Fueron las palabras sencillas y tocantes que el presidente de Bolivia, Evo Morales, usó para agradecer a la Universidad y a la Argentina el otorgamiento del doctorado honoris causa.
Sin posibilidad de admitir un solo asistente más que los que habían sacado anticipadamente las entradas, el salón de las Américas del pabellón Argentina tembló varias veces con la ovaciones a frases tan sinceras y tan elocuentes como ésa, que daban cuenta de una sensibilidad profundamente humana. Su recuerdo emocionado y patético de las luchas de los antepasados para conquistar la libertad defendiendo su tierra y sus derechos elementales fue aludido como llamado a la unidad suramericana para completar ese proceso de descolonización, por el que ellos entregaron sus vidas y padecimientos.
Su evaluación de las relaciones comerciales con Argentina y particularmente en el proyecto del gasoducto internacional que beneficia a los dos países, recordó que nos necesitamos mutuamente y empujó hacia mayores acuerdos que se sumen a los ya realizados, aunque no dejan de ser atacados por los que prefieren seguir siendo colonia. s
Somos hoy una pantalla nueva hacia la que miran los pueblos de Europa que nos tenían calificados poco más que como mamarrachos, en la imitación deficiente de su progreso y su cultura. Apretados ahora por la crisis económica que ellos mismos favorecieron, miran hacia nosotros para alimentarse con nuestros esfuerzos de lucha y recuperación de una tierra con las entrañas colmadas de riquezas, que nos han sido y son enajenadas impune y descaradamente. La fuerza renaciente de los pueblos nativos que impulsa desde muy abajo como un resorte del pasado, los cambios sociales indispensables, constituye un envidiable ejemplo para quienes desde siempre pensaron que con la esclavitud y la sujeción abrían caminos a su propio engrandecimiento y progreso. No dejó El presidente boliviano de señalar con dureza a Estados Unidos como el gran causante de los males padecidos, y las injusticias y postergaciones, disimuladas con toda clase de disfraces y caretas, que han tolerado los pueblos suramericanos. Y de referirse a esa institución, la DEA, que con pretexto de perseguir el narcotráfico lo incentiva y utiliza su vigilancia y a la vez su ineficacia, para el espionaje y la sujeción.
Una sombra parecía oscurecer esa presencia entre nosotros. La declaración de persona “no grata” que había sido publicada por la DAIA en repudio a la admisión de un acusado de complicidad con la tragedia de la AMIA.
La sencillez de un hombre grande que no titubea en admitir sus errores para corregirlos y crecer en contacto con su pueblo, desarmó lo que parecía una acometida insalvable y admiró a quienes se habían sentido ofendidos por la recepción de Ahman Vahidi en una celebración castrense boliviana y el ofrecimiento de ayuda militar formulados al presidente que lo acompañara en el saludo de bienvenida.
La firmeza en proponer la unidad suramericana para terminar con la colonización de que seguimos siendo objeto, la reivindicación de todo el pasado de sufrimientos de un pueblo conquistado y sometido, la defensa de las riquezas naturales de su tierra de tantos modos depredada, la valentía de señalar al enemigo concreto y actuante, la sinceridad confirmada por los hechos, de su valoración de la democracia verdaderamente participativa, “antes el pueblo esclavo del poder hoy el poder esclavo del pueblo”, y la humildad de declararse sorprendido por el título otorgado, convirtieron esa figura amable y familiar, en una luz clarificante de las posturas a seguir, buscando la grandeza de los pueblos suramericanos