Curando heridas. Guillermo “Quito” Mariani

Todo proceso social de cambio produce heridas. Es relativamente fácil identificar a los culpables de esas heridas que, en la mayoría de los casos, están al servicio de los poderes dominantes.  La cicatrización de esas heridas cuesta mucho más que  producirlas. A veces exige actitudes muy duras y constancia desafiante frente a  influencias  e intereses poderosos. Los genocidios que, en un primer momento pretenden cubrirse con olvido para conseguir un avance progresista y tranquilo, (como lo propusieron nuestros obispos, siempre complacientes con las dictaduras de derecha, con oportunidad del indulto menemista) reactivan constantemente sus gritos acallados y estremecen a pesar del tiempo, a los que viven como recuerdo lo que padecieron  sus mayores. Ahí está el genocidio armenio rememorando las deportaciones inhumanas y los asesinatos masivos de civiles, (entre los cuales  merece mención especial  el cruel peregrinaje por el desierto y sin alimentos de  250 intelectuales). Un hecho que se remonta a la primera guerra mundial (1915-1917) y que sin embargo, a pesar de algunas buenas intenciones como la “hoja de ruta” firmada recientemente por las dos naciones, continúa dificultando las relaciones entre Armenia y Turquía, con mutuas y conflictivas acusaciones. Allí está España mostrando a viva piel la tragedia de las fosas comunes que se van descubriendo en una cantidad de poblaciones norteñas,  y los esfuerzos oficiales por no destapar esa historia tétrica del franquismo. Allí está la Alemania empañada todavía, a pesar de sus logros sociopolíticos y económicos, por  la marca imborrable del muro de Berlín, y la persecución de los jerarcas del nazismo. Y aquí estamos nosotros, casi un ejemplo de sinceridad y audacia para todo el mundo, en que la herida tremenda de la dictadura militar y el dolor de los desaparecidos, se va cerrando lentamente,  punto por punto como el final de una gigantesca cirugía todavía en proceso de cicatrización.

Honduras, en el continente americano, desde Junio del 2009, era una herida abierta.

Un golpe militar, del que aparentemente quiso desligarse Estados Unidos, sin lograrlo en al ámbito internacional, ya que los indicios de complicidad de los integrantes de la base de Soto Cano en el comienzo y desarrollo del proceso de derrocamiento de Zelaya sugerían demasiadas coincidencias, constituyó al mismo tiempo que un abuso del “gendarme de América”, una dolorosa experiencia para la solidaridad latinoamericana.

A pesar de la reacción casi inmediata de Insulza, el secretario general de la OEA,  que calificó el  hecho como golpe militar contra la democracia, la tibieza oficial de los Estado Unidos (con cola de paja) permitió que se consumara la destitución, se anulara la convocatoria a la Asamblea constituyente y se  enjuiciara al presidente derrocado impidiéndosele volver al país,  hasta con amenazas de muerte. Había un interés manifiesto en romper la unidad latinoamericana en gestación, castigando a Honduras por su integración al ALBA.

Micheletti quedó solo con un país aislado de América y Europa  y la expulsión de la OEA. Las elecciones convocadas en esa situación dieron paso al presidente Porfirio Lobo. Colombia, Costa Rica y Perú reconocieron al nuevo gobierno. Lo rechazaron con firmeza Argentina, Brasil, Cuba, Ecuador, Paraguay, Uruguay y Venezuela.

Merced a las hábiles y constantes negociaciones entre los gobiernos de Colombia con Santos, y de Venezuela con Chávez, acaba de darse una aceptación por parte de Miguel Zelaya de las garantías ofrecidas por Lobo para volver al país con todos los derechos ciudadanos,  la presidencia del Frente nacional de resistencia popular, y el compromiso de convocatoria de una Asamblea constituyente, junto con la anulación de los procesos judiciales iniciados en su contra. El acta firmada en la histórica y bella Cartagena de Indias por los 4 gobiernos comprometidos a vigilar su cumplimiento, inicia de manera drástica la curación de esa herida, ya que es casi seguro que Honduras será admitida nuevamente en la OEA. Una hermosa lección de reconciliación sin humillaciones, para esta Amétrica latina hermanada por sus tradiciones y su lucha antiimperialista.

 

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