Es muy lindo compartir momentos en que la alegría se escapa de los corazones por los labios y las manos y las exclamaciones se juntan a los aplausos aprobando espectáculos artísticos, afirmaciones valiosas, originalidades ingeniosas, valentía de denuncias peligrosas, optimismos esperanzadores y muchas otras cosas del mismo estilo. Así compartir es una fiesta y el espíritu se alienta para superar momentos difíciles e inevitables.
Pero cuando las sonrisas y aplausos son “comprados” (clack) o expresión de falta de argumentos, o burlas de la historia y la realidad, uno tiene la sensación de que se está apoyando en un tronco hueco que transforma las sonrisas en fisuras y los aplausos en quejidos del árbol que se derrumba.
Porque, cuando todo está preparado y en el entorno de quien se juzga protagonista principal del espectáculo o la historia, ocupan puestos de privilegio, los que, condicionados por su necesidad de contar con el apoyo del que dispone de medios para favorecerlos, no pueden dejar de asentir, sonreír y aplaudir en momentos determinados, es inevitable sentirse molesto si se tiene una dosis de sentido crítico. Porque esa situación exalta y euforiza como una droga a quien la provoca, y entonces las agresiones, los errores históricos, las amenazas y las arengas triunfales saltan como resortes sin freno y no se tienen en cuenta los excesos.
Que cada uno, sobre todo en política y tiempos eleccionarios, presente un programa racional y lógico, y descalifique así los proyectos de quienes considera opuestos a sus propios planes, es absolutamente natural y necesario. Pero no es admisible que se desfigure impunemente la historia para aparecer sin culpas. Y más aún para mostrarse como únicos constructores de todos sus valores y riquezas.
Lo hemos vivido y lo vivimos en diversos contextos. Así, por ejemplo, con los que se consideraron desde la dictadura militar opresora, héroes de la paz y del progreso argentino. Hoy, ante los tribunales y millares de testigos que los condenan, o se duermen indiferentes, simulando que tienen tranquila la conciencia o defienden descaradamente los excesos que cometieron contra los derechos humanos más fundamentales.
Con esto, la afirmación de que los vencedores son definitivamente los que escriben la historia, ya no puede ser sostenida, a Dios gracias, como ley sin excepciones. Aunque los crímenes del franquismo queden cubiertos por la niebla de una España “nacionalista y católica”. Aunque los delitos del capitalismo financiero hayan sumido a gran parte de las naciones en una crisis cuya solución está exigiendo dilapidar una cantidad de recursos de los que se debiera disponer para solucionar el hambre en el mundo, que tantos de los que lo producen gustan usar como argumento sentimental para redimirse, entre nosotros la Justicia y la Memoria se han unido para combatir la impunidad. Ya, aunque se pueda escribir una historia diferente contando con la complicidad mediática, Martínez de Hoz y Cavallo han sido señalados por la Justicia como delincuentes económicos.
Y en esta línea aparecerán otros seguramente. Ya los pequeños productores o arrendatarios que habían cedido a la seducción de patrones ricos enriqueciendo a sus trabajadores, reclaman por sus derechos conculcados. Ya se decide aceptar los reclamos de esa gente postergada. Y todo esto sí es para sonreír y aplaudir.
José Guillermo Mariani (pbro)