“Infalible no es el Papa, es Internet”, dice este hombre de 71 años que destila un humor irónico mientras camina con dificultad por las veredas que lo llevan hasta La Cañada.
Leonardo Boff, referente máximo de la Teología de la Liberación, cáustico crítico de la Iglesia como institución, estuvo aquí por tercera vez para recibir una distinción de la Universidad Nacional de Córdoba y difundir la visión renovada de su pensamiento, siguiendo con lo que él define como su “gitanismo intelectual”.
Desde allí, explicita su misión actual: “Mi función no es crear consuelo, quiero crear angustia en una Humanidad que corre peligro”.
Vital, apasionado y muy afectuoso, dice que Stephen Hawking buscaba la explicación científica del todo, pero renunció. “Se dio cuenta de que eso no explica lo más importante de la vida: el amor, la amistad, la generosidad, esa irrupción fantástica en la que uno se apasiona por el otro. Eso no está en ninguna fórmula matemática”, afirma quien es uno de los redactores de la Carta de la Tierra, adoptada por las Naciones Unidas (ONU).
–¿En qué consiste hoy la Teología de la Liberación?
–Durante las dictaduras militares, era una fuerza de resistencia basada en obreros y campesinos. Después se descubrió que el abanico de pobres era más amplio: indígenas, negros, mujeres. Ahora, a partir de la década de 1990, se ve que la misma lógica que explota a las personas y a los países, explota también a la naturaleza. Dentro de la opción por los pobres, que es la marca registrada de la Teología de la Liberación, hay que insertar al gran pobre que es el planeta Tierra. Así nació una ecoteología de liberación.
–¿Por qué el hombre actúa contra su propio planeta?
–Yo creo que se debe a la ignorancia, a la falta de perspectiva global por no tener informaciones básicas que permitan tomar decisiones verdaderas. Ven sólo sus intereses individuales, no el interés del país y menos el del planeta.
–¿Cómo se resuelve esa contradicción?
–Muchos políticos son corruptos y no representan a sus poblaciones, sino a los capitales y comerciantes y deciden en función de esos intereses. La sociedad civil mundial tiene que tomar en sus manos ese asunto, presionar, crear sus lobbies, estigmatizar empresas.
Coca-Cola y Nestlé, por ejemplo, están privatizando fuentes de agua. El agua es vida y quien controla la vida tiene poder, un poder de vida o muerte. Entonces hay que denunciarlos.
–Stephen Hawking dice que la Tierra es insalvable y propone la colonización del espacio.
–Es una solución desesperada, pero que no tiene viabilidad, porque lo que sabemos hoy por la Hipótesis de Gaia de James Lovelock es que la propia vida ha creado la atmósfera. Entonces, habría que llevar vida y generar condiciones previas para que el ser humano pueda vivir. Y de los planetas que conocemos, ninguno tiene esas condiciones. Creo que la tesis más sensata es decir: nosotros somos un producto de la evolución que ha creado la Tierra; la Tierra ha creado la vida; la vida ha creado al ser humano. Somos seres de este planeta y vamos a participar de su destino.
–¿Qué hacemos para salvarlo?
–Con el paradigma de aumentar el producto interno bruto (PIB), la Tierra no aguanta. Y si de verdad queremos generalizar el bienestar de los países ricos a toda la Humanidad, necesitaríamos tres Tierras. El proyecto dominante es el crecimiento y el consumo ilimitados, pero los recursos son limitados. La Tierra es pequeña, vieja, y no podemos seguir ese plan porque ya no aguanta. Tenemos que pasar de una sociedad industrial que explota la Tierra a una sociedad de sustentación con todas las formas de vida, que es la tesis básica de la Carta de la Tierra.
–¿Cómo lo hacemos?
–La humanidad, a mi juicio, va a aprender del sufrimiento. Los escenarios mundiales son dramáticos: inundaciones, sequías, terremotos, huracanes, luchas por el agua. Eso puede ser leído de dos maneras: o como una tragedia que termina con la especie humana o como una gran crisis de civilización. La humanidad ha vivido muchas crisis de civilización y sobrevivió.
–Usted sigue adelante con su intento de convencer a la mayor cantidad de gente.
–Los políticos tienen que hacer hoy; los intelectuales, pensar para que la Humanidad empiece a hacer otra cosa. Sugiere ideas y pensamientos. Mi función no es traer consuelo, quiero crear angustia. Porque la angustia hace pensar, hace discutir.
–¿Cómo ve a la Iglesia hoy?
–La Iglesia padece una enfermedad muy grande que es el fundamentalismo. Este Papa publicó un documento cuando era cardenal –y lo reafirmó como Papa– que se llama Dominus Iesus. Es el intento de volver a una perspectiva medieval, afirmando que fuera de la Iglesia no hay salvación. La única Iglesia verdadera es la católica. Si se le agrega el escándalo de los pedófilos, es la crisis más grande de la Iglesia después de la Reforma, porque afecta el nudo fundamental de la Iglesia que es su respetabilidad, su confiabilidad, su capital ético, espiritual, afecta a su corazón. Tenemos un liderazgo muy débil que crea confusión en la cabeza de muchos cristianos. Son los límites de la figura de este Papa que fue siempre un profesor, nunca un pastor. Está empezando a ser pastor, pero sin mucho suceso porque se peleó con los musulmanes, con los judíos, con las mujeres. Se ve que no sabe manejar un cuerpo de más de mil millones de personas.
–¿Qué pasa en América latina?
–Acá estamos lejos del centro. Hay mucha vitalidad en las bases de la Iglesia. Por ejemplo, en Brasil hay una red enorme de pastorales sociales y eso se repite en otros países. Simultáneamente, la Iglesia oficial tiene los dos oídos pegados a Roma. Nos escandalizamos mucho cuando vemos cardenales viviendo como príncipes, como grandes señores. A mí me preguntan cómo compaginar eso. Pero no hay que compaginar, hay que denunciar, porque todo eso es contra el Evangelio. El cristianismo ha tenido raíces en el Primer Mundo pero hoy es una religión del Tercer Mundo y Roma no quiere saber nada. Tenemos que hacer hincapié ahí, pedir más poder, más cardenales en Roma. Quisiera un Papa que venga de la periferia del mundo, que sienta en la piel la injusticia y el dolor de la Humanidad.
–¿Cuál es el futuro de la Iglesia?
–Así como va, quedará como una secta de Occidente, insignificante, mientras la globalización abarca a todos. Eso es lo peor que puede acontecerle a la Iglesia de Jesús. No merece eso, porque es una herencia tan generosa, tan humanitaria, del amor incondicional, de aceptar a todas las personas.
Fuente: La Voz del Interior