La tragedia ha convulsionado nuestras entrañas y ha manchado con sangre esta historia nuestra cotidiana. Como el 11 de las Torres gemelas. Aquello fue un atentado, de poderosos a poderosos. Esto no fue un atentado fue un “descuido”, de poderosos a desamparados. Desamparados porque tienen que viajar al trabajo todos los días amontonados como ganado o implorando la misericordia de los encargados para que no los “bajen” aunque tengan que subirse al techo. Desamparados porque enseguida se convierten en números y los números no duelen. Desamparados porque largos juicios concluirán exculpando a los responsables (LAPA) (Río Tercero)…Desamparados porque el dolor será aprovechado por muchos para favorecer sus intereses políticos y denunciar lo que ellos mismos promovieron o callaron. Desamparados porque el dolor lacerante de la mamá de Lucas, la víctima 51, buscando a su niño y encontrándolo finalmente arrumbado en un fuelle entre vagones, tiene detrás la angustia de muchas madres anónimas, de muchas familias que quedan en el vacío de la impotencia económica y emocional.
No hace falta ser marxista para afirmar que el “plus valor” del trabajo aprovechado por el capital es la semilla de las peores injusticias y tragedias. Concesiones, se llama a las privatizaciones que pretenden salvar la economía del país con la explotación de servicios públicos o de riquezas de la tierra, como la megaminería a cielo abierto. Estudios de economistas profesionales regulan los contratos y fijan las condiciones y exigencias que las empresas tienen que llenar, y los controles que deben admitir para mantener la concesión, que nunca debiera ser simple cesión. Pero el dinero y sus acaparadores saben que la palabra oral o escrita no resiste al empujón de la ”coima”, del silencio comprado, del descuido que mira hacia otro lado. Con un giro que al parecer, está nada más que insinuado, el proyecto económico nacional está inclinándose no a la mejor distribución de ingresos sino a la mejora y crecimiento de la producción. No está mal. Pero la máxima, en éste como en otros asuntos es: “hoc facere et illud non omitere” (hacer esto sin omitir aquello) y generalmente, cuando meten mucha mano los economistas ortodoxos, la omisión es lo que acontece. Y lo que se hace, se convierte en un cambio absoluto de rumbo.
No es que falten controles. Es mucho peor: no hay controles. Y cada uno parece poseer el modo de evitarlos. Aparte de que, frente a una corrupción empresarial generalizada (no estrictamente por mal manejo del dinero sino por menosprecio del valor humano) cada uno debería tener al lado un control que le impidiera desviarse del camino. Pero esto sería denunciado como atentado contra las libertades individuales. Visité Cuba el 1974 con otros sacerdotes de movimiento del Tercer Mundo. De allí, esta anécdota, absolutamente verídica. Dos compañeros salieron del hotel una tarde para pasear y conversar con la gente. Se detuvieron en una calle a conversar con un muchacho de uniforme que les habló de todos los beneficios sociales de que gozaba por el hecho de pertenecer como voluntario al ejército. No transcurrió mucho tiempo sin que dos guardias los invitaran a acompañarlos. Quedaron detenidos hasta que se aclaró que era invitados de Fidel. Pero así era el control eficaz. Cada C.D.R (comité de defensa de la revolución), en cada cuadra, se encargaba de mantener todos los servicios , con el reciclado del material descartable y el mantenimiento del material utilizado para la higiene y la comodidad vecinal, y también la ausencia del espionaje norteamericano.
¿Estamos tan carenciados de sentido social que será necesario recurrir a estos recursos de control? A veces pareciera que sí porque en realidad no existe conciencia de C.D.N (comité defensivo de la nación) y sí tendencia muy fuerte de culpabilizar al otro.