José María Arancedo y su minimización del abuso sexual infantil. Por Patricia Gordon

Soledad todavía recuerda su sonrisa, su rostro que sonreía. Los rostros de otras madres que no sonreían. Recuerda lo que sentía. Lo que escuchaba de esa boca que sonreía. Las palabras que salían y que les decía a ellas: “Un abuso sexual no significa tanto”. En ese momento comprendieron lo que no sabían cuando fueron a golpear la puerta de la Iglesia: que el abuso sexual cometido hacia sus hijos iba a enfilar la larga lista de los abusos que la Iglesia ha silenciado a lo largo de los siglos.

José María Arancedo, quien ahora está al frente de la Iglesia Católica argentina, fue una de las tantas personas a las que recurrieron los familiares de niños y niñas abusados sexualmente en el colegio Nuestra Señora del Camino de Mar del Plata. Un profesor (que fue absuelto) y el cura Alejandro Martínez, a cargo de esa Parroquia dependiente del Obispado de Mar del Plata, fueron denunciados.

El abuso significó tanto que una niña contrajo una enfermedad de transmisión sexual. Un niño intentó suicidarse. Otra niña hizo una patología alimentaria y se negaba a comer. Tanto fue el daño que esas escenas perduraron por años en sus cabezas, en un permanente intento de recordar, para algún día elaborar, tanto daño.

Las familias que una vez depositaron su confianza en la educación religiosa perdieron en aquel instante en que la Iglesia les dio la espalda aquel sistema de creencias que habían construido. El entonces obispo (de Mar del Plata) Arancedo paso a formar parte de quienes no sólo minimizaron uno de los peores crímenes de la humanidad, también, en medio de su sonrisa y de esas pocas palabras, se lo escuchó justificando el horror.

Tampoco se quedó atrás en la defensa del Colegio. Inmediatamente aparecieron los peritos de parte del Obispado de Mar del Plata, que contrariamente a lo expresado por catorce profesionales que fueron testigos en el juicio no encontraron en ninguno de los 22 casos que llegaron a juicio indicadores de abuso sexual.

Después de dejar Mar del Plata, Arancedo partió a Santa Fe a reemplazar a otra oveja descarriada, el obispo Edgardo Storni. Y una vez más, con o sin sonrisa se le escucharía decir que un abuso no es un abuso, en relación a otro nuevo escándalo por vejámenes a seminaristas por el cual el Obispo de Santa Fe fue condenado, en diciembre de 2009, a ocho años de prisión por abuso sexual agravado. Las familias de los niños marcharon incansablemente desde la costa hacia la catedral. Se paraban en las escalinatas de espaldas a la iglesia que les dio la espalda.

Para los niños y niñas no hubo aún un solo gesto, una sola palabra, una sola mirada –de parte de quienes deberían haber creído en su dolor– de disculpa ni de arrepentimiento.

Patricia Gordon es Psicóloga, ex terapeuta de niños/as abusados/as en el Colegio Nuestra Señora del Camino de Mar del Plata.

Fuente: Pagina 12.

Entrevista a Juan José Tamayo sobre el Congreso de Teología

 El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico. 

-Un año más, un Congreso más y van…

-Es el XXXI Congreso. Lo venimos celebrando ininterrumpidamente desde 1981 con una participación muy numerosa. El año pasado se inscribieron cerca de 950. En plena crisis religiosa, de avance del ateísmo y de rechazo de la religión, este Congreso es un ejemplo de vitalidad del cristianismo liberador.

-Este año sobre los fundamentalismos. ¿Por qué?

Porque los fundamentalismos, lejos de retroceder, avanzan, más aún, galopan en todos los terrenos y se apropian cada vez de más parcelas de la vida personal y social, religiosa y cultural, política y económica. No hay más que abrir los ojos y comprobar el avance de los partidos xenófobos e islamófobos en Europa, que han entrado en los parlamentos regionales, municipales y nacionales, e incluso en los gobiernos d distintos países, y el fanatismo de no pocos ideólogos y líderes religiosos, que queman libros sagrados de otras religiones, cometen atentados terroristas en nombre de Dios…Por ejemplo, la masacre de Oslo y a los atentados terroristas del 11-S, ambos llevados a cabo por motivaciones religiosas (”en nombre de Dios”).

El fundamentalismo es un fenómeno religioso en su origen, pero se está trasladando a otros ámbitos del quehacer humano. Hay un fundamentalismo político, que es la religión del Imperio; económico, que es la la religión del mercado; el patriarcal, que se traduce en el control del orden social por el varón y la imposición de los “supuestos” valores patriarcales en todos los órdenes de la vida; el cultural, que afirma la superioridad y absolutización de una cultura, en nuestro caso, de la cultura occidental; el científico, cuando la ciencia absolutiza su método de acercamiento de la verdad y lo impone al resto de los campos del saber.

Lo preocupante de los fundamentalismos hoy no es sólo el fenómeno en sí, sino que está instalado en las cúpulas de la mayoría de las religiones, de la política, de la economía e incluso de los Estados, etc. Es una de las más graves patologías de nuestro tiempo.

El papado es la institución fundamentalista por excelencia, que carece de fundamento bíblico y teológico y, por supuesto, no es de institución divina. El Vaticano es una de las más patológicas encarnaciones del fundamentalismo católico.

-Pagola denuncia hoy en RD a los “sectores que se dicen cristianos y se sirven de Internet para sembrar agresividad y odio”

-Pagola habla con fundamento porque es víctima, lo mismo que lo somos otros colegas, de las agresiones verbales de los fundamentalistas. Me parece un denuncia muy pertinente, ya que internet es uno de los cauces de expresión privilegiados de los fundamentalistas, no para debatir, contra-argumentar y dialogar civilizadamente entre posiciones ideológicas diferentes, sino insultar y desprestigiar con descalificaciones gruesas que llevan una fuerte carga agresiva, puede conducir a la violencia, tiene incubado el virus del odio, que extiende a otras personas y sectores. Y lo hacen, no con nocturnidad, sino a plena luz del día, con alevosía, bajo anonimato y la impunidad. Y lo más triste y preocupante es que se trata de correligionarios.

-¿La jerarquía católica alimenta esta dinámica de confrontación entre los diversos sectores eclesiales?

-En cierta medida sí, porque sus posiciones son muy afines con las de los integristas. No hay más que leer algunos documentos y algunas declaraciones papales y episcopales contra la teoría de género, contra el laicismo, contra determinadas leyes aprobadas por los Parlamentos. Me atrevo a hablar de una condescendencia y una complicidad con dichos sectores, a quienes los dirigentes eclesiásticos nunca corrigen, amonestan o condenan, y, frecuencia, amparan y legitiman. Existe una alianza entre la jerarquía católica, el integrismo católico y el integrismo político. En vez de posibilitar el diálogo entre los diferentes sectores católicos, la jerarquía toma partido abiertamente por los grupos citados, que se convierten en confidentes y colaboradores suyos.
Esto no hace fácil el diálogo con los colectivos de cristianos y cristianas, teólogas y teólogos crítico. Los cauces de comunicación de la jerarquía con los movimientos cristianas que defienden la reforma de la Iglesia conforme al concilio Vaticano II están cortados. Y no es sólo incomunicación, sino condenas, anatemas de los obispos y del propio papa a estos grupos. Se está produciendo una ruptura eclesial y una fractura teológica de difícil -por no decir, imposible- recomposición.

La experiencia de nuestros Congresos es emblemática al respecto. Al principio los celebrábamos en locales de instituciones religiosas (Fundación Pablo VI, Colegio Obispo Perelló, Colegio de los Escolapios). Desde hace quince años los celebramos en la Sede de Comisiones Obreras de la Región de Madrid, porque los obispos prohibieron a los directores de los colegios que nos autorizaran el uso de los locales. Durante varios años intervinieron algunos obispos en las conferencias y mesas redondas, donde podían expresar libremente sus opiniones, como el resto de los participantes. Incluso algunos asistieron a título personal. Después, no sólo prohibieron el uso de colegios religiosos, sino que algunos obispos escribieron cartas a los religiosos y religiosas para disuadirlos de asistir.

-¿Es posible que en la Iglesia puedan convivir las diferentes sensibilidades? ¿Cómo?

-Es necesario. ¿Por qué podemos convivir en la sociedad personas y colectivos de distintas tendencias ideológicas, políticas, éticas, etc., y no va a ser posible que esa convivencia se produzca en la Iglesia católica? ¿Cómo? Renunciando a actitudes condenatorias, intransigentes, excluyentes, fomentando el diálogo, la comunicación horizontal, respetando el pluralismo

-Una de las estrellas invitadas es el ex abad Franzoni…

-Franzoni es una de las personas más autorizadas para hablar de “El movimiento restauracionista en la Iglesia y la represión contra los teólogo de y las teólogas”. Fue abad de una de las principales basílicas de Roma, San pablo de Extramuros, y, como tal, con 36 años, participó en el Concilio Vaticano II. Hoy es uno de los pocos padres conciliares en activo. A sus 83 años tiene una lucidez envidiable y conserva el sentido crítico de la época del Concilio. Parece, por ello, la persona indicada para hablar de la involución eclesial, él que la ha seguido muy de cerca, pared con pared con el Vaticano, que la conoce muy bien, que la ha estudiado y sistematizado, que la ha vivido y padecido en su propia carne. ¡Y ha resistido! Nunca tiró la toalla. Todavía hoy sigue trabajando por la reforma de la Iglesia con el mismo empeño de hace cincuenta años, en el seno de las comunidades de base y en sintonía con los movimientos sociales. Es un honor que haya aceptado la invitación y será un privilegio escucharlo. Él sitúa el comienzo del movimiento restauracionista en la Iglesia católica no en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sino en el propio concilio Vaticano II y Pablo VI. Creo que lleva razón.

-¿Cuánta gente se espera?

El año pasado, como dije, llegamos aproximadamente a mil. Este año esperamos mantener el número de participantes, e incluso incrementarlo.

-Los sectores neoconservadores les acusan a ustedes de ser pocos y viejos y, por lo tanto, condenados a desaparecer…

-Pocos y viejos. Se ve que quienes nos acusan no se han mirado al espejo, ni van a las iglesias los domingos, ni son conocedores de las encuestas. Esa descripción es precisamente la perfecta radiografía del catolicismo institucional. ¿Somos pocos? Depende. Reunir cada comienzo de septiembre, a la vuelta de las vacaciones de verano, a cerca de mil persona desde hace 31 años ininterrumpidamente no parece dar la razón a los críticos. Hay que tener en cuenta que, además, a lo largo del año se celebran Congresos y Encuentros similares en casi todas las regiones españolas. En cualquier caso no se pretende reproducir un cristianismo triunfalista de masas, un cristianismo-espectáculo, sino generar dinámicas de participación y convivencia, crear círculos de diálogo y encuentro, fomentar espacios de reflexión y compromiso. ¿Condenados a desaparecer? Es una profecía que los agoreros vienen haciendo casi desde el principio de la celebración de los Congresos. Y hasta ahora no se ha cumplido. Que sigan haciéndola y sigan equivocándose. Si eso les hace felices… Cada uno se consuela como puede. Nosotros seguiremos a nuestro ritmo año tras año, mientras la gente responda a la convocatoria. Más bien, parece una signo de vitalidad y de resistencia. Ah, y por si alguien no lo sabe, los Congresos se autofinancian con las cuotas de los congresistas; no reciben subvención alguna.

-¿Habrá un recuerdo especial para Enrique Miret, Díez Alegría y Julio Lois?

-Por supuesto. Los tres participaron activamente en los Congresos, fueron miembros muy queridos de la Asociación Juan XXIII desde su fundación, a comienzos de los 80 del siglo pasado, ejercieron el cargo de presidentes, dejaron una huella indeleble en ella por su gran dedicación, su trabajo teológico riguroso, su compromiso cívico y su talante dialogante. Los tres han fallecido en poco menos de dos años: Enrique Miret, el 12 de octubre de 2009; José Mª Díez-Alegría, el 25 de junio de 2010, y Julio Lois, el pasado 22 de agosto. A Miret y Díez-Alegría les recordamos de manera especial el año pasado. Este año le haremos un homenaje a Diez-Alegría con motivo de su centenario (1911-2011). Para Lois tendremos un recuerdo emotivo y dedicaremos un espacio especial para hacer presente su ejemplaridad como cristiano, ciudadano y teólogo.

-¿Hay teólogos preparados y dispuestos a tomar su relevo en el anuncio y en al denuncian profética?

-Las vocaciones teológicas hoy escasean, al menos en el horizonte de la teología crítica, pero no han desaparecido. Todo lo contrario, está surgiendo una nueva generación de teólogos, teólogas y especialistas en ciencias de las religiones, que trabajan con gran rigor metodológico, en diálogo con otras disciplinas, con sentido profético, ubicados en los lugares de marginación y exclusión, y comprometidos con la liberación de los sectores marginados de nuestra. Hay, igualmente un amplio y plural movimiento cristiano de base que están en la base de las nuevas corrientes teológicas y que constituyen su fuente de inspiración. El futuro del cristianismo profético y de la teología liberadora es esperanzador. Es verdad que lo que vemos en el cristianismo institucional es una capa de hielo muy gruesa. Pero debajo del hielo hay agua, que cuando salga a la superficie puede convertirse en un verdadero torrente. Pero hay que ser cautos y no echar las campanas al vuelo. Vivimos tiempos de cambio de paradigma en todos los órdenes de la vida. ¡Quién sabe lo que será del cristianismo ¡y de la teología! Mientras tantos nosotros seguimos caminando a ritmo de utopía.

Fuente: Religion Digital.

 

¿Se puede salvar aún la Iglesia? Diagnóstico: enferma terminal. Por Hans Küng

“Hay un cisma en la Iglesia entre la cúpula jerárquica y las bases”
“El papado actual es una institución de dominio que divide. El Papa divide a la Iglesia”

Diagnóstico: Enferma terminal. ¿Se puede salvar aún la Iglesia?‘ Esta es la pregunta que se plantea en su último libro, publicado en Alemania por la editorial Piper Verlag, el teólogo crítico y especialista en ética mundial Hans Küng en su último libro.”En la situación actual no puedo guardar silencio”, dice Hans Küng. En su opinión la Iglesia Católica en encuentra inmersa en una grave crisis. Crisis que es necesario describir con objetividad y sin prejuicios antes de aplicar la terapia adecuada. Crisis que se plasma, entre oras cosas en censura, absolutismo y estructuras autoritarias.

Pregunta: Sr. Küng, me ha llamado la atención que su libro está impregnado de un cierto alarmismo.
No podía seguir callando, debía escribir este libro en este momento concreto.
Metáforas como “enfermedad”, “recaída”, “subida de fiebre” abundan en su libro. ¿A qué se debe este alarmismo?

Küng: Alarma sí, pero no alarmismo. Si me permite, lo explico inmediatamente. He de decirle con toda sinceridad que en estos momentos, tan sólo un par de meses después de su publicación, veo las cosas incluso más negras que el color de la portada de mi libro. Tenemos una iniciativa de diálogo de los obispos que ha quedado en agua de borrajas. Creo que el sociólogo de la religión, Michael Ebertz (Friburgo), tiene razón cuando habla de una segunda crisis en la Iglesia Católica, después de la crisis de los delitos sexuales. El episcopado se muestra obviamente incapaz de comunicarnos qué es lo que ha pasado, para que se pueda encauzar debidamente el diálogo. Seguimos sin saber cómo proceder para iniciar dicho diálogo, los obispos no se ponen de acuerdo y quieren excluir determinados temas. Recientemente hemos asistido a una serie de acontecimientos muy desagradables que justifican tanto mi análisis como mi alarma.

Pregunta:Usted ha llegado a decir que estamos en la segunda fase de la crisis. Ha hablado de falta de disposición a dialogar. Aclárenos, por favor, este punto.

Küng: Suponemos que los obispos han aprendido que no pueden seguir actuando de una forma tan autoritaria como hasta ahora, que han de escuchar al pueblo. Pero no es así, ni siguiera han aprendido eso. Creo que ¡nosotros somos el pueblo! La gente dice: se nos está agotando la paciencia, queremos participar en las decisiones, también en nuestras parroquias. Queremos elegir a nuestros obispos, queremos ver a mujeres en los diferentes cargos, queremos que haya agentes de pastoral, hombres y mujeres, que sean ordenados/as sacerdotes. Son eslóganes y demandas que reflejan el descontento de la gente. De hecho, se ha producido un cisma dentro de la Iglesia entre los que, ahí arriba, piensan que pueden seguir actuando con el estilo de siempre y el pueblo y una buena parte del clero liberal.

Pregunta:¿Qué reacciones ha desatado su libro hasta la fecha?

Küng: Se lo he enviado a todos los obispos alemanes y hasta ahora las reacciones han sido, cuando menos, cordiales. También se lo he enviado al Papa Benedicto con una cortés carta en la que le expongo como, en el fondo, mi intención es ayudar a la Iglesia, aunque tenga una idea diferente de cómo deberíamos proceder. Él me ha hecho llegar su agradecimiento, lo que me parece un gesto positivo. Tengo sumo cuidado en intentar conducir el debate con objetividad, sin traspasar la barrera de la ofensa personal y sin que la cuestión devenga en un asunto personal.

Pregunta: ¿Qué reacciones ha provocado entre los laicos?

Küng: En pocas ocasiones he recibido tantas cartas agradeciéndome el libro, a pesar de tratarse, de hecho, de un análisis algo depre que puede producir desaliento. Me agradecen mucho que afirme que la recuperación es posible. El libro está repleto de propuestas concretas. No me puedo quejar de las reacciones, todo lo contrario, me anima mucho recibir casi a diario cartas de tanta gente, muchas veces de gente sencilla.

Pregunta: ¿Cuáles son para Ud. los principales síntomas de esta crísis de la Iglesia Católica que diagnóstica en el libro?

Küng: Básicamente que las parroquias se están secando lentamente, en parte a causa del mensaje dogmático que viene reiteradamente prescrito desde arriba. Naturalmente tenemos también el problema de los cargos eclesiáles. En el libro lo ilustro con el ejemplo de mi propia comunidad en Suiza. Durante mucho tiempo hemos tenido cuatro sacerdotes (los “cuatro caballeros”); hoy no queda ninguno. Seguimos teniendo a dos jubilados y a un diácono. El diácono lo hace fenomenal, un alemán, por cierto. No obstante, no puede presidir la eucaristía por no haber sido ordenado sacerdote. Y no puede ser ordenado sacerdote porque está casado. Es completamente absurdo. Hemos de abordar una serie de puntos muy concretos: 1. el celibato ha de ser opcional. 2. las mujeres han de tener acceso a los cargos eclesiales. 3. se ha de permitir que los divorciados participen en la eucaristía; 4. se han de establecer comunidades eucarísticas entre las diferentes confesiones sin esperar otros 400 años.

Pregunta: Estos son algunos puntos para la terapia. Volvamos al diagnóstico. ¿Cómo denominaría Ud. la enfermedad que afecta al nucleo de la Iglesia Católica?

Küng: La enfermedad es el sistema romano. Lo introdujeron los Papas de la denominada Reforma gregoriana, en honor a Gregorio VII. Así fue como se introdujo el papismo, el absolutismo papal, según el cual una sola persona en la Iglesia tiene la última palabra. Esto produjo la escisión de la Iglesia Oriental que no aceptó dichas modificaciones. De esa época procede el predominio del clero sobre los laicos. Padecemos un celibato para todo el clero que se introdujo en el siglo XI. Aquí pienso que está el origen de la enfermedad. Ahí surgió el germen. Se intentó erradicarlo con la Reforma pero en Roma encontró resistencia. Con el Vaticano II se intentó luchar contra todo esto. Tuvo un éxito parcial, aunque no se permitió debatir ni sobre el celibato ni discutir sobre el papado. Se puede considerar que el Concilio tuvo éxito a medias. En estos momentos la situación es calamitosa. En Roma, en lugar de haber aprendido algo, como hubiera sido de esperar, y haber emprendido el camino de la liberalización, los dos Papas restauracionistas -Wojtyla y Ratzinger- han hecho lo contrario. Han hecho todo lo posible para que el Concilio y la Iglesia retrocedan a una fase preconciliar.

Pregunta: ¿Se refiere al Concilio Vaticano II que intentó producir una cierta apertura?

Küng: Sí, los frutos del Concilio Vaticano II fueron excelentes: integró el paradigma de la Reforma en la Iglesia, incorporó las lenguas vernáculas a la liturgia, todo el pueblo participa hoy activamente en la liturgia, se revalorizó el papel de los laicos y el de la Iglesia Oriental. Incluso se ha producido una integración de los paradigmas de la Ilustración, de la Modernidad. Desde entonces se reconoce la libertad de culto y los derechos humanos; y tenemos una actitud positiva hacia las religiones del mundo y hacia el mundo secular. Pero éstos son precisamente los puntos en lo que Roma quiere retroceder. Roma lo tiene todo organizado para retener el poder.

Pregunta: Si le he entendido correctamente, desde hace unas décadas, en la Iglesia Católica, se ha producido una recaída, un retroceso, una fuerte concentración en el sistema de dominio romano ¿esto es lo que Ud. Critica?

Küng: Sí. Esto queda de manifiesto en los siguientes puntos: primero, se han ido publicando continuamente documentos sin preguntar al episcopado y sin consultar a nadie previamente. Se trata de documentos de la curia que subrayan la pretensión de estar en posesión de la verdad, el monopolio sobre la verdad de la Iglesia Católica. En segundo lugar, tenemos toda la desafortunada normativa relacionda con la moral sexual que se ha ido publicado. Esta es la línea. En tercer lugar, tenemos la política de elección de personas. De forma sistemática, para los puestos de obispo y otros cargos de la curia se eligen exclusivamente personas fieles a esa línea. He escrito un capítulo entero sobre los motivos por los que los obispos guardan silencio: porque ya han sido seleccionados, porque previamente se han comprometido, porque en la ordenación han de prestar juramento al Papa, porque no pueden hablar libremente. Por eso escuchamos de todos la misma opinión. Los obispos se encuentran en una situación de gran presión, por una parte la que les llega de arriba, por otra parte la de la comunidad creyente.

Pregunta: ¿Por lo tanto, Ud. dirige sus críticas también contra el monopolio de poder y el monopolio de la verdad del Papa?

Küng: Sí, exactamente.

Pregunta: ¿Esa sería la principal herida?

Küng: Me imagino que si hubiéramos tenido otro Papa en la línea de Juan XXIII, la institución de Pedro sería algo magnífico. Podría ser una institución de guía pastoral, que inspira, que une. El papado actual es una institución de dominio que divide. El Papa divide a la Iglesia. Esta es una tesis que no se toma suficientemente en serio. Según las últimas encuestas, el 80% de los católicos alemanes quieren reformas. El 20% que no las quieren son, por desgracia, los que sí son tomados en serio. Algunos obispos sostienen que entre los católicos hay dos grupos. No es cierto, no se trata de dos grupos. La mayoría quiere reformas. Es tan sólo una minoría de personas, con presencia en los medios, las que están en contra de las reformas. Ellos no representan a la Iglesia que deseamos tener. Como pueblo de Dios queremos una Iglesia en la que nos sentamos incluídos todos, no queremos un pequeño grupo dominante que controle todo.

Pregunta: Hay algo que no entiendo bien. Si Ud. critica al Papa actual y lo compara con otros Papas más liberales, entonces no es un problema de la estructura de la Iglesia, sino de la personalidad del Papa.

Küng: También recae en la personalidad del Papa. Joseph Ratzinger procede de un entorno conservador. Yo también procedo de un entorno conservador. Esto no es ninguna vergüenza, incluso se podría tornar en una ventaja. Pero él ha interiorizado este entorno. El vivió principalmente en Alemania sin conocer bien el mundo. Después se trasladó a Roma donde ha vivido en un gueto artificial en el que no se percibe lo que sucede en el resto del mundo. Al leer algunas declaraciones suyas, como el decreto que publicó sobre las otras Iglesias siendo aún cardenal, uno se pregunta: ¿dónde vive este hombre realmente, en la luna? Ahora ha anunciado una campaña de evangelización nada convincente. ¿Cómo se quiere evangelizar al mundo con un catecismo que pesa literalmente 1 kg? ¿Pretende torturar a la gente? Además está la cuestión de la Enseñanza de la Iglesia. El habla expresamente de la “enseñanza del Papa”. Esto, por supuesto, no hay persona ilustrada que se lo tome en serio. ¿Quién va a admitir a estas alturas que una sóla persona reclame para sí el poder legislativo, ejecutivo y judicial sobre una comunidad de mas de mil millones de personas? En tercer lugar, se está dando un impulso problemático al tipo de religiosidad popular tradicional que se quiere promover. Se producen estas terribles escenas en la que un Papa besa la sangre de su predecesor en su relicario de plata. Pero, bueno ¿dónde estamos? Esto es oscurantismo medieval.

Pregunta: Aprecio que se indigna cuando habla del Papa actual.

Küng: No, no se trata del Papa actual.

Pregunta: En su libro le critica con dureza. Habla, por ejemplo, de boato y despilfarro, de estructuras autoritarias. ¿Se le podría reprochar: Küng habla con cierto resentimiento?

Küng: No. Creo que sigo teniendo la capacidad de poder hablar muy bien con el Papa personalmente. Seguimos manteniendo correspondencia y él sabe que mi preocupación es simplemente la Iglesia; pero que tengo una concepción diametralmente opuesta a la suya en lo que al camino a seguir se refiere. Me interesa resaltar que no hemos llegado a esta situación por el Papa Ratzinger, sino como evolución desde el s. XI. Aunque Joseph Ratzinger y su predecesor hayan hecho todo lo posible para volver a un paradigma medieval de la cristiandad.

Pregunta: Sr. Küng, ¿el sistema romano no se asienta en el Nuevo Testamento y en la Historia de la Iglesia?

Küng: No. La misma palabra “jerarquía” no la encontrará en el Nuevo Testamento. Sí que aparece seis veces la palabra “diaconia” con la famosa frase: “el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos”. En esa misma línea tenemos también la escena del lavamiento de pies. Pero el Papa quiere ser señor entre los señores. Aparece como un faraón moderno. Si observamos las ceremonias en San Pedro, una sóla persona está en el centro, mientras los obispos se mantienen a distancia, como figurantes. Nadie tiene nada que decir, sólo hay uno que habla, sólo hay uno que lo decide todo. Esta no es una Iglesia de nuestro tiempo. Y no se corresponde en absoluto con el Nuevo Testamento ni con su época, donde reinaba la hermandad, donde las mujeres estaban presentes y donde había una comunidad carismática, como se ve en las comunidades paulinas.
Todo lo contrario de lo que se practica hoy en día. Hoy reina una estructura medieval que, en principio, sólo se encuentra en los países árabes. Nos recuerda al comunismo: se basa en el secretario de un partido único que decide todo. El resto ha sido elegido en función de su lealtad a la linea papal. Lo mismo pasa con los obispos. Aunque, cada vez hay menos creyentes que aceptan este sistema autoritario. Ni en Arabia se acepta ya a los autócratas. Yo sostengo que en la Iglesia Católica los autócratas tampoco tienen ningún futuro.

Pregunta: Ha dicho que la Iglesia Católica no está a la altura de la época moderna. No obstante, se podría objetar que esa es precisamente su ventaja. ¿En qué piensa Ud. que debería transformarse? ¿En una empresa moderna acorde a los tiempos? En ese caso, no ofrecería ninguna alternativa.

Küng: No es que yo sea un partidario absoluto de la modernización. La Iglesia debería, en primer lugar, volver a sus orígenes. Se trata de ver si todavía podemos apelar a Jesús de Nazaret o no. En mi libro describo una escena: es impensable que Jesús de Nazaret apareciera en una ceremonia del Papa, no tendría sitio. Es simplemente una manifestación de poder pomposa e imperial, donde todos aplauden y los señores de este mundo participan para ser vistos y recoger votos. Esa imagen no tiene nada que ver con la Iglesia que Jesús quería, es decir no tiene nada que ver con la comunidad de discípulos de Jesus. No se trata de modernizar a cualquier precio. En determinadas circunstancias, precisamente habrá que ofrecer resistencia a la Modernidad, justamente en los aspectos en los que es inhumana. He escrito suficientes libros críticos con la Modernidad, por ejemplo: “Anständige Wirtchaften” (Una Economía Honrada), que trata sobre la falta de moral de la economía. Lo que no puede ser es que adoptemos como solución la Edad Media, cuando lo que deberíamos es dar el paso de la Modernidad a la Posmodernidad.

Pregunta: Hans Küng apela a Jesús, el Papa apela a Jesús. ¿Qué puede hacer un laíco ante estos dos intentos de legitimación?

Küng: Debería leer la Biblia, así se daría cuenta de donde está Jesús. Cuando Ratzinger en calidad de teólogo, también como Papa, escribe sobre Jesús -aunque realmente no deberia escribir libros sino dirigir la Iglesia- lo hace sobre el Cristo dogmático que camina sobre la tierra. No habla de que Jesús contradecía a las instituciones religiosas de su tiempo, de que al final fue asesinado por los que se consideraban ortodoxos. Todo lo contrario, habla siempre del Cristo de los dogmas, de la Iglesia y de la administración.

Pregunta: Volvamos a los obispos. Ha mencionado que son todos muy fieles a la línea papal, y que se trata, de hecho, de un grupo hermético y estánco. ¿Cómo se ha llegado a esto?

Küng: Es como si el Papa pudiera nombrar él sólo a todos los obispos. Sobre todo se comprometen con su linea. Sucede literalmente como en el partido comunista, donde nadie tiene nada que decir salvo el jefe de Moscú. Por eso dicen todos los mismo. Si hablas individualmente con los obispos, te dicen: “Tiene Ud. razón, por supuesto, pero…”
Si tan solo hubiera un obispo en la República Federal Alemana que, por fin, dijera cómo está la situación, que así no se puede seguir, que se han de abordar reformas, se le echarían encima Roma y el Vaticano, que intervendrían a través del nuncio, etc. También tendría al resto de los obispos enfrente, en especial a la facción de Meisner, que intenta ejercer el terror sicológico en la Conferencia Episcopal y, naturalmente, a toda la curia romana. Tendría en contra a todo ese pequeño grupo de conservadores y sus agencias de prensa, las que difunden continuamente noticias. Tendría que ser muy fuerte. Aunque contaría, al menos, con el apoyo del pueblo.

Pregunta: En el centro de su critica está el sistema romano. Esta cuestión ya la hemos abordado. En la conversación previa a la entrevista ha comentado que preferiría no hablar de los casos de abuso sexual. No obstante, lo menciono porque hay un punto que deberíamos aclarar: ¿estos casos de abuso sexual son, desde su punto de vista, parte de un problema estructural? En su crítica al papado, habla Ud. precisamente de problemas estructurales.

Küng: Por supuesto. Siempre ha habido una animadversión hacia la sexualidad, no sólo en la Iglesia, también en la Antigüedad. Pero tenemos el problema del celibato del clero cuyo origen se remonta a las normas impuestas por los Papas del s. XI. No quiero decir, en absoluto, que el celibato desemboque ncesariamente en la homosexualidad o en el abuso sexual. En absoluto. Pero cuando decenas de miles de curas han de reprimir su sexualidad y, por muy buenos párrocos que sean, no pueden tener esposa ni familia, entonces tenemos un problema estructural. Estas condiciones hay que cambiarlas definitivamente. Aunque parece que es un tema sobre el que no se debe debatir. El Obispo de Rottenburg da una conferencia fabulosa sobre el Espíritu Santo, al que hay que abrirse, y se manifiesta a favor del diálogo; pero, al día siguiente, leo en la prensa -para gran decepción de muchos dentro y fuera de la diócesis- que el mismo obispo, que habla tan maravillosamente, ha suspendido una jornada sobre sexualidad en su propia academia. ¿Qué nos queda?

Pregunta: Esa jornada estaba prevista para finales de junio y el tema era la moral sexual actual.

Küng: Sí, y en lugar de asistir y defender sus ideas en las que está tan bien formado, escurre el bulto. Desautoriza a la directora de la academia y a todos los que quieren asistir. De esa forma deja claro que el diálogo del que habla no es más que una frase vacía.

Pregunta: ¿Cómo piensa que está actuando la Iglesia Católica con relación a los casos de abuso sexual?

Küng: Se sigue sin adoptar una postura clara, por ejemplo, sobre si los agresores deberán responder ante un tribunal civil o cómo se va a proceder, tal y como se deduce de las últimas noticias que llegan de Roma y de Estados Unidos. En Alemania dicen que ya se han disculpado y se da el caso por cerrado. Al mismo tiempo, ningún obispo quiere hablar de que sean cuestiones estructurales, ni de que hay que abordar de una vez por todas temas como el celibato de los hombres o la ordenación de mujeres. Pero, ¿por qué no?. Lo que se esconde detrás de ello, desde mi perspectiva, es simple y llana cobardía, lo contrario de esa franqueza apostólica que cabría esperar y de la que se habla en la Biblia, al igual que los apóstoles hablaban con libertad. Los obispos actuales callan. Y, si hay ocasión de ejercer su poder, lo ejercen.
Es una vergüenza que se abuchée al presidente de la Conferencia Episcopal Alemana en el Dia de la Iglesia. ¿Por qué? Porque él de forma arbitraria ha tomado la palabra con el fin de criticar el Memorando de los teólogos. Cuando el Memorando de los teólogos -firmado ya por 300- está redactado en términos exquisitos. Así no se puede seguir.

Pregunta: Hasta aquí el diagnósitico de la crisis. En este contexto recurre Ud. continuamente a la metáfora de la enfermedad, pasemos ahora a las propuestas para la terapia. Ud. tiene una imagen concreta de la reforma de la Iglesia. De nuestra conversación deduzco que la reforma que el Sr. Küng tiene en mente pasa por eliminar totalmente la institución de la Iglesia.

Küng: No, qué va, todo lo contrario. Me gustaría que reconstruyeramos la institución de la Iglesia desde abajo, por supuesto, con base en el Nuevo Testamente y en el humanitarismo.

Pregunta: Entonces, ¿hay que deshacerse totalmente de las estructuras actuales o no?

Küng: Hay que abolir, por supuesto, el absolutismo del Papa. Aunque se puede mantener y apoyar perfectamente una institución que dirija la pastoral, presidida por un obispo en Roma, siempre que sea en la dirección del evangelio. Podría tener incluso una función ecuménica. Lo que critico es que una única persona quiera decidirlo todo y, por ejemplo, que destituya a un obispo, como ha vuelto a hacer el Papa Ratziger, por primera vez desde el Concilio.
Tenemos el caso del obispo Morris de Australia. Se le destituyó porque dijo que no le quedaban curas y pedía la abolición del celibato y que se admitiera a mujeres al sacerdocio. Cuando se cesa a una persona de su cargo de esta forma sólo cabe concluir: esta no es la Iglesia de Jesucristo, esto es un sistema que exige una total identificación y ni siquiera a sus obispos les permite la menor divergencia.

Pregunta: No obstante, la institución del papado ¿le parecería aceptable si el Papa fuera más liberal, más abierto? ¿O diría que esta función del papado ya no está en consonancia con los tiempos que corren?

Küng: No. Siempre he estado a favor del equilibrio, del check and balance.Es bueno que haya una comunidad, también es bueno que haya algunas autoridades. Un hombre como Juan XXIII tuvo un efecto maravilloso en la Iglesia. Hizo más en cinco años que Wojtyla con sus docenas de viajes. Cambió toda la situación. Fue una gran oportunidad. No obstante, Sr. Casparry, he de confesarle que hoy tengo más confianza en las parroquias y no le quiero privar de una buena noticia que he recibido. Dos parroquias de Bruchsal, las comunidades romano-católicas de St. Peter y la comunidad parroquial de Paul Gerhardt, evangélica, escriben: “Damos por terminada la división que durante casi 500 años ha vivido la cristiandad en nuestra zona”. Y añaden -espero que se publique pronto-: “Reconocemos que en todas las parroquias firmantes se vive igualmente como seguidores de Cristo y como comunidades de Jesucristo. Reconocemos que en nuestras parroquias Jesúcristo nos invita a la mesa del Padre y sabemos que Él no excluye a nadie que quiera seguirle. Por la presente, manifestamos expresamente nuestra recíproca hospitalidad”.
Espero que haya muchas parroquias en Alemania que hagan lo mismo. Si los de arriba no quieren, a nivel parroquial podemos dar por superada y finalizada la escisión.

Pregunta: ¿Cómo se imagina Ud. esa Iglesia construida desde abajo? ¿Cuáles serían sus fundamentos institucionales? ¿No habría un riesgo de caos, de que la Iglesia se dividiera aún más en múltiples direcciones?

Küng: Lo que acaba de oir de Bruchsal es precisamente lo contrario a una escisión. Acerca a las parroquias. Y en la época del Concilio disfrutamos de gran unidad en la Iglesia. La división actual viene de arriba porque se ha intentado invalidar el Concilio, porque algunos están convencidos de que hay que volver a introducir la misa en latín. Ante estos hechos hay que protestar. Se puede ofrecer resistencia como en el caso de las monaguillas. Los creyentes dijeron simplemente: queremos que haya monaguillas y listo. Ahora, los de arriba intentan establecer que, al menos en las misas en latín, no haya mujeres. Necesitamos que haya una resistencia activa, de lo contrario la Iglesia se va a pique. Estamos en una situación desesperada, hemos perdido prácticamente a toda la generación joven. Esta es la diferencia con respecto a los países árabes donde cientos de miles salen a la calle. ¿Hay hoy 100.000 que salgan a la calle a pedir reformas en la Iglesia Católica? Continuamente me encuentro con padres que me dicen: “Sabe Ud. me da tanta pena que, siendo católicos convencidos, después de haber tenido siempre un buen ambiente familiar en casa, no consigamos que nuestros hijos participen en la Iglesia.”

Pregunta: Ha hablado de desobediencia civil. ¿Puede concretar? ¿Qué hacen los curas en las parroquias?

Küng: Los párrocos, en su mayoría, practican una desobediencia discreta. Si un padre evangélico se acerca a recibir la comunión, no le preguntan si es evangélico, tal y como se ha llegado a hacer en las jornadas de jóvenes de Colonia. Tampoco anuncian, tal y como se les vuelve a exigir, que de conformidad con el Papa, sólo determinadas personas puedan participar en la eucaristía. Los párrocos, los buenos párrocos, prescinden de esas normas y se las arreglan bastante bien. Aunque yo apoyaría que hubiera más párrocos como los de Bruchsal que sacaran a la luz su resistencia, de forma que la gente se de cuenta de que avanzamos.

Pregunta: ¿Es capaz la Iglesia Católica de iniciar ella misma la reforma desde dentro?

Küng: Bueno, conozco el sistema desde dentro y lucho por que se produzcan las reformas. Sé que tengo millones de personas de mi parte. En este sentido es cuestión de tiempo. Simplemente no podemos avanzar basándonos en un señor absoluto que prescribe lo que hay que hacer en el dormitorio (palabra clave: la píldora…) y que establece todas las normas desde su limitado campo de visión. Creo que la política papal ha demostrado ya ser un fiasco y no nos debería corromper más. La única pregunta que también se hizo el partido de la Unión Soviética, el partido comunista, es ésta: ¿hay algún Gorbachov que nos pueda sacar de este tugurio?

Pregunta: ¿Quiere decir eso que estaría a favor a de algo así como una Perestroika en la Iglesia? Eso requiere una personalidad muy carismática.

Küng: Reclamo una Glasnot y una Perestroika, especialmente para las finanzas de la Iglesia. Me gustaría saber cómo se pagan las cosas realmente en Roma, quién parte el bacalao.

Pregunta: Ese sería otro tema. La Perestroika sería para Ud…

Küng: … la independencia, sí

Pregunta: Veremos si sus ideas y su visión de la Perestroika caen en suelo fértil y qué pasa en los próximos 20 años dentro de la iglesia católica. Una vez leído su libro, me inclinaría por un cierto escepticismo y pesimismo. No obstante, se encuentra entre las cosas buenas, pienso.

Küng: Sólo puedo apelar y esperar que haya suficiente gente que se ponga en pie y, por fin, se rebele.

 

Fuente Religion Digital

Propuestas políticas católicas: su ideología y sus riesgos. Carlos Lombardi

La iglesia católica romana con sede en Mendoza, a través de organismos laicos, ha hecho público un documento donde pone a consideración de la ciudadanía una serie de propuestas y reflexiones que implican su contribución al sistema democrático. Loables intenciones si se tiene en cuenta la histórica participación de vastos sectores de esa institución en todos los golpes de Estado que sufriera nuestro país.

La lectura general del documento denominado “Reflexiones y propuestas sobre las próximas elecciones”, no ofrece nada nuevo en cuanto al contenido ya que el mismo responde al pensamiento de los obispos católicos comprendido en la Doctrina Social de la Iglesia (DSI). El instrumento no es producto de un pensamiento autónomo del laicado católico, no hay aportes laicos propiamente dichos sino un refrito del pensamiento episcopal del cual no pueden ni quieren apartarse. Se advierte, también, en el lenguaje típicamente clerical que utilizan, idéntico al modo de expresarse de los obispos.

A priori, el documento contiene una serie de principios, valores y algunas propuestas que son positivas pero que carecen de originalidad y son similares a las que existen en las plataformas de los partidos políticos o en sus futuros programas de gobierno. Aparentan ser un conjunto de buenas intenciones de un pequeño grupo de ciudadanos y creyentes honestos con ganas de mejorar los graves problemas que aquejan a la sociedad. El problema no es ese.

El problema es que detrás de sus propuestas, valores y principios se encuentra el modelo social que pretenden imponer los obispos católicos a la ciudadanía con el apoyo de los sectores neoconservadores e integristas que participan en la vida de la institución. Ese es el punto. Y el peligro para el pluralismo ético de la sociedad, para la laicidad y la vigencia de derechos humanos que, puertas adentro de la iglesia católica, no se viven ni se cumplen.

1. La cuestión grupal

Un dato importante es precisar qué sector del laicado católico es el que elaboró el documento y si representa a todos los sectores seglares de esa institución.

Según el teólogo español Juan José Tamayo, perseguido por la inquisición vaticana, el pluralismo eclesial católico lo conforman cuatro modelos: el catolicismo cultural, el integrista, el institucional y el crítico. Esos modelos actualmente “están en conflicto con peligro real de ruptura, sin apenas diálogo… Es un conflicto no disimulado, sino abierto y público” (1).

Dicho conflicto se hace visible en mayor medida en países como España, Austria, Alemania, Estados Unidos, y cada vez con más frecuencia en el nuestro donde teólogos y sectores de laicos como los cordobeses de “La Cripta” hacen público su disenso y sufren el autoritarismo de la oligarquía episcopal. En el caso de Mendoza, dicho conflicto no es visible.

Con todo, el modelo que impera en la actualidad católica es el institucional que – según el autor – se caracteriza por:

Una estructura jerárquico-patriarcal-vertical; falta de democracia; seglares colaboradores en el apostolado jerárquico, sin autonomía; importancia del buen funcionamiento de la institución a través de la cadena de mando vertical; sacramentalismo; tendencia a los actos rituales masivos con más componente social que religioso, entre otros.

Ese modelo se complementa con el surgimiento del integrismo, fenómeno que no es privativo del catolicismo romano sino que se observa en otras religiones. Umberto Eco lo definió como la pretensión de que los principios religiosos deben ser los modelos de la vida política y fuente de las leyes del Estado. Nosotros lo hacemos extensivo a la vida social, económica y cultural de la sociedad.

En el caso del catolicismo, las pretensiones de los grupos integristas pasan por exigir a gobernantes y legisladores que gestionen y legislen bajo los principios contenidos en el catecismo católico y el pensamiento de la oligarquía episcopal. No importa que el Congreso deba legislar para todos, creyentes de diversos credos y no creyentes. Debe hacerlo conforme lo que dice el Papa católico. He ahí el peligro para la democracia y el sistema republicano.
No fue otra cosa la que se observó el año pasado al tratarse el matrimonio igualitario, sumada a la carga de violencia verbal y amenazas de fuegos apocalípticos y “guerras santas”. Se repitió días pasados en el Congreso de la Nación al llevarse a cabo conferencias sobre el aborto.
De modo que el documento en cuestión es producto de los sectores representativos del modelo eclesial que impera actualmente, afín y obediente a la oligarquía que dirige la institución, no viéndose reflejados en él los otros modelos ni grupos laicos que conforman el mundo católico.

2. Planteo del problema

Teniendo presente aquellos datos y aprovechando que el documento se pone a consideración de la ciudadanía, resulta interesante analizar sus principios, valores y propuestas con la finalidad de: a) demostrar que el documento no es un conjunto aséptico de buenas intenciones sino que es producto de una ideología más, cual es, el pensamiento de los obispos plasmados en la DSI; b) recordar que la Doctrina Social de la Iglesia fue utilizada por las dictaduras militares de Argentina y Chile y por gobiernos antidemocráticos actuales y, c) destacar que el modelo de sociedad que se esconde detrás de las buenas intenciones del documento reviste numerosos riesgos para el pluralismo ético, la laicidad de la sociedad y la plena vigencia de los derechos humanos.

3. El carácter ideológico de la DSI

El documento echa raíces en “las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, en particular las emanadas del Episcopado Argentino en los últimos tiempos”.

Pretender que la DSI funcione como una herramienta aséptica para combatir los problemas que plantea la construcción de un sistema republicano y democrático implica una posición ingenua, que se queda a mitad de camino entre el sentirse bien y los buenos sentimientos.
La DSI es una ideología más con intereses bien delimitados que no son otros que los de la oligarquía clerical católica. No es nuevo el debate respecto a si la DSI es una ideología. La cuestión fue abordada oportunamente por teólogos de la talla de M. D. Chenu en su obra “La doctrine sociale de l’ Église comme idéologie”. En ella criticaba no sólo el método deductivo que utiliza dicha Doctrina, para nosotros, principal causa de su fracaso e inaplicabilidad. Sostuvo que “a menudo sirvió, y sirve todavía, de respaldo ideológico a quienes, detentando el poder económico y político, procuran mantener el statu quo”. Es lo que ocurrió recientemente con el golpe de Estado en Honduras al que más adelante se hará referencia.

El catolicismo está fragmentado no sólo colectivamente. También se refleja en las opiniones relativas a este punto. Están aquellas que consideran que la DSI no es una ideología, como la de los obispos latinoamericanos en el Documento de Puebla, donde manifestaron: “Ni el Evangelio ni la Doctrina o Enseñanza Social que de él proviene son ideologías. Por el contrario, representan para éstas una poderosa fuente de cuestionamientos de sus límites y ambigüedades. La originalidad siempre nueva del mensaje evangélico debe ser permanentemente clarificada y defendida frente a los intentos de ideologización” (Nº 540).
También los papas se expresaron en ese sentido: “La fe cristiana se sitúa por encima y a veces en oposición a las ideologías en la medida en que reconoce a Dios, trascendente y creador, que interpela a través de todos los niveles de lo creado el hombre como libertad responsable” (2). Juan Pablo II siguió el mismo criterio en la encíclica “Sollicitudo rei socialis” (Nº 41).
Aquellas posiciones contienen dos errores: 1) el evangelio (como lo presenta la iglesia católica romana), no viene en estado puro, aséptico, sino con un contenido político, social y cultural muy marcado ya que relata características de las sociedades antiguas: organización de los gobiernos, autoridad política, rol de la mujer, trabajo; 2) un intento autoritario y soberbio de situarse por encima y a veces en oposición a las ideologías, como advirtiendo que el pensamiento católico contiene elementos que lo harían “superior” a los demás.

Sin embargo, que papas y obispos afirmen que la DSI no es una ideología no significa garantía alguna de certeza.

Existen otras opiniones dentro del colectivo católico que sí consideran a la DSI como una ideología. Destacan el “sistema de ideas”: “Cuando se despoja al concepto de “ideología” de toda connotación peyorativa o ligada a intereses, el vocablo ideología toma el sentido de conjunto o sistema de ideas acerca de una o más cuestiones. Por ende, con esta acepción, no hay por qué negar que la Doctrina Social de la Iglesia contiene y expresa una ideología en lo que viene a ser la sumatoria de ideas en torno de principios y valores que se relacionan con las materias propuestas por el magisterio” (3).

En similar línea Mario P. Seijo. “Hay así una ideología liberal que explicita los principios y la doctrina liberal. Así como hay una ideología marxista que explicita los principios y la doctrina marxista. Como también hay, gracias a Dios, una ideología social cristiana que responde a los principios y a la Doctrina de la Iglesia” (4). Esta última definición distingue la Doctrina Social de la Iglesia, de la Doctrina Social Cristiana.

No obstante aquellas posiciones contrarías fueron – paradójicamente – los propios obispos latinoamericanos quienes, con su definición de ideología plasmada en el mencionado Documento de Puebla, confirmaron el carácter ideológico de la DSI: “Llamamos aquí ideología a toda concepción que ofrezca una visión de los distintos aspectos de la vida, desde el ángulo de un grupo determinado de la sociedad” ((Nº 535).

Conforme esa definición toda ideología contiene: a) una concepción, idea o pensamiento, b) una visión, perspectiva o punto de vista de los diversos aspectos de la vida de los hombres, c) la elaboración por un grupo determinado de la sociedad.

Y los tres aspectos se encuentran en la DSI: a) un corpus doctrinal; b) un punto de vista de los diversos aspectos de la vida de los hombres (persona, matrimonio, familia, trabajo, economía, comunidad política, poder político, comunidad internacional); c) elaboración por un grupo determinado de la sociedad. En el caso que nos ocupa, la DSI es elaborada exclusivamente por los obispos católicos, no hay participación del laicado en su elaboración.

Esos presupuestos pueden ser completados por otros que suministra la ciencia política, también presentes en la DSI, a saber: 1) una interpretación de la historia; 2) un sistema de expectativas o programa de realizaciones futuras, y 3) un método de acción.

Es decir, desde el pensamiento de los obispos y desde la ciencia política se establecen los presupuestos necesarios que permiten identificar a la DSI como una ideología más. Y hay otro factor que es fundamental: la sensibilidad a los cambios sociales.

Las ideologías se encuentran históricamente condicionadas por la estructura social y económica de las sociedades. De manera que cualquier cambio estructural, por minúsculo que sea, influye en la actualidad o vigencia de una posición ideológica, la convierte en actual o en inactual, hace de ella un instrumento reaccionario o revolucionario, la transforma en la imagen de un orden social deseable o aborrecido (Fayt). Eso es precisamente lo que ocurre con la visión que la DSI tiene, por ejemplo, de la familia, el matrimonio, el papel de la mujer en la sociedad. Es una visión inactual, reaccionaria, superada históricamente. Visión que vastos sectores del catolicismo tampoco aceptan, con casi nulos aportes de las ciencias.

Y si desde la perspectiva teórica la Doctrina Social de la Iglesia es una ideología, la experiencia y práctica de los grupos religiosos no deja lugar a dudas. El integrismo, minoría extremista y violenta que hace visible el disenso episcopal en las políticas públicas que van en contra de su pensamiento, ha instrumentalizado la DSI en cuestiones de naturaleza política, social y cultural. Ya se hizo referencia a la ley de matrimonio igualitario, respecto a la cual, grupos extremistas católicos asociados con grupos evangélicos se opusieron con una carga de violencia considerable.

Pretenden imponer su visión a toda la sociedad, creyentes y no creyentes, católicos y no católicos. Es una visión totalitaria con pretensiones de convertir a la iglesia católica en una organización con poder de veto (otro ejemplo lo tuvimos en Mendoza con el bochornoso acto de censura del cura de Malargüe), y a los gobernantes y legisladores elegidos democráticamente en títeres de un monarca absoluto, el Papa, jefe de un Estado extranjero.
Resulta claro entonces que, desde la teoría como la experiencia y la praxis, la Doctrina Social de la Iglesia es una ideología más. De modo que el documento del laicado católico al sostener que “tiene en cuenta las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, en particular las emanadas del Episcopado Argentino en los últimos tiempos”, no hace otra cosa que confirmar que dicha ideología es la que nutre el referido instrumento.

4. La Doctrina Social de la Iglesia: aval de gobiernos antidemocráticos y dictaduras militares de América Latina. El peligro de las notas totalitarias

Se adelantó la opinión del teólogo M. D. Chenu quien en su obra no sólo criticó el método deductivo utilizado por la DSI sino que destacó que “a menudo sirvió, y sirve todavía, de respaldo ideológico a quienes, detentando el poder económico y político, procuran mantener el statu quo”.

Un ejemplo cercano lo representó el golpe de Estado en Honduras perpetrado por la derecha política con el respaldo de la Conferencia Episcopal de ese país. Producido el golpe, el presidente Porfirio Lobo manifestó que la Doctrina Social Cristiana sería el “fundamento en la acción del gobierno” (5); mientras el cardenal golpista Rodríguez Madariaga prometía una “regeneración moral” en ese país conforme el orden moral católico (6).

Y es lo que ocurrió, también, en las dictaduras militares de Argentina y Chile cuyos genocidas recurrieron en sus discursos a elementos contendidos en la Doctrina Social de la Iglesia como mitos para legitimar sus discursos y actuación política. Algunos ejemplos son la civilización occidental y cristiana, el iusnaturalismo, el hispanismo, entre otras citadas por Miguel Rojas Mix (7).

El caso del iusnaturalismo, presente en la DSI, es paradigmático. Dice el autor citado: “El iusnaturalismo fue uno de los argumentos de legitimación del aparato represivo dictatorial. De sus postulados teóricos el autoritarismo retenía y manipulaba como fundamentos discursivos los siguientes principios: 1) la noción de persona humana: esencia anterior al Estado; 2) la concepción orgánica y jerárquica de la sociedad: el “orden natural”; 3) la noción de bien común, fin último del Estado; 4) la subordinación del derecho positivo al derecho natural, y finalmente 5) la noción de derecho de resistencia” (8). Son los mismos argumentos utilizados en la actualidad por el integrismo que pueden encontrarse en las actas de las audiencias públicas desarrolladas el año pasado tanto en las provincias como en el Congreso de Nación relativas ejemplo mencionado.

A esos nefastos antecedentes, se suma el peligro de introducir en nuestro joven sistema democrático las notas totalitarias que el actual monarca vaticano propugna para que la sociedad “vuelva a Dios”. Es que el enemigo eterno de la oligarquía religiosa vaticana fue y seguirá siendo “el individuo laico de las libertades sin Dios”, al decir del filósofo italiano Paolo Flores d’Arcais.

Los totalitarismos de cualquier signo – incluido el religioso – detestan la autonomía de los hombres: “El secreto más auténtico del totalitarismo no es el ateísmo, sino la voluntad  de anular al individuo concreto, que es siempre y únicamente fragmento, en favor de la comunión despótica y la negación de las diferencias. El integrismo católico parece enemigo del totalitarismo, pero sólo es su competidor, porque ambos rechazan radicalmente el irreductible ser humano en su singularidad y la autodeterminación de su propia existencia” (9).

5. Los riesgos del modelo social de los obispos católicos

Dado que los fundamentos del documento son “las enseñanzas de la Doctrina Social de la Iglesia, en particular las emanadas del Episcopado Argentino en los últimos tiempos”, necesariamente hay que remitirse al pensamiento del llamado magisterio pontificio y episcopal contenidos en diversos documentos para enterarse qué modelo de sociedad proponen. Y este no se caracteriza precisamente por ser inclusivo socialmente, ni democrático, ni por consolidar derechos humanos básicos.

Los principios y valores propuestos son los siguientes:

“a) La dignidad de toda persona humana, origen, centro y fin de la vida social, sujeto de la integridad de los derechos humanos”.

Nada nuevo si se lo compara con lo declarado en la Constitución Nacional y Tratados Internacionales sobre Derechos Humanos con jerarquía constitucional.

El primer problema que salta a la vista es el de la coherencia de la institución en lo relativo a la defensa de la dignidad de las personas.

Por un lado, la iglesia católica lleva a cabo actividades de asistencialismo que son positivas e innegables. El Pbro. Guillermo Marcó hizo una enumeración de las tareas que el catolicismo lleva a cabo a favor de la dignidad de las personas, que van desde la existencia de organismos como Caritas con miles de voluntarios que ayudan con alimento y vestimenta a los más necesitados; la ayuda a los discapacitados a través de los cotolengos de Don Orione; “la atención pastoral en las cárceles, en los hospitales; el servicio a los migrantes; la asistencia a las madres solteras; a los menores en riesgo; a los adictos; la pastoral aborigen”, pasando por la presencia de los curas villeros y los centros educativos en todos los niveles. (10)

Pero por otro lado, la institución ha sido pionera en denigrar a las personas, sobre todo a las mujeres, célebre por fomentar la violencia física y verbal mediante la intervención en genocidios, matanzas, dictaduras militares y guerras de religión durante siglos. No se equivocó el teórico del ateísmo Chiristopher Hitchens cuando sostuvo en un capítulo de su obra que la “religión mata”, y relata sus experiencias en ciudades como Belfast, Beirut y Belgrado, entre otras, donde se asesina por convicciones religiosas: “En Belfast he visto calles enteras quemadas por la batalla campal sectaria entre diferentes facciones cristianas…”. En Beirut… “el principal partido cristiano era en realidad una milicia católica denominada Falange…”; la cuestión en Belgrado (hasta la década de 1980, capital de Yugoslavia), se centra “en la creación de un Estado títere de los nazis, centrado en Croacia, que gozaba del amparo del Vaticano y que con toda naturalidad trataba de exterminar a todos los judíos de la región, pero que también desarrolló una campaña de conversión obligatoria dirigida a la otra comunidad cristiana” (se refiere a los cristianos ortodoxos, la mayoría serbios) (11).

Al problema de la coherencia se le suma el de la credibilidad. Es inevitable la sensación de hipocresía que surge al comparar la “preocupación” por la dignidad de toda persona humana con los miles de ultrajes de vidas de niños y niñas que han sufrido abusos sexuales perpetrados por sacerdotes católicos, encubiertos por Juan Pablo II y el actual Papa, y mantenidos en la impunidad durante decenas de años por un sistema jurídico perfectamente diseñado para proteger a los delincuentes. Basta un solo ejemplo de la “preocupación” por la defensa de la dignidad humana: el de un sacerdote llamado Oliver O’Grady, un animal que violó a un bebé de 9 meses con pleno conocimiento de la jerarquía episcopal estadounidense y, obviamente, encubierto hasta que el caso salió a la luz pública. Hágase extensivo ese monstruoso ejemplo a miles de casos por todo el mundo que, de no ser por la valentía de las víctimas y la acción de los medios de comunicación, seguirían siendo encubiertos y silenciados por quienes se “preocupan” por la dignidad del ser humano.

Tercer problema: si como bien dice la primera propuesta, la persona humana “es sujeto de la integridad de los derechos humanos” ¿qué credibilidad puede tener en la materia una institución que en pleno siglo XXI no ha firmado ni adherido a la Declaración Universal de los Derechos del Hombre de 1948, y que en su propio ordenamiento jurídico mantiene normas violatorias de derechos y garantías fundamentales?

Como señala el teólogo José María Castillo “la iglesia católica tal como está organizada y tal como de hecho funciona, no puede aceptar el texto íntegro de la Declaración Universal de los Derechos del Humanos. Porque no puede aceptar la igualdad efectiva y real de hombres y mujeres. Ni la libertad de expresión y enseñanza sin recortes. Ni las garantías jurisdiccionales en el enjuiciamiento y medidas disciplinarias. Ni la participación de todos los miembros de la Iglesia en la designación de los cargos eclesiásticos. Y la lista de cosas que la Iglesia no puede aceptar, en lo referente a derechos humanos, se podría alargar mucho más”. (12)

El principio valor comentado se relaciona con el punto a) de la agenda electoral sugerida, es decir, la necesidad de la iglesia de conocer qué proponen los candidatos a cargos públicos electivos respecto a “la protección de la vida desde su concepción y hasta su término natural. En especial el cuidado de mujeres, niños y ancianos que sufren diversas formas de abandono”.
En este otro punto vuelve a presentarse el problema de la credibilidad y la coherencia de la institución. Con un eufemismo se hace referencia al aborto y se hace extensivo a cuestiones bioéticas (término de la vida), problemas sociales que deben ser contemplados por el Estado mediante políticas públicas y legislación laicas.

Ahora bien, la iglesia católica romana “defensora de la vida” es la misma que silenció la violación de cientos de monjas a manos de sacerdotes en 23 países, embarazadas y sometidas a abortos. Estos hechos fueron denunciados en la revista estadounidense National Catholic Reporter en 2001 mediante informes realizados por las religiosas María O’Donohue y Maura McDonald. El problema, admitido por el Vaticano, motivó que el Parlamento Europeo sancionara la Resolución “Sobre la violencia sexual contra las mujeres y en particular contra religiosas católicas” de fecha 05/04/2001.

El último punto no tiene desperdicio, lo transcribimos: “G) Recordando que el abuso sexual constituye un delito contra la persona humana y que los autores de estos delitos tienen que ser entregados a la justicia,

1. condena toda violación de los derechos de la mujer así como los actos de violencia sexual, en particular contra religiosas católicas, y expresa su solidaridad con las víctimas,

2. pide que los autores de estos delitos sean arrestados y juzgados por un tribunal; pide a las autoridades judiciales de los 23 países citados en el informe que garanticen que se aclaren totalmente en términos jurídicos estos casos de violencia contra las mujeres;

3. pide a la Santa sede que considere seriamente todas las acusaciones de abusos sexuales cometidos dentro de las propias organizaciones, que coopere con las autoridades judiciales y que destituya a los responsables de cualquier cargo oficial;

4. pide a la Santa Sede que reintegre a las religiosas que han sido destituidas de sus cargos por haber llamado la atención de sus autoridades sobre estos abusos, y que proporcione a las víctimas la necesaria protección y compensación por las discriminaciones de las que podrían ser objeto en lo sucesivo;

5. pide que se haga público el contenido integral de los cinco informes citados en el National Catholic Reporter;

6. encarga a su Presidente que transmita la presente resolución al Consejo, a la Comisión, a las autoridades de la Santa Sede, al Consejo de Europa, a la Comisión para los derechos humanos de las Naciones Unidas, a los gobiernos de Botswana, Burundi, Brasil, Colombia, Ghana, India, Irlanda, Italia, Kenya, Lesotho, Malawi, Nigeria, Papúa Nueva Guinea, Filipinas, Sudáfrica, Sierra Leona, Uganda, Tanzania, Tonga, Estados Unidos, Zambia, República Democrática del Congo y Zimbawe”.

Esta iglesia católica que defiende la vida, es la misma que miró para otro lado y avaló el robo de bebés durante la última dictadura militar argentina convirtiéndose en cómplice de un delito aberrante: la eliminación del derecho a la identidad de las personas. Ahí no existió ni preocupación  ni defensa de la vida del recién nacido, y fueron más allá: se le daba la comunión a los genocidas porque esos sí que eran “buenos cristianos”. Tampoco le importó la vida de sus propios religiosos y laicos que fueron detenidos y asesinados por las fuerzas armadas, muchos de ellos, entregados por la propia oligarquía episcopal.

La posición de los obispos en el tema aborto deja ver, además, una posición reduccionista ya que no tiene en cuenta el punto de vista de los sectores del progresismo católico que sí están a favor de la interrupción del embarazo; y machista por cuanto tampoco tiene en cuenta la opinión de vastos sectores de mujeres católicas y feministas sean laicas, teólogas o religiosas que también adhieren a esa práctica. Un ejemplo de ello lo tenemos con el colectivo “Católicas por el derecho a decidir”, cuyas propuestas son educación sexual para decidir, anticonceptivos por no abortar y aborto legal para no morir. En ese orden.

El problema social del aborto atañe a las políticas sanitarias públicas que el Estado deberá darle solución tarde o temprano, despenalizando o no el mismo dentro del marco normativo de la Constitución y los Tratados sobre Derechos Humanos incorporados a nuestro ordenamiento jurídico.

Es un problema donde, según la opinión de Gabriel Pereira, están presentes contextos de discriminación de género, pobreza, exclusión y desigualdad. Y las respuestas de la ideología católica para ese complejo entramado conllevan escasas soluciones. Por lo tanto la solución al problema es laica, no es una solución religiosa.

Pasamos a la segunda propuesta

b) “La familia, como célula básica esencial de la sociedad, sujeto de derechos y obligaciones inalienables, primera y principal responsable del crecimiento y de la educación de los hijos”. Asimismo, guarda relación con el segundo punto de la agenda electoral: “El fortalecimiento de la familia como prioridad social”.

El principio no ofrece reparos desde el momento en que la propia Constitución en el artículo 14 bis tercer párrafo habla de “protección integral de la familia”, pero sin ningún tipo de aditamentos. Familia a secas, en sentido amplio conforme los aportes del joven Derecho Constitucional de Familia.

Ahora bien ¿qué familia promueven los obispos católicos? La familia “natural”. Nuevamente la ideología se hace presente, ideología excluyente, discriminatoria y desfasada de la realidad en materia familiar.

Las ciencias que se dedican al estudio del fenómeno hablan de diversos tipos de familias. Nuevos grupos que han surgido por diversos motivos, sobre todo, culturales y por los nuevos roles que tienen las mujeres. Es la cultura y no la naturaleza la que marca la evolución de los referidos grupos.

Así ciencias como la antropología, la demografía y la psicología distinguen nuevos grupos familiares como son las familias de homosexuales, de lesbianas, familias ensambladas, familias  monoparentales, de madres solteras, de mujeres solas, de divorciados vueltos a casar. A ellas pueden sumarse las familias formadas por sacerdotes casados con o sin hijos, humillados por la institución quien los trata de traidores y calificados de delincuentes por el Código de Derecho Canónico (canon 1394  § 1).

No obstante aquellas realidades, los obispos católicos insultan y desprecian a esas nuevas familias sosteniendo que no son “verdaderas”, es decir, son falsas familias. El actual monarca vaticano – Benedicto XVI – no tolera que los gobiernos democráticos laicos legislen para brindar tutela legal a la problemática que presentan esos grupos humanos. Así sostuvo que “la sociedad no debe alentar modelos alternativos de vida doméstica en nombre de una supuesta diversidad” (13).

Siguiendo la misma línea discriminatoria y violenta, la Conferencia Episcopal Argentina sostuvo en su trabajo denominado “Educación para el amor”, lo siguiente: “Madres y padres solteros, uniones de hecho divorciados vueltos a casar, familias ensambladas, hijos extramatrimoniales… constituyen nuevos núcleos familiares alejados del modelo de familia provenientes del Dios Uno y Trino y de la Sagrada Familia de Nazareth. Debemos reconocer que son realidades familiares que merecen respeto y comprensión, pero que ciertamente no son modélicas: la familia se funda sobre el amor y consagración de un varón y una mujer unidos en matrimonio, con el fin de crecer en el amor y donar vida en la procreación” (14).
El párrafo no deja lugar a dudas por su carácter discriminatorio y por violar la libertad de elección de mujeres y varones en materia familiar, el histórico odio clerical a la libertad del hombre y su autonomía; en segundo lugar, el agravio a todas aquellas personas de buena fe que eligieron uno de aquellos estados o fueron llevados a ellos por las circunstancias de la vida; tercero, la falacia de creer que sólo en el matrimonio católico se “crece en el amor”; cuarto, el anacronismo y ridiculez de pretender que en pleno siglo XXI los matrimonios (todos) sean como la “sagrada familia”, el matrimonio Josefita, matrimonio no consumado si es verdad que María no tuvo relaciones sexuales con José, y donde no hay evidencias que la sexualidad de esa pareja se haya vivido en plenitud. En el imaginario de los obispos, sujetos que en teoría tienen prohibido enamorarse, mantener relaciones sexuales, tener hijos y formar una familia, el “ejemplo” de familia es un ideal de otra cultura y de otro tiempo, cuyos detalles de convivencia y roles se sabe prácticamente nada.

Como sostiene Juan José Tamayo, “la familia cristiana idealizada como ejemplo de virtudes, con la sagrada familia de Nazaret como modelo a imitar. Una familia en la que el padre no es padre, la madre es virgen y el hijo es Dios. ¡Imposible de imitar!” (15).

El modelo de familia que esconde el documento que comentamos no sólo es discriminatorio sino excluyente en lo social y violatorio de las libertades de varones y mujeres. Se atribuye la autoría del mismo al dios católico uno y trino del que la mayoría de sus bautizados ya no creen, y respecto al cual el resto de la sociedad argentina tampoco tiene por qué creer.

Todo lo dicho se ve corroborado por la “Nota Doctrinal sobre algunas cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida pública”, elaborada por la Congregación para la Doctrina de la Fe, la inquisición romana que todavía existe pero con otro nombre y otras prácticas.

Dirigida “a los Obispos de la Iglesia Católica y, de especial modo, a los políticos católicos y a todos los fieles laicos llamados a la participación política en la vida pública y política en las sociedades democráticas”, las órdenes que contiene son clarísimas respecto al modelo excluyente y discriminatorio que se quiere imponer. Deben trabajar los católicos por “la promoción de la familia fundada en el matrimonio monogámico entre personas de sexo opuesto y protegida en su unidad y estabilidad, frente a las leyes modernas sobre el divorcio. A la familia no pueden ser jurídicamente equiparadas otras formas de convivencia, ni estas pueden recibir, en cuanto tales, reconocimiento legal”.

Se leyó bien: nulo reconocimiento estatal a las cientos, miles, millones de familias que no son “naturales”, ni a sus problemas, ni a la violencia de género que muchas veces se sufre, ni a ninguno de los efectos jurídicos que pueden plantearse en los nuevos núcleos que han surgido con los cambios culturales. ¿Puede haber una posición más inhumana y autoritaria?
La legislación en materia familiar de un Estado aconfesional como el argentino no tiene como fuente el catecismo católico sino los problemas de la sociedad, de mujeres y varones concretos, de nuevos fenómenos sociales que van surgiendo con los cambios culturales y que hay que solucionar. Son los representantes de la sociedad (gobernantes, legisladores), quienes deben gobernar para todos, creyentes y no creyentes; ni el Papa ni los obispos son representantes del pueblo.

Siguiente principio

c) “La libertad originaria de los ciudadanos y la subsidiaridad del Estado para garantizar una educación en valores humanos y democráticos”.

¿Puede ser sincera la propuesta de una institución que históricamente se ha opuesto a la libertad del hombre, y que en la actualidad su política y prácticas van en contra de su autonomía?

¿A qué valores humanos y democráticos se referirá el documento? ¿A la libertad de conciencia, no reconocida en el Código de Derecho Canónico? ¿A la libertad de pensamiento, sancionada como delitos de herejía o apostasía en el mismo cuerpo normativo? ¿Al derecho a la intimidad, tampoco legislado? De nuevo la paradoja: una institución donde las libertades están recortadas al máximo y existen numerosas normas contrarias a derechos humanos básicos.

Respecto a los valores, hay un discurso de sectores políticos serviles y obsecuentes a la oligarquía episcopal que promueven en sus discursos “los valores” y los identifican tácitamente con la religión católica. Se confunde a la sociedad y no se distingue la ética laica, de la moral católica, que en varios aspectos pueden coincidir pero en otros no. Todos los actos de los ciudadanos deben estar regidos por la ética, independientemente de la religión que se practique. La religión, tal vez, ponga un valor agregado a aquellos valores, tal vez no.
La moral católica, sus valores y orden moral sólo obligan a los practicantes de esa religión. No obligan al resto de la sociedad, mucho menos a los gobernantes que deben regirse por la ética laica. Y si analizamos históricamente qué han hecho los gobernantes (civiles y militares), que públicamente se han mostrado como católicos puede decirse que no han sido muy “modélicos” si a moral se refieren. Ejemplos sobran.

Friedrich Nietzsche hizo referencia al “orden moral” católico con toda crudeza: “¿Qué significa “orden moral”? Significa que hay de una vez por todas una voluntad de Dios respecto a lo que el hombre debe hacer y debe no hacer; que el grado de obediencia a la voluntad de Dios determina el valor de los individuos y los pueblos; que en los destinos de los individuos y los pueblos manda la voluntad de Dios, castigando y premiando, según el grado de obediencia. La realidad subyacente a tan lamentable mentira es esta: un tipo humano parásito que sólo prospera a expensas de todas las cosas sanas de la vida, el sacerdote, abusa del nombre de Dios: al estado de cosas donde él, el sacerdote, fija el valor de las cosas le llama “el reino de Dios”, y a los medios por los cuales se logra y mantiene tal estado de cosas, “la voluntad de Dios”; con frío cinismo juzga a los pueblos, tiempos e individuos por la utilidad que reportaron al imperio de los sacerdotes o la resistencia que le opusieron” (16).

Por su parte, Fernando Savater sostuvo que las religiones “pueden decretar para orientar a sus creyentes qué conductas son pecado, pero no están facultadas para establecer qué debe o no ser considerado legalmente delito” (17)

Un Estado laico debe promover valores éticos laicos coincidan o no con los religiosos.
Siguiente principio.

d) “El bien común como fin de la sociedad y del Estado; por lo tanto de todas las acciones de gobierno y de ciudadanía. Los ciudadanos somos beneficiarios y corresponsables del bien común de nuestra Nación”.

La versión católica del bien común se puede encontrar en la Constitución Pastoral Gaudium et Spes cuyo N° 26 lo define así: “el conjunto de condiciones de la vida social que hacen posible a las asociaciones y a cada uno de sus miembros el logro más pleno y más fácil de la propia perfección”.

La definición, vigente en la actualidad, presenta varios inconvenientes: primero, al ser una noción ideologizada es sensible a los cambios culturales y sociales, por ende es un concepto residual y remanente de la década del 60 (Gaudium et Spes se sancionó el 7 de diciembre de 1965); segundo, aparece acá el problema del método deductivo inaplicable a las innumerables situaciones particulares que viven las sociedades producto de las diversas culturas y costumbres.

Al ser tan general y vacía de contenido no se sabe a ciencia cierta qué asociaciones y qué miembros de la vida social pueden acceder al conjunto de condiciones de vida que les permita el más pleno y fácil logro de su propia perfección y cómo se compone ese conjunto de condiciones.

Cabe recordar que el argumento del bien común fue sostenido por los extremistas católicos y evangélicos para oponerse al matrimonio igualitario. Su admisión iba en desmedro del bien común de los argentinos.

¿Debe entonces entenderse que sectores sociales como los homosexuales y lesbianas no entran en el concepto de bien común del catolicismo? ¿Qué pasa con otros sectores, por ejemplo, los que luchan por los derechos y libertades de las mujeres? Esta visión católica del bien común ¿alcanza a los derechos sexuales y reproductivos? ¿Tendrá en cuenta los nuevos problemas del derecho constitucional de familia? La cuestión no es tan lineal ni tan simple como la plantea la DSI.

Tercer problema: el nulo aporte de las ciencias, algo reiterado en el pensamiento episcopal. El problema del bien común se relaciona con los fines del Estado, cuestión fundamental abordada tanto por la Ciencia Política como por la Teoría del Estado. Dependerá en qué posición epistemológica uno se sitúe para determinar si el Estado tiene fines y cuáles son, o si sólo tiene funciones y en qué consiste cada una de ellas. Hay teóricos que, incluso, consideran que el bien común no existe, por ejemplo, Schumpeter para quien no existe el bien común de todos ya que “para los diferentes individuos y grupos, el bien general significa cosas diferentes”. (18)
De manera que, tal como está planteado, resulta un tanto ingenua la proposición y es más bien una buena intención.

El tan manoseado bien común es una construcción de toda la sociedad que debe trabajar para remover los obstáculos políticos, económicos, sociales y culturales, remoción a la que muchas veces la propia iglesia católica se ha opuesto. El catolicismo, si bien participa como un actor más y propone, no tiene la última palabra en el asunto. No hay verdades absolutas en materia de bien común y fines del Estado.

Siguiente principio

e) “El destino universal de los bienes, la solidaridad y la participación rigen la vida política y social de los pueblos en orden a generar igualdad de condiciones, sin excluidos ni desechables, conforme a nuestra dignidad de personas. En nuestro país adquieren principal relevancia la opción preferencial por los pobres y el fortalecimiento de nuestro sistema democrático”.

Las cuestiones de la participación y el fortalecimiento democrático serán analizadas en el punto siguiente. Interesan ahora dos puntos:

– El problema de la igualdad de condiciones: ¿a qué condiciones se refieren? ¿Cómo se aplica la igualdad de condiciones en la iglesia católica? ¿Varones y mujeres son tratados del mismo modo en esa institución? ¿Existe la igualdad de oportunidades? Según el Derecho Canónico las mujeres ¿tienen la misma capacidad jurídica que los varones?

El problema de la igualdad como derecho humano relativo a las mujeres dentro de la iglesia, lleva de modo directo a la Convención sobre la Eliminación de todas las Formas de Discriminación contra la Mujer, instrumento internacional que la Santa Sede no ha firmado ni adherido.

Y si legalmente la institución va en contramano de lo que predica, en la práctica la cuestión no es mucho mejor por la misoginia que se trasluce en sus praxis.

La propuesta de consolidar la igualdad de condiciones conduce, también, “al” problema de la igualdad religiosa en la Argentina. Nos referimos a la igualdad de trato que el Estado debe deparar a las organizaciones e instituciones religiosas que en nuestro ordenamiento jurídico está vulnerada por un ignominioso sistema de privilegios del que goza la iglesia católica en desmedro de otros credos que sólo se sostiene por tradiciones y costumbres cuya caducidad se ha visto reflejada en las últimas encuestas realizadas en nuestro país.

Dicho sistema de privilegios se estructura en cuatro pilares: el art. 2 de la C.N.; el art. 33 del Código Civil; el Concordato con la Santa Sede de 1966 firmado durante la dictadura militar de Onganía, y el conjunto de leyes “sancionadas” durante la última dictadura militar y que se refieren al sostenimiento económico de la iglesia.

Entre ellas se encuentra la ley 21.950 con la que el genocida Jorge Videla premió a sus obispos y cuyos primeros artículos dicen textualmente: art. 1: “Los arzobispos y obispos con jurisdicción sobre arquidiócesis, diócesis, prelaturas, eparquías y exarcados del Culto Católico Apostólico Romano gozarán de una asignación mensual equivalente al 80% de la remuneración fijada para el cargo de Juez Nacional de Primera Instancia, hasta que cesen en dichos cargos”. El art. 2 dispone: “Los Obispos Auxiliares de las jurisdicciones señaladas en el Artículo 1º y el Secretario General del Episcopado tendrán una asignación mensual equivalente al 70 % de la remuneración fijada para el cargo de Juez Nacional de Primera Instancia, hasta que cesen en dichos cargos”.

La “asignación” pagada con fondos públicos convierte a la oligarquía episcopal en un parásito en términos políticos y económicos, pagados por toda la sociedad para que anuncien en sus sermones que Jesús fue ¡¡pobre!! ¿Hay antecedentes de que Jesús recibiera pagos de Poncio Pilato o alguna autoridad política de su época?

Respecto a esta vergonzante ley, cuya inconstitucionalidad es innegable, el presidente del bloque de diputados de la Concertación, Hugo Prieto, presentó días pasados un proyecto de ley donde propone que los arzobispos, obispos, obispos auxiliares y el secretario general del Episcopado sean incluidos entre los funcionarios públicos obligados a presentar sus declaraciones juradas patrimoniales. Dicha propuesta fue calificada por los sectores integristas católicos de “polémica” ¿polémica para quién?

– La opción preferencial por los pobres: obispos católicos ricos, disfrutando de los beneficios del capitalismo sin ningún tipo de trabajo productivo para los argentinos, reciben asignaciones estatales mientras se llenan la boca con la opción preferencial por los pobres ¿es creíble esto? ¿No será una tomada de pelo?

Último principio

f) “La subsidiaridad va de la mano con la participación y la solidaridad para permitir y favorecer el verdadero desarrollo humano y social: ni un Estado que abandona ni uno que lo hace todo”.

Buena intención pero vacía de contenido, ya que la expresión “ni un Estado que abandona ni uno que lo hace todo”, dependerá fundamentalmente cómo intervenga el Estado en la economía, de manera directa o indirecta. Históricamente los sectores empresarios argentinos no se han mostrado muy amigos del principio de subsidiariedad. Y eso que muchos de ellos aparecen públicamente como católicos confesos.

6. La participación ciudadana: haz lo que digo, no lo que hago

El de la participación ciudadana es otro de los puntos abordados en el documento que comentamos. Pero las buenas intenciones que sus autores demuestran van en contramano de lo que pasa en la iglesia católica.

El catolicismo romano tiene una estructura y organización monárquica, vertical, con una oligarquía de corte teocrático que gobierna, y un funcionariado y burocracia clerical que poco tienen que ver con el laico y judío Jesús, y mucho que ver con el Imperio Romano.
Obviamente, su funcionamiento es contrario a la democracia; derechos y libertades están restringidos a lo que dictamina aquella oligarquía mediante normas respecto a las cuales los laicos no tienen participación alguna en su formación. Todo un ejemplo a seguir e imitar. Si a ello se le suma una fuerte restricción a la igualdad jurídica y de oportunidades para mujeres y varones, la propuesta a la ciudadanía que analizamos no pasa de ser una caricatura.

Al ser la última monarquía absoluta del planeta sus postulados se aplican al funcionamiento de la institución en particular. Los laicos son súbditos del Papa y de la oligarquía que gobierna y se ven privados en pleno siglo XXI de las notas que caracterizan a los sistemas republicanos: división de poderes, responsabilidad de los funcionarios, igualdad ante la ley, periodicidad en las funciones. La publicidad de los actos de gobierno rige pero de modo restrictivo y según el capricho del clero. Asimismo, los sistemas participativos de elección de las autoridades mediante métodos democráticos de elección directa no existen. Todo el estamento clerical es impuesto sin tener en cuenta la opinión ni participación del laicado. Y en el caso de los obispos, se imponen por una decisión de la oligarquía vaticana.

Entonces ¿desde qué lugar y con qué experiencia un grupo de laicos católicos propone mejorar el sistema participativo de la joven democracia argentina?  ¿No tendrán que peticionar y luchar por la democratización real y efectiva de la institución a la que pertenecen? ¿Sabrán estos laicos cómo se elegían los obispos en la antigüedad? ¿Habrán investigado cómo el clero les usurpó el poder a los laicos? ¿Habrán comparado el funcionamiento de los primeros grupos cristianos (que no eran católicos), con el que se implantó desde el siglo IV dC con el emperador Constantino? ¿Tendrán idea si el concepto de autoridad era utilizado en las primitivas comunidades cristianas?

Por eso resultan contradictorios los planteos del punto 4 del Documento: “contar con información confiable y completa relativa a los antecedentes de los candidatos, tanto sobre sus capacidades como sobre sus actuaciones públicas y privadas, sus patrimonios y niveles de ingresos actuales, negocios, proyectos personales y para la gestión pública a la que se proponen y su conocimiento de los barrios y comunidades más carenciadas así como de las necesidades que las afectan”.

“… conocer además: ¿Qué intereses personales o de grupo los impulsan a ser candidatos a la función pública que se postulan? ¿Cómo tales intereses se subordinarán a sus servicios al bien común y en especial a los más pobres y excluidos? ¿Cómo harán para sostener en el tiempo los lineamientos de sus propuestas, sin sucumbir sometidos a intereses económicos o propios de la competencia política de cada momento?

¿Harán similares planteos a los candidatos a diáconos, sacerdotes, obispos, cardenales, y también a los papables? ¿O aplican la obediencia del cadáver?

Asimismo, la cuestión del control y fiscalización de lo que hacen las autoridades eclesiales es fundamental; pero la praxis institucional demuestra lo contrario. Un ejemplo vernáculo que ilustra lo que venimos sosteniendo respecto de la ausencia de control: las gestiones que el Arzobispado de Mendoza llevó a cabo ante la Santa Sede para que se le otorgara un título honorífico a un sacerdote que había sido expulsado del ejército español por abusador sexual, a cambio de dinero, asesoramiento y know how para un organismo eclesial que ha sido creado recientemente.

Preguntas que surgen solas ¿Quién controló a las autoridades? Estos laicos que elaboraron el documento ¿pidieron algún tipo de explicación? ¿Presentaron algún pedido de informes? ¿Se consumó el delito de simonía de parte de los intervinientes? ¿Qué tipo de responsabilidades se determinaron? ¿Hubo sanciones a los responsables?

Habrá que concluir, respecto a las propuestas sobre participación democrática, que sólo son buenas intenciones. Hay una abrumadora carencia de sustento teórico y sobre todo práctico. No hay praxis democrática en la iglesia católica. No hay ejemplo a seguir.

Finalmente, es positiva la enumeración de necesidades en conocer lo que proponen los candidatos con respecto a una seria de materias como por ejemplo la problemática de las adicciones; el tráfico de drogas, de armas y de seres humanos y la situación de adolescentes y jóvenes que no estudian ni trabajan, entre otros. No obstante, hay que advertir que detrás de cada una de aquellas materias también está la ideología episcopal con sus intereses sectoriales.

7. Breve síntesis

El documento elaborado por un sector del laicado católico y puesto a consideración de la ciudadanía reconoce diversos aspectos positivos: el ejercicio de la libertad de expresión de un grupo de ciudadanos y creyentes de la sociedad; sus aportes para el mejoramiento del joven sistema democrático argentino; la defensa de determinados principios, también compartidos por otras fuerzas y actores sociales; la innegable actividad asistencialista de la iglesia. Hechos positivos si se tiene en cuenta la histórica participación de determinados sectores católicos en todos los golpes de Estado que sufriera nuestro país. Aparentemente, se aprendió la lección.
El documento no contiene aportes laicos propiamente dichos. Es la repetición de los principios y valores elaborados por los obispos católicos en la DSI. No es producto de un pensamiento laico autónomo ya que ese carácter no se encuentra en grupos como el que elaboró el documento sino en el progresismo católico que, según la clasificación de Tamayo, propugna un modelo eclesial crítico poco visible en Mendoza. Como consecuencia de ello, no han participado de la elaboración del documento los otros grupos en que está dividido de hecho el catolicismo.

En cuanto a su contenido sólo implica un conjunto de buenas intenciones, de orientaciones ideales. Se fundamenta en la DSI, una ideología más, utilizada tanto por gobiernos antidemocráticos como por dictaduras militares de América Latina.

Detrás del documento, en apariencia aséptico, se esconde el modelo social que surge de la DSI que, por su atraso en el tiempo y nulo aporte de las ciencias, conlleva una serie de riesgos para la laicidad de la sociedad, el pluralismo ético y la plena vigencia de derechos históricos y de otros en franco progreso, como por ejemplo, los que tienen que ver con la reproducción, perspectiva de género, identidad y bioética actualmente estudiados por el Derecho Constitucional de Familia.

Los riesgos mencionados se potencian por dos razones: primera, son los sectores neoconservadores e integristas los que tienen mayor presencia en el catolicismo en la actualidad quienes defienden dicho modelo social excluyente con pretensiones de imposición a toda la sociedad; segunda, hay un sector de la clase política obsecuente y funcional a esos sectores religiosos que son permeables en gobernar con los dogmas y doctrinas religiosas católicas. El modelo social de los obispos es idéntico al que rige actualmente en la institución, en plena crisis, por expulsar vastos sectores de fieles.

Las buenas intenciones se contraponen a la lamentable realidad que le toca vivir al laicado católico en pleno siglo XXI: falta de democracia, participación totalmente dependiente de la oligarquía episcopal, condicionada a su capricho y autoritarismo; menoscabo a la libertad de conciencia y pensamiento en cuestiones políticas y sociales; restricción de derechos; igualdad condicionada a los dictados de la oligarquía, sobre todo, en lo relativo a participación de las mujeres.

Los discursos episcopales, en apariencia conciliadores y moderados en materia de defensa de derechos humanos, se ven contradichos no sólo por los documentos y encíclicas que dicen lo contrario, sino fundamentalmente por la praxis que se observa dentro de la institución.
De modo que luego de la lectura del documento surgen varios interrogantes: ¿Son suficientes los aportes que el grupo de laicos católicos proponen a favor de la democracia y la participación ciudadana? ¿Les alcanza sólo con las tareas asistenciales, o deberán madurar y llevar a cabo una efectiva promoción de las personas tal como lo pensaba Pablo VI en Evangelii Nuntiandi? ¿Tienen algo realmente cristiano para decirle a la ciudadanía, o sólo son portavoces de una oligarquía religiosa a la que hace tiempo le llegó la decadencia? ¿Seguirán anclados en una religión, cuyas doctrinas, dogmas, prácticas, liturgias y mandatos morales han caducado? ¿O harán una opción de vida por el ethos cristiano en el que no creen?

Tal vez haya que avisarles – como sostiene el filósofo Andrea Emo – que el catolicismo romano “contiene una cantidad enorme de valores morales, culturales y religiosos… una sola cosa ya no contiene: al cristianismo” (19). La ciudadanía hace tiempo que se dio cuenta.
El autor: Carlos Lombardi es abogado y profesor de Derecho Constitucional en la Facultad de Derecho de la Universidad Nacional de Cuyo.

NOTAS

(1) Tamayo, Juan José, “Las diversas tendencias eclesiales están en conflicto con peligro real de ruptura y sin apenas diálogo”, en www.redescristianas.net/…/juan-jose-tamayo-teologo-las-di…
(2) Pablo VI, Carta Apostólica Octogesima Adveniens, Nº 27.
(3) Bidart Campos, Germán. J., Doctrina Social de la Iglesia y Derecho Constitucional, 1ª ed., Buenos Aires, Ediar, 2003, p. 10.
(4) Seijo, Mario P., Doctrina Social de la Iglesia y Doctrina Social Cristiana, Buenos Aires, Ed. Ciencia Razón y Fe y Ed. Club de lectores, 1995, p. 17.
(5) www.religionenlibertad.com/index.asp?fecha=30/01/2010 –
(6) www.zenit.org/date2010-02-08?l=spanish –
(7) Rojas Mix, Miguel, El Dios de Pinochet: fisonomía del fascismo iberoamericano, 1° edición, Buenos Aires, Prometeo Libros, 2007.
(8) op. cit. p. 117
(9) Flores d’Arcais, Paolo, El desafío oscurantista, Barcelona, Anagrama, 1994, p. 35.
(10) caminomisionero.blogspot.com/…/la-iglesia-el-arbol-y-el-b…
(11) Hitchens, Christopher, dios no es bueno, 1º ed., Bs. As., Debate, 2008.
(12) Castillo José María, Iglesia y Derechos Humanos. Revista Exodo.
(13) “Fuerte rechazo de Benedicto XVI a las familias alternativas”. Fuente ANSA.
(14) Página 53.
(15) “Sagrada familia, ¿ejemplo a imitar?”, en www.redescristianas.net/…/sagrada-familia-¿ejemplo-a-imitarjuan-jose-tamayo-teologo/ –
(16) Nietzsche, Friedrich, El Anticristo, Ed. Edaf, Madrid, 2005, pág. 49.
(17) Savater, Fernando, La vida eterna, Ariel, 2007, Barcelona, p. 212.
(18) Schumpeter, José, Capitalism, Socialism, and Democracy, 4° ed. Londres, 1959, p. XII.
(19) Citado por Armando Mateo, Credos Posmodernos. De Vattimo a Galimberti: los filósofos contemporáneos frente al cristianismo, 1° edición, Buenos Aires, Marea, 2007.
Carlos Lombardi, es abogado, especialista en derecho canónico y docente de la UNCuyo

Fuente MDZ OnLine

Los dos juicios de Galileo. Por Leonardo Moledo

El Vaticano anunció una magna exposición de documentos históricos, cuya pieza estrella serán algunos de los documentos relacionados con el proceso a Galileo que en 1633 llevó adelante la Inquisición, o Santo Oficio, que mucho más tarde cambió su nombre por el apenas más decoroso de Congregación para la doctrina de la Fe, que hasta su coronación presidió nada menos que Don Ratzinger. El proceso fue fuente de inspiración de obras de teatro y fuente también de ríos de tinta: durante el papado de Wojtyla (apropiadamente llamado Juan Pablo II), finalmente se reivindicó a Galileo, solamente doscientos y pico de años después, y ahora hasta se publican los documentos de ese grandioso papelón que pasó la Iglesia (y que no terminó en tragedia debido a la razonable actitud de Galileo al retractarse y salvar su cuerpo de la tortura y su vida de la hoguera).

El proceso tuvo dos tiempos, en realidad: el primero en 1616, en el que ofició de Gran Inquisidor el cardenal Bellarmino, y un segundo tiempo en 1633, en el que Galileo fue condenado a prisión de por vida, pronto conmutada por prisión domiciliaria en la Villa de Arcetri, donde estuvo sometido a vigilancia permanente. No demasiado estricta, por otra parte, ya que pudo escribir uno de sus grandes libros y filtrarlo, así como recibir visitas y mantener correspondencia con múltiples científicos europeos.

El primer asalto de 1616 no terminó en nada concreto; Bellarmino no era ningún imbécil y todo terminó en una vaga (según Galileo) y firme (según los inquisidores de 1633) advertencia y prohibición de enseñar el sistema copernicano, salvo como “un recurso matemático”, y sin visa alguna de verosimilitud. El proceso de 1633 ya fue otra cosa: la Iglesia se había pronunciado abiertamente contra la astronomía heliocéntrica y era herejía ya no sólo enseñarla sino creer en ella, y se le exigió a Galileo no sólo arrepentirse de haber creído en ella, sino hacerlo “sinceramente”, para lo cual se le mostraron los aparatos de tortura, y se le explicó para qué servía cada uno de ellos: una siniestra farsa que sólo por un pelo no terminó de la manera más horrible (como había sido el caso de Giordano Bruno) gracias a la lucidez de Galileo. Desde ya, fue una de las tantas y siniestras muestras de intolerancia de la Iglesia Católica, que rechazó y prohibió el sistema que sólo medio siglo más tarde se consagraría de manera irrefutable con la obra de Newton. En verdad, en 1616, la Iglesia estaba fundamentalmente preocupada por controlar cómo se enseñaba la realidad; en 1633, ante los fracasos de la Contrarreforma, ya estaba preocupada por controlar cómo era la realidad.

Pero hay algo más sobre el juicio a Galileo: por un lado está el papelón de condenar la teoría copernicana, una teoría ya adornada por las tres leyes de Kepler y que estaba siendo aceptada en Inglaterra y Holanda, por poner un par de ejemplos, y que en poco tiempo más se vería coronada de manera definitiva por Newton; Galileo tenía razón frente a lo retrógrado de la postura papal. Sí. Pero… ¿y si Galileo hubiera estado equivocado, qué? ¿En ese caso la intolerancia hubiera tenido su costado razonable o disculpable?

Al fin y al cabo, la idea de libertad de pensamiento es relativamente nueva: se remonta no mucho más allá de la Revolución Francesa. ¿Es legítimo condenar un acto de intolerancia del siglo XVII con los parámetros actuales? ¿No es una falacia juzgar hechos pasados con valores presentes? ¿Puede uno horrorizarse ex post de la represión en una época que ni soñaba con la libertad de pensamiento como un derecho? ¿O de la recurrencia a la tortura, cuando ésta era parte legal de los procesos judiciales y faltaba bastante para que se publicara el alegato Dei delitti e delle pene, de Beccaria, que cambió el pensamiento jurídico para siempre?

Yo creo que decididamente sí: es difícil tomar aquellos horrores como simplemente epocales; al fin y al cabo, si se utilizaban eran precisamente porque se los consideraban horrores, inseparables del castigo. Además, no eran para nada universales: Holanda, en gran medida Inglaterra, y hasta la República de Venecia (por no hablar de Toscana, donde Galileo era ampliamente aceptado) tenían hacia el pensamiento actitudes muy distintas (no así hacia la tortura en los procesos judiciales, aunque, vale la pena recordar, el mismo derecho romano prohibía la tortura –a los ciudadanos, claro está; los demás podían ser torturados libremente–). Por otra parte, no está de más recordar que el pensamiento intolerante es bastante más actual de lo que uno desearía.

Así pues, hay dos juicios a Galileo: uno es el científico, en el que la Iglesia hizo más o menos lo mismo que lo que haría (sí que con mucho menos poder) con Darwin apenas dos siglos y monedas más tarde. El otro es la represión a la disidencia y la discordancia: el primero no hace sino volver más nítido y más repudiable y repugnante el segundo. Del primero, el Vaticano se retractó. Del segundo, no.

 

Fuente: Página 12

Nuevo Libro: Cinco Curas – Confesiones silenciadas. De: Nicolás Alessio, Adrián Vitali, Elvio Alberione, Horacio Fábregas y Lucio Olmos. Presentación a cargo de Aldo Guizzardi y Pbro. Guillermo Mariani

RAÍZ DE DOS INVITA A LA PRESENTACIÓN DE:

Cinco Curas – Confesiones silenciadas

De: Nicolás Alessio, Adrián Vitali, Elvio Alberione, Horacio Fábregas y Lucio Olmos.

Presentación a cargo de Aldo Guizzardi y Pbro. Guillermo Mariani

Martes 26 de julio a las 19:30 Hs.

Aula Magna de la Facultad de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales

-Vélez Sársfield esq. Duarte Quirós-

Cinco curas cuentan lo que nadie jamás contó sobre la Iglesia.

El presbítero Adrián Vitali conoció una mujer en su parroquia. La mujer quedó embarazada. El arzobispo le “ofertó” mandarlo a otro destino y que la Iglesia se hiciera cargo de la manutención de la criatura si renunciaba a su paternidad.

Horacio Fábregas revela cómo una monja corrompía seminaristas diciendo que era la Virgen la que besaba en su nombre. Y habla de su desilusión porque casi nadie en la Iglesia respetaba el celibato.

Nicolás Alessio cuenta los entretelones de su expulsión de la parroquia por apoyar el matrimonio igualitario y recuerda cuando un obispo le pidió que no usara la palabra “justicia” en sus sermones.

Lucio Olmos descubre el sistema de “financiamiento” de los curas párrocos y relata el momento en que el obispo le pidió que no trabajara y viviera de los sacramentos. Además cuenta con lujo de detalle su colaboración con la guerrilla y la persecución militar.

Elvio Alberione desmenuza la complicidad de la Iglesia con el golpe del ’55 y analiza, hecho por hecho, por qué la Iglesia usa el mensaje de Cristo como herramienta de poder.

Todos recuerdan su paso por el seminario, las represiones, expresiones y perversiones sexuales que parecen inevitables y revelan cómo el clero se esfuerza en permitir que todo ocurra siempre y cuando no se conozca.

Cinco curas, confesiones silenciadas. Un libro imperdible.

www.raizdedos.com.ar 

Jesús de Nazaret y la Religión Católica. Por Jesús Gil García

Una cosa es el movimiento fundado por Jesús durante su vida en Palestina, y otra la religión proclamada por el emperador Teodosio I, en el s. IV, como religión oficial del Imperio, y defendida hoy por la institución eclesiástica católica. Jesús no fundó una religión, sino que comenzó un movimiento laico, al margen de la religión judía.

Todo empezó con Constantino en el s.IV quien mediante el edicto de Milán (313) promulgó la tolerancia del cristianismo, movimiento que había sido duramente perseguido. Pero fue su hijo Teodosio I el Grande quien hizo del cristianismo la religión oficial del Imperio Romano (edicto de Tesalónica, 380). Desde ese momento la religión cristiana tomó como modelo la estructura imperial.

El Papa comenzó a ser un verdadero Emperador de la nueva religión con el boato, lujo y poder imperiales. Los obispos fueron auténticos reyes en su territorio. Los primeros concilios (Nicea, Constantinopla, Éfeso y Calcedonia) en los siglos IV y V, convocados por el Emperador, diseñaron las líneas básicas de la religión cristiana, distanciándose del mensaje de Jesús de Nazaret.

Esta nueva religión adquirió una estructura piramidal bajo las órdenes del obispo de Roma, quien a imagen del Emperador tenía su palacio, sus territorios y su ejército, y su corte formada por los cardenales.

Los obispos regían sus diócesis como señores feudales, encargados de lo sagrado (templos, ritos y objetos), ayudados por los sacerdotes. El Papa, los obispos y los sacerdotes son los que rigen esta nueva religión, en la que la mujer está totalmente ausente en los órganos de dirección y poder.

La religión se fortaleció con una legislación, contenida hoy en el Código de Derecho Canónico. A semejanza del Imperio la nueva religión se convierte en una institución poderosa y rica, bien estructurada a través de sus leyes, preocupada especialmente en extender su dominio en el mundo, conquistando nuevas tierras y aumentando el número de sus adeptos y seguidores. Esta es, a grandes rasgos, la religión que hoy defiende la estructura clerical de la jerarquía de la Iglesia católica.

 

Muy distinto fue el movimiento iniciado por Jesús de Nazaret. Jesús no fue sacerdote, ni funcionario del Templo, ni ostentó cargo alguno relacionado con la religión. No fue un maestro de la Ley, sino un laico.

Huyó de todo poder, y se preocupó especialmente de las personas marginadas. No fundó ninguna religión. Más bien se enfrentó a la religión judía y a sus instituciones (sinagoga, templo de Jerusalén). Se rodeó de personas, mujeres y hombres, dispuestos a continuar su camino anunciando el mensaje del Reino de Dios. Proclamó las bienaventuranzas, como proyecto del Reino de Dios. Denunció las opresiones e injusticias, haciendo realidad la salvación del Dios Padre y Madre, a través de sus curaciones.

Las mujeres tuvieron un lugar preeminente en la vida de Jesús. Por todo esto fue condenado a muerte. Hoy este movimiento quiere hacerse presente y continuarse en las comunidades cristianas de base, existentes en la Iglesia, distantes en muchos aspectos de la estructura clerical y enfrentadas en ocasiones a los intereses y objetivos de la institución eclesiástica.

 

Estas dos realidades están hoy presentes en el interior de la Iglesia: la estructura vertical, patriarcal, de la institución clerical, que ha usurpado con exclusividad el nombre de Iglesia; y la organización horizontal de las comunidades populares, hombres y mujeres con idéntica dignidad e importancia, más cercanas al sentido originario de Iglesia. La primera, fiel continuadora de la religión católica declarada oficial del Estado desde el s. IV. , alejada del movimiento laico iniciado por Jesús de Nazaret. La segunda, seguidora del grupo formado por Jesús de Nazaret, y distante de las preocupaciones de la institución clerical.

 

La religión católica ha ido avanzando a través de los siglos fortalecida por la jerarquía de la Iglesia hasta nuestros días. Sigue básicamente los mismos parámetros que al comienzo de su andadura: estructura piramidal en cuyo vértice el obispo de Roma ostenta los tres poderes, legislativo, judicial y ejecutivo, organizada en torno al Código de Derecho Canónico. Está dirigida únicamente por hombres.

Tiene un gran poder como Estado Vaticano, disponiendo de infinidad de templos en todo el mundo en los que se realizan celebraciones de gran vistosidad y boato. Su preocupación principal es ser cuidadora y guardiana del depósito de la fe confeccionado a través de los Concilios celebrados en su historia. Ha elaborado una teología basada en los dogmas. Se considera dispensadora de la gracia divina de la que es mediadora a través de los sacramentos.

Por el contrario, el movimiento de Jesús de Nazaret ha sobrevivido en pequeños grupos. No tienen poder alguno, ni lo buscan, sino el servicio, a ejemplo de Jesús que no vino a ser servido, sino a servir (Mt 20,25-28).

Viven en pequeñas comunidades igualitarias en dignidad, mujeres y hombres, y horizontales en su funcionamiento. Intentan ser consecuentes con el mensaje de Jesús de Nazaret: anunciar el Reino de Dios a los pobres y marginados de la sociedad (Mt 10, 7-8).

Tienen como guía las bienaventuranzas de Jesús en el sermón de la montaña (Mt 5, 1-10). Comparten la vida y los bienes haciendo realidad la eucaristía a ejemplo de los primeros cristianos (Hch 4, 32 – 35).

Llevan a la práctica el único mandamiento de Jesús, el amor al Padre-Madre en el amor a los hermanos más desfavorecidos (Mt 22, 37-40).

 

En el interior de la Iglesia actual  Diferenciar ambas realidades es necesario y esclarecedor para toda aquella persona que en la actualidad busca ser coherente con el mensaje de Jesús de Nazaret en el momento actual.


A un mes de la intervención y “asalto” a La Cripta. Por Pbro. Carlos Ponce de León

No es suficiente un mes, para salir del asombro indignado de toda esta “intervención”. Pero hay que volver sobre ella y todo su proceso. No para quedarnos en esa innombrable escena de gritos, insultos y mentirosos rezos. No para interpretar detalles aislados, como esa mirada gacha del Obispo, ni la postura como de desafío sobrador de Pedro, el párroco nombrado. Ni a  todo esto que termina, dicen, después de una comunión indudablemente “non sancta”, con aplausos de victoria y aires de triunfo apabullante. (Y hasta con un: -“Y vos, porqué no aplaudes? “- que pregunta alguien a un cura, que quizá, no tuvo tiempo de retirarse antes…)

Muchos gestos que mucho dicen. Y que si alguien dudaba de lo legítimo del “NO COMULGAMOS”, bueno, allí tiene clara, una parte de la respuesta. Tampoco se trata de ir a “llorar al campito”.

No para eso, pero, hay que volver sí. Sobre ella. Su génesis y su culminación.

 

Para decidir, para continuar

Para recalcar y considerar. Para continuar caminando al sol, a pesar de estos desiertos…” como canta  Víctor Heredia.

Se trata de algo más que dejar por escrito. Es cierto aquello de que “verba volant, scripta manent”, de los antiguos romanos. Y que lo que es noticia hoy, en nuestra cultura, fácilmente se olvida mañana. Y en estos temas eclesiales,  más todavía.

Porque la tarea de la memoria, no es solo la de reconstruir el pasado. Es eso y más. Es ganarle al olvido y a la muerte; es despertar conciencias dormidas. Es disputar el control o manejo de los imaginarios sociales,  antes que se apodere de ellos, un discurso oficial, interesado. Es para insertar situaciones como ésta, en espacios mayores y procesos. Para tanto mas, como para no ser espectadores resignados.

 

De las “intervenciones

No se escucha hablar de intervenciones en las iglesias. Y ha de ser el espacio social donde mas se han dado estos tipos de decisiones, la mayoría de las veces, autoritarias. Donde los intervenidos cuentan con muy pocos recursos legales. Sin posibilidad de recursos de amparo, por ejemplo. Con mucha indiferencia de los no afectados. Y por allí, en una de esas, con la posibilidad de un juicio que termina en el Vaticano. Y que además de lejano y costoso, bueno…

Para estos y muchos otros temas, no hay espacio en nuestra Iglesia. Se comentan y murmuran, sin duda. Muy posiblemente muchos tendrán posición tomada. Pero no se alienta un tratamiento abierto, franco. Digamos, serio y  adulto,  de los mismos. ¿Temor al discenso y a una mayor participación?  Por lo pronto, hay lo que llamamos, falta de honestidad con lo real. Y una iglesia que no se anima a ser comunidad, por más que diga y convoque para eso. Y que sabe, que “si algún miembro está enfermo, todo el cuerpo queda afectado”, al decir de San Pablo, y San Ignacio y Santa Teresa. Pero hay otras cargas que nos pesan.

 

Cargas que nos pesan

Bien sabemos que el peso del poder eclesiástico ha sido tan  fuerte, (jerarquía, poder sagrado), que ha aplastado mucha originalidad del evangelio de Jesús. Desde el poder como servicio, hasta aquello de que “mi yugo es suave, y mi carga ligera” (Mt.11.30). Y ese poder cuando se impone, ha generado un temor por siglos, que hizo virtud de la resignación. Y al discenso, siempre ha llamado rebeldía.

Y la obediencia?  El que obedece, nunca hierra, se decía. “Perinde ac cadáver”, (disciplinado como un cadáver!), se descontextualizaba a San Ignacio.  “Promittis me, oboedentiam et reverentiam, exigía el obispo a los que se ordenaban como curas. Solo el Obispo tiene el Espíritu Santo, gritaban desaforadamente en la Cripta.

Y en nombre de “esa obediencia” y de ese “monopolio” de Espíritu, cuántas veces se ha cercenado la vida y el Espíritu. “Ojalá todo el Pueblo del Señor profetice y reciba su Espíritu “, deseaba ya Moisés (Nm. 11,25)

 

A todo esto se sumó un falso y engañoso “amor a la iglesia”. Y se decía o dice, “no hablar, para no dañarla”. Y “no disentir, para no fomentar la división”, como si el decirlo fuera su causa. “Los trapos sucios, no se lavan afuera” fue consigna repetida; ( y dentro, se pudren, añadiríamos, de malos que somos).

Acaso no recuerdan Uds. a un Vicario de nuestra diócesis, que murió diciendo, a propósito de los robos en la Catedral, que “por amor a la iglesia”, callaba todo lo que sabía!? . Y que a Pérez Esquivel se le llamó “enemigo de la Iglesia”, por el solo hecho de plantear y exigir, lo que cierta jerarquía eclesial, había convenido en negar y callar?

 

Historias que no se han escrito

La intervención de la Cripta, nos hace actualizar muchas otras. Algunas conocidas solo por aquellos que las padecieron. Intervenciones no solo borradas y olvidadas. A veces, ni quedan  en la memoria. Pasaron a ejercicio vencido, con daño grande a personas e instituciones. Y hoy dirá alguno, que son desfiguradas.

Ese listado es demasiado grande.

Mucho conocemos  (y muchos, no), lo que padecen tantos maestros de la Teología, la Palabra, las Santas Escrituras. Prohibidos, censurados, intervenidos. Un capital humano valiosísimo- por lo de humano y su sabiduría- irresponsablemente ninguneado. Nosotros conocemos a Ariel Valdez. Quizá algunos a Pagola, por su libro JESÚS, O a José María Castillo, y a Leonardo Boff. Y a los teólogos de la liberación.

Pero no a los mas de 300, mujeres y hombres de bien, a quienes se les ha arrebatado el espacio de todos, que son las instituciones nuestras, de iglesia. Porque su aporte pone en peligro un sistema que se niega a la conversión, o al menos, al diálogo.

 

Quien recuerda, por ejemplo,  las intervenciones a las comunidades religiosas en los años 70. A las Terciarias Franciscanas de la Caridad, fundadas por la Madre Teresa Gherra? Y a las también Franciscanas, fundadas por la Madre Tránsito Cabanillas. Y a Alicia Loustanau, y a Rosa Adam, Superioras Generales; elegidas legítimamente según sus constituciones; destituidas con todos su Consejos y reemplazas todas, por hermanas “con hábitos” ( miren qué ridículo!). Y no porque no llevaban hábito, sino por sus entusiastas anhelos de renovación, con el aliento del Concilio Vaticano II y Medellín. Ellas que buscaban la  recuperación de su carisma inicial y el  volver a insertarse entre los pobres. Y quién conoce el maltrato que sufrieron, las humillaciones?. Las intervenciones y algunos de los “visitadores”, sacerdotes encargados de controlar, las examinaban una a una. Algunos revisaban hasta las intimas pertenencias de las hermanas. Para buscar vaya a saber qué, más allá de humillarlas y ofenderlas. Y todo esto, no en la Edad Media. Todo esto aquí, en Córdoba. Y no hace tantos años.

 

Algunas Constantes

Y bien,  en todas estas intervenciones, hay muchas constantes. Señalamos alguna.

Desde ya la violencia y la negación de elementales derechos.

Proceden de un poder conservador, desconfiado, autoritario.

Se asientan sobre una teología y mirada de la Iglesia, que nada sabe de los  “signos de los tiempos” y parece que ni les importa. Tampoco mucho,  de la propuesta de Jesús y su Evangelio.

Encuentran siempre, para su apoyo, a esos sectores reaccionarios, siempre al asecho. Y prontos para ir donde quiera que se den signos de renovación, de cambio y libertad. De fidelidad a Dios, antes que a los hombres (He.5, 29)

Sectores acostumbrados a vigilar, señalar, y recurrir a acusaciones y delaciones. Desde una mirada preocupada por las formas. Indignos de la Palabra: solo aceptan la palabra dogmática, la palabra abstracta, y la palabra vacía. Que no saben escuchar: (los gritos en La Cripta).

Prontos para recurrir a la violencia. Recuerden Uds. a la Falange de Fe, en épocas del proceso.

O a un “Comando Raúl Francisco”, que apareció con amenazas también por aquellos tiempos. Y recuerden los volantes que desparramó en abundancia, la Unión de Padres de Colegios Católicos, contra el Seppac, ( Sindicato de educadores Privados y Particulares de Córdoba), que luchó por el Estatuto de los Docentes  Privados y fueron aprobado por las Cámaras. Recordamos, de paso, que estos volantes empujaron, también, el “Navarrazo”. Aquel ridículo golpe de la Policía de Córdoba que destituyó al gobierno de Obregón Cano (1974).Y dio comienzo a muchos asesinatos.

Violentos eran también los volantes que distribuía el Sr. Bobadilla, rector del Loreto. Y que convocaba a un “levantamiento popular, militar y católico”, como rechazo del Congreso Pedagógico (1986) y al gobierno “liberal marxista” del Dr. Alfonsín. En nombre, vaya saber de quién. Pero que respondía a un conocido sector católico.

Bien: algunas de esas  constantes, están, lamentablemente, presentes en el hecho de La Cripta.

 

A modo de conclusión

Quedan entonces, abiertos muchos temas, en esta conmemoración al mes del torpe hecho de intervención a La Cripta. Recuperación de memorias; lugar de los laicos y las comunidades en la vida eclesial; revisión de teologías y pastorales a la luz del evangelio; Derechos Humanos y Derecho Canónico. Y otros muchos.

Estas líneas rápidas, hechas para recordar este primer mes, quieren algo mas: ser  reconocimiento agradecido del valioso testimonio, que por muchos años nos dejaron, la Comunidad de La Cripta y sus curas: Quito Mariani y Víctor Acha.

Invitación también,  para seguir conociendo, conversando, aportando. Para ahondar la huella de la memoria, hacia la esperanza y el futuro. Sabiendo que toda crisis apura los pasos, y urge crear nuevas respuestas. Gracias, ánimo y mucha paciencia, como dice González Faus.

 

Córdoba 1 de junio de 2011

Carlos Ponce de León

 

Pastores?… Ovejas?… Por Miguel Berrotarán

La imagen de «ovejas y pastores» ha de ser manejada con cuidado, porque puede justificar la dualidad de clases en la Iglesia. Esta dualidad no es un temor utópico, sino que ha sido una realidad pesada y dominante. El Concilio Vaticano I declaró: «La Iglesia de Cristo no es una comunidad de iguales, en la que todos los fieles tuvieran los mismos derechos, sino que es una sociedad de desiguales, no sólo porque entre los fieles unos son clérigos y otros laicos, sino, de una manera especial, porque en la Iglesia reside el poder que viene de Dios, por el que a unos es dado santificar, enseñar y gobernar, y a otros no» (Constitución sobre la Iglesia, 1870). Pío XI, por su parte, decía: «La Iglesia es, por la fuerza misma de su naturaleza, una sociedad desigual. Comprende dos categorías de personas: los pastores y el rebaño, los que están colocados en los distintos grados de la jerarquía, y la multitud de los fieles. Y estas categorías, hasta tal punto son distintas entre sí, que sólo en la jerarquía residen el derecho y la autoridad necesarios para promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y seguir dócilmente a sus pastores» (Vehementer Nos, 1906). La verdad es que estas categorías de «pastores y rebaño», a lo largo de la historia de la Iglesia han funcionado casi siempre -al menos en el segundo milenio- de una forma que hoy nos resulta sencillamente inaceptable. Hay que tener mucho cuidado de que nuestra forma de utilizarlas no vehicule una justificación inconsciente de las clases en la Iglesia.

El Concilio Vaticano II supuso un cambio radical en este sentido, con aquella su insistencia en que más importante que las diferencias de ministerio o servicio en la Iglesia es la común dignidad de los miembros del Pueblo de Dios (el lugar más simbólico a este respecto es el capítulo segundo de la Lumen Gentium del Vaticano II).

Como es sabido, en las últimas décadas se ha dado un retroceso claro hacia una centralización y falta de democracia. La queja de que Roma no valora la «colegialidad episcopal» es un clamor universal. La práctica de los Sínodos episcopales que se puso en marcha tras el concilio, fue rebajada a reuniones meramente consultivas. Las Conferencias Episcopales Nacionales, verdadero símbolo de la renovación conciliar, fueron declaradas por el cardenal Ratzinger como carentes de base teológica. Los «consejos pastorales» y los «consejos presbiterales» establecidos por la práctica posconciliar como instrumentos de participación y democratización, casi han sido abandonados, por falta de ambiente. La feligresía de una parroquia, o de una diócesis, puede tener unánimemente una opinión, pero si el párroco o el obispo piensa lo contrario, no hay nada que discutir en la actual estructura canónica clerical y autoritaria. «La voz del Pueblo, es la voz de Dios»… en todas partes menos en la Iglesia, pues en ésta, para el pueblo la única voz segura de Dios es la de la Jerarquía. Así la Iglesia se ha convertido -como gusta de decir Hans Küng- en «la última monarquía absoluta de Occidente». A quien no está de acuerdo se le responde que «la Iglesia no es una democracia», y es cierto, porque es mucho más que eso: es una comunidad, en la que todos los métodos participativos democráticos deberían quedarse cortos ante el ejercicio efectivo de la «comunión y participación». En semejante contexto eclesial, ¿se puede hablar ingenuamente de «el buen pastor y del rebaño a él confiado» con toda inocencia e ingenuidad? El Concilio Vaticano II lo dijo con máxima autoridad: «Debemos tener conciencia de las deficiencias de la Iglesia y combatirlas con la máxima energía» (Gaudium et Spes 43).

En la Iglesia de Aquel que dijo que quien quisiera ser el primero fuese el último y el servidor de todos, en algún sentido, todos somos pastores de todos, todos somos responsables y todos podemos aportar. No se niega el papel de la coordinación y del gobierno. Lo que se niega es su sacralización, la teología que justifica ideológicamente el poder autoritario que no se somete al discernimiento comunitario ni a la crítica democrática. ¿Qué la Iglesia no es una democracia? Debe ser mucho más que una democracia. Y, desde luego: no ha de ser un rebaño.

 

Miguel Berrotorán es sacerdote perteneciente el Grupo Sacerdotal Angelelli.

 

La Cripta. La Mirada en Contexto. Por Mariano Medina

Es curiosa la mirada de las personas. Tal vez el adjetivo no sea “curiosa”, sino simple y sencillamente “particular”, lo que es altamente deseable. Porque indudablemente, la mirada habla. Y la palabra personal construye la diversidad.

Me llamo Mariano Medina, soy escritor, periodista y músico. Durante algunos años colaboré con La Voz del Interior, entre otros medios. Y el pasado domingo 1 de Mayo estuve en La Cripta en la misa donde Carlos Ñáñez puso en funciones al párroco Pedro Torres. Por casualidad, estuve sentado junto a la periodista Rosa Bertino, quien escribió la crónica respectiva, publicada en La Voz del Interior el día siguiente. (http://www.lavoz.com.ar/ciudadanos/disidentes-interrumpen-asuncion-torres-cripta)

No fui en funciones de prensa, y hace tiempo estoy alejado de las celebraciones religiosas. Asistí por razones personales que, tratando de sintetizar, puedo explicar así: Soy vecino de La Cripta y fui miembro de su comunidad durante años importantes de mi adolescencia, participando activamente del que fuera su grupo scout. Ese tiempo tuve, por ende, una comunicación muy cercana con el padre Mariani, a quien aprecio pero no frecuento. No tengo ni he tenido, en cambio, ninguna relación con el padre Víctor Acha, cuya figura en el barrio, por lo que he notado, creció de  manera entrañable durante el período de su sacerdocio, gracias a la buena comunicación sostenida con los fieles.

Asistí a la celebración del pasado domingo entonces, movido por razones afectivas, sabiendo que se trataba de un hecho histórico, pero fundamentalmente para compartir con vecinos y gente querida un momento que sabía delicado.

Sirva esta reseña personal, como sobre aviso al lector. Sin desconocer contradicciones, ahora voy a hablar con mi mirada. Y aunque creo que el sentimiento de extrañeza que me invadió, me ayudó a ver lo que sucedía con cierta objetividad (por cierto, siempre cuestionable); no pretendo ser ni objetivo ni neutral.

Aún aceptando, entonces, la fragilidad de mi mirada; necesito hacer algunas observaciones sobre el artículo de la compañera Bertino. Como dije, estuvimos sentados juntos, pero parece que no vimos lo mismo. Eso es bueno, siempre y cuando el complemento entre miradas enriquezca una visión más amplia.

Por eso me extraña que una profesional de su altura y experiencia, tantísimo más amplia que la mía, señale algunas cuestiones con tanta ambigüedad. Una ambigüedad que la noche no tuvo.

Fui temprano, media hora antes de la celebración, sabiendo que sería un evento numeroso y que así como mucha gente acompañaría al padre Acha, otros lógicamente harían lo mismo con el padre Torres. Pero lo  primero que vi fue a los “visitantes”, ajenos al barrio. Tantos, que ocupaban ya casi todos los asientos de la parte central de La Cripta y tuve que ubicarme en una sala donde normalmente se acomodan las personas con niños pequeños, para que sus ruidos no molesten. Como me confirmaron algunos de los mismos visitantes, entraron a eso de las diecinueve (una hora antes de la misa), y se pusieron a rezar el rosario. Cuando la mayoría de los feligreses habituales llegaron, casi no encontraron asientos.

La misa empezó normalmente, pocos minutos después de las veinte. Se trataba de una concelebración de una decena de párrocos, entre los que se encontraban los dos nombrados y el obispo Ñañez.

Efectivamente, como apunta Bertino, un grupo de laicos, con decisión, interrumpió la misa pidiendo la palabra y fue respetuoso pero duro en sus términos.

Bertino dice: “las hostilidades se hicieron evidentes y hasta desagradables”. No aclara que esas hostilidades no fueron hacia Torres ni obra de los “disidentes”, sino de quienes acompañaban la asunción del nuevo párroco. Ante el primer orador, no pocos “visitantes” comenzaron a gritar de forma iracunda “¡Pecadores! ¡Cállense, pecadores!”, como si se tratara de una repudio de la edad media. A la palabra del segundo orador, el grupo ubicado en la parte trasera (junto a la salida), a metros de donde nos sentábamos con Bertino, comenzó a rezar el Dios te Salve María alzando cada vez más la voz en una escena francamente lamentable, con el objeto de ahogar las palabras de los laicos. Al punto que el mismísimo padre Torres les pidió que detuvieran su actitud y dejaran expresarse a los laicos. Lo hizo con la cordialidad necesaria y esperable. Aún así, los gritos se elevaron de tanto en tanto. (El lunes, otro asistente me dijo que se trataba de algunos de los mismos religiosos lefebvristas que en junio de 2007 atacaran el Centro Cultural España Córdoba destrozando vidrios y obras del artista Alfonso Barbieri, pero eso no me consta).

Los oradores laicos, fundamentalmente plantearon que seguirían en La Cripta, pero que sentían que por la falta de escucha de Ñañez y Torres no podían compartir la eucaristía con ellos.

Acha y Mariani fueron los últimos en hablar. Aún sin conocer los pormenores de este proceso, las palabras de Acha me resultan reveladoras: le planteó al arzobispo que si bien él sostiene que hubo instancias de diálogo, habla sin preocuparse por entender realmente lo que siente y piensa el otro, el interlocutor.

Mariani fue el más breve de todos y definió como “invasión” lo que sufría el espacio físico, lo cual, más allá de las ironías, era evidentemente cierto. Bertino dice al respecto, que Mariani “sugirió la posibilidad de una escisión y de armar su propia Cripta”. Yo no entendí las palabras del ex párroco de esa manera, pero no puedo desmentir una interpretación. Lo que sí me surge reflexionar al respecto, es que el templo se llama Nuestra Señora del Valle, y efectivamente la denominación “La Cripta” obedece a una identidad comunitaria que difícilmente se prolongue en ese espacio físico, al cambiar la línea del sacerdocio.

Lo que sí ocurrió, es que los laicos, que expresaron la decisión de quedarse en la ceremonia aunque no compartieran la eucaristía, finalmente se retiraron ante la violencia oral de los “visitantes”, que se mantenía (aunque levemente) luego de las palabras de Torres. Hasta donde yo vi, ninguno de los “disidentes” respondido a las agresiones, de ninguna manera.

Minutos después de ese hecho, yo también decidí salir, porque si extraño me había sentido, más extraño me sentía ahora, y mi madre había sido una de las que se retiraron. Si bien yo no había participado en nada de todo este proceso, no me sentía cómodo.

Afuera, en las puertas y las veredas del templo, conversé con algunos viejos vecinos. Había, como era de esperarse, una sensación de angustia y desasosiego. Tras haber abandonado la misa y estar en esta situación, hubo cierta disgregación, hasta que alguien propuso una reunión que finalmente se concretó en la cafetería de Soppelsa y se extendió hasta más de las 22 horas. En algún momento, informados de esta asamblea espontánea, llegaron Mariani y Acha, que participaron muy medidamente, mientras el resto de los presentes compartía sus ideas, temores y emociones. Alguno reflexionó: “No se trata de ser opositores. Jesús nos invita a este desafío, de seguir y mezclarnos. Pero es difícil permanecer en un lugar donde uno no se siente ni bien, ni escuchado”.

Calculo que en Soppelsa debe haber habido unas 140 personas. Por eso me molesta el copete de la nota de Bertino, que apunta: “Unos 50 laicos, encabezados por los sacerdotes Quito Mariani y Víctor Acha, objetaron al obispo Ñáñez”. Más allá del número, me resulta discutible eso de “encabezados”, porque si hay algo que estuvo claro esa noche es que los laicos pidieron la palabra por su cuenta, sin ningún sacerdote a la cabeza, y fueron los verdaderos protagonistas del hecho.

Bertino dice también: “Disimulado entre la gente, estaba Nicolás Alessio. La gente que pedía que continuara la misa, contó luego que Alessio les gritaba y los hacía callar”. Esa interpretación de la compañera periodista es más que arbitraria. Primeramente, ¿por qué plantea que Alessio estaba “disimulado entre la gente”? Era uno más en la multitud, que no es lo mismo. No estaba disfrazado.

Por otro lado, los “visitantes” no pidieron exactamente que siguiera la misa, sino que ofendieron de forma explícita a los oradores. De hecho, como dije antes, el mismo padre Torres tuvo que pedirles silencio. Y luego de que los laicos hablaran, la misa continuó.

En fin, el artículo de Bertino me parece de una ambigüedad digna de crítica por los datos que omite.

Y no sé cómo tomar la actitud del obispo. Desde chico me enseñaron que hay que mirar a los ojos de la persona que nos habla. ¿Alguien ha visto a Ñañez mirar de frente?

No intento ser más objetivo que lo que me dicta la conciencia. Sólo me cabe reflexionar, mucho más allá de mi pasado, y con un sentido común que creo, además, democrático: Si la negativa a aceptar una designación parroquial es un hecho inédito, ¿no debería haber sido escuchada? Sin importar quienes sean los protagonistas y las líneas en las que se encuentran… ¿Qué nos está señalando este suceso, en el contexto histórico que vivimos?

 

Mariano Medina

DNI 16.905. 447

esacasacat@gmail.com