Hay personas y grupos que, a veces, repentinamente, se dan cuenta que son insignificantes, que no tienen peso social, que no están haciendo o no han hecho nada en la vida. Con frecuencia esto puede ser indicio de un cuadro depresivo o de falta de autoestima y, cuando se trata de grupo, de divergencias calladas que crecen en silencio y finalmente ahogan.
Pero otras veces se trata de que algún acontecimiento inesperado desnuda de apariencias, y se descubre una realidad insignificante. Caben diversas reacciones en estos casos. La más eficaz consiste en aceptar la disminución experimentada y buscar remediarla fijándose alrededor para encontrar solidaridad y ayuda, al menos compañía, para fortalecer cualquier acción encaminada a devolverle sentido a la vida y autovalorarse como grupo o persona, emprendiendo una tarea común, o compartiendo la lucha por una causa noble.
Lo peor consiste en arrojar culpas alrededor, sin respeto a la objetividad ni al factor humano, porque esta actitud aliena de la realidad y no puede conducir nada más que a nuevos errores decepcionantes. Cuando este proceder se adopta metódicamente, obstaculiza esa inagotable posibilidad de rehabilitación que tenemos los seres humanos, y la inseguridad e insatisfacción personal se desquitan buscando enemigos. El resultado es que esta conducta, irremediablemente, aumenta la sensación de soledad y falta de sentido.
El acontecimiento, para muchos inesperado en base a fuertes y empeñosas influencias mediáticas, fue el resultado de las elecciones primarias. Quedaron objetivamente sumidos en la insignificancia todos los partidos de la oposición. Algunos de sus dirigentes, en primera instancia, golpeados hasta perder su capacidad para reaccionar, recurrieron al argumento del fraude, de la trampa o también a la humildad de reconocerse rechazados por las mayorías en las que les habían hecho confiar los medios. Y entraron en el desprecio de esas mayorías. En el descreimiento de la democracia. En la descalificación de la gente, de ese pueblo que se manifestó con fuerza insospechada.
¿Cuál fue la reacción, pasado el primer machucón? Culpar a otros. Y lo peor, culparse entre ellos. Cada uno atribuyó la situación, no a sus propias falencias sino a los errores cometidos por los otros. Muchos resolvieron cambiar de táctica, de la moderación a la exaltación en posiciones y discursos desgañitados, del reconocimiento de la ineficacia de actitudes destructivas al anuncio tremendista del peligro de la democracia y la estrategia de lograr un Congreso opositor que logre anular las posibilidades de un gobierno aceptable, con un proyecto de aprobación popular.
Y así se produjo eso que en uno de los capítulos de mi último libro “Iglesia y política sin tapujos” (desde el 2009 al 2011) anunciaba allá por febrero del 2010 con el tñitulo: “problema grave ¡no hay oposición!”
La gravedad consistía en que, habiendo muchos opositores al gobierno, como se expresaba en multitud de manifestaciones públicas y privadas, no hubiera una oposición organizada, con un programa definido para contrarrestar o mejorar el del oficialismo. Porque eso altera el equilibrio del juego democrático. Desaparece la bandera de peligro en los caminos equivocados que se toman o se insinúan. Se multiplican las ofensas personales descalificantes y se induce a la crítica de detalles insignificantes que nada tienen que ver con las decisiones importantes para el bien común.
La solución tan simple de que hay que unirse en base a las coincidencias, para salir de la insignificancia, se cambió por la complicada de mostrarse de nuevo fuertes y capaces de una transformación total en contra de la ineficiencia de los demás. Y es casi vergonzosa la descalificación que produce, de todo lo que no sea el propio sector.
Es una lástima que se haya recurrido a esta reacción que no resulta provechosa para nadie. Y además, que los hará seguir siendo insignificantes.
Personas o grupos que de repente se dan cuenta que son insignificantes. Que no tienen peso social, que no han realizado nada valioso en la vida. Puede tratarse de un estado depresivo, falta de autoestima, descalificación del medio y con grupos, divergencias calladas que crecen en silencio y ahogan.
Diversas reacciones: la más eficaz: examinar causas reconocer errores y unirse a otro para clarificar la visión y cambiar d proceder.
La peor arrojar culpas alrededor, señalar defectos de otros, agredir con ínfulas de superioridad descalificando a los demás.
El acontecimiento que convirtió en insignificantes las propuestas políticas de muchos partidos fue el de las elecciones primarias-
Sorprendidos por el golparrón algunos reconocieron su insignificancia. Pero pasado el primer momento recurrieron a culpar otros y a erigirse en la única opción desacreditando a los de adentro y los de fuera. Febrero de 2010 “un problema grave. No hay oposición. No hay acuerdos con superación de ambiciones personales.Para superar o mejorar los proyectos y realizaciones que son un hecho