconocimiento de la comunidad que elije y designa a las personas que están capacitadas para ello, sin ninguna discriminación sexual. Entonces podrá ser de verdad una Iglesia servicial, apasionada por todas las personas que sufren exclusión por razón de su clase, raza, sexo, orientación sexual… una Iglesia cuidadora del cosmos y de toda la vida del planeta.

Sueño una Iglesia en la que los lugares de decisión y gobierno no estén condicionados por el sexo sino por la preparación, el amor y la capacidad de servir a la comunidad y de un modo prioritario a los más necesitados.

Una Iglesia donde las mujeres dejamos de ocupar los bancos como escuchadoras semi-mudas y pasantes de los cestillos, para tomar la palabra y constituirnos en sujetos activos de las celebraciones litúrgicas y sacramentales ,en un servicio rotativo, igualitario cuyo requisito no sea ser varón y clérigo, sino ser personas preparadas y dispuestas a servir así a la comunidad.

Una iglesia toda ella tan sensibilizada a la lacra de la violencia machista, que sea la primera en salir a la calle y animar a hacer lo mismo a la comunidad social, cada vez que una mujer es asesinada o maltratada..

Sueño una Iglesia donde ninguna mujer tenga que aceptar la situación clandestina de “amante secreta” de ningún clérigo, porque el celibato no sea una obligación sino una opción en libertad, separado del ejercicio del carisma sacerdotal..

Una iglesia donde las congregaciones religiosas femeninas, tengan los mismos derechos que las masculinas y no necesiten estar supervisadas, controladas ni “paternizadas” por ningún varón.

Una Iglesia que haga imposible que se digan cosas como las que dijo San Juan Crisóstomo, llamado por su elocuencia “Boca de Oro”:

«Qué soberana peste la mujer, ella es la causa del mal, la autora del pecado, la puerta del infierno, la fatalidad de nuestras miserias».

O como las de Tertuliano:

«¿No os dais cuenta de que cada uno de vosotras sois una Eva? La maldición de Dios sobre vuestro sexo sigue plenamente vigente en nuestros días. Culpables tenéis que cargar con sus infortunios. Vosotras sois la puerta del mal, vosotras violasteis el árbol sagrado fatal; vosotras fuisteis las primeras en traicionar la ley de Dios; vosotras debilitasteis con vuestras palabras zalameras al único sobre el que el mal no pudo prevalecer por la fuerza. Con toda facilidad destruisteis la imagen de Dios, a Adán. Sois la únicas que merecíais la muerte; por culpa vuestra el Hijo de Dios tuvo que morir».

Sueño una iglesia donde no se considere palabra de Dios, sino palabra de varón, textos denigrantes para la mujer como las siguientes:

«El ángel que hablaba conmigo me dijo: alza los ojos y mira, ¿qué aparece?. Pregunté: ¿qué? Me contestó: Un recipiente de veinte y dos litros; así de grande es la culpa en todo el país.

Entonces se levantó la tapadera de plomo y apareció una mujer sentada dentro del recipiente. Me explicó: Es la maldad. La empujó dentro del recipiente y puso la tapa de plomo» (Zac 5, 5-8).

Ni se vuelva a leer en ninguna liturgia otros textos, más cercanos, como los de Pablo, mandando callar a las mujeres en la Iglesia, pidiéndoles sometimiento a sus maridos, proclamando al varón cabeza de la mujer.

Y si por casualidad se lean que sea para decir: “esta no es palabra de Dios y por ellas no te alabamos Señor”.

Una Iglesia que recupere la memoria y reconozca que quién fue tentación no fue la mítica Eva, sino el personaje histórico Pedro a quien Jesús llamó Satanás.

Sigo soñando una Iglesia en la que, ya que nos atrevemos a imaginar y proponer imágenes de Dios antropomórficas, éstas sean fieles a mostrar la verdad de que Dios creó al hombre y a la mujer a su imagen y semejanza, y ya nunca más se excluya de la representación de Dios el cuerpo de la mujer y su sexualidad. Que de una vez por todas el cuerpo femenino deje de ser no apto para revelar a Dios.

Una Iglesia en la que las orientaciones de moral sexual y familiar sean hechas por hombres y mujeres casados que desde su experiencia y su preparación y eficiencia puedan, de verdad, no solo orientar, sino ser testigos creíbles de aquello que proponen a los demás.

Una iglesia que tenga un lenguaje litúrgico no sexista, ni patriarcal y reconozca que Dios tiene hijos e hijas, hermanos y hermanos…y donde no ocurra, lo que acontece ahora tantas veces, que en una liturgia donde prácticamente sólo hay mujeres, la persona que presida la Eucaristía, las invisibiliza en su lenguaje y se dirige al público todo el tiempo en masculino.

Una Iglesia que se tome en serio y sepa respetar no sólo la teología que elaboran los teólogos sino también la que elaboran las teólogas, y por tanto sea paritaria la presencia de mujeres y hombres en las facultades de teología y en los centros de formación sacerdotales y laicales. Aunque, pensándolo bien quizás lo ideal es que desaparecieran el dualismo clerical/laical.

Sueño y sueño y no dejo de soñar… una comunidad eclesial fiel a Jesús de Nazaret. Él hizo verdad una comunidad de iguales, sin exclusión alguna, no estructuró su grupo de seguidores y seguidoras desde el orden patriarcal dominante, sino como una familia de iguales, sin relaciones de poder jerarquizado. Lo expresó muy claro: llamándolos amigos y no siervos (Jn 15, 15), pidiéndonos que no llamásemos padre, ni maestro a nadie más que a Dios, porque todos los demás somos hermanos y hermanas. Hizo visible la comunidad que quería lavando los pies a los suyos y diciéndole a Pedro que si no entiende ese gesto suyo no puede formar parte de la nueva familia (Jn 13, 6-8).

Sueño una iglesia que, como Jesús, cambie radicalmente la mirada sobre las mujeres y visibilice de un modo nuevo nuestros cuerpos:

No como objetos sino como sujetos autónomos y libres.

No como reproductoras sino como constructoras de la Historia de Salvación, del Reino de Dios.

No como cuerpos tentadores sino como amigas entrañables suyas, como quienes “aman mucho”, “tienen mucha fe”.

No como inferiores en nada sino como iguales en todo: en dignidad, derechos, deberes, tareas en su comunidad.

No para estar detrás y debajo de nadie sino junto a, al lado de… construyendo la historia.

No como ignorantes que nada tienen que decir sino como “maestras” de las que él aprendió

No lejos de los espacios significativos sino dentro de la comunidad, ejerciendo los mismos roles y funciones que los varones.

No dentro del hogar sino donde la vida nos cite, donde Dios nos llame, en la vida, en la historia, en la plaza publica, en todos los ministerios eclesiales También, por supuesto, en el hogar compartiendo tareas y cuidados con los varones.

No como imposibilitadas para mostrar el rostro de Dios sino como revelación suya.

 

Es hora de despertar y no quiero, no quiero encontrarme con la realidad que ahora vivimos las mujeres en la Iglesia, pero es preciso despertar, levantarnos, liberarnos de nuestros encorvamientos ancestrales, arriesgar a tocar la prohibido por leyes y preceptos patriarcales, es preciso unirnos, trabajar al unísono mujeres y hombres en la Iglesia para ir empujando esta Iglesia nuestra, santa y pecadora, fiel e infiel en la dirección del sueño de Dios: una comunidad de hijas/os, hermanas/os.

En esta hermosa y ardua tarea todos y todas necesitamos convertirnos a la Buena Noticia del Reino y su llamada a creer en ella y a hacerla verdad en la historia, en la Iglesia.

 

Fuente: Católico Libre

Carta abierta a Benedicto XVI. Por José Luis Cortés

“Todo el mundo sabe que la ley del celibato es pura cabezonería”
Te escribo para recomendarte el libro “Curas casados, historia de fe y ternura”. Estimado Su Santidad: No tengo el gusto de conocerte personalmente, porque las veces que has venido a España (y últimamente vienes mucho a España) yo no he acudido a vitorearte, y cuando yo he estado en Roma nunca hemos coincidido en ninguna trattoria. Tal vez si algún día me llamas a declarar a Roma podamos finalmente vernos las caras.

Te escribo porque acabo de leer un libro que me ha gustado mucho, y querría recomendártelo. Ya sé que tú tienes mucho que leer y que escribir, entre encíclicas, sermones, reprimendas y condenas. Aun así creo que este te va a interesar. Verás: se titula “Curas casados. Historias de fe y ternura”, y ha sido publicado directamente por MOCEOP, porque no había sitio para ellos en ninguna editorial.

Te prevengo de que no se trata del enésimo tratado sobre si mantener o no el celibato obligatorio, aunque también de eso se habla en el libro. A día de hoy todo el mundo sabe ya que la ley del celibato nada tiene que ver ni con la fe ni con el evangelio, y que es una pura cuestión de cabezonería, de rutina o de algo peor. “El celibato obligatorio caerá como un fruto maduro -se dice en este libro-: la gente normal ya lo ve; falta solo que lo vea la jerarquía”.

El libro tampoco es “un trabajo de investigación sociológica. Solo se ha intentado realizar un aporte de tipo testimonial” (21). De hecho, se trata precisamente de eso: recoge las historias y los testimonios personales, personalísimos, unos más literarios, otros más descarnados, algunos objetivos y otros sumamente íntimos, de 23 varones y de algunas mujeres (sus esposas) que, en un cierto momento de sus vidas, decidieron continuar su ministerio como personas casadas, sin dejar por ello de sentirse curas, es decir, “animadores de la fe y de las celebraciones”. Demostrar, con los hechos, que “es posible ser cura sin ser clero” (87).

A pesar de que se aborde el tema de los curas casados, no creas que se trata de morbosas historias de debilidad ante las urgencias de la carne.

Como dice en el epílogo José Mª Castillo (de quien sin duda has oído hablar), son historias que “muestran una fortaleza mucho mayor de lo que la gente se imagina” (340). Y hasta lo hacen con cierto orgullo, porque, como ellos mismos afirman: “No nos causa ningún trauma sentirnos marginales, sino más bien satisfacción”. Convencidos de que: “Nos incumbe como tarea pastoral acumular ex periencias que muestren que el presbítero casado es una riqueza para las comunidades, para la teología y para la Iglesia en general” (96).

Son testimonios duros. ¿Te imaginas, Su Santidad, lo que significaba en los años setenta u ochenta, y aun en nuestros días, replantearse toda la vida a cierta edad, con lo fácil que era seguir de curas, con la vida resuelta, incluso con algún apañete sentimental?

Porque te debo decir -por si lo has olvidado- que, en la mayoría de los casos, la Iglesia no solo no facilitó ese pasaje, sino que se comportó peor que la madrastra de Blancanieves (Schneewittchen en alemán). “Me pareció una falta gravísima de justicia -comenta uno de estos curas- que los obispos dejasen en la estacada, sin pensiones, a curas mayores secularizados y, sobre todo, a religiosas secularizadas sin posibilidad de trabajar ni de cotizar el mínimo de años, después de haber entregado la mayor parte de su vida a la Iglesia” (259). Así fueron las cosas, Su Santidad.

La mayoría de los que en este libro cuentan su experiencia habían salido de familias humildes. Para ellos, el seminario menor -a donde fueron conducidos muchas veces por curas recolectores de vocaciones-, pese al clima oscurantista de aquellas décadas, fue un momento de grandes alegrías y de grandes amigos. Amigos que, en algunos casos, han durado toda la vida. Espero que tú, Su Santidad, después de tantos años de Curia no hayas olvidado todavía lo que es un amigo.

“Al seminario se entra con babas y se sale con barbas”, le había dicho a uno el cura de su pueblo (279). Y hay en este libro recuerdos muy hermosos de los años en que las babas se iban cambiando en barbas: recuerdos de niños, adolescentes y jóvenes seminaristas que se tomaron en serio su vocación sacerdotal.

A muchos de los curas de este libro, a la mayoría, les tocó luego vivir la primavera del Concilio Vaticano II. Espero que tú, Su Santidad, no hayas olvidado lo que fue aquel concilio, en el que, aunque hoy nos cueste creerlo, colaboraste activamente. Por un momento, por unos años, la buena gente nos sentimos orgullosos de nuestra madre la Iglesia que ¡por fin! recuperaba el aire de autenticidad, de sed de justicia, de fraternidad universal que le había insuflado el carpintero profeta a orillas del lago. Y, dos mil años después, se ponía otra vez en sintonía con los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren (GS 1,1).

En ese espíritu conciliar, “eso de ser ‘segregados del pueblo’ nuestros protagonistas lo entendían cada vez menos” (160). Y la mayoría sintió que debía llevar una vida como los demás hombres y mujeres a los que ellos les transmitían la buena noticia, ganándose el sustento como curas obreros. Porque “no ser un profesional de la religión, ni vivir de ella, hace que el servicio del evangelio sea más creíble, porque es gratuito” (81), y porque “un trabajo civil que te dé independencia y autorrealización social va limando y liberándote de la situación de poder y de superioridad que el estatus de cura facilita en la sociedad” (126).

“El vivir diario de aquellas gentes -comenta otro- fuertes ante las dificultades, me hizo caer en la cuenta de que mi labor no podía consistir en alimentar más esa espiritualidad de ritos, rezos e iglesia” (277). Comprendieron que no se trataba de dejarlo todo para seguir a un Jesús espiritualista y abstracto, sino para encontrarlos de verdad a todos.

Y ello a pesar de que en aquellos días (como ahora, pero por otros motivos) no era nada fácil hacerse un lugar en la sociedad y conseguir un trabajo: “En cuanto se enteran de que soy cura, me niegan la incorporación” (287). En el libro se desgranan las experiencias más variopintas de aquellos curas obreros: en el mundo rural, en América Latina, en grandes fábricas de internacionales, implicados hasta las cejas en los movimientos sindicales; impartiendo clases, o simplemente aceptando lo primero que salía para tener algo que llevarse a la boca y situarse socialmente… Son historias crudas de una fe de pan y cebolla.

Y también historias de ternura.

En este proceso de recuperación de los ideales evangélicos y de integración en el pueblo, todos los que escriben en el libro se preguntaron, en un cierto momento, qué sentido tenía vivir en medio de la gente con el corazón obligatoriamente en cuarentena. Quiero decir, Su Santidad, por qué el ministerio al que con tanto ardor se dedicaban debía ir indisolublemente unido a la soltería. Porque, como se dice en el libro, “El celibato es un carisma, pero bien distinto del carisma del ministerio del presbiterado” (171). Y se insiste en que “No es el carisma del celibato lo que está en discusión, sino la ley del celibato” (176).

En algún momento, por los caminos más variados, Dios, celestina celestial, puso en el camino de todos ellos a una mujer. De repente, cuentan, “el enamoramiento dejaba de ser una traición para ser una alternativa, una maravillosa posibilidad” (145). De esto creo que tú, Su Santidad, y tus más directos colaboradores sabéis poco.

En general, sabéis poco y mal de las mujeres ¡Con qué ganas esperamos algunos un tiempo en que las mujeres puedan desempeñar cualquier ministerio en nuestra Iglesia, y hasta llegar a ser Papa, una papisa a la que podamos llamar simplemente “Susan”, y no Su Santidad…! Pero me estoy desviando: volvamos al libro.

A pesar de que también en las cuestiones amorosas y sexuales la mayoría de ellos eran unos pardillos (es tiernísimo el testimonio de quien confiesa que hasta los 30 años no tuvo su primera eyaculación voluntaria) el encuentro con la mujer fue decisivo en sus historias: “Ahora entiendo mejor -comenta uno- por qué el amor conyugal fue siempre en la literatura bíblica imagen privilegiada del amor de Dios a su pueblo, de Cristo a su Iglesia” (174). Y “¿En qué Dios estamos pensando cuando nos imaginamos o proponemos que amando menos a un ser humano lo amamos más a Él?” (342).

Con todo eso, con el trabajo civil entre la gente y con el matrimonio, llegó la integración en pequeñas comunidades cristianas marginadas, en grupos humanos donde lo de ser presbítero “casado o soltero importaba bastante menos que esa triple pasión por Jesús, por el pueblo y por la comunidad” (105), y donde prácticamente se podía seguir haciendo lo mismo que en la parroquia, “pero ahora sin el sacramentalismo abrumador” (164).

Está claro que “quien celebra no es el cura, sino la comunidad. En la comunidad no hay clérigos y laicos, docentes y discentes, sagrados y profanos, sino que la propia comunidad es la protagonista de su caminar” (166). En la mayoría de los casos, todo este proceso se hacía al margen del derecho canónico, pero con la anuencia y la bendición de la comunidad cristiana de pertenencia: decidimos “vivir lo que creímos que tiene que ser, sin pedir ni esperar permisos” (89), y sin “reducirse al estado laical”, expresión que ofende también a los laicos (280).

Ya ves, Su Santidad: muchos hombres, con sus mujeres, que se colocaron voluntariamente en el margen. Se convirtieron en hombres (y mujeres) de avanzadilla, de frontera. Pero, fíjate, en ningún momento rompieron con la Iglesia. Porque, como le dijo un obispo a los representantes de Justicia y Paz: “Tenéis que tener un pie fuera y otro dentro de la Iglesia. Si tenéis los dos pies dentro, nadie de fuera os escuchará. Si tenéis los dos pies fuera, no representáis a la Iglesia” (263).

Y así siguen muchos aun, en los arrabales, incluso en sentido literal: “En el arrabal, en las afueras, hemos encontrado una luz cálida que nos la proporciona la libertad, nuestro amor y la fe en Jesús. Aquí nos sentimos más cerca de lo humano” (275). “El hecho de ver la Iglesia desde fuera de la institución te da una perspectiva muy interesante, mucho más realista. Los que están dentro del engranaje lo tienen más difícil” (209).

Veo, Su Santidad, que todavía no he hablado de los hijos y las hijas que llegaron después. No es fácil ser “hijo o hija de cura”, y de esto también se habla en el libro… Pero tengo que ir terminando.

El libro es eso: la narración de 23 historias de coherencia y coraje, de fe y ternura, en boca de sus protagonistas. Más un prólogo y un epílogo sobre el MOCEOP (que “dejó de ser un movimiento meramente reivindicativo para ser un movimiento de renovación eclesial” (87) y cuyo tino fue “saber remover un puntal que tambaleaba toda la estructura (…) No tanto el celibato como condición, cuanto el clericalismo mismo” (87).

Hay también un documento final teológico para situar el celibato ministerial, y, en las últimas de las 381 páginas, un Glosario por el que desfilan personas y movimientos de la segunda mitad del siglo XX que mantuvieron fresca la Comunidad de Jesús, desde Herder Cámara al obispo Romero de El Salvador y desde Pere Casaldáliga a José Antonio Pagola; desde Cáritas a la Teología de la Liberación, a la Asociación de El Prado o el movimiento Junior, recientemente disuelto por los expertos en disolver.

En fin, “Un libro de testimonios de vida enmarcados históricamente, en una etapa de contrastes y contraposiciones” (20). Al final de su lectura, Su Santidad querido, te queda claro que “la ley del celibato y sus secuelas no es una cuestión de curas, sino que nos afecta a todos” (325), porque ya “no se trata de reivindicar un derecho para un estamento ya de por sí privilegiado, sino de luchar por un nuevo rostro de la Iglesia, objetivo central del Vaticano II” (326).

“La concepción del cura como funcionario de la Iglesia debe pasar a mejor vida” (50), dice uno; porque “tengo mis serias dudas -añade otro- de que la parroquia, o al menos la mayoría de ellas, sean hoy lugar de evangelización” (60). Y resume Castillo en el epílogo: “La solución para los problemas crecientes y acuciantes que hoy soporta la Iglesia no está ni en que los curas se casen ni en que las mujeres sean ordenadas sacerdotes, sino en la teología que justifica a la propia institución eclesiástica y al Dios que esa teología pretende explicar” (346).

Nada más, Su Santidad. Yo creo que, si lees este libro, no te vas a arrepentir. Y quizás su lectura te dé un empujoncito y te anime a decir en algún momento (quizás en el avión, ante los periodistas, donde ya has dicho alguna que otra barbaridad) una frasecita que deje abierto el futuro para un urgente replanteamiento del ministerio sacerdotal. Tal vez estos curas no lo necesiten; pero la Iglesia sí lo necesita. Y yo creo que debes hacerlo.

Porque, como se dice en el libro, “lo mismo que hay palabras y comportamientos que rompen la comunión, también hay silencios y omisiones cómplices con el pecado” (175).

Ya vas teniendo tus añitos, Su Santidad, y a los ancianos se les permite decir las verdades con descaro (”parresía”, lo llamaban tus predecesores). También la mayor parte de los que participan en este libro tienen ya sus años (”Me siento padre y abuelo -dice uno de ellos- y veo a Dios Padre mucho mejor que antes” (47); uno ya falleció, otro lucha ahora mismo contra un cáncer, la gran mayoría están jubilados… Pero no han perdido ni un gramo de esperanza. “Rozando la tercera edad, nosotros seguimos” (282).

Mira, Su Santidad: durante tu reinado tú ya has dado demasiado espacio a los fanáticos, a los trepas, a los miedosos, a los tarados… ¿Es mucho pedir que, antes de morirte, dediques un momentito a los limpios de corazón, a los hambrientos de justicia, a los que, a pesar de todo lo que han sufrido, todavía son capaces de comprender los signos de los tiempos, de mirar el cielo rojo al atardecer y anunciar: “mañana hará bueno”?

Si otro mundo es posible, como creemos firmemente, también es posible otra Iglesia.

Un abrazo, Santidad (o “Santi”, si lo prefieres).

 

Fuente: Religion Digital

José Luis Cortés es autor de una serie de excelentes libros de comics donde en muy pocas palabras y con un finísimo humor va presentando lo esencial del cristianismo y una ácida crítica a la institución eclesiástica.

 

 

Despenalización del aborto en defensa de la vida. Por Frank de Nully Brown

A propósito de la próxima discusión parlamentaria sobre la despenalización del aborto, la Iglesia Metodista inicia el diálogo sobre esta problemática que atenta contra la libertad y la dignidad de las personas. Carta pastoral del Obispo Frank De Nully Brown.

 

 

El tema de la despenalización del aborto, que será motivo de debate en el Congreso Nacional, exige desde nuestra fe cristiana una profunda y sincera reflexión que contribuya a la valoración de la vida y al respeto y dignidad de todos los seres humanos en nuestra sociedad.

Limitar la discusión de la despenalización del aborto a una puja entre quienes están a favor y en contra de la práctica, es trivializarla: nadie puede estar a favor de la interrupción de una vida. Pero esta problemática va más allá de esta falsa polarización: la mujer que busca abortar lo hace con angustia y tristeza. La comunidad tiene que asumir esta realidad no escondiéndola sino sacándola a la luz.

Una reflexión pastoral debe abordar su tratamiento considerándolo en todas sus dimensiones físicas, sociales, éticas y espirituales. Para ello comparto aquí algunas reflexiones que procuran aportar a su mejor comprensión.

El aborto es un problema social

El tema del aborto debe ser considerado en relación con el contexto social en el cual ocurre. Nuestra sociedad carece de una adecuada educación sexual, planificación familiar e igualdad de género lo que contribuye a que se multipliquen los embarazos no deseados. Por otro lado, el aborto se ha constituido en un verdadero comercio, ya que, en la actualidad, la ley aprueba su práctica en forma muy restringida. Los sectores medios y altos de la sociedad pueden acceder a una atención clandestina segura, pero para muchísimas mujeres de limitados recursos, debido a prácticas no profesionales  y riesgosas, interrumpir la gestación implica  atentar contra  su propia vida. El Estado debe intervenir en dos sentidos: legislando la despenalización para evitar también la muerte de las madres y garantizando condiciones de equidad económica, educativa y sanitaria para que el aborto no sea una opción.

La penalización no resuelve el sufrimiento

La realidad del aborto no se resuelve penalizando a la mujer que lo practica y dejando de lado la responsabilidad del varón. Porque el problema no es solo de las mujeres, es un problema de todos. Poner el tema en su adecuado contexto lleva a considerar el reclamo de las mujeres a decidir sobre su propio cuerpo y, por otro lado,  abordar el sufrimiento de muchas mujeres desprotegidas.

Diálogo para construir libertad y dignidad

Por todo lo dicho considero que despenalizar el aborto puede ayudar al diálogo que contribuya a la edificación de nuestra sociedad. Cada víctima del aborto no puede convertirse en un número más porque es  alguien a quien Dios ama y a quien también nosotros debemos amar profundamente. Esconder nuestras prácticas culturales  de abortos clandestinos no ayuda a enfrentarlas y  a tomar decisiones inspiradas en la libertad y la dignidad de las personas.

Es nuestro deseo que se pueda generar en nuestra sociedad una discusión madura donde todos tengan la oportunidad de aportar sus propias visiones.  Porque:

”Nosotros amamos a Dios porque Él nos amó primero. Si alguien  afirma ’Yo amo a Dios’, pero odia a su hermano es un mentiroso: pues el que no ama a su hermano a quien ha visto, no puede amar a Dios, a quienes no ha visto” (1 Juan 4:19-20).

Pastor Frank de Nully Brown

Obispo de la Iglesia Evangélica Metodista Argentina

Febrero 25 de 2011

Fuente: Iglesia Metodista Argentina

Alternativas para una iglesia de altares vacíos. Entrevista al Obispo Fritz Lobinger

(Entrevistado por Emilia Robles)

El obispo Fritz Lobinger (Passau, Alemania, 1929) lleva más de 50 años en Sudáfrica. Titular de la diócesis de Aliwal de 1988 a 2004, continúa viviendo en Durban. Fue cofundador en África de los Institutos Lumko de Misionología, con el modelo pastoral de pequeñas comunidades cristianas y el método de la ‘Biblia compartida’. Ha viajado por varios continentes, particularmente África, Asia y, recientemente, América Latina. La falta de presbíteros y la maduración de las comunidades cristianas son su principal preocupación pastoral.
Ante esto, propone que no se dejen solos a los obispos y al Papa en esa difícil tarea de dar salida a la “falta de vocaciones”, y que la comunidad de discípulos se implique activa y dialogalmente, buscando el consenso y la comunión corresponsable. Sus propuestas para la solución al ministerio presbiteral siempre están conectando con la gran tradición de las primeras comunidades paulinas.
Ha escrito varios libros en alemán, inglés y portugués. En primavera podremos leer en español sus dos últimos libros, Equipos de ministros ordenados y El Altar vacío (ambos en Herder). Su propuesta, reflexionada hasta en los detalles, fundamentada y abierta al debate, va encontrando cada vez más eco en una grave preocupación eclesial. Un gran tema pendiente para ser abordado en un amplio y corresponsable clima conciliar.

Lleva años pensando y escribiendo sobre esta propuesta de dos formas complementarias de ministerio presbiteral en la Iglesia católica. ¿Cuándo y cómo comenzó a reflexionar sobre esta propuesta?

Empecé ya a reflexionar sobre ello en la década de 1970, cuando vi con mis propios ojos cómo muchas comunidades sin curas residentes estaban ansiosas de poder ejercer los ministerios desde ellas mismas, haciendo voluntariamente ese trabajo. No sólo lo he visto de forma aislada, sino en muchísimas ocasiones. Y no sólo en mi diócesis, sino en muchos países de África, Asia y América Latina. He visto que estos ministros voluntarios han funcionado bien durante muchos años. Ante esta realidad, me pregunté: si las comunidades pueden ejercer tantos ministerios, ¿no es nuestro deber confiarles también el ministerio ordenado?

Al tiempo, vi que los sacerdotes habían asumido un nuevo papel de formadores de los líderes locales. Era imposible que pudieran estar presentes todo el tiempo en las diez, veinte o cincuenta comunidades a su cargo, pero sí podían estar presentes a través de los líderes locales capacitados. Así que el cura-proveedor (de servicios) se había convertido en cura-formador, con gran satisfacción por su parte. Todo esto me llevó a pensar que es posible, de manera realista y consensuada, ordenar a los líderes locales.

¿Cree que este proyecto es apto para ser aplicado en cualquier comunidad? ¿Cuáles serían las condiciones previas para su aplicación?

Este proyecto no puede desarrollarse de forma inmediata en todas las comunidades, pero sí, con el tiempo, en la mayoría de ellas. Hay muchas parroquias en las que predomina una actitud pasiva. Nunca han oído hablar –ni piensan– en la posibilidad de que ellos mismos hayan de ejercer los carismas que han recibido. Ni siquiera son conscientes de que los tienen. Piensan que todo el ministerio tiene que ser ejercido sólo por un sacerdote a tiempo completo que les envía el obispo. En ellas no deberíamos ahora ni siquiera mencionar la posibilidad de ordenar líderes.

El primer paso –en ellas– es transmitirles el mensaje del Concilio Vaticano II, que dice que todos los fieles tienen carismas y que éstos deben ser desarrollados. Hay que comenzar por poner los cimientos de un fuerte espíritu comunitario. Las comunidades deben, primero, superar el sentimiento de que “todo lo que se hace en la parroquia lo tiene que hacer el sacerdote; el sacerdote es la Iglesia”. Las miles de comunidades de las que hablé anteriormente ya han desarrollado esta convicción: “Somos la Iglesia. Las tareas de la Iglesia son nuestras propias tareas”. Este cambio de conciencia no se logra a través de sermones, sino dialogando entre todos y planteándonos qué estamos haciendo y qué podemos hacer, es decir, tomando decisiones juntos. El consejo parroquial debe convertirse en un lugar donde se escucha la voz de toda la comunidad y donde esta voz es respetada.

Otra manera sencilla de empezar a crear espíritu de comunidad es a través del Evangelio compartido entre pequeños grupos de vecinos. Basta con que el sacerdote asista un par de veces para iniciar el grupo; después, funcionan solos. Este método de trabajo ayuda a convencer a todo el mundo de que todos somos receptores del mensaje, que todos nosotros podemos comentar el Evangelio y que todos somos hermanos y hermanas en la Iglesia.

¿Esta propuesta de ordenar presbíteros en las comunidades es algo nuevo o ya existía en la gran tradición de la Iglesia?

La ordenación de los líderes locales voluntarios ha sido la norma en la Iglesia durante algunos siglos. Leemos en la Biblia, en los Hechos de los Apóstoles, capítulo 14, cómo san Pablo lo hizo cuando él y sus compañeros visitaron las comunidades de reciente formación: “En cada una de estas comunidades a las que visitaron, ordenaron ancianos”. Esto significa que en cada pequeña comunidad cristiana no sólo había uno, sino varios líderes ordenados. Ninguno de ellos era asalariado de la Iglesia, sino que todos siguieron en su trabajo secular. Durante algunos siglos, era evidente que había presbíteros que no se enviaban a la comunidad, sino que surgían de dentro de ella.

En la práctica oficial de la Iglesia, lo que una vez ha sido aceptado, puede volver a ser aceptado hoy día. Es un modelo que se nos permite seguir. Es, además, muy conveniente para nuestros tiempos. En estos días se observa un afán nuevo de los laicos para participar activamente en la Iglesia, y también sufrimos una grave escasez de sacerdotes. Por tanto, es imperativo para nosotros retomar esa tradición venerable de la Iglesia de ordenar a los líderes locales probados.

¿Qué aspectos de la propuesta podrían propiciar un consenso entre los diversos sectores de la Iglesia?

El consenso sólo será posible en la Iglesia si queda claro que la propuesta no destruye el sacerdocio existente. En este momento, muchos obispos tienen miedo de que la ordenación de los líderes locales ponga en peligro a los sacerdotes actuales. La forma actual del sacerdocio seguirá siendo como es, incluso puede salir beneficiada, si una segunda forma emerge junto a ella, de tal manera que las dos formas se necesiten y se refuercen mutuamente. Tampoco pedimos “sacerdotes casados”, contraponiéndolos a lo que algunos pueden vivir como elevado ideal de entrega total y espiritualidad específica del sacerdote célibe. Nosotros pedimos la ordenación de los líderes locales. Por supuesto, estos líderes locales son gente madura, en general, casada, pero nuestro objetivo es que sean personas que procedan de la comunidad. Y los actuales sacerdotes seguirán junto a ellos, como hasta ahora.

De los dos últimos libros que usted ha publicado sobre este tema, uno, ‘El Altar vacío’, es un libro ilustrado. ¿Qué se pretende con este formato, bastante novedoso para tratar temas en la Iglesia?

El uso de imágenes hace que sea mucho más fácil hablar de este asunto tan complejo. El problema de las comunidades sin presbíteros no se puede resolver respondiendo a una sola pregunta. Abordar en profundidad la cuestión requiere responder a un conjunto de preguntas. Y no podemos responderlas todas a la vez. Es más fácil concentrarse en una de esas muchas preguntas si en la imagen que se tiene ante los ojos aparece sólo este único aspecto. El uso de imágenes reduce los malentendidos. Las imágenes son también un estimulante para la mente. Nos ayudan a imaginar lo que sucedería si esta propuesta se llevara a cabo.

Insiste en que los nuevos “ministros ordenados” no traten de imitar la forma actual del sacerdocio. ¿Por qué?

Sí, eso me parece muy importante. Y por varias razones. Una es que los presbíteros voluntarios –con una vida similar a la del resto de los fieles en cuanto a familia, trabajo, etc.– quedarían sobrecargados, porque la gente esperaría, entonces, demasiado de ellos. Por otra parte, los actuales sacerdotes se sentirían degradados, porque entenderían que los presbíteros voluntarios harían lo mismo que ellos, sin tanta formación y sin la renuncia que implica el celibato. Además, tal vez, entre los jóvenes no se diferenciaría una vocación específica como la del presbítero célibe con total disponibilidad. Y la comunidad seguiría siendo pasiva, porque los nuevos ministros ordenados otra vez iban a hacer todo por ellos. Por ello, creo que ayuda a la diferenciación el criterio de que no se ordene nunca sólo a un líder, sino siempre a dos o tres en cada comunidad, es decir, a un equipo pequeño.

¿Cuáles son las ventajas del “equipo de ministros ordenados” en comparación con un solo ministro ordenado?

Si sólo se ordenara a una persona en cada lugar, este ministro local ordenado puede parecer demasiado similar a un sacerdote a tiempo completo. La gente esperaría tanto de esa persona como del cura actual. Esto significa que la propia persona ordenada se sentirá frustrada, y lo mismo ocurrirá con el resto de la comunidad. Esto aligeraría de tareas a cada miembro del equipo, que de esta forma no quedarían sobrecargados. Además, a muchos líderes que trabajan muy bien no les gusta ser la única persona ordenada en la comunidad. Prefieren unirse a un equipo, asumir la responsabilidad juntos y seguir siendo como el resto de los habitantes.

¿Cómo cree que los sacerdotes actuales aceptarán mejor esta alternativa complementaria dentro del ministerio presbiteral? ¿Qué puede ayudar a que reciban la propuesta con mayor confianza y positividad?

A los sacerdotes que ya hoy se dedican a la formación de los líderes les gustará nuestra propuesta, porque también en el futuro podrán hacer lo mismo, y mejor. También a los que les gusta sentirse entre la gente y trabajar juntos con el pueblo. Le disgustará a los que acostumbran a hacer todo solos, sin contar con los demás. O a los que quieren que se les distinga como alguien muy diferente, porque esta propuesta da mayor relieve a los líderes locales. Pero, incluso en estos casos, entiendo que eso no ocurre sólo por la manera de ser de algunos sacerdotes, sino que ciertas tendencias personales se ven potenciadas por la actual estructura de funcionamiento.

En cuanto a la segunda cuestión, creo que ayudará mucho el que los sacerdotes actuales ejerzan directamente el rol de formadores de los líderes. No deben delegar esta tarea en ningún centro diocesano. Esto les proporcionará mayor satisfacción personal y sentido de su ministerio.

¿Cuáles son las principales objeciones y los obstáculos en contra de este proyecto? ¿Por dónde podrían empezar a sortearse estas dificultades?

Tristemente, vemos algunos obispos y sacerdotes que quieren volver a los viejos tiempos, mientras que la gran mayoría de los laicos quiere seguir hacia delante. Esta tensión, si no se aborda bien, resulta peligrosa porque puede abrir brechas insalvables en la Iglesia. Algunos se opondrán también a la propuesta porque piensan –erróneamente– que el sacerdocio no ha cambiado nunca ni puede cambiar. Pero la realidad es que, en la historia, ha cambiado muchas veces y puede volver a cambiar.

Otros pueden poner objeciones porque subestiman a los laicos y no van a creer que los líderes locales puedan ser ordenados como presbíteros, dedicados a tiempo parcial. Pero tenemos la prueba ya, en comunidades sin sacerdotes, de que líderes de muchas de estas comunidades activas y maduras son capaces y están dispuestos a ejercer muchos ministerios, también el ministerio ordenado. Entiendo que todas éstas y otras dificultades han de sortearse a través de un debate amplio de todos estos aspectos en nuestra Iglesia, siempre en un clima de diálogo y colaboración.

Usted ha visitado y compartido durante muchos años la experiencia de varias Iglesias cristianas que ya combinan estas dos formas de ministerio presbiteral. ¿Qué es lo que podemos aprender, pues, de esas experiencias?

Sí, de eso hablo extensamente también en mis dos últimos libros. Al implementar estos cambios no debemos considerar únicamente un aspecto, por ejemplo, la necesidad de más sacerdotes. También debemos considerar otras cuestiones como la necesidad de hacer las comunidades activas. Por otro lado, es definitivamente posible combinar dos cosas: una profesión secular y el sacerdocio. Hay miles de presbíteros a tiempo parcial en varias Iglesias cristianas. Y, luego, es necesario que haya mucho diálogo en toda la Iglesia para desarrollar la propuesta.

 

Fritz Lobinger es Obispo emérito en Sudáfrica y autor de ‘Equipos de ministros ordenados’
Fuente Revista Vida Nueva

Se fue el Tatic, Samuel Ruiz (1924-2011), el profeta mexicano del siglo XX. Por Enrique Dussel

Ha muerto el 24 de enero el santo profeta de Chiapas, digno sucesor de Bartolomé de las Casas. Este último comenzó su lucha en favor de los pueblos originarios de América en el ya lejano 1514 en el pueblito de Sancti Espíritu de Cuba. Fue obispo de Chiapas desde 1544 hasta 1547, en que fue expulsado por la oligarquía de los conquistadores que ya dominaban esa tierra maya, por su lucha en favor de los pueblos originarios. Algo más de cuatro siglos después, y como continuando la labor de Bartolomé, fue nombrado en 1959 don Samuel Ruiz, a la edad de 35 años, obispo de Chiapas (siendo el más joven del episcopado mexicano de esos años.

Había nacido el 3 de noviembre de 1924 en Irapuato. Estudió primero en León; obtuvo su doctorado en hermenéutica bíblica en la Gregoriana de Roma. Era un hombre letrado, director del seminario de León (como Miguel Hidalgo lo fue del de Valladolid). Asistió al II Concilio Vaticano, participando todavía dentro de las filas del episcopado conservador.

Le tocaron tiempos de profunda renovación de la Iglesia y las convulsiones políticas del 68. En ese tiempo cambiará drásticamente su posición teórica y práctica. Será su comunidad indígena maya la que lo confrontará con la miseria, la opresión, la dominación política, económica, cultural y religiosa que la oligarquía chiapaneca había orquestado como herencia de los conquistadores y de los terratenientes contra ese pueblo originario.

El joven obispo sufre una conversión radical. Ya en 1968 fue uno de los cuatro oradores (sobre el tema de la pastoral indígena) en la Conferencia de Medellín del Celam, donde manifestó su calibre latinoamericano.

Brillará en América Latina como miembro de una camada de obispos que optaron por los pobres del continente, junto a Helder Camara, en Brasil; Leónidas Proaño, en Ecuador, y Óscar Romero, en El Salvador. Será uno de los reformadores de la Iglesia, fundamentando bíblicamente la revolucionaria teología de la liberación que estaba naciendo. Pero aún más, la llevó a la práctica con su pueblo indígena chiapaneco.

Aprendió dos lenguas mayas y se transformó en el profeta de su pueblo. Esto le traerá grandes enemistades, persecuciones, aun de aquellos que hoy, después de su muerte, lo ensalzan. Decía de él, y de don Samuel, el obispo de Cuernavaca don Sergio Méndez Arceo: Nosotros unificamos al episcopado mexicano. ¡Todos están contra nosotros!”

Perseguido por los potentados, los terratenientes, los políticos y hasta por algunos de sus sacerdotes, con indomable brío, con paciencia de indígena, con sacrificio titánico, recorriendo innúmeras veces su diócesis en camioneta, avioneta o a caballo, estaba presente consolando, alentando y dirigiendo a las “comunidades” mayas. Todas lo tenían por tatik (como el tata de los tarascos que fue Vasco de Quiroga); nombrado por ellos mismos “Protector del pueblo indígena”.

Contra viento y marea, y contra la opinión de muchos en el Vaticano (que como decía San Juan de la Cruz a un hermano observante estricto: “¡Cuídate de ir a Roma, partirás descalzo (reformado) y volverás calzado (corrompido)!”), transformó la Iglesia y la sociedad chiapaneca, educó a los líderes indígenas, que de catequistas llegaron a ser diáconos. ¿Qué fueron muchas y muchos comandantes zapatistas sino catequistas de don Samuel Ruiz?

Don Samuel creó proféticamente la conciencia de lucha de su pueblo, del cual, por otra parte, aprendió todo. Por ello, en la celebración de su muerte (no es contradictorio que el pueblo reunido junto a su cadáver exultara un cierto espíritu de profundo regocijo), se gritaba, en algunos casos machete en mano: “¡Samuel vive, la lucha sigue!”; o aquella crítica a la Iglesia de tantas traiciones: “¡Queremos obispos al lado de los pobres!”

Esa Iglesia ocupada en la beatificación de su burocracia (cuyo miembro supremo se le vio fotografiado junto a R. Reagan, o a A. Pinochet, y que se encolerizó ante la presencia de un humilde Ernesto Cardenal de rodillas, y sin embargo, ministro de Estado de la revolución sandinista, junto al gran cartel en el que se leía en la Plaza de la Revolución: “¡Entre cristianismo y revolución no hay contradicción!”

Don Samuel no fue sólo una figura mexicana. Era una personalidad profética latinoamericana, defensor de los derechos humanos de los humildes, de los inmigrantes en toda Centroamérica. Era una figura mundial, recibiendo premios internacionales y doctorados honoris causa en las más diversas y encumbradas universidades en reconocimiento a su pensamiento y a su acción.

Don Samuel es, junto a don Sergio Méndez Arceo, el símbolo más profético de la Iglesia mexicana del siglo XX, y uno de los pastores más importantes de la pastoral indígena en nuestro continente y el mundo. No queda sino alegrarse con el pueblo cuando exclamaba: “¡Samuel vive, la lucha sigue!”

Como Walter Benjamin escribía, se trata de un “mesianismo materialista” (si por “materialista” se entiende cumplir responsablemente con los deberes para con la vida de los pobres y explotados, como los indígenas chiapanecos). Samuel fue heroicamente consecuente con aquél: “¡Tuve hambre y me dieron de comer!” (que del Osiris egipcio pasó a Isaías y al fundador del cristianismo, del cual Samuel fue un digno testimonio).

por: Enrique Dussel, filósofo, emérito de la Universidad Autónoma Metropolitana

Fuente La Jornada de Mexico

No creo en tu Dios. Carta abierta al párroco que no queremos. Por Raul A. Perez Verzini

No creo en tu Dios.
Carta abierta al párroco que no queremos.

Estimado, no te pongo nombre para que no creas que el problema es con vos. De hecho, los que te han tratado dicen que sos una persona agradable y no juzgo tus intenciones.

El totalitarismo eclesial vernáculo, cínicamente acostumbrado a tomar decisiones sin consultar a los involucrados, te eligió como párroco de La Cripta. Y vos, quizá siguiendo la antievangélica obediencia debida, aceptaste. Te equivocaste.

Ya te lo hemos dicho y te lo seguiremos diciendo: No te queremos como párroco. No te recibiremos como párroco. Esta nunca será tu casa.

Nuestra decisión no es caprichosa. No se trata de rebeldes sin causa. Se trata, como diría Pedro Casaldáliga, verdadero pastor, de una rebeldía que busca la fidelidad a nuestra propia conciencia. Son más de 45 años de una línea pastoral fuertemente anclada en las intuiciones del Vaticano II y la reflexión teológica posterior. Son miles de personas que a lo largo de todos estos años se identificaron con la manera de ser y hacer que nos caracteriza. Y no estamos dispuestos a dejar que se destruya. Estamos preparándonos para dar batalla.

No pienses que tenemos algo contra vos. El problema es que no creemos en tu Dios.

No se trata de matices pastorales. No se trata de conservadurismo y monotonía a la hora de celebrar la eucaristía. Ni siquiera se trata de falta de conocimientos bíblicos y teológicos.

El problema es que no creemos en tu Dios.

Tu Dios impone uniformidad. El nuestro, celebra la diversidad.

Tu Dios impone castigos. El nuestro nos mira con misericordia.

Tu Dios es misógino. El nuestro es Padre, pero sobre todo Madre.

Tu Dios en monárquico y autoritario. El nuestro, fraterno y participativo.

Tu Dios se identifica con el totalitarismo vaticano. El nuestro, se expresa en la Biblia y en los signos de los tiempos, y sabe que el sábado fue hecho para el ser humano y no al revés.

Tu Dios elude el diálogo. El nuestro nos exige reflexionar críticamente.

Tu Dios nos trata como idiotas. El nuestro como adultos.

Nuestra parroquia tiene una fuerte tradición iniciada por Quito y continuada por Víctor, donde se ha respetado a los laicos. Donde se ha respetado la libertad de pensamiento y donde sobre todo, se nos ha tratado como adultos. Aquí, como reza la oración del consejo pastoral, somos los laicos los responsables de animar la marcha de la comunidad cristiana.

A los adultos no se les impone una manera de ser. A los adultos no se les impone un pastor. Los adultos eligen a quien merece ser llamado pastor.

Vos venís desde otro lugar. A vos te enseñaron que el laico está para obedecer. A vos te enseñaron que las investigaciones teológicas, antropológicas y exegéticas son para la universidad, no para compartirlas con los laicos, demasiado “ignorantes” la mayoría.

A vos te enseñaron que son más importantes las posturas de la jerarquía que lo que diga la Biblia y el pensamiento moderno. Por eso te toca defender lo indefendible. Por eso no podés sumarte a nuestras expresiones que apoyan a los divorciados, a los movimientos de GLBT, al sacerdocio femenino, al aborto legal, al fin del celibato, a la autonomía del estado y a la democratización de la iglesia entre otras.

Quizá por eso tus homilías hablan de que Jesús clavado en la cruz podría haber hecho caer un rayo del cielo para vengarse de sus enemigos… La verdad que cuando lo escuche no sabía si reír o llorar… Qué clase de teología te educa? Qué imagen de Dios tenes? Podes afirmar en conciencia que ese es el Dios de Jesús? No, el problema no lo tenemos con vos. El problema es que no creemos en tu Dios. Tu manera de entender el Evangelio y de vivir el cristianismo son incompatibles con nuestra manera de entenderlo y de vivirlo, por eso no sos apto para ser párroco de La Cripta. Ni serás bienvenido a nuestra comunidad.

No se trata de santidad. Probablemente vos seas más santo que nosotros. No se trata de quién está en la verdad y quien en el error. Nos sabemos en búsqueda permanente y dispuestos a cambiar nuestras opiniones cuando se nos demuestra el error.

No pretendemos cambiarte. No pretendemos que abandones tus creencias y tus modos de ser. Simplemente te decimos que nosotros tampoco queremos abandonar aquello que creemos y podemos fundamentar como correcto.

No queremos, como pediste, darte una oportunidad. Te haríamos perder tiempo y nos harías perder tiempo a nosotros. Estamos trabajando duro para contrarrestar el descreimiento y el abandono masivo de jóvenes y adultos que la Iglesia jerárquica, con Ratzinger a la cabeza, ha provocado en la gente. Y por eso exigimos como párroco una persona que respete nuestra caminata y venga a iluminarla con más libertad y más novedad y no a destruir lo hecho hasta ahora.

Nos hemos tomado en serio las palabras de Jürgen Moltmann, unos de los teólogos más importantes del siglo XX: “Donde la Iglesia no engendre una fe liberadora, sino que difunda opresión, sea esta moral, política o religiosa, habrá que oponerle resistencia por amor a Cristo”.

Gracias por entendernos.

Ing. Raul A. Perez Verzini

Arrasar a la “Iglesia de los Pobres”. Otro conflicto en la arquidiócesis de Córdoba. Por Nicolás Alessio

Amigos y amigas, pronto enviaremos la primera convocatoria para continuar con nuestras reuniones, según acordamos en la última del año pasado, ahora nos urge este tema, la intervención en la Parroquia Ntra. Sra. del Valle, conocida como la Cripta. De más esta decir, que fue el lugar que nos permitió, a los Curas Autónomos (comumente llamados “Casados”), al Grupo Angelelli y a nosotros, reunirnos … no es casual que se quiera “arrasar” esa comunidad.

Hasta el miércoles 23 esperamos sugerencias en torno al contenido, luego la enviaremos para juntar firmas y adhesiones.

ARRASAR A LA “IGLESIA DE LOS POBRES”  OTRO CONFLICTO EN LA ARQUIDIÓCESIS DE CORDOBA

Cristianos y cristianas, hombres y mujeres de nuestra sociedad, queremos:

  • expresar nuestra más absoluta solidaridad con la Comunidad “La Cripta”, que una vez más debe enfrentar el intento de la autoridad eclesial para “borrar” y dejar en el olvido su extraordinaria trayectoria como Parroquia abierta, inclusiva, renovada, liberadora, fiel al Evangelio y fiel a la Iglesia Latinoamericana y sus mártires.
  • repudiamos una vez más la actitud autoritaria, cerrada, inflexible y anti-evangélica de la autoridad eclesial, en particular del Sr. Obispo Carlos Ñáñez, que pretende imponer un nuevo párroco que claramente sera un “interventor” con la misión de emprolijar, vigilar, ordenar y corregir el camino de esta comunidad que, primero junto al Quito Mariani y luego con Victor Acha, ha demostrado ser un auténtico lugar de comunión y participación.
  • convocamos a no quedarnos callados, lo que favorece la impunidad del silencio que tan bien maneja el poder eclesial, y a multiplicar entonces voces y gestos de resistencia a estos aprietes de los sectores mas conservadores de esta institución que no termina de entender aquello de “no he venido a ser servido si no a servir” y se aferra a peligrosos métodos autoritarios.

Otro mundo es posible, otra iglesia es posible.

CRISTIANOS Y CRISTIANAS

COMUNIDADES DE BASE INCLUSIVAS

Una interna feroz. Guillermo “Quito” Mariani

Así titulaba un diario capitalino la descripción de las rivalidades dentro de la UIA, que provocaron la renuncia de su presidente Héctor Méndez con fecha anticipada al vencimiento de su plazo de ejercicio, que sería en abril. Su renuncia dio pie a una cantidad de conjeturas. Lo que él mismo expresó es la disconformidad con que ambas líneas en pugna por la sucesión, Celeste y Blanca e Industriales, hubieran acudido  a la prensa, llevando al público la disputa interna, en contra de lo convenido expresamente. Sobre la mesa está la cuestión de anulación de lo establecido anteriormente, que exigía la alternancia de la presidencia por ambas líneas. La opción sería guiarse solamente por el resultado de las próximas elecciones en abril.

No menos feroz es la que está teniendo lugar en la iglesia argentina en una circunstancia parecida, el vencimiento del mandato del Cardenal Bergoglio como presidente de la conferencia episcopal. Tan feroz que el episcopado en la reunión de diciembre pasado dispuso que el cardenal viajara  a Roma para informar personalmente de su gestión, acompañado de un grupo de obispos colaboradores suyos. En otros términos, a defender su posición frente a los acontecimientos públicos de los últimos tiempos. ¿Es que en Roma necesitan justificarse las actitudes aparentemente tan firmes de Bergoglio que, por ejemplo declaró una guerra santa con oportunidad del debate de la ley de matrimonio igualitario?

Con una lectura más de dentro del enredo eclesiástico, aquella dureza del Cardenal y sus repetidos alegatos en contra de un gobierno que quiere suprimir la Vicaría castrense, y permite llevar a la discusión leyes despenalizantes o contrarias a la visión católica tradicional, fueron un intento de contrarrestar las acusaciones de debilidad en la defensa de la fe y de la iglesia, provenientes de un sector mucho más conservador. Este sector ultra, liderado por el arzobispo de La Plata  Héctor Aguer logró en una votación sobre el tema, el 60 por ciento de los obispos, desplazando así la opinión más moderada de Bergoglio. La interna feroz eclesiástica se parece una vez más a la de la UIA en el intento de silenciar las diferencias. Candidatos de la línea de Bergoglio son los obispos litoraleños Lozano y Stanovnik , y José María Arancedo actual vicepresidente de la CEA.

La elección de septiembre de la que participarán unos 150 obispos decidirá  finalmente al sucesor de Bergoglio que trae aparejada casi necesariamente la dignidad cardenalicia. Los litoraleños aparecen más alineados con Bergoglio. En cambio una cantidad bastante respetable entre los que se cuentan los entusiastas línea dura, obispos de Santiago del Estero (Polti) San Juan(Delgado) y San Rafael (Taussig) con otros de la línea del Cardenal Primatesta como el de Iguazú (Martorell) y el de Neuquén (Cuenca). Capitaneados por Héctor Aguer, el único candidato, coinciden en actitudes asumidas frente a distintos problemas.

Aguer fue quien ofreció pagar la fianza de un millón de pesos para que obtuviera libertad el banquero que había estafado a 30.000 ahorristas desde el BANCO  de su padre Federico Trusso con relaciones financieras muy fuertes con el Vaticano a través del difunto cardenal Quarracino- A favor de esta candidatura está el ex embajador menemista Casselli con muchas influencias en el Vaticano.

Con pronunciamientos muy agresivos esta línea rechazó la educación sexual escolar. El sacerdote de Malargue, Gómez, fue felicitado por la interrupción del espectáculo que consideró injurioso para la iglesia y su valoración de la gravedad de la violación de menores. Asimismo se manifestó con documentos públicos en contra de la elección de la Dra. Carmen M. Argibay para la Corte suprema.  Acusan a quienes favorecen el  uso de preservativos, de fomentar  promiscuidad y desenfreno sexual. Niegan absolutamente la absolución y la comunión a los divorciados- Acusaron de populismo electoral la asignación universal por hijos.- Defendieron aguerridamente al obispo castrense Biasotto, así como la permanencia de la cuestionada Vicaría castrense. En la época del proceso militar muchos de sus integrantes se complicaron amparando a delincuentes como Cristian Von Wernich y otros capellanes militares. Calificaron como degradante , pervertida y destructora de la familia, a la ley de matrimonios igualitarios.¿Hacen falta más datos?

Se trata de una interna detrás de la cual se mueven intereses de toda índole. Los mismos que en la interna de la UIA. Por lo menos hacemos el esfuerzo de que se conozcan estos trámites tan ajenos a la propuesta cristiana, para saber dónde estamos.

Canciller del Cielo. Por Guillermo “Quito” Mariani

Desde las monarquías los soberanos acostumbraban a tener un canciller que era tan poderoso como el mismo monarca aunque actuaba en su representación. En caso de errores diplomáticos o tácticos los cancilleres o secretarios eran  destituidos.

Los pontífices romanos son considerados como una especie de cancilleres de Dios, a perpetuidad. No es posible destituirlos a no ser que el mismo Monarca del cielo ordene su desaparición. Como cancilleres del cielo, ellos tienen la potestad de abrir o cerrar las puertas, de sellar los decretos, de orientar autoritariamente las políticas del reino.

El 1ro de Mayo, Benedicto XVI, canciller del cielo, entreabrirá la puerta a un antecesor absolutamente identificado con él en la política anticonciliar de la iglesia actual. De eso viene a tratarse una “beatificación”. Con un permiso especial otorgado por él mismo, abrevió el tiempo de cinco años para comenzar el llamado “proceso de beatificación”. Acaba de concluir con la constatación de un milagro, dificultosamente aprobado como tal, que se debería a la influencia que Juan Pablo II tiene frente a Dios. Es curioso que este anticipo del tiempo prudencial para iniciar un proceso que se denomina como “heroicidad de virtudes”, haya sido violado en los últimos tiempos, de acuerdo al criterio pontificio. Sucedió con la madre Teresa de Calcuta y ahora con Juan Pablo II. Anteriormente Juan  Pablo II después de una valiosa colaboración del Opus Dei para salvar las finanzas pontificias, apresuró la canonización de su fundador José María Escrivá de Balaguer beatificado en 1981 y canonizado ( lo que significa abrirle por completo las puertas entornadas ) en el 2002.

Es conocido que, como prueba definitiva agregada a todos los testimonios de “heroicidad de virtudes” se necesitan uno o dos milagros, constatados científicamente por los expertos del Vaticano. Esos milagros, certificados por el Canciller como de autoría divina, aseguran que el integrado a la lista oficial (canon) está en el Cielo. El apresuramiento de Benedicto XVI es explicable si se piensa que él fue el personaje más influyente en el pontificado anterior y esto significará su propia pequeña beatificación. Aquí es preciso detenerse para dos reflexiones muy simples. Primero: ¿puede alguien arrogarse el privilegio de conocer perfectamente lo que pasa en ese espacio de Dios que llamamos “trascendencia” o Cielo? ¿No es atrevimiento juzgar que Dios interrumpe las leyes naturales, como en una especie de diversión juvenil, para mostrar que premió a un ser humano con su presencia celestial? Y segundo ¿No sería legítimo exigirle a este Dios que se preocupara de hacer otros tantos milagros como hacen falta para remediar tantas flagrantes injusticias y sufrimientos de inocentes (entre otras cosas)?

Me vienen a la memoria dos títulos “Los santos vienen marchando” la famosa melodía de Louis Armstrong y “Los santos van al infierno” el libro de G. Cesbrón. Aunque no haya sino una referencia lejana, creo que los dos títulos sirven para mostrar una realidad. Por una parte, que en ese Cielo ya tiene que haber preocupación porque son tantos los santos que mandan sus cancilleres (previa organización de grandes peregrinaciones y contratos con las compañías de viajes), que ya se produce superpoblación. Por otra parte los verdaderos santos, con heroicidad de virtudes, como Angelelli, Romero, Casaldáliga, Samuel Ruiz, Helder Camara, y los que con claridad y limpieza construyen una teología humanizada, son enviados al foso, condenados y excluidos. Al infierno, como Küng, Castillo Sánchez, Pagola, Alvarez Valdés, Boff, Gutiérrez, Tamayo, Fiorenza…

Juan XXIII  hizo demasiado bien a la Iglesia, actualizando su diálogo con el mundo. Y esto es imperdonable para el actual pontífice. Por eso el proceso de su beatificación no marcha.

Nadie tiene por qué cargar con pecados de sus amigos, pero sobre Juan Pablo II pesa la responsabilidad de no haber aclarado la muerte de Juan Pablo I y la de haber detenido en más de una oportunidad la investigación sobre el abusador Marcial Maciel fundador de los Legionarios de Cristo, su amigo íntimo. El 1ro. de Mayo el Canciller de Dios firmará y afirmará solemnemente la condición de beato de Juan Pablo II, y si se produce otro milagrito, próximamente llegará la canonización.